Homilias Crisostomo 2 22

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XXII HOMILÍA encomiástica en honor del santo MÁRTIR JULIANO.

Está demostrado que esta Homilía la predicó el Crisóstomo en Antioquía; lo que se prueba así por lo que en ella dice de los bailes y banquetes acostumbrados en el suburbio de Dafne, como también porque ciertamente las reliquias de este mártir habían sido trasladadas a Antioquía, en donde se le había construido una iglesia algo célebre. Cuanto al año, nada se puede saber. Cuanto al día tampoco, porque el martirologio romano asignó el 16 de marzo, pero el menologio griego el 21 de junio. Nació este mártir en Anazarbe de Cilicia. Su padre era senador y su madre fue cristiana. Esta lo instruyó en el catolicismo. El joven Juliano se entregó a los estudios de Letras. Pero cuando tenía 18 años fue acusado ante el presidente Marciano como católico. El joven se negó a sacrificar a los ídolos, por lo cual fue herido en diversas partes del cuerpo y luego arrojado a la cárcel. Pero como en la cárcel, siguiendo los consejos de su madre, afirmara que había de perseverar hasta el fin en la confesión de Cristo, se le metió en un saco lleno de arena con reptiles venenosos, y finalmente se le arrojó al mar.

Si TAN GRANDES HONORES se tributan a los mártires en la tierra, cuando ya han salido de esta vida ¿cuan grandes no serán las coronas que ceñirán a sus sagradas cabezas allá en los cielos? Si antes de la resurrección tan grande es su gloria, ¿cuánto será su brillo después de la resurrección? Si los consiervos con tan distinguido culto los veneran ¿con qué inmensa caridad los abrazará Dios? Si nosotros, siendo malos, con todo bien sabemos honrar a los consiervos que procedieron santamente y sabemos tributarles tan magníficos honores porque lucharon por Cristo ¿cuánto mayores bienes les concederá nuestro Padre celestial a quienes sólo por El soportaron los trabajos? Porque El por su naturaleza es inclinado a hacer el bien.

Pero, no solamente por esto se les tienen preparadas magníficas honras, sino además porque Dios les es deudor. No murieron los mártires por nosotros, y con todo nosotros nos reunimos para honrarlos. Si pues, nosotros por quienes ellos no murieron, nos reunimos para glorificarlos, Cristo, por quien ellos ofrecieron sus cabezas ¿qué no les concederá? Y si Cristo a quienes nada debía tantos bienes ha concedido, a éstos, de quienes es deudor ¿qué no les dará en recompensa? ¡Nada debía anteriormente Cristo al orbe de la tierra! Porque dice Pablo que Todos pecaron y necesitan de la gloria de Dios. (1) Más aún, por el contrario: penas y castigos merecíamos; y siendo la verdad que merecíamos penas y castigos, El nos dio la vida eterna.

Si pues, a quienes merecían suplicios les dio el reino de los cielos ¿qué no dará a aquellos a quienes tiene como deuda la vida eterna? ¿de qué honores no los colmará? Si por quienes lo odiaban padeció la cruz y derramó su sangre ¿qué no llevará a cabo por aquellos que por confesarlo derramaron su sangre? Si tanto amó a quienes eran sus adversarios y se apartaban de El, que aún se entregó a la muerte, a quienes lo amaron con la máxima medida (puesto que nadie tiene mayor amor que aquel que entrega la vida por sus amigos) (2) ¿con cuánta benevolencia los recibirá? ¿con cuántos cuidados?

Los atletas de los certámenes corporales, en la palestra misma luchan y vencen y son proclamados triunfadores y son coronados; pero no así los atletas de la piedad; sino que éstos luchan en el siglo presente y son coronados en el futuro. Aquí lucharon contra el demonio y vencieron, y allá son proclamados vencedores. Y a fin de que comprendas cómo lo dicho es la verdad, escucha a Pablo: ¡Luché, dice, una buena batalla; he terminado mi carrera, he guardado la fe! ¡Por lo demás, reservada me está la corona de justicia! (3) ¿Dónde y cuándo? La que me dará en aquel día el Señor, justo Juez. Aquí compitió en la carrera y allá es coronado! ¡aquí venció y allá es proclamado triunfador!

También le habéis oído decir: Todos éstos murieron en la fe sin haber recibido los premios, sino mirándolos y saludándolos de lejos. (4) Mas ¿por qué a los atletas corporales y profanos juntamente les llegan las victorias y las coronas; y en cambio a los atletas de la fe no les llegan juntamente, sino después de un intervalo de tiempo? ¡Sudaron, trabajaron aquí, sufrieron infinitas heridas, y en cambio no son al punto coronados! No, dice, porque no sufre la naturaleza de la vida presente la grandeza de aquel honor. ¡Breve y perecedero es el siglo presente, sin término e inmortal y eterno es aquel otro! Por este motivo hizo porción y herencia del siglo presente, breve y perecedero, los trabajos, y en cambio, reservó las coronas para el otro, que es inmortal y eterno, con el fin de acortar la molestia de los trabajos, y en cambio hacer permanente el disfrute de las coronas y perpetuo; puesto que han de durar cuanto dura aquella inmortalidad de siglos sin fin.

Así pues, retardó el premio porque quería embellecerlos con dones más grandes. Ni solamente por esto, sino además para que en adelante tuvieran un placer del todo puro. Porque así como el que primeramente ha de gozar de deleites y placeres y luego ha de sufrir castigos, en manera alguna disfruta de los placeres que están presentes a causa del temor de los males futuros, así también aquel que primeramente se entrega a la lucha y a los certámenes, y tolera males infinitos y después de ellos es coronado, no siente el peso de los males presentes, porque al mismo tiempo se recrea con la esperanza de los bienes futuros. Ni sólo hace más ligero el peso presente de los males con la esperanza de los bienes futuros, sino también porque ha logrado anteponer el trabajo al deleite; y así los mártires no son demasiado oprimidos con los males actuales, porque están con la vista puesta en aquellos otros bienes.

