Homilias Crisostomo 2 1004

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LOS DISIDENTES

Por lo que llevamos dicho, puede el lector formarse una idea del medio ambiente en que nació, se desarrolló y maduró el genio oratorio de san Juan Crisóstomo. Fue el siglo IV de la Iglesia un siglo de continuo batallar, pues de todos lados la amenazaban los peligros: el paganismo que solapadamente se infiltraba en sus filas, la corrupción de costumbres subsiguiente a esa invasión de paganos, los sacerdotes indignos y los monjes turbulentos. "El sacerdocio, dice Amiano Marcelino, se veía invadido por multitud de clérigos indignos y las sedes episcopales estuvieron deshonradas por diversos prelados que rivalizaron en abyección con los eunucos, y reunían conciliábulos, y apoyaban a los herejes, y se dejaban llevar de la simonía y el aulicismo". (7) Porque otro grave riesgo que la Iglesia corrió en esos años fue el ansia de los emperadores por inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos, y el ansia de los eclesiásticos por inmiscuirse en los asuntos políticos y temporales.

Pero todos esos peligros, por graves que fuesen, dejaban aún intacta la doctrina y constitución de la Iglesia, y consiguientemente a ésta con la suficiente fuerza para renovarse por sí misma. En cambio, hubo otro peligro enorme, al que aludíamos con el título de este párrafo, que asestaba el golpe a la raíz misma de la Iglesia; porque mientras los criterios no se han torcido, la reforma moral viene tarde o temprano; pero una vez que se tuercen, todo se pierde, pues no queda luz ni dirección. Contra todos los peligros dichos hubo de luchar san Juan Crisóstomo, pero muy de veras hubo de hacerlo con este de los disidentes en la fe. Fueron principalmente los antitrinitarios anomeos a quienes combatió, aunque también a los maniqueos y a otros herejes. Mas, como para comprender esas batallas es necesario ir más a fondo en las doctrinas que los disidentes profesaban, preferimos tratar este punto con mayor detención, antes de entrarnos por la sencillísima biografía del santo orador.

Reunidos en el gran Imperio Romano todos los dioses y diosas de los pueblos subyugados y todas sus creencias, supersticiones y hechicerías, poco a poco, sobre todo ya desde los tiempos de Octavio Augusto, el espíritu humano instintivamente procedió a mezclar y confundir todos aquellos elementos, que finalmente iban confluyendo a la idea de la existencia de un solo Dios o Theos, cuya esencia, según las creencias paganas, era comunicable y divisible. Se llegó, pues, a la creencia de que en realidad esa esencia divina estaba comunicada y dividida primero entre todos los dioses mitológicos, luego también entre las almas de los héroes. A este sistema religioso se le denominó sincretismo greco-romano.

Pero, muy pronto, el espíritu de orgullo por una parte y por otra el de adulación, hizo que aquella esencia divina se creyera participada aun por los emperadores y reyezuelos, y, en actos de locura, hasta por los caballos y otros animales. Este mal tan grave, tuvo con todo una feliz consecuencia: que se esparciera por todas partes la creencia en la posibilidad de las teofanías o manifestaciones sensibles de la divinidad, una vez así compartida. (8) Por otra parte, se avivó y despertó mucho la creencia en la inmortalidad de las almas, puesto que se las iba considerando como partículas de la divinidad. (9) Además, la serie inmensa de misterios y purificaciones paganas cultivaron la idea de que era posible expiar las culpas ya en esta vida, mediante las taurobolías, criobolías, etc., que hacían del iniciado un in aeternum renatus. (10)

Finalmente, el culto de Mithra, muy popular en Roma desde fines de la República, abrió además las inteligencias a otra idea: la de un redentor y mediador entre el hombre y la divinidad. Por esa idea este culto estableció una jerarquía, un sacrificio, un bautismo y una cena misteriosa en la que el iniciado comía un pedazo de pan y bebía un vaso de agua. (11) De manera que en conjunto, se puede asegurar que las almas paganas ya entonces andaban buscando una purificación y una expiación no puramente externas, sino interiores y para siempre, y esto mediante un redentor o mediador.

Entre ese torbellino de religiones, iniciaciones, magias, supersticiones y prácticas ocultas, se movía todo un pueblo de filósofos que por su parte trataban de llegar científicamente al conocimiento de la verdad así filosófica como religiosa. Los principales sistemas de ideas y más en boga eran el pitagórico, el estoico, el platónico y el aristotélico. Y también, en todos estos sistemas, la metafísica tendía cada vez más a afirmar la unidad de un Dios, el cual había de ser el principio de todas las cosas; y había de ser algo sutil, espiritual y que se infiltrara por todo el universo: la materia ha salido del dios y un día el dios la absorberá de nuevo. (12) Era necesario que de él salieran todas las actividades y energías, si no era que en realidad éstas se confundían con él y eran él mismo. Debía haber un Logos Spermatikós del universo que lo gobernara según sus leyes. Pitagóricos, platónicos, aristotélicos y estoicos iban convergiendo a esa idea central.

