Homilias Crisostomo 2 18

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XVIII HOMILÍA encomiástica en honor de nuestro Padre, entre los santos EUSTACIO, Arzobispo de la gran Antioquía.

Se ignora en qué año fue predicada esta Homilía, pero ciertamente lo fue después de la celebérrima acerca de la controversia entre Pedro y Pablo, y antes de la de san Romano mártir. Mucho padeció este arzobispo Eustacio por la fe. El vedó la comunicación con los arríanos, por lo cual se echó encima todas las enemistades de éstos y de Eusebio de Nicomedia. Por otra parte en sus escritos atacó muchas veces a los arrianos. Hubo de luchar también contra Eusebio de Cesárea, contra Patrófilo de Escitópolis, contra Paulino de Tiro. Por aquel tiempo los arríanos acusaban de sabelianismo a quienes los atacaban. Se unieron, pues, todos los enemigos de la verdad y acusaron a Eustacio de sabelianismo en un sínodo celebrado en Antioquía, y también de otros crímenes, como solían los herejes en estos casos. Así lo depusieron y lograron que el emperador lo desterrara según unos a cierta ciudad de Iliria, según otros a Trajanópolis de Tracia. Con esa ocasión se alborotó toda la ciudad de Antioquía. Entonces todos los partidos así arríanos como eusebianos se alzaron contra Eustacio e incluso llamaron a los soldados y se dispusieron a una batalla campal, que logró evitar una carta del emperador Constantino Magno. Pero los eusebianos pusieron en lugar de Eustacio a un tal Eulalio, que murió muy luego. Le sucedió el arriano Eufronio, por renuncia que hizo Eusebio de Panfilia. Murió Eufronio apenas un año y unos meses después y fue electo Flacilo, arriano también. Por este motivo muchos así del pueblo como de los clérigos, que amaban el catolicismo, hacían sus reuniones aparte, y no pocos fueron en seguimiento de Eustacio. Con esto, como ya lo advertimos en la Introd. n. 5, la discordia antioquena tuvo más el carácter de un cisma que el de una lucha doctrinal. Más adelante los católicos mismos acabaron por dividirse en melecianos, paulinianos, etc. Véase la Homilía sobre el anatema en nuestro vol. II, de próxima aparición.

CIERTO VARÓN SABIO Y HÁBIL en filosofar, y que había penetrado cuidadosamente la naturaleza de los acontecimientos humanos, y había comprendido la inestabilidad de éstos, y que no hay en ellos cosa durable ni segura, amonesta a todos los hombres en común a no alabar a nadie antes de su muerte. (1) Según esto, ahora que el bienaventurado Eustacio es ya fenecido, podemos alabarlo sin ningún temor. Puesto que si antes de la muerte no conviene felicitar a nadie, ciertamente después de la muerte la alabanza de los que se han mostrado dignos de ella, puede ya elevarse sin culpa. Porque quien ha fenecido, ha cruzado ya el estrecho tormentoso de los negocios humanos y está libre del alboroto de las olas; ha llegado al puerto de bonanza y sin tempestades y no está sujeto a las incertidumbres del futuro ni expuesto a la ruina; sino que estando ahora como sobre una roca y elevado peñasco, se ríe de todos los oleajes. Es por consiguiente segura la felicitación y no puede reprocharse la alabanza; porque él ya no teme las mutaciones, ya no tiene miedo de las caídas. Nosotros, los que aún vivimos, a la manera de los que andan fluctuando entre las hinchazones del mar, estamos expuestos a mil cambios. Y, a la manera que ésos ahora son llevados en alto por las olas que se hinchan y ahora son hundidos hasta el abismo, y con todo ni el abajamiento se establece ni la elevación es segura, puesto que ambas cosas dependen de las aguas que vienen y van y carecen de consistencia en absoluto, del mismo modo en las cosas humanas nada hay firme, nada hay constante; sino que frecuentemente se suceden los cambios y acontecen con la más ligera ocasión.

Ya éste, a causa de la prosperidad es elevado a lo alto; ya aquél, a causa de la adversidad es derribado a lo profundo: pero por esto no debe ni aquél enorgullecerse, ni éste descaecer. Porque muy pronto uno y otro experimentarán el cambio. No le acontece así a quien se ha marchado al cielo y se ha ido con Jesús a quien tanto había deseado. Porque llega a un sitio exento de tumultos y del que han huido el dolor, la tristeza y el llanto. No hay allá imagen de cambio ni sombra de mutación, sino que todo permanece firme e inmóvil, y todo está asentado, y todo es sin corrupción y persevera para siempre. Por este motivo decía aquel filósofo: ¡Antes de su muerte no alabes a nadie! (2)

¿Por qué? Porque lo que está por venir es oscuro, y la naturaleza es débil, la determinación es perezosa, y el pecado fácilmente nos asedia, y abundan los lazos del enemigo. ¡Conoce, dice la Escritura, que caminas entre asechanzas! (3) Continuas son las tentaciones, mucha la multitud de negocios, sin interrupción la guerra del demonio, sin descanso las acometidas de las pasiones. Por esto dice: "¡Antes de su muerte no alabes a nadie!" De donde se sigue que no hay peligro en alabar a quien lo ha merecido una vez que ha muerto; y mejor aún, el no alabarlo simplemente después de su muerte, sino después de una muerte tal que haya terminado con la vida, tras de merecer la corona, con una confesión de fe sin fingimiento. Porque si es lícito alabar a quien ya ha muerto, cuánto mejor se puede a quien de tal manera ha muerto.

Mas ¿quién es, preguntarás, el que ha alabado simplemente a los que han muerto ya? Pues precisamente Salomón, aquel sapientísimo Salomón. Porque no se ha de pasar de ligero este hombre, sino atender a quién fue y cómo vivió y la clase de vida que llevó; o sea, sin temor alguno, con todos los placeres, lleno de voluptuosidades y libre de cualquiera solicitud. El caminó detrás de toda apariencia de goce y encontró diversísimos modos de recrear el ánimo e inventó mil formas y variadas maneras de placeres; y refiriéndose a ellas, decía: ¡Yo me construí casas, planté viñas, me hice huertos y arboledas; yo me fabriqué piscinas abundantes en agua; yo adquirí esclavos y esclavas, y así me nacieron esclavos en mi casa; yo poseí manadas de bueyes y rebaños; yo reuní el oro y la plata a la manera de las arenas; yo me procuré cantores y cantatrices y coperos y coperas! (4)

Y ¿qué es lo que dice, después de haber experimentado tan grande abundancia de riquezas y posesiones, placeres y voluptuosidades, qué es lo que dice?: ¡Yo juzgué dignos de alabanza a los muertos antes que a los que viven; y tuve por mejor que a ambos a quien ni siquiera había nacido! (5) ¡Verdaderamente que es digno de crédito este acusador de las delicias, que así juzga de ellas! Porque si alguno de los que viven en pobreza y mendicidad hubiera proferido semejante sentencia en contra de los placeres, hubiera parecido falto de verdad y que los acusaba a causa de su inexperiencia. Pero cuando es aquel que todos los experimentó y se dio a escrutar todos los caminos para alcanzarlos quien así los desprecia, ciertamente ese desprecio no presenta motivo alguno de desconfianza.

¡Estaréis pensando, sin duda, que el discurso se ha desviado por otros derroteros! Pero, si aplicamos la mente encontraremos que lo dicho está del todo acomodado al asunto. Porque es necesario y viene muy a propósito, en el recuerdo de los mártires, traer a cuento esta filosofía. Pues no decimos estas cosas porque condenemos la vida presente ¡no faltaba más!, sino sólo luchando contra los placeres. Porque lo malo no es vivir sino vivir locamente y a la ventura.

