Homilias Crisostomo 2 1015

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EL ARTE DEL CRISÓSTOMO

Es necesario convenir en que el cristianismo introdujo una nueva clase de oratoria desconocida del mundo pagano. No creemos que orador alguno, latino ni griego, que fueron los que en el lado de sus restos a esa capital. Por lo que cuentan todos los historiadores, el pueblo nunca estuvo de parte de los que perseguian al santo.

Por definición, la oratoria sagrada tiene por objeto arrastrar al oyente a que acepte las verdades de la doctrina de Cristo y ponga en práctica sus preceptos. Por otra parte, el orador sagrado se presenta a hablar como legado y representante de Dios y su Enviado Jesucristo y por lo tanto con la autoridad que le da esa delegación oficial que tiene para anunciar la doctrina de Cristo. Así el cristianismo introdujo en el mundo una forma de oratoria que se distingue de todas las otras por el fin, por la persona del que habla y por la autoridad con que lo hace. Con esto se ve ya que las fuentes de la predicación cristiana son también esencialmente distintas de las de la oratoria profana: son en primer lugar las Sagradas Escrituras y todo lo que ayuda a completarlas o esclarecerlas, como son la Tradición, los santos Padres, los Concilios, los Teólogos. Como confirmación de sus argumentos puede echar mano de las razones filosóficas, pero no está en ellas su fuerza ni su base. Y para no errar en todo esto debe atenerse estrictamente al magisterio de la santa Iglesia que Jesucristo instituyó en la tierra como fiel e infalible intérprete de su pensamiento y sus mandatos.

Las anteriores afirmaciones en modo alguno significan que el orador sagrado haya de despreciar o a lo menos prescindir de los elementos humanos que Dios puso a disposición de los hombres para persuadir unos a otros. Al revés, ha de emplearlos del mejor modo posible, con tal de que no desnaturalice la oratoria sagrada. La verdad, el afecto, la pasión, la fantasía e imaginación, la sensibilidad o corazón, la presentación misma exterior han de ayudar para mejor persuadir al oyente; y esto con tanta mayor necesidad cuanto que han de arrastrarlo a cosas que de suyo le son muy cuesta arriba, como es el dominio de sus pasiones y el ejercicio de todas las virtudes. En consecuencia aquel que mejor funda en una sola unidad ambos elementos, divino y humano, ese será el mejor orador sagrado.

Naturalmente que no vamos a iniciar un estudio comparativo de los grandes oradores sagrados. No lo intentamos y sería cuestión de todo un Tratado. Nos ceñiremos por consiguiente a unas cuantas indicaciones que abran camino para comprender en alguna manera el arte maravilloso del Crisóstomo. Tampoco vamos a estudiar la fuerza particular que a sus palabras comunicaba ese otro elemento decisivo en la oratoria sagrada, al que llamamos santidad o sea el ejercicio heroico de la virtud. Quien pueda comprenderlo que lo comprenda. Esa santidad era la que en el Crisóstomo añadía tan especial elemento de autoridad a sus palabras, aparte del que ya naturalmente llevaban por hablar él en nombre y como legado y embajador de Cristo y de Dios. Todo eso salta a la vista y no necesita de mayores considerandos. La materia misma de su elocuencia es común a los otros santos Padres, hablando en general: todos, en esa época, más o menos estaban empeñados en el estudio e interpretación de las Sagradas Escrituras así para mejor comprender los dogmas como para mejor refutar las herejías. En cambio, nos interesa mucho la forma con que el Crisóstomo las expone y el modo con que aprovecha los humanos recursos naturales de la elocuencia para arrastrar a sus oyentes.

Debe advertirse desde luego que, como acabamos de indicar, la oratoria sagrada se distingue de la profana por razón de la persona que habla, de la autoridad con que habla y del fin que se propone; pero cuanto al arte de persuadir, si descartamos el elemento de la santidad que tanto ayuda al orador sagrado, en lo demás no se distinguen ambas oratorias: echan mano de los mismos elementos: claridad en el fin propuesto y recta disposición así del elemento intelectual como del volitivo y pasional para llegar a ese fin, y conveniente presentación ante el auditorio. Son pues estos los elementos que someramente estudiaremos en el Crisóstomo.

Y comenzando por el elemento intelectual, la primera observación que se ofrece es que san Juan Crisóstomo no es ni el teólogo que expone secamente, escuetamente las verdades, ni tampoco es un polemista dedicado a defenderlas: es, antes que todo, un expositor de ellas, de manera que toma todos los medios para explicarlas y hacerlas inteligibles a sus oyentes. De paso es como de ordinario toca la parte apologética y polémica del cristianismo, excepto en algunos Tratados y Homilías como las dirigidas contra los Anomeos. Pero como no explica las verdades únicamente para que bien se entiendan, sino para que el oyente se decida a poner en práctica las consecuencias que ellas tienen para la vida, con mucha frecuencia deriva su discurso y enfoca las ideas a moralizar. Tanto que no han faltado quienes se lo noten como un defecto: las aplicaciones morales y la exhortación al bien vivir llenan a veces la mayor parte de sus discursos.

Esta misma tendencia, juntamente con el total desprecio de las alabanzas mundanas y del amor y estima propia, hacen que repetidas veces en una sola Homilía toque temas muy diversos y sin conexión lógica entre sí, hasta el punto de que no han faltado quienes aseguren que "hay en él más calor que lógica, más imágenes que argumentos". (79) Lo que significa que va constantemente en persecución del bien moral de los oyentes, y prescinde de las formas hechas del discurso clásico. Mas no significa que la argumentación del santo sea floja o inepta: eso no le acontece nunca. Incluso a veces le sucede proponer tres partes en que dividirá el discurso, que luego en la Homilía se reducen a dos o se extienden a más. Aunque siempre claro tanto en la idea como en las divisiones y subdivisiones, toma esto como elemento secundario y propio de retóricos. Le importan más las almas que la distribución proporcionada de su pieza oratoria.

Finalmente, expone la doctrina con claridad y generalmente bajo el sentido literal, tan propio de la escuela teológica y escriturarla de Antioquía. De manera que de ordinario toma el texto de la Sagrada Escritura y lo va comentando y desenvolviendo y aplicando por lo que dice, por la comparación con otros sitios paralelos de las mismas Escrituras, por el obvio sentido de las frases o las palabras, o por raciocinios humanos perfectamente seguros. Al modo de los otros santos Padres, rarísima vez cita a los otros Doctores; tiene su mirada fija antes que en otro alguno en el gran Doctor de las gentes, Pablo. A éste estudia, a éste alaba sin descanso. Llegóse a afirmar que el mismo Pablo le dictaba sus sermones y que se le había visto muchas veces conversar con él familiarmente. No pasa eso de una leyenda, pero confirma lo que veníamos diciendo. Podemos pues decir que la fuente de su hermenéutica se encuentra en sus profundas meditaciones.

Aunque tan segura en su catolicismo la doctrina del Crisóstomo, todavía, en el fervor de su predicación tuvo a veces algunas expresiones que sus enemigos podían torcer en mal sentido. Famosa es la que dijo acerca de la penitencia: "¡No te traigo yo al medio de tus consiervos ni te obligo a revelar tus pecados a los hombres! ¡despliega tu conciencia delante de Dios, muéstrale a El tus llagas, a El pídele el remedio". Se quiso entender esto como si el santo no estimara ni quisiera la confesión con el sacerdote. Pero no es exacto. Aparte de que en otros muchos sitios alaba y exige la confesión con el sacerdote, la expresión referida está en conexión con la nueva disciplina de la Iglesia, introducida por Nectario en Constantinopla, por la que se vedó desde entonces la confesión pública de los pecados por las graves dificultades que ella ocasionaba.

Mucho más grave fue la cuestión que se suscitó sobre la acción de la gracia y la actividad del libre albedrío en los últimos años de su vida. Juliano y Aniano, pelagianos, repetían que el Crisóstomo los favorecía; y aun se tuvo a Casiano, uno de los discípulos del Crisóstomo en Constantinopla, por los años de 401, como autor del semipelagianismo. Ciertamente en sus escritos y Homilías dejó caer el Crisóstomo frases que sin duda él mismo habría puntualizado de haber existido ya la cuestión teológica sobre las relaciones entre la gracia y el libre albedrío. Tenemos que detenernos un poco más en esto.

