Homilias Crisostomo 2 5

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V HOMILÍA TERCERA acerca de ANNA: y sobre la educación y lactancia de Samuel; y que es útil que los partos sean tardíos; y que es peligroso el descuidar a los niños.

Si NO ES QUE A ALGUNOS les parezca yo ser pesado y cansado, quiero volver a tratar de la misma materia, acerca de la cual he disertado hace poco delante de vosotros; y llevaros de la mano otra vez hacia Anna y enderezar mi discurso hacia el prado de las virtudes de esta mujer: prado, digo, que tiene no flores que se marchitan, ni rosales, sino oraciones y preces y confianza y grande paciencia. Porque estas virtudes vencen con mucho en sus aromas a las flores primaverales, y no se riegan con las corrientes de las aguas sino con la lluvia de las lágrimas. Puesto que los raudales de los ríos no hacen tan florecientes los huertos, como las fuentes de lágrimas hacen crecer la planta de la oración y la llevan hasta lo sumo, si la riegan: ¡cosa que le sucedió a esta mujer!

Apenas había hablado, y su oración voló hasta los cielos y en seguida le produjo frutos en sazón, es decir al santo Samuel. Así que no os disgustéis si de nuevo comenzamos a tratar de la misma materia; porque no repetiremos lo ya dicho, sino que diremos cosas nuevas y hasta ahora no proferidas. También en un banquete corporal podría alguno confeccionar, mediante un mismo manjar, una grande variedad de guisos.

Más aún: vemos que los orfebres, de una misma masa de oro forman brazaletes y collares y muchos otros artefactos. Y esto es porque, aun siendo una misma la materia, el arte es variado y no se contrae a un solo modo de ser de la materia a que se aplica, por ser él tan rico en diversos artificios.

Pues si las cosas de este mundo son de tal naturaleza, mucho más lo es la gracia del Espíritu Santo. Y que la gracia sea como una mesa variada y multiforme y opípara, oye cómo lo dice Pablo: A uno le da el Espíritu Santo la palabra de la sabiduría; a otro la palabra de la ciencia; a otro la je; a otro el don de curaciones, de obrar milagros, de gobierno, de interpretación de lenguas. Pero todo esto es obra del único y mismo Espíritu, que distribuye separadamente a cada cual como quiere (1) ¿Ves cuan variada es la gracia? ¡Muchos son los ríos pero una sola es la fuente! ¡muchos son los manjares pero es uno solo el que ofrece el banquete!

Siendo, pues, tan grande y tan múltiple la gracia del Espíritu Santo, no nos cansemos nosotros. Vimos a esta mujer estéril y la vimos hecha madre; la vimos llorando y la vimos gozosa. Entonces nos condolimos con ella; ahora gocémonos con ella juntamente. Así lo ordena Pablo: ¡Gozarse con los que se gozan, llorar con los que lloran! (2) Y esto debe hacerse no únicamente con los que con nosotros viven sino también con los que antes de nosotros existieron. Y .nadie me vaya a decir: "¿Qué fruto saco yo de esa Anna, y de estarla recordando?" Porque de aquí pueden las estériles aprender el modo como han de hacer para llegar a ser madres; y a su vez las madres pueden aprender cuál sea la forma mejor para educar a sus hijos. Y no solamente las mujeres, sino también los hombres pueden sacar mucho fruto de esta historia, si de aquí aprenden a ser para con sus esposas bondadosos y de suave trato, aun en el caso de que ellas sufran de esterilidad, como se portó Elcana con Anna. Ni solamente sacarán este fruto, sino otro mucho mayor, si aprenden cómo es necesario que los padres eduquen para Dios a sus hijos, todos los que les nazcan. De manera que no porque de esta narración no podamos obtener dineros y haberes, ya por eso estimemos que el discurso no tiene ninguna utilidad.

Más bien, por esto mismo de que no obtengamos oro ni plata, sino lo que con mucho es más grande que todo, como es la piedad del ánimo y la manifestación de los tesoros del cielo y la enseñanza de cómo hemos de apartarnos de todos los peligros, por todo esto estimemos la historia como útil y gananciosa para nosotros. Porque procurar a los hombres dinero, es cosa fácil; pero corregir su natural, echar de sí tal o tal tristeza, apartar tal pena del alma o levantar el ánimo que ya casi está a punto de caer, esto no está en mano de ningún hombre, sino solamente en la de Dios, Señor de la naturaleza.

Por cierto que si tú, por estar sufriendo una enfermedad incurable, hubieras gastado tus dineros y recorrido toda la ciudad y consultado a muchos médicos, y con todo no hubieras encontrado remedio alguno; pero luego dieras con una mujer que hubiera padecido el mismo mal que tú padeces y hubiera sido curada, por cierto no dejarías de rogarla, exhortarla y suplicarle que te mostrara al médico por cuyo medio ella había sanado. En cambio ahora, cuando ves a Anna traída aquí al medio, y que ella misma cuenta su enfermedad y declara cuál fue el remedio y señala al médico, y esto no obligada por preces ni ruegos algunos ¿no te acercarás a recibir el remedio ni pondrás toda tu atención en su historia? Pero, con esos procederes ¿cuándo podrás conseguir bien alguno?

Otros con frecuencia han recorrido mares inmensos y han emprendido largas peregrinaciones y han gastado dineros y sufrido trabajos para poder visitar a un médico que se les ha dicho que vive en otra región, y esto lo han hecho sin tener absoluta confianza en que quedarán libres de su enfermedad; y en cambio tú, oh mujer, no teniendo que emprender un viaje hasta el otro lado de los mares, ni salir de los patrios confines, ni padecer ningún otro trabajo semejante. ., pero qué digo fuera de los patrios confines: cuando no te ves obligada ni siquiera a traspasar los umbrales de tu casa, sino que en tu misma recámara puedes encontrar al médico y hablar con él sin intermediario, acerca de cuantas cosas quisieres (porque yo, dice, soy Dios que se acerca y no Dios distante(3) tú ¿lo difieres y andas dudando?

Pero ¿cuál excusa tendrás o qué perdón alcanzarás si pudiendo encontrar un camino fácil y en absoluto plano, por el cual te veas libre de los males que te apremian, por sola desidia pones en peligro tu salvación? Porque este médico puede, si lo quiere, sanar no solamente de la esterilidad, sino de todo género de enfermedades así del cuerpo como del alma. Ni esto solo es lo admirable: que sin peregrinaciones, sin gastos, sin intermediarios hace la curación, sino además sin dolor. Porque no cura las dolencias mediante el hierro o el fuego, como lo hacen los otros médicos: le basta con solo su asentimiento simple, y al punto huyen los males, toda aflicción, todo dolor, y se van muy lejos y se destierran.

Así pues, no emperecemos ni lo dejemos para más adelante, aunque seamos pobres y estemos reducidos a la última estrechez. Porque aquí no hay que hacer pagos, de manera que podamos alegar nuestra pobreza. Este médico no pide su pago en plata sino en lágrimas, oraciones y confianza. Si llevando estas cosas te acercas a El, en absoluto alcanzarás lo que pidieres, y regresarás con abundante gozo. Y esto se puede conocer por muchas cosas, pero sobre todo por el caso de esta mujer, la cual no presentó al Señor oro ni plata, sino oraciones y lágrimas y confianza, y alcanzó cuanto pedía.

