Crisostomo Ev. Juan 11

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HOMILÍA XI (X)

Y el Verbo se hizo carne (Jn 1,14).

UN FAVOR OS voy a pedir antes de comenzar la explicación de las palabras del evangelio; y os suplico que no me neguéis lo que os pido. No pido cosa que gravosa sea ni pesada; y en cambio será útil, si la consigo, no tan sólo para mí, sino también para vosotros, si la concedéis; y aun quizá sea más útil para vosotros que para mí. ¿Qué es lo que pido? Que el primer día de la semana o el sábado mismo, tomando cada uno la parte del evangelio que luego se leerá en la reunión, sentados allá en vuestro hogar repetidamente la leáis y muchas veces la exploréis y examinéis y cuidadosamente peséis su valor y anotéis lo que es claro y las partes que son oscuras; y también lo que en las expresiones parezca contradictorio, aunque no lo sea; y así, tras de examinarlo todo, luego vengáis a la reunión. De empeño semejante nos vendrá no pequeña ganancia a vosotros y a mí.

En efecto: a nosotros no nos será necesario mucho trabajo para explicar las sentencias y su fuerza, estando ya vuestra mente acostumbrada al conocimiento de las expresiones; y vosotros, por este camino, os tornaréis más perspicaces y más agudos para penetrar, no sólo oír, y entender y enseñar a otros. Tal como ahora procedéis, muchos de vosotros os veis obligados juntamente a conocer el texto de las Sagradas Escrituras y a escuchar nuestra explicación; pero así, ni aun cuando gastemos el año íntegro, sacarán grande provecho. Porque no les será posible, así a la ligera y brevemente, atender a lo que se dice. Y si algunos pretextan sus negocios y preocupaciones del mundo y el mucho trabajo en los asuntos públicos y privados, desde luego no es pequeña culpa eso de sobrecargarse de tan gran multitud de negocios y de tal modo empeñarse y esclavizarse en los negocios seculares, que ni siquiera ocupen un poco de tiempo en las cosas que sobre todo les son necesarias.

Por otra parte, que sólo se trate de pretextos simulados, lo demuestran las conversaciones con los amigos, la frecuencia en acudir al teatro, los interminables tiempos dedicados a las carreras de caballos, en que a veces se consumen los días íntegros; y sin embargo, para todo eso no ponen obstáculo ni pretextan la cantidad de negocios. De manera que para esas cosas de nonada no hay ocupación que estorbe; pero si se ha de poner empeño en las cosas divinas, entonces éstas os parecen superfluas y de tan poca monta que juzgáis no deberse poner en ellas ni el menor empeño. Quienes así piensan ¿merecerán acaso respirar o ver este sol?

Hay otra excusa ineptísima de parte de tales hombres notablemente desidiosos: la falta de ejemplares de la Escritura. Sería cosa ridícula tratar de esto ante los ricos. Pero puesto que muchos pobres usan de tal pretexto, quisiera yo así pacíficamente preguntarles si acaso tienen íntegros y en buen estado los instrumentos de sus oficios respectivos, aun cuando ellos se encuentren en suma pobreza. Pero ¿cómo ha de ser absurdo no excusarse para eso con la pobreza y andar poniendo todos los medios para remover los impedimentos, y en cambio acá, en donde se ha de obtener crecida utilidad, quejarse de la pobreza y las ocupaciones?

Por lo demás, aun cuando hubiera algunos tan extremadamente pobres, podrán llegar a no ignorar nada de las Sagradas Escrituras, por sola la lectura aquí acostumbrada. Y si esto también os parece imposible, con razón os lo parece, puesto que muchos no ponen gran cuidado a la dicha lectura: sino que, una vez que a la ligera oyen lo que se lee, inmediatamente se marchan a sus hogares. Y si algunos permanecen en la reunión, no proceden mejor que los otros que se alejan, pues están presentes únicamente con el cuerpo.

Mas, para no sobrecargaros el ánimo con mis quejas, ni consumir todo el tiempo en reprensiones, empecemos la explicación de las sentencias evangélicas, porque ya es tiempo de entrar en la materia propuesta. Atended para que no se os escape cosa alguna de las que se digan. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Habiendo el evangelista afirmado que quienes lo recibieron fueron nacidos de Dios y se hicieron hijos de Dios, pone el otro motivo de tan inefable honor, que no es otro sino haberse hecho carne el Verbo, y haber tomado el Señor la forma de siervo. Porque el Hijo se hizo hombre, siendo verdadero Hijo de Dios, para hacer a los hombres hijos de Dios. Al mezclarse lo que es altísimo con lo que es bajísimo, nada pierde de su gloria, y en cambio eleva lo otro desde lo profundo de su bajeza. Así sucedió con Cristo.

Con su abajamiento, su naturaleza no se disminuyó; y en cambio a nosotros, que prácticamente vivíamos en vergüenza y en tinieblas, nos levantó a una gloria indecible. Cuando el rey le habla con benevolencia y cariño a un pobre mendigo, no hace cosa alguna vergonzosa; y en cambio al pobre lo torna ilustre y esclarecido delante de todos. Pues si en esa pasajera y totalmente adventicia dignidad humana, la conversación y compañía con un hombre de baja clase social para nada perjudica al que es más honorable, con mucha mayor razón no perjudicará a la substancia aquella incorpórea y bienaventurada, que nada tiene de adventicio, nada que ahora tenga y ahora no tenga, sino que posee todos los bienes sin mutaciones y que eternamente permanecen. De modo que cuando oyes: El Verbo se hizo carne, no te perturbes ni decaigas de ánimo. Esa substancia divina no se derribó ni cayó en la carne (sería impiedad aun el solo pensarlo), sino que permaneciendo lo que era, tomó la forma de siervo.