En cuanto a Platón, es cierto que había abierto un abismo entre el dios y la materia, pero había imaginado un alma del universo de la que se derivarían las almas de los hombres y de los astros. (13) Esa alma del universo sería una Mente divina, superior al alma humana pero inferior a la Idea de por sí subsistente del Bien. Platónicos posteriores distinguieron entre ese dios supremo o Bien y su Dynamis, que sería la que propiamente compenetrara el universo. Así venían a coincidir con el alma divina o dios de los estoicos, y a sumarse, en cierto modo, a la idea pitagórica de la divinidad que andaba en la misma lucha por compaginar las dos ideas de la materia y la divinidad en sus mutuas relaciones. Los aristotélicos, en cambio, mantenían la unicidad de dios, pero hacían de él y de la materia dos principios eternos y coexistentes, por no poder llegar a la idea de la creación de los seres sacándolos de la nada.

Las aplicaciones de estos sistemas a la moral, iban siendo idénticas en muchos puntos sustanciales. Todos acudían en concreto a un dios único, inconfundible, distinto del universo y del hombre, justo juez y premiador y castigador, cuya voluntad era necesario acatar. Por lo mismo, a él se debía suplicar y orar. Un paso más dieron los estoicos en su anhelo por llegar a la verdad: colocaron entre el dios superior o supremo y el universo toda una serie de Dynameis, de las que unas eran adversas y otras propicias al hombre, pero todas venerandas. En cambio, la virtud había que ejercitarla por su propio valor y no por otro motivo, con lo que ponían una moral sin suficiente fundamento.

Otro conjunto de ideas andaban en movimiento en el Oriente, que eran las ideas judías. El judaísmo estaba en posesión de ciertas verdades como la unicidad de Dios; la existencia de los ángeles, de los que unos habían sido fieles en la prueba que Dios les puso, y otros no y se habían convertido en demonios, y así unos eran auxiliares del hombre para la virtud y otros le eran adversos; la creación del hombre en estado de felicidad y su caída por el pecado, lo que explicaba la presencia del dolor en el mundo y la necesidad de la expiación y de un Redentor, Rey del universo y Juez último de todos. De este modo, al comenzar la predicación evangélica, vino a presentarse tanto a los cristianos como a los judíos el terrible problema de catolizar o judaizar los sistemas filosóficos helenos, o paganizar el catolicismo y el judaísmo. El catolicismo iba a tropezar con el problema correspondiente de o judaizarse o convertir a los judíos: era una gigantesca lucha de ideas provocada por la Buena Nueva.

El gran exponente del esfuerzo judío para sincretizar el judaísmo con el paganismo fue Filón. (14) El estableció la idea del Dios único, pero entre él y el universo colocó una serie de ideas-fuerza que correspondían a las dynameis paganas y a los ángeles bíblicos. Tales ideas operan, pero su operación necesariamente es imperfecta, pues no son Dios, y esa imperfección es el origen del mal. El conjunto de dichas ideas forma el Logos, que viene a ser el representante de Dios en la creación, su imagen, su sello; es un hijo de Dios, o una especie de segundo Dios, pero ese Logos, intermediario entre Dios y los hombres, ni es Ingénito como Dios ni es engendrado como los hombres.

Filón no tiene idea de la Trinidad y hasta parece admitir una materia eterna sobre la que trabaja Dios mediante el Logos intermediario; pero para Filón, toda materia es mala. Ese Logos intermediario antes que nada crea los ángeles, que son de tres clases: unos que andan muy cerca de Dios, otros que andan muy cerca del mundo y son las almas de los hombres, y otros que andan muy abajo y participan de lo grosero y sensual y son los demonios. Las almas se propagan por generación como los cuerpos. Filón nada sabe del pecado original. Por lo mismo, su moral echó por el camino de los estoicos, pero exigió para poder ejercitar la virtud el auxilio y cooperación de Dios. La virtud, según él, no tiene otro objeto que "llevar al alma gradualmente a la contemplación directa de Dios". Contemplación que puede elevarse hasta el éxtasis; pero éste es herencia de sola una porción escogida de la humanidad que son los filósofos.

Como se ve, la predicación evangélica planteó al mundo toda una serie de problemas a los que era necesario responder, o por lo menos discutirlos, ya que la nueva doctrina se presentaba hablando "tamquam auctoritatem habens". Van a bajar a la palestra los más grandes ingenios y se van a mezclar en la disputa también muchas mediocridades. Tal fue el principio y razón de las herejías. San Juan Crisóstomo, sin ser polemista nativo ni apologeta, ni siquiera teólogo original, va a poner su granito de arena así en Antioquía como en Constantinopla; y lo pondrá con una fuerza oratoria apenas igualada en la historia.