No juzguemos, pues, que esta narración no nos trae ninguna utilidad, ya que estas cosas han sido escritas para amonestarnos a nosotros, para quienes ha llegado ya la plenitud de los tiempos. (4) ¡Vamos, pues, a ella! Aprendamos cómo fue librada de su desgracia y qué hizo una vez que fue aliviada de su enfermedad, y cómo usó del don que Dios le había concedido. Quedóse, dice la Escritura, y dio su lactancia a Samuel. (5) Advierte cómo consideraba ella al niño desde entonces para adelante, no únicamente como a un niño cualquiera, sino como algo que estaba consagrado a Dios. De manera que a esta mujer se le dio un doble estímulo de cariño: uno por la naturaleza y otro por la gracia. Y según yo me persuado, incluso reverenciaba a su niño, y con razón.

Porque en efecto. Si aquellos que han de consagrar a Dios unas copas y recipientes de oro, una vez que los reciben ya labrados los «ruardan en sus casas y no los miran ya como vasos profanos sino como consagrados a Dios, y no se atreven a andarlos manoseando a la ventura y sin motivo, como hacen con las demás cosas, con mayor razón esta mujer atendía con esa disposición de ánimo a aquel niño, aun antes de ir a presentarlo al templo; y lo amaba con mayor ternura, y lo cuidaba como cosa dedicada a Dios, y estimaba que ella por su medio sería santificada, puesto que su casa misma estaba convertida en templo, pues tenía dentro a un profeta y sacerdote. Y puede conocerse su piedad no solamente por haberlo consagrado a Dios, sino también porque no se atrevió a subir al templo antes de destetar al niño. Porque dijo a su esposo: no subiré hasta que el niño suba conmigo; y cuando lo destete, entonces será ofrecido en presencia de Dios, y quedará ahí para siempre. (6)

¿Lo adviertes? ¡No le parecía cosa conveniente subir al templo ella, y al niño dejarlo abandonado! ¡Y esto porque habiéndolo recibido como un don, no se atrevía a subir al templo sin el don! E igualmente temía bajar del templo tras de recibir de nuevo al niño, una vez que ya lo hubiera llevado. Y por esto, se detuvo tanto tiempo cuanto fue necesario para presentarse con el don. Lo llevó consigo, pues, y lo dejó allá. Y el niño no se molestó por quedar separado de su madre. Y eso que sabéis cuánto suelen los niños indignarse cuando se les aparta de la lactancia. Ni se entristeció el niño por quedar apartado de su madre, sino que miró a Dios, quien a ella la había hecho madre. Tampoco la madre se dolió de separarse del niño, porque intervino la gracia y venció al natural afecto; de manera que uno y otro pensaban que seguían viviendo juntos.

Así como la vid plantada en un sitio alarga lejos sus ramos, y la uva pendiente allá lejos está con todo unida a la raíz, del mismo modo sucedió con esta mujer; la cual, permaneciendo en la ciudad, extendió sus ramos hasta el templo, y en éste quedó suspendida la uva ya madura. Ni la distancia llevó consigo algún impedimento, porque la caridad que es según Dios unía a la madre con el niño. Tierna era la edad, pero madura la virtud, y así se hizo el niño maestro de grande piedad para todos los que al templo subían. Porque ellos, al preguntar y conocer cuál había sido el nacimiento de aquel niño recibían un inmenso consuelo por la esperanza que es según Dios. Y nadie de cuantos habían contemplado aquel niño, bajaba callado, sino que todos glorificaban a Dios, quien, contra toda esperanza, se lo había otorgado a su madre.

Y por este motivo había dilatado el parto: para aumentar el gozo y hacer más ilustre a aquella mujer. Porque todos cuantos conocían su desgracia se hacían ahora testigos de la gracia de Dios. Y el haber permanecido tan largo tiempo estéril, hizo que fuera más conocida de muchos, y que todos la llamaran bienaventurada y la admiraran; de donde se siguió que muchísimos, por causa de ella, dieran gracias a Dios. Digo estas cosas con el objeto de que si nosotros conocemos algunas santas mujeres que sean estériles o vivan en alguna otra aflicción, no lo llevemos pesadamente ni digamos allá en nuestro interior: ¿Por qué Dios ha abandonado a esa mujer de tan ilustre piedad y no le ha dado hijos? Porque estas cosas no son motivadas por olvido de Dios, sino porque sabe El mejor que nosotros que esto así nos conviene.

Subió, pues, al templo y llevó el corderito al redil y el terne-rillo al ganado, y colocó en el prado aquella rosa ya libre de las espinas; la rosa digo que nunca se marchita, sino que perpetuamente florece y que puede llegar hasta los cielos; y cuya fragancia hasta el día de hoy disfrutan todos cuantos habitan en la tierra. Ha pasado ya tan grande número de años, y con todo, la fragancia de la virtud de aquel niño crece siempre y no languidece, a pesar de tan largos tiempos. Porque tal es la naturaleza de las cosas espirituales.

Subió, pues, al templo, y trasplantó aquel germen excelente. Y a la manera que suelen los agrícolas hábiles, que primero ponen en tierra la simiente de un ciprés o de otros árboles semejantes; y luego, cuando han visto que de la simiente se ha hecho ya un árbol, no lo dejan en el mismo sitio, sino que lo sacan de ahí y lo pasan a otra tierra, con el objeto de que la tierra nueva, habiendo recibido en su seno la raíz del árbol desarrolle íntegra y pura su fuerza para alimentarla, así hizo esta mujer, quien, al niño sembrado fuera de toda esperanza en su seno, lo trasplantó de la casa y lo llevó al templo, en donde continuamente saltan los raudales de las fuentes y los riegos espirituales; de manera que pudo verse cómo en él se cumplía aquella palabra profética, dicha por David: Bienaventurado el varón que no anda en consejo con los impíos, ni camina por la senda de los pecadores, ni se sienta en compañía de los malvados. Antes tiene en la ley de Yavé sus complacencias, y en ellas medita de día y de noche. Este será como el árbol plantado a la vera del curso de las aguas que da a su tiempo sus frutos. (7)

Porque este niño no llegó tras de la experiencia de la maldad al perdón de la maldad, sino que eligió el camino de la virtud desde sus comienzos. No tuvo nada que ver ni se mezcló con las juntas de los obradores de la maldad, ni participó en los conventículos llenos de iniquidad; sino que ya desde su primera infancia, de los pechos de su madre pasó a los pechos de la vida espiritual. Y así como un árbol que tiene un riego constante crece a muy grande altura, así este niño, regado constantemente con la doctrina de las espirituales enseñanzas, llegó hasta las cumbres de la virtud.

¡Ea! ¡veamos! ¡veamos cómo lo trasplantó! ¡sigamos tras de esta mujer! ¡entremos con ella en el templo! Subió, dice la Escritura, con él a Silo llevando un toro de tres años. (8) Hay ahora un doble sacrificio: el ternero es irracional, pero el niño es racional; a aquél lo inmoló el sacerdote, a éste lo consagró su madre. Y era más excelente la víctima de la madre, que la hostia que ofrecía el sacerdote. Aquélla se hizo sacerdotisa de sus propias entrañas e imitó al patriarca Abrahán y entró en competencias con él. Y por cierto, éste regresó del monte con su hijo devuelto; aquella en cambio lo abandonó en el templo para que ahí permaneciera para siempre. Aunque, a decir verdad, también aquél consagró totalmente a su hijo. Porque guárdate de atender a que no le dio muerte, sino mira a que con su ánimo lo sacrificó totalmente.

