Crisostomo Ev. Juan 20

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HOMILÍA XX (XIX)

Al día siguiente quiso partir para Galilea. Encontró a Felipe y le dice: Sigúeme. Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro (Jn 1,43-44).

A QUIEN solícitamente busca, siempre le queda algo, dice el proverbio. Por su parte Cristo afirma algo más, pues dice: El que busca encuentra? Por tal motivo podemos admirarnos de por qué Felipe siguió a Cristo. Andrés lo siguió por haber oído al Bautista; Pedro después de haber oído a Andrés; pero Felipe, no sabiendo antes nada de Cristo, solamente porque Cristo le dijo: Sigúeme, al punto obedeció; y ya no se apartó sino que se convirtió en predicador para otros. Pues corrió hacia Natanael y le dijo: Hemos dado con aquel de quien escribieron Moisés y los profetas. Observa cuán vigilante anduvo y con cuánta frecuencia meditaba los escritos de Moisés y de los profetas; y cómo esperaba la venida de Cristo. Porque esa expresión: Hemos dado con, es propia de quien continuamente busca.

Al día siguiente salió Jesús hacia Galilea. No llama a nadie antes de que ya algunos espontáneamente lo hayan seguido. Y no lo hizo sin motivo, sino con suma prudencia y sabiduría. Si sin que nadie lo siguiera espontáneamente El se hubiera adelantado a atraerlos, quizá luego se le hubieran apartado; pero una vez que voluntariamente escogieron seguirlo, luego permanecieron firmes. En cambio a Felipe lo llama El porque le era más conocido, pues era nacido y educado en Galilea. Tomó, pues, Jesús a sus discípulos e inmediatamente se lanzó a la caza de los demás. Y atrajo a Felipe y a Natanael. Esto quizá no sea tan admirable, pues la fama de Jesús había ya volado. Lo admirable es que Pedro, Santiago y Felipe lo hayan seguido, no sólo porque creyeron antes de ver los milagros, sino también porque eran originarios de Galilea, de donde no salía ningún profeta ni cosa alguna buena; porque los galileos eran gente rústica, agreste y ruda.

Pero precisamente en esto demuestra Cristo su poder: en que de esa tierra que ningún fruto producía, sacó El lo más selecto de sus discípulos. Es verosímil que Felipe, por haber visto a Pedro y haber oído al Bautista, haya seguido a Jesús. También se hace creíble que la voz de Jesús haya operado algo en su interior, pues Cristo conocía quiénes serían luego idóneos apóstoles. Pero el evangelista todo lo narra tomando tan sólo de aquí y de allá algunos rasgos. Sabía él que Cristo había de venir, pero ignoraba que Jesús fuera el Cristo; cosa que, según mi parecer, oyó luego de Pedro o del Bautista. Y el evangelista menciona su patria para que veas cómo Dios eligió lo débil del mundo.

Encontró Felipe a Natanael y le dice: Hemos dado con Aquel de quien escribieron Moisés y los profetas: Jesús el hijo de José de Nazaret. Todo esto le dijo para ganar su fe en lo que le predicaba; o sea, por lo que Moisés y los profetas habían dicho, y para hacer por este medio que el oyente se tornara respetuoso. Porque Natanael era hombre entendido y además empeñoso buscador de la verdad, como luego lo testificó Cristo acerca de él y los hechos lo comprobaron. Por eso razonablemente Felipe lo remitió a Moisés y a los profetas, de modo que por aquí aceptara al que le anunciaba. Y no te conturbe el que lo llame hijo de José, pues aún era tenido Jesús como hijo de José.

Pero, oh Felipe: ¿de dónde consta que ese que dices es el Mesías? ¿qué señal nos das? Pues no basta con afirmarlo. ¿Qué milagro has visto? ¿qué prodigio? No se puede dar fe a cosas tan altas como dices sin incurrir en peligro. ¿Qué argumento tienes? Responde: El mismo que tuvo Andrés. Porque éste, no pudiendo por sí declarar el tesoro que había encontrado, ni teniendo palabras para ello, fue a encontrar a su hermano y lo condujo a Jesús. Del mismo modo Felipe no le dice a Natanael por qué es Jesús el Cristo, ni cómo lo anunciaron los profetas; sino lo que hace es conducirlo a Jesús, teniendo por cierto que, una vez que gustara sus palabras y su doctrina, ya no se le apartaría.

Y Natanael le respondió: ¿Puede de Nazaret salir algo bueno? Dícele Felipe: Ven y ve. Vio Jesús a Natanael que se le acercaba, y dijo refiriéndose a él: He aquí un auténtico israelita, en el cual no hay doblez. Jesús lo alaba y lo admira por haber dicho Natanael: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Parece que mejor lo había de reprender. Pero no ¡de ninguna manera! Porque tales palabras no eran de incrédulo ni dignas de reproche, sino de alabanza. ¿Cómo y en qué manera? Porque significan que él estaba más versado en las Escrituras que Felipe. Había oído de las Escrituras que el Cristo nacería en Belén, en la villa de David. Esa fama corría entre los judíos y antiguamente el profeta lo había predicho con estas palabras: Mas tú, Belén-Efrata, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me nacerá aquel que ha de dominar en Israel?

Tal fue la razón de que al oír que Jesús era de Nazaret, Natanael se turbara y dudara, pues veía que las palabras de Felipe no concordaban con la predicción del profeta. Pero advierte en su misma duda la prudencia y modestia. Pues no respondió al punto: ¡Oh Felipe! tú te engañas, tú mientes, no lo creo, no iré a ese Jesús. Yo he aprendido de los profetas que el Cristo vendrá de Belén y tú dices que este Jesús viene de Nazaret; luego no es éste el Cristo. Nada de eso dijo, sino ¿qué hizo? También él fue a Cristo. El no admitir que el Cristo viniera de Nazaret demuestra su exacto conocimiento de las Escrituras y también la rectitud de sus costumbres, que no estaban dañadas por el dolo. El que no rechace a quien aquella noticia le comunicaba, manifiesta el gran deseo que tenía de la venida de Cristo. Pensaba que Felipe podía haberse equivocado acerca del sitio del nacimiento de Jesús.