Del mismo modo, quien se ejercita en el pugilato, lleva con gozo las heridas, no mirando al dolor sino a la corona; y los navegantes, al acometer los innumerables peligros, las tempestades y una especie de peligrosa guerra, ya que se exponen a terribles bestias marinas y a piratas malvados, ninguna cosa de ésas tienen en la mente, sino que miran al puerto y a las riquezas que del comercio van a obtener. Pues de ese modo los mártires, mientras estaban sufriendo males infinitos, con el cuerpo destrozado por la variedad de tormentos, a nada de eso atendían sino que anhelaban ardientemente el cielo y los bienes que allá los esperan. Y para que comprendáis cómo las cosas que por su naturaleza misma son pesadas e intolerables, con la esperanza de los bienes futuros se hacen leves y fáciles de llevar, escuchad al que en asunto de estos bienes marcha en primera fila: Porque lo que es leve y momentáneo de nuestra tribulación en el tiempo presente, en la altura causa un peso eterno de gloria en nosotros. (5) Pero yo pregunto: ¿cómo es eso? ¡No contemplando nosotros las cosas visibles sino las invisibles!

Y no sin una finalidad particular he dicho estas cosas que preceden sino por utilidad vuestra; a fin de que cuando veáis a alguno gozando de deleites y placeres en esta vida, pero para ser después castigado, no lo llaméis feliz por las presentes delicias, sino miserable por los futuros castigos. Y al contrario: cuando observéis a alguno de aquellos que en la otra vida van a ser coronados con grandes honores, y veáis corno se encuentra, como sitiado por la tribulación, las aflicciones y males infinitos, no lo deploréis a causa de los males presentes, sino más bien lo tengáis por feliz y bienaventurado a causa de las coronas que le están reservadas en aquellos otros siglos que no tienen acabamiento.

Originario fue este bienaventurado mártir de la nación de Cilicia, de donde también lo fue Pablo, porque era ciudadano de esa región; y ambos vinieron acá desde ella como ministros de la Iglesia. Pero, una vez que estuvo patente la palestra de la piedad, y la ocasión misma llamaba al combate, vino este bienaventurado a caer en manos de una bestia terrible, que en aquel entonces ejercía las funciones de juez. Poned atención a sus maquinaciones. Porque como viera al bienaventurado dotado de fortaleza de ánimo, y que su firmeza y vigor no podían ser doblegados mediante la fuerza de los suplicios, le puso delante dilaciones y retardos y lo hizo entrar y salir con frecuencia del tribunal. Porque no le cortó la cabeza el mismo día de la primera audiencia, a fin de que la brevedad del suplicio no le facilitara la consumación de la carrera; sino que cada día lo hacía introducir al tribunal, lo hacía salir, multiplicaba los interrogatorios, lo amenazaba con mil tormentos, lo halagaba con palabras de adulación, ponía en juego todas sus artes y se esforzaba por desmoronar aquel firme fundamento: ¡durante un año íntegro lo fue llevando a través de Cilicia toda y lo fue cubriendo de ignominia! Pero, lo que él menos sospechaba, con eso hacía más ilustre al mártir, quien, como Pablo, clamaba a su vez: ¡Gracias a Dios que hace triunfar en nosotros a Cristo, y da a conocer el perfume de su conocimiento por medio nuestro en todas partes! (6)

Porque así como el bálsamo, cuando está depositado en un sitio, solamente impregna con su aroma aquel aire ambiente; pero, cuando se ha esparcido por muchos lugares, todos los llena de su olor, así exactamente sucedió con este mártir. En aquel tiempo, era llevado en torno y por todas partes, como para que con esto quedara notado de ignominia; pero sucedía todo lo contrario: porque con aquel paseo el atleta aparecía más glorioso, y a todos los habitantes de Cilicia los convertía en émulos de su fortaleza. Era llevado por todas partes, a fin de que conocieran sus batallas no solamente por la fama de ellas, sino que a él mismo lo presenciaran vencedor y coronado. Y cuanto más largas le disponían las vueltas y marchas por el estadio, tanto más ilustres resultaban sus caminos. Cuanto mayores palestras le ponían delante, tanto más admirables hacían sus batallas; cuanto más se alargaba el tiempo de la aflicción, tanto más probada se hacía su paciencia. Porque el oro, cuanto más tiempo está sujeto a la naturaleza del fuego, tanto sale más puro. Y así, el alma de este santo, puesta a prueba del tiempo, salía más brillante; de manera que el mártir no llevaba en torno consigo, sino un trofeo de victoria sobre sí mismo y sobre el demonio, una demostración de la crueldad de los gentiles, una señal de la piedad de los cristianos, un milagro del poder de Cristo, y un aliciente y consejo vivo para los fieles a fin de que perseveraran en los tormentos con ánimo alegre, y finalmente un pregón de la gloria divina y un maestro en la escuela de semejantes batallas.

Porque él, lanzando una voz más penetrante que la de una trompeta mediante sus propios hechos, persuadía a todos a imitarlo, y no únicamente con la palabra. Y a la manera que los cielos, sin lanzar palabra alguna, cantan la gloria de Dios, cuando por su mismo esplendor arrastran al que los contempla a la admiración del Creador, de ese modo entonces aquel mártir cantaba la gloria de Dios, puesto que lucía mucho más que ese cielo que vemos. Porque no hacen al cielo tan bello los coros de los astros, cuanto la sangre de las heridas volvió resplandeciente el cuerpo del mártir. Y para que veáis que las llagas del mártir eran más esplendorosas que el cielo punteado de estrellas, poned atención.

Al cielo y sus estrellas los contemplan lo mismo los hombres que los demonios. En cambio a las heridas de este mártir las ven los hombres con los ojos de la fe, mientras que los demonios no se atreven a mirarlas. Más aún: si acaso se atreven o se esfuerzan por poner en ellas los ojos, al punto quedan privados de luz y no pueden soportar el fulgor que de ellas se deriva. Y esto lo voy a demostrar no solamente por lo que entonces sucedía, sino con lo que actualmente sucede. ¡Ea! ¡toma alguno que esté poseído del demonio y de su furia, y llévalo al santo sepulcro en que se contienen las reliquias del mártir, y lo verás cómo claramente salta y huye y se aparta! Porque como si hubiera de caminar sobre brasas, así se echa hacia atrás ya desde el vestíbulo mismo y al punto, y no se atreve ni siquiera a lanzar sus miradas sobre aquella urna. Pues, si ahora después de tanto tiempo y cuando ya está reducido a polvo y ceniza el mártir, no se atreve el demonio a mirar a la urna y a los huesos descarnados del mártir, de ningún modo puede dudarse de que en aquel entonces, cuando lo veía empurpurado con su sangre y brillando más que el sol a causa de las heridas que tenía por todas partes, quedaba herido y apartaba sus ojos cegados por la luz!