¿Has visto a esta mujer en certamen con el varón? ¿Has visto cómo en nada le impidió el sexo para no emular al patriarca? Pero veamos ya cómo lo consagró. Se presentó, dice la Escritura, al sacerdote y le dijo: ¡hacia mí, Señor! (9) ¿Qué significa eso de hacia mí? "Atiende, dice ella, diligentemente a lo que voy a decir (10). Por haber pasado ya mucho tiempo procura traerle a la memoria las cosas que anteriormente le había dicho. Y por esto dice: hacia mí, señor. ¡Por tu vida! ¡yo soy aquella mujer que estuvo aquí cerca, delante de ti, orando al Señor y pidiéndole este niño! ¡derramé mis preces delante del Señor y El me concedió lo que en mi petición le pedí. Y yo ahora lo entrego al Señor para que le sirva por todos los días de su vida. (11)'

No dijo: "Yo soy aquella mujer a la que tú reprendiste y a la que acometiste con injurias y de la que te burlaste como si estuviera tomada del vino y harta y tambaleante, y por esto Dios ha declarado que yo no estaba harta de vino, y que tú me echabas en cara este crimen sin ningún motivo". Ninguna de esas duras palabras dijo; sino que habló con grande mansedumbre, aunque tenía los hechos como defensores; y con razón podía acusar al sacerdote de haberla reprochado en aquel tiempo sin razón. Pero nada de eso hace, sino que únicamente recuerda la benignidad de Dios para con ella. Considera, pues, el ánimo agradecido y prudente de la sierva. Cuando era afligida a nadie declaró su pena, ni dijo al sacerdote: "¡Tengo una mujer que es émula mía, la cual, porque tiene toda una caterva de hijos, a mí me carga de oprobios; mientras que yo, que ando cultivando la mansedumbre, aún no he podido ser madre, porque Dios cerró mi matriz, y no se ha conmovido a misericordia ni aun viendo mi aflicción!" ¡Nada de eso dijo!

Omitió la clase de desgracia y solamente indicó que estaba en aflicción, diciendo: ¡Mujer afligida soy! (11) y ni aun esto habría dicho a no haberla obligado el sacerdote, por sospechar que ella estuviera harta de vino. Pero después de haber soportado este azote y una vez que Dios le dio lo que le había pedido, entonces finalmente descubre al sacerdote el beneficio divino; porque deseaba que la acompañara en la acción de gracias así como anteriormente la había acompañado en la oración. Y dijo: "Por este niño rogaba yo, y el Señor me concedió lo que le pedía en mi petición. Y ahora yo lo consagro al Señor".

¡Advierte su modestia! ¡Como si dijera: no vayas a pensar que yo hago alguna cosa grande o admirable en consagrar al niño! ¡No soy yo la autora de la buena obra, sino que únicamente pago una deuda! ¡Recibí este depósito y lo devuelvo al que me lo dio! Y al decir esto, se consagró juntamente con el niño; y como si el afecto natural fuera una cadena, con ella se ligó al templo.

Porque si en donde está el tesoro del hombre ahí está su corazón, (12) con mayor razón en donde está el niño ahí está la mente de la madre, y así de nuevo su vientre se llenaba de bendiciones. Porque apenas dijo esto e hizo oración, oye lo que el sacerdote dijo a Elcana: ¡Que el Señor te devuelva otro hijo de esta mujer por lo que has entregado al Señor! (13) Al principio no había dicho "que el Señor te devuelva". Sino ¿qué dijo?: ¡Dios te conceda lo que le pides! (14) Pero ahora que ella ha hecho a Dios su deudor, le dice: "¡Devuélvate!", dándole con esto esperanzas buenas de bienes futuros. Puesto que si Dios le dio cuando nada le debía, mucho más le devolverá ahora que de ella algo ha recibido. Así le nació el primer hijo por la oración, y tras él los otros, por la bendición, y así quedó santificado todo el fruto de esa mujer.

De manera que este primogénito se debió a la virtud de la madre; pero el segundo fue fruto de la madre y del sacerdote en común. Porque así como la tierra fértil y gruesa, una vez que ha recibido la semilla, luego nos muestra las mieses florecientes, del mismo modo esta mujer, por haber recibido con fe las palabras del sacerdote, nos produjo otras nuevas y vigorosas espigas, y cambió la antigua maldición de Eva, dando a luz mediante la oración y la bendición.

Tú, pues, oh mujer, hazte émula de aquélla; y si fueres estéril, usa de semejante oración y llama al sacerdote a fin de que te sirva como legado ante Dios. Ciertamente si recibes sus palabras con fe, la bendición de los sacerdotes te acarreará frutos magníficos y sazones. Y si fueres luego madre, a imitación de aquella mujer consagra a Dios tu hijo. Ella lo llevó al templo, pero tú conviértete en un templo regio: Porque vuestros miembros, dice el Apóstol, son cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo que habita en vosotros} Y también: "Habitaré, dice, en vosotros y andaré en medio de vosotros". ¿Acaso no es cosa ilógica que nosotros reparemos una casa vieja y que amenaza ruina, gastando en ello dineros, y llamando a los constructores y no dejando piedra por mover, y en cambio no pongamos ni siquiera un cuidado vulgar y ordinario en la casa de Dios, ya que el alma del adolescente tiene que ser casa de Dios?

¡Mira no sea que oigas lo que en otro tiempo oyeron los judíos! Porque ellos, una vez vueltos de la cautividad, cuando vieron el templo material abandonado, se pusieron a arreglar sus propias moradas; y con esto de tal manera irritaron a Dios que no solamente les mandó un profeta que los amenazara con el castigo del hambre y con una grande penuria de las cosas más necesarias, sino que además les descubriera la causa de semejante amenaza: ¡Vosotros habitáis en casas artesonadas, mientras mi casa está en ruinas! (15) Pues si el descuido de aquel templo material suscitó tan grande ira en Dios, mucho más provocará su enojo el descuido en este otro templo, porque éste es tanto más honorable que aquél, cuanto tiene mayores señales de santidad.

¡Cuida, pues, de que no se convierta el templo de Dios en cueva de ladrones, para que no vayas a oír aquella otra reprensión con que Cristo reprendió a los judíos cuando les dijo: ¡La casa de mi Padre es casa de oración, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones! (16) Y ¿cómo se convierte en cueva de ladrones? Cuando permitimos entrar en él las concupiscencias bajas y serviles y la liviandad, y que se asienten en el ánimo de los jóvenes. Porque sus pensamientos de ellas son más perniciosos que los mismos ladrones, puesto que arrastran los ánimos libres de los adolescentes a la servidumbre y los hacen esclavos de las pasiones propias de los brutos y los cubren de heridas y los destrozan de todas maneras.