De entre los disidentes del catolicismo, fueron los judíos los primeros en entrar en la liza. Muy numerosa era en Antioquía y disfrutaba de especiales privilegios la colonia judía, a causa de que los Seléucidas, lo mismo que los Ptolomeos, habían reconocido en los hebreos un precioso auxiliar para el desenvolvimiento comercial y los manejos políticos. (15) Tenían los judíos en Antioquía un Magistrado o Alabarco, bajo cuya jurisdicción o dirección un Consejo de ancianos o Sinedrio gobernaba la colonia según sus propias leyes. Se les había devuelto parte de los vasos sagrados que anteriormente arrebatara de Jerusalen Antíoco Epífanes, y ellos los guardaban cuidadosamente. Dos Querubines de oro, que los opresores habían transportado a Antioquia, adornaban una de las puertas de la ciudad y le daban su nombre. Según parece había en la ciudad varias sinagogas, una de las cuales funcionaba cerca de Dafne. (16)

Había, como dijimos, entre ellos y los otros antioquenos, muchas almas deseosas de conocer la verdad. (17) Por esto, allá a los comienzos del cristianismo, apenas recibida la Buena Nueva, los prosélitos abundaron y los Apóstoles enviaron a Antioquia a Bernabé para encauzar el movimiento. Este se asoció a Pablo de Tarso para la empresa. Ambos hicieron de Antioquia un centro de irradiación misional sobre el Asia Menor, Grecia y Macedonia. Una tradición antigua señalaba en Antioquia la calle de Sangón, no lejos del Panteón o templo de todos los dioses, como el sitio en que Pablo solía predicar a los gentiles. Quizá en ese lugar se levantó luego la iglesia llamada Palaia o Antigua, en donde varias veces predicó el Crisóstomo. En cambio el sitio en donde solía reunir a los discípulos parece haber sido cierta gruta de que hablan Teodoreto y Malala. (18) La Iglesia antioquena incluso ayudó con sus limosnas a la jeroolomitana cuando el hambre de los años 46 y 47, al final del Gobierno de Cuspio Fado y al principio del de Tiberio Alejandro, judío renegado, hijo del Alabarco de Alejandría. (19)

El Crisóstomo recordará en diversas ocasiones a los antioquenos la particular gloria que les venía de haber comenzado en su ciudad a llamarse cristianos los discípulos de Jesús. (20) Siguióse luego en Antioquia una sucesión de célebres prelados, entre los que descuella san Ignacio, llevado a sufrir el martirio a la ciudad de Roma, en 110, más o menos, bajo la persecución de Trajano. Ya este prelado en sus cartas, excepto la dirigida a los Romanos, tiene como fin precaver a los fieles contra el docetismo judaizante y es el primero de quien nos consta que llamó a la Iglesia de Cristo con el apelativo de "católica". (21)

Porque uno de los primeros errores, de origen judaizante, fue el docetismo. Según los docetistas, el Verbo divino no habría tomado un cuerpo real para redimirnos, sino uno aparente. Junto a este error andaba el de los nicolaítas, llamado así del nombre de su jefe. Estos distinguían entre Dios y el Demiurgo, o Logos de Filón. Y este Demiurgo habría sido, y no Dios, quien habría bajado al mundo; y no para encarnar en una naturaleza humana sino únicamente para unirse a Jesús, simple mortal, hijo de María y de José, a partir del bautismo en el Jordán; y luego lo habría abandonado al acercarse la pasión: porque no podían entender que Dios se humanara y padeciera. Las ramas de este error fueron muchas con diversos matices: ebionitas, nazarenos, esenios, elkasaítas, judaizantes gnósticos y aun semiarrianos. En realidad la doctrina evangélica sufrió poco la influencia del medio ambiente judaico palestiniano; y ésta no pasó más allá del siglo II. En adelante las luchas dogmáticas se centraron en torno del gnosticismo, el maniqueísmo y el arrianismo. Sin embargo, san Juan Crisóstomo, en vista de lo numeroso de la colonia judía de la ciudad, atacó varias veces sus errores casi más que todo ridiculizándolos. (22) Mucho más influyó el judaísmo filoniano o alejandrino, particularmente a través de la gran escuela teológica de Alejandría, en donde enseñaron maestros muy ilustres, como Clemente y sobre todo Orígenes. Antioquía estaba demasiado cerca geográficamente de esa otra ciudad en la que se formó algo así como el nido o plantel de todas las herejías, a causa de la sobresaliente herencia heleno-filosófica que de allá se derivó, desde el siglo III a. C.


(7) Marcelino Amiano, Rerum Gestarum, Lib. XXVII, 3, 12.

(8) Tixeront, Hist. des Dogm., vol. I, pp. 18-21.