¿Ves cómo las llagas de los mártires son más esplendorosas que los astros del cielo, y gozan de una mayor virtud? Así pues, fue este santo sacado al medio, y de todos lados lo rodeaban acerbos suplicios, y el miedo de los que luego iban a sucederse, y el trabajo de los que ya estaban presentes; el dolor de los que ya lo oprimían y el terror de los que lo amenazaban. Porque los atormentadores, a la manera de bestias feroces, excavaban sus costados y rodeándolo por todas partes, le raían las carnes y le dejaban al descubierto los huesos, y se entraban hasta las visceras mismas. Pero, aunque escrutaron todo su interior, no lograron hacer presa en el tesoro de su fe.

En los erarios de los reyes, donde se guardan el oro y otras abundantes riquezas, con sólo que agujeres las paredes o abras las puertas, al punto encuentras delante el tesoro. Pero en este santo templo que contenía a Cristo, sucedía todo lo contrario. Los verdugos agujereaban los muros, destrozaban el pecho, y con todo, no veían las riquezas ahí escondidas, ni podían arrebatarlas. Sino que, como sucedió a los de Sodoma, (7) que a pesar de hallarse junto a la puerta misma de la casa de Lot no encontraban la entrada, así les acontecía a éstos: que habiendo registrado todo el cuerpo del mártir por todos lados, no pudieron arrebatar ni llevar consigo el tesoro de su fe y sus riquezas.

¡Así son las buenas obras en las almas de los justos, que no pueden ni ser robadas ni vencidas, por estar escondidas en la fortaleza del alma como en un sitio de refugio inviolable y sagrado; de manera que ni los ojos de los tiranos las ven, ni las manos de los verdugos las pueden arrebatar! Más aún: ni aunque destrocen el corazón mismo en donde principalmente está arraigada la fortaleza del alma, y lo hagan menudos pedazos, ni aun así arrebatan las riquezas, sino que más bien las aumentan. Y la causa es Dios que en esas almas habita; y quien mueve guerra contra Dios es imposible que llegue alguna vez a ser vencedor; sino que necesariamente es indispensable que se aparte burlado Yavérgonzado.

Por esto mismo entonces acontecía, contra lo que suele suceder, que en todas partes los hechos vencen a las palabras, mientras que ahí las palabras vencían a los hechos. ¿De qué manera? Le aplicaban al mártir el fuego, el hierro y los tormentos; le aplicaban los castigos, los suplicios, los azotes; le agujereaban por todas partes sus costados: ¡y el que lo padecía permanecía inexpugnable! ¡Únicamente exhalaba unas palabras sencillas y esas palabras vencían a las obras de aquéllos! ¡Brotaba de la boca del mártir una voz santa, y tras de ella se formaba una luz más brillante que los rayos del sol! ¡Tanto distaban éstos de aquélla cuanto es el espacio que hay de la tierra hasta el cielo! Más aún: éstos ni siquiera pueden recorrer íntegro ese intervalo de espacio si es que se les interpone el techo o una muralla o las nubes o algún otro cuerpo; porque estos cuerpos obstruyen su luz, e interponiéndose le impiden que pase adelante. Mientras que la voz del mártir, saliendo de aquella santa lengua, saltaba hasta el cielo. ¡Subió hasta el cielo de los cielos! ¡la vieron los ángeles y le dieron paso! ¡los arcángeles y le abrieron camino! ¡los Querubines y las demás Virtudes y la llevaron en sus alas a lo alto, y no la abandonaron hasta colocarla ante el trono del Rey!

Tras de esa voz, como advirtiera el juez que entonces ejercía el juicio, que nada aprovechaba con sus maquinaciones, y que eran en vano, y que daba coces contra el aguijón y golpeaba contra diamante ¿qué hace? Procede a algo que significaba quedar ya vencido: ¡arranca de esta vida al mártir! Porque la muerte de los mártires es la manifiesta ruina de los que los matan y es también preclara victoria de los que mueren. Pero considera tú, oyente, cómo se eligió un género de muerte cruel y acerbo, y tal que demostrará la crueldad del tirano y la fortaleza del mártir. Y ¿cuál fue ese género de muerte? ¡Como hubiera el tirano mandado traer un saco, y éste fuera rellenado de arena, y dentro se hubieran puesto víboras y dragones, juntamente con ellos metió al santo, y así lo arrojó a las olas del mar!

Iba, pues, el mártir, entre aquellas bestias: ¡de nuevo un varón justo se encontraba encerrado juntamente con las bestias! Y he dicho de nuevo para traeros a la memoria la antigua narración acerca de Daniel. A éste lo echaron en un lago, a aquél en un saco; al lago lo cerraron con una piedra, al saco lo cerraron con una costura, haciendo con esto aún más estrecha la cárcel de aquel justo. Sólo que en todas partes, las bestias guardan reverencia a los cuerpos de los santos, para vergüenza y condenación de aquellos que, estando dotados de razón y habiendo sido tenidos como merecedores de la dignidad humana, con todo, superan en ferocidad a las mismas bestias feroces. ¡Exactamente como podemos suponerlo en este tirano! Y era cosa de ver aquel estupendo milagro, en nada menor al que aconteció a Daniel. Porque así como los Babilonios se admiraron de ver a éste subir del lago de los leones tras de muchos días, así también se admiraron los ángeles del cielo cuando vieron el alma de Juliano subir al cielo desde el saco y las olas. Daniel venció y sujetó a los leones que eran sensibles y materiales; éste en cambio dominó a un león espiritual y lo venció. Porque el enemigo nuestro, que es el demonio, a la manera de un león rugiente nos rodea en busca de alguno a quien devorar. (8) Pero quedó superado por la fortaleza del mártir, porque éste había depuesto el veneno del pecado; y por lo mismo el demonio a éste no lo devoró; y por lo mismo éste no temió ni al león ni la furia de las bestias salvajes.

