Crisostomo Ev. Juan 14

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HOMILÍA XIV (XIII)

Y de su plenitud todos recibimos; y nuestra gracia, a proporción de su gracia (Jn 1,16)

EXPLICÁBAMOS ayer cómo Juan, para quitar la duda de quienes le preguntarían: ¿por qué motivo Cristo, que instituyo su predicación después del Bautista, fue sin embargo más esclarecido y superior al Bautista? dijimos que había añadido: Porque fue constituido superior a mí. Este es uno de los motivos de esa añadidura. Pero hay otro que también pone Juan y que vamos a tratar ahora. ¿Cuál es? Dice: De su plenitud todos hemos recibido; y nuestra gracia, a proporción de su gracia. Enseguida pone un tercer motivo. ¿Cuál? Que la ley, cierto, fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad tuvieron principio en Jesucristo.

Preguntarás: ¿qué significa: De su plenitud todos recibimos? Porque por de pronto a esto debe dirigirse el discurso. Es como si dijera: No tiene compañero en eso de distribuir el don, sino que es El la fuente y raíz de todos los bienes. Es la vida, es la luz, es la verdad que no retiene en sí la riqueza de los bienes, sino que los derrama en todos los otros; y una vez que los ha derramado en todos los otros, queda sin embargo lleno, sin que tenga muestras de haber dado a todos los demás; pues continuamente brotándolos y comunicándolos a los otros, El permanece en su misma perfección y plenitud.

Lo que yo tengo de bien, de otro lo he recibido y es una pequeña parte del todo y como una gotita en comparación del abismo inefable y piélago inmenso. Pero no, ni este ejemplo puede explicar suficientemente lo que nos esforzamos por declarar. Si del océano quitas una gota, por este mismo hecho has disminuido el océano, aun cuando esa disminución no sea perceptible con la vista. En cambio, tal cosa no puede afirmarse de esta fuente; pues por mucho que sea lo que saques, siempre permanece sin disminución. Se hace, pues, necesario echar mano de otra comparación, aunque sea débil y no pueda demostrar lo que queremos y andamos examinando, pero que sin embargo nos acerque más que la otra a la verdad que nos hemos propuesto.

Supongamos una fuente de fuego, de la cual se enciendan mil, dos mil, tres mil y muchísimas más lámparas. ¿Acaso no permanece igual la fuente de fuego, tras de haber comunicado su fuerza a tantas lámparas? Nadie lo ignora. Pues si en los cuerpos que constan de partes y pueden dividirse y que si algo se les quita disminuyen, encontramos éste que es de tal naturaleza que tras de haber comunicado a otros lo que le es propio, sin embargo no se disminuye, con mucha mayor razón sucederá esto en aquella substancia incorpórea y en aquel poder inmortal. Si cuando lo que se participa es cuerpo y sin embargo se divide, y no se divide, mucho mejor sucederá cuando se trata de un poder de obrar. Y acerca de la substancia incorpórea es cosa averiguada que así acontece.

Por lo cual decía el evangelista: De su plenitud todos recibimos, conectando así su testimonio con el testimonio del Bautista. Porque esas palabras -De su plenitud todos recibimos- no son del Precursor, sino del discípulo Juan. Como si dijera: No penséis que nosotros, los que por largo tiempo convivimos con Cristo y participamos de su mesa, damos ahora testimonio de El por algún favoritismo. Pues el Bautista, que no había visto antes a Cristo ni había convivido con El, sino únicamente cuando lo bautizó lo vio mezclado entre los demás, exclamó, sacándolo todo de esa fuente: Fue constituido superior a mí. Y nosotros todos, doce, trescientos, quinientos, tres mil, cinco mil, infinitas multitudes de judíos, el conjunto íntegro de los fieles, los que entonces existían, los que ahora existen y los que luego vendrán, todos de su plenitud recibimos.