De manera que si alguno pasa su vida haciendo buenas obras y con la buena esperanza de los bienes futuros, ese tal puede decir con Pablo: ¡Vivir en la carne es mucho mejor, porque esto me acarrea el fruto de mis obras! Que fue exactamente lo que le sucedió al bienaventurado Eustacio; porque éste, así en su vida como en su muerte, se portó como debía. No murió en su patria sino en una tierra extraña y por Cristo: ¡esta fue la hazaña de sus adversarios! Lo arrojaron de su patria como si con eso lo colmaran de deshonra, pero él quedó más resplandeciente y más esclarecido precisamente por ese destierro, como lo demostró el éxito del asunto. Puesto que fue tal el brillo, que, a pesar de haber sido sepultado su cuerpo en Tracia, su memoria florece aún en nuestros días; y a pesar de que su cuerpo fue inhumado en un pueblecillo de bárbaros, nuestro cariño para con él, aunque estamos tan apartados por un grande espacio de tierra, sigue creciendo cada día con el transcurso del tiempo. Más aún: si se ha de hablar conforme a la verdad, también su sepulcro está entre nosotros y no solamente en Tracia. Porque no son el sepulcro de los santos los lóculos y las urnas y las columnillas y las inscripciones, sino las obras excelentes, el celo de la fe y la conciencia sana delante de Dios.

A la memoria del mártir se ha erigido esta iglesia, más resplandeciente que cualquier estela; y que contiene, no letras que no hablan, sino el recuerdo de sus buenas obras que resuenan y proclaman su memoria gloriosa, más penetrantemente que una trompeta. Y cada uno de los que estáis presentes sois un verdadero sepulcro de aquel santo; un sepulcro viviente y espiritual. Porque si yo descubriera la conciencia de cada uno de vosotros, encontraría que este santo habita en lo infrio de vuestra mente. ¿Advertís cómo nada ganaron los er.CTr.igos? ¿cómo no solamente no apagaron la gloria de este bienaventurado sino que la levantaron a mayor brillo, ya que le prepararon, en vez de una sepultura, tantos otros sepulcros animados, sepulcros que dan voces, sepulcros adornados con su mismo celo? ¡Por esto, a los cuerpos de los santos yo los llamo fuentes y raíces y perfumes espirituales!

¿Por qué motivo? Porque cada una de las cosas que acabo de nombrar no retiene su virtud únicamente para sí, sino que la esparce y comunica con muchos, hasta muy lejanas distancias. Digo, por ejemplo, que las fuentes alumbran corrientes infinitas, pero no las retienen dentro de sus senos, sino que, habiendo mediante Elías engendrado grandes ríos, con ellos se extienden hasta el mar; y así, como con un alargamiento de sus manos, por medio de la longitud de los ríos, alcanzan hasta las aguas del océano. (6) Así también, la raíz de las plantas, oculta en los senos de la tierra permanece, pero no retiene allá abajo el total de su virtud. Y esto es de un modo especial, característico de las vides que se enredan en los árboles. Porque una vez que han tendido sus guías por encima de las altas ramas, sus sarmientos, reptando por éstas, avanzan a largas distancias y forman un amplio techo con la densidad de sus hojas. Y semejante es también la naturaleza de los ungüentos, pues con frecuencia están encerrados en una celdilla, pero su aroma delicioso, escapando por las rendijas hacia las calles y encrucijadas y el foro, denuncia aun a quienes transitan allá fuera la fuerza penetrante de los escondidos ungüentos.

Si, pues, tanta es la virtud de la fuente y de la raíz y de la naturaleza de los árboles y de los aromas, mucho mayor será la de los cuerpos de los santos. Y vosotros sois testigos de todo esto, y de que no es falso. Porque el cuerpo de este santo yace en Tracia, en tanto que vosotros, que no moráis en Tracia, sino que estáis muy distantes de esa región, percibís, a través de tan extendidos espacios, su aroma suave, y por esto os reunís aquí. Y a ese aroma no le ha estorbado la distancia de los caminos, ni lo ha extinguido lo largo de los tiempos. Porque esta es la naturaleza de las proezas espirituales: no les estorba obstáculo alguno corpóreo, sino que reflorecen y se desarrollan por días, y no las debilita el largo correr de los tiempos, ni les impide lo inmenso de los caminos.

Ni os vaya a llenar de admiración el que desde los comienzos de mi discurso y encomio haya yo llamado mártir a este bienaventurado, porque dejó esta vida con una muerte como la de aquéllos. Muchas veces he repetido a vuestra caridad que al mártir no lo hace la muerte solamente sino la determinación de su ánimo. No solamente con el hecho de la muerte se logra el martirio sino también con la determinación de la voluntad. Esta definición del martirio no la he fabricado yo, sino Pablo cuando dijo de este modo: ¡Día por día muero! (7) Pero ¿cómo es eso de que mueres cada día? ¿Cómo puedes morir muertes infinitas cuando tienes un solo cuerpo mortal? ¡Por mi determinación, nos responde, y por la preparación para la muerte! Y así lo declara también el mismo Dios. Porque Abrahán no ensangrentó su cuchillo, no enrojeció el altar, no degolló a Isaac; y con todo sí llevó a cabo realmente el sacrificio. ¿Quién afirma esto? ¡Aquel mismo que recibió el sacrificio! Y por esto dice: ¡No perdonaste a tu propio hijo por mí! (8) ¡Pero si lo recogió vivo y lo llevó monte abajo consigo y en perfecta salud! ¿Cómo es, pues, que no lo perdonó? "¡Porque no acostumbro yo, responde el Señor, juzgar de los sacrificios por el éxito de los sucesos sino por la determinación de los ánimos!" Es que no lo degolló la mano, pero sí lo degolló la determinación del ánimo. No empapó Abrahán su espada en la garganta del niño ni le cortó la cerviz, pero hay sacrificios que se hacen sin sangre. Los que ya están iniciados en los misterios entienden lo que estoy diciendo. Por esto aquel sacrificio se llevó a cabo sin derramamiento de sangre, porque había de ser tipo de este otro. ¿Ves cómo ya de mucho antes, en el Antiguo Testamento, estaba prefigurada la imagen? ¡No niegues, pues, tu fe a la verdad!

Así pues, este mártir –el raciocinio hecho nos lo ha demostrado mártir– se hallaba preparado a sufrir infinitas muertes, y con la determinación de su ánimo las sufrió todas, y lo mismo con el anhelo. Y de hecho experimentó y soportó la mayor parte de los peligros con que le amenazaban. Porque lo echaron de su patria y lo dejaron en el destierro y movieron en aquellos días infinitas asechanzas contra este bienaventurado varón. Y todo eso, sin tener cosa alguna que con justicia pudieran reprocharle. Pero él había escuchado a Pablo que dice: ¡Dieron culto y sirvieron más bien a la criatura que al criador! (9) y por esto evitaba la impiedad y huía del pecado, cosa que no era digna de reprensión sino de coronas.

Observa además la malicia del demonio. Porque como hacía poco que se había acabado la guerra contra los paganos, y todas las iglesias habían descansado de las pasadas y continuas persecuciones, no había pasado aún mucho tiempo de que habían sido clausurados los templos y destruidos los altares de los ídolos, y la rabia entera de los demonios había sido deshecha, y todo esto entristecía al diablo malvado y no lo podía llevar en paz, ¿qué hizo? ¡Echó encima otra guerra, guerra difícil! Porque la anterior había sido exterior, pero esta otra fue intestina; y esta clase de guerras son muy difíciles de precaver, y vencen con facilidad a aquellos que en ellas incurren.