¿Queréis que os narre otra historia antigua en la que también intervienen las bestias feroces y un justo? Acordaos del diluvio, de Noé y del arca. Porque también entonces estuvieron juntos el justo y las bestias. Sólo que Noé entró en el arca hombre y salió hombre; en cambio Juliano entró hombre y salió ángel. Aquél desde la tierra entró en el arca, y de nuevo salió a tierra; éste desde la tierra entró en el saco y desde el saco salió para el cielo. Lo recibió el mar pero no para darle muerte, sino para coronarlo, y tras de coronarlo, luego nos devolvió el arca santa del cuerpo de este mártir. Y la conservamos hasta el día de hoy, como un tesoro de donde dimanan infinitos bienes. Porque Dios se ha repartido con nosotros a los mártires: tomó para sí las almas y en cierto modo nos dejó a nosotros los cuerpos, a fin de que sus huesos permanecieran como memorias perpetuas de sus virtudes. Porque si alguno, aun siendo cobardísimo, cuando ve las armas ensangrentadas de un batallador y el escudo y la lanza y la loriga, al punto salta, se enardece y con presteza sale al combate, y de la vista de las armas toma alientos para acometer iguales empresas, nosotros, que no vemos precisamente las armas sino el cuerpo mismo del santo que fue digno de cubrirse de sangre por la confesión de Cristo, aun cuando seamos los más cobardes de todos ¿cómo podremos no estar con ánimo pronto cuando tal vista salte a nuestro interior, al modo de una llama de fuego, y nos empuje a un parecido certamen? Por este motivo dejó Dios entre nosotros los cuerpos de los santos hasta el día de la resurrección, a fin de que tuviéramos materia de consideración y de sabiduría. Pero ¡no se aminoren las alabanzas del bienaventurado a causa de la ineptitud de nuestra lengua; sino esperen a ser pronunciadas por el que preside el certamen, que es Dios! ¡El que los corona los alabará! ¡Su alabanza no proviene de los hombres sino de Dios! Las cosas que hemos dicho no las dijimos para hacer más ilustre al santo mártir, sino para haceros a vosotros más prontos a la virtud. Así pues, omitiendo las alabanzas, volveremos nuestro discurso a vosotros; aunque a decir las cosas con exactitud, mientras en nuestras reuniones se trate de cosas útiles, nadie puede omitir las alabanzas de los mártires.

Pero atended. Porque he determinado el día de hoy romper con una costumbre mala e inveterada. No solamente hemos de acercarnos a los mártires, sino que debemos imitarlos. Puesto que el honor de los mártires no consiste en que a ellos nos acerquemos, sino mucho más en que imitemos su fortaleza. Comencemos, pues, por exponer cuál sea la costumbre inveterada y depravada, puesto que no es fácil de medicinar una enfermedad que no se conoce. Por lo mismo en primer lugar descubriré la enfermedad, y en segundo lugar propondré el remedio. ¿Cuál es, pues, la costumbre depravada? ¡Que algunos de los que hoy aquí se han congregado (¡porque lejos de mí el condenar de semejante crimen a toda la iglesia!), llevados de cierta simplicidad y descuido, mañana, tras de abandonarnos, se apresurarán hacia Dafne, a derrochar al viento lo que ahora hemos amontonado, y a destruir lo que ahora hemos edificado! A fin, pues, de que no asistan sin fruto a nuestra predicación, terminaremos nuestro discurso una vez que hayamos discurrido un poco acerca de ellos.

Dime: ¿a qué te apresuras hacia ese suburbio de la ciudad? ¡Aquí es el suburbio de la celestial Jerusalén! ¡aquí está el Dafne espiritual! En ese otro hay fuentes de aguas, pero aquí están las fuentes de los mártires; allá hay cipreses que son árboles infructuosos, aquí en cambio están las reliquias de los santos, como raíces plantadas en la tierra y que extienden sus ramas hasta el cielo. ¿Quieres además ver los frutos de estos ramos? ¡Abre los ojos de la fe y entonces yo te mostraré de pronto la naturaleza de esos frutos admirables! ¡Porque el fruto de estos ramos no son manzanas, ni nueces, ni otros algunos de los que se corrompen y perecen, sino el sanar los cuerpos destrozados, la remisión de las culpas, la desaparición de los vicios, la curación de las enfermedades del alma, la oración continua y la confianza en Dios: ¡cosas todas espirituales y llenas de bienes celestes!

Frutos son éstos de tal naturaleza que siempre cortados, continuamente brotan y germinan, y jamás faltan los cultivadores. Y por cierto, los árboles que en la tierra nacen, dan fruto una vez al año; y si no lo cosechan en cuanto se llega el invierno, corrompido y caído el fruto, pierden ellos su hermosura propia. En cambio, estos otros no saben de inviernos ni de veranos, ni están sujetos a mudanzas del tiempo ni se ven alguna vez privados de sus frutos propios, sino que mantienen perpetuamente su característica hermosura, y jamás los tocan ni la corrupción ni la variedad de las estaciones del año.

¡Cuan numerosos son los que, desde que fue plantado en tierra este cuerpo, cosecharon de su santo sepulcro infinitas curaciones y el fruto no se ha agotado; cosecharon la mies, pero no se han agotado las espigas; sacaron de las fuentes, pero los raudales no se han extinguido, sino que hay un minero siempre manante y nunca deficiente, y que precisamente produce cada vez un milagro mayor del que se le ha sacado! Ni solamente obra milagros, sino que además persuade a reflexionar. Pues aunque ya seas rico y te ensoberbezcas y eleves en tu ánimo, una vez que acá vengas y hayas contemplado al mártir, y hayas reflexionado en la disparidad que hay entre tus riquezas y la opulencia de éste, al punto abatirás la hinchazón de tu ánimo; y tras de haber hecho a un lado el fausto y la hinchazón, regresarás a tu hogar con muy grande salud en tu alma; y si acaso te parece que eres pobre y despreciado, una vez que te hayas acercado acá y hayas visto las riquezas del mártir, te apartarás lleno de recta sabiduría tras de haber despreciado y aun burlado las riquezas de este siglo, aunque te acontezcan contumelias y daños, y se te apliquen azotes; y al ver que aún no has padecido todo lo que padeció el mártir, recibirás en eso grande consolación.