Por este motivo, cada día vigilemos; y usando de la palabra como de un azote, echemos fuera de sus ánimos toda clase de inclinaciones torcidas, a fin de que los hijos puedan ser partícipes con nosotros de la ciudad celestial y puedan celebrar allá correctamente toda la liturgia que en ella se usa. ¿Acaso no habéis visto con frecuencia que los que viven en las ciudades, hacen a sus niños –apenas apartados de la lactancia– portadores de ramos en las festividades, o bien jefes de certámenes o prefectos de los juegos, o jefes de los coros? ¡Pues hagamos nosotros otro tanto! Desde los primeros años hagamos a los niños expertos en la disciplina celeste; porque esta otra terrena, por una parte ocasiona gastos, y por otra ningún fruto produce.

Porque yo te pregunto: ¿qué fruto se saca del aplauso popular? En cuanto llega la tarde, enseguida todo aquel aplauso y alboroto se esfuman; y una vez pasadas las festividades, como si hubiera sido en ensueños en donde se hubieran deleitado, así quedan privados de todo gusto; y no pueden ya encontrar, si es que lo buscan, aquel placer que les produjo la corona, la magnífica veste, ni todo el fausto, porque todas esas cosas pasan corriendo con mayor velocidad que un viento cualquiera.

Pero, en la vida celeste todo va de un modo contrario: sin gastos traen un lucro abundante y permanente. Porque allá aplauden a quien así se ha portado, no hombres dados a la embriaguez sino el conjunto de los ángeles. Pero ¿qué digo los ángeles? El Señor mismo de los ángeles lo alabará y aprobará. Y quien es alabado por Dios no triunfa por un día ni por dos ni por tres, sino que lleva en el cielo para siempre su corona, y nunca podrá verse aquella su cabeza privada de gloria. El tiempo destinado para aquella festividad no está circunscrito a determinados días, sino que se extiende a toda la eternidad de la vida venidera. A aquellas solemnidades jamás la pobreza podrá serles impedimento, sino que aún al pobre le será posible celebrar la fiesta, y más al pobre que a otros, a causa de que él se encuentra libre de todo fausto y estrépito mundano; y porque allá no hay necesidad de dineros que gastar, ni de opulencia; sino simplemente de un alma pura y de una mente llena de templanza, pues ésta es la que teje la vestidura para el alma en aquella vida, y ésta la que entreteje las coronas.

Allá, si el alma no fuere adornada con el ejercicio de las virtudes de nada le servirá la abundancia del oro; así como al revés, en nada le dañará la pobreza si interiormente abunda en esta clase de riquezas. Esta festividad la celebrarán no solamente los hijos de los ciudadanos libres sino también las hijas. Porque no es allá como acá en la administración terrenal y exterior, por la que solamente a los varones se les ha ordenado celebrar las fiestas, sino que aquella reunión admite también a las mujeres y a los ancianos y a los siervos y a los libres.

Porque en donde los espectáculos son propiamente de las almas, ahí nada pueden impedir ni el sexo ni la edad ni las dignidades de este mundo ni otra cosa alguna. Por esto, yo os exhorto a todos vosotros a que desde sus más tiernos años conduzcáis a estas festividades a vuestros hijos e hijas, y les procuréis las riquezas convenientes a este género de vida, no sepultando bajo la tierra oro, ni amontonando plata, sino llenando sus almas de modestia, sobriedad, pudor y todas las demás virtudes. Porque estos son los gastos que exige aquella festividad.

Si, pues, reuniéremos esta clase de riquezas, así para nosotros como para nuestros hijos, conseguiremos grande honra en la vida presente, y en la futura oiremos aquella feliz voz por la que. Cristo, a todos los que acá le confesaron, los exalta con su propio preconio. Porque esa confesión no se hace únicamente con la fe sino también con las obras; hasta el punto de que si éstas faltaren caeremos en peligro de ser castigados juntamente con los que lo negaron. Puesto que no hay un modo solo de negarlo, sino muchos; y Pablo, describiéndolos, nos dice: ¡Alardean de conocer a Dios, pero con las obras lo niegan! (17) Y luego: Si alguno no mira por los suyos, sobre todo por los de su casa, ha negado la fe y es peor que un infiel. (18) Y todavía: ¡Huid de la avaricia que es una especie de idolatría! (19)

En consecuencia, siendo tantos los modos que hay de negar a Cristo, manifiesto es que serán otros tantos los que hay de confesarlo, y aun muchos más. Cuidemos, pues, de confesarlo por todos estos modos, a fin de que nosotros a nuestra vez alcancemos en los cielos el honor, por gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


(1) 1Co 12,8-11.

(2) Rm 12,15.

(3) Jr 23,23.

(4) 1Co 10,11.

(5) 1S 1,23.

(6) 1S 1,22.

(7) Ps 1,1-3.

(8) 1S 1,24.

(9) 1S 1,26.

(10) 1S 1,27-28.

(11) 1S 1,15.

(12) Mt 6,21; y Lc 12,34.

(13) 1S 2,20.

(14) 1Co 6,19; y 2Co 6,16.

(15) Ag 1,4.

(16) Mt 21,13 y Lc 19,46.

(17) Tt 1,16.

(18) 1Tm 5,8.

(19) Col 3,5.


6

VI HOMILÍA CUARTA acerca de ANNA:

contra los que, habiendo abandonado las reuniones sagradas se van al teatro; y que no solamente es más útil estar en la iglesia que en los teatros, sino también más agradable; y acerca de la segunda parte de la oración de Anna; y que conviene orar sin intermisión y en todo lugar, aun en la plaza y en el camino y en el lecho.

¡No SÉ DE QUÉ EXPRESIONES debo usar hoy! Porque al ver cómo nuestras reuniones son poco frecuentadas, y que son injuriados los profetas y despreciados los apóstoles, y que aún se llega a levantarse contra el Señor mismo de ellos, nos vienen deseos de acusar; pero no veo presentes aquí a los que deberían oír nuestra acusación. ¡Solamente estáis presentes vosotros, precisamente los que no necesitáis de nuestra exhortación y correctivo! Pero aún así, no debemos callar, puesto que de este modo mitigaremos la indignación que nos han causado, y la echaremos fuera juntamente con las palabras. Aparte de que a ellos los haremos que se avergüencen y apenen, echándoles por delante tantos acusadores cuantos aquí sois mis oyentes.

Si hubieran ellos acudido, no habrían escuchado sino solamente nuestras reprensiones; ahora en cambio, por haber huido de nuestras increpaciones, tendrán que oír de todos vosotros las mismas cosas. Porque así lo hacen los amigos: cuando no encuentran a aquellos a quienes querían exigirles cuentas, se dirigen a los amigos de éstos, con el objeto de que estos amigos les refieran a aquellos otros sus palabras. Y lo mismo hizo Dios. Dejando a un lado a los que habían pecado contra El, se dirige a Jeremías el inocente, y le dice: ¿Has visto lo que ha hecho conmigo la necia hija de Judá? (1) Pues, por este motivo, nosotros, acusando a aquéllos, os hablamos a vosotros, a fin de que una vez que hayáis salido de aquí, los corrijáis.

Porque ¿quién puede soportar semejante descuido? Nos reunimos aquí una vez por semana, y no soportan el abandonar los cuidados seculares ni siquiera durante este día. Y si esto se les echa en cara, al punto pretextan su pobreza y la necesidad de preparar los alimentos y las ocupaciones urgentes; con lo cual ponen delante una excusa que es más grave aún que cualquiera otra acusación. Porque ¿qué puede haber mayor que este crimen cuando otro negocio cualquiera nos parece de más importancia que los negocios divinos? ¡En verdad que aunque todo ello fuera verdadero, esa misma defensa sería ya, como dije, una acusación!

