Homilias Crisostomo 2 41

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XLI HOMILÍA séptima en honor del santo apóstol PABLO.

Toca otra vez el santo Doctor el problema de las relaciones entre la voluntad libre y la gracia. Como afirman los teólogos, hay una gracia antecedente que excita al alma a las buenas obras y otra concomitante que le ayuda en las buenas obras. La gracia inicial es totalmente gratuita y don entero de Dios, según los planes de su eterna sabiduría; luego ayuda a la cooperación de la criatura y en esa cooperación tiene su parte la voluntad libre y el mérito de la obra. Pero es evidente que para conceder las gracias y determinar, como si dijéramos, su número y su alcance atiende a la cooperación de la voluntad libre ya sea a gracias anteriores ya a la que el alma dará a la gracia de que se trate; cooperación que según algunas escuelas depende en absoluto del libre albedrío ayudado de la misma gracia, y según otros (así parece) depende sólo de la gracia. Hay pues que ver en las palabras del santo Doctor la expresión vaga de las relaciones dichas, tal como en sus días se tenía entendida. Para toda esta cuestión, complicada al mismo tiempo con la voluntad salvífica de Dios respecto de los hombres, la vocación a la fe de los paganos, la conversión de los pecadores, la predestinación a la gloria, etc. véanse los Tratados especiales.

CUANDO LOS QUE PORTAN LOS ESTANDARTES REALES entran en las poblaciones, mientras delante de ellos se van tocando las trompetas y los precede un escuadrón de soldados, acostumbra el pueblo correr en masa y aglomerarse, ya sea para escuchar el sonido de las trompetas, ya para contemplar los estandartes levantados en alto, ya también la fortaleza del que los lleva. Pues bien, como Pablo el día de hoy entra no en una ciudad sino en el universo entero, ¡ea! ¡concurramos todos! Porque él es el portador de la insignia del rey, no de acá abajo, sino de la cruz de Cristo, quien está en las alturas; y lo preceden ejércitos no de hombres sino de ángeles; y esto no solamente para honrar la señal que porta, sino también para ayudar al que la porta. Porque si para custodia de quienes no tienen otro reino que cuidar sino su vida privada, y no hacen cosa alguna que ceda en utilidad general, son deputados los ángeles por el Señor común de todos, como lo dijo uno de los justos: ¡El ángel que me defiende desde mi juventud! (1) mucho más para la custodia de aquellos a quienes se ha encargado que cuiden de todo el orbe y lleven el peso de tales dones, están presentes las Potestades del cielo.

Y por cierto, en los ejércitos de acá abajo, a quienes han recibido semejante honor se les revisten preciosas vestiduras y al cuello se les enrollan collares de oro que brillan de todos lados y por todos lados refulgen. Pablo, en cambio, ceñido, en vez del oro con una cadena, así va portando la cruz y sosteniendo de todos lados la persecución, y en todas partes sufriendo hambres. Pero… ¡no llores, oh amadísimo! Porque este ornato es mejor y más espléndido que aquel otro, y más amado de Dios, y por esto Pablo al portarlo no trabajaba. Porque es precisa mente lo más admirable que con sus ataduras, azotes y llagas iba más resplandeciente que con una diadema y una brillante púrpura.

Y que en realidad fuera más resplandeciente, y que no sean simples palabras, lo declararon sus propios vestidos. Porque aunque pongas encima del que lucha con la fiebre mil diademas y otras tantas púrpuras, todo eso no podrá apagar ni si quiera un poco el ardor de la fiebre, en cambio los pañuelos de Pablo, aplicados a los cuerpos enfermos, hacían huir todas las dolencias. Pues si los ladrones con sólo ver las insignias del rey no se atreven a acercarse, sino que dando las espaldas huyen rápidamente, con mayor razón los demonios y las enfermedades, al aparecer la señal de Cristo, huían. Y de tal manera portaba Pablo este signo que no lo llevaba solo, sino que a todos los demás los adiestraba y hacía que lo portaran.

Por esto clama y dice: ¡Sed imitadores míos según el modelo que en nosotros tenéis! (2) Y también: Lo que habéis visto y oído de mí, eso haced! (3) Y finalmente: A vosotros se os ha concedido no solamente que creáis en El, sino además que por El padezcáis! (4) Porque las dignidades humanas tanto suelen ser más esclarecidas cuanto se reúnen en mayor número en una sola persona; pero en las cosas espirituales, por el contrario, los honores tanto más resplandecen cuanto son más los que entran en comunión con ellos; ni es uno solo el que de los honores participa, sino que va acompañado de otros muchos que comparten los mismos honores.

¿Observas, pues, cómo todos ellos son signíferos; y cada uno porta el nombre de Cristo delante de los gentiles y de los reyes; y él, Pablo, lo hace aun teniendo delante la gehenna y los suplicios? ¡Pero esto último no lo ordenó a todos, porque ciertamente los otros no lo podían sobrellevar! ¿Observas además de cuánta virtud sea capaz nuestra naturaleza? ¡Nada hay en el hombre más precioso que ella! Porque ¿cuál cosa es mayor que ésta? Más aún: ¿cuál otra que siquiera sea igual puedes tú nombrar, a pesar de ser mortal el hombre? ¿Del honor de cuántos ángeles y arcángeles no es digno aquel que pudo decir las palabras que he referido?

Pero, quien aun estando constituido en cuerpo mortal y que acaba con el tiempo, no dudó en ofrecer a Cristo aun lo que éste no poseía, si hubiera sido de naturaleza incorpórea ¿qué habría dejado por decir o por hacer? Yo a los ángeles los admiro, no por haber sido creados con una naturaleza incorpórea, sino por la presteza de su servicio a Dios y porque fueron hallados dignos de ese honor; pues también el demonio es incorpóreo e invisible y sin embargo es el más infeliz de todos los seres, puesto que se levantó contra su Dios y Creador. Del mismo modo a los hombres yo los llamo infelices no cuando los veo revestidos de la carne, sino cuando no usan de ella como deben; porque también Pablo circundado estaba de su carne. Pues entonces ¿de dónde logró llegar a ser tal como es? ¡Tanto de parte suya como de Dios; y precisamente de parte de Dios porque lo fue de parte suya! (5) Dios no es aceptador de personas. Y si me preguntas cómo será posible imitarlo, oye lo que él mismo dice: ¡Sed imitadores míos como yo de Cristo!