¿Ves qué clase de frutos producen estas raíces? ¿ves cómo no pueden agotarse? ¿ves cómo son espirituales y tocan al alma misma? ¡Yo no prohibo que alguno acuda al suburbio, pero sí que acuda mañana! ¿Por qué motivo? ¡Para que el placer no merezca un castigo! ¡para que la delectación sea pura y no se ponga de por medio la condenación! ¡Puedes entregarte al placer en otro día y quedar libre de pecado! Y si acaso prefieres deleitarte precisamente en este día ¿qué cosa hay más agradable que esta reunión? ¿qué hay más agradable que la reunión espiritual con los miembros tuyos y la compañía de tus hermanos? Pero ¿es que además quieres tú participar de la mesa material? ¡Lo puedes hacer aquí mismo, una vez terminada la reunión, junto a la iglesia de los mártires, deteniéndote debajo de una vid o de una higuera; y aquí entregarte al recreo corporal; y librar tu conciencia de la condenación. Porque el mártir, visto de cerca y estando vecino, no permite que te entregues a un placer pecaminoso; sino que él, a la manera de un pedagogo, o de un padre excelente, visto con los ojos de la fe, reprime las risotadas, corta los placeres indecorosos, aparta todos los asaltos lascivos de la carne, ésos que allá en Dafne no es posible eludir.

Y esto ¿por qué? Porque el día de mañana ocuparán el suburbio los coros de los bailarines; y la vista de semejantes hombres muchas veces aun al que ha determinado portarse moderadamente, lo empuja insensiblemente a la imitación de sus torpezas; especialmente una vez que el demonio se mezcle en medio de ellos, atraído por los cantos de las meretrices, las palabras obscenas y la diabólica pompa y acompañamiento. Pero tú esas pompas ya las despediste y te entregaste al culto de Cristo, aquel día en que fuiste tenido como digno de participar de los sagrados misterios. ¡Acuérdate de aquellas tus palabras y del pacto que hiciste, y cuida de no violarlo!

Quiero también referirme a quienes están aquí presentes, y que no han acudido a Dafne, y poner en sus manos la salud de los otros. Porque el médico, cuando visita a un enfermo, pocas cosas dice al que está postrado; mientras que todo lo referente a los medicamentos y a los alimentos lo ordena a los parientes, después de haberlos reunido. ¿Por qué lo hace así? Porque el enfermo no acepta de pronto la admonición, mientras que el sano con todo empeño cuida de lo que se le dice. Por esto, he querido hablaros a vosotros juntamente con éstos. Mañana ocupemos de antemano las puertas, cerquemos los caminos, bajemos de sus cabalgaduras los hombres a los hombres y las mujeres a las mujeres: ¡traigámoslos acá y no nos avergoncemos de esto! Donde va de por medio la salvación del hermano la vergüenza no tiene lugar. Si ellos no se avergüenzan de correr hacia las fiestas indecentes, mucho más conviene que nosotros no nos avergoncemos de atraerlos a estas sagradas reuniones. Tratándose de la salvación del hermano nada rehusemos.

Una vez que Jesucristo murió por nosotros, nosotros conviene que suframos cualquier cosa por el bien de nosotros mismos. Aunque os propinen bofetadas u os persigan con maldiciones, no los soltéis ni desistáis hasta que los traigáis ante este santo mártir. Y aunque sea necesario estar a juicio llevados por los transeúntes, que oigan los que quieran oír: ¡Quiero salvar a mi hermano! ¡veo un alma que perece y no puedo desentenderme de quienes están unidos conmigo en parentesco! ¡repréndame el que quisiere! ¡acúseme el que lo desee! Pero nadie os reprenderá, sino que todos os alabarán y os estrecharán la mano. Porque yo no lucho ni batallo por causa de riquezas, ni por venganza de odios privados, ni por otra cosa alguna de las de este siglo, sino por la salvación de mis hermanos. ¿Quién habrá que esto no apruebe? ¿quién no lo alabará? ¡El espiritual parentesco nos ha hecho mucho más amantes que los padres respecto de los parientes según la carne!

Si os parece, tomemos con nosotros al mártir mismo; porque él no se avergüenza de correr a la salvación de sus hermanos. Pongámoslo delante de los ojos de aquéllos; témanlo presente; reveréncienlo cuando les ruega y suplica, pues no se avergüenza de suplicar. Porque si el Señor ruega por nuestra humana naturaleza: Por Cristo, dice Pabló, desempeñamos la legación, como que El ruega por nosotros a Dios, reconciliaos con Dios, (9) con mayor razón hará esto su siervo. Porque una sola cosa hay que lo contriste, que es nuestra perdición; y una sola que lo alegre, que es nuestra salud; y por lo mismo, nada hay que por ella no acepte. Así pues, tampoco nosotros nos avergoncemos ni lo tengamos por cosa superflua.

Si los cazadores atraviesan los precipicios, los montes, los abismos, los sitios descaminados, cuando quieren cazar una liebre o una cabra silvestre o algún otro animal de esa especie, y aun por solas las aves que generalmente son espantadizas, tú, que vas en pos, no de una bestia vil sino de tu hermano en el espíritu, por quien Cristo dio su vida para salvarlo de la perdición ¿te avergonzarás y rehusarás salir siquiera a las puertas de la ciudad, no digo ya a ir por los montes y los bosques? Pero ¿cómo obtendrás perdón? ¿no has escuchado a cierto sabio que clama: ¡Hay una vergüenza que conduce al pecado!? (10) Pero ¡es que temes que alguno te reprenda! ¡Échame la culpa! ¡di que así lo ordenó el sacerdote! ¡yo estoy preparado a entrar en discusión y dar mis razones a quienes te reprendan! Pero ¡no! ¡nadie nos reprenderá ni a mí ni a ti, ni aun cuando sea excesivamente impudente! ¡Nos alabarán todos, nos encomiarán todos a causa de nuestro cuidado; y esto no solamente en nuestra patria, sino también en las ciudades vecinas a la nuestra, al ver que hay entre nosotros tan grande caridad y tan crecido amor a nuestros hermanos!

Pero ¿qué digo yo los hombres? ¡El Señor mismo de los ángeles nos alabará juntamente! Conocida, pues, la merced, no descuidemos la caza; y no volvamos aquí mañana solos, sino trayendo cada uno la caza consigo. Si te presentas aunque sólo sea en la hora aquella en que cada cual sale de su casa y emprende el camino, y logras traerlo a que visite este lugar, ya luego no habrá dificultad alguna; sino que una vez pasada la ocasión te lo agradecerá en gran manera, y todos los demás te alabarán y exaltarán. Y lo que es lo supremo, el Dios de los cielos os premiará por esto y aumentará la ganancia y la alabanza.

