Homilias Crisostomo 2 7

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VII HOMILÍA QUINTA sobre ANNA: contra los que solamente acuden a la iglesia en las fiestas

y qué cosa sea una festividad; y contra los que acusan a la divina providencia porque en esta vida unos son ricos y otros son pobres; y que la pobreza es útilísima; y que en todas partes trae ella consigo grande gozo y seguridad más que las riquezas; y finalmente de Anna.

¡EN VANO SEGÚN PARECE, exhortábamos a los que estuvieron presentes en la reunión anterior, a que permanecieran en sus hogares paternos y no se presentaran acá mezclados con los que solamente se acercan a la iglesia en las festividades y luego se alejaran! O mejor dicho ¡no en vano! Porque, aunque ninguno de ellos se hubiera persuadido con nuestro discurso, con todo a nosotros nos queda íntegro nuestro premio y estamos perfectamente defendidos delante de Dios. Conviene por esto que el predicador aunque nadie le atienda, lance la simiente y ponga a rédito el capital, a fin de que luego Dios lo exija, no de él sino de los banqueros, con su rédito.

Esto es lo que nosotros hemos hecho al argüiros, increparos, rogaros y amonestaros. Porque para esto os trajimos a la memoria al hijo aquel dilapidador de los bienes paternos, vuelto finalmente de nuevo a la casa de su padre; y os pusimos delante toda su miseria, y aquella hambre, aquella ignominia, aquellos insultos y todo lo que de los extraños sufrió, para con ese ejemplo haceros entrar en razón. Ni dimos con esto por acabado nuestro discurso, sino que además les declaramos nuestra benevolencia paterna para con ellos en no exigirles el castigo por la desidia, sino que los recibimos con las manos tendidas, y les concedimos el perdón de sus faltas, y les abrimos las puertas del hogar, y les pusimos la mesa, y los vestimos con el vestido de la doctrina, y usamos con ellos de todos los cuidados. (1)

Pero ellos no han imitado a aquel hijo, ni se apenaron de haber abandonado la reunión, ni se quedaron en la casa paterna, sino que nuevamente se apartaron de ella. Era, pues, propio de vosotros, de vosotros digo, los que siempre estáis a nuestro lado, el regresarlos, y persuadirlos a que estén con nosotros en todas las reuniones y se hagan así partícipes de la festividad. Porque, aunque ha pasado ya Pentecostés, pero no ha pasado la festividad, pues toda reunión en la iglesia es una festividad. Y ¿cómo quedará esto en claro? Por las palabras mismas que dice Cristo: Dondequiera que estuvieren dos o tres congregados en mi nombre, ahí estoy en medio de ellos. (2) Pues cuando Cristo se encuentra en medio de los que se han reunido ¿qué mayor argumento esperas de que hay festividad? En donde hay enseñanza de la sagrada doctrina y oraciones y bendición de los sacerdotes y se escucha la ley divina, en donde hay reunión de hermanos y unión de sincera caridad, donde se habla con Dios y Dios habla con los hombres ¿cómo puede suceder que no haya ahí fiesta y solemnidad?

Porque la solemnidad no la hace la multitud de los que se reúnen sino la virtud; no la riqueza de los trajes sino el adorno de la piedad; no la abundancia de los manjares, sino el cuidado de las almas; puesto que la fiesta más excelente es la buena conciencia. Y, así como en las fiestas seculares quien no tiene ni un vestido hermoso que ponerse, ni una abundante mesa que participar, sino que vive en pobreza y en hambre y en extrema necesidad, no goza del día de fiesta, aun cuando vea a la ciudad toda entregada a los bailes, sino que, al revés, tanto más se angustia y se duele cuanto más ve a los otros entre delicias mientras él está entre necesidades de todo; y en cambio un rico muelle y que abunda en vestidos con que cambiarse y vive en suma prosperidad, aun fuera del tiempo de las festividades cree disfrutar de perpetuos festivales, del mismo modo sucede en las cosas del espíritu. El que vive en santidad y en buenas obras, aun sin festividades vive en fiesta perenne, porque recibe un gozo puro, nacido de la buena conciencia; pero quien vive en pecado y tiene conciencia de muchas malas obras, aun cuando tenga fiesta carece de festival como el que más.

Según esto, podemos si queremos tener todos los días fiesta, con tal de que ejercitemos la virtud y purifiquemos nuestra conciencia. ¿En qué es mejor la presente reunión que la pasada? ¿Acaso no lo es únicamente en el tumulto y en el alboroto y no en otra cosa alguna? Puesto que la participación de los misterios sagrados y la comunicación de las demás cosas espirituales, como son las preces, la predicación, las bendiciones, la caridad y las otras cosas, son el día de hoy las mismas, en nada aventaja a éste el día anterior, por lo que a vosotros mira o a mí que os predico. Los que entonces nos oían esos mismos nos van a oír ahora, y los que ahora están ausentes tampoco entonces estaban presentes, aun cuando con el cuerpo se les viera presentes. ¡Ahora no oyen, pero menos aún oían entonces! Y no solamente no oían sino que con su estrépito molestaban a los que oían. De modo que, en consecuencia, entonces y ahora cuento yo con los mismos oyentes en esta reunión, y el mismo concurso, y no es este día en nada inferior a aquel otro. Más bien, si es que me permitís que diga algo llamativo, este día es mejor que aquel otro, porque la predicación se tiene sin aquel estrépito, y la enseñanza se hace sin aquel tumulto, y se oye con mayor reflexión por no impedir nuestros oídos ningún alboroto.