Y precisamente en ese tiempo estaba al frente de nuestra iglesia y la dirigía este bienaventurado. Y se levantó desde las regiones de Egipto una enfermedad intratable, (10) que caminando a través de las ciudades interpuestas, se apresuró a invadir la propia nuestra. Pero este bienaventurado, despierto y en sobriedad, y previendo todas las cosas que iban a suceder, ya de antemano procuraba apartar la guerra que se echaba encima. Y, a la manera de un sabio médico, antes de que la peste invadiera la ciudad, él, sentado aquí, preparaba las medicinas, y gobernaba la nave sagrada de su iglesia con absoluta seguridad; y vigilaba por todas partes, y exhortaba a los marineros y al pasaje y a todos los que hacían la travesía, a ayunar y a estar preparados y vigilantes, como si ya los piratas estuvieran acometiendo y lucharan por despojarla del tesoro de su fe. (11) Y no usaba solamente aquí en la ciudad de esta solícita previsión, sino que enviaba en todas direcciones predicadores y maestros que enseñaran y discutieran y cerraran todas las entradas a los enemigos.

Porque bellamente le había enseñado la gracia del Espíritu Santo, que el obispo de una iglesia no ha de cuidar únicamente de aquella que le encomendó el mismo Espíritu Santo, sino de cualquiera otra del universo. Esto lo deducía él de las preces sagradas. Porque si es necesario, decía, hacer oración por la iglesia católica desde unos términos de la tierra hasta otros, mucho más habrá que tener cuidado con ella, y tener solicitud por todos los fieles e inquietarse por todos ellos. Lo que le acontecía a Esteban eso mismo le acontecía a este bienaventurado. Pues así como por no poder resistir a la sabiduría de Esteban los judíos lo lapidaron, así éstos, por no poder resistir a la sabiduría de aquél, como vieran bien fortificadas sus defensas, finalmente echaron de la ciudad al pregonero de la verdad.

Mas no por esto calló su voz. Porque aunque él fue arrojado de la ciudad, el discurso de su enseñanza no pudo ser arrojado. Del mismo modo Pablo fue atado, pero la palabra de Dios no fue atada. Estaba éste lejos de nosotros, mas sus enseñanzas permanecían con nosotros. Entonces, saliendo los enemigos en haz apretado, se echaron encima a la manera de un torrente invernal y poderoso; pero ni arrancaron las plantas, ni detuvieron la simiente, ni destrozaron el sembrado: ¡tan sabia y bellamente la piedad había arraigado bajo el cultivo de aquél!

¡Justo es que digamos por qué permitió Dios que ese bienaventurado fuera arrojado de aquí! No hacía mucho tiempo que la iglesia había comenzado a descansar, y así recibía un consuelo no pequeño de la prelatura de él; porque por todas partes la amurallaba, y detenía el asalto de los enemigos. ¿Por qué entonces fue desterrado y Dios permitió esto a los que de aquí lo arrojaron? ¿por qué motivos? No vayáis a pensar que lo que ahora tratamos es solución únicamente de este caso concreto. Porque lo que vamos a decir es suficiente para solventar cualquier clase de dudas, para siempre que se suscite la discusión de este género de cuestiones ya sea contra los paganos o ya contra los herejes. Permite Dios que la fe verdadera y apostólica sea combatida en muchos puntos, y en cambio deja que las herejías y el paganismo gocen de segura tranquilidad. ¿Por qué lo permite así? Para que tú aprendas tanto la debilidad de aquéllos, pues que no son combatidos y sin embargo automáticamente y por sí mismos se destruyen, como también conozcas la fuerza de la fe combatida, como que se acrecienta precisamente por medio de los que la combaten.

Y que esto no sea una simple conjetura mía, sino una respuesta divina, bajada del cielo, oigámoslo de Pablo, quien dice acerca de esta materia: porque también a él le aconteció alguna vez ese dudar tan humano. Pablo participaba de nuestra misma naturaleza. ¿Qué fue, pues, lo que le sucedió? ¡Era desterrado, impugnado, azotado, con mil maneras de asechanzas acometido, ya en su interior, ya en su exterior, ya de les que parecían domésticos en la fe ya de los ajenos a la fe! Pero ¿para qué es necesario referir los infinitos padecimientos que sufrió? Cansacio, pues, y no pudiendo ya soportar los embates de los enemigos que impedían su predicación y se oponían a su doctrina, se arroja a los pies del Señor y le suplica y le dice: ¡Se me ha dado un aguijón para la carne! ¡el ángel de Satanás que me abofetee! Y acerca de esto, tres veces rogué al Señor, y me dijo: ¡te basta con mi gracia! ¡porque mi fuerza en la debilidad se perfecciona! (12) Sé que algunos lo han interpretado como si se tratara de una enfermedad corporal, pero no es así, ¡no lo es! ¡en absoluto! Sino que llama ángel de Satanás a los hombres que lo contrariaban. Esa palabra Satanás es voz hebrea, y en la lengua hebrea se llama Satán a un adversario. De manera que a los hombres instrumentos del demonio y que le sirven, a ésos llama ángeles suyos.

Entonces ¿por qué añade, preguntará alguno, la palabra carne? Porque la carne era azotada, pero el alma enardecida se levantaba a la esperanza de los bienes eternos. Los padecimientos y las batallas no le tocaban al alma ni ponían zancadilla a los interiores pensamientos, sino que quedaban en la carne y no podían penetrar a su interior. Pero como la carne era la hecha pedazos, y la azotada, y la encadenada (puesto que el alma no puede ser puesta en cadenas), por esto dice: "Se me ha dado un aguijón para mi carne, el ángel de Santanás que me abofetee"; palabras con que indicó las tentaciones, las aflicciones, las persecuciones. Y luego ¿qué? Acerca de esto, dice, rogué tres veces al Señor. Como quien dice innumerables veces he rogado que se me dé un breve descanso de esas tentaciones.

Recordad la causa por la cual os dije que Dios permite que sus siervos sean azotados, desterrados, afligidos de mil maneras; que es para manifestar así su virtud de El. Porque he aquí que también este bienaventurado rogó que se apartaran de el las infinitas aflicciones y los adversarios, pero no obtuvo lo que pedía. Y dice por qué no obtuvo lo que pedía. ¿Cuál es la razón? ¡Nada impide que de nuevo la recordemos!: ¡Te basta la gracia mía! ¡porque mi fuerza se perfecciona en la debilidad!

¿Ves cómo por esto permite Dios que los ángeles de Satanás se echen sobre sus siervos y les pongan infinitas dificultades, a fin de que aparezca clara su propia virtud de El? Porque en verdad: ya sea que disputemos con los paganos o ya con los desdichados judíos, esta razón nos basta para demostrar la virtud divina: el que la fe, habiendo entrado en innumerables batallas, ha salido vencedora; el que trabajando contra ella todo el orbe de la tierra y rechazando todos con grande empeño a aquellos doce hombres, me refiero a los apóstoles, precisamente ellos, azotados, desterrados de un país en otro, padeciendo miles de aflicciones y penalidades, hayan podido en breve tiempo dominar en forma tan absoluta a aquellos mismos que tales cosas les hacían.

Por esta misma razón permitió Dios que el bienaventurado Eustacio fuera desterrado, a fin de que mejor nos demostrara la fuerza de la verdad y la debilidad de la herejía. ¡Salió, pues, al destierro y dejó la ciudad, pero no dejó nuestro cariño! ¡no pensó que una vez arrojado de esta iglesia, al mismo tiempo quedaba ya ajeno a su oficio y dignidad y al cuidado de nosotros, sino que entonces con más ahínco nos cuidaba y se preocupaba! Habiendo llamado a todos, los exhortaba a no ceder ni entregarse a los lobos ni abandonarles el rebaño, sino a permanecer dentro de él, con el objeto de cerrar la boca de los herejes y convencerlos y confirmar a sus hermanos más sencillos en la fe. Y el éxito manifestó cuan rectamente lo había dispuesto. Porque si entonces no hubierais permanecido fieles a la iglesia, la mayor parte de la ciudad se habría corrompido, mientras devoraban los lobos el rebaño, a causa del abandono. Pero el mandato de este varón impidió que aquéllos ejercitaran su connatural maldad sin miedo alguno.