Considerando, pues, el lucro que se nos sigue de lo dicho, salgamos a las afueras de la ciudad; y tomemos a nuestros hermanos, y traigámoslos acá, a fin de que también mañana tengamos una reunión plena y un auditorio completo. Y esto para que, con motivo de nuestro celo y diligencia que aquí ponemos, el santo mártir nos reciba confiadísimos en los tabernáculos eternos; confianza que ojalá obtengamos todos por gracia y benevolencia del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el santo y vivificante Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. (11)


(1) Rm 3,23.

(2) Jn 15,13.

(3) 2Tm 4,7-8.

(4)He 11,13.

(5) 2Co 4,17-18.

(6) 2Co 2,14.

(7) Gn 19,10 ss.

(8) .

(9) 2Co 5,20.

(10) Si 4,25.

(11) No hemos encontrado cuál haya sido el resultado de una exhortación tan vehemente en la que el Crisóstomo parece agotar las razones y los movimientos pasionales para lograr esa forma de apostolado que en los tiempos modernos parecería un celo no "secundum scientiam".


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XXIII HOMILÍA encomiástica en honor de los santos mártires JUVENTINO y MAXIMINO

que sufrieron el martirio bajo Juliano el Apóstata. Dice el santo al comienzo que hacía poco había congregado a sus oyentes el mártir san Babylas. La Homilía en honor de san Babylas se tuvo el 24 de enero. El año no se ha podido averiguar. La partícula iiQcprjv significa un corto espacio de tiempo anterior en algunos días.

EL BIENAVENTURADO BABYLAS nos congregó hace pocos días, juntamente con los tres jóvenes; y ahora dos santos soldados han de nuevo puesto aquí en pie al ejército de Cristo. Hace poco una cuadriga de mártires; ahora, un par. No es igual su edad, pero una es su fe; diversos son los combates, pero una misma la fortaleza; anteriores son aquéllos cuanto al tiempo, éstos en cambio son más recientes. Así es el tesoro de la Iglesia: tiene piedras preciosas antiguas y modernas, pero una es la belleza de todas. La flor de los mártires ni se marchita ni se cae con el tiempo. La naturaleza de este esplendor es tal que no conoce la herrumbre de la antigüedad. Con el transcurso de los años, las riquezas que atañen al cuerpo fácilmente perecen: porque los vestidos se desgastan, las casas se destruyen, el oro se consume con el orín; y en una palabra, la naturaleza de todas las riquezas sensibles, con el tiempo cae y desaparece.

No sucede lo mismo con los tesoros espirituales: me refiero a los mártires que mantienen siempre su vigor, y siempre permanecen en la misma flor de juventud, y perpetuamente emiten los rayos de su fulgor de gloria. Y vosotros, sabedores de esto, dais culto, sin diferencias, a los antiguos y a los más recientes; y a todos los veneráis con la misma prontitud, con el mismo amor, con el mismo afecto, y a ellos os encomendáis. Porque no ponéis los ojos en el tiempo sino que examináis la fortaleza del alma, la piedad, la fe invicta, el celo fervoroso y exaltado y las otras virtudes que muestran los santos a quienes hoy venimos a honrar.

Ardían en tan grande amor de Dios, que aún fuera del tiempo de persecución fueron ceñidos con la corona del martirio, y sin batalla lograron levantar el trofeo, y sin lucha obtuvieron la victoria, y sin certamen lograron el premio. Cómo haya sido, yo os lo voy a decir. Pero llevad en paciencia que tome el negocio un poco de más arriba.

Hubo, todavía en nuestro tiempo, un emperador que superó en impiedad a todos los que lo habían precedido, acerca del cual dije hace poco muchas cosas. (1) Este, como observara que nuestras iglesias, por razón de los mártires y con su muerte, se volvían más preclaras; y que por tal motivo se aprestaban gozosos a la muerte por la religión no sólo los varones, sino además los niños tiernos y las doncellas aún no casadas y en suma todo sexo y edad, se dolía y atormentaba; pero, por lo demás, no quería excitar una nueva guerra manifiesta y abierta; porque decía que con ella, todos volarían al martirio como las abejas al panal.

Y no lo había aprendido de otros sino de sus mismos antepasados. Porque los tiranos acometieron a la Iglesia y también los paganos nos persiguieron constantemente, allá cuando la centella de la religión era pequeña todavía. Pero no la apagaron ni la destruyeron, sino al revés fueron ellos destruidos. Y la centella crecía diariamente y se levantaba a lo alto, e invadía el orbe por todas partes, en tanto que sus fieles eran muertos, quemados, colgados, echados a los precipicios. Porque ellos pisoteaban los carbones encendidos como si fueran lodo; y el mar y las olas los miraban como si fueran prados de rosas; y corrían hacia las espadas como si fueran diademas; y en tal forma superaban toda clase de tormentos que no solamente los toleraban con fortaleza y generosidad a la vez, sino con presteza y alegría.

Más aún: a la manera que las plantas con el riego se desarrollan cada vez más, así nuestra fe florece cada vez más cuando se la ataca; y castigada, toma mayor incremento. No hay huerto regado por las aguas que así germine y tenga fecundidad como las iglesias si se las riega con sangre de mártires. Como todo esto y mucho más supiera aquél, tenía el suficiente miedo para no luchar abiertamente contra nosotros. "¡No hagamos, se dijo, que obtengan frecuentes trofeos y lleven continuamente la victoria y alcancen las coronas!"

¿Qué es, pues, lo que hace? ¡Atiende, te ruego, a su perversidad! ¡Ordena que los médicos, los soldados, los sofistas, los oradores, todos abandonen sus profesiones o renieguen de su fe! Y de este modo levantó contra nosotros la guerra, arrojando sus dardos desde lejos; con el objeto de que si renegaban de su fe fueran ridiculamente vencidos, puesto que no daban la preferencia a la fe sino a sus riquezas. Y, si acaso valientemente perseveraban y salían vencedores, su victoria no fuera brillante ni señalado su triunfo: ¡porque no es cosa tan grande el despreciar un arte o una profesión por la piedad!