Pero entonces ¿por qué el evangelista usó de esa expresión: Se hizo? Para cerrar la boca de los herejes. Como los hay que afirman ser toda esa economía de la Encarnación una simple ficción y pura fantasmagoría, para adelantarse a quitar de en medio semejante blasfemia, usó de esa expresión: Se hizo; declarando así no un cambio de substancia ¡lejos tal cosa! sino que verdaderamente se encarnó. Así como cuando dice Pablo: Cristo nos libró de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldición? no significa que la substancia divina se apartara y dejara la gloria y se convirtiera en maldición -pues tal cosa no la pensarían ni los demonios, ni los hombres más necios y locos: ¡tan grande sabor de impiedad y de necedad juntamente contiene!-; de modo que Pablo no dice eso, sino que Cristo, habiendo tomado la maldición que había en contra nuestra, no permitió que en adelante fuéramos malditos; del mismo modo acá Juan dice que el Verbo se hizo carne, no porque cambiara en carne su substancia, sino permaneciendo ésta intacta después de haberse encarnado.

Y si alegan que siendo Dios que todo lo puede, también pude convertirse en carne, responderemos que ciertamente todo lo puede, pero permaneciendo Dios. Pues si fuera capaz de cambio, y de cambio en peor, ¿cómo fuera Dios? Sufrir cambio es cosa lejanísima de esa substancia inmortal. Por esto decía el profeta: Todos ellos como la ropa se desgastan, como un vestido tú los mudas y se mudan. Pero tú eres siempre el mismo y tus años no tienen fin. La substancia divina es superior a todo cambio; porque nada hay mejor que ella de manera que pueda esforzándose llegar a eso otro. Pero ¿qué digo mejor? Nada hay igual a ella ni que siquiera un poquito se le acerque. De donde se sigue que si se ha cambiado será en algo peor. Pero en ese caso no puede ser Dios. ¡Caiga semejante blasfemia sobre la cabeza de quienes la profieren!

Ahora bien, que esa expresión: Se hizo, haya sido dicha para que no sospeches una fantasmagoría, adviértelo por lo que sigue: verás cómo esclarece lo dicho y juntamente deshace esa malvada opinión. Porque continúa: Y habitó entre nosotros. Como si dijera: no vayas a sospechar nada erróneo por esa expresión: Se hizo, pues no he significado cambio alguno en la substancia inmutable, sino únicamente he señalado el acampar y la habitación. Y no es lo mismo el habitar que la tienda de campaña en que se habita, sino cosa diferente. Un alguien habita en la otra, pues nadie habita en sí mismo y así la tienda de campaña no sería propiamente habitación. Al decir alguien me refiero a la substancia, pues por la unidad y conjunción del Verbo, Dios y la carne son una misma cosa, sin que se confundan, sin que se pierda la substancia, sino que se hacen una cosa mediante una juntura inefable e inexplicable.

No investigues cómo sea ella: se hizo en una forma que Dios conoce. Mas ¿cuál fue la tienda de campaña en que habitó? Oye al profeta que dice: Yo levantaré la cabaña ruinosa de David. Porque verdaderamente cayó nuestra naturaleza, cayó con ruina irreparable y estaba necesitada de aquella mano, la única poderosa. No podía por otro medio levantarse, si no le tendía la mano Aquel mismo que allá al principio la creó, si no la reformaba celestialmente mediante el bautismo de regeneración y la gracia del Espíritu Santo.

Observa este secretísimo y tremendo misterio. Para siempre habita en nuestra carne; porque no la revistió para después abandonarla, sino para tenerla eternamente consigo. Si no fuera así, no le habría concedido aquel regio solio, ni lo adoraría en ella el ejército entero de los Cielos, los Ángeles, los Arcángeles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades. ¿Qué discurso, qué entendimiento podrá explicar este honor sobrenatural y escalofriante, tan excelso, conferido a nuestro linaje? ¿Qué ángel o qué arcángel será capaz de hacerlo? ¡Nadie ni en el Cielo ni en la tierra! Así son las obras de Dios. Tan grandes y sobrenaturales son sus beneficios que superan a lo que puede decir con exactitud no sólo la humana lengua, sino la misma angélica facultad.

Por tal motivo, cerraremos nuestro discurso con el silencio, únicamente amonestándoos a que correspondáis a tan excelente y altísimo Bienhechor; cosa de la cual más tarde nos vendrá toda ganancia. Corresponderemos si tenemos sumo cuidado de nuestra alma. Porque también esta obra es de su bondad: que no necesitando de nada nuestro, tenga por correspondencia el que no descuidemos nuestras almas. Sería el colmo de la locura que, siendo dignos de infinitos suplicios y habiendo alcanzado, por el contrario, tan altísimos honores, no hiciéramos lo que está de nuestra parte; sobre todo cuando toda la utilidad recae en nosotros, y nos están preparados bienes sin cuento como recompensa de que así procedamos.

Por todo ello glorifiquemos al benignísimo Dios, no únicamente con palabras, sino sobre todo con las obras, para que así consigamos los bienes futuros. Ojalá todos los alcancemos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

LXVII


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HOMILÍA XII (XI)

Y contemplamos su gloria, gloria que le viene del Padre por cuanto es su Unigénito, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14).