En la Homilía sobre el texto de san Pablo: "Teniendo el mismo espíritu de fe", etc., dice: "Porque quería declarar (el Apóstol) que el comienzo de creer y obedecer al que llama toca a nuestra buena voluntad; pero, una vez que se han puesto ya los fundamentos de la fe, entonces es necesario el auxilio del Espíritu Santo a fin de que permanezca ella en nosotros inconcusa e inexpugnable. Porque ni Dios ni la gracia del Espíritu Santo se adelantan a nuestro propósito. Pues, aunque Dios llame, pero espera a que espontáneamente y por propia voluntad nos acerquemos; y cuando finalmente nos acercamos, entonces nos da por entero su auxilio".

Cosa parecida afirma en la Homilía sobre san Juan, cuando explica el texto: "Como Jesús se volviera y los viera que le seguían, les dijo: ¿qué es lo que buscáis?" "Por aquí nos enseña, dice el santo Doctor, que Dios no previene nuestras voluntades con sus dones, sino que una vez que nosotros hemos comenzado, cuando hemos echado por delante nuestra voluntad, entonces es cuando El nos ofrece muchísimas ocasiones de salvación". Y en la Homilía 59 sobre el Génesis, usó de un lenguaje verdaderamente confuso. Hablando ahí de Jacob, el hijo de Isaac, dice: "Aunque se había apoyado en el auxilio de arriba, pero con todo él primero puso de su parte lo que le tocaba. Pues del mismo modo, debemos nosotros persuadirnos de que, por más que nos esforcemos millares de veces, nada podemos hacer si no es ayudados por el auxilio de arriba. Porque así como no podemos obrar nada recto si no gozamos de ese auxilio, del mismo modo, si no ponemos lo que está de nuestra parte no podremos alcanzar el auxilio de lo alto".

Creemos ser necesario tomar en el mejor sentido posible estas y otras expresiones del santo. En primer lugar porque la Iglesia aún no había tratado de propósito esa cuestión del libre albedrío y la gracia, de suyo oscurísima. Por otra parte, el santo tenía que improvisar constantemente, y como dijimos mantenía fija su mente más en el provecho de los oyentes que no en las disquisiciones teológicas. Además, el mismo, refiriéndose al monje Pelagio, que todos creen ser el mismo autor del pelagianismo, pues éste comenzó a extender sus errores en el último año de la vida del santo, dice: "Muy grandemente me duelo del monje Pelagio. Piensa tú de cuántas y cuan grandes coronas se han hecho dignos quienes esforzadamente permanecieron firmes en el combate, cuando varones que habían vivido en tan grande piedad, paciencia y ejercicio de virtudes, vemos que nos son arrebatados por el demonio con engaño". (Carta IV a Olimpias).

Cuanto a sus interpretaciones del texto escriturario, ciertamente son muy acertadas y forman autoridad en la Iglesia, pero es necesario siempre cotejarlas con las de los otros santos Padres; y sobre todo tener en cuenta los datos modernísimos de los estudios bíblicos: no se le podía pedir al santo Doctor una ciencia superior a la edad histórica que vivía. De vez en cuando intercala algunas consejas que andaban validas entre el pueblo y que en manera alguna son verdaderas. Conviene advertir que el Crisóstomo nunca se dedicó a la erudición profana después de su conversión. Así, por ejemplo, de la inmensa erudición dialéctica y retórica que acopió en la escuela de Libanio, apenas aparece nada en sus obras: se diría que hay un corte total en su vida, desde el momento en que se entregó a Dios. En Antioquía estaba muy en auge en su tiempo la erudición clásica y los recuerdos del paganismo muy vivos, y con todo, por el Crisóstomo no nos enteramos de las fábulas de los dioses ni de las teorías de los filósofos salvo raras veces. Usaba de esos elementos única y exclusivamente en cuanto le servían para el bien de sus oyentes.

Lo mismo debe decirse acerca de las consejas a que aludíamos. Las refiere para sacar de ellas lecciones morales y nada más, sin preocuparse de su verdad histórica. Así, por ejemplo, cuando habla del estiércol en que se revolcaba el santo Job, afirma: "Muchos hay ahora que emprenden una larga peregrinación transmarina desde los confines de la tierra hacia Arabia para ver el estiércol, y cuando lo han visto, besan la tierra que recibió sobre sí la sangre derramada en la batalla por aquel vencedor, más preciosa que todo el oro". Acerca del arca de Noé dice que "aún se conservan sus reliquias en los montes de Arabia hasta nuestros días". Refiriéndose al Mar Muerto, explica: "Pero esta (tierra) es ahora la más desierta de todos los desiertos. Porque tiene árboles y éstos producen sus frutos, pero esos frutos son un memorial de la ira divina: hay ahí espléndidos granados que a los que lo ignoran dan buena esperanza por su aspecto, pero cuando sus frutos se toman en la mano y se parten, presentan en su interior no fruto alguno sino ceniza y abundante polvo".

También en lo tocante a la cosmología, el santo es un hombre de su tiempo. Nos habla de los cuatro elementos de que están compuestas todas las cosas y otras opiniones de este jaez. Sin embargo ni en esto tampoco se detiene ni hace gala de alguna erudición. Como dijimos su mente permanece enclavada en el pensamiento de Dios y en la palabra de Cristo y todo su anhelo es ayudar a bien vivir a sus prójimos. De otras ciencias apenas parece tener noción y muy vagamente las aplica, por ejemplo de la medicina. Del argumento histórico, que tanto explotaron Demóstenes y Cicerón, el Crisóstomo solamente hace uso tomándolo continuamente de las Sagradas Escrituras, lo mismo que los ejemplos: parece sabérselas de memoria, según es la facilidad con que las cita y las maneja.

La forma retórica es sin duda de las más atrayentes en el Crisóstomo : todas las galas del estilo están al servicio de la idea, así corno la idea lo está al servicio de la doctrina y de la moral de Cristo. Se suceden sin interrupción las antítesis, las comparaciones, los ejemplos; tropos de todas clases se atrepellan por salir de aquella boca de oro, y van brotando con una naturalidad y fluidez que espanta. Su imaginación trabaja sin trabajo alguno y encuentra siempre la más adecuada imagen para explicar la idea. El espíritu de observación es finísimo: delante de él van discurriendo y pasando todas las bellezas naturales de la bella Antioquía, como su río y sus torrentes, sus montes y sus cavernas, sus prados y sus muros, sus flores, sus jardines y sus frutos, su cielo y su atmósfera, sus tempestades y sus calmas, las lejanías de sus horizontes que aparecen desde las cumbres del Silpio y las inmensidades del mar situado no muy lejos de la ciudad. Y todo esto con el pormenor, muy instructivo, de que no localiza tales bellezas ni alude al sitio en donde se encuentran, salvo raras ocasiones. No oímos en sus Homilías ni el nombre del Silpio ni el del Estauris, ni el del Orantes; y sin embargo los estamos viendo en las descripciones y comparaciones que el santo emplea para explicar su pensamiento.

Ese mismo espíritu de observación hace que a su ojo perspicaz no pase inadvertida ni una sola de las costumbres antioquenas o constantinopolitanas. Desde las carrozas reales, las galas del vestido imperial, las armaduras de las cohortes, el oropel de la corte y sus vicios profundos, hasta la soberbia de los filósofos, las mil trampas de los comerciantes, las hechicerías de las barriadas, los festines y los pordioseros, toda aquella sociedad antioquena, o por decir mejor oriental, del siglo IV, la podemos reconstruir a través de las pequeñas o largas descripciones y etopeyas de los discursos del santo, en imágenes llenas de colorido que, como decíamos, se atrepellan unas a otras, hasta el punto de que a veces se encuentran sobrepuestas, y no ha terminado una cuando ya aparece la que la sigue. Imaginación netamente oriental que se desborda empujada por el celo de las almas, y que a veces, como ya se ha hecho notar por algunos autores, salta los límites de la ordinaria concepción en prosa para entrarse por los campos de la poesía.

Ese encanto aumenta sobre manera con el de la expresión misma verbal que va siguiendo todas las sinuosidades del pensamiento con una fidelidad que nada tiene que pedir a Cicerón o a Isócrates. El estilo es a veces cortado, casi sacudido, por medio de interrogaciones, dialogismos, sentencias o breves reflexiones. Otras veces avanza con la calma del Orontes y con su misma solemnidad, y se va desarrollando en frases de amplitud varia que rematan en una cadencia inesperada o en un corte brusco, a la manera de quien se asomara a la boca de un precipicio del Silpio. De vez en cuando, muy pocas por cierto, el empuje brioso del pectus oratorium es tal que habiendo comenzado el período en forma de prótasis, se va enriqueciendo hasta perderse, como en amplias espirales, en un bosque de incisos, y acaba por producir sorprendentes anacolutos así gramaticales como de idea.