Ni fue solamente el buen éxito el que demostró lo acertado de aquél, sino además la palabra de Pablo. Porque éste, adoctrinado por aquél, ordenaba esas cosas. Y ¿qué es lo que dice Pablo? Como hubiera de ser llevado a Roma, en su último camino, después del cual ya no volvería a ver a sus discípulos, decía: ¡Ya no os veré más! (He 20,25-30) Pero no lo decía para entristecerlos, sino para confirmarlos. Teniendo, pues, que apartarse de ellos, los confirmaba diciendo: ¡Yo sé que después de mi partida entrarán a vosotros lobos crueles; y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas! ¡Triple era pues la batalla! ¡la naturaleza de las fieras, la dificultad de la lucha y el que no fueran extraños sino domésticos los que atacaran! ¡Por lo mismo era más dura! ¡con razón!

Porque si alguno exteriormente acomete y guerrea contra mí, yo podré con facilidad superarlo. Pero si dentro y en el mismo cuerpo brota la úlcera, entonces la enfermedad se hace de muy difícil curación. Y esto fue lo que sucedió entonces. Por esto, los exhortaba y decía: ¡Cuidad de vosotros y de todo el rebaño! (13) No dijo: ¡abandonad el rebaño e idos lejos! Pues a esto es exactamente a lo que el bienaventurado Eustacio, dando la doctrina, exhortaba a los discípulos; ¡cosas eran que el sabio y noble maestro había oído de Pablo y con sus obras las cumplía! De manera que, cuando aquéllos invadieron el rebaño, no lo abandonó, a pesar de que no podía ya subir a su cátedra episcopal. No se preocupó de esto aquella alma noble y llena de sabiduría. Dejaba para los demás los honores y las prelaturas y él en cambio tomaba sobre sus hombros los trabajos de las prelaturas, y dentro mismo de la ciudad se las había con los lobos. Los dientes de las fieras en nada lo perjudicaban, porque tenía una fe mucho más firme que la fuerza de las mordidas de aquéllas.

Y así, permaneciendo él en el seno de la iglesia y deteniendo a todos cuantos en la batalla contra él se empeñaban, daba una grande seguridad a sus ovejas. Ni solamente cerraba la boca de los herejes y rechazaba sus palabras impías; sino que personalmente, yendo de un lado a otro, observaba su rebaño, no fuera a ser que alguna oveja hubiera recibido algún dardo, no fuera a ser que hubiera alguna oveja recibido una herida. Y en este caso, al punto aplicaba el remedio. Con estos procedimientos, animaba a todos a mantenerse en la fe verdadera. Y no abandonó su empeño hasta que por un beneficio de Dios y un regalo suyo, preparó al bienaventurado Melecio para que viniera a hacerse cargo de todo el conjunto de los fieles. Aquél sembró y éste cosechó. Algo parecido hicieron Moisés y Arón. Porque éstos, mientras vivían entre los egipcios, hicieron a muchos celosos observadores de la patria piedad; lo cual testifica Moisés cuando afirma que juntamente con los israelitas salió también numeroso vulgo con ellos entremezclado. (14)

Imitando a Moisés este bienaventurado, aun antes de recibir la prelatura, ejercitaba ya el oficio de prelado. Porque Moisés, aun antes de que se le hubiera conferido el principado sobre su pueblo, con toda firmeza y noble proceder castigaba a. quienes inferían injurias y vengaba a los injuriados; y, habiendo despreciado la mesa real, los honores y las dignidades, corrió a los trabajos del barro y los ladrillos; y estimó que debía preferir el cuidado de los que eran de su misma raza a toda delicia y honor y placer. Pues bien: puestos sus ojos en Moisés, éste exhortaba a todos los prelados al cuidado de su pueblo; y antepuso los trabajos al descanso, y el ser echado de todas partes y soportar diariamente las enemistades continuas.

Pero todas esas cosas le parecían ligeras, porque de las cosas mismas que le acontecían tomaba él ocasión de consuelo. Siendo, pues, todo esto así, demos gracias a Dios, e imitemos las virtudes de estos santos, a fin de que podamos ser partícipes de las mismas coronas que ellos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por quien y con el cual sea al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, la gloria, el honor y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Qo 11,30.

(2) Ibid.

(3) Qo 9,20.

(4) Qo 2,4-8.

(5) Ibid. y Ph 1,22.

(6) He aquí uno de los casos en que la imaginación exuberante del Crisóstomo incluso se lanza, aunque con mucha sofrosine, por los campos de la poesía. La imagen es brillantísima: las fuentes alargan sus brazos, que son los ríos, para ir a hacer el bien incluso a las olas del mar. Nos recuerda esto aquel famoso verso de Guerra Junqueiro, portugués: las olas del mar cansadas de correr y avanzar hacía la playa van al fin a saciar su sed "no saboroso néctar de tus rios", hablando del "bello Portugal".

(7) 1Co 5,31.

(8) Gn 22,12.

(9) Rm 1,25.

(10) Se refiere a las oleadas de la herejía que iban llegando a Antioquía desde la famosa Alejandría. Véase la Introd. gen ns. (4) y 5.

(11) He aquí uno de los casos que a varios autores les ha llamado la atención, como lo indicamos en nuestra Introd. gen n. 14. Las metáforas se entrelazan y no dan lugar a contemplar completamente cada una de ellas: aquí la herejía 'es una enfermedad que avanza desde Egipto; enseguida es un ejército que va a guerrear contra la ciudad de Antioquía; vuelve la metáfora de la enfermedad con la comparación de Eustacio con un médico; e inmediatamente salta la imaginación a una tempestad, y Eustacio es un piloto y luego a un asalto de piratas: ¡todo ello en un mismo y breve párrafo!

(12) La interpretación de este pasaje de Pablo 2Co 12,7-9, en el sentido de una enfermedad corporal contraída por el apóstol en los trabajos de su ministerio, es actualmente muy aceptada y aun la ordinaria.

(13) 1P 5,3.

(14) Ex 12,38.


XIX HOMILÍA en honor del bienaventurado FILOGONIO, quien de abogado fue hecho obispo;

y acerca de que nada nos hace tan aceptos delante de Dios como el ser cuidadosos de las cosas que conducen a la utilidad pública; y de que quienes se acercan a los divinos misterios con negligencia sufren gravísimos castigos, aunque solamente una vez en el año cometan este crimen. Fue pronunciada cinco días antes de la Natividad de Cristo. Era el año 386 y el 20 de diciembre. Porque en aquel tiempo la Natividad ya se celebraba en Antioquía, desde hacía unos pocos años, el 25 de diciembre, como ahora se celebra en occidente. El obispo Flaviano tenía que predicar ese mismo día después del Crisóstomo, por lo que éste, por delicadeza, le dejó la mayor parte del elogio del santo cuya festividad se celebraba. Y así, en pleno discurso, corta el asunto y se vuelve a exhortar a los fieles a que celebren dignamente la Natividad y luego los instruye acerca de cómo deben arrepentirse de sus pecados. San Filogonio fue hecho obispo de Antioquía por el 320, o sea cuando comenzaba el arrianismo. Hace mención de este obispo san Atanasio en su carta a los Obispos de Libia y Egipto y lo cuenta entre los varones ortodoxos y apostólicos que escribieron en favor de la fe católica. Fue el 21 obispo de Antioquía. Lo precedió en el episcopado Vital y le sucedió Paulino y luego Eustacio.