Y no digo esto porque yo desprecie la multitud que entonces se reunió, sino para persuadiros que no tengáis por ello dolor ni os contriste lo escaso de los que ahora acudieron. Pues no buscamos que haya en la iglesia multitud de cuerpos, sino multitud de quienes nos escuchen. Así pues, puesto que ahora tenemos el mismo número de comensales que tuvimos entonces, con igual presteza os presentaré el banquete, volviendo a la materia que nos impidió la festividad. Porque así como no era oportuno el omitir en Pentecostés la conmemoración de los beneficios que en ese tiempo se nos proporcionaron, por continuar la materia anteriormente tomada, del mismo modo ahora que ya ha pasado la festividad de Pentecostés, es oportuno volver a continuar la materia que anteriormente habíamos escogido, al querer hablaros acerca de Anna. Porque no hay que mirar a que ya se han dicho muchas cosas, sino a si acaso llegamos ya al término de la materia. Así quienes han encontrado un tesoro, aunque saquen de él innumerables riquezas, no desisten hasta que las agotan todas, como que les es más provechoso, no tanto el haber sacado ya mucho, sino el no dejar nada por sacar.

Pues, si los que andan locos por el dinero tan grandemente se preocupan por las cosas que han de perecer y no permanecer, mucho más conviene que nosotros tengamos ese mismo modo respecto de los tesoros divinos y no desistamos hasta haber agotado todo cuanto ahí aparece. Y dije aparece, porque no nos es dado agotar todo cuanto ahí se encuentra. La fuerza de las sentencias divinas es una fuente perenne que mana y jamás se agota y nunca se extingue. Así pues, no nos cansemos. Porque no estamos discurriendo acerca de cosas vulgares, sino de la oración, que es nuestra esperanza; de la oración por la cual aquella mujer estéril fue hecha madre, y la que no tenía hijos fue madre de una grande prole, y de triste quedó alegre por causa de aquella oración, por la cual se reparó la naturaleza viciada, y se abrió la matriz antes cerrada y lo imposible se hizo posible. Examinemos pues cada cosa de por sí y despacio, y expliquemos cada frase, a fin de que, en cuanto sea posible, nada se nos escape.

Por esto hemos gastado dos discursos íntegros en solos dos de los dichos suyos. Fue el primero: ¡Mi corazón se ha confirmado en el Señor! (3) Y luego el que sigue: ¡Mi fortaleza se ha exaltado en mi Dios! (4) Es, pues, lógico tomar ahora el tercero. ¿Cuál es? Y ha abierto mi boca contra mis enemigos, porque esperé de El la salud. (5) Notad lo perfecto de la oración. No dijo: "Mi boca se ha aguzado contra mis enemigos", porque no se hallaba preparada para las injurias y los dicterios, ni para los oprobios y las acusaciones, sino para la amonestación y el consejo, para la corrección y la enseñanza. Y por eso no dijo: "Mi lengua se ha aguzado contra mis enemigos", sino se ha ensanchado: gozo ahora de amplitud, ahora puedo hablar con libertad. Una vez echada a un aldo la pena y el rubor, he vuelto a la libertad.

Pero tampoco ahora recordó a su émula, sino que bajo una expresión vaga e indefinida, ocultó, como bajo una careta de teatro, la causa de su tan grande tristeza. Ni dijo lo que muchas mujeres: "¡Dios la ha confundido! ¡El ha destruido y echado por tierra a esa criminal y arrogante y grandilocuente". Sino que dijo con sencillez: "¡Se ha ensanchado mi boca contra mis enemigos y me he alegrado en tu salud". Y no simplemente por la salud, sino por ser salud de tu mano. Porque yo no me alegro de haber sido curada, sino de haber sido curada por Ti; por eso me alegro y doy saltos de gozo.

¡Así son las almas de los santos! Más se alegran de Dios, autor de los beneficios, que de los mismos beneficios; porque no lo aman por los dones, sino que aman los dones por El. Y esto es lo que conviene que hagan los siervos agradecidos y los criados que guardan memoria de los beneficios: es a saber, que antepongan a Dios a todas las cosas. Tengamos también nosotros esta disposición: cuando caigamos en pecado, no tengamos dolor porque se nos va a castigar, sino por haber ofendido a Dios; y si hacemos alguna obra buena, no nos alegremos por el reino de los cielos, sino porque hemos agradado con nuestra obra al Rey de los cielos. Porque aquel que piensa rectamente, más teme la ofensa de Dios que todos los infiernos, y en más estima agradar a Dios que todos los reinos.

Ni te admires de que convenga tener esta disposición respecto de Dios, puesto que muchos hombres así se encuentran dispuestos para con los otros hombres. Muchas veces tenemos hijos nobles; y si acaso en algo los herimos, aunque sea involuntariamente, nos imponemos a nosotros mismos un castigo; y lo mismo solemos hacer respecto de nuestros amigos. Pues si juzgamos ser cosa más dura el ofender a los hijos o a los amigos que el sufrir un castigo, mucho más conviene tener estos sentimientos respecto de Dios; y así se ha de estimar como cosa más grave que cualquier infierno el haber hecho algo que a El le desagrade.

Así era el bienaventurado Pablo. Por esto decía: Estoy cierto que ni los ángeles ni los principados ni las potestades ni las cosas presentes ni las venideras, ni la altura ni la profundidad ni ninguna criatura podrá arrancarnos del amor a Dios en Cristo Jesús Señor nuestro. (6) Y aun a los mártires, cuando los llamamos bienaventurados, en primer lugar lo hacemos por sus llagas y después por las coronas que les esperan. Porque los premios se dan por las llagas y no las llagas por los premios.