(9) La idea de la inmortalidad del alma humana, vulgarizada ya en los tiempos de Octavio Augusto, tenía dos modalidades, como puede verse, v.gr.: en Virgilio (Eneida, VI, 724-751). Según esa idea, eran las almas partículas del inmenso espíritu que llenaba el universo, aprisionadas en la materia de la que dependían todas sus miserias; partículas que incluso estaban repartidas por todos los animales, como los caballos, las aves, los peces. Al morir el cuerpo, esas partículas no podían por sí mismas despojarse de todo lo malo que la materia les había comunicado, y por esto era necesaria una expiación de ultratumba. Por lo demás, si acaso en esa expiación quedaban completamente limpias, iban a refundirse ya directamente en aquel mismo espíritu inmenso y primitivo. Pero, si la expiación de ultratumba no era suficiente, tenían que regresar al mundo y entrar en otros cuerpos de hombres o animales para completar su purificación. Como se ve, en estas ideas del vulgo andaba una mezcla curiosa de los varios sistemas filosóficos a que en seguida nos referiremos.

(10) Eran las taurobolías y las criobolías unos ritos repugnantes de purificación. El que había de purificarse se tendía en una fosa excavada en la tierra y capaz para que él pudiera estar ahí acostado. Encima se colocaba una tabla con rendijas o agujeros, sobre la cual se degollaba un toro (taurobolía) o un cordero o chivo (criobolía), de manera que la sangre cayera en chorros sobre el que había de purificarse y quedara bañado en ella. Se le decía al pecador que con esa purificación alcanzaba a renacer para siempre, o sea que era interior y eterna. Puede verse el Corpus Inscrip. Lat., 510.

(11) Nos ha conservado noticias sobre esto Justino, Apol. I, 6; Otto, I, 182; Dial, cum Triph., 70, etc., etc.

(12) Zeller, La Filos. Grec, vol. III, p. 136, nota.

(13) Puede consultarse sobre esto Fouillée, La Philosoph. de Platón, II, 203, 4.

(14) Zeller, La Filos. Grec, 1. c, n. 2.

(15) Flavio Josefo, B. )., VII, 3, 3; Filón in Flac, S. X; etc.

(16) Malala, X, etc.

(17) Monseñor Le Gamus, 1. c.

(18) Malala, 1. c, dice, tratando de la predicación de san Pablo: "praedicantcm illie primum verbum in vico dicto Sigonis, próximo Pantheoni…"

(19) Eusebio, Compend. de Hist. Ecc, II, 11; Chronicon, p. 79.

(20) Creyeron algunos, como Malala en su Chronographia, X, y Suidas II, 3930 (en la ed. Gaisford), que fue Evodio, primer obispo de Antioquia, quien designó con el nombre de cristianos a los discípulos de Jesús. Otros aseguraban haber sido el mismo Cristo, como Tácito en sus Anuales, XV, 44, en donde afirma que "auctor nominis huius Christus, Tiberio imperitante, per Procuratorem Pontium Pilatum supplicio affectus…" Según san Epifanio uno de los nombres más antiguos de los cristianos fue el de Iessaioi o sea Jesuítas (Haeres. XXIX, 4). En los Hechos de los Apóstoles el nombre cristianos solamente se emplea dos veces (XXV, 28 y XI, 26). Quizá, dice Monseñor Le Camus, de quien es la nota, con mayor probabilidad se ha señalado como origen de este nombre la apelación que la policía romana o la administración civil les habría dado para contradistinguirlos de otros grupos. O tal vez los llamó así la población antioquena "dispuesta siempre a mostrar su espíritu burlón y fastidiada de encontrar incesantemente el nombre de Cristo en los labios delps prosélitos". Tácito, en el sitio anotado, parecería indicar el origen burlón de la palabra cristiano, pues dice "quos per flagitia invisos, vulgus Christianos apellabat". De suyo la palabra griega Xeio'ciavóq es híbrida, o es un neologismo. Su forma correcta debía ser XQiaTivóq o bien XQiaxr¡vóq. Aunque es cierto que este y otros mil neologismos eran ya de uso común en la época en la lengua vulgar. Más tarde se imaginó otra etimología y se supuso que los cristianos se llamaban así porque eran ungidos (que eso significa la palabra griega xsiar°^ de X6íco)> del Señor. Así san Jerónimo sobre el salmo CV, 15; san Ambrosio, de Obitu Valent.; Tertul. Apolog. III; Theophilact. ad Antolyc, I, 12; etc.

(21) Olmedo, La Iglesia Católica en el Mundo Greco-Romano, p. 88.

(22) Puede verse en varias Homilías, como lo haremos notar al calce de su versión.


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LOS ERRORES EN ANTIOQUÍA

Comencemos por dar una ligerísima idea de los tres grandes errores que ya mencionamos: gnosticismo, arrianismo y maniqueísmo. Poca influencia tuvo en Antioquía el error de los maniqueos, y por esto diremos sólo la idea fundamental que perseguía, pues el Crisóstomo la toca algunas veces en su predicación y escritos.