Advierte además la forma tan moderada con que se niega a dar crédito, y cómo luego investiga y pregunta. Porque no dijo: Galilea nada bueno puede dar; sino ¿qué? ¿cómo se expresó?: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? También Felipe era muy prudente. Por tal motivo no se indigna con la contradicción ni la lleva a mal, sino que únicamente persiste en conducir a Cristo a Natanael; y ya desde un principio manifiesta una constancia de apóstol. Por esto dice Cristo: He aquí un auténtico israelita en el cual no hay doblez. Como si dijera: Puede un israelita ser mendaz, pero éste no lo es, pues su juicio no sufre acepción de personas y nada dice por ganar favor o movido por el odio.

También los judíos interrogados acerca de dónde nacería el Cristo, respondieron: En Belén, y alegaron el mismo testimonio: Y tú, Belén, de ningún modo eres la más pequeña entre los jefes de Judá. Ellos dieron este testimonio antes de ver a Jesús; pero una vez que lo hubieron visto, movidos de envidia callaron el testimonio diciendo: Pero éste no sabemos de dónde esA No procedió así Natanael, sino que conservó la opinión que de Jesús tenía al principio, o sea, que no era de Nazaret. Preguntarás: entonces ¿por qué los profetas lo llaman Nazareno? Porque en Nazaret fue educado y allá vivió.

Por su parte Cristo no le dice al punto: Yo no soy de Nazaret, como te dijo Felipe, sino de Belén. No se lo dijo para no ponerlo desde luego en dudas. Por lo demás, aun cuando así se lo hubiera persuadido, ese solo indicio no era suficiente de que Jesús fuera el Cristo. Puesto que ¿qué impedía no ser el Cristo, aun habiendo nacido en Belén? Muchísimos había nacidos en Belén. Por esto omite semejante afirmación y pasa a lo que mejor podía atraer a la fe a Natanael, declarándole haber estado El presente cuando él y Felipe conversaban. Y así, como Natanael le dijera: ¿De dónde me conoces? Le contestó Cristo: Antes de que te llamara Felipe, cuando estabas debajo de la higuera, yo te vi. Observa a este hombre constante y lleno de firmeza. Cuando Cristo le dijo: He aquí un auténtico israelita, no se ablandó con aquella alabanza, no se dejó ganar por el encomio, sino que persistió en inquirir y explorar el asunto con mayor exactitud, anhelando saber algo más con claridad.

Natanael, como hombre que es, inquiere; Jesús, como Dios que es, le contesta: Ya te vi anteriormente. Como Dios, ya conocía de antemano la moderación de costumbres de Natanael, aunque no como hombre que le hubiera seguido los pasos. Ahora le dice: Yo te vi debajo de la higuera, cuando nadie estaba presente, sino sólo Felipe. Cuando ahí apartados platicaban acerca de Cristo. Por tal motivo dice el evangelista: Viendo Jesús a Natanael, que se le acercaba, dijo: He aquí un auténtico israelita; para subrayar que antes de que Felipe llegara, Cristo pronunció estas palabras; de manera que su testimonio quedara libre de toda sospecha. Por lo cual Cristo señaló el tiempo y el sitio y el árbol. Si solamente hubiera dicho: Antes de que Felipe viniera yo te había visto, la cosa podía caer en sospecha como si él hubiera enviado a Felipe, y no habría nada de extraordinario ni grande en eso. Ahora, en cambio, con decir el lugar en que hablaba Felipe con Natanael y la clase de árbol y el tiempo de la conversación, no queda ya duda alguna acerca de la profecía hecha.

Pero además de este medio también por otro lo instruye, trayéndole a la memoria las cosas que entonces conversaba con Felipe, o sea: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Con esto sobre todo se lo ganó, pues no le echó en cara el haberse expresado de esa manera, sino que, al revés, lo alabó y admiró. Así que Natanael también por aquí conoció que Jesús verdaderamente era el Cristo: además de la profecía, por el exacto conocimiento de lo que él había dicho, pues con esto manifestaba que El conocía los pensamientos. Añadíase que Cristo no reprendía, sino alababa lo que él allá en su interior habíase dicho. Le advirtió Cristo que Felipe lo había llamado, pero guardó silencio sobre lo que habían hablado, dejándolo a su conciencia y no tratando de convencerlo.

Pero ¿acaso vio a Natanael solamente al tiempo en que Felipe lo llamaba? ¿Acaso antes no lo había visto con aquel Ojo insomne? Lo había visto certísimamente, y nadie hay que de esto dude; pero en esta ocasión solamente dijo lo que era necesario decir. Y ¿qué hace Natanael, tras de haber recibido una señal tan indudable de la presciencia de Cristo? Confiesa inmediatamente. Manifiesta, con su duda anterior, la exactitud de sus conocimientos y luego por el asentimiento su honradez. Pues dice el evangelio que respondió y dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. ¿Observas cómo esta alma salta de gozo y abraza en cierto modo a Jesús con los brazos de sus palabras? Como si le dijera: Tú eres el anhelado, el esperado. ¿Adviertes cómo este hombre extasiado por el gozo, admira y salta de alegría y da brincos de regocijo?

Conviene que también nosotros, del mismo modo, nos alegremos por el conocimiento que se nos ha dado del Hijo de Dios. Digo que nos regocijemos no únicamente con el pensamiento, sino que mostremos nuestra alegría con las obras. ¿Qué es lo propio de quienes se gozan? Obedecer al que han conocido. Y lo propio de los que han creído es hacer la voluntad de aquel en quien han creído. Pero, si hemos de hacer lo que le mueve a ira ¿cómo mostraremos por ese camino que nos alegramos? Cuando alguno recibe en su casa a un amigo ¿no habéis visto cómo en todo procede gozoso, yendo y viniendo a todos lados, no perdonando cosa alguna, aun cuando le sea necesario derrochar todos sus haberes? Y todo lo lleva a cabo con el fin de agradar a su amigo.