QUIZÁ EN MI discurso anterior os resulté cargante y pesado en demasía, al extenderme con palabras un tanto duras contra la desidia de muchos. Si esa hubiera sido la única causa, con razón cada cual nos reprendería. Pero, si procurando vuestra salvación, no nos cuidamos de agradar a los oyentes, aun cuando no quisierais vosotros aceptar ese cuidado que tuvimos de vuestro aprovechamiento, será conveniente que a lo menos por el cariño nuestro para vosotros, nos concedáis el perdón. Porque mucho temo no sea que por predicar con sumo empeño, mientras vosotros descuidáis el atender, tengáis que dar luego una cuenta más estrecha. Y tal es el motivo de verme obligado a excitaros y despertaros con frecuencia, para que no caiga en el vacío ninguna de las sentencias. Con esto, podréis vosotros vivir confiadamente en este mundo y confiadamente presentaros ante el tribunal de Cristo en aquel día.

Y pues ya ayer suficientemente os punzamos, entremos ahora desde luego en la materia y expliquemos los textos evangélicos. Y contemplamos su gloria, gloria que le viene del Padre, por cuanto es su Unigénito. Habiendo el evangelista afirmado que somos hechos hijos de Dios y habiendo declarado que esto no puede suceder por otro camino, sino haciéndose carne el Verbo, afirma de esa encarnación que se siguió otra ganancia además. ¿Cuál es?: Y contemplamos su gloria, gloria que le viene del Padre, por cuanto es su Unigénito. Gloria que no veríamos si no se nos hubiera manifestado por el cuerpo que asumió. Si los hombres coetáneos de Moisés no podían soportar la vista del rostro del profeta, siendo éste de la misma naturaleza humana, por el solo hecho de que lo iluminaba el resplandor de la gloria; sino que tuvo aquel santo hombre que encubrir la gloria grande usando de un velo, con lo que su faz apareciera suave y blanda ¿cómo nosotros, hombres de lodo y terrenos habríamos podido soportar la vista clara de la Divinidad, inaccesible a las mismas Virtudes del cielo? Por eso vino a habitar entre nosotros; para que libremente pudiéramos acercárnosle, hablarle, tratar con El y con El convivir.

¿Qué significa: Gloria que le viene del Padre, por cuanto es su Unigénito? Muchos profetas tuvieron su gloria, como Moisés, Elías, Elíseo: Elías fue llevado al cielo en un carro de fuego; el otro fue trasladado con una muerte como la nuestra. Y luego Daniel y los tres jóvenes del horno y muchos otros fueron brillantes por la gloria de los milagros que hicieron. También los ángeles se aparecieron a los hombres y les mostraron el brillo de su gloria. Ni solamente los ángeles, sino también los querubines y los serafines se dejaron ver del profeta. Pero el evangelista, apartándonos de todos éstos y abstrayendo nuestros pensamientos del brillo de las criaturas y de los consiervos nuestros, nos eleva hasta la cumbre misma de todos los bienes. Porque hemos visto la gloria no de un profeta, ni de un ángel, ni de un arcángel, ni de las Virtudes celestes, ni de otra cualquiera naturaleza creada, si la hay, sino la del Señor mismo, la del Rey mismo, la del verdadero Unigénito Hijo, Señor de todos nosotros.

Puesto que la expresión Por cuanto no indica alguna semejanza o comparación, sino una confirmación y definición, no sujeta a duda alguna. Como si dijera el evangelista: Hemos visto la gloria que conviene que posea el auténtico Hijo de Dios y Rey de todos nosotros. Así acostumbran decir muchos; y no rehusaré hablaros conforme a esa costumbre. Porque no es mi propósito hacer demostración de bellas palabras, ni hablar para ornato del discurso, sino únicamente para utilidad vuestra. De manera que nada impide que os explique la materia siguiendo la general costumbre. ¿Cuál es esa costumbre? Algunos cuando ven al rey en toda su pompa, brillando todo por las piedras preciosas, y luego quieren describir su hermosura, ornato y gloria a otros, le pintan a su modo las flores de púrpura, la grandeza de las joyas, la blancura de los mulos, el yugo dorado, el brillo de los tapetes; y una vez que han enumerado todo esto, no pudiendo con palabras expresar todo aquel esplendor, terminan diciendo: ¿Qué más? Lo diré todo con una sola palabra: ¡esplendor como de rey! Y mediante esa palabra como no significan que describen a uno parecido al rey, sino al verdadero rey.

Del mismo modo el evangelista, con ese Por cuanto quiso significar y presentarnos aquella gloria incomparable y excelentísima. Todos los demás, ángeles, arcángeles, profetas, todo lo hacían mandados por Dios; pero El lo hacía con una potestad digna de Rey y Señor; cosa de que las turbas mismas se admiraban; o sea de que enseñaba como quien tiene potestad. Como ya dije, aparecieron en la tierra ángeles con grande gloria, por ejemplo a Daniel, a David, a Moisés, pero todo lo llevaban a cabo como siervos, como quienes obedecían a un Señor. En cambio Cristo procedía como Señor y Emperador de todos; y aunque apareció bajo forma y figura tan humillada, sin embargo la criatura reconoció al Creador.

¿Cómo fue eso? Una estrella llamó a los Magos para que lo adoraran; un gran coro de ángeles le servían como a Señor rodeándolo en torno y con himnos lo celebraban; otros se presentaban de pronto como pregoneros; y todos a la vez, buscándose y encontrándose, se comunicaban este misterioso arcano: los ángeles a los pastores; los pastores a los ciudadanos; Gabriel a María y a Isabel; y Simón y Ana a los que estaban en el templo. Y no solamente recibieron sumo gozo los varones y las mujeres, sino también el infante que estaba aún en el vientre de su madre: me refiero al insigne habitante del desierto, del mismo nombre que nuestro evangelista, el cual saltó de gozo en el seno de su madre: y todos esperaban con ansia el futuro nacimiento.