Por todas partes aparece, pero revestida de aquel continuo fervor de espíritu y ánimo apostólico, la forma pulcra y la abundante exposición de que tanto se admiraban sus contemporáneos, en especial su profesor Libanio. Aquella formación clásica fue la base humana del orador sagrado. Pero, mucho más que en la exposición de la doctrina, con tanta claridad y de modo tan apto para la instrucción de los fieles; y mucho más que en el dominio absoluto de los secretos del arte retórico, es admirable san Juan Crisóstomo en la vida interna que sabe comunicar a cuanto dice. Nada hay frío; todo está lleno del calor divino de la santidad y juntamente del entusiasmo humano que necesariamente se comunica a los oyentes cuando es sincero y con ellos acopla.

No es posible que nos detengamos a hacer un estudio pormenorizado del manejo del elemento pasional en la predicación del santo. Mejor será que quien quisiere comprenderlo y copiarlo se dedique a examinarlo cuidadosamente en sus obras. Ciertamente todos los autores han alabado su íntima compenetración psicológica con el auditorio, al cual mueve y conmueve con una natural facilidad que parece de milagro: lo lleva a donde gusta y lo reviste de los afectos que desea. Maravillosa es la manera con que hace saltar los primeros pródromos de gozo, de terror, de compasión, de ira santa, de vergüenza: no hay alguna clase de afectos que no sepa magistralmente despertar, llevarlos a emociones y convertirlos, si a bien le viene, en pasiones activísimas. Ligeras observaciones acerca de este arte consumado nos permitiremos en algunas de sus Homilías, como de paso. Por ahora, basten estas brevísimas indicaciones.

No le faltan defectos en su oratoria, pero el conjunto de ella era tan conmovedor que, según testimonios contemporáneos del todo seguros, el hipnotismo que producía el santo al hablar a sus feligreses con mucha frecuencia los llevó a aplaudirle en la iglesia, interrumpiéndolo en su predicación; y el mismo santo tuvo no pocas que contener a quienes lo aplaudían. Como decíamos no faltan defectos en sus Homilías si se las considera a la luz de las preceptivas de la Retórica, y bien está que también en esto nos fijemos, para que el cuadro sea completo. Muy bien los reúne Fray Mateo, O.S.B., en una nota que nos han trasmitido los reeditores de Montfaucon (Vol. XIII, págs. 212-213), y que vamos a copiar. Con ella cerraremos este párrafo, tan incompleto, que hemos dedicado a la oratoria del santo.

"De dos géneros son las Homilías del Crisóstomo. Porque en unas trata continuadamente y por su orden libros íntegros de la Sagrada Escritura. Y en este género, propone en cada Homilía una parte del Libro y la explica en la parte primera de la Homilía y a veces dos y tres la vuelve a tratar (a). Pero la segunda parte de la Homilía la dedica toda entera a dar la doctrina moral sobre las costumbres, y toma la materia o bien del texto que ha explicado (y esto es ordinariamente de unos pocos textos o de uno solo), o de las circunstancias de tiempos, lugares, personas y sucesos que en esos días se traían entre manos; hasta el punto de que a veces parece forzado el discurso y como traído por los cabellos. En esta forma tiene frecuentes invectivas contra los teatros, los juegos del circo, las artes mágicas, los juramentos, las supersticiones, la voluptuosidad y el lujo, y contra los que se ponían a charlar dentro de la iglesia o se reían alto o bailaban, y contra los ladrones cortabolsas, y contra los demás vicios de aquel siglo desenfrenado que corría a su ruina, vicios increíbles y que sobrepasaban toda medida.

"El segundo género de Homilías o bien exponía las Lecciones que se tenían en ese día, tomadas de los Evangeliarios, o del Apóstol san Pablo; o bien celebraban ciertas festividades o tiempos del año, o se tenían en circunstancias especiales, por determinados acontecimientos. En este segundo género, la elocución es más solemne y pomposa; y por lo que hace a la invención nadie ciertamente echará de menos el ingenio del Crisóstomo, sino más bien lo reprenderá por su estilo lujuriante y que sobrepasa el modo debido, y aun deseará una mayor probabilidad y verosimilitud en diversas ocurrencias de su inventiva.

"Como ya dije, las Homilías del primer género tienen todas una misma disposición. En cambio de las de este segundo, son poquísimas las que tienen una disposición conforme a las reglas del arte. No raras veces el orador cambia de proposición y da a las palabras de ella una interpretación o más amplia o más estrecha de lo que permiten. Añádase que con frecuencia, mientras va tratando el argumento, se desvía a cosas ajenas de él, porque con dificultad puede refrenar su propio ingenio llevado del entusiasmo. Y por lo que mira al aparato oratorio, es decir al floreo y al colorido, el orador por todas partes avanza rodeado de ellos: se diría que es un General que, habiendo conquistado a Constantinopla, vuelve llevando consigo todas las abundancias de su regia opulencia y todo la magnificencia de sus lujos.

"También se le reprende al Crisóstomo la desproporción de las partes. Porque a veces el Exordio llena la mitad del discurso. Otras veces, apenas ha tratado brevemente el argumento, cuando continúa con una extensa charla con sus oyentes. En el primer género de Homilías, al explicar las sentencias de la Escritura, la elocución de vez en cuando no es tan elaborada y perfecta, cosa que sería mucho de alabar, sino que más bien es lenta, descuidada y negligente, con lo que causa fastidio por las muchas repeticiones. En el segundo género, repetidas veces la elocución es rebuscada y llena de continuos tropos no todos del mismo valor, y recargada de floreos exorbitantes y de variados colores que no dicen entre sí; y más parece ordenada a hacer ostentación de sí y a dar gusto a los oídos del auditorio; porque es, en la cantidad, excesiva e inflada y llena de hinchazón; y para usar de las palabras mismas del Crisóstomo es briousa, brithousa, xomosa.

"Cuanto a las Cartas del Crisóstomo, no las recomendaría yo a nadie con excesivo empeño, sino únicamente a quienes desean conocer por ellas la historia. Sobresalen entre las demás, las pocas y largas dirigidas a Olimpias, pero éstas sobrepasan el modo epistolar, y la mayor parte son muy parecidas por sus sentencias y aun por sus palabras. Aquel b rjdixóv (sentimiento suave) que antes que otra cosa alguna da valor a las cartas familiares, en éstas aparece unas veces como de solas palabras y fórmulas vulgares y otras c.omo algo rebuscado y fingido, que por lo mismo desagrada.

"Pero todo esto sea dicho queriendo buscarle sus defectos, que en realidad están compensados con excelentes virtudes, que se encuentran casi en cada período. Porque unas veces enseña con profundidad, otras combate con firmeza; a veces se expresa con profundidad y elegancia, otras se explaya en ornatos oratorios; en unas partes deleita con la agudeza del ingenio y en otras aterroriza al modo del relámpago y del rayo. Añádase a esto la dignidad con que trata las costumbres cuando las toca en sus discursos y el peso y la alteza de sus sentencias y su ánimo despreciador de los vicios, los deleites y las vanidades del mundo, y a la vez piadoso y sumamente cuidadoso de la unción y la devoción (b). Y a la verdad: si este orador hubiera hablado en Atenas o en Roma, a hombres llenos de modestia y de morigeradas costumbres, y delante de oyentes llenos de gravedad y justos estimadores de la elocuencia, lo compararíamos con Esquines o con Cicerón, tras de los cuales, obtener él el segundo o el tercer lugar, todavía es un honor".

Hasta aquí el juicio, netamente retórico, de Fray Mateo, quien, como se advierte, ha procedido, conforme a las reglas de la Retórica clásica, a examinar la Invención, la Disposición y la Elocución. Por su parte, los reeditores de Montfaucon añaden las dos observaciones que hemos marcado con a) y b). a) Cuanto al primer género de Homilías, "se aparta el Crisóstomo de esta norma en muchas de las Homilías sobre el Génesis. Porque en ellas, el Exordio y la Peroración están dedicadas a tratar de las costumbres y el cuerpo del discurso expone la sentencia o Q^ot^ de la Escritura. A veces en el Exordio recopila lo ya tratado antes. En las Homilías sobre los salmos, va recitando las palabras, las explica brevemente, y en seguida a cada explicación añade una exhortación moral. Esto hace que en cada Homilía topemos con muchos y disímbolos argumentos morales, b) Así como entre los oradores no cristianos ninguno hay que supere a Isócrates en el decoro al recomendar las virtudes cívicas, así el Crisóstomo, después de Cristo y de los Apóstoles, al hablar de las virtudes cristianas no tiene ni superior ni igual, por el peso y profundidad de sus sentencias, entre los oradores cristianos griegos, para no hablar de los latinos".