Y para que entendáis que no es sino un pretexto para encubrir la pereza, veréis como lo de antier convencerá a todos los que echan por delante semejantes excusas. Porque ese día la ciudad entera se trasladó al circo, y se quedaron vacíos por motivo de aquel nefario espectáculo los hogares y las plazas. Mientras que aquí no vemos que esté lleno ni siquiera el sitio principal de la iglesia. Allá se ocuparon no solamente el circo sino además los techos y las casas y los palacios y sitios peligrosos e infinitos lugares elevados; y ni la pobreza, ni las ocupaciones, ni la flaqueza del cuerpo, ni la debilidad de las piernas, ni otra cosa alguna pudo detenerlos en su locura que rompió por entre todos los obstáculos; y concurrieron allá aun los hombres ya consumidos por la vejez, con una celeridad mayor que la de los jóvenes aún florecientes, deturpando sus canas, traicionando su edad provecta y haciendo risible su ancianidad.

En cambio, cuando vienen acá, oyen la palabra divina llenos de fastidio y molestos, y se quejan del calor sofocante y de las apreturas y de otras cosas semejantes. Allá reciben el sol pleno en sus cabezas desnudas, y los pisotean y los apretujan duramente, y sufren otras infinitas incomodidades, y con todo les parece que están entre delicias, como en un ameno prado. Mas por esto las ciudades se han corrompido, porque son malvados los directores de la juventud. ¿Cómo podrás corregir y reducir a la moderación al joven que procede lasciva e impúdicamente cuando tú procedes tan a la manera de esos jóvenes? ¿cuando tú mismo, a pesar del grande lapso aún no sientes la saciedad de tan desagradable espectáculo? ¿Cómo podrás reformar las costumbres de tu hijo o castigar a tu criado que peca o amonestar a otro que se descuida, cuando tú mismo ya en la extrema ancianidad andas así enloquecido?

Y por cierto que si un joven injuria a un anciano, éste al punto saca a relucir lo de su edad, y encuentra otros muchos que juntamente con él se irritan; mientras que cuando es necesario traer a los jóvenes a la moderación, y presentarse ante ellos como un ejemplar de la virtud, entonces para nada tienen en cuenta la edad, sino que, con una insania mayor que la de los jóvenes, se arrojan a ver aquellos espectáculos. Y esto digo y me refiero a los ancianos, no porque deje libres de crimen a los jóvenes, sino para amonestar a éstos a través de aquéllos. Porque si los ancianos no deben proceder de esa manera, con mucha mayor razón tampoco los jóvenes. Puesto que para los ancianos eso es una burla y una vergüenza, pero en los jóvenes tanto mayor es el daño y tanto más profundo el precipicio, cuanto es en ellos mayor la llama de la concupiscencia y más vehemente y que todo lo abrasa en cuanto ha encontrado el menor incentivo. La juventud es más inclinada a la concupiscencia y ésta hace en ellos presa con mayor facilidad; y por lo mismo necesitan de mayor cuidado, de más severo freno, y de más segura guarda e impedimento.

Ni me vayas, oh amigo, a interponer aquello de que esos espectáculos tienen su placer; sino más bien demuéstrame que semejante placer no trae consigo ningún daño. Pero que ni siquiera traigan consigo esas cosas algún deleite lo verás por aquí con toda claridad. Cuando vengas de regreso del circo hazte encontradizo con el otro que viene de la iglesia, y considera quiénes son los que en realidad disfrutan de mayor deleite: si aquel que habiendo escuchado a los profetas y recibido la bendición y cosechado el fruto de la enseñanza y orado a Dios por sus pecados, y descargado en algo su conciencia, no tiene remordimiento de falta alguna de ese género; o tú que abandonaste a tu madre, despreciaste a los profetas, injuriaste a Dios, te divertiste con el demonio, prestaste oídos a quienes mutuamente se maldecían y querellaban, y finalmente perdiste el tiempo y no reportaste a tu casa ganancia ninguna de aquello, ni temporal ni espiritual.

De manera que aún ateniéndonos a lo del placer, es preferible acudir acá a la iglesia. Porque de lo de allá se sigue inmediatamente reprobar el hecho la conciencia y condenarlo y arrepentirse de lo que allá sucedió, y vergüenza y oprobio, de manera que ni siquiera te atreves a levantar los ojos. En cambio, lo de acá va todo al contrario, pues de ello se sigue la confianza, la franqueza en la mirada y la libertad de poder hablar con todos de las cosas que aquí se han oído. Así pues: cuando vayas al foro y observes que todos corren hacia el espectáculo, tú anda inmediatamente a la iglesia, y tras de detenerte en ella por algún espacio de tiempo, gozarás de una perpetua alegría a causa de la palabra divina.

Pero, si arrastrado por el ímpetu de las turbas te vas al circo, tras de haberte dado un ligero baño de placer, al día siguiente te sentirás mal de continuo y lo mismo los siguientes días, y tú mismo te reprocharás de lo que hiciste. En cambio, con un poco que te venzas gozarás de una plena y segura alegría por todo el resto de la jornada. Porque esto es lo que suele suceder no solamente en este género de cosas, sino en todas: que el vicio tiene un placer momentáneo y un dolor perpetuo, mientras que la virtud por el contrario tiene un trabajo breve y en cambio un fruto perenne y lleno de gozo.

Sea por ejemplo. Ha orado alguno a Dios; ha derramado lágrimas; se ha dolido un poco de tiempo durante la oración; otro ha pasado todo el día alegre, ha dado una limosna, ha ayunado o ha hecho alguna otra buena obra o habiendo sufrido una injuria no devolvió insultos por insultos: este tal, tras de reprimirse y vencer su ira por un momento, luego goza y se alegra perpetuamente por el recuerdo de sus buenas obras. En los vicios sucede lo contrario. Injurió alguno o volvió injuria por injuria, pues cuando regresa a su casa lleva roído el corazón por el recuerdo de sus palabras, que con frecuencia además produjeron algún grave daño.

De manera que si andas buscando el placer, huye de las concupiscencias juveniles, (2) y ejercítate en la templanza y atiende a la palabra divina. Todo esto lo decimos para que vosotros a ellos lo repitáis y golpeándolos con estas palabras los apartéis de toda mala costumbre y los persuadáis a que en todo procedan conforme a la recta razón. Porque de los hombres que proceden a la ventura y sin motivar sus actos, ni su misma diligencia es cosa que pueda aprobarse, como lo probaré en la reunión que luego se seguirá. Puesto que cuando celebremos la fiesta de

Pentecostés se aglomerará tanta multitud en todos estos sitios, que serán estrechos para contenerla; pero yo no estimaré como cosa muy excelente semejante reunión, porque más será fruto de la costumbre que no de la virtud de religión y de la piedad.

Pero ¿qué cosa hay más miserable que el hombre cuyo descuido está lleno de tantos crímenes y cuya diligencia no es cosa que pueda alabarse? Porque todo aquel que se acerca a esta reunión por el fervor de su piedad y con moderación y anhelo, debe hacer esto mismo sin interrupción, y no acercarse únicamente cuando lo hacen aquellos que vienen a la festividad y luego al mismo tiempo que ellos retirarse y no volver, como quien sin motivo y a la manera de un rebaño, es llevado y traído.