Esto por lo que hace al tiempo del parto. Pero cuando ya El mismo se dio más a conocer, brillaron otros milagros mayores que los primeros. Porque ya no la estrella y los cielos, no los ángeles y arcángeles, no Gabriel y Miguel, sino el Padre celestial en persona lo proclamaba desde las alturas, y juntamente con el Padre también el Espíritu Santo Paráclito, volando, volando hacia él, con la voz y permaneciendo sobre El. Por esto con toda verdad dijo el evangelista: Contemplamos su gloria, gloria que le viene del Padre, por cuanto es su Unigénito. Y no fue sólo por esas demostraciones, sino por las que luego se siguieron además.

Porque ya no lo anuncian únicamente los pastores, las viudas y los ancianos, sino la naturaleza misma, clamando con sonido más penetrante que el de una trompeta y con tan alto clamor que su sonido ha llegado al punto hasta nosotros. Pues dice la Escritura que su fama llegó hasta Siria y lo hizo manifiesto a todos. Todo por todas partes proclamaba haber venido el Rey de los cielos. Pues de todas partes huían los demonios y saltaban de terror; el diablo derrocado se apartaba; la muerte misma, por de pronto rechazada, fue luego destruida del todo; sanó todo género de enfermedades; los sepulcros devolvían sus muertos; los demonios salían de los posesos; los padecimientos huían y abandonaban a los enfermos. Por dondequiera podían contemplarse cosas de maravilla y estupendas que con razón desearon ver los profetas, pero no las vieron.

Podían entonces verse restaurados los ojos; y aquel anhelado espectáculo que todos habrían ansiado ver, o sea cómo Dios había formado del polvo a Adán, ahora en pequeño, pero en la parte más principal del cuerpo, podían ver a Cristo haciendo la demostración y repitiéndolo; y los miembros paralíticos y deshechos eran restituidos a su vigor y unidos al resto del cuerpo; y las manos áridas del todo, dotadas de movimiento; y los pies impedidos, dando saltos repentinamente; y los oídos sordos y cerrados, de pronto abiertos; y la lengua muda antes, lanzando ahora altas voces. Como un excelente arquitecto rehace una casa que por lo vetusta ya se derrumba, así Cristo rehizo la humana naturaleza, soldó las partes quebradas, unió las que se habían dislocado y separado, y puso en vigor las que del todo habían descaecido.

Pero ¿qué diremos acerca de la reforma obrada en las almas, mucho más excelente que la curación de los cuerpos? Gran cosa es por cierto el bienestar corporal, pero mucho más lo es la salud del alma; tanto más cuanto más excelente es ella que el cuerpo. Además porque la naturaleza de los cuerpos, a donde quiera el Creador llevarla, obedece y no se resiste; pero el alma, que por su naturaleza es libre y goza en sus actos del libre albedrío, no siempre obedece a Dios, si no quiere. No quiere Dios hacerla bella y virtuosa por medio de la violencia, pues tal cosa no sería virtud; sino que es necesario que quiera y guste mediante la persuasión de tornarse tal: cosa ésta por cierto mucho más difícil que aquellas otras curaciones. Y sin embargo, esto lo hizo el Verbo, y así echó de las almas todo género de perversidades.

Así como curando los cuerpos no únicamente les daba la salud, sino que los llevaba al máximo de ella, así respecto de las almas, no únicamente las sacó del extremo de la maldad, sino que las llevó a la cumbre de la virtud. El publicano fue hecho apóstol; el perseguidor, blasfemo e injuriante fue hecho predicador del orbe; los Magos fueron convertidos en predicadores de los judíos; el ladrón, ciudadano del Cielo; la meretriz brilló por su gran fe; de las mujeres cananea y samaritana, de las que la última era una meretriz, de ellas, repito, una echó sobre sí el predicar a sus contribules y llevó a Cristo la ciudad entera, como cogida en una red; y la otra a su vez, con su fe perseverante, logró que el maligno demonio fuera arrojado de su hija.

Y otros aún peores fueron al punto contados y recibidos en el número de los discípulos. Todo, en una palabra, sufrió un cambio: las enfermedades de los cuerpos y las debilidades de las almas conducidas a buena salud y a virtud perfecta. Y tal transformación se extendía no a dos hombres solamente ni a tres, ni a cinco, ni a diez, ni a veinte, ni a sólo cien, sino que las ciudades íntegras se transformaban con toda facilidad. ¿Quién podrá dignamente describir la sabiduría de sus mandatos, la fuerza de sus leyes divinas, el orden de aquel modo de vivir angélico? Porque El introdujo un género de vida tal, y dio tales leyes, y puso tal moderación en las costumbres, que quienes la practiquen, al punto se convierten en ángeles y en semejantes a Dios, en cuanto el hombre puede; y esto aun tratándose de gentes entregadas a toda perversión.

Reuniendo el evangelista todo este conjunto de milagros verificados en los cuerpos, en las almas, en los elementos, y además las leyes aquellas, dones secretísimos y más sublimes que los mismos cielos; y las ordenaciones y formas de vivir; y la obediencia y las promesas para la vida futura; y sus padecimientos, clamó y proclamó esa sentencia y verdad admirable y altísima en su enseñanza, diciendo: Contemplamos su gloria, gloria que le viene del Padre por cuanto es su Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Pues no lo admiramos únicamente por sus milagros, sino también por sus padecimientos, como cuando fue azotado, abofeteado, escupido, herido en su cabeza por aquellos mismos a quienes había hecho beneficios.