En cambio, si no obedeciera cuando el amigo lo llama ni le diera gusto en todo, aun cuando infinitas veces le repitiera que se alegra de su venida, el hospedado no lo creería, y con razón, puesto que el regocijo hay que demostrarlo en las obras. Ahora bien: Cristo ha venido a nosotros. Demostrémosle que nos alegramos y no hagamos cosa alguna que provoque su ira. Adornemos la casa a donde ha venido. Esto es propio de quienes se alegran. Pongámosle para su alimento lo que a El más agrada. Esto es propio de quienes se regocijan. ¿Cuál es ese alimento? El mismo lo dice: Mi alimento es hacer la voluntad del que me enviad Démosle de comer como a hambriento; démosle de beber como a sediento. Aun cuando sólo le des un vaso de agua fresca, lo recibirá, porque te ama; y los dones de un amigo, aunque sean pequeños y escasos, al otro amigo le parecen grandes.

No seas tú el único desidioso. Aunque solamente le entregues dos óbolos, no volverá la espalda, sino que los recibirá como si fueran grandes riquezas. Como de nada necesita, y eso mismo que le das no le es necesario, con razón no atiende a la grandeza del don, sino a la voluntad del donante. Basta con que le demuestres cuando llega que lo amas y que haces por él cuanto puedes y que te gozas de que esté presente. Observa el cariño que te tiene. Por ti vino; por ti dio su vida; y tras de tan grandes beneficios, todavía no rehúsa el ponerse a rogarte. Pues dice Pablo: Traemos un mensaje en nombre de Cristo, cual si Dios os exhortara por medio de nosotros. Como si dijera: ¿Hay alguno tan loco que no ame a su Señor? Pues yo a mi vez lo repito, y pienso que cada uno de nosotros no siente de diferente modo, por lo menos en el pensamiento y en las palabras.

Pero el que es amado no quiere que se le muestre el amor en solas palabras, sino además con las obras. Si nos reducimos a meras palabras y no procedemos como suelen los que aman, será cosa ridícula no sólo ante Dios, sino también ante los hombres. ¿Cómo confesaremos el amor con simples palabras y en los hechos procederemos al contrario? Resultará eso inútil y además dañoso. Os ruego que confesemos nuestro amor a Jesús por las obras, para que El a su vez nos confiese y conozca en aquel último día, cuando declare ante el Padre quiénes son dignos del reino de los cielos, en Cristo Jesús, el Señor nuestro, con el cual y por el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILÍA XXI (XX)

Respondió Natanael: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús repuso: ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores que éstas verás (Jn 1,49-50).

MUCHA DILIGENCIA nos es necesaria, carísimos, y mucho desvelo para poder penetrar lo profundo de las Escrituras. Porque no es cosa sencilla ni propia de gente que dormita encontrar su sentido; sino que es menester un cuidadoso examen y continuas oraciones para lograr penetrar siquiera un poquito en esos sagrados arcanos. Pues también hoy se nos propone una no pequeña cuestión que dilucidar; y tal que necesita mucha diligencia y grande investigación.

Cuando Natanael dice: Tú eres el Hijo de Dios, Cristo le responde: ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores verás. ¿Qué es lo que se investiga acerca de tales palabras? ¿Por qué razón Pedro fue proclamado bienaventurado por haber confesado de Jesús: Tú eres el Hijo de Dios; y esto después de tantos milagros y de haber escuchado tan largas enseñanzas; como a quien el Padre lo ha revelado; mientras que Natanael, quien antes de ninguna enseñanza, antes de ningunos milagros, confesando eso mismo, no escuchó la misma alabanza, sino que, como si apenas hubiera dicho lo que es necesario, se le remite a cosas mayores? ¿Cuál es el motivo?

La razón es que aunque Pedro y Natanael pronunciaron las mismas palabras, pero no las dijeron con el mismo sentido. Pedro confesó a Cristo Hijo de Dios, pero como verdadero Dios; Natanael lo confesó, pero como a simple y puro hombre. ¿Cómo nos queda esto claro? Por lo que sigue. Pues en cuanto dijo: Tú eres el Hijo de Dios, añadió: Tú eres el Rey de Israel. Pero el Hijo de Dios no es Rey únicamente de Israel, sino de todo el orbe. Por lo demás no solamente queda claro por esto, sino por lo que continúa. A Pedro nada le dijo Cristo, sino que como a quien ya tiene la fe perfecta, le anuncia que sobre su confesión edificará su Iglesia. En cambio, en el caso de Natanael no procede así, sino que puedes observar todo lo contrario. Pues como si a su confesión le faltara algo, Jesús añadió lo demás.

¿Qué es lo que le dice?: En verdad, en verdad te digo que veréis los cielos abiertos y a los ángeles de Dios subir y bajar al servicio del Hijo del hombre. ¿Ves cómo poco a poco lo levanta de lo terreno y lo lleva a no imaginarse un Cristo simple hombre? Porque uno a quien sirven los ángeles y sobre el cual los ángeles ascienden y descienden ¿cómo puede ser un simple hombre? Por eso le dijo Jesús: Verás cosas mayores que éstas. Y para explicarlo, trajo al medio el servicio de los ángeles, como si dijera: ¿Esto te parece grande, oh Natanael; y por esto me has confesado como Rey de Israel? Pues ¿qué dirás cuando veas que los ángeles ascienden y descienden hacia mí? De este modo le persuadía que lo confesara como Señor de los ángeles; puesto que ellos descendían y ascendían como ministros y servidores regios al auténtico Hijo del Rey; como lo hicieran en tiempo de la crucifixión y al tiempo de la resurrección y también antes, cuando en el desierto se le acercaron y le servían; y cuando anunciaron su natividad clamando: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz; y cuando se acercaron a la Virgen María en la Anunciación y a José más tarde.

Procede ahora Jesús como muchas veces procedió: predice dos cosas, dando al punto la demostración de una; y por medio de ésta confirmando la otra. Unas cosas ya quedaban demostradas por lo que antes se dijo, como lo que sucedió antes de la vocación de Felipe, o sea: Te vi debajo de la higuera; otras eran futuras, de las cuales unas ya se habían realizado en parte, como era el subir y descender los ángeles; otras se realizaron luego, como en la cruz, en la resurrección, en la Ascensión. A éstas las hace creíbles antes de que se realicen, mediante las ya realizadas. Ciertamente, quien ya conoció el poder de Cristo en las cosas pasadas, más fácilmente aceptará las futuras si oye que se le anuncian.