Del mismo modo Pablo se alegraba no tanto por los bienes que le esperaban, como por los trabajos sufridos por Cristo, y decía y exclamaba: ¡Me gozo en mis padecimientos por vosotros! (7) Y luego: ¡Ni solamente esto, sino que me glorío en las tribulaciones! (8) Y también: Porque nos ha sido dado por Dios no solamente el que creamos sino el que padezcamos por El. (9) Porque verdaderamente es la gracia más grande el ser tenido por digno de padecer algo por Cristo, y es corona perfecta y merced no menor que el premio futuro. Esto lo conocen quienes saben amar recta y fervorosamente a Cristo.

Y de esta clase era aquella mujer, que tenía un ardentísimo amor de Dios, y un encendido cariño. Y por esto decía: "¡Me he alegrado con tu salud!" Nada tenía ella de común con las cosas terrenas, sino que despreciaba todo auxilio humano y andaba elevada con la gracia del Espíritu Santo, y en todas las cosas miraba a Dios, y en todos los trabajos rogaba que de allá le llegara la salvación. Conocía, conocía claramente que las cosas humanas, cualesquiera que ellas sean, imitan la naturaleza de aquellos que las proporcionan; y que nosotros constantemente necesitamos del auxilio divino si queremos anclar en terreno firme. Por esto ella siempre se refugiaba en Dios. Y cuando Tecibía algún beneficio más se alegraba por ser Dios el autor del beneficio, y le daba gracias, y decía: ¡No hay santo como Yavé! ¡no hay justo como nuestro Dios! ¡no hay santo como Tú! (10)

Como quien dice: "Su juicio es irreprensible y su sentencia infalible y rectísima" ¿Has visto cómo piensa un alma agradecida? No dijo en su interior: "¿Qué tiene de grande lo que he recibido, o qué he recibido más que los otros? ¡Lo que hace tiempo posee mi émula con abundancia, eso yo, apenas con grande esfuerzo y lágrimas y oraciones y súplicas finalmente lo he venido a conseguir!" Sino que, como sentía bien de la providencia divina, no exigía a Dios cuentas ni porqués de su beneficencia, como muchos lo hacen, y cada día traen a juicio a Dios. Si ven al uno rico, si al otro pobre, no se cansan de hablar en contra de la providencia de Dios. Pero ¿qué es lo que haces, oh hombre? No te permite Pablo juzgar a tu consiervo cuando dice: No juzguéis antes de tiempo hasta que venga el Señor, (11) y tú ¿traes a juicio al Señor, y le pides razón de sus hechos y no te horrorizas ni espantas?

Pero yo te ruego que me digas ¿qué perdón alcanzarás o qué excusa tendrás, siendo así que cada día y cada hora tienes experiencia de su providencia, y con todo, a causa de la desigualdad que observas entre los pobres y los ricos, condenas toda su buena ordenación, y esto con injusticia? Porque si hubieras querido, como era lo conveniente, examinar con atención profunda estas cosas, aunque no hubieras tenido ningún otro argumento de la divina providencia, ciertamente habrías podido apreciarla, precisamente por las riquezas y la pobreza. Si se suprimiera la pobreza, perecería toda la organización de la vida, y se perturbaría toda la forma de convivir. No habría ni marineros ni patrones en las naves, ni agrícolas ni constructores, ni tejedores ni zapateros, ni carpinteros ni herreros, ni curtidores ni pasteleros, ni en fin ningún otro de los oficiales. Y en no habiéndolos, todo iría a la ruina.

Ahora, en cambio, la necesidad, nacida de la pobreza, a la manera de una maestra, urge a todos el trabajo aun a pesar?de ellos mismos. Mas, si todos fueran ricos, todos vivirían en el ocio, y así todo perecería y se acabaría. Por lo demás, esos hombres con sus mismas palabras pueden ser redargüidos y reducidos al silencio, pues ¿por qué, pregunto yo, acusas a la providencia divina? ¡Porque uno tiene más y otro menos dineros! Entonces, si yo te pruebo que en las cosas de suma importancia y en que más se apoya la vida, todos (los hombres) son iguales, necesariamente tendrás que aprobar todas las cosas ordenadas por la divina providencia. Porque si de que en una cosa es mejor la condición de los ricos, como es en poseer riquezas, deduces tú que no existe la providencia, entonces, si se descubre que todos gozamos igualmente no de una sola cosa y tan vil, sino de muchas y mayores aún con mucho, quedará por aquí manifiesto que estás tú obligado, por esta razón, a asegurar, aunque no lo quieras, que existe la providencia divina.

¡Ea, pues! ¡vengamos con el discurso a las cosas en que se apoya nuestra vida sobre todo, y examinémoslas con diligencia y veamos si en ellas tiene más el rico que el pobre! Por ejemplo: el rico abunda en vinos de Tasos y en otras muchas bebidas artificiosamente confeccionadas y aptas para causar placer. Pero en cambio, todos tienen a la mano las fuentes de las aguas, lo mismo los pobres que los ricos. ¡Tal vez esta igualdad os ha causado risa al oírla. ¡Pues escucha cuánto mejor sea la naturaleza del agua que la de cualquier clase de vinos, y más necesaria y más útil; y con eso corregirás tu parecer y entenderás las verdaderas riquezas de los pobres. Si el vino se suprime, en realidad no se sigue un gran detrimento, a no ser únicamente para los enfermos. En cambio, si alguien suprimiera las fuentes y el elemento de las aguas, echaría abajo toda nuestra vida y acabaría con todas las artes; y no podríamos sobrevivir ni siquiera por dos días, sino que todos moriríamos con un género de muerte miserable y durísimo.