¿Qué es lo que recibimos? Gracia por gracia. ¿Cuál por cuál? En vez de la antigua la nueva. Pues así como hubo justicia y justicia (ya que Pablo dice: Referente a la justicia que se da en la Ley, de conducta irreprensible también hay fe y fe, pues dice Pablo: De fe en fe, y hay adopción y adopción, pues dice: La adopción de los cuales, y doble gloria: Si lo efímero tuvo su gloria transeúnte, mucho más la perdurable tendrá su gloria permanente; y doble ley, pues dice: La ley del espíritu que es vida, me liberó; y hay un doble culto: Cuyo servicio, es decir culto; y luego: Los que en espíritu servimos a Dios; y doble testamento: Pactaré con vosotros una nueva alianza, no como la alianza que pacté con vuestros padres. Igualmente hay doble santificación, doble bautismo, doble sacrificio, doble templo, doble circuncisión. Y del mismo modo hay doble gracia. Pero los primeros son figuras de los segundos; éstos son la realidad. De manera que son homónimos, pero no sinónimos.

Así sucede en las figuras e imágenes: eso que se pinta mediante los colores negro y blanco, se llama hombre y tiene los mismos colores que el hombre verdadero; y lo mismo sucede en las estatuas: tanto las de oro como las de barro se llaman estatuas. Estas son el tipo y figura, aquéllas son la realidad. Así pues, por la comunidad de nombres no juzgues ser iguales las cosas, pero tampoco que son enteramente diversas. Pues la que es tipo no es enteramente ajena a la realidad, aun cuando conserve su naturaleza de sombra e imagen; pero es siempre inferior a la realidad. Entonces ¿cuál es la diferencia? ¿Os parece que expliquemos una o dos de las cosas enumeradas? Con esto se os aclararán las demás. Veremos entonces cómo las figuras eran enseñanzas para niños, mientras que las realidades lo son para los varones esforzados; aquéllas se instituyeron como para hombres, mientras que estas otras lo fueron para ángeles.

¿Por dónde comenzaremos? ¿Os parece que demos principio por la adopción? ¿Qué diferencia hay entre una adopción y otra? La primera casi lo era de solo nombre; la segunda lo es de verdad. De aquélla se dice: Yo dije: dioses sois y todos hijos del Altísimo? De esta otra se dice: Cuya generación es de Dios. ¿Cómo y en qué forma lo es? Por el bautismo de regeneración y renovación del Espíritu Santo. Aquellos antiguos, aun después de ser llamados hijos de Dios, conservaban el espíritu de siervos; de modo que permaneciendo siervos, se les daba esa otra apelación. En cambio nosotros somos hechos libres, recibimos el honor de hijos en realidad y no de solo nombre. Así lo decía Pablo: Porque no habéis recibido espíritu de siervos para recaer en el temor, sino que habéis recibido espíritu filial, con el cual clamamos: ¡Abba! ¡Padreé Engendrados de lo alto y por decirlo así reformados y recreados, somos llamados hijos.

Y si alguno comprende el modo de santificación y cuál sea éste y cuál sea aquél, encontrará gran diferencia también aquí. Aquéllos, cuando no daban culto a los ídolos, ni fornicaban, ni adulteraban, recibían el nombre de santos. Nosotros en cambio nos santificamos no únicamente absteniéndonos de esos pecados, sino poseyendo dones mejores. Y desde luego el don de la santidad lo alcanzamos por la venida del Espíritu Santo y además con un género de vida excelente mucho más que el de los judíos.

Y para que no creas que se dice esto por jactancia, oye lo que dice Dios a los antiguos: No ha de haber en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, porque sois pueblo santo. De modo que para ellos en esto consistía la santidad: en abstenerse del culto de los ídolos. Entre nosotros, no es eso. Dice: Para que seas santo en el cuerpo y en el espíritu.

Y también: Buscad la paz y la santificación sin la cual nadie verá a Dios. Y también: Realizando el ideal de santidad en el temor de Dios. Porque esa palabra santo no tiene el mismo significado en todos aquellos a quienes se aplica. Dios es santo, pero no al modo nuestro. Pues advierte lo que dijo el profeta cuando oyó aquella aclamación de labios de los serafines: ¡Ay de mí, mísero! pues siendo hombre llevo labios impuros y habito en medio de un pueblo de labios impuros. Y sin embargo ese profeta era santo y puro. Es que si comparamos nuestra santidad con aquella de allá arriba, somos impuros. Santos son los ángeles, santos los arcángeles y los querubines y los serafines; pero hay una nueva diferencia de esa santidad de los espíritus superiores con la nuestra.