M Parece que los adversarios herejes usaron contra este santo obispo de una fea calumnia, como si hubiera cometido un crimen con cierta mujercilla meretriz. Contaba alguno de aquellos antiguos escritores haber sido precisamente Eusebio de Nicomedia quien pagó a la infeliz para que se presentara con un niño y afirmara ser Eustacio su padre. Como no pudiera probarlo, los eusebianos se empeñaron y prestaron juramento de ser aquello verdad. También la mujercilla lo hizo. Mas, como tiempo después la infeliz cayera en una enfermedad larga y grave, se desdijo ante muchos sacerdotes; pero añadió que ella no había jurado en falso, porque aquel niño era hijo de Eustacio o sea un herrero de la barriada. Claro es que a semejantes historietas no se les puede dar fe, pues fueron muy socorridas de aquellos escritores antiguos. Parece que San Crisóstomo en este elogio no habría guardado silencio acerca de esta calumnia urdida por los herejes, de haber sido históricamente cierta. Este obispo fue desterrado de Antioquía por el año 329, o sea cuando Constantino el Grande andaba ocupado en la construcción de Constantinopla. El Crisóstomo predicaba de él unos 60 años más tarde.

PREPARADO VENÍA YO TAMBIÉN hoy para los combates contra los herejes y para solventar la deuda con vosotros contraída en lo que de ella restaba. Pero la fiesta del bienaventurado Filogonio, cuyo día hoy celebramos, arrastra nuestra lengua a la consideración de sus beneficios. Y no hay sino obedecerla. Porque, si quien maldice a su padre o a su madre sufre la muerte, es claro que quien los bendice recibirá los premios de la vida eterna. (1) Y si para con quienes son nuestros padres según la naturaleza debemos mostrar tan grande caridad, mucho más debemos tenerla para con aquellos que son nuestros padres en el espíritu; sobre todo, si tenemos en cuenta que nuestros discursos en nada hacen más gloriosos a los que ya murieron, mientras que a nosotros, los que aquí nos hemos congregado, tanto a los que hablamos como a los que escucháis, nos hacen mejores.

Porque este bienaventurado, una vez trasladado a los cielos, para nada necesita de las alabanzas de los hombres, puesto que ha ido a gozar de una suerte mejor. En cambio nosotros, los que aún estamos en este mundo y necesitamos de muchas exhortaciones, nosotros sí que tenemos necesidad de sus encomios, con el fin de excitarnos a su imitación. Por lo cual un cierto sabio decía: ¡La memoria del justo con alabanzas! (2) Y esto no como si los que ya murieron sacaran de ahí alguna grandísima utilidad, sino los que aún viven. En consecuencia, puesto que tan crecido lucro nos viene de hacer esto, obedezcamos y no nos rehusemos. Tanto más cuanto que la época misma del año es oportuna para referir sus buenas obras.

Fue, en efecto, el día de hoy trasladado a aquella vida tranquila que no sabe de perturbaciones, y llegó ya con su navecilla a sitio en donde no puede temer los naufragios, ni las tristezas, ni los dolores. Ni ¡cómo maravillarse de esto si aquel lugar está inmune de toda molestia! puesto que Pablo, hablando a los hombres que aún permanecen en esta vida, les dice: ¡Alegraos siempre, orad sin intermisión! Si pues, aquí en donde abundan las enfermedades, las persecuciones, las muertes prematuras, las calumnias, las envidias, las tristezas, las iras y las codicias y las asechanzas sin cuento y los cuidados diarios, y en donde existen perpetuos y continuos males que traen consigo dolores infinitos y de todos lados, dijo Pablo que es posible que nos gocemos siempre, con tal de que saquemos la cabeza un poco por encima de las olas de los negocios mundanos y ordenemos rectamente nuestra vida, ¿con cuánta mayor razón una vez que partamos de aquí fácilmente participaremos de semejante bien quitados ya de una salud enfermiza, de la debilidad de las fuerzas, de la materia de pecado; allá en donde no hay mío y tuyo –¡palabras frías!– ni cosa alguna de las que acá engendran tantos males en nuestra vida y tan recias batallas?

Por lo cual, yo en gran manera me congratulo por la felicidad de este bienaventurado. Porque fue llevado de aquí y abandonó nuestra ciudad, pero fue a otra ciudad que es la de Dios; y alejado de esta iglesia llegó a aquella otra que es la de los primogénitos inscritos en el reino de los cielos; y habiendo dejado los festejos de acá, pasó a celebrar los de los ángeles. Y cuanto a eso de que allá arriba haya una ciudad y una iglesia y festividades, oye cómo lo dice Pablo: ¡Habéis llegado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la congregación de los primogénitos que están escritos en los cielos y a los coros ele innumerables espíritus! (3) Y no solamente por la multitud de las Virtudes celestiales, sino además por la abundancia de bienes y el continuo gozo y alegría, llama a toda aquella vida con el nombre de panéguiris o reunión de fiesta. Porque no suelen ser semejantes reuniones otra cosa que un conjunto de multitudes, una abundancia de mercancías que se venden, y a donde se acarrean trigo y cebada y frutos de todas clases y rebaños de ovejas y manadas de bueyes, y vestidos y otras muchísimas cosas más de ese jaez; y ahí unos compran y otros venden. (4)

Pero preguntarás ¿cuáles de esas cosas hay en el cielo? ¡En verdad, de estas cosas no hay ninguna, sino otras de mucho mayor precio. Porque no hay allá trigo, ni cebada, ni frutos de variadas especies; pero en cambio, por todos lados están los frutos del Espíritu Santo, como son la caridad, el gozo, la bondad, la paz, la mansedumbre suma, y todo esto en grande abundancia. No hay allá rebaños de ovejas ni manadas de bueyes, sino un conjunto de espíritus de los santos perfectos y de virtudes de las almas, y por todos los cielos se pueden contemplar las buenas obras hechas en esta vida. No hay vestidos ni mantos, sino coronas más ricas que todo el oro, y premios y recompensas de las batallas, y otros infinitos bienes reservados para quienes hubieren obrado el bien. Aparte de esto, hay ahí una multitud mucho más abundante y más honorable. Porque no está formada por varones de la ciudad y de las villas, sino que a una parte están los miles sin cuento de ángeles; a otra, muchos miles de arcángeles; en la de más allá, la reunión de los profetas; y luego los coros de los mártires; y el orden de los apóstoles; y los escuadrones de los justos; y en fin los varios grupos de los que a Dios sirvieron y agradaron.

En verdad que esta es una reunión y una panéguiris maravillosa. Y lo que es más que todo, en medio de esta reunión se encuentra el Rey de todos ellos. Porque Pablo, una vez que dijo y a los innumerables espíritus, añadió: y a Dios, Juez de todos. Pero ¿quién vio jamás al rey acercarse a un mercado y ágora? ¡Aquí nadie! ¡En cambio, los que allá están lo ven continuamente en cuanto les es dado verlo, y no sólo lo ven presente sino decorando y honrando con su propia gloria toda la reunión! Además, nuestras ferias generalmente se terminan al mediodía; pero aquéllas, no. Porque ahí no hay ni la vuelta de los meses por su orden ni el giro de los años ni días que hayan de contarse. Ella permanece perpetuamente y sus bienes no se encierran bajo término alguno, ni tienen fin, ni pueden envejecer ni marchitarse; sino que están inmunes de la ancianidad y de la muerte. Ningún tumulto existe allá, como los hay acá; ninguna perturbación, sino grandísima compostura y bien ordenada, no menos que lo está una cítara, en tanto que ambas criaturas, la humana y la angélica, dan a Dios un cantar armoniosísimo y más suave que cualquier música; y en tanto que el alma ahí, como si estuviera en sagrados santuarios y entre divinos misterios, celebra los sublimes arcanos. (5)