Porque la sentencia del evangelista se aplica también con propiedad a los pasos que parecen ignominiosos; puesto que él mismo los llamó gloria, no eran únicamente obras providenciales y de caridad, sino también manifestaciones de infinito poder. Porque en ellas era destruida la muerte, deshecha la maldición, confundidos los demonios; en ellas él triunfaba de ellos, y el documento y escrito sobre nuestros pecados era clavado en la cruz. Y porque estos milagros se verificaban invisiblemente, se obraron otros visibles que probaran ser El el Unigénito Hijo de Dios y Señor de toda la naturaleza.

Así, cuando aún estaba su cuerpo clavado en la cruz, el sol retiró sus rayos, la tierra tembló y se cubrió de tinieblas, se abrieron los sepulcros, el suelo fue sacudido, gran cantidad de muertos se levantaron de los sepulcros y entraron en Jerusalén. Y mientras permanecían perfectamente unidas las piedras que cerraban el sepulcro e intactos los sellos, resucitó Aquel que había estado sujeto con clavos en la cruz, y envió a los once discípulos, llenos de una cierta suprema virtud, a los hombres del orbe todo, para enmendarlos en su vida y para que fueran comunes médicos de toda la naturaleza; y para que sembraran por todas partes la noticia de los dogmas del Cielo y destruyeran la tiranía de los demonios y enseñaran a los hombres los grandes y ocultos bienes futuros, y nos predicaran la inmortalidad del alma y la eterna vida del cuerpo y las recompensas que sobrepujan todo entendimiento y que nunca tendrán acabamiento ni fin.

Pensando todo esto aquel bienaventurado evangelista, y otras muchas cosas que él bien conocía, pero no quiso poner por escrito, estimando que el mundo todo no podría contenerlas -pues dice: Si se redactaran una por una, creo yo que ni en todo el mundo cabrían los libros que se habían de escribir, pensando él, repito, en todas estas cosas, exclamó: Contemplamos su gloria, gloria que le viene del Padre, por cuanto es su Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Conviene, pues, que quienes han recibido el don de tan grande número de maravillas, tan celestial doctrina y tan altos honores, manifiesten un género de vida digno de estas verdades, para que logren esos bienes futuros.

Para esto vino el Señor nuestro Jesucristo: para que contemplemos no solamente su gloria en este mundo, sino también su gloria futura. Por esto dijo: Quiero que donde Yo estoy estén también ellos, para que contemplen mi gloria. Pues si su gloria de acá fue tan espléndida, tan brillante ¿qué diremos de la de allá? Porque no lo veremos en esta tierra sujeta a la corrupción, ni permaneciendo nosotros en cuerpos deleznables, sino en una manera de creación inmortal y eterna, y con tan grande esplendor que no hay palabras para explicarlo. ¡Oh felices, tres veces felices y muchas más, los que logren contemplar su gloria! De ella dice el profeta que sea apartado el impío para que no contemple la gloria del Señor. ¡Lejos de nosotros el que alguno sea así apartado de en medio para que nunca la contemple! Si nunca jamás la hubiéramos de contemplar, convenientemente se diría de nosotros que fuera bueno no haber nacido.

Porque ¿con qué fin vivimos? ¿para qué respiramos? ¿qué somos si se nos priva de esa contemplación? ¿si nadie nos concede ver jamás a nuestro Señor? Quienes no ven la luz del sol llevan una vida peor que la muerte. Pero ¿qué piensas que sufrirán los que de aquella otra luz quedan privados? Al fin y al cabo el daño de la ceguera es uno solo: el de no ver; pero el otro no es así. Mas, aun cuando fuera uno solo este daño, el tormento no sería igual, sino tanto mayor cuanto aventaja aquel Sol eterno a este nuestro. Sin embargo, otro castigo además ha de temerse. El que no ve aquella Luz eterna, no sólo es arrojado a las tinieblas exteriores, sino que para siempre arderá en el fuego, de manera que quede como derretido y rechine los dientes y sea atormentado con otros mil géneros de castigos.

En consecuencia, no despreciemos nuestra salvación hasta el punto de que, por nuestro descuido en este brevísimo tiempo, seamos luego arrojados a los eternos suplicios; sino más bien vigilemos, vivamos sobriamente, no dejemos cosa por hacer para gozar de aquellos bienes, y estemos muy lejos de aquel torrente de fuego que correrá con horrendo fragor delante del tribunal divino. Quien en él cayere, permanecerá en él para siempre y no habrá quien de semejante suplicio lo libre: ni su padre, ni su madre, ni su hermano. Así lo proclama el profeta. Y otro dice: No redime el hermano, redimirá el hombre. Y Ezequiel añade algo más con estas palabras: Aunque se presenten Noé y Job y Daniel, no librarán a sus hijos e hijas.

Una sola cosa hay que ayude: el patrocinio de las buenas obras; y quien de éste careciere, de ningún otro modo podrá salvarse. Meditando esto continuamente y pesándolo, purifiquemos nuestra vida y tornémosla excelente y esclarecida, para que luego con entera confianza veamos al Señor; y consigamos los bienes eternos que nos están prometidos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA XIII (XII)

Juan da testimonio de él y clama: Este es aquel de quien os dije: El que viene detrás de mí ha sido constituido superior a mí, porque existía antes que yo (Jn 1,15).

¿ACASO en vano corremos? ¿Acaso en vano trabajamos? ¿Sembramos acaso entre piedras? ¿Acaso la simiente permanece oculta junto al camino o entre espinas? Temo, me angustio, no sea que el trabajo de cultivo nos resulte inútil. Aunque en semejante trabajo yo no perderé nada, pues la predicación de los doctores no es de condición igual al trabajo de los agricultores. El agricultor con frecuencia, después del trabajo del año, tras de tan grandes sufrimientos y dolores, si el suelo no produce frutos dignos de semejantes empeños, no puede recibir consuelo de otra parte alguna, sino que regresa de la era a su casa, a su esposa y sus hijos con tristeza y avergonzado y no puede exigir de nadie la recompensa del prolongado trabajo. A nosotros en cambio nada de eso nos acontecerá; pues aun cuando el suelo que cultivemos no produzca fruto alguno, si nosotros ponemos todo nuestro empeño, aquel que es Señor de toda la tierra y del agricultor, no permitirá que quedemos con inútiles esperanzas, sino que nos dará nuestra recompensa.