Pero no terminaba aquí su maldad; sino que, si alguno en los tiempos anteriores, cuando los reyes eran piadosos, había destruido altares paganos o derribado templos o arrebatado ofrendas de los ídolos, o en fin había hecho alguna cosa semejante, era arrastrado a los tribunales, y eran degollados no solamente ése sino además los que aún simplemente eran delatados de haber hecho lo mismo. Y fingía otros mil variados motivos, de manera que no había alma piadosa que no llorara. Y hacía todo esto con el fin de que perdiera su brillo la corona del martirio; y con todo siguieran adelante las muertes y las matanzas y no aparecieran para nada los premios de los mártires. Pero nada le aprovechaba. Porque quienes tales cosas sufrían, no esperaban recibir coronas ni por los decretos de aquél ni de su maldad en absoluto, sino del Juez incorruptible, digo del de allá arriba.

Estando así las cosas, y temiendo el emperador la guerra contra nosotros y con miedo de ser derrotado, sucedió que se celebrara un convite militar, al cual concurrieron los mártires que ahora aquí nos han reunido. Y, como suele suceder en los banquetes, se alargaron las conversaciones y unos discurrían sobre unas cosas y otros sobre otras. Entonces éstos deploraron los males de su tiempo y juzgaban felices los tiempos anteriores; y entre sí, lo mismo que a sus compañeros de convite, se decían: "¿Vale la pena el vivir en adelante? ¿o el respirar o el ver la luz de este sol, cuando las leyes sagradas se conculcan, se injuria la piedad y se deshonra al Creador de todas las cosas? ¡Todo rebosa del olor de los sacrificios al demonio y de las víctimas impuras, y no podemos respirar un ambiente sano!"

Pero tú, oyente, no pases de largo y a la ligera sobre lo que dijeron y en qué ocasión lo dijeron y con cuánta piedad lo dijeron. Porque si en un convite militar en donde reinan la embriaguez y la intemperancia y se compite en los derroches y hay un verdadero certamen de locura y de inconsciencia así se dolían y gemían ¿cuáles serían cuando estaban en su casa y hablaban solos y entre sí? ¿Cuáles serían en sus plegarias los que en la ocasión misma del placer se mostraban moderados y con tan apostólicas entrañas? ¡Unos caían vencidos, pero éstos lloraban! ¡otros procedían impíamente, pero éstos ardían en celo! ¡Y no disfrutaban de su propia salud espiritual a causa de la enfermedad de sus hermanos! ¡Y como si hubieran sido constituidos jefes e intendentes de todo el mundo, así lo lloraban y se dolían por los males que entonces tenían lugar!

Mas no permaneció secreto lo que platicaban. Porque de entre los compañeros de banquete hubo uno que era adulador y burlador; y como quisiera caer en gracia al emperador, fue a poner en sus oídos todo, tal como los mártires lo habían hablado. El tirano, aprovechándose de la ocasión, harto tiempo por él buscada, los acusó de que con sus palabras ponían asechanzas al Poder; e intentaba con esto privarlos de la corona del martirio. Ordenó que sus bienes fueran vendidos a subasta y ellos fueran encarcelados. Pero los mártires saltaban de gozo y se regocijaban y decían: "¿Para qué necesitamos de riquezas ni de vestidos preciosos? ¡Aunque sea necesario despojarnos por Cristo de nuestro más íntimo vestido, que es la carne, no nos opondremos, sino que espontáneamente lo cederemos". Fueron entonces sus casas notadas con una señal y robados todos sus haberes.

Pero ellos, a la manera de hombres que han de salir de camino hacia su patria lejana y por lo mismo con frecuencia convierten todas sus posesiones en dinero y lo envían por delante, así lo hicieron. Pues como habían de viajar hasta el cielo, enviaron por delante sus riquezas, haciéndoles el negocio y ayudándoles sus mismos enemigos. Porque al cielo van no solamente las riquezas que bajo el nombre de limosnas distribuimos, sino también todas aquellas que nos arrebatan los enemigos de la fe y perseguidores de las almas piadosas, que son allá tesoros. Porque este tesoro no lo es menos que aquél. Oye lo que dice Pablo: Y llevasteis con gozo la rapiña de vuestros bienes, con la esperanza de mejores y más permanentes riquezas en el cielo. (2)

En cuanto entraron en la cárcel, corrió hacia ellos toda la ciudad, aunque con muchos terrores y amenazas y peligros estaba prohibido que alguien se les acercara o les hablara o de cualquier manera con ellos se comunicara. Pero el temor de Dios echó abajo todas esas trabas; y fue ocasión para que muchos que con ellos sostenían amistad también alcanzaran el martirio. Porque, despreciando la vida presente, los visitaban con frecuencia y celebraban con ellos sagradas vigilias y cantaban salmos. ¡Estaban aquellas amistades llenas de espirituales enseñanzas y consuelos! ¡cerrada la iglesia, la cárcel se había convertido en iglesia! Y no solamente los visitantes sino también los demás detenidos en el interior de la cárcel, aprendían de ellos, por su fe y su paciencia, una grande moderación y virtud.

Cuando esto supo el emperador se irritó sobremanera. Y queriendo vencerlos y quitarles su alegría, pagó a ciertos hombres malvados y prestidigitadores para que les pusieran asechanzas; con el objeto de que se les juntaran con frecuencia cuando hubiera ocasión de conversar con ellos, y se les presentaran no como enviados del emperador, sino como si obraran por propio impulso, y así los exhortaran a renegar de la religión y pasarse a la impiedad. Y decían a los mártires: "¡De este modo no sólo escaparéis del peligro inminente, sino que seréis elevados a más altos puestos y aplacaréis felizmente la ira del emperador! ¿No veis cómo otros de vuestra misma calidad han hecho lo mismo?" Mas ellos respondieron: "¡Pues precisamente por esc motivo nosotros nos sostendremos varonilmente, a fin de ofrecernos como sacrificio expiatorio de la caída de esos otros! ¡Tenemos un Señor benigno que suele, aun con sólo un sacrificio que reciba, recibir en su gracia a todo el mundo!"