¡A esta suerte feliz y que no está sujeta a la ancianidad, pasó hoy el bienaventurado Filogonio! ¿Qué discurso habrá, pues, digno de este varón a quien Dios se ha dignado conceder suerte tan feliz? ¡Ninguno! Pero, ¡ea! ¡dime! ¿Por esto habremos de callar? Mas, entonces ¿para qué nos reunimos? ¿Nos excusaremos diciendo que no es posible alcanzar con nuestros discursos la grandeza de sus hazañas? Pues por esto precisamente se ha de hablar; porque es esta la mayor alabanza suya: ¡que las palabras no puedan igualar a sus hechos! Los hechos de aquellos que superan a la mortal naturaleza, es manifiesto que también superan a la humana elocuencia. Sin embargo, no por esto será despreciable lo que digamos, sino que imitaremos al Señor mismo. Porque El, a la viuda que dio sus dos óbolos, no le dio el pago de solos aquellos dos óbolos. Y esto ¿por qué? ¡Porque miraba no a la cantidad de dinero, sino a las riquezas del alma! Si te fijas en el dinero, es grande la pobreza; pero si examinas la voluntad, verás un tesoro de inefables altezas del ánimo. Por esto, aunque nuestras posibilidades sean exiguas, ofreceremos lo que podemos.

Y aunque esto no corresponda a la grandeza y magnanimidad del bienaventurado Filogonio, con todo será el mayor argumento de su magnanimidad: de él que no rechaza lo pequeño, sino que hace lo que los ricos. Porque éstos cuando reciben de los pobres pequeños regalos de que ellos no necesitan, les dande lo suyo y premian con eso a quienes les dieron de lo que podían. Del mismo modo éste, una vez que haya recibido de parte nuestra la alabanza que no necesita, nos pagará en retorno con hechos o sea con la bendición de que siempre estamos necesitados.

Pero ¿de dónde tomaremos sus alabanzas? ¿de qué otra parte sino del principado que para administrar le entregó la gracia del Espíritu Santo? Porque los principados mundanos en manera alguna pueden demostrar las virtudes de aquellos a quienes se han confiado. Más aún: con frecuencia llevan consigo una acusación de malicia. ¿Por qué motivo? ¡Porque los tales principados suelen adquirirse mediante el patrocinio de los amigos, las continuas visitas, las adulaciones y muchas otras cosas más feas que éstas! Pero ahí en donde es Dios quien con su voto designa a alguno, y es su mano santa la que toca aquella cabeza, ahí el sufragio es incorruptible y el juicio ajeno a toda sospecha y la aprobación del elegido no deja lugar a duda, por causa de la autoridad del que lo elige.

Y que haya sido Dios quien eligió a éste, es manifiesto por la misma pureza de sus costumbres; puesto que, habiéndolo sacado de en medio de los tribunales lo colocó en este trono.

¡Tan honorable y preclara fue su vida anterior, allá cuando vivía con su mujer y su hija, y se ocupaba en el foro! Y de tal manera venció al mismo sol con su esplendor que apareció desde luego digno de esta magistratura; y así fue trasladado del tribunal profano al sagrado tribunal. Allá defendía a los hombres contra los hombres; y a quienes eran oprimidos de quienes les armaban asechanzas, y los hacía triunfar de los que les hacían injusticia; acá, en cambio, en cuanto vino, defendió a los hombres de los demonios que los acometen.

Y cuán grande argumento de piedad sea el que Dios lo haya juzgado digno de un tan gran principado, óyelo del mismo Cristo ya resucitado, el cual dice a Pedro, una vez que lo hubo interrogado: ¡Pedro! ¿me amas más que estos?, y Pedro le hubo contestado: ¡Señor! ¡tú sabes que te amo! (6) Porque no le dijo entonces Cristo: abandona las riquezas, ejercítate en ayunos, destrózate con trabajos, resucita a los muertos, arroja a los demonios. No trajo a colación ninguno de esos milagros ni de esas otras cosas, ni otras hazañas y obras buenas; sino que, habiendo hecho a un lado todo eso, le dijo: ¡Si me amas apacienta mis ovejas! Y esto lo dijo no únicamente para declararnos cuánto amaba Pedro, sino que además, para manifestar cuánto amor tiene El a sus ovejas, le puso delante a Pedro el sumo ejemplo de amor a Él. Como si dijera: "¡Quien ama a mis ovejas a mí me ama!"

¡Considera cuántas cosas padeció Cristo por su rebaño! ¡Se hizo hombre, tomó forma de siervo, fue escupido, herido a bofetadas, y finalmente no rehusó ni aun la muerte, y ésta ignominiosísima. Porque en la cruz dio toda su sangre. Así pues, si alguno desea ser aprobado por Él, tome cuidado de este su rebaño, procure la utilidad pública, vea por la salvación de sus hermanos. Porque no hay oficio a Dios más agradable. Por esto dice en otra parte: ¡Simón, Simón! ¡Satanás os busca para ahecharos como al trigo! ¡Pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca! (7) ¿Qué pago, pues, me darás por este cuidado y solicitud? Pero ¿qué pago es el que quiere? ¡Pide que pongamos el mismo empeño que El puso!

Porque le dice: ¡Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos! Y por esto, dice Pablo: ¡Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo! (8) Mas, ¿cómo se ha hecho imitador de Cristo? ¡Cuidando, dice, de agradar a todos; y no buscando mi utilidad, sino la de muchos, para que fueran salvos! Y en otro lugar: ¡Porque Cristo no se agradó a sí mismo!, sino a muchos. (9) Ni hay otra cosa alguna que sea señal tan manifiesta y característica del fiel y del que ama a Cristo, como el tener cuidado de sus hermanos y atender a su salvación.

¡Oigan esto todos los monjes que viven en las cumbres de las montañas, y que de mil maneras se han crucificado al mundo, a fin de que con todas sus fuerzas ayuden a quienes están al frente de las iglesias, y los unjan para la lucha con sus oraciones, con la concordia y caridad; y sepan que si no ayudan de todos los modos posibles a quienes a tantos peligros se exponen, confiados en la gracia de Dios, y han tomado sobre sí el cuidado de tantos negocios, y que aunque ellos habiten lejos si no los ayudan de cuantas maneras estén en su mano, han perdido el oficio principal de su vida, y toda su sabiduría ha quedado mutilada!

Y que esto sea el mayor argumento de amistad para con Cristo, se demuestra por aquí. Vamos viendo la forma en que este bienaventurado desempeñó su cargo de obispo. Aunque no es necesaria en esto nuestra voz ni tampoco la abundancia de palabras cuando vuestro empeño lo está declarando. Porque del mismo modo que quien entra en una viña y observa las vides coronadas de pámpanos y cargadas de fruto y defendidas con cercas y estacadas por todas partes, no necesita de ningún otro discurso ajeno que le demuestre lo industrioso del viñador y la virtud del agrícola, igualmente, si alguno entra aquí y mira las vides espirituales, y contempla vuestros frutos del espíritu, no necesita en absoluto de los discursos ajenos para darse cuenta de la calidad del que está al frente vuestro, como escribe Pablo: ¡Mis letras sois vosotros mismos, escritas en vuestros corazones, conocidas y leídas de todos!10

El río manifiesta cuál es la fuente, el fruto cuál sea la raíz. Habría también que decir acerca de los tiempos en que éste tomó el principado. Porque no es la parte menor de sus alabanzas, sino, al revés, de importancia grande para declarar sus virtudes. Inmensas dificultades tenía entonces este negocio, cuando apenas se había aplacado la persecución, y quedaban aún las reliquias de aquella terribilísima tempestad, y los asuntos necesitaban ponerse firmemente en orden. A estas circunstancias habría que añadir que la facción de los herejes que apareció en su tiempo no dejó de causar cuidado a su cuidado y a su prudencia que todo lo observaba. Pero el discurso nos lleva apresurado a otra materia necesaria. Y así, dejando al común padre y fiel imitador del bienaventurado Filogonio el tratar ese punto, como quien conoce mucho mejor que nosotros lo que toca a esos tiempos antiguos, vengamos a otros asuntos.