Podía yo alargarme explicando cosa por cosa; pero veo que el discurso se va prolongando. Haciendo, pues, a un lado un mayor examen, os dejamos a vosotros el explorar lo demás. Pues podéis en vuestros hogares, recopilando todo esto, conocer la diferencia y por el mismo camino investigar lo restante. Pues dice la Escritura: Da ocasión al sabio y se hará más sabio. Nosotros apuntamos las cosas, vosotros las desenvolveréis hasta su término. Ahora conviene continuar la materia.

Habiendo dicho: De su plenitud todos recibimos, añadió: Y gracia por gracia, declarando que también los judíos se salvaron por gracia. Como si dijera Dios: No os he elegido porque os hayáis multiplicado y seáis numerosos, sino por vuestros padres. De modo que no fueron elegidos por méritos propios; y es manifiesto que alcanzaron semejante honor por gracia. También nosotros nos hemos salvado, pero no del mismo modo, puesto que no lo hemos sido por las mismas cosas que ellos, sino por otras mucho mayores y más altas. De modo que nuestra gracia es distinta.

Porque no únicamente se nos ha dado el perdón de los pecados, pues en esto no nos diferenciamos de aquéllos, sino que somos sus consocios, pues todos pecaron. Pero a nosotros se nos da además la justicia, la santificación, la adopción y la gracia del Espíritu Santo con mucha mayor esplendidez y abundancia. Por esta gracia somos amados de Dios, no únicamente ya como siervos, sino también como amigos y como hijos. Por esto dice el evangelista: Gracia por gracia. También los ritos legales eran gracia y aun el hecho de haber sido sacados de la nada, ya que no hemos recibido esto como recompensa de méritos precedentes. ¿Cómo podría ser eso no existiendo nosotros?

Dios continuamente se nos adelanta con sus beneficios. No sólo cuando nos sacó de la nada; sino además cuando, una vez creados, nos concede conocer qué es lo que ha de hacerse y qué es lo que no ha de hacerse. Y que este conocimiento lo obtengamos por la ley natural, poniendo en nosotros el tribunal incorruptible de la conciencia, es obra de inmensa gracia y bondad inefable. Y gracia fue que esa ley natural corrompida ya la restaurara mediante la ley escrita. Lo propio habría sido que quienes habían adulterado la ley que al principio se les dio, fueran entregados a la venganza divina y al castigo. Pero no sucedió así, sino que se les concedió la dicha restauración y un perdón no merecido, sino dado de gracia y misericordia. Y que en realidad eso haya sido fruto de gracia y misericordia, oye cómo lo dice David: El Señor que hace misericordia y otorga el derecho a los oprimidos todos, manifestó sus caminos a Moisés, a los hijos de Israel sus hazañas. Y también: Bueno y recto es Yavé; por eso muestra a los pecadores el camino De modo que el haber recibido la ley fue obra de gracia y de misericordia.

Por tal motivo, una vez que dijo el evangelista: Gracia por gracia, insistiendo en la grandeza del don, añadió: La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad tuvieron su principio en Jesucristo. Advertid cuán suavemente y poco a poco, así el Bautista como el discípulo amado, levantan a los oyentes al conocimiento altísimo, tras de haberlos ejercitado en cosas más humildes. El Bautista, una vez que se hubo comparado con Aquel que a todos excede sin comparación, luego declara la excelencia de éste diciendo: El cual ha sido constituido superior a mí; y añadió: Porque existía antes que yo. El evangelista en cambio avanzó más adelante, aunque aún no lo que pedía la dignidad del Unigénito. Porque lo comparó no con el Bautista, sino con Moisés, que era mucho más admirado que el Bautista entre los judíos, cuando dijo: La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad tuvieron su principio por Jesucristo.

Advierte su prudencia. No se pone a examinar las personas, sino las cosas. Pues siendo mayores las cosas, aquellos malagradecidos debían aceptar su testimonio y sentencia acerca de Cristo. Puesto que las cosas mismas que en sí no tenían ni favoritismo ni odio, así lo testimoniaban y proporcionaban a aquellos impudentes un motivo de certeza. Pues tales cosas permanecen así como las hicieron sus autores y así brillan, de manera que su testimonio está fuera de toda excepción o sospecha. Observa además la modestia en la comparación para bien incluso de los más débiles. Porque no amplifica con palabras la excelencia de Cristo, sino que únicamente demuestra la diferencia con sencillas expresiones, cuando contrapone la gracia y la verdad a la ley; y la expresión: tuvieron su principio, con la otra: fue dada. Porque hay entre ellas gran diferencia.