Repasando los escritores autorizados que desde la antigüedad se han ocupado de la elocuencia del Crisóstomo, podríamos amontonar testimonios contestes de la admiración universal que siempre ha despertado, a pesar de los defectos que se le pueden y deben señalar. De modo que, por encima de las apreciaciones personales, la voz universal lo ha proclamado uno de los grandes genios de la oratoria así en el sentido profano como en el sagrado. Su lectura y sobre todo su estudio será siempre un elemento indispensable para todo predicador que quiera llenar su oficio con perfección.

Tratándose, en particular, de la oratoria sagrada, pensamos nosotros que no hay testimonios de mayor peso que las palabras de los Romanos Pontífices, de las cuales podríamos también aquí acumular muchas y muy elogiosas. Pero no lo haremos para no alargarnos excesivamente. Baste con recordar cómo la Sagrada Congregación de Obispos y religiosos, a 31 de julio de 1894, afirmaba: "A la piedad y a la virtud cristiana debe ir unida la ciencia… pues está demostrado por una constante experiencia que en vano se esperará una predicación sólida, ordenada y fructuosa de parte de aquellos que no se han nutrido con buenos estudios, principalmente sagrados, y que, confiados en cierta locuacidad natural, suben temerariamente al pulpito o con poca o ninguna preparación".

Teniendo pues en cuenta esto, y que el Crisóstomo es no un libro sino toda una biblioteca sacra, con mucha razón León XIII, en la sala ducal del Vaticano, el (4) de julio de 1880, decía a los Párrocos y Predicadores y Teólogos: "Para responder a vuestros deseos, ponemos a los oradores sagrados bajo la tutela y patrocinio de san Juan Crisóstomo, a quien proponemos como ejemplar al que todos imiten. El es, sin dificultad, como a todos es manifiesto, el príncipe de los oradores cristianos: el áureo río de su elocuencia, su invencible fuerza en el decir, la santidad de su vida, cosas son que con sumas alabanzas celebran todas las naciones". Y luego Pío X oficialmente a este supremo orador cristiano "Caelestem oratorum sacrorum Patronum declaravit atque constituit". (80)


(79) Villemain atribuye precisamente a ese predominio del afecto sobre la lógica, a que "hay en él más calor que lógica, más imágenes que argumentos", el que sea el Crisóstomo "tan familiar, persuasivo y adaptado a su auditorio". (Tableau de l'éloquence chrétienne au IV siécle, pp. 149-181) Nos permitimos disentir de su afirmación. La lógica del Crisóstomo es férrea, aunque se presenta a veces como diluida entre jardines de flores retóricas orientales. Cuando expone su pensamiento y lo razona lo hace de tal modo que, como dice Montfaucon (Prefacio a Sancti Ioannis Chrysostomi Opera Omnia), parecería que no es posible encontrar un modo más apto de presentar y razonar la verdad. Es cierto que la imaginación de san Juan desborda "hasta causar náuseas a algunos la ininterrumpida continuidad de los tropos y comparaciones", pero debe advertirse que esto generalmente sucede cuando el lector se dedica a leer de corrido y sin interrupción las Homilías del santo, sin recordar que no fueron pronunciadas sino una tras otra con intervalos de tiempo más que suficientes para que los auditorios renovaran su atención y descansaran. Por otra parte, al orador hay que considerarlo en su conjunto y no en alguna que otra cosa que pueda parecer defectuosa. Finalmente es del todo necesario no perder de vista la esencia de lo oratoria sagrada.

(80) Palabras del Oficio eclesiástico del día.


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EFEMÉRIDES

Escritos del santo antes de su diaconado

Años entre el 343 y el 354: nace san Juan en Antioquía.
Año 369. Terminados sus estudios de elocuencia, comienza los de Sagrada Escritura bajo el magisterio del Obispo Melecio, y es bautizado por éste y luego ordenado Lector.
Año 372. Hacia los comienzos, abandona el Crisóstomo el magisterio de Melecio y toma como maestros a Carterio y a Diodoro; y poco después atrae a la escuela de éstos a Máximo y a Teodoro.
Año 373. Escribe sus dos primeros opúsculos, o sea sus dos Tratados a Teodoro Caído.
Año 374. Hacia este año se le busca para hacerlo obispo, pero él lo evita ocultándose; y a comienzos del año siguiente o fines de éste abraza la vida monástica en la soledad.
Año 375. Hacia este año escribe los seis Libros sobre el Sacerdocio.
Año 376. Escribe los tres Libros contra los que atacan la vida monástica; y quizá no mucho después, probablemente aún en la soledad, escribe el otro de la Comparación entre un Rey y un Monje. También en la soledad escribe el Libro a Demetrio sobre la Compunción, y luego otro sobre el mismo tema a Estelequio.
Año 377 o 378. Probablemente escribe los tres Libros para consolar al energúmeno Estagirio.

Escritos durante su diaconado

Año 380. Hacia el fin o comienzos del 381, tiene que regresar de la soledad a Antioquía en donde es ordenado de diácono.
Año 381. Escribe el Libro a una Viuda joven; y probablemente para la misma escribe no mucho después el otro acerca de no contraer nuevas nupcias. Probablemente en ese mismo año escribe el Libro sobre la Virginidad.
Año 382. Compone el Libro en alabanza de san Babylas y contra Juliano y los gentiles. También durante su diaconado escribe la Sinopsis sobre varios Libros de la sagrada Escritura, aunque ésta no es toda de él, a lo menos tal como la publicó Montfaucon.

Primer año de presbiterado

Año 386. Hacia los comienzos de este año es ordenado de presbítero y comienza el oficio de predicar. Pronuncia su primera Homilía. Entre enero y febrero pronuncia otra sobre Ozías, o sea la que en los impresos se halla como segunda sobre ese argumento. Siguieron luego, antes de la cuaresma, otras tres Homilías sobre Ozías o de los Serafines, es a saber la tercera, quinta y sexta de los impresos. Al principio de la Cuaresma comenzó los ocho Sermones sobre el Génesis. Durante la misma Cuaresma, en el mes de marzo, según parece, pronunció las otras cinco, o sea dos sobre la oscuridad de los Profetas, la tercera contra los maniqueos que dicen que los demonios gobiernan el mundo, la cuarta contra la pereza y la quinta acerca del demonio como tentador. En el mes de mayo verosímilmente, predicó la Homilía sobre el obispo Melecio.
Verosímilmente en ese mismo año enfermó el santo y tuvo la Homilía acerca de aquello del Apóstol: "Hoc autem scitote…" En agosto predicó la primera Homilía contra los anomeos, y a fines de agosto o principios de septiembre comenzó las disputas contra los judíos y tuvo los dos primeros discursos sobre ese tema, y quizá otros dos que se han perdido. En noviembre continuó la discusión con los anomeos, y en este mes y el siguiente pronunció las Homilías segunda, tercera, cuarta y quinta sobre el Incomprensible. Parece que después de la tercera predicó la Homilía sobre el Anatema; y tras de la quinta parece que se siguieron otras dos: la de Acerca de no divulgar las faltas de los hermanos y la de Acerca de que no se debe desesperar. El 20 de diciembre tuvo la Homilía sobre san Filogonio. El 25 de ese mes la Homilía sobre la Natividad del Señor; según parece, al terminar el año, la Homilía sobre el dicho del Apóstol: "Sive per occasionem…"