Sostenía una doctrina dualista. El principio del bien y el del mal son distintos, eternos y contrarios, y dan origen a dos reinos también eternos, distintos y contrarios, que son el reino de la luz y el de las tinieblas. Estos reinos se yuxtaponen por su parte superior e inferior, pero sin llegar jamás a mezclarse. De entre los elementos del reino de las tinieblas nació Satán; y éste es el que produce la confusión entre ambos reinos. Satán se reviste de cinco elementos: tinieblas, humo, combustión, oscuridad, viento cálido y niebla. Pero Dios, como jefe del reino de la luz, para resistir sus ataques creó o produjo el primer Eón o Madre de la vida y juntamente un primer hombre, el cual, armado de los cinco elementos puros (que son el soplo ligero, el viento, la luz, el agua y el fuego) debe defender al reino de la luz. Pero ese primer hombre fue vencido y hecho prisionero. Dios lo libró. Mas, en las acometidas de Satán, los elementos puros se mezclaron con los tenebrosos y de esa mezcla apareció una materia mixta. De ésta formó Dios el mundo actual con el fin de ir librando los elementos puros que quedaron en él encerrados y volverlos al reino de la luz. El sol y la luna son instrumentos de liberación, aunque el hombre debe a su vez prepararse para esa liberación. Porque Satán y sus ministros, que son los que han formado al hombre actual, han aprisionado en él, en su organismo material, los elementos de la luz, y le han puesto al lado a la mujer, como elemento de seducción para continuar, mediante la generación, ese aprisionamiento.

En la lucha por la liberación, ayudan los ángeles, quienes han enviado profetas especiales para ello, como son Buda, Zoroastro, Jesús, pero sobre todo a Mani (el fundador del maniqueísmo). Para lograr la liberación es necesario sujetarse a una serie de privaciones y a un ascetismo rudo. Con eso los Elegidos o Verídicos (los que cumplan estrictamente con dicha ascesis) irán directamente al reino de la luz; los Oyentes o Pecadores andarán errantes y pasando por una serie de purificaciones hasta el fin del mundo, y al fin serán lanzados al infierno. El cuerpo no tendrá glorificación alguna; como elemento que es del reino de las tinieblas allá volverá. La secta se extendió sobre todo por Asia, Capadocia y África. Con razón el Crisóstomo se ríe de sus sueños: pruebas de su verdad no las tiene.

Muy grande importancia tuvo en cambio el gnosticismo, padre verdadero de casi todos los errores de los siglos III y IV. Históricamente tuvo dos grandes períodos: uno el de los tiempos de Adriano y Antonino (117-161), con sus jefes Menandro, Saturnino, Basílides, Valentín, Carpócrates, que fueron varones de cierta altura así intelectual como moral. El segundo período comienza con el siglo III, en el que pululan las divisiones y subdivisiones de las sectas que en vez de filosofar se lanzan al abismo de los ensueños e imaginaciones y sus jefes son gente desconocida y moralmente nada apreciable. Los autores han preferido dividirlo geográficamente y no por sus intrincadas ideologías. Del gnosticismo Sirio, en donde entraba Antioquía, fueron representantes los jefes antes nombrados y tuvo alguna elevación.

Los principios fundamentales del gnosticismo eran los siguientes. Hay una ciencia inferior de los dogmas, que es la fe común del vulgo y se llama fe o pistis; y hay otra superior, que se llama gnosis o verdadero conocimiento. De manera que el gnóstico será el hombre que verdaderamente ha comprendido los misterios. El gnóstico sabe que existe un solo Dios, supremo y único que vive en las alturas solitario. Pero de el emanan tres personas o a lo menos lo rodean. Esas tres personas son el Padre (o primer hombre), el Hijo (o segundo hombre), y el Espíritu Santo (o sea la primera mujer). Entre todos forman el Primer principio o Dios Supremo, Padre de todas las cosas, pero del todo desconocido en el mundo inferior. Más: aun para los seres más cercanos a El, es un verdadero Abyzos o Abismo: algo así como un caos de cosmogonías hesiodeas en donde no hay luz ni orden pero que es la fuente del universo.

Entre ese Dios supremo y el mundo inferior hay un mundo intermedio suprasensible, divino también, destinado a llenar el abismo entre el mundo de las tres Personas y el mundo inferior. A ese mundo intermedio se le llama por esto Pleroma y también Ogdoada. Este Pleroma se compone de seres reales y concretos (gnosis siria y antioquena), o bien de abstracciones y pasiones personificadas que se presentan dos a dos formando syzigias o pares: elemento masculino y femenino: gnosis neoplatónica. Y todos esos seres de ese mundo intermedio se llaman Eones, o emanaciones. Hay un Eón principal, que es Cristo, el cual bajó como Redentor al mundo inferior. Porque el alma y la materia son dos elementos contradictorios que mutuamente se excluyen. El espíritu es bueno, la materia es mala. Como el Eón demiurgo había creado la materia, necesariamente era malo, y ese era el Dios de los judíos al cual había que combatir, lo mismo que a su ley, la de Moisés.