Podía yo extenderme más aún en el exordio de este mi discurso. (3) Pero sabiendo que vosotros, aun sin nuestra exhortación, diréis, como es digno que lo hagáis, las muchas cosas que yo os he dicho a los otros y aun muchas más, para no seros molesto si continúo la reprensión de aquéllos, dejo el resto a vuestro cuidado, y me regreso a la acostumbrada enseñanza y a la historia de Anna.

¡Y no os admiréis de que nos detengamos aún en esta materia! Porque no puedo echar de mi mente la imagen de esta mujer: ¡hasta tal punto admiro la belleza y hermosura de su alma! ¡Yo amo los ojos que siempre lloran alguna vez mientras se está en oración, y los labios y la boca no pintados con vanos y postizos colores, sino adornados con las acciones de gracias a Dios, como lo eran los de esta mujer, cuya sabiduría tan grandemente admiro. Y mucho más la admiro porque siendo mujer llegó a tal grado de sabiduría; siendo mujer, digo, porque con frecuencia la mujer escucha las acusaciones de muchos. Por la mujer, dice la Escritura, tuvo principio el pecado, y por ella morimos todos. (4) Y también: ¡Ligera es toda maldad comparada con la maldad de la mujer! (5) Y Pablo nos dice: Y no fue Adán seducido, sino Eva la que seducida incurrió en la transgresión. (6)

Pues precisamente por esto la admiro, porque ya deshizo esta acusación; y siendo del sexo acusado, ya echó de sí todos los oprobios, y con las obras ha demostrado que no era tal por su naturaleza sino por su propia voluntad y descuido, y que también a este sexo le será posible llegar a las cumbres de la virtud. ¡Querelloso es este animal y malvado, y tal que si se inclina a la maldad comete los más grandes crímenes; pero si se aplica a la virtud, antes deja la vida que su buen propósito! Pues de esta manera, esta mujer superó a la vez su propia naturaleza y venció la necesidad y alcanzó con la continua oración un hijo para su vientre estéril.

Y, conforme a esto, después de haber alcanzado el favor que pedía, retornó a la oración, y decía de este modo: ¡Mi alma salta de júbilo en Yavé: Yavé ha levantado mi cuerno! (7) Lo que significan esas palabras "mi corazón se ha confirmado en el Señor", lo habéis oído de mí, cuando hace poco lo explicaba a vuestra caridad. (8) Resta que ahora interpretemos lo que sigue. Porque tras de haber dicho "mi corazón se ha confirmado en el Señor" añadió: "Yavé ha levantado mi cuerno". (9) ¿Qué significa eso de "mi cuerno"? Porque la Sagrada Escritura suele usar de esta expresión con alguna frecuencia, como cuando dice: Ha sido exaltado su cuerno; (10) y luego: Levantará el cuerno de su Ungido. (11) ¿Qué es pues lo que llama cuerno? ¡El poder, la gloria, la claridad! Toma esta metáfora de los animales; porque Dios a éstos en vez de armas les dio como armas y ornamento a la vez los cuernos, y si los pierden, pierden la mayor parte de su fuerza. Y a la manera que un soldado sin armas, así un toro sin cuernos fácilmente es capturado. De manera que no es otra cosa lo que aquí dice la mujer, sino "se ha exaltado mi gloria".

¿Pero cómo ha sido exaltada? "En mi Dios", dice. Y por esto esa exaltación es cosa segura, puesto que tiene una raíz firme e inmóvil. La gloria que proviene de los hombres, imita la bajeza de los hombres, y por esto con facilidad sucede que se derribe. No es así la gloria que viene de Dios, sino que ésta permanece inmóvil para siempre. Y declarando el profeta ambas cosas, o sea la debilidad de aquélla y la firmeza de ésta, dice así: ¡Toda carne es heno, y toda la gloria del hombre como la flor del heno. Se secó el heno y se cayó la flor. (12) En cambio no dice lo mismo de la gloria que viene de Dios. Entonces ¿qué es lo que dice? Pero la palabra de Dios permanece para siempre. (13)

Todo esto se ve claro en esta mujer. Porque los reyes y los jefes y los poderosos no dejaron piedra por mover para legar una memoria inmortal de sí mismos en lo futuro: se construyeron espléndidos sepulcros y se erigieron grande cantidad de estatuas en muchos sitios y dejaron innumerables monumentos de sus hazañas. Pero ahora se callan sus nombres y ni siquiera por los monumentos son conocidos, mientras que esta mujer en todas partes es celebrada. Ya sea que vayas a Escitia, o a Egipto, o a la India, o a los últimos confines del orbe, oirás a todos cómo cantan sus proezas: ¡cuántas regiones de la tierra son iluminadas por el sol, otras tantas llenadas con su gloria! ¡Ni es solamente esto lo digno de admiración, que esta mujer sea celebrada por todas partes, sino el que habiendo transcurrido tanto tiempo no solamente no se han oscurecido las alabanzas de ella sino que se aumentan y se extienden cada vez más, y todos están al tanto de su sabiduría y longanimidad y paciencia, y esto en los pueblos y en los campos y en las casas y en los campamentos y en las naves y en las oficinas: ¡en una palabra, no hay parte alguna en donde no oigas sus encomios!

Es que cuando quiere Dios glorificar a alguno, y esclarecerlo, aunque se interponga la muerte o la distancia de los tiempos u otra cosa cualquiera, con todo permanece inmóvil y floreciente la gloria de ese tal y nadie puede oscurecer su brillo. Por esta razón, esta misma mujer, amonestando a sus oyentes para que no se acojan a las cosas perecederas sino a Aquel de quien esperamos todos los bienes, señala al autor de esa gloria. Y después de haber dicho: "Confirmado se ha mi corazón en el Señor", añadió: "Y Yavé ha levantado mi gloria". Indicándonos con estas palabras los dobles bienes que no sin razón se encuentran reunidos en una sola persona.

Anna conseguí la tranquilidad y la honra. Pero es difícil que encontremos ambas cosas reunidas en una misma persona. Porque muchos se ven libres de los peligros, pero no llevan una vida con gloria; otros, por el contrario, disfrutan de la gloria y la fama, pero precisamente por ellas se ven en peligro. Así, por ejemplo: muchos con frecuencia han sido encarcelados por adúlteros, impostores, perforadores de sepulcros, reos de otros crímenes semejantes; pero luego, ordenándolo así la regia benignidad, se encontraron libres: ¡quedaron libres de la pena, pero no borraron su deshonra, sino que a todas partes los sigue la deshonra! Otros eran varones militares y nobles, y habían abrazado un género de vida brillante y honroso, acometiendo los peligros en los combates; pero muchas veces recibieron heridas, y al fin acabaron con una muerte prematura: éstos, por amor a la gloria se privaron de una segura tranquilidad.