Porque dice El: Cada cual recibirá su propio galardón, conforme a su propio trabajo y no según el éxito. Y que esto sea así, óyelo: Hijo de hombre, tú testifica a este pueblo, por si acaso escuchan, por si acaso entienden. Lo mismo puede conocerse por Ezequiel cuando dice que si el vigía anuncia de antemano lo que se ha de evitar y lo que se ha de elegir, él librará y salvará su alma, aunque nadie le atienda. Sin embargo, aun teniendo nosotros seguro semejante consuelo y confiando en la recompensa, al ver que vosotros en nada aprovecháis por lo que hace a las obras, nos afligimos, exactamente como el agricultor gime y se lamenta y se avergüenza y ruboriza. Esto es misericordia en el que enseña; esto es cuidado propio de quien es padre. Así Moisés, pudiendo quedar libre de aquella gente malagradecida de los judíos y llegar a reinar sobre otra nación más espléndida y con mayor dominio, pues Dios le dijo: Déjame ahora que se encienda mi ira contra ellos y los devore; de ti en cambio haré un gran pueblo/ como era santo y siervo de Dios, por ser caritativo y bueno con el pueblo, ni siquiera soportó oír aquellas palabras, sino que prefirió morir con el pueblo que se le había encomendado, y no que sin éste se le conservara y fuera levantado a la dignidad más alta. Y tal conviene que sea aquel a quien se le ha encomendado el cuidado de las almas.

Cosa absurda sería que mientras el padre no quiere que se llamen hijos suyos sino los que él engendró, aun cuando sean malos, el doctor y maestro cambiara de discípulos y enlistara ahora a éstos, ahora a aquéllos, y luego otros nuevos, y no tuviera para con ningunos una benévola amistad. Pero lejos de nosotros el que alguna vez sospechemos de vosotros cosas semejantes. Confiamos en que más bien abundaréis en la fe en nuestro Señor Jesucristo y en la caridad para con todos. En conclusión, que nos expresamos así con el objeto de acrecentar vuestro empeño y para cuidar de que día por día crezca vuestra vida en virtudes. Así podréis penetrar con vuestra mente a lo profundo de las sentencias del evangelista, sin que oscurezca los ojos de vuestra mente ninguna légaña de perversidad, ni obnubile vuestra perspicacia.

¿Cuál es la sentencia que hoy se nos propone?: Juan da testimonio de El y clama: Este es aquel de quien dije: El que viene detrás de mí ha sido constituido superior a mí, porque existía antes que yo. En este pasaje el evangelista con frecuencia trae y lleva por todos lados el testimonio del Bautista. Y no lo hace sin motivo, sino con prudencia suma. Los judíos admiraban en gran manera a este hombre -así, por ejemplo, Josefo comienza a narrar la guerra de Jerusalén por la muerte del Bautista y a ésta atribuye la destrucción de la capital, y se alarga en alabanzas de él-. Entonces, para avergonzar a los judíos, Juan les pone delante y con frecuencia les recuerda el testimonio del Precursor.

Los otros evangelistas, después de mencionar a los antiguos profetas, a cada paso remiten al oyente a ellos. Así, cuando nació Cristo, dicen: Todo esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: Ved que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo A Y cuando le pusieron asechanzas y con tanta diligencia se le buscaba que Herodes aun degolló a los infantes traen al medio al profeta Jeremías, que dice: En Rama se escuchan ajes, lloro amarguísimo, Raquel que llora a sus hijos. Y cuando regresó de Egipto recurren a Oseas, que dice: A mi hijo llamé de Egipto. Y en todas partes guardan el mismo modo de proceder.

En cambio nuestro evangelista, pues se eleva mucho más que los otros, profiere un testimonio más claro y más reciente, y no de quienes ya hubieran muerto, sino de uno que vive y que lo vio delante de sí y lo bautizó; y con frecuencia usa Juan de tal testimonio. No lo hace como medio de comprobar que el Señor es digno de fe mediante el dicho testimonio, sino para acomodarse a la debilidad de los oyentes. Así como si el Verbo no hubiera tomado la forma de siervo, no lo habrían aceptado ni recibido, así, si no hubiera Juan acostumbrado los oídos de los consiervos con el testimonio de otro consiervo, la mayor parte de los judíos no habrían hecho caso de sus palabras.

Pero, además, por aquí se preparaba otra cosa grande y admirable. Puesto que quien asegura de sí alguna cosa notable, siempre aparece sospechoso y con frecuencia ofende a la mayor parte de los oyentes, ahora es otro el que viene a dar testimonio de Cristo. Por otra parte, suele la multitud acudir cuando escucha una voz que le es familiar y como connatural, porque la conoce mejor; por lo cual la voz del Cielo se dejó oír dos veces, mientras que la de Juan se escuchó con gran frecuencia. Los que eran superiores a la debilidad popular y vivían como despegados de los sentidos, no necesitaban tanto de la voz humana, pues podían entender las voces del Cielo, ya que a ésta en absoluto la obedecían y ella los guiaba; pero los que aún estaban en los grados inferiores y andaban envueltos en la densa oscuridad de las cosas terrenas, necesitaban una voz más abajada y humilde.