Un día, sin que ese Demiurgo lo supiera, el Dios supremo dejó caer en el mundo inferior otro Eón bueno, germen que se ha esparcido por todas las criaturas, pero que sufre prisionero en la materia, y el Demiurgo lo persigue e intenta destruirlo. La mayor o menor participación de ese rayo divino o Eón bueno, divide a la humanidad en diversas categorías, en las que la salvación personal no es resultado del esfuerzo propio sino una consecuencia involuntaria de esa participación. Así, los hombres quedan automáticamente divididos en Pneumáticos o espirituales, Psíquicos y Materiales. En los primeros domina el elemento aquel divino y no pueden pecar; su salvación está asegurada y pueden hacer cuanto quieran, y son los verdaderos gnósticos; los segundos son los cristianos ordinarios de la pistis o fe; en los terceros predomina el elemento de la materia y están irremisiblemente condenados al infierno, como son los paganos y los judíos, y muchos que se llaman cristianos.

La caída original no fue sino el aprisionamiento de aquella chispa vital o Eón bueno en la materia, y su liberación la hace un Salvador. Aquí la concepción gnóstica se divide en tres opiniones. Para unos ese Salvador era simplemente un ser superior a los otros en justicia y santidad; para otros, eran dos seres unidos accidentalmente, uno divino y el otro humano; para los terceros era una simple apariencia la de su cuerpo (docetismo). Más aún: algunos afirmaban ser verdadero cuerpo el del Salvador, pero bajado del cielo a través de María, y no de materia ordinaria. Pero la redención no se opera por los padecimientos del Salvador, sino por el conocimiento del Dios supremo o gnosis que el Salvador nos trajo. La resultante moral tuvo dos matices: para unos, los ascéticos, la materia era mala y había que maltratarla y destruirla como mala; para los otros, los licenciosos, había que mancharla con todo vigor, pues era simplemente indiferente para la gnosis o conocimiento. De aquí el desbordamiento increíble que dieron éstos a sus pasiones. Naturalmente tampoco admitían la resurrección. El fin del universo vendría por la impotencia de su Demiurgo para alimentarle la vida y por el regreso sucesivo de las chispas divinas o celestes, esparcidas en el universo, a su punto de origen.

Como se ve, debajo del gnosticismo andaba el problema de cómo concordar la unidad de Dios con la divinidad de Jesucristo. El gnosticismo rehuía identificarlos en modo alguno y se echaba por las regiones de los ensueños neoplatónicos, al estilo de Plotino. Otros ingenios echaron por el camino del adopcionismo, trillado ya en parte por los gnósticos. El más notable, y como fundador de los adopcionistas, fue Artemón o Artemas, quien parece haber sido profesor en Roma por el año 235. El, Sabelio y Cleomenes, según parece, querían que "idem Pater et Filius habeatur". Así lo afirmó Tertuliano (en su Adver. Praxean, 5). Entonces en realidad no existe el Verbo ni se distingue del Padre y el primer capítulo del Evangelio de san Juan ha de entenderse como una simple alegoría. Y en consecuencia lógica, fue el Padre quien descendió al seno de María. Los llamarán Monarquistas y también Patrip asíanos. Jesús, en su sistema, era simplemente hijo adoptivo del Padre, de mayor virtud y gracia que los demás hombres.

Por su parte Novaciano se atuvo a la doctrina de que, siendo el Verbo engendrado del Padre tenía que ser inferior, así como el Espíritu Santo lo había de ser al Verbo. Esta doctrina, llamada subordinacianismo, muy pronto se identificó con el arrianismo. Por lo que mira a Antioquía, ya en el siglo II un tal Satornil quiso convertir el catolicismo en gnosticismo. Pero no tuvo especial influencia hasta que apareció Pablo de Samosata, del cual tenemos noticias por la Historia Eclesiástica de Eusebio (VII, 27-30). Fue electo obispo de Antioquía en 260, a la muerte de Demetriano. Era un carácter mundano y violento. Su doctrina se reducía al adopcionismo de Teodoto y Artemón, pero lo presentaba con mayor brillo y apariencia de sabiduría. Afirmaba que hay un solo Dios personal; pero que en El se puede distinguir un Logos y una Sofía que no tienen subsistencia propia sino que son más bien simples atributos. El Logos es engendrado, es decir proferido desde la eternidad, pero es siempre impersonal como el logos o palabra humana. Jesús no es sino un hombre a quien el Logos ha inspirado en grado mayor que a los otros profetas; y se le ha unido de un modo exterior, por modo de habitación en él. Jesús, al ser ungido por el Espíritu Santo en el bautismo alcanzó la máxima perfección moral, por lo que Dios le concedió el don de hacer milagros; y por su unión indisoluble con Dios, ahí alcanzada, fue constituido Juez de vivos y muertos y revestido de una dignidad divina. Este modo de explicar la unión del hombre Jesús con el Logos preludia ya el error de Nestorio.