De manera que en las cosas necesarias y que forman el substrato de la vida, el pobre no es inferior; más aún, si hemos de decir algo que os admire, es superior al rico. Porque muchos ricos conocemos faltos de salud a causa de los placeres, que tienen que abstenerse, por lo común, del uso del agua. En cambio el pobre puede gozar por toda su vida de las corrientes y acercarse a ellas como a fuentes de miel, y correr hacia los riachuelos cristalinos, y recibir de ellos un sano y verdadero placer. Pues ¿qué diremos de la naturaleza del fuego? ¿Acaso no es más útil que mil tesoros y más que todas las riquezas humanas? Pues este tesoro está también igualmente puesto a disposición del rico y del pobre. Y la utilidad que para nuestros cuerpos nace del aire y de la luz del sol, ¿acaso está más a disposición del rico que del pobre, de manera que aquél vea con cuatro ojos y éste solamente con dos? ¡Nadie puede afirmar esto! Porque ambos la disfrutan con igual medida. Más aún: también aquí es mejor la parte que le toca al pobre, porque éste tiene los sentidos más vigorosos y el ojo más aguzado y más excelente la virtud perceptiva.

Por esto los pobres disfrutan de un placer más verdadero y se deleitan más con la contemplación de las criaturas. Pero no solamente en cuanto a los elementos, sino en todos los otros naturales servicios de las criaturas verás que hay grande igualdad; más aún, hasta cierta prerrogativa en favor de los pobres. Por ejemplo: el sueño, que es más suave que todas las otras delicias y más necesario y más útil que toda otra clase de alimentos, es más fácil para el pobre que para el rico. Y no solamente más fácil sino más tranquilo también. Porque éste, como vive entre delicias, previene el hambre con el alimento, la sed con la bebida, con el sueño la necesidad de dormir; con lo que el mismo se priva de todo placer; porque el placer que producen esas cosas no consiste tanto en la naturaleza de ellas, cuanto en la necesidad de usarlas.

No el vino de suave olor ni la bebida deleita propiamente, tanto como el beber agua a quien tiene sed. No tanto agrada el comer pasteles, como el comer cualquier alimento a quien tiene hambre, ni tanto el recostarse en un muelle lecho como el acostarse oprimido por el sueño: cosas todas que más se dan entre los pobres que entre los ricos. Y las cosas tocantes a la salud corporal y a todo bienestar ¿acaso no son comunes igualmente a pobres y ricos? O ¿puede alguno decir y probar que los pobres siempre están enfermos y los ricos siempre gozan de próspera salud? ¡Lo contrario es lo que suele verse: que los pobres no fácilmente se enferman de enfermedades incurables, sino que de ordinario las enfermedades es en los cuerpos de los ricos en donde hacen su agostp! Porque ciertamente la gota y los dolores de cabeza y la pesadez y los incurables desórdenes nerviosos que ya contraen o ya distorsionan todos los nervios, y los fluidos malos de todas clases y corruptores, mucho más atacan a los delicados y a los que huelen a ungüentos que a quienes trabajan y se ejercitan y con el diario trabajo se ganan el sustento.

De manera que son más miserables que los mendigos aquellos que viven entre delicias, cosa que ellos mismos no pueden negar. Con frecuencia el rico, reclinado en muelle lecho y entre los servicios de todas clases de sus siervos y de sus criadas, al oír por la ciudad el clamor de un mendigo que pide un poco de pan, gime y con lágrimas ruega ser como ése, con tal de encontrarse sano en vez de estar entre delicias pero consumido por la enfermedad. Y no sólo cuanto a la buena salud, sino también respecto a la felicidad de tener prole, verás que los ricos en nada son mejores que los pobres; porque de una y otra parte suele haber o abundante o ninguna prole, sin diferencias. Aunque más bien también en esta parte aparece inferior el rico.

Porque el pobre, aunque no llegue a ser padre, no lo siente tanto; en cambio el rico, cuanto más aumentado ve su caudal, tanto más se angustia con la esterilidad, y por el ansia de tener heredero no disfruta de gozo alguno. Por otra parte, la herencia del pobre, aunque éste muera sin hijos, como por ser escasa no vale la pena de pleitearla, pasa a los amigos o parientes. Mientras que la del rico, como atrae sobre sí los ojos de muchos, no raras veces acaba por ir a dar a las manos de los enemigos del difunto. Y como éste, ya durante su vida advierte que así sucede, lleva una vida más molesta que la misma muerte, porque teme que a él le va a suceder otro tanto.

Y por lo que mira a la muerte ¿acaso en esto no hay también una igualdad? ¿Acaso no perecen de muertes prematuras así los ricos como los pobres? Y luego, después de la muerte, ¿acaso no se corrompe del mismo modo el cuerpo así de los unos como de los otros? ¿no se convierte en ceniza y polvo y no engendra gusanos? Dirás que los funerales no son semejantes. Pero ¿qué utilidad tiene eso? Porque cuando al difunto lo tiendas sobre abundantes telas preciosas, recamadas de oro, ¿qué otra cosa has hecho sino acumular mayores envidias y acusaciones contra él? ¡Abres las bocas de todos en su contra, y le preparas infinitas maldiciones y recriminaciones de avaricia; porque cada cual estalla de indignación y maldice al muerto porque ni aun después de su muerte ha dejado de andar tras de los dineros!