Tal es el motivo de que el Bautista, despojado ya de todos los intereses sensibles, no necesitara de humanos maestros, sino que fuera enseñado del Cielo. Porque dice: El que me envió a bautizar con agua, Ese me dijo: Aquel sobre quien vieres descender el Espíritu Santo, Ese es. En cambio, los judíos, como aún niños y que no pueden levantarse a semejantes alturas, necesitaban de un hombre que les sirviera de maestro y les enseñara no sus propias doctrinas, sino las del cielo. Y ¿qué es lo que ese maestro les dice? El da testimonio de El y clama diciendo: ¿Qué significa ese clama? Quiere decir que lo predica con entera confianza y libertad y quitado todo temor. Y ¿qué es lo que clama y testifica? Este es, decía, del que os dije: El que viene detrás de mí ha sido constituido superior a mí, porque existía antes que yo.

Oscuro es y por demás humilde semejante testimonio. Puesto que no dijo: Este es el Hijo de Dios Unigénito; sino ¿qué?: Este es del que os dije: El que viene detrás de mí ha sido constituido superior a mí, porque existía antes que yo. Así como las aves no enseñan a sus polluelos en un día ni en un momento el arte íntegro de volar, sino que primero solamente los sacan del nido y luego los dejan descansar del vuelo, y luego los ejercitan en volar más y al día siguiente los obligan a mayor ejercicio, y así poco a poco y lentamente los llevan al fin a la conveniente altura, así el bienaventurado Juan no llevó en un momento a los judíos a las alturas sublimes, sino que primero los despegó de la tierra y los enseñó a volar, diciendo que Cristo le era superior.

Por el momento no era poco que los oyentes pudieran creer que aquel a quien no conocían ni había obrado prodigios era superior al Bautista, varón tan admirable y tan ilustre y hacia el cual todos corrían y lo tenían por un ángel. De modo que Juan por de pronto se esforzaba en persuadir a los oyentes de que Aquel de quien daba testimonio era superior al testificante; superior al que ya había venido Aquel que aún no venía; y que Aquel que aún no aparecía era más excelente que el que ya era ilustre y admirable. Observa cuán prudentemente testifica: No lo muestra ahí presente, sino que lo anuncia antes de que se presente. Porque la expresión: Este es del que os dije, eso significa; lo mismo que en Mateo, cuando dice: Yo os bautizo en agua; pero el que viene en pos de mí es más poderoso que yo, tanto que yo no soy digno de llevar sus sandalias.

¿Por qué testificó así antes de que Cristo apareciera? Para que luego, al mostrarse Cristo, se recibiera su testimonio estando ya los ánimos dispuestos por las palabras del Bautista, y que en nada impidiera la vil vestidura de Cristo su testimonio. Si nada hubieran oído acerca de Cristo, antes de verlo; si no hubieran recibido aquel grande y admirable testimonio acerca de El, al punto lo vil de las vestiduras de Cristo habría contrariado la alteza de sus palabras. Porque Cristo se presentaba con un vestido tan pobre y vulgar que aún la mujer samaritana, las meretrices y los publicanos se le acercaban y hablaban con El con gran confianza y libertad.

De manera que, como ya dije, si juntamente lo hubieran visto a El y oído las palabras de Juan, se habrían burlado de su testimonio. Pero una vez que antes de presentarse Cristo habían ya escuchado ese testimonio, y por tales palabras estaban ya ansiosos de verlo, sucedió todo lo contrario: que no rechazaron la doctrina de Aquel de quien habían oído tal testimonio, sino que por la fe adquirida por aquellas palabras, lo juzgaron como más esclarecido. El que viene en pos de mí. No habla de su nacimiento de María, sino de su llegada para predicar. Pues si se refiriera al nacimiento, no usaría la forma del presente, sino la del pasado, puesto que cuando el Bautista lo decía, ya había nacido Cristo.

¿Qué significa: Ha sido constituido superior a mí? Es decir que es más esclarecido y más espléndido. Como si dijera: No porque yo haya venido a predicar antes que El, vayáis a pensar que le soy superior. Yo le soy muy inferior; y hasta tal punto inferior, que no me juzgo digno de ser su esclavo. Esto significa: Ha sido constituido superior a mí. Lo mismo que declaró Mateo con estas palabras: No soy digno de llevar sus sandalias. Y que esa expresión: Ha sido constituido superior a mí no se ha de entender del nacimiento de Cristo, queda manifiesto por lo que añade: Pues si el Bautista hubiera querido este sentido, sería superflua la adición: Existía antes que yo. ¿Quién hay tan necio e ignorante que no sepa ser anterior a él el que ha sido engendrado antes que él?

Y si se entiende esa expresión acerca de la existencia anterior a todos los siglos, no puede tener otro sentido, sino éste: El que viene detrás de mí ha sido constituido superior a mí. De otro modo eso se habría dicho a la ligera y se habría alegado en vano el motivo que se pone. Por el contrario, si tuviera el otro sentido, convenía que dijera: El que viene detrás de mí existía antes que yo, porque fue engendrado antes que yo. Pues razonablemente daría cualquiera como motivo de que otro existiera antes que él, el haber sido engendrado antes que él. En cambio el haber sido engendrado primero no necesita motivarse en que es anterior.