Fue dada es propia de un ministro que da a quien se le ha ordenado lo que de otro ha recibido. En cambio la otra expresión, al decir que la gracia y la verdad tuvieron su principio, es propia del Rey que con potestad suya perdona los pecados todos y prepara un don. Por tal motivo decía Cristo: Se te perdonan tus pecados y también: Mas para que sepáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra potestad de perdonar los pecados, dice al paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa. ¿Observas cómo es principio de la gracia? Mira cómo también lo es de la verdad. Las cosas dichas y lo que hizo con el ladrón y el don del bautismo y la gracia conferida del Espíritu Santo demuestran que es principio de la gracia, lo mismo que otros muchos hechos. Que lo sea de la verdad, lo entenderemos mejor si nos fijamos en las figuras. Porque lo que luego se había de instituir en el Nuevo Testamento, de antemano las figuras lo habían delineado; pero Cristo al venir les dio realidad. Veámoslo brevemente, pues no es oportunidad de recorrerlas todas con amplitud. Mas por unas pocas que yo indique entenderéis las demás.

¿Os parece que comencemos por la Pasión? Tomad el cordero por familias e inmoladlo y haced como lo ordenó e instituyó el Señor. Cristo no va por ese camino. No ordena que se proceda, sino que El mismo se ofreció al Padre como oblación y hostia. Observa cómo la figura fue dada por Moisés, pero la verdad la realizó Cristo. Lo mismo fue en el monte Sinaí. Como los amalecitas emprendieron la batalla contra los hebreos, Arón y Or le sostenían a Moisés por ambos costados las manos extendidas; Cristo, en cambio, El personalmente, mantuvo en la cruz sus manos extendidas. ¿Adviertes cómo la figura dada fue, pero la verdad fue realizada?

También decía la ley: Maldito aquel que no mantiene en vigor las palabras de esta ley. Pero la gracia ¿qué es lo que dice?: Venid a Mí todos los que trabajáis y vais cargados, que yo os aliviaré. Y Pablo: Cristo nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldición. " En consecuencia, pues disfrutamos de tan grande gracia y verdad, os ruego que la magnitud del don no nos tome más desidiosos. Cuanto es mayor el honor que se nos ha conferido, tanto mayor virtud debemos demostrar. No es reo de culpa el que habiendo recibido pequeños dones corresponde en pequeño; pero quien sube a las más altas cumbres del honor y corresponde vil y apocadamente digno es de muy grave castigo.

¡Lejos de nosotros pensar que vosotros sois así! Más bien confiamos en que habréis levantado hasta el cielo vuestras alas, y os habréis alejado de la tierra; y que viviendo en el mundo ya no os ocupáis de las cosas mundanas. Pero, aunque llenos de tal confianza, no cesamos de amonestaros con frecuencia acerca de estas cosas. También en los certámenes seculares, todos los espectadores exhortan no a los caídos, no a los que yacen por tierra, sino a los que diligentemente llevan adelante ardorosos la carrera. Y a los otros, ya excluidos de la victoria y que no pueden levantarse con alguna exhortación que los conmueva, los dejan yacer en el suelo para no fatigarse en vano. Aunque acá en nuestro campo siempre hay que esperar algo no únicamente de vosotros los que vigiláis, sino también de los caídos. Por tal motivo, no omitimos medio alguno, rogando, suplicando, exhortando, reprendiendo, increpando, alabando: ¡todo para que trabajéis en vuestra salvación! Por lo mismo, no llevéis a mal mis frecuentes exhortaciones para una vida virtuosa. No nos expresamos así para acusaros de desidia, sino que os amonestamos apoyados en la buena esperanza.

Por otra parte, lo cierto es que estas cosas y las demás que diremos no tocan únicamente a vosotros, sino también a nosotros, pues también nosotros necesitamos de esta enseñanza: el que seamos nosotros quienes las decimos, no impide el que también a nosotros nos toquen. El discurso corrige al reo de pecados; pero al que está libre de culpa lo aparta más del pecado. Tampoco nosotros estamos limpios de culpas, y la medicina es común: remedios hay para todos. El modo de curar no es el mismo, aun cuando se deje al arbitrio de cada uno el uso de los medicamentos. Por lo cual, el que los usa en modo conveniente, recobra la salud; el que no aplica el remedio a la llaga, aumenta su mal y va por mal camino a peores acabamientos.