Añádese otro mal. Y es que eso incita los ojos de los ladrones. De manera que cuanto es mayor ese aparato, tanto mayores ocasiones tiene el difunto de ser injuriado. Porque al cadáver de un pobre nadie se cuida de ir a despojarlo, y está defendido por la pobreza misma de su vestido. En cambio con el del rico, se echa mano de llaves y cerrojos y puertas y guardias, y todo en vano porque con la codicia de las riquezas no hay cosa a la que no se atrevan quienes ya están acostumbrados a semejantes fechorías. De manera que el mayor honor acarrea al difunto mayores injurias y mientras aquel a quien tocaron funerales humildes, yace intocado en su honor y en su sepulcro, el otro a quien se le hicieron solemnísimos es despojado y violado. Y si acaso evade esta injuria, ni aun así es mejor que el pobre, sino en que su corrupción es más amplia y presenta mayor pábulo a los gusanos.

¿Y estas cosas, pregunto yo, son tales como para que a los ricos se los llame felices? Pero ¿quién habrá tan miserable y lleno de penas que por tales cosas vaya a juzgar a un hombre digno de envidia? No es esto sólo. Sino que recorriendo las demás cosas, una por una, y examinándolas con diligencia, encontraremos que hay que preferir los pobres a los ricos. De manera que considerando todo esto y refiriéndolo a otros (puesto que dice la Escritura da ocasión al sabio y se hará más sabio);(12) y reteniéndolo constantemente en la memoria, o sea que los dineros no dan a sus posesores otra cosa sino cuidados, solicitudes, angustias, temores y peligros, no juzguemos nuestra condición en nada inferior a la de los ricos.

Y si somos vigilantes, nos encontraremos en mejor situación no solamente cuanto a las cosas de este siglo, sino también en las otras que son divinas. Porque mejor se encuentran entre los pobres que no entre los ricos el gozo, la seguridad, la buena fama, la salud, el recto modo de vivir, la buena esperanza, y son más raras las ocasiones de pecar. (13) Así pues, no murmuremos como los siervos ingratos, ni acusemos al Señor, sino démosle gracias por todo; y no estimemos cosa alguna como mal si no es el pecado, ni a cosa alguna como buena si no es la justicia. Si de esta manera pensamos, ni las enfermedades ni la pobreza ni la ignominia ni cosa alguna semejante nos causará molestia; sino que, tras de haber alcanzado de cada cosa un goce puro, conseguiremos además los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Reminiscencias de la Homilía perdida o de otras intermedias.

(2) Mt 18,20.

(3) 1S 2,1.

(4) Ibid.

(5) Ibid.

(6) Rm 8,39-40.

(7) Col 1,24.

(8) Rm 5,3.

(9) Ph 1,29.

(10) 1S 2,2.

(11) 1Co 4,5.

(12) Pr 9,9.

(13) Tanto la comparación entre la pobreza y las riquezas como el modo de contraponerlas fue un tópico o lugar común entre los santos Padres, como puede verse, v.gr.: en san Basilio en su Homilía "Obsérvate a ti mismo". A los modernos no les parecen suficientemente probativos los argumentos aducidos, y encuentran algo de infantilismo o sencillez patriarcal en ellos.


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VIII HOMILÍA acerca del sagrado mártir BABYLAS.

(1) Fue pronunciada esta Homilía después de la tercera sobre Lázaro, y según parece, el 24 de enero. El año no puede establecerse con seguridad. Primero se le asignó el 387, pero los argumentos no prueban eso. Es cierto que este santo sufrió el martirio, pero cuanto a la causa y el modo de su martirio, parece que san Juan Crisóstomo los toma más bien de los rumores populares que corrían. Padeció bajo la persecución de Decio. Cuanto a los pormenores que narra el santo desde donde trata del suburbio llamado Dafne hasta la ciudad de Antioquía, parece mejor informado. Más aún, fue testigo presencial, lo mismo que sus oyentes de la situación en que se encontraba el templo de Apolo, años después del incendio, que lo consumió.

QUERÍA YO EL DÍA DE HOY pagar la deuda que contraje anteriormente, cuando estando en este mismo sitio, os la prometí. (2)

Pero ¿qué hacer? ¡El bienaventurado Babylas se nos aparece en el intermedio y nos llama hacia sí, no precisamente lanzando su voz; sino que con el resplandor que despide su rostro ha hecho que nosotros volvamos el nuestro hacia él. En consecuencia, no llevéis a mal el retardo de la paga: que al fin y al cabo, cuanto mayor sea el lapso que transcurra, tanto mayor será el rédito que se os aumente. Porque pagaremos este capital con sus réditos, puesto que así lo ha dispuesto el Señor que lo entregó a la fidelidad de nuestra guarda. Así pues, teniendo confianza en la seguridad en que está lo que se nos entregó a rédito, puesto que intactos permanecen así el capital depositado como sus intereses, no desechemos la ganancia que en el día de hoy se nos interpone; sino más bien deleitémonos con las magníficas proezas del bienaventurado Babylas.

Y por lo que hace a la manera como fue consagrado obispo de esta nuestra iglesia, y en qué forma supo llevar a salvamento esta nave sagrada, entre huracanadas tempestades y marejadas, y cuánta libertad de espíritu haya mostrado cuando había de hablar con el emperador, (3) y cómo entregó su vida por sus ovejas y soportó aquel felicísimo degüello, todo eso y otras cosas semejantes dejaremos que las digan los más ancianos de los doctores y nuestro padre común. (4) Porque los sucesos más antiguos pueden bellamente referirlos quienes son más ancianos que nosotros; mientras que todo lo que más recientemente y en nuestros tiempos sucedió, todo eso, yo, como más joven, os lo voy a decir. Hablo de lo que sucedió después de la muerte del mártir, y de lo que después de la sepultura sobrevino, mientras yacían todavía sus restos en el suburbio de la ciudad. (5) ¡Bien sé que los paganos se reirán de lo que os prometemos, puesto que os prometemos hacer memoria de las proezas de un hombre que, tras de haber muerto y habérsele celebrado sus exequias, fue sepultado!