El fue imitador de Cristo: tú en cambio ni siquiera lo eres de este tu consiervo. El emulaba al Señor, tú ni siquiera al consiervo. Pues ¿con qué sombra podrás ocultar tu desidia? ¿qué defensa tendrás? Y ¿cómo lo imitó?, dices. Considera esto desde sus principios y desde sus mismos comienzos. Porque cuando Pablo salió de aquellas fuentes divinas todo inflamado, salió tal que no esperó maestro. No esperó a Pedro ni se dirigió a Santiago ni a ningún otro; sino que, arrebatado del propio fervor, al punto inflamó con su predicación a toda la ciudad de Damasco, en donde había sido bautizado, en tal manera que concitó contra sí una batalla fortísima de parte de los judíos.

Porque él, siendo judío, iba mucho más allá de lo que podían sus facultades; puesto que ataba, y arrastraba y expulsaba a los cristianos. Así lo había hecho Moisés; el cual, aunque nadie del pueblo lo había constituido magistrado, con todo se puso a defender a sus hermanos y conciudadanos de la injusticia de los bárbaros. Porque estas son las pruebas de un alma varonil y fuerte; esta es la señal de la libertad de pensamiento, que no puede soportar en silencio los males ajenos, aunque nadie lo haya constituido magistrado. Y porque tan justamente él se había arrogado la magistratura, por eso Dios después le confirió la potestad. Del mismo modo procedió Pablo. Porque Dios, con haberlo elevado muy presto a la dignidad de Doctor de las gentes, demostró cuan rectamente había obrado Pablo al tomar por su cuenta al principio la predicación y enseñanza. Puesto que si esos varones, por la ambición de alcanzar el magisterio y la primacía, se hubieran lanzado a tan arduo negocio, serían razonablemente culpables de ambición. Pero, como ambos amaban los peligros, y de todos lados se procuraban la muerte con el objeto de conquistar a otros para la salvación, ¿quién habrá tan necio que tan grande fervor lo estime como grande crimen de ambición?

Y que por amor de la salvación de los demás hayan hecho aquellos varones lo que hicieron, lo declaró la sentencia de Dios y a la vez la perdición de otros que perversamente ambicionaron semejantes honores. Porque sucedió que entonces se arrojaran otros también a esa principalía; pero todos acabaron mal. Porque al uno lo consumió el fuego que del cielo bajó; al otro la tierra con un súbito abrirse, lo tragó. Porque no hacían lo que hicieron por amor al pueblo, sino por la ambición de la dignidad. También se atrevió Ozías, pero fue castigado con la mancha de la lepra; se atrevió Simón, pero fue reprobado y estuvo a punto de muerte; se atrevió Pablo y fue coronado no con el sacerdocio y su honor, sino con el ministerio y sus trabajos y peligros. Por haberse atrevido a lo que hizo a causa del ardiente celo y crecido fervor, por eso Pablo fue proclamado y desde sus principios esclarecido. Porque así como sucede que si el que ha sido nombrado príncipe no administra bien el oficio que se le ha encomendado es merecedor de mayores castigos, así, otro cualquiera, aunque no sea nombrado, pero que tome el principado y lo desempeñe como se debe (y no me refiero ya al sacerdocio, sino a la solicitud y cuidado de las multitudes), ése se hace dignísimo de todo honor.

Pablo ni un solo día pudo estar en ocio y en descanso; sino que más vehemente que el fuego en eso de predicar, apenas subió de aquella fuente de salud, ya no temió los peligros ni se avergonzó de las burlas y oprobios de los judíos, ni se indignó porque ellos rechazaran su predicación: sino que, sin entrar en otros pensamientos semejantes a ésos, lo miró todo con otros ojos, es a saber con los ojos de la caridad, y con otra mente; y se lanzó con grande ímpetu al modo de un torrente que arrastraba y deshacía toda oposición de los judíos; y por las Escrituras mismas les demostraba con toda evidencia que Jesús es el Cristo.

No brillaban aún en él tantos dones de la gracia; aún no se le había comunicado tan grande luz del Espíritu Santo; pero con todo, aquella voluntad continuamente inflamada y aquel ánimo mortificado, llevaba a cabo todas las cosas; y, como si constantemente estuviera satisfaciendo a Dios por su vida pasada, así procedía en todo, y de todas partes recogía ganancias espirituales, y se arrojaba confiado a todo sitio en donde la guerra estuviera en todo su punto y más llena de trabajos y peligros.

Y es aún más digno de admiración que, como fuera tan audaz y estuviera siempre como preparado al combate y respirando un cierto fuego belicoso, de tal manera se mostraba asequible y de suave genio para con los maestros, que nunca jamás, ni aun en el ímpetu de aquel su fervor, los ofendía. Así pues, a él que ardía en celo y casi estaba loco, le ordenaron que partiera hacia Tarso y a Cesárea; y no se negó. Le dijeron ser necesario descolgarse por el muro en Damasco y lo llevó bien; le aconsejaron que se rasurara la cabeza y no se opuso; le indicaron que no entrara en la reunión y cedió. De tal manera se había entregado al apostolado que todo lo recibía con buena voluntad por la salud de los fieles; y para edificación de los mismos amó la paz y el estar de acuerdo y conservarse siempre igual a sí mismo para bien de la predicación.

Así pues: cuando oyes que al hijo de su hermano lo envió al tribuno, por librarse de los peligros; y que apeló al César; y que se apresuró a salir para Roma, no pienses en modo alguno que sus palabras son de temor. Porque, quien gemía por estar aún en esta vida ¿acaso no prefería estar con Cristo? Quien despreciaba los cielos y a los ángeles por Cristo ¿cómo podía amar las cosas presentes? Entonces ¿por qué hacía todo eso? ¡Sin duda para poder insistir en la predicación por más tiempo y para salir de este mundo con una mayor multitud de creyentes y triunfadores! Porque a la verdad, temía no fuera a salir de aquí pobre y sin recursos en lo referente a la salvación de muchas almas. Por esto decía: ¡Permanecer en la carne es necesario por vosotros! (6)

Por esto, aunque vio que en el juicio la sentencia se le tornaba favorable, pues el mismo Festo decía: ¡Podía darse libre a este hombre si no hubiera apelado al César!, (7) con todo no tuvo vergüenza de ser conducido con ataduras en medio de otros muchos también atados por criminales responsables de mil crímenes, y de ir ligado con ellos. Más aún: tomó el cuidado de todos los que navegaban con él, seguro de sí mismo y certísimo de estar él en plena seguridad. Y como, así atado, fuera llevado por un mar tan inmenso, se gozaba de tal manera como si lo fueran conduciendo al más elevado mando. Porque se le ponía delante de los ojos de la mente, como un premio no pequeño, la conversión de la ciudad de Roma.