¿Qué hace Natanael? Nada respondió. Por lo mismo también Cristo aquí terminó, dejándolo que meditara lo dicho y no queriendo declararle todo al punto. Una vez arrojada en tierra buena la semilla, deja que ésta, mediando el tiempo tranquilo, dé su fruto. Así lo declaró en otra ocasión diciendo: Es semejante el reino de los cielos a un hombre que sembró buena simiente. Mas sucedió que mientras dormía, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo.

Al tercer día tuvo lugar una boda en Cana de Galilea y fue invitado Jesús a la boda. Y la Madre de Jesús y los hermanos de éste, estaban ahí. Ya dije que Jesús era más conocido en Galilea; por esto lo invitan a la boda y El acude. No miraba a su propia dignidad, sino que estaba siempre dispuesto en beneficio nuestro. Porque no desdeñó tomar la forma de siervo; mucho menos iba a desdeñarse de tomar parte en la boda de los siervos. Quien conversaba y convivía con los publícanos y los pecadores, no iba a rehusar sentarse a la mesa con los invitados a la boda. Los que lo habían invitado no tenían de El la debida opinión; de manera que no lo invitaban como si se tratara de un gran personaje, sino como si se tratara de un hombre cualquiera del pueblo, conocido de ellos. Así lo dejó entender el evangelista al decir: Estaban ahí su Madre y sus hermanos; pues como a ella y a sus hermanos, habían invitado también a Jesús.

Y como se acabara el vino, la Madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Justo es preguntar en este punto de dónde le vino a María el pensar cosas grandes acerca de su Hijo, puesto que éste aún no había hecho ningún milagro. Porque dice el evangelista: Con éste inició Jesús sus milagros en Cana de Galilea. Y si alguno dijere que no es éste suficiente argumento de haber sido aquél el primer milagro de Cristo, puesto que el evangelista añade: en Cana de Galilea, como si fuera el primero en esa ciudad, pero no absolutamente el primero; y que es verosímil que haya hecho otros en otras partes, le responderemos con lo que ya dijimos antes. ¿Qué fue lo que dijimos? Lo que proclamó el Bautista. Yo no lo conocía; pero vine con mi bautismo de agua a preparar su manifestación en Israel.

Si Jesús hubiera hecho milagros en sus primeros años, los israelitas no habrían tenido necesidad de que otro se lo manifestara. Puesto que quien llegado a la edad varonil fue tan celebrado en Judea y aun en Siria y aún más lejos; y esto en el lapso de tres años solamente; y ni siquiera necesitó su fama de esos tres años para esparcirse, sino que inmediatamente se divulgó por todas partes; pues quien, repito, en tan breve tiempo así se tornó esclarecido por sus milagros que su nombre llegó a ser conocido de todos, con mucha mayor razón, si desde niño hubiera hecho mliagros, no habría quedado oculto por tan largo tiempo; tanto más cuanto que sus milagros hechos en la niñez habrían causado mayor admiración, sobre todo habiendo ya transcurrido el doble y aun el triple del tiempo.

No, siendo niño Cristo no hizo sino lo que Lucas refiere: que siendo de doce años se sentó entre los doctores de la ley oyéndolos y admirándolos por sus propias preguntas. Por lo demás muy razonablemente no comenzó a hacer milagros en su edad de niño. Pues los hombres habrían pensado ser aquéllos pura fantasmagoría. Si cuando ya era todo un hombre, muchos así lo llegaron a sospechar de El, con mayor razón habrían pensado y creído eso si hubiera hecho milagros siendo excesivamente joven; y además, movidos de envidia más pronto y antes del tiempo prefijado lo habrían llevado a la cruz; y las otras cosas tocantes a la redención no habrían merecido fe.

Preguntarás: ¿de dónde, pues, le vino a María el pensar acerca de El cosas grandes? Es que ya había comenzado a manifestarse, tanto por el testimonio del Bautista, como por lo que El mismo había dicho a los discípulos. Y antes que todo, por el modo maravilloso de su concepción y los sucesos acaecidos cuando su nacimiento, su Madre tenía de El suma estimación. Pues dice un evangelista que ella oyó todo lo referente a su niño: Y lo conservaba en su corazón? Instarás: pero entonces ¿por qué nada dijo anteriormente? Porque como ya dije, fue entonces cuando comenzó Jesús a manifestarse y salir al público. Antes vivía como uno cualquiera del vulgo, por lo cual su Madre no se atrevía a decirle ni pedirle cosas como ahora lo hace en la boda.

Cuando ella supo que el Bautista había venido por causa de Jesús y había dado acerca de El un testimonio tal que comenzaba ya a tener discípulos, entonces confiadamente le suplica; y como faltara el vino, le dice: No tienen vino. Quería hacer a los esposos un beneficio; y también ella misma hacerse más brillante por medio de su Hijo. Y aun quizá tuvo algún afecto al modo humano, como sucedió a los hermanos de Jesús que a éste le decían: Muéstrate al mundo,5 pues querían lograr para sí alguna gloria por los milagros de Cristo.

¿Qué nos va a mí y a ti, oh Mujer? No ha llegado mi hora todavía. Que Jesús tenía para su Madre un altísimo respeto, consta por Lucas, quien refiere en qué forma estaba Cristo sujeto a sus padres; y el mismo evangelista narra el gran cuidado que tuvo Jesús por ella estando en la cruz. En lo que los padres no impiden ni prohiben un servicio de Dios, es necesario obedecerlos; y en no hacerlo hay un grave peligro. Pero si piden de nosotros algo inoportuno en ese sentido, y nos estorban para las cosas espirituales, entonces, al contrario, es peligroso obedecerlos. Por tal motivo Jesús responde de esa manera. Y en otra ocasión dice también: ¿Quién es mi Madre y quiénes son mis hermanos? Respondió, pues, así porque aún no se tenía de El la debida opinión; y su Madre, pues lo había dado a luz, pensaba que podía ordenarle cualquier cosa, como suelen las madres; cuando al revés debería haberlo adorado y tributarle culto. Por eso respondió así.