Segundo año de presbiterado

Año 387. El 19 de enero predicó la Homilía Acerca de las Kalendas, y el día (2) la Homilía I sobre Lázaro y el rico. Luego, durante el mes, tuvo las otras dos sobre el mismo tema. El día (6) probablemente, predicó la Homilía Acerca de la Epifanía, y al día siguiente la de san Luciano. El 24 dijo la Homilía en honor de san Babylas, y poco después la otra en honor de los santos Juventino y Maximino; siguió la cuarta Acerca de Lázaro y el rico; luego otra Acerca de aquello del Apóstol: "De dormientibus…" En el mes de febrero comenzó de nuevo el ataque contra los anomeos y predicó sobre esto cinco Homilías: primero la que en los impresos es séptima, luego otra, luego la que es octava, luego la nona y tras de ésas la que es décima, probablemente. Interpuso la Homilía sobre la Resurrección de los muertos; y tal vez hay que poner en este mismo mes la Homilía Acerca de las Viudas y la Homilía sobre el Terremoto y las que le siguen en el tomo primero de los impresos.
Antes de la Cuaresma tuvo la Homilía contra los Cuartodecimanos llamada también Tercera contra los Judíos; esto hacia fines de febrero. A fines de febrero o comienzos de marzo, predicó la Homilía acerca del dicho del Apóstol: "Módico vino utere…" Hacia los principios de marzo brotó en Antioquía la gravísima sedición en la que fueron echadas por tierra las estatuas del emperador Teodosio. Predicó entonces las Homilías llamadas de las Estatuas. La primera fue la que se llama segunda y la tuvo un poco antes de la Cuaresma; luego siguieron las otras por este orden: en la dominica de Quadragésima, 14 de marzo, la tercera; luego la cuarta, la quinta, la sexta, la séptima, la octava, la decimaquinta, todo en los seis días subsecuentes de la primera semana de Cuaresma. El lunes siguiente predicó la novena y finalmente la décima al día siguiente. Tras de esto el santo se vio obligado a interrumpirlas a causa del excesivo terror de los antioquenos, por lo que en los primeros días de esta segunda semana tuvo la primera de las Catequesis.
El 26 ó 28 de marzo, tuvo la Homilía decimasexta de las Estatuas, cuando aún no habían comenzado los enjuiciamientos. Tras ellos se siguió la diecisiete, o sea el día (2) o el (3) de abril, y también la segunda de las Catequesis. Se siguieron la 18, 11, 12, 13 durante los días siguientes; y tras de uno o varios días pronunció la 14. Cerca del domingo de Palmas, o quizá en ese mismo día, 18 de abril, tuvo la 19, tras de haber sufrido una enfermedad. En la Semana Santa dijo la 20, llamada también 22. En la fiesta de Pascua, el 25 de abril, dijo la 21. Después de la Pascua dijo algunas otras que se han perdido. En los meses de mayo y junio, predicó los Sermones sobre Anna la del antiguo Testamento, de los que solamente nos han llegado cinco. Los demás, juntamente con la Homilía predicada el día de Pentecostés, se han extraviado.
Hacia fines de junio padeció el santo otra enfermedad bastante larga. Pero apenas se alivió un poco y pronunció la Homilía sobre el Deudor de los diez mil talentos. En seguida, otras tres sobre el rey David; y parece que poco después la Acerca de amar a los enemigos. Hacia el mes de agosto dio a luz el libro contra los judíos y los gentiles, para probarles la divinidad de Jesucristo. En los meses de septiembre y octubre pronunció los cinco Sermones posteriores contra los judíos. Pasada la mitad de octubre tuvo la Homilía sobre el Salmo LXI. Y desde noviembre en adelante hasta la Cuaresma del año siguiente (o sea el 388), han de ponerse las cinco Homilías siguientes: Sobre la Limosna, tres sobre el dicho de san Pablo: "Habentes eundem Spiritum íidei. .."; finalmente la otra sobre lo del mismo Apóstol: "Utinam sustineretis modicum quid. .."

Tercer año de presbiterado

Año 388. El 17 de febrero, o sea en la dominica antes de Quadragésima, pronunció la Primera Homilía sobre el Génesis. Las siguientes las predicó a continuación casi cada día, aunque interrumpiéndolas de vez en cuando con otras Homilías que no se nos han conservado. Así pronunció seguidas las 32 primeras. De modo que la última tuvo lugar el miércoles (5) de abril. Al día siguiente, Jueves Santo, tuvo la de Judas Traidor, luego la de la Cruz y la de la fiesta de Pascua titulada contra los Ebriosos. Luego predicó seguidas las cinco sobre el principio de los Hechos de los Apóstoles, a partir de la siguiente dominica, 16 de abril. A continuación dijo la sobre Mutatione nominum, y probablemente continuó tratando la misma materia hasta Pentecostés; de manera que parece que la última de esta serie la predicó al día siguiente de Pentecostés. Probablemente intercaló la Homilía sobre la Ascensión del Señor y otra también sobre la fiesta de Pentecostés. Hacia el mes de junio reasumió el tratado sobre el Génesis, cuyas Homilías continuó hasta terminarlas por septiembre u octubre. Quizá hacia fines del año, predicó las dos Homilías acerca del dicho del Apóstol: "Salutate Priscillam et Aquilam…"

Tiempo restante del presbiterado: 388 a febrero de 398

Hacia fines del 388 o comienzos del 389 hay que colocar el principio de la Exposición sobre San Juan, la que parece terminó durante ese año. En 389 o 390 comenzó las Homilías sobre san Mateo y las terminó en 390 o 391. En 391, según parece, hizo la Exposición de la Epístola a los Romanos. Por el 392 hay que colocar la Exposición de las dos Cartas a los Corintios. Desde 393 hasta 397 parece que compuso la interpretación sobre las Cartas de san Pablo a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, las dos a Timoteo, la de Tito y probablemente la a Filemón. Por esos mismos años compuso y predicó ante el pueblo la Exposición sobre los Salmos. Y en 397 probablemente, se ha de colocar el comienzo de la Exposición sobre los primeros capítulos de Isaías, que parece ser su última obra del tiempo del presbiterado.

De fecha incierta en absoluto

Al tiempo de su predicación en Antioquía, o sea desde el comienzo del 386 hasta los últimos meses del 397, especialmente durante los dos primeros años, parece que tuvo las siguientes Homilías: Sobre la reprensión a Pedro; siete Homilías sobre las alabanzas del Apóstol san Pablo; nueve Homilías sobre la penitencia; la del Cementerio y la Cruz; a los veinte días, tuvo otra sobre las santas mártires Bernice, Prosdoce y Domnina; y luego una segunda sobre las mismas santas; la Homilía sobre Judas el traidor; la de la Cruz y el buen Ladrón; la de la Ascensión; dos sobre Pentecostés que no se sabe en absoluto de cuándo son; las Homilías sin fecha tenidas en Antioquía, los panegíricos, dos Homilías sobre santa Pelagia, una sobre san Ignacio mártir, una sobre san Eustacio y dos sobre san Romano; la Homilía sobre las palabras de Jeremías: "Domine non est in manu hominis. .."; dos Homilías sobre los Macabeos, aparte de una tercera dudosa; la Homilía sobre todos los santos Mártires, a la que se siguió la otra en que demuestra que no se ha de predicar por alcanzar el favor de los oyentes; otra sobre todos los santos Mártires; una sobre san Juliano Anazarbeno; una sobre san Barlaam; una sobre aquel dicho del Apóstol: "Nolo vos ignorare fratres…"; una sobre la santa mártir Drosides; otra sobre los santos Mártires Egipcios; otra sobre los Mártires en general; la Homilía con ocasión del terremoto; otras de tiempo aún más incierto y dudoso; y el discurso en alabanza de Diodoro de Tarso.