Ni creyó que debía despreciar a los que juntamente con él navegaban. Sino que también a ellos los encantó con la suavidad de la verdad, al narrarles la visión que había tenido, por la que supieron que todos serían salvos y esto por respeto de él. Ni hacía esto exaltándose a sí mismo, sino preparándolos para que aceptaran la fe.

Por ese motivo permitió Dios que el mar se encrespara, a fin de que mediante las cosas, oídas y no oídas, se mostrara la gracia de Pablo. Puesto que él aconsejó que no se echaran a alta mar y no fue escuchado, por lo que luego se encontraron en peligros extremos. Mas él ni por esto se les mostró irritado; sino que de nuevo, como un padre a sus hijos, proveía y hacía cuanto estaba en su mano para que nadie pereciera. Y una vez que entró en Roma, también ahí con cuánta modestia anunció la verdad; pero al mismo tiempo con cuánta libertad de espíritu cerró la boca de los impíos. ¡Y no contento con residir ahí, pasó hasta España! Y como se viera envuelto en diversos peligros, cada vez confiaba más y se hacía más atrevido. Y no sólo él sino también los discípulos que con su ejemplo se fortalecían. Porque del mismo modo que si lo hubieran visto algún tanto remiso y perezoso, quizá también ellos habrían descaecido por la tristeza, así los que advertían que él estaba cada día más firme y crecía en la virtud con la frecuencia de los azotes y las injurias, con mayor libertad predicaban el Evangelio.

Significando esto, decía Pablo: ¡Y la mayor parte de los hermanos en Cristo, alentados por mis cadenas, sienten mayores ánimos para hablar sin temor la palabra de Dios! (8) Porque si el jefe de la milicia fuere fuerte y robusto, no solamente derribando y matando, sino también cuando se encuentra herido, hace a sus súbditos más fuertes también; y aun mejor consigue esto herido que matando. Porque en cuanto los que militan a las órdenes de tal caudillo vieren las heridas que se le han causado y la sangre que le chorrea, y que aún así no cede ni por un momento a los enemigos, sino que permanece esforzado y vibra la lanza y con frecuentes y acertados golpes acomete a los adversarios y en absoluto no cede al dolor, sin duda que ellos con mucha mayor presteza obedecen a jefe semejante.

Así le aconteció a Pablo. Porque, como lo vieran atado con cadenas y a pesar de todo seguir predicando en la cárcel; como lo vieran azotado y con todo conquistar con sus palabras a los mismos que lo azotaban, ciertamente tomaban de esto una mayor confianza. Y por esto no dijo él simplemente "confiados", sino "sienten mayores ánimos para hablar sin temor la palabra de Dios". Como si dijera: "Mucho más confiadamente predican los hermanos ahora que cuando yo estaba libre de las cadenas". Y esto, porque entonces también tenía él una mayor presteza y más llena de seguridad, y se lanzaba contra los adversarios con mayor vehemencia; y el acrecentarse la persecución a él le resultaba motivo de mayor constancia.

Encerrado fue en la cárcel, y brilló de tal manera la virtud suya, que aún se estremecieron los fundamentos de la cárcel y las puertas se abrieron. Y atrajo a la fe al guarda mismo de la cárcel. Y en otra ocasión por poco persuade al juez, quien le dijo: ¡Por poco me persuades a hacerme cristiano! (9) Y luego, una vez que fue apedreado, entró en la ciudad en donde lo habían apedreado y la convirtió a la fe. Los judíos lo llamaban para juzgarlo, y en otra ocasión hicieron lo mismo los atenienses; pero los jueces acabaron en discípulos, y los adversarios en súbditos. Porque así como el fuego cuando cae en un montón de diversas maderas, se aumenta y crece con la sustancia misma que se le pone debajo, así la lengua de este apóstol, a quienquiera que fuera llevada, al punto los atraía hacia sí. Sus mismos impugnadores, rápidamente conquistados por su palabra, se volvían como pábulo de este fuego espiritual, y por ellos mismos crecía la fama del Evangelio. Por esto decía: ¡Encadenado estoy, pero la palabra de Dios no está encadenada! (10) Con frecuencia los enemigos lo hacían huir y en realidad aquello era una persecución; pero, en cuanto a las consecuencias, era un enviar maestros. De modo que lo que habrían hecho sus amigos y compañeros, eso hacían sus enemigos; y no lo dejaban establecerse en una región, sino que lo llevaban a la manera de un médico, de un lado a otro, mediante sus asechanzas y sus persecuciones; y lo echaban fuera de las ciudades a fin de que todos escucharan su lengua.

Lo encadenaron, pero con eso excitaron más aún a sus discípulos en la defensa de la fe. Lo persiguieron, pero con eso no hicieron otra cosa que enviar maestro a quienes no lo tenían. Lo condujeron al supremo tribunal, con lo que aprovecharon a una más grande ciudad. Por esto los judíos, doliéndose de los apóstoles, decían: ¿Qué hacemos con estos hombres? (11) Porque, se decían, por los mismos medios que tomamos para quitarlos de en medio, por esos mismos los acrecentamos. Lo entregaron al guarda de la cárcel a fin de que diligentemente lo atara, pero éste fue más fuertemente atado por Pablo. Lo enviaron juntamente con los reos y encadenados para que no se fugara; pero él enseñó a los encadenados la doctrina de Cristo. Lo echaron en una nave con el objeto de que, aun sin quererlo ellos, más velozmente adelantara Pablo en su camino. Y como sobreviniera el naufragio, esto mismo ayudó al apóstol y le dio oportunidad de predicación y enseñanza. Lo amenazaban con infinitos suplicios, con el objeto de extinguir el fuego de la predicación, pero de eso mismo tomaba mayor incremento.

Y como dijeron del Señor: ¡Matémoslo para que no vengan los Romanos y destruyan nuestra ciudad y pueblo; (12) y sucedió todo lo contrario, pues precisamente porque lo mataron por eso vinieron los Romanos y destruyeron su pueblo y ciudad; y lo que ellos juzgaban ser impedimento para la predicación les resultaba el más poderoso auxiliar de ella; así les sucedió con Pablo cuando éste predicaba: porque las cosas que los adversarios pusieron en práctica para destruir la predicación, esas mismas la levantaron a una altura inefable.

¡Demos, pues, gracias a Dios por todos estos bienes! ¡a Dios, el bondadoso Autor de cosas tan excelentes! ¡Glorifiquemos también a Pablo, por cuyo medio se llevaron a cabo! ¡Oremos, en fin, por nosotros mismos, a fin de que gocemos de esos mismos bienes, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Gn 48,16.

(2) Ph 3,17.

(3) Ph 4,9.

(4) Ph 1,29.

(5) Ph 4,9.