Entre los años 263 y 268 se reunieron en Antioquía tres Sínodos contra Pablo de Samosata. Los dos primeros los presidió Firmiliano de Cesárea, pero no tuvieron resultado práctico. El tercero finalmente lo excomulgó (267-268), sobre todo por obra de Malquión, antiguo jefe de los sofistas, ya convertido, y ahora sacerdote en Antioquía. Pablo fue depuesto de la sede antioquena, pero no la abandonó gracias a la protección de la reina de Palmira, Zenobia. Sólo bajo el imperio de Aureliano fue depuesto definitivamente. Tras de Pablo de Samosata siguió su discípulo Luciano, de quien se dudaba razonablemente si en realidad incurrió en error. (23) Se dice que su prelado lo excomulgó, por lo que él volvió al recto camino y finalmente murió mártir en 312. Con todo, Pablo de Samosata había dejado abundante semilla que luego iba a fructificar. Pero esto necesita de párrafo aparte.


(23) Para el resumen que precede, puede consultarse Tixeront, o. c., vols. I y II. Cuanto al presbítero Luciano actualmente se cree que no incurrió propiamente en error, sino que tuvo expresiones atrevidas en las que por defender la unidad de Dios se acercó al sabelianismo; y que esto indujo al error a algunos de sus discípulos. Ciertamente el Crisóstomo en su panegírico no hace referencia a ningún error que profesara. Santa Elena, cuando visitó el Oriente, fue a Antioquía a ver el sepulcro de este mártir y le edificó una suntuosa basílica. (Véase Mourret, o. c., vol. II, p. 21).


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EL ARRIANISMO ANTIOQUENO

La brillante figura del presbítero Luciano le atrajo muchos discípulos como Eusebio de Nicomedia, Leoncio de Antioquía, Teognis de Nicea. Pero ninguno iba a causar tanto revuelo en el mundo doctrinal como el famoso Arrio. Tenía este hombre unos sesenta años de edad cuando comenzó a llamar la atención. Era originario de Libia, de costumbres austeras, de exterior imponente, de espíritu sutil, brillante y obstinado. No tenía rival, según se decía, en el manejo del silogismo. Había sido partidario de Melecio de Lycomedia, el rigorista. Se apartó de él en 311; y ocupó la importante parroquia de Bocal, en Alejandría. Como a los ocho años de su ministerio, comenzaron a llegar rumores de que sostenía una doctrina nueva: que el Verbo era inferior al Padre y tenía su substancia propia, de manera que "hubo un tiempo en que no existía". Con su actividad y métodos de propaganda se atrajo a Eusebio de Nicomedia y luego a Eusebio de Cesárea; y compuso infinidad de cantos populares para difundir su error.

De suyo era Antioquía un campo poco fértil para aquellas discusiones, de sabor neoplatónico, más propias de Alejandría.

Sin embargo, el brillo del Presbítero Luciano, de quien Arrio había sido discípulo, hizo que se diera entrada a sus errores. Para mejor entender la situación debemos decir una palabra sobre las dos grandes escuelas teológicas formadas en aquellas partes del Oriente: la antioquena y la alejandrina. La antioquena reconocía como fundador al gran maestro Luciano. Esta escuela se apoyaba sobre todo en la filosofía aristotélica y sostenía que en la Sagrada Escritura había un sentido único literal, aunque no negaba que hubiera, también en diversos pasajes un sentido alegórico o típico como se dice en el lenguaje teológico. Además, prefería la moral a la mística e insistía en la real distinción de las tres Personas divinas en la Trinidad, dentro de la unidad de Dios, y en la real distinción entre la naturaleza humana y la divina de Jesucristo, cosa que luego se exageró y dio origen al nestorianismo. Los discípulos y profesores posteriores de Antioquía siguieron esas líneas para sus estudios.

En cambio, la escuela alejandrina, que tuvo como principales fundadores y maestros a dos figuras de inmensa talla, Clemente y Orígenes, quiso, para sistematizar en un conjunto colosal todas las verdades católicas, basarse casi simplemente en la exégesis alegórica de la Sagrada Escritura. Fue una sobreestimación del sentido espiritual y moral sobre el literal e histórico, que algunas veces incluso le parecieron a Orígenes inadmisibles. Como era natural, cayó en diversas exageraciones y errores que se designaron con el nombre de origenismo. Había debajo del origenismo un neoplatonismo subyacente y se daba la primacía a la contemplación de Dios; había una insistencia demasiada sobre la unidad de Dios con peligro de sabelianismo; había una tendencia a divinizar de tal modo a Jesucristo que la sagrada Humanidad viniera a quedar en la sombra.

A pesar de las diferencias, como decíamos, Antioquía recibió la influencia de los arríanos. El Concilio ecuménico de Nicea, en 325, condenó las doctrinas de Arrio, pero éste no cedió. Pronto, para distinguirse de los católicos optaron los arríanos por encerrar en una palabra lo central de su pensamiento y escogieron la palabra homoiousios (Sfioiovoio$) para significar que el Verbo tenía una substancia sólo semejante a la del Padre y le era inferior, mientras que los católicos sostenían la palabra o fórmula homoousios (ouoovaiog) o sea consubstancial con el Padre y por lo mismo igual a Él.