En cambio a esta mujer le vinieron ambos bienes, puesto que juntamente disfrutó de la gloria y de la seguridad. Y lo mismo aconteció a aquellos tres jóvenes: (14) porque salieron libres del peligro del horno y se hicieron famosos por haber vencido con un modo sobrenatural el poder del elemento del fuego. Así son los beneficios de Dios, porque El al mismo tiempo concede una vida tranquila y gloriosa. Cosas ambas que ya insinuaba esta mujer cuando dijo: "Se ha confirmado mi corazón en el Señor, y se ha exaltado mi gloria en mi Dios". Y no dijo simplemente en Dios, sino "en mi Dios", tomando como propio al que es común Dios de todo el orbe de la tierra. Y esto lo hizo no por amenguar el dominio de Dios, sino solamente por declarar su cariño y por más enfervorizarlo. Porque así suelen hacer los que aman: no toleran el amar juntamente con otros, sino que desean demostrar un cariño especial y particular.

Por este motivo decía David: ¡Oh Dios mío! ¡tú eres mi Dios! ¡a Ti te busco solícito! (15) De manera que tras de haber puesto la denominación común, añadió aquello por la que es particular Señor de los santos. Y también dijo: ¡Oh Dios mío! ¡atiéndeme! ¿por qué me has desamparado? (16) Y luego: ¡Diré a Dios: tú eres mi protector! (17) Porque estas expresiones son propias de un alma fervorosa y que arde en deseos. Pues lo mismo hizo esta mujer. Por lo demás, no es cosa admirable que así lo hagan los hombres; pero cuando veas que lo hace también Dios, entonces con razón quedarás estupefacto. Porque así como éstos no lo invocan en común, sino que se lo apropian y quieren que les pertenezca, del mismo modo El también profesa ser Dios no sólo en común para todos los demás, sino en particular de cada uno de ellos.

Y por esto decía: ¡Yo soy el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob! (18) No porque El contrajera su imperio, sino más bien ensanchándolo. Porque El demuestra su imperio no tanto por la multitud de súbditos cuanto por la virtud y excelencia de ellos. Y no se goza tanto en ser llamado Dios de cielo y tierra y del mar y de todo lo que éstos contienen, cuanto en serlo de Abrahán, Isaac y Jacob. Y podemos ver en Dios lo que en los hombres no solemos ver. Por ejemplo: entre los hombres, los siervos se llaman por el nombre de sus dueños, y todos nos expresamos así, llevados de la costumbre; y decimos "fulano, el administrador de fulano", o bien "fulano, el ecónomo de fulano", o sea del estratega o del hiparjo. Pero nadie dice: "fulano, el hiparjo del administrador fulano"; sino que siempre acostumbramos llamar a los inferiores con el nombre de los de más altas dignidades.

En cambio, tratándose de Dios, es al contrario. Porque no solamente se dice: "Abrahán el que es de Dios", sino también "el Dios de Abrahán". De manera que el Señor se denomina por el nombre del siervo. Esto mismo decía Pablo lleno de admiración: ¡Por eso Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos! (19) No se avergüenza, dice, el Señor de tomar el apelativo suyo del nombre de sus siervos. Pero ¿por qué no se avergüenza? ¡Dime la razón! ¡Pues a fin de que nosotros lo imitemos! Porque, dice, eran peregrinos y huéspedes. (20) Mas, por esto precisamente convenía que se avergonzara, puesto que el que es huésped parece que ha de ser vil y despreciable.

Pero aquellos santos no eran huéspedes en esa forma que nosotros pensamos, sino en otra en absoluto especial. Nosotros solemos llamar huéspedes a quienes tras de abandonar su patria se van a otra región. Pero aquéllos no eran huéspedes en ese sentido, sino porque despreciaban al orbe todo, y juzgaban pequeña la tierra, y miraban hacia la ciudad celestial. Y esto no por arrogancia, sino por magnanimidad; no por insolencia sino por el cultivo de la sabiduría. Porque una vez que hubieron contemplado todas las cosas terrenas, y hubieron visto ser ellas cosas deleznables y perecederas, y que nada había acá que fuera estable ni firme, es, a saber, ni la gloria ni el poder ni las riquezas ni la vida misma, sino que todas tenían un término y acabamiento, y a él se apresuraban, y que las cosas celestiales no eran de semejante naturaleza, sino infinitas e inmortales, prefirieron ser huéspedes acá entre las cosas pasajeras y deleznables, para poder alcanzar aquellas otras eternas.

Eran pues huéspedes, no porque no tuvieran patria, sino porque anhelaban aquella otra patria sempiterna. Significando lo cual, el mismo Pablo decía: ¡Los que tales cosas dicen dan bien a entender que andan en busca de la patria! (21) ¿Cuál patria? ¡te ruego me lo digas! ¿Acaso aquella primera que abandonaron? ¡De ninguna manera! Porque si se acordaran de aquélla, dice, en su mano estaba el retornarse allá. Sino que deseaban otra mejor, esto es la celestial cuyo creador y artífice es Dios. Y por esto Dios no se avergonzaba de llamarse Dios de ellos. (22) Pues imitemos también a éstos. Despreciemos las cosas presentes y anhelemos las futuras. Tomemos como maestra a esta mujer, y así acojámonos continuamente al Señor, y a El pidamos todas las cosas. Porque no hay cosa igual a la oración. Ella es la que de lo imposible hace lo posible; de lo difícil hace lo fácil; de lo torcido, lo recto. El bienaventurado David usaba de ella a su vez, y por lo mismo decía: Siete veces te alabo en el día por los decretos de tu justicia. (23) Pues si este rey, metido entre mil cuidados, y distraído entre tan variados negocios, tantas veces al día oraba a Dios ¿qué defensa o qué perdón podemos nosotros obtener, que tanto descanso tenemos y con todo no oramos continuamente, y esto cuando tan grande fruto de ello habría de venirnos?

Porque es imposible, lo repito, es imposible que el hombre que ora con la debida presteza y que constantemente se encomienda a Dios, caiga alguna vez en pecado. Y cómo pueda ser esto, es lo que en seguida vamos a declarar. Aquel que tiene fervorosa el alma, y ha levantado su pensamiento y lo ha pasado a las cosas celestiales, y de esta manera se ha puesto a invocar a su Señor, y con la memoria de sus pecados habló con El acerca del perdón, rogándole se dignara ser para con él manso y propicio, ese tal, después de esa oración, ya ha dejado todos los cuidados de esta vida y se ha levantado con la esperanza y se ha colocado por encima de todas las afecciones humanas. De manera que si después de su oración se encuentra con su enemigo ya no lo verá como enemigo; y si ve a una mujer hermosa, ya no le impresiona ni vence con su aspecto, porque aún le dura en el interior aquel fuego que encendió con la oración, el cual aparta de sí todo pensamiento indecente.

Pero, como por ser hombres, fácilmente caemos de nuevo en la tibieza una vez que ya han pasado una o dos o tres horas de oración, cuando sientas que aquel tu fervor poco a poco se va enfriando, vuelve a encender tu pensamiento. Y si esto lo vas haciendo durante todo el día, enfervorizándote con frecuentes oraciones de cuando en cuando, no darás al demonio ocasión alguna ni le presentarás entrada al interior de tus pensamientos. Y así como al preparar la comida, si cuando habernos de beber encontramos que el agua caliente ya se ha enfriado la volvemos a poner al fuego, y la calentamos otra vez, de ese modo hay que proceder aquí, y hemos de poner nuestra boca, como en unas brasas, en la oración, para que con este artificio la mente se encienda de nuevo en la piedad.