(6) Ph 1,24.

(7) Ac 28,32.

(8) Ph 1,14.

(9) Ac 26,28.

(10) 2Tm 2,9.

(11) Ac 4,16.

(12) Jn 11,48.


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XLII DISCURSO en honor del apóstol PEDRO y del profeta ELIAS.

Parece que esta Homilía fue predicada en Antioquía, porque indica al principio que la fiesta de los mártires se celebra en el campo, cosa que era frecuente en Antioquía y no en Constantinopla. El estilo parece inferior al del Crisóstomo; aunque es bien advertir que el Crisóstomo no siempre se mantiene a la misma altura; de todos modos, el de ésta difiere de las grandes Homilías del santo. Hay diversas cosas que parecen indicar que el orador no ha cuidado del discurso. Particularmente llama la atención la seguridad en llamar meretriz a la esclava que interrogó a Pedro en el atrio de Caifás. Lo mismo el que acuse a Elías de falta grave por haber huido cuando lo quería matar la reina Jezabel. Queda, pues, esta Homilía entre las dudosas.

¡Pocos SON LOS QUE HOY HAN CONCURRIDO! ¿Cuál es el motivo? ¡Celebramos la memoria de los mártires y nadie nos acompaña! ¿Acaso el largo camino los hizo perezosos? ¡Pero no! ¡no fue el impedimento del camino, sino la desidia! Porque así como a un varón diligente y alerta nada lo detiene, así al remiso y perezoso todo le es impedimento Los mártires dieron su propia sangre por la verdad ¿y tú ni siquiera acometes un poco de camino? Ellos ofrecieron su cabeza por Cristo ¿y tú por Cristo ni siquiera sales de la ciudad? El Señor murió por ti ¿y tú te muestras perezoso para con el Señor? Se presenta la memoria de los mártires ¿y tú permaneces en la desidia? ¡Conviene que estés presente para que veas vencido al demonio y vencedor al mártir; a Dios gloriosamente celebrado y a la Iglesia coronada!

Pero ellos se excusan diciendo: "¡Pecador soy y por lo mismo no puedo acercarme!" Pues precisamente porque eres pecador acércate, a fin de que no decaigas de la justicia. Pero ¡dime! ¿cuál de los hombres está sin pecado? Mas, por eso existen el sacrificio y la Iglesia, por eso las oraciones y el ayuno: porque las llagas del alma son muchas. Por eso se han encontrado muchos remedios, y se han preparado para cada herida los que a cada herida convienen. Tienes a la Iglesia, que ofrece sacrificios; tienes las oraciones de los sacerdotes, la administración del Espíritu Santo, el recuerdo de los mártires, las reuniones de los fieles y otras muchas cosas de este género, que pueden desde el pecado volverte a la justicia. Pero no te acercaste a las oraciones de los mártires. ¿Tienes algún perdón?

No se interpone cosa alguna difícil ¿y con todo te has abstenido de concurrir a la reunión de los mártires? ¿Es que te detuvo algún cuidado propio del siglo? ¡Pues mayor es la acusación! ¿No has querido poner a rédito ante Dios ni siquiera una hora, con lo que lucrarías el día entero? ¡Pecador soy, repites, y por eso no puedo! Pues ¡precisamente porque eres pecador, ven acá! ¿Ignoras acaso que también los que están sentados junto al altar son pecadores? ¡De carne están vestidos, de sangre están hechos, con huesos están fabricados! ¡Y nosotros mismos los que nos sentamos en el trono y somos Doctores, estamos enredados en pecados! Pero, no desesperamos de la divina benignidad ni achacamos a Dios dureza o inclemencia. Porque todos somos hombres y estamos compuestos de los mismos elementos. Y no nos negamos a enseñar, mirando al piélago de la benignidad divina.

Si vosotros entráis acá aunque seáis pecadores, la acusación no es tan grave, puesto que aún estáis bajo la enseñanza. Nosotros, en cambio, cuanto más sobresalimos por la dignidad, tanto más expuestos estamos a la acusación. Porque es cosa distinta que peque el discípulo a que peque el Doctor. Y con todo, no lo rehusamos, a fin de no caer en pereza, bajo las apariencias de humildad. Y es providencia de Dios que los sacerdotes mismos caigan en pecado. Escucha cómo es la cosa. Porque si los maestros y sacerdotes no cayeran en pecado ni estuvieran sujetos a las pasiones de la vida, se volverían inhumanos con los demás y no concederían el perdón a los que pecan. Por esto, quiso Dios que los sacerdotes y los príncipes estuvieran sujetos a las pasiones, para que por sus propias enfermedades se inclinaran a conceder el perdón a otros. (1)

Y de esta manera templó Dios las cosas, no solamente en estos tiempos sino también en los tiempos pasados, en los que permitió que cayeran en pecado aquellos a quienes iba a entregar la Iglesia y el pueblo, a fin de que por sus propias caídas fueran humanos para con los demás. Porque si no pecaran tampoco concederían el perdón a los que pecan; sino que inhumanamente a todos los echarían de la Iglesia. Y que esto sea así y que yo no hablo por meras conjeturas, ¡ea! ¡vayamos adelante en nuestro discurso y lo veremos, considerando los hechos!

Las llaves de la Iglesia habían de entregarse a Pedro. Más aún: se le entregaban las llaves del Reino de los cielos, y se le entregaría después toda la multitud del pueblo. Porque ¿qué dice el Señor?: Cuanto ligares sobre la tierra quedará ligado en el cielo; y cuanto desatares sobre la tierra quedará desatado en el cielo. (2) Pues bien: Pedro era un tanto duro. Entonces, si además hubiera sido impecable ¿qué perdón iban a tener aquellos a quienes él debía enseñar? Por esto dispuso la gracia divina que cayera en cierto pecado; a fin de que por lo que él había experimentado, se volviera más humano con los otros.