Quiero que adviertas, en el segundo caso que acabo de mencionar, todas las circunstancias: el pueblo reunido en torno; la turba íntegra con el ánimo enclavado en El para oírlo y percibir sus enseñanzas; su Madre que se acerca por en medio de todos; cómo lo saca aparte de la reunión para hablarle a solas. Por todo esto El dijo: ¿Quién es mi Madre y quiénes mis hermanos? No lo hace por menospreciar a su Madre ¡lejos tal cosa! sino al revés: mirando por ella del mejor modo, ni permitiendo creer que El pensara de ella alguna vileza ni bajeza. Si de otros cuidaba, si ponía todos los medios para darles la opinión conveniente de sí mismo, con mucha mayor razón lo hacía respecto de su Madre. Puesto que es verosímil que ella, oyendo aquello de su Hijo, no se prestara a obedecerlo, sino que quisiera conservar su superioridad, como su Madre que era: por tal motivo le respondió así. Nunca la habría levantado Jesús a más sublime concepto de sí mismo, desde el que ella tenía, más humilde por cierto, si no fuera porque ella esperaba continuamente que El, como hijo que era, la honrara y que no llegaría a tenerlo por Señor.

Tal es el motivo porque le habló así en esta ocasión y le dijo: ¡Mujer! ¿qué nos va a mí ni a ti? También puede traerse otra razón no menos necesaria. ¿Cuál es? Para que no fuera sospechoso su milagro, pues eran los necesitados quienes debían haberle rogado y no su Madre. ¿Por qué? Porque lo que se alcanza por ruegos de parientes, aunque se trate de grandes lavores, generalmente no suele agradar tanto a los que se hallan presentes. En cambio, cuando son los mismos necesitados quienes suplican, el milagro que se verifique queda sin sospecha alguna, las alabanzas quedan limpias de otras intenciones, la utilidad subsiguiente es grande.

Un médico excelente, habiendo entrado en una casa en donde hay muchos enfermos, ve que ninguno de los enfermos ni de los presentes le ruega alguna cosa, sino solamente la mache suya, se hará sospechoso y aun molesto a los enfermos; y ni éstos, ni los que se hallan presentes esperarán de él cesas glandes. Por tal motivo Cristo increpó a su Madre diciéndole: ¡Mujer!, ¿que nos va a ti ni a Mi?, enseñándola a que en adelante, no pidiera tales cosas. Cuidaba El del honor de su Madre, pero mucho más de la salud espiritual y de los beneficios que a muchos tenía que hacer, pues por ellos había encarnado. De modo que sus palabras no eran las de quien habla con arrogancia a su Madre, sino las propias de la economía redentora; para que ella quedara enseñada y se proveyera que los milagros se verificaran de un modo digno.

Que Jesús honrara grandemente a su Madre, se puede demostrar, entre otras muchas cosas, para callar las demás, en esto mismo de que parece increparla; de manera que su indignación misma lleva consigo una gran reverencia. Cómo sea esto lo diremos en el siguiente discurso. Por tu parte, meditando en esto, cuando oigas luego a cierta mujer exclamar: Bienaventurados el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron; y a El lo oigas que responde: Antes bien, dichosos los que hacen la voluntad de mi Padre/ piensa que tales palabras se han dicho con la misma intención que aquellas otras. Pues no son una respuesta de quien rechaza a su Madre, sino de quien declara que para nada le habría aprovechado el parto, si no fuera tan virtuosa y tan fiel a Dios.

Pero si a María en nada le habría aprovechado el haber dado a luz a Cristo, si no hubiera tenido virtudes interiores, mucho menos nos aprovechará a nosotros, si nos faltan las virtudes, el tener un padre, un hermano, un hijo bueno y virtuoso, andando lejos de la virtud. Dice David: Ninguno de ellos puede redimir a su hermano, ni pagar su rescateJ No se ha de tener esperanza de salvación, después de la gracia de Dios, sino en las buenas obras. Si el parto había de aprovechar a la Virgen, también había de aprovechar a los judíos el ser según la carne parientes de Cristo; y había de aprovechar a la ciudad en que fue engendrado, y lo mismo a sus hermanos. Pero a sus hermanos, por no cuidar de sí mismos, para nada les ayudó esa dignidad, sino que juntamente con el mundo sufrirían la condenación; y sólo llegaron a ser admirables cuando brillaron por sus virtudes propias.

En cuanto a la ciudad, fue destruida e incendiada, sin que de la ciudadanía de Cristo obtuviera auxilio alguno. Y los parientes de Cristo según la carne perecieron miserablemente sin sacar provecho para su salvación de ese parentesco, por no hallarse patrocinados por virtudes propias. En cambio los apóstoles brillaron como nadie, porque se hicieron parientes de Cristo con el parentesco más deseable, que fue el de la obediencia. Vemos por aquí cuán necesaria nos es la fe junto con una vida virtuosa, que brille por las buenas obras. Solamente esto nos puede dar la salvación.

Los parientes de Cristo durante mucho tiempo fueron causa de admiración en todas partes; y se les llamó Desposynos o sea Dominicos; y sin embargo, ni siquiera conocemos sus nombres; mientras que por todas partes es ensalzado el nombre y la forma de vivir de los apóstoles. En consecuencia, no nos ensoberbezcamos a causa de la nobleza de nuestro linaje, sino que, aun cuando podamos publicar nombres de abuelos y tatarabuelos infinitos e ilustres, lo que debemos hacer es esforzarnos en superar la virtud de ellos, sabiendo que en el juicio futuro nada ganaremos con las virtudes ajenas; y que, por el contrario, nos originarán un juicio más riguroso. Puesto que nosotros, nacidos de virtuosos padres y teniendo en nuestra casa excelentes ejemplos, ni aun así imitamos a nuestros maestros.