Primer año de su episcopado

Año 398. Se ha perdido su primera Homilía al pueblo. La segunda fue contra los anomeos y lo mismo la tercera. Siguióse la Homilía sobre lo del paralítico descolgado por el techo; y poco después otra sobre las palabras de Cristo: "Pater! si possibilite est. .." Es verosímil que el santo cayera enfermo ese año de 398. Pero después de su enfermedad pronunció la Homilía sobre las palabras del Apóstol: "Scimus quoniam diligentibus Deum…" Parece que en ese mismo año fueron compuestos dos opúsculos: uno Contra los Clérigos que cohabitan con vírgenes y otra Contra las Religiosas que habitan con varones. Con ocasión de la traslación de unas reliquias con asistencia del emperador y la emperatriz y ser al día siguiente festividad en la que estuvo presente el emperador, el santo predicó algunas Homilías y luego la de san Focas mártir y otras dos. Ese mismo año o a comienzos del 399 comenzó el santo la Exposición de la Epístola de san Pablo a los Colosenses.
Año 399. Pronunció el santo la Homilía en favor de Eutropio, y después de algunos días la otra sobre Eutropio capturado. En el mes de febrero pronunció la primera de las nueve Homilías que se publicaron últimamente; y verosímilmente en ese mismo año predicó la cuarta, quinta, sexta, séptima y octava. En la Pascua dijo la Contra los Juegos y los Espectáculos y finalmente la nona de las últimas publicadas en el volumen XII de Montfaucon, y probablemente también la décima y la once.
Por el mes de julio, tras de la rebelión de Gainas, tuvo el santo la Homilía sobre la liberación de Saturnino y Aureliano. Pero parece que ya antes de ir a esa legación había predicado las otras dos: sobre la vanidad de las riquezas y sobre aquellas palabras: "Ne timueris cum dives factus fuerit homo…"
Años 400-403. Al regresar a Constantinopla, tras de su viaje a Éfeso, predicó la Primera Homilía después del regreso. Luego el pequeño discurso para reconciliar con el pueblo al obispo Severiano, a petición de Arcadio. Verosímilmente, en el año de 400 expuso al pueblo las dos Epístolas de san Pablo a los Colosenses, pero una parte al menos de ellas la expuso después de su viaje a Éfeso. El año 401, en la Pascua comenzó la Exposición de los Hechos de los Apóstoles; y por el 402 expuso la Carta a los Hebreos.

Escritos de fecha incierta

Ciertamente antes de su primer destierro, pero no se sabe en qué año, tuvo la Homilía sobre aquello del Apóstol: "Si esurierit inimicus tuus…"; las Homilías primera y cuarta acerca de los Serafines; y otras tres que siguieron una a la otra acerca de las Nupcias y del Matrimonio. Otras Homilías hay que se ignora si las pronunció en Constantinopla o en Antioquía. Son: sobre la Puerta angosta y la Oración dominical; de la gloria en las tribulaciones; sobre aquello del Apóstol: "Oportet haereses esse. .."; otra acerca de la Viuda y Elías; otra sobre la felicidad futura y la vanidad de las cosas presentes; otra sobre la Semana Mayor; otra sobre aquello del Señor: "Ego Dominus feci lumen et tenebras…", contra los Maniqueos en especial; otra sobre la caridad perfecta; otra sobre la continencia; y dos sobre el consuelo de la muerte. Luego la Homilía pronunciada antes de que lo echaran de su sede; Homilía breve pronunciada el día de su regreso del primer destierro; al día siguiente otra Homilía; después de algunos días o semanas, la Homilía sobre la Cananea.
En el destierro segundo, a partir del 20 de junio, 404
La carta (11) escrita después de algunos días a Olimpias. A fines de junio la carta 118 a los Obispos y presbíteros encarcelados con ocasión del incendio de la Catedral y el Buleuterion. El (3) de julio escribe desde Nicea la carta (10) a Olimpias. Ahí mismo, según parece, escribe la 174 a los detenidos en la cárcel. Ahí también, el 28 de junio o más probablemente el (4) de julio, la 221 a Constantino, presbítero de Antioquía. Desde Galacia o Capadocia, la 121 a Arabio, la (8) a Olimpias, y probablemente la 119 al presbítero Teófilo. Hacia el fin de julio, antes de llegar a Cesárea, la (9) a Olimpias, cuando se sintió enfermo mientras lo trasladaban a Cesárea. En Cesárea la 120 a Teodora y la (12) a Olimpias, cuando el santo estaba ya enfermo.

Cartas desde Cúcuso, en el destierro

La 13 a Olimpias a fines de agosto o comienzos de septiembre; la 234 a Brisón, la 193 a Peanio. Tal vez por este tiempo envió la tercera a los detenidos en la cárcel, que luego se imprimió fuera de numeración. Verosímilmente por ese mismo tiempo escribió la 194 a Guemello, la 196 a Aecio y la 143 a Polibio, la 236 a Carterio, Prefecto de Cesárea, la 81 a Hymnetio, la 228 a Teodoro (tanto Hymnetio como Teodoro eran médicos de Cesárea), la 80 a Firmino, la 82 a Cyterio, la 83 a Leoncio, la 84 a Faustino, la 172 a Heladio, la 173 a Evencio (que eran amigos suyos en Cesárea). Por el mismo tiempo escribió a muchos obispos: la 87 a Eulogio de Cesárea que ocupaba la sede en Palestina, la 88 a Juan el patriarca de Jerusalén, la 89 a Teodosio Escitopolitano, la 85 a Lucio, la 86 a Marín, la 90 a Moisés (todos estos obispos), la 235 a Porfirio Rósense, la 111 a Anatolio Adanense (obispos de Cilicia), y la 112 a Teodoro Tyanense de Capadocia.
No mucho después de su llegada a Cúcuso, por el mes de septiembre, escribió la 108 a Urbicio obispo, la 109 a Rufino, la 110 a Bassos, la 30 a Heorcio, la 26 a Magno, la 27 a Domno (todos obispos), la 223 a Hesiquio y no mucho después la 74 al mismo, luego la 73 a Agapeto, la 42 a Candidiano, la 224 a Marciano y Marcelino, y poco después a los mismos la 226. La 188 que fue para otro Marcelino, la 242 a Caleidia y Asyncritia, y no mucho después la 77 a sola Asyncritia. Luego siguió la 133 a Adolia, la 115 a Teófilo presbítero. En el mes de septiembre todavía, la 227 a Cartería, la 75 a Hermacio, la (1) a Olimpias, y por cierto harto larga; luego la 64 a Ciricio obispo, y la 134 a Diógenes. Antes de terminarse el mes de septiembre, según parece, la 129 a Marciano y Marcelino nuevamente, la 34 a Cartería, la (2) a Olimpias también muy extensa.

Otras cartas de ese año y algunas tal vez del siguiente

A los comienzos de octubre, la 114 a Elpidio obispo, la (3) y la 14 a Olimpias, la 207 a los monjes Godos y la 204 a Peanio. En octubre o noviembre la 232 a Cartería, la 225 al presbítero Constancio, distinto del anterior, la 229 a Severa, la 231 a Adolia, la 230 a Elpidio obispo, la 17 a Olimpias, la 94 a Pentadia, la 103 a Amprucla, y poco después a la misma la 191 y la 95 a Peanio. Por el mes de noviembre la 24 a Hesiquio, la 65 a Marciano y Marcelino, la 122 a otro Marciano. En seguida la 211 a Timoteo presbítero, la 200 a Calístrato obispo de Isauria, la 206 a Teódulo diácono, la (5) a Olimpias, la 104 a Pentadia, la 96 a Amprucla, la 210 a Teodoro, la 230 a Salustio presbítero, la 212 a Teófilo presbítero, la 147 a Antemio, la 218 a Eutimio presbítero, la 213 a Filipo presbítero, la 97 a Hypatio presbítero, la 180 al mismo, la 199 a Daniel presbítero, la 44 a Teódoto diácono y probablemente la 43 a Bassiana.
El año 404. La 45 a Symmaco presbítero, la 47 a Nemea, la 178 a Eutalia, la 32 a la misma, la 186 a Alipio, la 187 a Procopio, la 189 a Antíoco, la 36 a Marón presbítero y monje, la 37 a Tranquilino obispo, la 38 a Mymnecio médico, la 190 a Brison, la 195 a Claudiano, la 219 a Severina y a Rómula, la 58 a Teodosio (¿uno de los jefes que lo llevaron al destierro?), la 201 a Herculio, la 113 a Paladio obispo, la 197 a Estudio prefecto de la ciudad, la 217 y la 116 a Valentino, la 124 a Guemello, la 205 a Anatolio (uno de los prefectos), la 144 a Diógenes. En 404 o 405: la 39 a Caleidia, la 220 a Peanio, la 222 a Casto, Valerio, Diofantes y Ciríaco, la 93 a Aftonio, Teodoto y Ouereas, monjes y presbíteros.
Año 405. A los comienzos el santo cayó en una grave enfermedad que le duró hasta la primavera o comienzos del estío. Luego, aún no bien convalecido, por abril o mayo escribió la (6) a Olimpias, la (7) y la (10) a la misma señora. Este mismo año, la 138 a Elpidio obispo, la 59 a Teodoto, diácono, y en seguida la 67 y la 137 al mismo; la 61 a Teódoto varón consular, la 62 a Casto, Valerio, Diofantes y Ciríaco. Luego, en invierno, a estos mismos las 66, 130, 107 y 22, y la 91 a Romano presbítero. También se interesó mucho el santo en la conversión de los gentiles de Fenicia y con esa ocasión escribió muchas cartas.
Además, a Teódoto, Nicolao y Quereas presbíteros y monjes, la 146, la 145 a Nicolao presbítero, la 126 a Rufino presbítero, la 54 a Geroncio presbítero, la 21 a Alfio y luego al mismo la 72, 35 y 49; la 123 a los presbíteros y monjes que predicaban la fe en Fenicia, la 23 a Basilio presbítero, la 55 a Simeón y Mari presbíteros y monjes, y la 56 a Rómulo y Byzos monjes. Finalmente, en ese mismo año, la 175 a Agapeto, la 100 a Marciano y Marcelino, la 31 a otro Marcelino, la 60 a Calcidia y Asyncritia, las 99 y 106 a la misma Asyncritia, la 76 y la 105 a Calcidia, la 185 a Pentadia, la 41 a Valentino, la 79 y la 132 a Guemello, y las 50 y 51 a Diógenes. Hacia el fin del año el santo se vio obligado a cambiar de residencia y sufrió gravísimas penas.
Año 406. Desde Arabisos escribió la 136 a Teódoto lector y también la 102 al mismo, la 141 a Teódoto varón consular, las 23 y 78 a Romano presbítero, la 127 a Polibio, la 128 a Mariniano, la 69 al presbítero Nicolao, la 70 a Aftordo, Teódoto y Quereas, la 131 a Elpidio obispo, las 140, 135 y 68 a Teódoto diácono, la 15 a Olimpias. En este año escribió además para Olimpias el Libro en que demuestra que nadie puede ser dañado sino por sí mismo, y poco después el otro sobre los que han padecido escándalo por su causa; también la carta (4) a Olimpias y la 142 a Elpidio obispo. Dio varias cartas para los Legados enviados de Roma a Constantinopla; escribió las 156, 157, 158 y 159 para los obispos; la 160 a un obispo, la. 161 a los presbíteros romanos que iban con los Legados, la 162 a Anysio tesalonicense, la 163 a todos los obispos de Macedonia, la 164 a Alejandro obispo de Corinto, la 155 a Cromado de Aquilea. Luego, habiendo entendido el mal éxito de la Legación, escribió directamente al Papa Inocencio; después la 182 a Venerio mediolanense y con mayor probabilidad la 183 a Hesiquio salonense, la 184 a Gaudencio brixense, la 149 a Aurelio cartaginense, la 150 a Máximo obispo, la 151 a Áselo obispo, las 152, 153, 154 y 181 a varios obispos, la 148 a Ciríaco, Demetrio, Paladio, Eulysio obispos de oriente, la 168 a Proba matrona romana, la 169 a Juliana nuera de Proba, y la 170 a Itálica también noble matrona.