En conclusión, no llevemos a mal la medicina. Más bien alegrémonos si el modo de la curación nos causa graves dolores, porque enseguida nos acarreará dulcísimos frutos. No omitamos medio alguno con el objeto de que, libres de las llagas y heridas que nos han causado los dientes del pecado en el alma, vayamos a la vida eterna; y para que, hechos dignos de la vista de Cristo, no seamos entregados en aquel día a los poderes vengadores y cruelísimos, sino a las Potestades que nos conduzcan a la herencia de los Cielos, preparada para los que aman a Dios. Ojalá todos la alcancemos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sean la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILÍA XV (XIV)

A Dios nadie jamás lo vio. El Unigénito de Dios que está en el seno del Padre, El es quien lo ha dado a conocer (Jn 1,18).

No ES VOLUNTAD de Dios que únicamente oigamos las palabras y sentencias de la Escritura Sagrada, sino que con gran reflexión y profundizándolas las comprendamos. Por esto el bienaventurado David con frecuencia intitula así sus salmos: Para conocimiento. Y decía: Abre mis ojos y contemplaré las maravillas de tu ley. Y después de él, su hijo enseña que la sabiduría se ha de buscar como la plata y se ha de adquirir como el oro. Y el Señor exhorta a los judíos a escrutar las Escrituras, y nos lleva así a un examen más profundo. No habría hablado así si a la primera lectura y al punto pudieran ellas entenderse. Nadie se pone a escrutar lo que con sólo presentarlo al punto se entiende. Solamente se investiga lo que es oscuro y necesita de mucho examen. Por tal motivo llama a la Escritura tesoro escondido: para excitarnos a la investigación.

Todo esto lo hemos dicho para que no acometamos la lectura de las Escrituras Sagradas a la ligera y por la superficie, sino muy cuidadosamente. Si alguno escucha las sentencias sin examinarlas y todo lo toma a la letra, pensará de Dios muchas cosas absurdas. Pensará que es hombre, que es de bronce, que se irrita, que se enfurece; y aun acogerá doctrinas peores acerca de El. Mas si llega a comprender el profundo pensamiento de ellas, estará libre de esas absurdas opiniones.

Así, en lo que se acaba de leer se dice que Dios tiene seno, cosa propia de lo corporal. Pero nadie hay tan estulto que vaya a pensar que Dios es un cuerpo incorpóreo. De manera que para entenderlo todo en un sentido espiritual ¡ea! tomemos el agua de más arriba. A Dios nadie jamás lo vio. ¿Como consecuencia de qué dice esto el evangelista? Una vez que hubo declarado aquella grandeza de dones de Cristo y en cuán gran manera eran diferentes y superaban a los que se recibieron de Moisés, quiere ahora descubrir la causa proporcionada de semejante diferencia. Moisés, como siervo que era, fue instrumento para administrar cosas más humildes; pero Cristo, Señor, Rey, Hijo del Rey, nos trajo dones mayores con mucho, El, que está con el Padre y continuamente lo contempla. Por tal motivo dijo el evangelista: A Dios nadie lo ha visto.

Pero ¿qué diremos del grandilocuente Isaías, que dice: Vi al Señor sentado sobre un solio excelso y levantado? ¿Qué diremos de Juan, que testifica haber oído a Dios y haber contemplado su gloria? ¿Qué de Ezequiel? Porque también éste lo vio sentado sobre querubines. ¿Qué de Daniel, quien a su vez dice: Se sentó el antiguo en días? ¿Qué del propio Moisés, que decía: Manifiéstame tu gloria para que te vea claramente A Y de haber visto al Señor tuvo Jacob su nombre y se llamó Israel; porque Israel significa el que ve a Dios. Y otros muchos lo vieron. Entonces ¿cómo dice el evangelista: A Dios nadie lo vio jamás?