Y considera en qué clase de pecado permitió la gracia que cayera siendo el jefe de los apóstoles, el fundamento inconmovible, la piedra que no puede quebrarse, el príncipe de la Iglesia, el puerto inexpugnable, la torre firmísima. Este es aquel Pedro que dijo a Cristo: ¡Aunque sea necesario que yo muera contigo, no te negaré! (3) Es el Pedro que por revelación divina confesó la verdad y dijo: ¡Tú eres Cristo el Hijo de Dios vivo! (4)

Pues a este Pedro, como hubiera entrado en el palacio aquella noche en que Cristo fue entregado, y estuviera sentado junto al fuego para calentarse, se le acercó una criada y le dijo: ¡También tú estabas ayer con este hombre! (5) Y Pedro respondió: ¡No conozco a ese hombre! (6)

Hace poco, oh Pedro, exclamabas: "¡Aunque fuera necesario morir contigo no te negaré!", y ahora en cambio dices: "¡No conozco a ese hombre!" ¡Oh Pedro! ¿es esto lo que habías prometido? ¡Aún no experimentas los tormentos ni los azotes, ni las llagas, ni el furor de los verdugos, ni el de los príncipes, ni las espadas agudas, ni los decretos lanzados por los reyes, ni a los reyes mismos, ni la muerte, ni la cárcel, ni los precipicios, ni el mar, ni cosa alguna de éstas ¿y ya negaste?: "¡No conozco a ese hombre!" Y la criada de nuevo enseguida: "¡También tú estabas ayer con este hombre!" Y Pedro de nuevo le responde: "¡No conozco al hombre que dices!"

¿Quién es el que habla contigo para que así niegues a Cristo? ¡Ninguno de tus parientes, sino una criada y esa portera y abyecta esclava y despreciable! ¿Habla ella y tú niegas? ¡Oh cosa más nueva! ¡Se acerca a Pedro aquella muchacha, a Pedro aquella meretriz, y lo conturba en su fe! ¡Aquella columna, Pedro, aquel torreón, no soportó las amenazas; sino que apenas habló la muchacha y la columna se sacudió y el torreón se bamboleó! ¿A quién viste, oh Pedro, que así niegas? ¡A una vil chiquilla, a una despreciable portera! ¡A esa viste y negaste! Y por tercera vez: "¡Tú también estabas ayer con este hombre!" Entonces finalmente, habiéndolo visto Jesús, le trajo a la memoria lo que le había ya dicho. Y Pedro, habiéndolo entendido, comenzó a llorar y a hacer penitencia por su pecado.

Pero el benignísimo Señor permitió que cayera, porque sabía que, como a hombre que era, le acontecía algo propio del hombre. Mas, como ya dije, permitió la divina providencia que Pedro pecara, porque se le había de entregar y poner a su cuidado un gran pueblo; y para que así no se mostrara severo con él, en el caso de no haber antes experimentado el pecado, y sucediera que no quisiera conceder el perdón a sus hermanos. Cayó en pecado a fin de que reflexionando sobre su pecado y el perdón que Dios le había concedido, él a su vez también lo concediera a los demás, en una forma conveniente con lo dispuesto por Dios. Se permitió que cayera en pecado aquel que había de tener encomendada toda la Iglesia, la columna de las iglesias, el puerto de la fe. Se permitió que Pedro, el Doctor del orbe, pecara, a fin de que esta permisión fuera un argumento de benignidad para con los demás.

Mas, ¿por qué he referido estas cosas? ¡Porque nosotros, sacerdotes, que nos sentamos en la cátedra y enseñamos, también estamos ligados con el pecado! Por esto el sacerdocio no se encomendó a un ángel ni a un arcángel (ellos ciertamente son impecables), para que no, llevados de su severidad, hirieran al punto con el rayo a quienes de entre el pueblo pecaran. Sino que esta cátedra y trono se encomendó y otorgó a un hombre nacido de hombre y que también estaba atado por el pecado y la concupiscencia, para que si acaso se encontraba con algún pecador, por la experiencia de los propios pecados se le mostrara benigno. Pues si el sacerdote fuera un ángel y se encontrara con un fornicario, sin estar él mismo sujeto a semejante enfermedad, al punto daríale sentencia de muerte. De manera que si un ángel hubiera recibido la potestad sacerdotal, no habría enseñado sino matado, movido de ira, por no ser él así. Por esto, pues, se le confió la potestad al sacerdote: a fin de que como conocedor de los pecados y experimentado en ellos, perdonara a los pecadores, y no se dejara llevar de la ira y no convirtiera la Iglesia en Sinagoga.

Mas ¿por qué me detengo en Pedro y me alargo en este asunto y no paso a otra persona? ¡Ea! ¡traigamos al medio a otro, al profeta Elías, a ese ángel en la tierra y hombre celeste! ¡al que caminaba por la tierra y gobernaba los cielos! ¡al hombre de tres codos de altura, que con todo, marchaba por las alturas, sublimado hasta la bóveda misma del cielo! ¡al distribuidor de las aguas, cuya lengua era tesoro de ellas y llave del cielo! El era pobre y rico, idiota y sabio. Pobre porque nada poseía; pero rico porque tenía una lengua que mandaba en las nubes a la lluvia.

Pues bien: éste era a su vez áspero con los pecadores, tanto que alguna vez llegó a rogar que no descendiera la lluvia. Y ¿qué dice?: ¡Vive el Señor que no habrá lluvia, sino por mandato de mi boca! ¿Qué dices y qué haces, oh Elías? A lo menos ruega primero al Señor y luego di: ¡Vive el Señor que no habrá lluvia, sino por mandato de mi boca! (7)

¿Dónde están los herejes que afirman que el Hijo de Dios suplica? ¡Hombre infeliz y miserable e impudente! ¿Elías es el que pronuncia las palabras y el Hijo de Dios es el que suplica? ¿El siervo ordena y el Hijo suplica? ¡Ni siquiera le concedes un honor igual al de Elías! ¿Acaso no quieres conceder al siervo y al Señor una dignidad igual? ¡Aquél no ruega ni suplica, sino que profiere una palabra de verdad y con ella cierra los cielos! ¡Ruega primero, oh Elías! Pero ¿qué responde Elías? ¡Yo sé que mi Señor me oirá! ¡hago esto movido! ¡movido por su celo! ¡Oh cosa nueva y admirable! ¡El Señor superado en la benevolencia por su siervo! ¡Porque Elías hizo eso por celo de su Señor!

Veía él que se cometían muchos pecados. Veía la fornicación unida a la mucha malicia. Era una noche que cubría a todo el orbe; una nube densísima que envolvía todas las cosas. Porque todos se lanzaban al mal y era universal el naufragio, no de aguas sino de concupiscencias. Quitada de en medio la temperancia, triunfaba la intemperancia. La virtud era echada fuera y florecía el vicio. Manchados estaban los collados, los montes, los bosques, los caminos, los dispensarios y el aire. Andaba el sol oscurecido, la tierra emporcada, el cielo en desprecio, y todas las criaturas enfermas a causa de la idolatría. Como en una noche, así caminaban todos sin atender a la naturaleza de las cosas. Veían una piedra y la adoraban como a Dios; observaban un árbol y también creían que éste era dios: ¡envueltos estaban en una noche densísima en la que veían al Creador, pero adoraban a las criaturas!