Digo esto, porque veo que muchos gentiles, cuando los exhortamos para que abracen la fe y el cristianismo, se refugian en sus abuelos y parientes, y dicen: Todos mis parientes, familiares y compañeros ya son cristianos. ¡Mísero, infeliz! ¿De qué te sirve eso? En daño tuyo se convierte eso de que ni siquiera honres a tus compañeros, corriendo a ejercitar la virtud. Otros, cristianos ya, pero desidiosos, cuando se les incita a la virtud, responden lo mismo: Mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo fueron piadosos y virtuosos. Pues eso mismo te condenará sobre todo: el que te portes de un modo indigno de tus padres y de tu linaje. Oye lo que dice el profeta a los judíos: Sirvió Israel por una mujer; por una mujer guardó rebaños. Y Cristo dice: Abrahán vuestro padre se enardeció por ver mi día y lo vio y se gozó. S Y por todas partes las Sagradas Escrituras sacan al medio las virtudes de los abuelos, pero no para alabanza, sino para más grave acusación.

Sabiendo esto también nosotros, pongamos todos los medios para conseguir nuestra salvación, con nuestras propias buenas obras, sin fincar la esperanza en las de otros, no sea que allá al fin caigamos en la cuenta de habernos engañado, cuando semejante conocimiento ya no nos sea útil. Pues dice la Escritura: En el seol ¿quién te puede alabar? Hagamos ahora penitencia, para que alcancemos los bienes eternos. Ojalá nos acontezca a todos conseguirlos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sean al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILÍA XXII (XXI)

¡Mujer! ¿qué nos va a mí ya ti? No ha llegado mi hora todavía (Jn 2,4).

HAY UN cierto trabajo en predicar, como lo testifica Pablo con estas palabras: A los presbíteros que gobiernan loablemente, otórgueseles doble honor, mayormente a los que se afanan en la predicación y en la enseñanza. Pero está en vuestra mano el volver ligero semejante trabajo o bien gravoso. Si rechazáis lo que se os dice, o bien sin rechazarlo no mostráis el fruto por las obras, el trabajo nos será gravoso, pues trabajamos en vano; pero si ponéis atención y luego lleváis a las obras lo que se os dice, entonces ni siquiera sentiremos la fatiga; puesto que el fruto logrado mediante el trabajo, no permitirá que el trabajo parezca pesado. De modo que si queréis despertar nuestro empeño y no apagarlo ni disminuirlo, os ruego que nos mostréis el fruto; pues viendo en su frescor las sementeras, apoyados en la esperanza de que todo irá bien, y echando cuentas sobre nuestras riquezas, no desfalleceremos en tan propicia negociación.

No es pequeña la cuestión que ahora se nos propone. Pues como dijera la Madre de Jesús: No tiene vino; y Jesús le respondiera: ¡Mujer! ¿qué nos va a ti y a mí? No ha llegado mi hora todavía; como Cristo, repito, le respondiera de ese modo, sin embargo hizo lo que su Madre quería. Cuestión es esta de no menor importancia que la anterior. Así pues, una vez que hayamos invocado al que operó el milagro, nos apresuraremos a dar la solución… No es éste el único pasaje en que se hace mención de la hora de Cristo. El mismo evangelista más adelante dice: No pudieron aprehender a Jesús porque aún no había llegado su hora. Y también: Nadie puso en El las manos porque aún no había llegado su hora. Y también: Ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo. Esto que se dijo y se repitió a lo largo de todo el evangelio, lo he reunido aquí para dar a todas esas expresiones una solución única.

¿Cuál es esa solución? No estaba Cristo sujeto a la sucesión de tiempos, ni lo decía porque hubiera observado las horas y así poder decir: Aún no ha llegado mi hora. ¿Tenía por ventura que andar observando eso el que es Creador de todos los tiempos, Artífice de los años y de los siglos? Lo que con semejante expresión quiere significar es lo siguiente: que El todo lo hace en el momento que conviene; y que no hace todo a la vez; porque se seguiría una perturbación del orden de las cosas, si no hiciera cada cosa a su tiempo oportuno, sino mezclando unas con otras, generación, resurrección y juicio.

Atiende en este punto. Convino proceder a la creación, pero no crear todo a la vez: hombre y mujer, pero no ambos a la vez. Convino castigar con la muerte al género humano y también que hubiera resurrección; pero con gran intervalo de tiempo entre ambas. Convino dar la Ley, pero no juntamente el tiempo de la gloria, sino disponiendo cada una de esas cosas a su propio tiempo. De modo que Cristo no estaba sujeto a la necesidad de los tiempos, puesto que él mismo había señalado su orden, pues era el Creador. Y sin embargo aquí Juan presenta a Cristo diciendo: Mi hora no ha llegado todavía. Quiso decir que El aún no era conocido de muchos, ni tenía aún completo el grupo de sus discípulos. Lo seguían Andrés y Felipe, pero ninguno de los otros.

Más aún: éstos mismos no lo conocían todavía como se le debía conocer, ni aun su Madre, ni aun sus hermanos. Puesto que tras de muchos milagros asegura de sus hermanos el evangelista: Porque ni sus parientes creían en él. Tampoco lo conocían los que estaban presentes a las bodas; de lo contrario, se le habrían acercado y suplicado en aquella ocasión y necesidad. Tal es el motivo por el que Jesús afirma: No ha llegado mi hora todavía. Como si dijera: Aún no soy conocido de los presentes, y ellos ni siquiera saben que falta el vino y ya se acabó. Espera a que sientan la necesidad. Más aún: ni siquiera sería conveniente que yo escuchara tu súplica. Eres mi Madre y vas a volver sospechoso el milagro. Convenía que fueran ellos, los necesitados, quienes se me acercaran y pidieran; y esto, no porque yo lo necesite, sino para que de este modo ellos recibieran con grande gusto el milagro obrado. Quien conoce que está necesitado, cuando logra lo que pide queda sumamente agradecido; pero aquel que aún no se da cuenta de su necesidad, tampoco dará al beneficio que recibe el peso que tiene.