Lo hizo para demostrar que todas esas visiones no eran sino un atemperarse Dios al hombre; pero no eran visión simplemente de la substancia misma de Dios. Si hubieran visto la substancia misma de Dios, no la habrían visto cada cual de un modo diverso, puesto que es ella simple, sin figura, sin composición, incircunscripta; de modo que ni se sienta ni está de pie, ni camina; puesto que todo eso es propio de los cuerpos. Cómo sea ella sólo El mismo lo conoce. Así lo declaró Dios Padre por boca del profeta: Yo, dice, multipliqué las visiones y por medio de los profetas hablaré en parábolas. Es decir: me atemperé y no me manifesté cual soy. Puesto que el Hijo suyo había de venir a nosotros en verdadera carne, ya desde antiguo ejercitaba a los profetas haciendo que vieran la substancia de Dios en cuanto podían verla. Porque lo que Dios es en Sí mismo ni los profetas, ni los ángeles, ni los arcángeles lo ven. Si les preguntaras, oirías que nada te dicen de la substancia, sino únicamente los oirás que cantan: Gloria a Dios en las alturas, en la tierra paz a los hombres de buena voluntad o benevolencia. Y si quieres saber algo de parte de los querubines y serafines, escucharás un canto misterioso de santificación y que dicen: Llenos están los cielos y la tierra de su gloriad Si interrogas a las Virtudes celestes, lo único que descubrirás será que todo su empleo es alabar a Dios. Pues dice: Alabadlo todas sus Virtudes. De manera que lo contemplan solamente el Hijo y el Espíritu Santo. ¿Cómo podría la naturaleza creada ver al que es Increado? Si no podemos nosotros contemplar claramente a ninguna de las Virtudes incorpóreas, aun siendo éstas creadas, como con frecuencia se ha demostrado con los ángeles, mucho menos podremos ver claramente aquella naturaleza incorpórea e increada.

Por lo cual dice Pablo: Al cual ningún hombre ha visto ni puede ver? Entonces semejante visión ¿a sólo el Padre compete exclusivamente y no al Hijo? ¡Quita allá! También compete al Hijo. Y que así sea oye cómo lo declara Pablo: El cual es la Imagen de Dios invisible. Ahora bien: quien es Imagen del Invisible, él a su vez tiene que ser invisible, pues de otro modo no sería Imagen del Invisible. Y si Pablo en otro sitio dice: Dios se manifestó en carne no te admires; porque la manifestación en carne no fue manifestación según la substancia. Pablo mismo declara ser Dios invisible no sólo para los hombres, sino para las Virtudes celestes. Pues una vez que dijo: Se manifestó en carne, añadió: Y fue visto por los ángeles. De modo que entonces fue visto por los ángeles, cuando se revistió de carne; pero anteriormente no lo veían así, pues su substancia era invisible para ellos.

Preguntarás: entonces ¿cómo es que Cristo dijo: No menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os aseguro que sus ángeles contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial? Yo pregunto: entonces ¿tiene Dios rostro? ¿está circunscrito al cielo? Nadie habrá tan loco que lo afirme. ¿Qué es pues lo que aquí se dice? Así como cuando afirma: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios, habla de una visión intelectual que sí nos es posible y del pensamiento referente a Dios, así también lo mismo se ha de decir de los ángeles; o sea, que ellos por su naturaleza pura y siempre despierta, no piensan ni imaginan otra cosa sino a Dios. Por esto dice: Nadie conoce al Padre sino el Hijo. Entonces ¿todos permanecemos en la ignorancia? ¡Lejos tal cosa! Sino que nadie conoce al Padre como lo conoce el Hijo. De modo que muchos, según su posibilidad, lo vieron; pero nadie vio su substancia. Del mismo modo ahora, todos conocemos a Dios, pero ninguno conoce su substancia sino solamente el nacido de El. Llama aquí conocimiento a una visión clara y comprensiva, como la que el Padre tiene del Hijo. Pues dice Cristo: Así como me conoce el Padre, también yo conozco al Padreé

Observa con qué seguridad se expresa el evangelista. Pues habiendo dicho: A Dios nadie jamás lo vio, no añade: El Hijo que lo vio nos lo ha narrado, sino que puso algo más que el solo verlo, diciendo: El cual está en el seno del Padre. Porque mucho más que ver al Padre es estar en el seno del Padre. Quien únicamente ve no tiene exacto conocimiento de la cosa que ve; pero quien está en el seno, nada puede ignorar. De modo que cuando oyes: Nadie conoce al Padre, sino el Hijo, no vayas a decir: Ve más que los otros, pero no lo ve íntegro. Por tal motivo el evangelista dijo que se halla en el seno del Padre. Y Cristo dice que lo conoce tanto como el Padre conoce al Hijo.