Elías era el único que poseía la lámpara de la verdad y estaba asentado en la sabiduría como en la cumbre de un monte; y ahí se ejercitaba a sí mismo, armado con la lámpara de la piedad. Pero esta luz a nadie ayudaba, porque todos estaban entregados al sopor y enredados en la idolatría. Así pues, Elías se irritaba, se consumía, se lamentaba: ¡hablaba y nadie le escuchaba! ¡exhortaba y nadie le atendía! Finalmente, movido del celo, quiso castigarlos y al mismo tiempo enseñarlos, a fin de que, consumidos por el hambre, dirigieran sus preces al Señor, y el hambre les sirviera de motivo para la piedad.

Nada puede enmendarlos, se dijo, si no es el hambre. Así, cercados por todas partes por las aflicciones, se refugiarán en el Creador de todos. ¿Qué hace, pues, Elías? ¡Vive el Señor, dice, que no habrá lluvia sino por mandato de mi boca! Apenas pronunció estas palabras y el aire se inmutó y el cielo se hizo de bronce; no porque cambiara de naturaleza, sino porque quedó frenada su virtud. Al punto quedaron cambiados los elementos. ¡Cayó la palabra del profeta a la manera de una fiebre sobre las entrañas de la tierra y al punto quedaba todo seco, todo desolado, todo destruido! Veían los hombres las hierbas al punto marchitadas y también las plantas y los árboles, aun los fructíferos lo mismo que los infructuosos, y lo mismo los de los campos que los que estaban cercanos al mar. (8) Todo estaba seco y todo ser viviente de cualquier edad languidecía y moría. Gemían los niños y lloraban las madres y todo era desesperación.

Una palabra dijo el profeta y mira cuántas cosas obró. Todos los seres vivientes se morían, así las bestias feroces como los animales domésticos, los niños y los hombres, los vivientes todos y las aves del cielo. Un universal naufragio y desgracia llenaba el orbe todo a la vez. Nadie se salvaba, sino que todos al faltar el agua se morían. Se secaban las plantas, las fuentes, los ríos, los lagos: en una palabra todos se morían. Un universal naufragio llenaba todo el orbe y no de agua sino de escasez de lluvias. El cielo estaba como atado y del todo impedido y se había cambiado de todo en todo su natural. De manera que todos morían y perecían a causa de la ira enviada desde el cielo. Y Elías no se preocupaba porque el celo lo tenía como embriagado.

Perecía todo en edad aún no madura. ¿Qué haces, oh Elías? ¡Pase que los adolescentes hayan pecado y se les castigue! Pero ¿por qué son castigados los niños pequeños? ¡Pase que hayan pecado los hombres! Pero ¿por qué mueren también los animales domésticos? ¿De tan grande crueldad te has revestido? ¡No te cuidas de los hombres! ¡no tienes mujer! ¡no tienes hijos! ¡por esto no te preocupas de los que mueren! Y ¿qué le dice Dios? ¡Anda, le dice, hasta el río Querit, y yo ordenaré a los cuervos que ahí te sustenten. (9) Con gusto preguntaría yo a un judío que ahora se me presentara aquí delante, con el objeto de demostrarle que la Ley destruyó a la Ley en lo que ésta mandaba, y que la Ley misma no procedía correctamente, sino que se contradecía; porque no era ella la verdad sino la sombra: aquellas cosas sombra eran, las actuales son la verdad; aquéllas eran la figura, éstas son los objetos mismos.

Pues bien, oh judío: ese Elías a quien tú veneras y esperas que vendrá y de quien tanto hablas y lo llamas profeta, ese digo ¿de qué manera fue alimentado por el cuervo? Porque según la ley el cuervo es animal impuro: la Ley misma lo establece así, que el cuervo sea animal impuro. ¿Cómo, pues, el profeta era sustentado por el cuervo impuro? ¡Porque, si la Ley ordenó que el cuervo fuera impuro, el que fuera sustentado por el cuervo también quedaba impuro! Pero las cosas no iban por ahí, ¡ni de lejos! El cuervo nutría a Elías, y Elías no juzgaba impuro nada de cuanto ha criado Dios.

Pasado algún tiempo, como también aquel río se secara, Dios excita al profeta a buscar el sustento: ¡Anda, le dice, a Sarepta de Sidón! ¡Yo ordenaré a una viuda que ahí te sustente! (10) Y esto lo hacía Dios con una particular providencia. Puesto que Elías no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo (puesto que estaba solitario en un sitio y no veía aquella desgracia del orbe todo, y cómo se habían secado lagunas, fuentes, ríos, plantas, árboles frutales e infructuosos, los que había cerca de las fuentes y los que estaban cerca de los estanques de agua, y habían muerto los volátiles, las bestias domésticas y los demás animales, y los niños, y cómo lloraban las madres, y en fin toda esa desgracia del orbe entero), Dios lo incita y le ordena recorrer una gran distancia, desde ahí hasta la tierra de Sidón; a fin de que de este modo, viendo personalmente cómo estaban las cosas, rogara con porfía al Señor que concediera la lluvia. Por esto, pues, lo envía a recorrer un tan largo camino. No porque no pudiera Dios alimentarlo ahí, sino porque quería mostrarle toda aquella calamidad, y que así Elías le rogara desatar la lluvia. Dios podía hacerlo sin que Elías le rogara; pero no quiso hacer injuria a su siervo al hacerlo aparecer como causante del mal y a Sí mismo como causante del bien, sino que esperó la oración de su siervo.

Pero éste ni aún así quiso doblegarse, sino que seguía su camino, como llevado de cierta arrogancia, y sin moverse ni a un poco de misericordia, y sin cuidarse de nadie; movido, como ya dije, por el celo que lo tenía embargado. ¡Oh Elías! ¿por qué enloqueces? ¿por qué te has revestido de tan grande inhumanidad? ¡Espera un poco, y algo más adelante tú mismo te encontrarás culpable de un pecado! ¡Por los pecados de los habitantes atrajiste la sequía, cerraste los cielos, enfrenaste la tierra, impediste el natural curso de la naturaleza! ¿Y no quieres ahora rogar para que cese todo esto? ¡Dentro de poco tú mismo serás convencido de pecado, y alcanzarás el perdón de tu Señor para que te vuelvas más humano para con tus consiervos!