Porque está para llegar la fiesta más grande y veneranda de todas las fiestas y la más impresionante; y tal que no erraría alguno si la llamara metrópoli de todas las fiestas. (11) ¿Cuál es ella? ¡La Natividad del Señor según la carne! Porque todas las otras festividades, de la Epifanía, de la sagrada Pascua, de la Ascensión y de Pentecostés, aquí tienen su fundamento y origen. Pues si Cristo no hubiera nacido según la carne, no habría sido bautizado, que es la fiesta de las teofanías; ni hubiera sido crucificado, que es la fiesta de la Pascua, ni habría enviado al Espíritu Santo, que es la fiesta de Pentecostés. Así que de la fiesta de la Natividad, como de una fuente los diversos ríos, han nacido las otras festividades.

Pero no únicamente por esta razón debemos anteponer este día a los otros, sino además porque el que ahora nace es el más venerable de todos los nacidos. Pues de que Cristo haya nacido se sigue en cierto modo de consecuencia que haya muerto. Puesto que, aunque no había cometido ningún pecado, con todo, el cuerpo que tomó era mortal. Admirable era esto. Pero que siendo Dios haya querido hacerse hombre y haya soportado el humillarse en tanto grado que ni siquiera lo puedas comprender con el pensamiento, esto es lo que causa escalofrío y lo que nos hace rebosar de estupor. Admirado de esto Pablo decía: ¡Sin duda que es grande el misterio de la piedad! Pero ¿qué es lo grande?: ¡Que Dios se haya manifestado en carne! (12) Y en otra parte añade: ¡Porque no socorrió a los ángeles, sino a la descendencia de Abrahán; por esto hubo de asemejarse en todo a sus hermanos! (13)

Yo por esto recibo con gozo y con amor especialmente este día, y traigo aquí a colación su cariño con el objeto de haceros participantes de él. Por esto mismo os ruego a todos vosotros y os suplico que queráis asistir a la iglesia en ese día con prontitud y fervor. Pero, antes que nada, cada cual deje vacía su casa a fin de que todos veamos al Señor nuestro reclinado en el pesebre y envuelto en pañales: ¡espectáculo terrible y admirable! Porque ¿qué excusa daremos o cómo alcanzaremos perdón si El por nosotros desciende del cielo y en cambio nosotros emperezamos en venir a El desde nuestras casas? ¿O que los magos, extranjeros y bárbaros, acudan desde Persia a contemplarlo yaciendo en el pesebre (14) y tú en cambio siendo cristiano no soportes ni siquiera un breve camino para gozar de este feliz espectáculo? Porque si con fe acudimos, sin duda que lo veremos tendido en el pesebre. Puesto que esta mesa del altar hace las veces del pesebre. También aquí se pondrá sobre ella el cuerpo del Señor; no ciertamente, como entonces, envuelto en pañales, pero sí revestido por todas partes del Espíritu Santo.

No parece exacto que los Magos visitaran a Jesús cuando aún estaba en el pesebre. De vez en cuando encontramos en el Crisóstomo estas pequeñas inexactitudes, ya porque simplemente, hablando al pueblo, siguiera las versiones populares, ya porque en el calor de la improvisación no cuidaba tan estrictamente de la exactitud, en cuestión de pormenores mínimos.

Los iniciados en los misterios sacros entienden bien lo que se está diciendo. Los Magos en verdad no hicieron otra cosa sino adorar; en cambio a ti, si te acercas con la conciencia pura, te permitiremos que lo tomes y después de recibirlo regreses a tu hogar. Acércate, pues, también tú trayendo regalos, no como los que aquéllos ofrecían, sino mucho más piadosos. Oro ofrecieron aquéllos, ofrece tú la virtud de la temperancia. Ellos ofrecieron incienso, tú ofrece tus limpias oraciones que son aromas espirituales. Ofrecieron ellos mirra: ofrece tú la virtud de un corazón humillado y juntamente tu limosna. Si con tales dones te acercares, podrás participar de esta mesa sagrada con grande confianza. Estas cosas las digo ahora, porque yo sé que en aquel día (15) sucederá que muchos se acerquen y arrojen a esta víctima espiritual. Pero no lo vayamos a hacer para pérdida desalma y condenación, sino para salvación. Por esto ya desde ahora os lo ruego y os lo suplico, a fin de que, purificados en todos sentidos, así participéis de los sagrados misterios.

Y nadie me vaya a decir: "¡Tengo miedo! ¡tengo la conciencia repleta de pecados y llevo conmigo una pesadísima carga!!" Porque basta este espacio de cinco días, si es que os conserváis dentro de la moderación, si hacéis oración, si guardáis las vigilias, para que esa cantidad de pecados se vuelva menor. No te fijes en que el tiempo es poco, sino atiende más bien a que Dios es misericordioso. Los ninivitas en el espacio de tres días apartaron de sí una ira tan grande de Dios, y nada les impidió la brevedad del tiempo; porque la presteza de su ánimo, aprovechando la misericordia de Dios, logró todo. Y la meretriz, en un breve momento de tiempo, cuando se acercó a Jesús, borró todos sus pecados. Más aún: como acusaran los Judíos a Jesús de que la había admitido a su presencia y de haberle otorgado tanta confianza, Cristo les impuso silencio. A ella, en cambio, una vez librada de todos sus males, la despachó a su hogar, tras de haberle aceptado con benignidad su presteza de ánimo.

Mas ¿por qué hizo esto? ¡Porque ella se acercó llena de fervor en su alma y con encendido corazón y con fe viva, y así tocó aquellos pies santos y sagrados, y tenía sueltos sus cabellos y derramaba de sus ojos abundantes lágrimas y luego derramó el ungüento! Y con aquellas cosas con que había engañado a los hombres, con ellas preparó el remedio de la penitencia; y por aquellas cosas con que había atraído los ojos incontinentes, por ésas ahora derramó lágrimas. Con sus cabellos artificiosamente compuestos había arrojado a muchos al pecado, y con ellos enjugó los pies de Cristo. Mediante el ungüento había echado el anzuelo a muchos, y por medio del mismo ungió los pies del Salvador. Pues, del mismo modo, tú, con aquellas cosas con que provocaste la ira de Dios, con ésas háztelo ahora propicio.

¿Lo provocaste con la rapiña de los bienes ajenos? Por esos mismos háztelo ahora benévolo y reconcíliate con él. Y una vez que hayas restituido lo que robaste a aquellos a quienes habías hecho injusticia, y hayas además añadido algo de supererogación, dirás con Zaqueo: ¡Yo devuelvo el cuádruplo de lo que hurté! (16) ¿Lo provocaste con la maledicencia de tu lengua? ¿Inferiste a muchas contumelias? ¡Aplácalo mediante tu lengua con oraciones puras y bendiciendo a quienes te maldicen y alabando a los que te vituperan y dando gracias a los que te injurian! Estas cosas no necesitan de muchos días ni de años, sino que por un solo y único propósito del ánimo se llevan a cabo. ¡Apártate del mal! ¡abraza la virtud! ¡deja la perversidad! ¡promete que en adelante no cometerás esos pecados y esto bastará para tu defensa! ¡Yo testifico y salgo como fiador de que cualquiera de vosotros, aunque esté enredado en pecados, si se aparta de sus perversidades antiguas y con sinceridad de ánimo y con verdad promete a Dios que nunca más retornará a ellas, Dios no le pedirá ninguna otra cosa para justificarlo!