Imitemos también a los que trabajan en las construcciones. Porque éstos, cuando han de edificar una pared de ladrillo, a causa de la fragilidad del material, lo ciñen con unos maderos, y esto en espacios no muy distanciados sino pequeños, a fin de que la trama de los ladrillos quede más firme a causa de la frecuencia de los maderos. Pues procede tú del mismo modo. Y así como aquéllos lo hacen mediante las ligaduras de los maderos, así tú, interponiendo entre los negocios seculares las frecuentes oraciones, defiende tu vida.

Si esto haces, aun cuando sean innumerables las tempestades que se te echen encima, ya sea de tentaciones, ya de tristezas, ya de pensamientos molestos, ya de cualquiera otra materia, no podrán echar abajo tu casa defendida y asegurada con tan frecuentes oraciones. Pero, me dirás: ¿cómo puede ser que un hombre seglar y ocupado en negocios forenses haga tres horas de oración cada día y acuda a la iglesia? ¡Puede hacerlo y es cosa fácil! Porque, aunque el acudir a la iglesia no le sea fácil, puede con todo, ahí en el foro y pegado a la puerta de su oficina, orar. Pues para esto más necesaria es la mente que la boca, y más la atención del ánimo que el extender las manos. No importa tanto la postura del cuerpo con que lo hagas, cuanto el afecto del alma. La misma Anna fue oída no por sus intensos clamores sino por el interno afecto de su corazón.

Porque dice la Escritura: Su voz no se oía, y el Señor la escuchó. (24) Esto mismo han hecho otros muchos. Y mientras allá dentro el magistrado amenazaba y se exasperaba y se enfurecía, ellos permaneciendo junto a las puertas de la oficina, tras de haberse fortalecido con el signo de la cruz, y haber rogado brevemente dentro de sí mismos, una vez que entraron, hicieron cambiar al hombre y lo aplacaron, y de irritado lo volvieron manso. Y ni el sitio ni el tiempo ni lo tocante al silencio, les impidió hacer oración.

¡Haz tú del mismo modo! ¡llora amargamente! ¡trae a tu memoria tus pecados! ¡levanta tus miradas al cielo! Di con el pensamiento: "¡Apiádate de mí, oh Dios!", y con esto ya has hecho oración. Porque quien dice "apiádate" confiesa y reconoce su pecado, puesto que es propio de los que han caído el buscar misericordia. El que dice "apiádate" ya obtuvo el reino de los cielos. Porque a aquel de quien Dios se compadece no solamente lo libra de las penas, sino que además le concede la posesión de los bienes futuros.

No busquemos excusas alegando no estar cerca la casa de oración. Ya que a nosotros mismos, si vivimos con templanza, la gracia del Espíritu Santo nos hace templos de Dios, de manera que por todas partes tengamos posibilidades de orar. Porque no tenemos nosotros un culto como el que antiguamente tenían los judíos, que era de grandes ceremonias sensibles y necesitaba de mucho trabajo. En aquel culto, el que había de orar tenía que subir al templo, comprar una paloma, tener a la mano leña y fuego, y asistir con el cuchillo empuñado cerca del altar, y hacer otras muchas cosas que estaban mandadas. Acá en el nuestro nada hay que a eso se parezca; sino que en donde quiera que estuvieres tienes a la mano el altar y el cuchillo y la víctima: ¡tú mismo eres altar, sacerdote y víctima!

Dondequiera que estuvieres puedes ahí levantar un altar con tal de que tengas una voluntad vigilante, porque ni el sitio ni el tiempo te impiden, aunque no te arrodilles ni te des golpes de pecho, ni levantes al cielo tus manos; con sólo que tengas fervoroso el pensamiento, ya nada te falta para la oración. Puede la mujer, aunque tenga en la mano el huso y esté tejiendo una tela, mirar al cielo e invocar a Dios con pecho inflamado. Puede el varón, aun estando en la plaza o yendo de camino, orar atentamente. Lo mismo puede hacer el otro sentado en su oficina y cosiendo los cueros levantar al Señor su espíritu. Puede el siervo, mientras hace las compras y sube y baja y presta sus servicios en la cocina, aunque no le sea posible ir a la iglesia, hacer una oración atenta y fervorosa. No se avergüenza Dios por el sitio: una sola cosa exige, que es el fervor en el alma y una mente llena de moderación.

Y para que veas que no se necesita de sitios ni de tiempos oportunos sino de un ánimo recto y atento, ve a Pablo recostado en la cárcel, y que no puede tenerse derecho (porque los grillos de madera no se lo permitían), cómo oraba con grande prontitud, así tendido sacudió la cárcel y la conmovió hasta en sus cimientos y aterrorizó al guardia y luego a éste una vez iniciado lo introdujo en los sagrados misterios. (25) También Ezequías, no estando de pie ni de rodillas, sino recostado en su lecho a causa de la enfermedad y con la cara vuelta hacia la pared, invocó a Dios con ánimo fervoroso y modesto, y apartó de sí la sentencia dada ya contra él, y alcanzó grande ganancia y le fue devuelta su primera sanidad.

Y puedes ver cómo esto ha sucedido no solamente a excelentes varones y santos, sino también a los malos. Porque también el ladrón aquel sin estar en el templo ni de rodillas, sino extendido en la cruz, con unas cuantas palabras logró el reino de los cielos. Y el otro, arrojado a la cisterna cenagosa, y el otro expuesto a las fieras en la cueva, y el otro encerrado en el vientre del cetáceo, todos ellos, habiendo invocado a Dios, apartaron los males que los amenazaban y lograron la benevolencia divina.

Con estas palabras os exhorto a que frecuentéis las iglesias y a que oréis en vuestros hogares con toda tranquilidad durante el descanso, puestos de rodillas y levantadas las manos. Y si acaso el tiempo y el sitio en que estamos abunda en cantidad de hombres, con todo, no por eso se ha de interrumpir la costumbre de orar; sino que, como amonestaba a vuestra caridad, orad e invocad a Dios, ciertos del todo de que semejante oración os alcanzará todo lo que deseáis. Y no he dicho esto para que lo alabéis y aplaudáis, sino para que lo llevéis a la práctica, y para que llenéis todo vuestro tiempo, así nocturno como diurno y el dedicado al trabajo, con la oración.

Si de esta manera disponemos nuestras cosas, pasaremos seguros por esta vida presente y conseguiremos además el reino de los cielos. Al cual ojalá se nos conceda llegar, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Jr 3,62.

(2) 2Tm 2,22.

(3) Recuérdese lo que dijimos en la Introducción, n. 12.

(4) Si 25,33.

(5) Si 25,26.

(6) 1Tm 2,14.

(7) 1S 2,1.

(8) Se refiere a la Homilía que se ha perdido y era la IV sobre Anna.

(9) Propiamente el texto dice: xégai;, o sea mi cuerno o fortaleza.

(10) Ps 74,11.

(11) 1S 2,10.

(12) Porque fui librada, dice, de las olas, desapareció la ignomia Is 50,6-7.

(13) Ibid.

(14 .

(15) Ps 62,2.

(16) Ps 21,1.

(17) Ps 90,2.

(18) Ex 3,6.

(19) He 9,16.

(20) He 12,13.

(21) Ibid., 14-16.

(22) Ibid., 16.

(23) Ps 118,164.

(24) 1S 2,19.

(25) Ac 16,25-34.



Homilias Crisostomo 2 5