He emprendido el día de hoy mi discurso acerca de estas cosas, para demostrar que por esto, el sacerdote no es un ángel, sino un hombre nacido de otro hombre; con el objeto de que los pecadores no vayan a ser condenados por quien ignora el pecado. Porque si el sacerdote fuera un ángel exento del pecado, castigaría al punto a los pecadores. Pues por esto es un hombre, a fin de que, consciente de sus propias debilidades, perdone a quienes tienen la misma naturaleza. Enseguida expliqué cómo Dios, aun a los varones excelsos a quienes había de encomendar un gran pueblo, permitió que cayeran en pecado y luego los perdonó; para que después ellos, así enseñados, se hicieran más humanos. Y traje el ejemplo del gran apóstol Pedro. Se permitió que éste cayera en pecado, aunque luego, por la bondad de Dios, labó su pecado con la penitencia. ¡Ea, pues! ¡volvamos a Elías! ¡mostremos el piélago de sus buenas obras! ¡Quería Dios usar de benignidad, pero él no quería! ¡Quería Dios mandar la lluvia, pero requería los ruegos del profeta su siervo! ¿Qué fue pues lo que sucedió?

Terminó Elías su caminata y llegó a Sarepta de Sidón, y vio ahí a una viuda que recogía unos leños. ¡Considera ahora la sabiduría y la fe de Elías! ¡Un nuevo piélago de virtudes encontró allá! No dijo a Dios: ¿A quién me envías? ¿me obligas a pasar tantos peligros y me envías a una viuda cuando ya el hambre ha llegado a su extremo? ¿Acaso no hay otros varones más ricos que puedan aliviarme el hambre? ¿Tan grande espacio de tierras he de recorrer para venir a encontrarme con esa viuda, como quien dice al conjunto de todas las calamidades, y no solamente viuda sino por añadidura pobre? ¡Considera cómo nada de esto dijo aquel siervo de Dios, porque se fiaba del Señor que hace fáciles las cosas que parecen imposibles.

"¡Anda, le dice, a Sarepta de Sidón y encontrarás una viuda que junta unos leños!" ¿Por qué caminas, oh Elías? ¿Por qué te diriges a una viuda? ¡Tú conoces los vestíbulos de los pobres: no preguntes cuán grande sea su pobreza! ¡Has visto las puertas de los pobres: no preguntes lo que hay allá dentro! ¡A qué casa entras, oh Elías! ¿Has visto a esa mujer recogiendo unos leños y le vas a pedir que te sustente? ¡Pero como llevaba la palabra de Dios en prenda, se dirigió a hablar con la viuda! Y ¿qué le dijo?: "¡Dame un poco de agua para beber!" ¿Adviertes la prudencia de Elías? ¿Ves cómo no pide desde luego lo que era más sino aquello que era de precio menor? ¡No dijo: dame pan, sino dame agua! Primero pide el agua, conjeturando que si la viuda tiene agua también podrá tener pan! "¡Dame, le dice, un poco de agua!" Y la viuda partió y trajo el agua y aquél bebió. (11) Cobrada con esto la confianza, añadió: "¡Tráeme también un bocado de pan para que yo coma!"

Aquélla le respondió: "¡Vive el Señor que no tengo pan subcinericio, sino un puñado de harina en la olla y un poco de aceite en el vaso, que voy a preparar, y lo comeremos yo y mi hijo para luego morir!" Y ¿qué hace Elías? "¡Anda, le dice, y prepárame aparte para mí un pan subcinericio y que yo lo coma, y luego prepararás para tus hijos y comerán!" ¿Qué haces, oh Elías? ¡Pase que pidas para ti el pan! Mas, ¿por qué exiges que se te aparte primero a ti? ¿Acaso no deberías dar gracias de que lo comieras juntamente con sus hijos? ¿Quieres comer tú solo y matar de hambre a los hijos? No quiero matarlos, dice, sino aumentar el beneficio; porque yo conozco la liberalidad y abundancia de mi Señor.

Y la viuda no se turbó ni pensó nada necio, ni dijo: "¿Quien eres tú que produjiste esta hambre, y ahora, en los extremos de ella, vienes a pedirme que te sustente? Ni dijo: ¿para esto recorriste tan grande distancia, para llegarte a mí y matar de hambre a mis hijos? ¿y eso siendo tú mismo el autor y causante de esta hambre? Sino que aquella mujer, digna de la fe de Abrahán, entró en su casa e hizo lo que el profeta le decía. ¡Y era cosa de ver a aquella viuda más hospitalaria que Abrahán! Porque éste, cuando abundaba en riquezas, hospedó a los ángeles; aquélla, en cambio, cuando esperaba la muerte por hambre, hospedó al profeta.

Pudo ahí verse despreciada la naturaleza y honrada la hospitalidad y hecho a un lado el afecto maternal y recibido el profeta. Y abrió aquella mujer el sepulcro para toda la turba de sus hijos. Porque, por lo que hace al propósito que aquella mujer tuvo, todos ellos murieron; aunque por la benignidad de Dios sucedió que vivieran y quedaran salvos. ¡No sé con qué alabanzas ensalzar a esta viuda! ¡hizo a un lado a sus hijos y abrazó la hospitalidad! ¿Cómo su naturaleza no se paralizó? ¿cómo su matriz no se inmutó? ¿cómo sus entrañas no se deshicieron al ver que enseguida todos sus hijos perecerían por el hambre, sino que, haciéndose superior a todo, recibió en hospedaje al profeta?

Mas el profeta, una vez que hubo gustado el pan que había recibido, entonces hizo el pago. La viuda sembró la hospitalidad y enseguida cosechó los frutos completos de la hospitalidad. Porque le dijo Elías: ¡Vive el Señor que la olla de harina no quedará exhausta ni el vaso de aceite se disminuirá! (12) Así la mano diestra de la viuda se hizo lagar y la izquierda se hizo era; y produjeron los manojos que trajeron el fruto en el momento de la necesidad, y nutrieron a la viuda, gracias a la palabra del profeta. La casa de la viuda se tornó en lagar y en era. Ni la lluvia, ni la llovizna, ni la primavera, ni el otoño, ni el verano, ni el calor, ni la fuerza de los vientos, ni los cambios de las estaciones, sino una sola palabra proferida por determinación del profeta, suministró a la viuda en abundancia todas las cosas.

De ahí luego (¡para terminar brevemente!) se fue al rey Acab. Y ahora explicaré sus hazañas preclaras, para que cuando lo veas pecar, afirmes que la gracia de Dios es benigna para con el hombre. ¿Qué fue lo que le dijo Acab? ¿Tú eres el que perviertes a Israel? Y el profeta le contestó: ¡No soy yo sino tú y la casa de tu padre! (13) ¿Adviertes la libertad de hablar del profeta y cómo confunde al rey? Y luego, como aquél estuviera sentado en un monte, se le acercó un centurión y le dijo: ¡Hombre de Dios! ¡desciende! ¡el rey te llama! (14) Pero el profeta le dijo: ¡Si soy hombre de Dios, baje juego del cielo y te consuma juntamente con esos cincuenta tuyos! Por segunda vez, otro jefe con cincuenta soldados, le dice: ¡Hombre de Dios! ¡desciende! ¡el rey te necesita! Y ¿qué le contesta Elías?: ¡Si soy hombre de Dios, baje juego del cielo y te consuma y juntamente a los cincuenta tuyos!