Algunas cartas de fecha más incierta

De tiempo incierto son: la 48 a Arabio, la 192 a Onesycracia, la 46 a Rufino, la 63 a Tranquilino, la 117 a Artemidoro, la 71 a Maleo, la 92 a Moisés presbítero, la 101 a Severo presbítero, la 139 a Teodoro varón consular de Siria, la 171 a Mondo, la 208 a Acacio presbítero, la 209 a Salvión o Galbión, la 214 a Sebastián presbítero, la 215 a Pelagio presbítero, la 216 a Musoino y la 117a Teodora.
El año 414, por urgencias del Papa Inocencio, el nombre del Crisóstomo fue insertado en los sacros dípticos o listas de obispos legítimos, primero por Alejandro antioqueno, luego también por Ático constantinopolitano y todos los demás obispos de Oriente. El obispo de Alejandría, Cirilo, fue el último en aceptar la inscripción, hacia el 419 (Bardy) o 429 (Baur). Antes del año 438 comenzó ya a celebrarse la festividad del santo por los habitantes de Constantinopla. El 438 su cadáver fue trasladado con solemne pompa desde la iglesia del mártir san Basilisco, cerca de Comana del Ponto, en donde se le inhumó enseguida de su muerte, a la capital del imperio de Oriente.81


(81) Resumen del catálogo de Estiltingio, Montfaucon, vol. XIII, pp. 413 a 419. El autor va intercalando ahí algunos de los principales sucesos de la vida de san Juan Crisóstomo.

N. B. Estas efemérides de los escritos del santo nos dejan ver que los compiladores para nada tuvieron en cuenta la cronología. Tampoco la habían tenido en cuenta los estenógrafos. Pero además nos espanta el considerar la actividad literaria de este hombre ocupado en tantos negocios y con frecuencia enfermo: poseemos cerca de 900 piezas suyas auténticas, unas pocas dudosas y unas 300 espurias.



NUESTRA VERSIÓN

Atrevimiento y no pequeño fue necesario de nuestra parte para emprender la versión completa de las obras de san Juan Crisóstomo. Y esto no únicamente atendiendo a la dificultad de pasar al castellano la bellísima forma helena de sus Homilías, Sermones y Tratados, sino también a la inmensa cantidad de ellos y muy en particular a lo enmarañado que andan aún los críticos para discernir cuáles obras son auténticas y cuáles dudosas o ciertamente espurias.

Con todo, nos decidimos a emprender este largo trabajo movidos del anhelo de ayudar a las almas deseosas de la virtud y no menos a los predicadores de la palabra de Dios, poniéndoles en las manos en nuestra lengua esos tesoros de piedad y ciencia encerrados en las obras del Crisóstomo. Naturalmente que en cuanto a trasvasar el arte con que brotaron de los labios o la pluma del santo esas obras, algunas de ellas monumentos perfectos de elocuencia, hemos hecho lo que en nuestras posibilidades estuvo, y no tenemos sino pedir perdón por lo que no alcanzamos.

Por lo que mira a la cantidad grande de Homilías, Sermones, Tratados y Cartas del santo, no nos ha arredrado la mole inmensa, y esperamos ir cumpliendo nuestro empeño hasta darle cima en no muy largo tiempo, puesto que gracias a una preparación previa muy laboriosa, muchas de las dificultades que podíamos encontrar las solucionamos de antemano. En cambio, por lo que hace a la discriminación entre lo auténtico y lo dudoso y lo simplemente espurio, no somos nosotros quiénes para acometer empresa que entre muchos van llevando a cabo con muy graves trabajos y sin lograr aún, en muchos casos, llegar a resultados del todo satisfactorios.

Por esto, hemos preferido atenernos al buen criterio de la colección hecha por el benemérito Padre Bernardo de Montfaucon, O.S.B.; y por consiguiente dar la versión de todas aquellas obras que pone como ciertamente propias del santo y las que pone como dudosas. La razón de incluir estas segundas es que quizá la crítica acabe por adscribirlas con certeza al santo o por lo menos tienen el suficiente mérito para haber alcanzado la gloria de que se las pudiera atribuir al Crisóstomo; aparte de que todas ellas contienen siempre algo y aun mucho aprovechable para el doble fin que nos proponemos, que es el de ayudar a las almas deseosas de ejercitar la virtud y a los predicadores del evangelio. Cuanto a las obras ciertamente espurias hemos preferido no recargar con ellas los volúmenes de esta versión, por no haber especial razón que a ello nos indujera.

También hemos creído conveniente poner al calce de las páginas los sitios de la Sagrada Escritura que el santo cita o va explicando. Ayudará esto a quien con más espacio desee internarse en el pensamiento del santo Doctor. Además hemos juzgado oportuno anotar al calce en cada Homilía, cuando ella da lugar, algunas advertencias, aclaraciones o referencias que ayuden a la mejor inteligencia ya del texto ya de la posición del orador o de los oyentes y sus diversas circunstancias: todo esto según nuestra finalidad y posibilidades. Lo demás quedará al prudente lector.

La edición sobre cuyo texto vamos a trabajar nuestras versiones, decíamos, es la del P. Bernardo de Montfaucon, presbítero y monje de la Orden de San Benito, de la Congregación de san Mauro reimpresa en 1839. Nació este Padre el 17 de enero de 1655 en el castillo de Soulage, de una familia antigua y noble. Abrazó al principio la vida militar. Pero la muerte de sus padres le hizo reflexionar sobre las vanidades del mundo y por esto poco después dio su nombre a la Orden Benedictina, el año 1675, cuando tenía 20 de edad. Muy pronto la fama del nuevo religioso voló por toda Europa, como un portento de memoria y como un verdadero tesoro de doctrina. En especial se alababa la claridad de juicio y la agudeza de su ingenio. En 1698 fue a Italia con el objeto de examinar los más antiguos Códices de las bibliotecas allá existentes. Tenía 43 años de edad.