Pero, no por esto guardaremos silencio, sino que precisamente por esto vamos a hablar, con el objeto de que una vez demostradas como verdaderas dichas hazañas, convirtamos nosotros las burlas sobre las cabezas de los paganos. Porque de un hombre cualquiera, cierto que no habría hazañas que referir después de su muerte, pero de un mártir muchas y grandiosas las puede haber. Y esto lo haremos no para que él cobre un nuevo esplendor puesto que no necesita que el vulgo lo glorifique; sino para que tú, oh incrédulo, aprendas cómo la muerte de los mártires no es muerte, sino comienzo de una vida mejor, y preludio de una compañía y trato más espiritual, y un cambio de lo que es de inferior calidad a lo que es más perfecto. Pues no debes fijarte en que el cuerpo del mártir yace tendido y privado de la energía vital de su alma, sino atiende a que una energía superior a la de su misma alma se asienta ahora en él; esto es la gracia del Espíritu Santo que demuestra a todos su futura resurrección por medio de los milagros que verifica.

Porque si Dios ha concedido a los cuerpos muertos y en polvo deshechos una virtud mayor que la de todos los vivientes, con mayor razón les concederá una vida mejor que la primera, y más bienaventurada, cuando llegue el momento de la corona. ¿Cuáles son pues sus hazañas? No os inquietéis si tomamos el agua de un tanto más arriba. Porque también los que desean mostrar en toda su belleza las imágenes, una vez que han apartado un poco de la tabla en que están pintadas al que las ha de contemplar entonces finalmente se las descubren; y le hacen con esto más clara la visión de ellas mediante la distancia. Soportad, pues, vosotros también, el que nosotros tomemos de más atrás la materia de nuestro discurso.

Una vez que Juliano, aquel que a todos venció en la impiedad, hubo llegado al trono real, y hubo tomado en sus manos el cetro de los que dominan, al punto levantó su diestra contra el Dios que la había creado, y desconoció a su bienhechor. Y dirigiendo desde lo bajo de la tierra sus miradas al cielo, comenzó a ladrarle, a la manera de los canes rabiosos que igualmente ladran contra el que los alimenta y contra el que no los alimenta. Más aún: se enfureció con una rabia mayor que la de los canes. Porque éstos aborrecen y ponen en fuga por igual a los domésticos y a los extraños. Aquél en cambio, a los demonios que son los enemigos de su salvación, los acariciaba y les daba todo género de cultos, y en todas las maneras posibles les servía; mientras que al benéfico y salvador, y que no había perdonado por él ni a su propio Unigénito, a ése lo odiaba y lo aborrecía. Y a la cruz, que al orbe cuando estaba caído de bruces lo levantó y disipó en todas partes las tinieblas y nos trajo una luz más brillante que los rayos del sol, a ésa la burlaba.

Ni se contentó con esto su furia, sino que se prometía borrar de la faz de la tierra a la raza de los galileos; porque así acostumbraba llamarnos. Aunque, si acaso pensó él que el nombre de cristianos era aborrecible y venía siendo un título de grande deshonra ¿por qué anhelaba avergonzarnos con un nombre extraño y no con ese de cristianos? Es que sabía bien que el ser denominado como uno de los que tienen familiaridad con Cristo es un grande honor no sólo para los hombres sino también para los ángeles, y para las supernas Potestades. Y por esto, na dejaba cosa por mover para arrebatarnos ese honor y acabar con la predicación.

¡Pero, oh infeliz y desdichado! ¡eso era imposible! ¡como es imposible destruir los cielos y apagar el sol y sacudir y echar abajo los cimientos del orbe de la tierra! Ya de antemano profetizó esto Cristo, cuando decía: ¡Los cielos y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará! (6) Mas, ya que no pudiste soportar a Cristo cuando hablaba, a lo menos escucha la voz de los hechos. ¡Porque yo, habiendo sido tenido como digno de conocer lo que significa esa palabra divina, y cuan fuerte y cuan invencible sea, estoy convencido de que ella es más digna de fe que todo lo que hay en el orden de la naturaleza y más que las experiencias de todos los sucesos; mientras que tú, que aún te arrastras por la tierra y te hallas impresionado por los razonamientos humanos, debes al menos recibir el testimonio que te dan los hechos. ¡Pero no voy a contradecirte, no voy a discutir!.

¿Qué es pues lo que los hechos pregonan? Dijo Cristo que era más fácil que el cielo y la tierra perecieran que el que alguna de sus palabras pereciera. Contradijo a esto el emperador y amenazó con destruir nuestros dogmas. Pero ¿en dónde está ahora ese rey que tales cosas amenazó? ¡Pereció, se pudrió! ¡y en estos momentos está en el infierno soportando el inevitable castigo! ¿Dónde está en cambio Cristo, el que tales cosas profetizó de antemano? ¡En el cielo, en posesión del elevadísimo trono de la gloria, a la derecha del Padre! ¿Dónde están las blasfemas palabras del rey? ¿dónde su lengua insolente? ¡Se convirtieron en polvo y ceniza y en alimento de gusanos! ¿Dónde está lo que Cristo profetizó? ¡Brilla con el brillo de la verdad en los hechos; y, como desde una columna de oro, resplandece mediante la comprobación de los sucesos! ¡Y eso que en su tiempo nada omitió aquel rey en la preparación para guerrear contra nosotros; sino que llamaba en su auxilio a los adivinos y ruidosamente convocaba a los prestidigitadores y andaba lleno todo de demonios y de malvados espíritus!