De manera que lo que nosotros afirmamos se apoya en fuerte razón. Pues todos sabéis que se ha de dar el motivo no de las cosas que son manifiestas, sino de las que presentan oscuridad. Ahora bien: si se tratara aquí de la esencia, nada oscuro habría en la expresión, pues es manifiesto que quien fue engendrado primero necesariamente es anterior. En cambio, refiriéndose el evangelista a la superioridad de honor, con toda razón resuelve al punto la dificultad que en la expresión parecía estar involucrada. Era verosímil que muchos dudarían de por qué motivo el que vino después será superior, o sea, que aparecerá como más honorable. Por esta razón propone Juan inmediatamente la solución a semejante dificultad: Porque fue constituido superior a mí. Como si dijera: No es que por algún avance, a mí que le iba delante, me haya dejado atrás; sino que es superior a mí aun cuando El llegue después.

Preguntarás: ¿Por qué afirma como ya sucedido lo que aún no se había consumado, pues trata de su admirable aparición entre los hombres y de la gloria que alcanzará; puesto que no dice: Será constituido, sino: Ha sido constituido superior? Porque fue costumbre antigua de los profetas el hablar de las cosas futuras como ya sucedidas. Isaías, hablando de la muerte de Cristo, no dijo: Será llevado como oveja al matadero, cosa que ciertamente había de acontecer, sino: Como oveja al matadero fue llevado. No había aún encarnado, pero el profeta narra como ya sucedido lo que sucederá. También David, refiriéndose a la crucifixión, no dijo: Traspasarán mis manos y mis pies, sino: Traspasaron mis manos y mis pies; y también: Se dividieron mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes. Y hablando del traidor, que aún no había nacido, se expresa de este modo: El que mi pan comía, levantó contra mí su calcañar. Y del mismo modo en referencia a lo que sucedió en la crucifixión, dice: Veneno me han dado por comida; en mi sed me han abrevado con vinagre.

¿Queréis que os expliquemos más, o ya con esto es suficiente? Yo creo que sí. Pues si nos hemos alargado más en la explicación del pasaje, en cambio ciertamente lo hemos examinado con mayor profundidad, y no es esto menor trabajo que eso otro. Por otra parte, temo que si mucho os entretenemos en estas cosas, os engendremos fastidio. Por tal motivo, terminaremos aquí, como es razonable. Pero ¿qué modo de acabar es el más conveniente? El de referir a Dios toda la gloria, no sólo con las palabras, sino mucho más con las obras. Dice Cristo: Brille vuestra luz delante de los hombres de tal modo que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Y no hay, carísimos, nada más brillante que un excelente modo de vivir. Así lo declara aquel sabio: La senda de los justos brilla como la luz.

Brilla no únicamente para aquellos que con sus obras encienden esa luz y conducen así a una vida virtuosa, sino también para sus vecinos. Llenemos, pues, de este óleo nuestras lámparas, para que se levante más la llama y la luz aparezca más abundante. Este óleo posee gran virtud no solamente ahora, sino que ya desde cuando estaban vigentes los sacrificios confirmó y honró la fuerza de ellos en gran manera. Pues dice la Escritura: Misericordia quiero y no sacrificios. Con razón, pues entonces se trataba de un altar inanimado, acá de otro animado. Allá cuanto en él se ponía era consumido por el fuego y se convertía en ceniza, y se derramaba luego, y el humo, una vez disuelto, se transformaba en la naturaleza del aire. Pero acá nada de eso hay, sino que produce otros frutos.

Así lo declaró Pablo. Pues enumerando los tesoros de los que cuidaban de los pobres entre los corintios, escribió: Porque el ministerio de este servicio sagrado no sólo satisface la penuria de los santos, sino que también es fuente copiosa de múltiples acciones de gracias. Y también: Glorifican a Dios por vuestra profesión de obediencia al evangelio y por vuestra liberalidad en beneficiarlos a ellos y a todos. Ellos os corresponden con su oración a favor vuestro, y así muestran el amor ardiente que os tienen. ¿Observas cómo termina Pablo con acciones de gracias y alabanza de Dios y en frecuentes oraciones de aquellos que han recibido los beneficios y en ferviente caridad? Pues bien, carísimos: sacrifiquemos día por día, sacrifiquemos en este altar. Este sacrificio es más precioso que las oraciones y el ayuno y que muchas otras buenas obras, con tal de que se haga de justas ganancias, de justos trabajos y esté limpio de toda avaricia, rapiñas y violencias. Esas son las oblaciones que Dios admite; aquellas otras las aborrece y odia.

No quiere ser honrado mediante las desgracias ajenas; un sacrificio así sería impuro y profano; y más bien irritaría a Dios que lo aplacaría. En consecuencia, con todo empeño debemos esforzarnos para que no, bajo apariencias de culto, injuriemos al Señor a quien queríamos honrar. Si Caín, por haber ofrecido lo peor de sus cosas, pero no había ofendido con injusticias a otros, sufrió el extremo castigo, si nosotros ofrecemos lo que es fruto de la rapiña y de la avaricia ¿acaso no sufriremos penas más graves? Por esto el Señor nos declaró el motivo de este precepto, que es para que seamos misericordiosos con nuestros consiervos y no para que los atormentemos. El que roba lo ajeno y lo da a otro, no ejerce la misericordia sino que la hiere y obra con suma perversidad. De semejante raíz jamás puede brotar la limosna.

Os ruego, pues, que no miremos únicamente a hacer limosna, sino también a que no la hagamos mediante la rapiña. Pues dice la Escritura: Hay uno que ruega; otro que maldice. ¿A cuál de ellos escuchará el Señor? Si con diligencia procedemos en esta forma, y a esta norma nos conformamos, mediante la gracia divina podremos alcanzar gran benignidad y misericordia y perdón de los pecados en este largo lapso y evitar el torrente de fuego. Evitado el cual, ojalá todos subamos al reino de los cielos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual, sea al Padre, en unión del Espíritu Santo, la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

LXIX





Crisostomo Ev. Juan 11