Al que contradiga pregúntale: ¿El Padre conoce al Hijo? Si no está loco te responderá que sí. Continuemos preguntándole: ¿Lo conoce y ve con exacta visión y conocimiento y conoce lo que es su substancia? También esto lo confesará, si no está loco. Pues deduce de aquí el exacto conocimiento que el Hijo tiene del Padre. Porque El dijo: Como me conoce el Padre así también yo conozco al Padre; y luego: A Dios nadie lo ha visto, sino el que viene de Dios. De modo que, como ya dije, este es el motivo de que el evangelista haga mención del seno del Padre, declarándonos todo con sola esta palabra, y que hay entre el Padre y el Hijo gran parentesco de substancia entre ambos, es decir unicidad; puesto que de ambas partes es igual el conocimiento, es igual también el poder.

Ciertamente el Padre no puede tener en su seno una substancia ajena; ni tampoco el Hijo, si fuera de diversa substancia y siervo y uno de tantos otros, se atrevería a estar en el seno del Padre. Porque esto es propio únicamente del Hijo verdadero: que tenga plena cabida con su Padre y no sea menos que El. ¿Quieres ahora conocer su eternidad? Oye lo que del Padre afirma Moisés. Como éste preguntara a Dios lo que podría responder a los egipcios cuando lo interrogaran acerca de quién lo había enviado, se le ordenó que dijera: El que es me ha enviado. Ahora bien, esa expresión -El que es- significa el que existe siempre, y que verdaderamente y propiamente existe sin tener principio. Es lo mismo que significa la otra: En el principio existía; es decir que él existe siempre. De manera que Juan usó aquí de semejante sentencia para declarar que el Hijo existe en el seno del Padre sin principio y ab aeterno.

Y para que no a causa de la homonimia pensaras ser El uno de los muchos que son hijos de Dios por la gracia, le pone Juan el artículo que lo distinga de los que son hijos por gracia. Pero si esto no te satisface, y todavía caminas inclinado a la tierra y pensando al modo terreno, oye otro nombre más propio del Hijo: es el Unigénito, Y si aún te empeñas en mirar al suelo, no dudaré en proferir acerca de Dios una palabra humana, o sea, el seno, con tal de que no por eso pienses al modo humano.

¿Has observado la benignidad y providencia del Señor Dios? Se apropia la palabra humana indigna de El, para que a lo menos por este camino veas y pienses algo supraterreno. Pero tú ¿aún te arrastras por la tierra? Dime: ¿por qué aquí se hace mención del seno, que es palabra tosca y carnal? ¿Es acaso para que pensemos ser Dios un cuerpo? Responderás que de ninguna manera. ¿Por qué? Porque si por esta palabra no se demuestra que es verdadero Hijo, ni tampoco que Dios es incorpóreo, en vano se ha usado. Entonces: ¿por qué se usó? pues no desistiré de mi pregunta. ¿Acaso no queda manifiesto que no por otro motivo se usó sino para que deduzcamos de ella no otra cosa sino que el Hijo es verdadero Unigénito y que es coeterno con el Padre? Continúa el evangelista: El es quien lo ha dado a conocer. ¿Qué dio a conocer? Que a Dios nadie jamás lo vio. Dios es único. Pero esto tanto los demás profetas como Moisés frecuentísimamente lo proclaman: El Señor Dios tuyo es único Señor. E Isaías: Antes de Mí no ha existido otro Dios, y después de Mí no lo hay.

¿Qué otra cosa hemos conocido por el Hijo, que existe en el seno del Padre? ¿Qué otra cosa de parte del que es Unigénito? En primer lugar que todo esto lo es por operación del Padre. En segundo lugar, hemos recibido una doctrina más clara con mucho y hemos conocido que Dios es Espíritu, y que quienes lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad. En tercer lugar, que es imposible ver a Dios y que nadie lo conoce sino el Hijo; y que es Padre del verdadero Unigénito, y todo lo demás que de El se ha dicho.