Preguntarás: ¿por qué, habiendo dicho: Mi hora no ha llegado aún y habiéndose negado a obrar el milagro, sin embargo luego llevó a cabo lo que su Madre le había pedido? Fue para demostrar a quienes piensan que estaba sujeto a horas y tiempos, que no lo estaba. Si hubiera estado así sujeto ¿cómo habría podido convenientemente llevar a cabo un milagro cuya hora aún no había llegado? También lo hizo para honrar a su Madre, a fin de no parecer que en absoluto la rechazaba; y además para que no pareciera que por debilidad y falta de poder no lo hacía; y para no ruborizar a su Madre en presencia de tan grande concurso, pues ella le había presentado ya a los sirvientes. Igual procedió con la mujer cananea. Habiéndole dicho: No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los cachorros, sin embargo luego le concedió todo, movido de la constancia de la mujer. También había dicho en esa ocasión: Sólo he sido enviado a las ovejas que perecieron de la casa de Israel,8 y sin embargo, tras de haberlo dicho, libró del demonio a la hija.

Aprendemos de aquí que nosotros, aun cuando seamos indignos, con frecuencia nos volvemos dignos de recibir los beneficios, mediante la constancia. Por tal motivo la Madre de Jesús esperó y prudentemente movió a los sirvientes a fin de que fueran muchos los que rogaran a Jesús. Y así continuó diciendo: Haced cuanto os dijere. Sabía ella que El no se había negado por impotencia, sino porque rehuía la fastuosidad y así no quería sin más ni más proceder a obrar un milagro. Por tal motivo ella le llevó los sirvientes.

Había ahí seis tinajas para el agua, destinadas a las purificaciones de los judíos, con capacidad cada una de ellas de tres metretas? Y les dijo Jesús: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta el borde. No sin motivo advirtió el evangelista: Destinadas a las purificaciones de los judíos. Para que no sospechara alguno de los infieles que, habiendo quedado en el fondo de las tinajas algunas heces de vino, al infundir el agua se había formado un vino ligerísimo, dijo el evangelista: Dispuestas para las purificaciones de los judíos, demostrando con esto que jamás habían servido para guardar en ellas vino.

Palestina sufre de escasez de agua y son allá raras las fuentes y los veneros, por lo cual los judíos siempre llenaban de agua las tinajas, a fin de no verse obligados a correr hasta el río, si alguna vez contraían una impureza legal, sino tener a la mano la manera de purificarse. Mas ¿por qué no obró Jesús el milagro antes de que las llenaran de agua, lo que habría sido un milagro más estupendo? Porque una cosa es cambiar una materia ya dada en las cualidades de otra, y otra cosa es crear la materia misma que antes no existía: lo segundo es con mucho más admirable. Fue porque en tal caso el milagro para muchos no habría sido tan creíble. Cristo con frecuencia disminuye la magnitud de los milagros de buena gana, con el objeto de que más fácilmente los crean.

Preguntarás: ¿por qué no creó el agua y luego la convirtió en vino, sino que ordenó a los sirvientes llenar las tinajas? Por la misma causa, o sea para que los mismos que las habían llenado sirvieran de testigos, y no se pensara ser aquello obra de hechicerías. Si algunos se hubieran atrevido imprudentemente a negar el milagro, los sirvientes podían haberles dicho: Nosotros mismos trajimos el agua. Por lo demás, al mismo tiempo destruyó las aseveraciones que brotarían en contra de la Iglesia. Perqué unos dicen que el mundo es obra de otro Dios; y que las criaturas visibles no son hechura de nuestro Dios, sino de otro que le es contrario; para de una buena vez reprimir semejante locura, Cristo hizo muchos milagros sobre materia preexistente. Si el Creador le fuera contrario, no podría usar de las criaturas ajenas para demostrar su poder. Ahora en cambio, para declarar que El mismo es quien en las vides cambia el agua en vino y convierte la lluvia, mediante las raíces, en vino, eso mismo que hace en las plantas tomando largo tiempo, lo hizo en un instante en aquellas bodas.

Una vez que llenaron las tinajas, dice Cristo a los criados: Ahora sacad y presentadlo al maestresala. Así lo hicieron. Apenas gustó el maestresala el agua convertida en vino -él no sabía de dónde procedía; sí, los criados que habían sacado el agua- llama el maestresala al esposo y le dice: Por todos se estila poner primero el vino mejor; y luego, cuando ya los convidados están bebidos, poner el vino menos generoso. Pero tú has guardado hasta ahora el vino mejor. En este punto hay de nuevo quienes se dan a cavilar y dicen que se trata de un conjunto de ya ebrios y con el sentido de los bebedores ya embotado; y que por consiguiente no podían distinguir las cosas ni dar su juicio, pues no sabían si aquello era agua o era vino. El propio maestresala los había declarado ya bebidos.

Es ésta una dificultad en absoluto ridícula. Por lo demás, semejante sospecha la deshizo el evangelista. Porque no dice que los convidados dieran su juicio, sino el maestresala, que, por su sobriedad, aún no había bebido. Pues bien sabéis que todos aquellos a quienes se les encomienda el cuidado de un banquete, permanecen sobrios en todo y ponen su cuidado íntegro en que correctamente se dispongan las cosas. Y así Cristo tomó como testigo al que tenía los sentidos despiertos y sobrios, para el caso del milagro. Porque no dijo: Escanciad vino a los convidados, sino: Llevad al maestresala. Y apenas gustó el maestresala el agua convertida en vino -y no sabía de dónde procedía, pero sí lo sabían los criados-, llama al esposo.

¿Por qué no llama a los criados? Pues de este modo el milagro habría quedado manifiesto. Porque ni el mismo Jesús reveló lo que había sucedido: quería que poco a poco y sin sentir cayeran todos en la cuenta de su poder milagroso. Si al punto se hubiera revelado el milagro, no se habría dado crédito a los criados que lo referían, sino que se habría creído que estaban locos, pues a un hombre que en la opinión de todos era uno de tantos le achacaban tamaña cosa. Ellos claramente y por experiencia propia lo sabían todo, pero no eran testigos idóneos para publicar el milagro, tales que hicieran fe delante de los demás. Tal fue el motivo de que Cristo no revelara el milagro a todos, sino solamente al que de modo especialísimo podía comprenderlo; y reservó la noticia más explícita del hecho para más tarde. Tras de otros insignes milagros también éste se hizo creíble.