Porque El es benigno. Y a la manera que la mujer que está de parto ansia dar a luz, del mismo modo ansia El derramar su misericordia, sino que se lo estorban nuestros pecados. ¡Echemos abajo ese cerco y desde ahora comencemos las fiestas de Navidad, dejando a un lado, durante estos cinco días, los otros negocios! ¡Apártese el foro! ¡apártese la curia! ¡cedan los cuidados mundanos acerca de pactos y contratos! ¡quiero salvar mi alma! Porque ¿de qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si en cambio pierde su alma? (17) ¡De Persia salieron los magos! ¡sal tú de los negocios temporales y encamínate a Jesús! ¡si lo queremos no es larga la distancia! Porque no se necesita pasar el mar ni superar las cumbres de las montañas, sino que sentado en tu casa, con tal que demuestres grande piedad y compunción de corazón, puedes contemplar a Jesús, puedes desbaratar toda la muralla y quitar todos los obstáculos y abreviar el largo camino. Porque yo, dice el Señor, soy Dios que me acerco y no Dios alejado y en otra parte: El Señor está cercano a todos los que de verdad lo invocan? (18)

Pero en los tiempos presentes, muchos de entre los fieles han venido a tal grado de insensatez y de inconsideración del pecado, que a pesar de encontrarse henchidos de males y no tener cuidado alguno con su modo de vivir, temerariamente se acercan y con negligencia a la sagrada mesa; y no advierten que el momento de la comunión no es de fiestas de mercado, sino de puridad de conciencia y de un modo de vivir limpio de pecados. Porque así como a quien no tiene conciencia de pecado le conviene acercarse cada día, así quien está manchado y no se arrepiente, no puede acercarse con seguridad ni aun en los días festivos. Porque en verdad, eso de acercarnos solamente una vez al año no nos hace menos pecadores si es que indignamente nos acercamos; al revés, eso mismo aumenta la condenación, puesto que aún a pesar de acercarnos solamente una vez en el año ni aun así nos acercamos con una conciencia pura.

Por este motivo, os exhorto a todos a que no os acerquéis con negligencia y solamente porque el día de fiesta os obliga, a los divinos misterios; sino que cuando hayáis alguna vez de ser participantes de esta hostia divina, desde muchos días antes os limpiéis de vuestros pecados mediante la penitencia, la oración y la limosna y otras diversas ocupaciones espirituales; y a que luego, no os volváis, al modo de los canes, a lo que habéis vomitado. ¿No es acaso un absurdo poner tanto cuidado en las cosas temporales, de manera que con muchos días de antelación para las festividades que se acercan preparas con todo cuidado el mejor vestido de los que están en tus arcas, y compras sandalias nuevas, y preparas una más abundante y espléndida mesa, y buscas por todos lados multitud de cosas, y de mil modos te adornas y te presentas brillante, y que en cambio andes con el alma abandonada, mugrienta, escuálida y muerta de hambre y no la atiendas en forma alguna, y sea la única que permanece impura; de manera que vienes acá con el cuerpo aseado y el alma, al revés, sin adorno ni cultivo?

El cuerpo lo observan tus consiervos, y de cualquier manera que se presente no se sigue de ahí detrimento; pero el alma la mira Dios, el cual castigará gravísimamente tu negligencia. ¿Ignoráis que esta mesa está llena de fuego espiritual; y que, a la manera que las fuentes derraman el ímpetu de sus aguas, así ésta lanza una cierta escondida llama? ¡No te acerques, pues, trayendo contigo alguna paja o leña o heno, a fin de que no aumentes el incendio y vayas a quemar tu alma al acercarte a la comunión! ¡Acércate trayendo piedras preciosas, oro y plata, a fin de que los vuelvas aún más preciosos, y saques de ahí una grande ganancia! ¡Si algo malo hay, apártalo de tu alma! ¿Tienes por ahí algún enemigo y has recibido algún daño grave? ¡Desecha pronto la enemistad, aplaca tu ánimo encendido por la cólera y alterado, y que no haya en tu interior ni alboroto ni turbación alguna!

Porque en la comunión vas a recibir al Rey. Y cuando entra el Rey en el alma conviene que haya en ella grande tranquilidad, paz profunda, intensa quietud de pensamientos. Pero ¿es que has sido gravemente dañado y no puedes echar de ti los pensamientos de ira? Mas ¿por esto tú mismo te harás un daño mayor y más grave? ¡Porque no te causará tu enemigo tan graves daños, haga lo que haga, como serán los que tú mismo te infieres cuando no te reconcilias con él y conculcas así la ley de Dios! ¿Te infirió alguna contumelia? ¡Dime! ¿por esto vas tú a inferir a Dios otra contumelia? Porque no perdonar a quien nos ha hecho algún daño no es tanto vengarse de él como inferir a Dios, que ha legislado que no se haga, otra contumelia. No mires, pues, a tu consiervo ni la magnitud de la injuria que él te causó; sino mira a Dios. Y así, llevando en tu ánimo su santo temor, piensa que cuanto mayor fuerza te hicieres a ti mismo en tu ánimo, obligándolo a perdonar a quien hizo la injuria, tanto mayor será el premio que llevarás de parte de Dios, que fue quien esto ordenó.

Por lo demás, así como tú aquí recibes a Dios con grandes honores, así El te recibirá allá con grande gloría, y te pagará multiplicada por diez mil la merced por esta obediencia tuya. ¡Merced que a todos nos acontezca obtener, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea la gloria al Padre, y el honor y el poder, y la adoración, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Se refiere el santo a las Homilías que estaba predicando contra los anomeos, que fueron siete, y abarcaron desde fines del 386 a comienzos del 387. Como se interpuso la festividad de san Filogonio, el santo hubo de interrumpir aquella serie e intercaló entre la quinta y la séptima de las contra los herejes, esta de san Filogonio.

(2) Pr 10,7.

(3) He 12,22-23.

(4) Toma el santo la comparación de las ferias que se celebraban en el ágora. Generalmente la idea del ágora se ha ido concretando a la de una plaza. Al comienzo en Atenas, el ágora fue un espacio grande en medio de la ciudad, destinado a los edificios públicos y con cuarteles oportunos destinados para el comercio; pero desde la época alejandrina el ágora fue simplemente dedicado al comercio. Véase nuestra obra Épica Helena Post-Homérica, Introd., pág. 40, nota 58, Editorial Jus, S. A., Colección "Clásicos Universales", n. 6. México, 1963.

(5) ¡Imposible pasar a la traducción la dulzura suavísima de estos párrafos del Crisóstomo! Nos contentamos con lo que pudimos hacer.

(6) Jn 21,16.

(7) Lc 22,31-32.

(8) 1Co 11,1.

(9) 1Co 10,33.

(10) 2Co 3,2.

(11) La idea de la palabra (it)ZQÓnoXi^ es propiamente Villamadre o ciudad que funda otras colonias y queda ella como madre; de ahí ciudad principal o capital de una nación; pero también significa, en sentido figurado, fuente, origen, fundamento. En este sentido la usa el Crisóstomo aquí. Y en otros discurso aplicó ese término a la fiesta de Pentecostés y aún parece que a la de Pascua.

(12) 1Tm 3,16.

(13) He 2,16-17.

(14) Mt 2,1 ss.

(15) Los dos verbos usados por el santo indican muy claramente el desorden que con frecuencia se suscitaba en las iglesias al ir a participar de la mesa sagrada, ngoaekevaovTai, ¿mnsoovvzai. Varias veces hubo el Crisóstomo de reprender esa precipitación.

(16) Lc 19,8.

(17) Mt 16,26.



Homilias Crisostomo 2 18