La expresión: Lo ha dado a conocer, trae una más clara y abierta enseñanza que entregó El no sólo a los judíos, sino al orbe todo y la perfeccionó. Por cierto que a los profetas ni siquiera todos los judíos les hacían caso; pero al Unigénito de Dios, todo el orbe cedió y le dio fe. De manera que aquí ese dar a conocer significa evidencia en la doctrina; y por esto se llama Verbo y también Ángel del gran consejo. Y pues nos ha dado una doctrina más amplia y más perfecta, habiéndonos hablado en estos últimos tiempos no ya por los profetas, sino por su propio Hijo, instituyamos un modo de vivir mucho más excelente y que sea digno de semejantes honores.

Sería absurdo que habiéndose El abatido en tan gran manera que quiera hablarnos no ya por medio de sus siervos, sino por Sí mismo, no correspondamos por nuestra parte mostrándonos mayores y mejores que aquellos antiguos. Tuvieron ellos como maestro a Moisés; nosotros tenemos al Señor de Moisés. Demostremos, pues, una virtud digna de semejante honor altísimo; una virtud tan grande que no tengamos ya nada de común con lo terreno. Para eso nos trajo del Cielo la doctrina: para que elevemos al Cielo nuestros pensamientos y seamos imitadores, según nuestras fuerzas, de semejante Maestro. Preguntarás: ¿cómo podemos ser imitadores de Cristo? Haciéndolo todo para común utilidad, sin buscar nuestro propio interés. Puesto que: Cristo no buscó complacerse a Sí mismo, sino que como está escrito: Los ultrajes de los que te ultrajan cayeron sobre mí.

En consecuencia, que nadie busque su propio interés, pues en verdad cada cual busca ciertamente su propio interés si procura el del prójimo; porque los intereses del prójimo son nuestros; y somos un solo cuerpo y cada uno en particular, miembros unos de otros. No nos portemos, pues, como si estuviéramos separados. Que nadie diga: fulano no es amigo mío, no es mi pariente, no es mi vecino, nada me liga con él. ¿Cómo me le acercaré? ¿Qué le voy a decir? Aunque no sea tu pariente, aunque no sea tu amigo, pero es un hombre de tu misma naturaleza y tiene el mismo Señor, es tu consiervo, tu compañero de habitación, pues vive en tu mismo mundo.

Y si tiene la misma fe, se ha hecho miembro tuyo. ¿Qué amistad es capaz de operar una unión tan íntima como el parentesco en la fe? Nosotros no debemos demostrar una unión como la que hay entre amigo y amigo, sino la que hay entre un miembro y otro. No encontrarás un género de unión más íntimo que el de esta amistad y parentesco. Así como no puedes decir del amigo: ¿qué lazos de familia y qué parentesco me unen a él? pues sería ridículo, así tampoco puedes decirlo de tu hermano en la fe; pues dice Pablo: Todos hemos sido bautizados para formar un solo cuerpo. ¿Para qué un solo cuerpo? Para que no nos separemos, sino que mediante un mutuo parentesco y amistad, conservemos el modo de ser de un cuerpo solo. No despreciemos al prójimo para que no nos despreciemos a nosotros mismos. Pues dice la Escritura: Nadie aborrece su propia carne; sino que la nutre y cuida.

Nos dio Dios este mundo como casa común y todo lo distribuyó por parejo; y encendió para todos un mismo sol; y extendió sobre nosotros un mismo techo que es el cielo; y nos preparó una mesa común que es la tierra; y nos propiorcionó otra mesa mucho más amplia que ésa, pero que es única, como lo saben los que participan de los divinos misterios. Y nos dio un mismo modo único de generación espiritual a todos; y todos tenemos una patria común que es el cielo; y todos participamos de un mismo cáliz. No se da al rico más, ni algo más precioso; no se da al pobre menos ni cosa de menor precio. El Señor a todos ha llamado igualmente y les ha entregado los dones así espirituales como corporales.

Entonces: ¿de dónde proviene tan gran desigualdad en el modo de vivir? De la avaricia, de la arrogancia. Os ruego, hermanos, que en adelante no se proceda así, pues las cosas comunes y necesarias nos unen a todos. No nos dejemos arrastrar por lo terreno y por las cosas de nonada; como son, digo, las riquezas, la pobreza, los parentescos corporales, el odio, la amistad. Todo eso es sombra y aún más vil que la sombra para quienes están unidos por la caridad del Cielo. Guardemos sin quiebra este vínculo y no podrán los espíritus malignos introducir entre nosotros nada malo y tal que rompa esta unidad. Ojalá podamos todos lograrla, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.





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