Cuando más tarde curó al hijo del reyezuelo, por lo que ahí dice el evangelista quedaba más en claro el presente milagro. El régulo llamó a Jesús porque ya conocía este prodigio, como ya dije. Lo declaró Juan al decir: Vino Jesús a Cana de Galilea donde convirtió el agua en vino; y no sólo en vino, sino en excelentísimo vino. Los milagros de Cristo son de tal naturaleza que superan en excelencia las cosas naturales. Por ejemplo, cuando restituyó la salud a alguno en sus miembros dañados, se los dejó más vigorosos que los otros miembros sanos. Ahora bien: que aquello fuera vino, y vino excelentísimo, lo testificarían no sólo los criados sino también el maestresala y el esposo; y que la conversión era obra de Cristo, los que sacaron el agua. De modo que aún cuando entonces no se hubiera descubierto el milagro, sin embargo no podía quedar encubierto para siempre. De este modo se iban echando por delante muchos y necesarios testimonios para el futuro.

De que Jesús convirtió el agua en vino eran testigos los criados; y de que el vino era excelente, el maestresala y el esposo. Es verosímil que el esposo haya respondido algo al maestresala, pero el evangelista, apresurándose a referir cosas más necesarias, únicamente narró el milagro y lo demás lo pasó en silencio. Era necesario que se supiera haber Jesús convertido el agua en vino; pero el evangelista no creyó necesario exponer lo que el esposo contestaría al maestresala. En realidad muchos milagros que al principio quedaron en la oscuridad, con el progreso del tiempo se fueron aclarando, pues los relataron quienes en un principio los presenciaron.

Cambió entonces Jesús el agua en vino, pero ni entonces ni ahora ha cesado de cambiar las voluntades débiles y sin fuerza en algo mejor. Porque hay hombres, sí, los hay tales que no difieren del agua: tan fríos son y tan muelles y que para nada muestran firmeza. Pues bien, acerquemos al Señor a semejantes hombres para que El les mude las voluntades y les dé la fortaleza del vino, a fin de que en adelante no resbalen ni se reblandezcan, sino que se mantengan firmes y se tornen motivo de alegría para sí mismos y para otros.

¿Quiénes son esos así fríos, sino los que se apegan a las cosas perecederas de esta vida y no desprecian los placeres mundanos y aman el poderío y la gloria vana? Todas esas cosas son pasajeras y no tienen consistencia; y son tales que van de caída y son violentamente arrastradas. El que hoy es rico, mañana es pobre; el que hoy se exalta con su pregonero y su talabarte y su coche y sus lictores, con frecuencia al día siguiente es condenado a la cárcel y deja a otro su fausto, aun a pesar suyo. El que se entrega al placer de los alimentos delicados, una vez que con la crápula ha henchido su vientre hasta reventar, no logra permanecer en semejante abundancia ni siquiera un solo día, sino que evaporada ella, se ve obligado a amontonar otra; y en nada difiere de un torrente. Pues así como en éste, pasada una ola se echan encima las otras, así nosotros nos vemos necesitados de comida tras comida.

Tal es la naturaleza de las cosas presentes en este siglo: jamás se detienen, sino que siempre fluyen y se van. Y por lo que hace a los placeres de los alimentos, no únicamente fluyen y se van, sino que las fuerzas del cuerpo se consumen y lo mismo las del alma. No suelen desbordarse y traspasar sus riberas con tanto ímpetu los oleajes de los ríos, como el de las delicias de los alimentos, que socavan los fundamentos de la salud. Si vas a un médico y le preguntas, sabrás de su boca que de aquí brotan las causas y raíces de todas las enfermedades. La mesa sencilla y simple es madre de la salud, dicen ellos. Y así la llaman los médicos; y al no saciarse lo llaman salud. La parquedad en los alimentos equivale a la salud. Dicen que la mesa frugal es madre del bienestar corporal.

Pues si la frugalidad es madre de la salud, la saciedad claramente será madre de la enfermedad y la débil salud. Ella engendra enfermedades que no ceden al arte de la medicina: las enfermedades de los pies, la cabeza, los ojos, las manos, y los temblores de miembros y la parálisis y la ictericia y las altas y perennes fiebres y muchos otros males que no hay tiempo de enumerar, todos nacen no de la pobreza ni del moderado alimento, sino de la saciedad y la crápula. Y si quieres explorar las enfermedades del alma, que de aqui brotan, encontrarás que de la saciedad nacen la avaricia, la molicie, la ira, la pereza, la liviandad y el entontecimiento: todas toman de aquí su principio.

Los que se entregan a las mesas opíparas, son almas no mejores que los asnos, pues por semejantes bestias son destrozadas. No pasaré en silencio el fastidio a que están sujetos quienes a semejantes enfermedades se sujetan; aunque no podemos pasar lista de todas. Mencionaré únicamente una cosa que es principio de todo: que jamás gozan con deleite de las mesas de que venimos hablando. Porque la frugalidad, así como es madre del bienestar corporal, así lo es del deleite; mientras que la hartura, así como es madre de todas las enfermedades, es también raíz y fuente del fastidio. Donde hay saciedad ya no puede haber apetito; y en donde no hay apetito ¿cómo puede existir el deleite? Por eso vemos que los pobres son más prudentes y fuertes que los ricos y que gozan de mayor alegría.

Pensando todo esto, huyamos de la embriaguez y de los placeres; y no solamente de las delicias de la mesa, sino de todas las demás que pueden conseguirse mediante las cosas de este siglo; y en su lugar hallaremos el deleite espiritual y nos deleitaremos en el Señor, como decía el profeta: Ten tus delicias en Yavé y te dará lo que tu corazón desead(r) De este modo gozaremos de los bienes presentes y también de los futuros, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

LXXVIII



Crisostomo Ev. Juan 20