Y del mismo modo que en otro tiempo los tres jóvenes del horno dijeron: ¡No hay ahora, en este tiempo, ni príncipe ni profeta ni jefe ni holocausto ni sacrificio ni sitio en donde ofrecerlo para que alcancemos misericordia, pero Tú, Señor, recíbenos en espíritu de humildad y contrición! (3) así estos mártires, como vieran los altares destruidos, las iglesias cerradas, expulsados los sacerdotes, todos los fieles puestos en fuga, procuraban ofrecerse por todos al Señor, y buscaban cómo, abandonadas las cohortes militares, se unirían al coro de los ángeles. "¡Aunque ahora no muramos, decían, con todo más tarde tenemos de morir y sufrir no mucho tiempo después. Es, pues, preferible morir ahora por el Rey de los ángeles a morir después en alguna batalla por un rey tan malvado; es preferible deponer nuestras armas por motivo de la patria celeste antes que por la patria terrena que hollamos con nuestros pies. Aquí, aunque alguno muera, no recibirá de su emperador premio alguno digno de su fortaleza". "Y en verdad ¿cómo puede un hombre favorecer a un difunto? ¡A éste con frecuencia ni siquiera se le da sepultura, y no raras veces es devorado por los perros! En cambio, si morimos por el Rey de los ángeles, seguros estamos de que recibiremos un cuerpo mucho más glorioso, y brillaremos con gloria mayor, y los premios por los trabajos serán mucho más crecidos, y obtendremos las coronas. ¡Tomemos pues las armas espirituales! ¡No se necesitan armas de las que caen bajo el dominio de los sentidos, ni arcos ni saetas! ¡En vez de todo eso, nos basta con la lengua! ¡Porque las bocas de los santos son también aljabas desde las cuales se infieren al enemigo diabólico frecuentes heridas en la propia cabeza!"

Todas estas cosas y otras semejantes le fueron comunicadas al emperador; el cual, sin embargo, no desistió, sino que los tentó con nuevos y nuevos alicientes. Y de tal manera combinó el asunto aquel emperador astuto, engañoso e ingenioso para el mal, que, si eran vencidos y cedían, al punto se les condujera a un sitio público y se les obligara a sacrificar; mientras que si perseveraban, y en tan grande batalla mostraban su fortaleza, su victoria quedara oculta, y se les diera muerte bajo el pretexto de que habían ambicionado el poder.

Pero Aquel que revela todas las cosas ocultas y escondidas, no permitió que semejantes maquinaciones permanecieran ignoradas y que tales asechanzas fueran desconocidas; sino que, como sucedió a la mujer egipcia que se acercó a José en lo interior de su aposento y en la soledad, con lo que esperaba que su crimen quedara oculto a todos, pero no se pudo ocultar al Ojo que no conoce el sueño, ni tampoco a la posteridad, pues lo que aquella mujer dijo a José sin testigos ahora se publica por toda la tierra, (4) así sucedió acá y que las cosas que el tirano hablaba mediante los consejeros que había pagado, con la esperanza de que así quedarían ocultas, no permanecieron ignoradas. Porque todos los pósteros supieron así las asechanzas del emperador como la victoria de los triunfadores.

Finalmente, como pasara ya mucho tiempo, y lo mucho del tiempo en nada quebrantara la prontitud de ánimo de aquellos varones, sino que más bien excitara el deseo y el ansia de otros, y consiguiera así muchos émulos, ordenó el tirano cruel que durante la noche fueran conducidos a un precipicio. Fueron pues llevadas aquellas luminarias durante la noche, y allá, primero fueron degollados los mártires. Pero, sus cabezas, una vez cortadas eran más terribles al demonio que cuando aún hablaban: a la manera que la cabeza de Juan no aterrorizaba tanto cuando podía hablar como cuando, ya muda, era llevada en la escudilla. Porque la sangre de los santos tiene también su voz que no se oye con los oídos pero penetra en las conciencias de los asesinos.

Después de aquella bienaventurada y feliz matanza, otros mártires que aún vivían fueron y arrebataron a los excelentes atletas; y esto con peligro de sus vidas, con el fin de depositar decentemente sus reliquias. Porque ellos, aunque no habían recibido la muerte, pero deseaban la muerte, y con semejantes disposiciones fueron a recoger los cuerpos de los mártires. Afirman los que entonces estuvieron presentes y pudieron contemplar aquellos cuerpos recientemente destrozados, que mientras ellos se encontraban postrados, uno junto al otro, delante del sepulcro, brilló en los ojos y rostro de los mártires una gracia tal como la que afirma Lucas (5) que tuvo Esteban cuando iba a responder a los judíos; y no hay uno solo que no haya sentido un piadoso terror en presencia de los mártires: ¡hasta tal punto aquel su aspecto a todos impresionaba!

De manera que todos clamaban en su honor lo que dijo David: ¡En su vida no se separaron, y en su muerte no fueron apartados! (6) Porque juntos hicieron confesión de su fe, juntos fueron encarcelados, juntos sacados al precipicio y juntos decapitados; y ahora, un mismo lóculo guarda sus cuerpos y un mismo tabernáculo los recibirá en el cielo cuando los reasuman con una gloria mayor. No parece impropio llamarlos columnas y promontorios y torres y luminares y toros. Porque a la Iglesia de Dios como columnas la sustentan, como torres la defienden, como promontorios rechazan las olas de las asechanzas y procuran a quienes dentro de ella están una tranquilidad muy grande; y como luminares, echaron fuera las tinieblas de la impiedad, y como toros, con el alma y con el cuerpo y con la misma prontitud, llevaron el suave yugo de Cristo. (7)

¡Visitémoslos con frecuencia! Toquemos su urna y con grande fe abracemos sus reliquias, a fin de sacar de aquí alguna bendición. Porque, a la manera que los soldados, mostrando a su rey las heridas que recibieron en la batalla, le hablan con grande confianza, así estos mártires, llevando en sus manos las cabezas cortadas y poniéndolas en frente, pueden alcanzar del Rey de los cielos cualquiera cosa que le pidan. ¡Vengamos, pues, aquí con grande presteza, con grande fe; para que, habiendo contemplado estos santos despojos y habiendo considerado sus combates, saquemos en todos sentidos grandes tesoros; y de tal manera pasemos esta vida presente, que lleguemos al puerto de la eternidad con grandes mercancías; y consigamos el reino de los cielos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea al Padre y juntamente al Espíritu Santo la gloria, el poder, el honor y la adoración, por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Se refiere a la Homilía, no al Discurso, acerca de san Babylas.

(2) He 10,34.

(3) Da 3,38-39

(4) Gn 39,11.

(5) Ac 6,15.

(6) 2S 13,23.

(7) Puede observarse una vez más como se agolpan las imágenes y no dan lugar al oyente a digerirlas: la imaginación oriental arrastra al orador. Pero la fuerza oratoria se siente a través de todas las palabras.



Homilias Crisostomo 2 22