Apoyaron a Arrio algunos discípulos de Melecio, obispo intruso de Licópoíis, en Egipto. Este Melecio, con cuatro presbíteros y tres diáconos de Alejandría y 29 obispos de Egipto, formó una Iglesia aparte, y su partido se sumó al de los arríanos. Por otra parte muchos de los intelectuales encontraban en la concepción arriana un modo fácil de acomodar el cristianismo a sus concepciones filosóficas. Arrio murió en 335. Sus adeptos, a fuerza de astucias, embustes y politiquerías, de tal manera se fueron imponiendo por todas partes, sobre todo en Oriente, que llegó a decirse que todo el era arriano.

En Antioquía, cuando comenzó a difundirse el arrianismo y llegaron a la ciudad las primeras novedades, se le condenó y rechazó. La escuela antioquena no tenía clima para esas formas de error de cuño alejandrino. De todos modos, no dejaron de hacer adeptos gracias al fermento que habían dejado en la ciudad los gnósticos. Sucedió que Eustato, obispo de Antioquía, hiciera presión sobre los otros prelados con el objeto de que se diera cumplimiento a las determinaciones del Concilio de Nicea en contra de las doctrinas arrianas. Entonces los partidarios de Arrio pasaron a los fraudes y violencias y se coligaron contra Eustato. Lograron finalmente que fuera condenado por un Sínodo y depuesto de su sede y desterrado. Murió en el destierro. Inmediatamente, por medio de una elección turbulenta fue designado obispo de Antioquía Eufronio, que era del partido de Eusebio de Nicomedia. Con esto, los arríanos triunfaron en Antioquía suficientemente y la ciudad pareció ser arriana por el espacio de 30 años, o sea hasta los primeros de vida del Crisóstomo.

Volvamos un poco atrás. Cuando Constancio llegó a ser el amo del Imperio, se sometió a las influencias arrianas a causa de su mujer, a la que prácticamente gobernaban Eutocio y Eusebio de Nicomedia, arríanos. Pero, en ese tiempo, los arríanos se dividieron en dos facciones: los de derechas que aceptaron el símbolo del Concilio de Nicea, pero sin la palabra homoousios o consubstancial, y los de izquierdas que no solamente rechazaban el símbolo del Concilio, sino que ni siquiera admitían ya la fórmula homoiousios, que había sido la tésera desde los principios. A éstos se les nombró anomeos, porque optaron por la palabra anomoios (ávófioiog), o sea ni siquiera de substancia parecida. Contra este grupo de arríanos en especial combatirá el Crisóstomo; de manera que, según parece, fue la rama que más quehacer dio en Antioquía y luego en Constantinopla al santo Doctor de la Iglesia. A estos herejes a veces se les denomina aecianos y a veces también eunomianos a causa de los dos jefes principales Aecio y Eunomio.

Propiamente los arríanos no comenzaron a reunirse en Iglesias separadas, hasta el año 338. Sucedió, pues, que por el estío del 341 tuviera lugar en Antioquía una solemnísima fiesta, con ocasión de dedicarse o consagrarse el famoso templo llamado Dominicum Aureum. Asistieron unos 97 obispos, todos orientales. Había entre ellos una minoría de semiarrianos muy hábiles y activos, entre los que se contaba Eusebio de Nicomedia, entonces obispo de Constantinopla. También estaba ahí Acacio, obispo de Cesárea. Se reunieron, pues, como era costumbre, en Sínodo, al cual llamaron in encaeniis o sea de la dedicación. Con este Sínodo comenzó la era de las definiciones en fórmulas dogmáticas para bien determinar las posiciones doctrinales. Esto fue un gran paso para dividir los campos y evitar confusiones entre los fieles.

Con todo, aunque Antioquía se encontrara bajo la presión de los arríanos, no adelantaban éstos mucho. Hasta que un obispo amano, de nombre Esteban, puso todo su empeño en propagar la secta. Entonces sí pareció que toda Antioquía era amana. El emperador Constancio, en las fiestas de Pascua de 344, hubo por esto de convocar un Sínodo en la ciudad con toda urgencia, para sujetar a juicio al obispo Esteban, que se mostraba fervoroso anomeo. Esteban fue depuesto por el Sínodo, que redactó la fórmula llamada macróstijos, en la que algunos creyeron notar resabios subyacentes de sabelianismo. Pero, prácticamente desde la expulsión del valeroso obispo Eustato, la ciudad continuó bajo el dominio de los arríanos. Al fin, la masa de la población acabó por hacerse del partido de ellos. No se nos han conservado los nombres de los obispos de la secta en esos 30 años. Un pequeño grupo mantuvo íntegro su catolicismo y nunca quiso reconocer a los intrusos, sino que continuó practicando el culto católico en casas particulares. A estos fieles se los denominó eustatianos.


Homilias Crisostomo 2 1004