Y ¿en qué paró al fin todo su culto? ¡En la destrucción de las ciudades y en la más espantosa de todas las hambres. ¡Porque sabéis sin duda, y lo recordáis, cómo la plaza estaba vacía de mercancías, y las oficinas todas alborotadas, pues cada cual procuraba arrebatar lo primero que a la mano venía y de este modo escapar! Pero ¿qué digo el hambre? Si las fuentes mismas quedaron privadas de sus aguas; fuentes que por sus raudales eran superiores a los ríos. Y ya que hemos hecho mención de las fuentes, ¡ea!, vengamos ya a los suburbios de Dafne; y convirtamos nuestro discurso a las preclaras empresas del mártir. Cierto es que vosotros deseáis que se saquen al público aun las más vergonzosas prácticas de los paganos. Pero, aunque yo también lo quisiera, mejor hagámoslas a un lado. Puesto que en absoluto, donde quiera que se conmemore a los mártires ahí se avergüenza a los paganos.

Pues bien: aquel emperador, habiendo subido al suburbio de Dafne, apretadamente molía con sus preces a Apolo, y le suplicaba, le rogaba que algo le profetizara sobre los sucesos futuros. Y ¿qué hizo el dios, el gran vaticinador de los paganos? "¡Los muertos, le contestó, me impiden hablar! ¡Desgarra las urnas, extrae los huesos, echa de aquí a los muertos!" ¿Qué cosa puede haber más criminal que estos mandatos? ¡Establece ahora el demonio leyes desacostumbradas, para despojar los sepulcros, y excogita modos nuevos de echar a los huéspedes! ¿Quién oyó jamás que por ley los muertos hubieran sido arrojados de sus sepulcros? ¿Quién supo de cuerpos sin alma a los que se ordenara echar de su tumba, a la manera que éste lo ordenó, arrancando de raíz las comunes leyes de la naturaleza?

Porque hay leyes comunes de la naturaleza que están vigentes entre todos los hombres, las cuales ordenan que quien muere sea depositado en el sepulcro y entregado a la tierra y devuelto a los senos de esta madre común. Y estas leyes jamás las derogó ningún heleno, ningún bárbaro, ningún escita, ninguno ni aunque fuera más salvaje que ésos; sino que todos las veneran y las guardan y son para todos sagradas y respetables. Pero el demonio, arrojando la máscara, públicamente y a cara descubierta, emprende la lucha contra las leyes comunes de la naturaleza.

"¡Son, exclama, los muertos, una mancha pecaminosa!" –¡No son los muertos una mancha pecaminosa, oh malvadísimo, sino que tu determinación es la abominable! Y si acaso conviene incluso decir algo que cause admiración, diré que más detestables son los cuerpos de los vivos, cuando están llenos de pecados, que no los de los muertos. Porque aquéllos obedecen a las órdenes de las almas, mientras que estos otros yacen inmóviles; y lo que yace inmóvil y privado de sus sentidos, suele estar libre de toda recriminación. Aunque a la verdad, yo diría que ni los cuerpos de los vivos son por su naturaleza abominables; sino que en todas partes, lo abominable es la voluntad perversa: ¡ella es la digna de todas las recriminaciones!

¡No es mancha pecaminosa un cuerpo muerto, oh Apolo! ¡Lo es el perseguir a una doncella que quiere vivir en castidad, lo es el cometer estupros y el llorar porque se es rechazado en tan infame acción! ¡Esto sí que es digno de recriminaciones y castigos! (7) Por cierto que hubo entre nosotros los cristianos muchos y grandes profetas que vaticinaron acerca de las cosas futuras; pero nunca ninguno de ellos ordenó a quienes lo consultaban que desenterrara a los muertos. Por el contrario, Ezequiel, como se encontrara junto a los huesos mismos, no solamente no le impedían ellos en nada para vaticinar, sino que él los revistió de carne y nervios y piel y así los llamó a la vida de nuevo. (8) Y Moisés, no teniendo los huesos de un cadáver precisamente cerca de él, sino llevándolos consigo, profetizó las cosas que estaban por venir. (9)

Y con razón sucedía esto. Porque las palabras de ellos don eran del Espíritu Santo; mientras que las de estos otros, fraude son y mentira que en modo alguno puede ocultarse. Puesto que por lo que hizo el emperador queda en claro que todo eso no eran sino añagazas y pretextos, y que a quien temía el demonio era al santo mártir Babylas. Porque el rey, habiendo dejado en sus sepulcros todos los otros cadáveres, únicamente sacó el de este mártir. Pero si el emperador hacía esas cosas porque aquel cadáver era en realidad una abominación, y no más bien porque lo temía, lo que debía haber hecho y ordenado era que se hiciera pedazos la urna y se la arrojara al mar, o la llevaran a un desierto, o la destruyeran con cualquier género de perdición: porque con esto habría indicado su abominación. Esto fue lo que hizo Dios cuando a los israelitas les habló de las abominaciones de los paganos: ordenó que sus estatuas fueran destruidas en pedazos, y no que fueran llevadas desde los suburbios al centro de la ciudad tales manchas de pecado.