Estando en Roma, en el oficio de Procurador de su Orden ante la Santa Sede, defendió con todo éxito, contra las acometidas de los enemigos, la edición benedictina de las Obras de san Agustín. Con grande benevolencia lo trataron los Papas Clemente XI y Benedicto XIII, lo mismo que el emperador Carlos VI. Regresó a París el año 1701, y su vida se prolongó hasta los 86 años de edad, siempre con muy buena salud. Con todo, apenas es creíble que pudiera dedicarse a preparar tantas y tan importantes obras como trajo entre manos: la Analeda Graeca en un volumen greco-latino, en 1688; el Diario Itálico en un volumen, en 1702; la Colección de Antiguos Escritores Griegos en dos volúmenes bilingües, en 1706; la traducción francesa de la obra de Filón Sobre la Vida Contemplativa en un volumen; la Paleografía Griega en un volumen en 1708, obra excelente en donde se encuentra un espécimen de los varios caracteres que los griegos usaron en la escritura; la Hexapla de Orígenes en dos volúmenes, en 1713; la Biblioteca Coisliniana en un volumen y la Antiquitas Explánala en (10) volúmenes, en 1719; añadió un Suplemento en cinco volúmenes en francés, en 1724; la Biblioteca Nueva de las Bibliotecas de Manuscritos, en dos volúmenes, en 1739; finalmente la edición del Opera Omnia de san Juan Crisóstomo que trabajó durante veinte años, del 1718 al 1738. Y a cada una de esas obras añadió un aparato crítico. Le ayudaban en su empresa cinco de sus Hermanos de Religión. Murió santamente en París el (1) de diciembre de 1741 y fue sepultado en la Iglesia de san Germán del Prado.

El trabajo meritísimo de este benedictino solamente puede apreciarse si se tienen en cuenta las innumerables dificultades que hubo de superar. Desde luego, los manuscritos de las obras del santo Doctor anduvieron esparcidos, por manos de estenógrafos y copistas, por todo el Oriente, de donde pasaron, sin orden ni concierto, a las varias Bibliotecas de Europa. De manera que, como el mismo Montfaucon advierte, (82) muchas veces le sucedía que tras de andar a caza de alguno de los manuscritos de una obra del Crisóstomo y haber recorrido las Bibliotecas europeas en vano, lograba al fin en un rincón de alguna topar con lo que buscaba. Para este trabajo hubo de ponerse en correspondencia con infinidad de personas que en esto le ayudaran. Y así descubrió muy buena parte de las obras del santo Doctor que habían quedado hasta entonces en la oscuridad.

Por otra parte, en semejante labor hubo un aspecto curioso poco conocido. Fue necesario emprender críticamente una revisión del material una vez encontrado y rehacer diversas piezas que estaban destrozadas, separar las espurias (sobre todo mediante el trabajo de crítica interna) y desenmarañar otras que habían sido fabricadas valiéndose de trozos surcidos de piezas auténticas. Porque hubo cantidad de griegos y también de otras naciones que por esos medios lograron hacer dineros vendiendo como de san Juan Crisóstomo discursos por ellos fabricados. Además, se encontraban muchas Homilías que solamente se diferenciaban en las primeras palabras o introducción, pero los interesados las vendían como si fueran entre sí diferentes. Más aún: aparecieron piezas que llevaban el nombre ya de uno de los Padres de la Iglesia ya de otro y aun de dos y de tres a la vez; y fue necesario ir delimitando autores y propiedades.

Para acabar de complicar el negocio, hubo también numerosos predicadores de mediana y aun ínfima talla que, para hacer vender sus obras y cobrar fama, las prohijaron al santo y les dieron su nombre de él aun viviendo todavía el Crisóstomo. Siempre fueron los helenos poco escrupulosos en estas artes y legaron así a los críticos un excesivo trabajo. La razón fundamental de estos atrevimientos estuvo en la inmensa fama de aquel orador que "plus habet nativae elegantiae quam artificiosae diligentiae: sicubi arte utitur, ita rem temperat, ut íateat semper artificium et quadrandae orationis industria", (83) y que "inventione, quam ex ingenii felicitate nascitur, universos quotquot hactenus fuere oratores longe retro reliquit". (84)

Sin embargo, no se crea que Montfaucon fue el primero en acometer tan magna empresa. Lo habían precedido ya muchos trabajos en torno al Crisóstomo. En cuanto se descubrió el arte de la imprenta, aparecieron innumerables ediciones de los opúsculos del santo así en Italia como en Francia, Alemania e Inglaterra. Algunos editores daban únicamente la versión latina, otros solamente el texto griego; algunos juntaron, en edición bilingüe, el texto griego y la versión latina. Montfaucon utilizó todo ese material. Y él mismo nos da un elenco de las antiguas versiones del Crisóstomo. (85) Una segunda edición de la Colección por él preparada se hizo en 1839 (que es la que nosotros seguiremos); y luego la aprovecharon los que dieron a la pública luz la Colección de ambas Patrologías, latina y griega, aunque no con todo el cuidado que hubiera sido deseable. De manera que la Colección del P. Bernardo de Montfaucon queda aún como Editio Princeps, si así puede decirse. Ciertamente se están actualmente haciendo excelentes trabajos de confrontación y crítica, pero no sabemos que exista todavía una Colección crítica, completa y expurgada del Opera Omnia del Crisóstomo. Trabajos parciales sí hay en cantidades abrumadoras, porque constantemente se están haciendo referencias a este inagotable manantial de doctrina así dogmática como moral.

Todavía una última advertencia. En esta versión que al público presentamos, no seguiremos el orden de las Colecciones ya existentes. Dividiremos nuestros volúmenes en otra forma que nos parece más práctica para la consulta como lo irá viendo el lector. Desde luego, es inútil pensar en un orden cronológico, porque apenas si hay fechas seguras para las obras del santo. En las Colecciones ya publicadas tampoco se ha seguido un orden razonado. Se han atenido más bien a aquel en que las piezas se fueron descubriendo. Así, por ejemplo, Montfaucon inserta en su volumen XIII y último, once Homilías entonces recientemente descubiertas en Inglaterra, y que le fueron remitidas cuando ya su edición estaba por ver la luz pública.

Pondremos, pues, en primer lugar, las Homilías panegíricas, o sea en honor de varios mártires y otras personas santas del Antiguo y Nuevo Testamento. En seguida las que versan sobre algunos pasos de la vida del Salvador. Luego irán todas las piezas (Homilías, Tratados y Cartas) tocantes en algún modo a las convulsiones político-religiosas de Antioquía y Constantinopla, a que el santo hizo alguna referencia. En cuarto lugar, las Homilías que tratan de diversos pasos del Evangelio y algunas virtudes morales. En quinto lugar, los Tratados especiales como el del Sacerdocio, etc. Finalmente acometeremos la ardua tarea de traducir las Homilías exegéticas sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Para comodidad de nuestros lectores, al fin de cada volumen pondremos un índice Analítico breve, pero suficientemente claro que ayude a localizar las principales materias expuestas por el santo en cada Homilía o Tratado. Quiera el Sagrado Corazón, a quien hemos consagrado este trabajo, bendecirlo para mayor gloria suya.


(82) Montfaucon, vol. XIII, pp. 212-213.

(83) Montfaucon, ibid.

(84) Montfaucon, ibid.

(85) Montfaucon, vol. I, Prefacio, p. IV.


ALGO DE BIBLIOGRAFÍA GENERAL (pag 123)

N. B.-Señalaremos algunos de los principales autores para consulta, con el objeto de que puedan ahondar los que lo deseen en los temas apenas apuntados en nuestra Introducción. Estos autores y otros, que oportunamente iremos señalando, nos servirán también para diversas anotaciones que habremos de hacer con ocasión de una o de otra de las obras que vamos a traducir. Cuando no señalemos autor, la anotación será personal nuestra. Actualmente se está revisando todo el trabajo de Patrología y Patrística y existe una inmensa cantidad de escritos de puntos particulares. Solamente sobre la Homilía en favor de Eutropio conocemos más de 20 autores que de ella se han ocupado. Siendo pues las piezas del Crisóstomo cerca de 900, ya puede el lector imaginarse la bibliografía inmensa que se podría acumular.

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HOMILÍAS ENCOMIÁSTICAS O PANEGÍRICOS



Homilias Crisostomo 2 1015