Fue pues retirado el cuerpo del mártir, pero el demonio ni aun así se sintió tranquilo; porque al punto mismo vio que mover los huesos del mártir era posible, pero huir de las manos del mártir no era posible. Apenas la urna fue llevada a la ciudad, cuando de lo alto se desprendió un rayo sobre la cabeza de la estatua de Apolo, y todo lo consumió. (10) Y por cierto, ya que antes no, a lo menos entonces era conveniente que el impío rey se irritara y desatara sus iras contra la iglesia del mártir. ¡Pero no se atrevió! ¡tanto fue el terror que de él se apoderó! ¡A pesar de que veía cómo el incendio era insoportable y de que conocía perfectamente la causa de él, nada hizo! Ni es esto solamente lo admirable, el que no destruyera la iglesia, sino que ni siquiera se atrevió a techar de nuevo el templo de Apolo. Porque sabía bien que aquella ruina era obra de la divinidad, y temía que si alguna otra cosa meditara contra el mártir, atraería aquel fuego sobre su propia cabeza.

Por este motivo soportó la desolación, soportó ver el templo de Apolo a plena desolación reducido. Porque no hubo otra causa de que no reparara lo destruido, sino únicamente el terror, por el cual quedó inmovilizado; y esto a pesar de que veía cuán grande ignominia echaba con eso sobre la cabeza del demonio, y cuánto honor proporcionaba al mártir. Porque ahora, los muros estaban ahí en pie, como un trofeo, y lanzaban una viva voz, más penetrante que la de una trompeta, que narraba a los que en Dafne habitaban y a los que en la ciudad vivían y a los que de lejos llegaban y a los hombres presentes y a los venideros, todo lo que había sucedido, con sólo su aspecto: ¡el combate, el encuentro, la victoria del mártir!

Porque cualquiera que vive lejos del suburbio, y viene y contempla la iglesia privada de la urna del mártir, y el santuario de Apolo sin techo, naturalmente investiga el motivo de ambas cosas, y luego se aparta de ahí llevando el conocimiento de toda la historia. ¡Estas son las hazañas del mártir, llevadas a cabo después de su muerte! Por esto yo juzgo bienaventurada a vuestra ciudad, puesto que habéis demostrado tan singular fervor por este santo. Porque al tiempo en que la urna regresaba a la ciudad de nuevo desde Dafne, toda la ciudad se derramó hacia el camino, y quedaron vacías de varones las plazas, de mujeres las casas, de doncellas las recámaras: ¡tan apresuradamente salieron de todas las edades y de todos los sexos desde la ciudad, como quien sale a recibir a su padre que regresa, tras de largos tiempos, de una lejana peregrinación!

Por cierto que vosotros lo entregasteis a aquella muchedumbre que igual celo mostraba por honrarlo; pero el favor divino no permitió que allá permaneciera definitivamente, sino que lo hizo pasar de nuevo el río, (11) a fin de que fueran muchos los sitios que quedaran llenos del suave olor de la santidad de mártir. Y una vez que acá llegó, no había de quedar solo, sino que al punto se le dio un compañero y conmilitón dotado de sus mismas costumbres. Porque fue hecho copartícipe de la misma prelacia y mostró la misma libertad de expresión en tratándose de la piedad; y por esto, alcanzó también el mismo domicilio, y, según parece, no fue en vano un imitador de este mártir. Porque por muy largo tiempo trabajó aquí enviando cartas al emperador continuamente y enfrentándose con los magistrados y suministrando al mártir los auxilios corporales.

Porque sabéis bien y recordáis cómo en el tiempo del estío, cuando el calor del sol estaba en su plenitud, iba diariamente con su séquito al templo del mártir, no únicamente como espectador, sino para tomar parte en los trabajos que se iban haciendo. Pues muchas veces él personalmente cargó las piedras, y estiró las maromas, y adelantándose a los mismos oficiales, cuando hizo falta alguna construcción, él al punto la atendió. ¡Sabía bien, sabía cuan grandes premios le estaban reservados por ese motivo! Por esto perseveraba en el servicio de los mártires, no solamente construyéndoles brillantes mansiones, sino celebrando sin interrupción sus festividades, y en una forma todavía mucho mejor. ¿Cuál era? Imitando su vida, emulando su fortaleza, y, en cuanto le era posible, conservando en sí mismo y llevando por todas partes un vivo retrato de los mártires.

Porque ¡atiende! Entregaron aquéllos sus cuerpos a la muerte, pero éste entregó sus miembros a la mortificación, cuando aún permanecía sobre la tierra; sufrieron ellos la llama del fuego, éste apagó las llamas de la concupiscencia; lucharon ellos contra los dientes de las fieras, pero éste aplacó en nosotros la ira crudelísima de las pasiones. Por todas estas cosas demos gracias a Dios: porque nos concedió mártires tan generosos y además pastores dignos de los mártires, para consumación de los santos y perfeccionamiento del cuerpo de Cristo, con el cual sea al Padre la gloria y el honor y el poder, juntamente con el Espíritu Santo y vivificador, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


(1) El texto griego dice iegoftágrvga o sea mártir sagrado y también obispo mártir; pero consta que fueron los griegos de la edad media quienes añadieron esa palabra que no era de uso en los tiempos primeros.

(2) Se refiere a la Homilía tercera sobre Lázaro.

(3) No aparece claro a qué emperador se refiere. El perseguidor era Decio, el año de 250. Las torturas fueron variadísimas.

(4) En la festividad hablaron otros varios, entre ellos Flaviano.

(5) Véase la Introducción ns. y 6.

(6) Mt 24,35.

(7) Alusión a la fábula helena de Apolo y Dafne.

(8) Ez 37.

(9) Ex 13,19.

(10) Véase la Introducción n. 6.

(11) Se refiere al Orontes. Parece, por la expresión rov norafiov négav que los restos fueron colocados en la barriada norte que quedaba más allá o al otro lado del Orontes.



Homilias Crisostomo 2 7