Después, cuando se presentó en cierto sitio, para la prueba concertada de la oración, provocó a los sacerdotes del infame ídolo Baal, y les dijo: ¡Construios un altar aparte y elegios dos bueyes y poned uno sobre la leña del sacrificio, pero no le pongáis juego; yo sacrificaré el otro y haré otro tanto. Luego, invocad el nombre de vuestros dioses y yo invocaré el nombre de mi Dios. Y el Dios que oyere y enviare el juego, ese es el verdadero Dios. (15) Entonces aquellos infames sacerdotes construyeron un altar y comenzaron a invocar a Baal: ¡Óyenos, Baal, óyenos! Y como tras de mucho rogar no hubiera quien los escuchara (porque no resonaba ni se oía voz alguna), Elías esperaba con grande paciencia, mientras ellos rogaban. Y como viera el grande empeño que ponían, pero que nadie los oía, se burlaba de ellos con estas palabras: ¡Gritad con fuerza! ¡no sea que vuestro dios esté dormido! (16)

Mas, cuando llegó el mediodía y avanzó el tiempo, les dijo: ¡Apartaos ahora y yo procederé a mi holocausto! E hizo un altar y colocó en él la leña, y dijo: ¡Traed agua y echadla en torno del altar! Y la trajeron. ¡Poned el doble de ella! Y lo pusieron. ¡Poned el triple! ¡y la triplicaron! Pero, notad la razón porque hace esto Elías. Porque es propio del error revestirse de aquello que es característico de la verdad: ¡que es lo que hacen las meretrices, pues cuando se injurian, se adelantan a llamar meretrices a las mujeres honradas, a fin de que éstas no tengan ya injuria que lanzarles!

Pero en este caso Elías fue prudente. ¿Por qué? ¡Lo que voy a deciros lo he visto yo, con mis propios ojos! En los altares de los ídolos hay, en la parte inferior del altar, ciertos agujeros, y debajo del altar una cueva oculta. Y los fabricadores de la mentira descienden a la cueva, y así desde debajo, soplan fuego hacia arriba por los agujeros, para que queme el sacrificio, de manera que muchos con eso se engañen y crean que aquel fuego es fuego del cielo. Pues Elías, a fin de que no recayera en él semejante sospecha, de que hubiera maquinado algo parecido, mandó derramar el agua, para que se viera que no había cueva alguna. Porque el agua, si encuentra una cueva, no se detiene, sino que corre hacia abajo.

Llenó, pues, el altar, y suplicó con estas palabras: ¡Óyeme hoy, oh Señor, por medio del fuego! ¡me oíste acerca del agua, óyeme también acerca del fuego! (17) Y he aquí que al punto, cuando él aún invocaba, bajó fuego del cielo y consumió el sacrificio y lamió las piedras del altar y el agua. ¿Qué dijo entonces el profeta al pueblo? ¡Aprehended a los sacerdotes infames!: ¡no quede ninguno de ellos! Y los aprehendieron y mataron a los cuatrocientos y cincuenta sacerdotes de Baal y a los cuatrocientos sacerdotes de los montes. Oyó Jezabel, la mujer de Acab, lo que había sucedido y envió un recado a Elías, y le dijo: ¡Esto me hagan y esto me añadan los dioses, si mañana no hago contigo lo que tú hiciste con ellos! Y Elías, cuando oyó aquellas cosas, huyó.

¿Dónde está aquel Elías tan grande y tan excelente? Porque me propongo demostraros que cometió un pecado. Pecado, digo, no por acusar al justo, sino por procurarte materia de salvación. Para que cuando veas a esos justos pecar, y que con todo no desesperan de su salvación, sino que alcanzan el favor divino, también tú, aunque caigas en pecado, a pesar de todo no desesperes de tu salvación. Cuando dijo Jezabel: "¡Esto me hagan y esto me añadan los dioses, si no hago mañana contigo lo que tú has hecho con ellos!", lo oyó Elías y huyó por espacio de cuarenta días. ¡No uno, ni dos, ni tres! ¡Sino que, en cuanto llegó a sus oídos la voz de la mujer, no sabiendo qué partido tomar a causa del miedo, emprendió aquella grande fuga!

¡Oh Elías! ¿qué es esto? ¿Eres tú aquel que cerró los cielos, enfrenó la lluvia, mandó a los vientos, hizo bajar fuego del cielo, mató a los sacerdotes y dijo a Acab: "¡Tú eres el que destruyes a Israel, y la casa de tu padre!", y eres el que dijo: "¡Vive el Señor que no lloverá sino por mandato de mi boca!" y el que convirtió en lagar y en era y en manojos de grano la casa de la viuda, y el que imperó a los elementos? ¿Tú el que al solo oír la palabra de una meretriz huyó y en cierta forma fue hecho prisionero por una mujer? ¡Las dos fortalezas de la Iglesia temieron: Pedro a una criada, éste a Jezabel! ¡Cayeron ambos en el mismo pecado! (18)

Y huyó Elías durante cuarenta días de camino. ¿Dónde está ahora, oh Elías, aquel tu celo con que clamabas: "¡Vive el Señor que no lloverá sino por mandato de mi boca!", y cuando confundías a Acab, y cuando hacías bajar el fuego del cielo? ¿Tan grandes hazañas hiciste y no soportaste la voz de una mujer? ¿Dónde está aquella tu constancia de cuando te negaste a rogar al Señor que mandara la lluvia sobre la tierra? Porque El claramente te lo daba a entender; como si te dijera: "¡Ruégame por la lluvia! Porque, aunque yo puedo enviarla sin ti, pero no quiero; para que así como fuiste consejero en los males, así seas la causa y principio de los bienes". ¿Por qué hiciste, oh Elías, una cosa tan llena de inhumanidad? Pero Dios se movió a misericordia al ver la desgracia; porque es Él el Creador y el que ha fabricado todas las cosas; y tiene providencia de ellas; y por esto quiso suavizar tu inhumanidad; pero tú perseveraste en ella.

El te decía: "¡Conozco la calamidad que ha sobrevenido! ¡conozco el llanto de las madres! ¡conozco los gemidos de los infantes! ¡veo desolada la tierra que yo crié! Pero quiero tratarla con benignidad. Con todo, no quiero hacerte injuria, ni enviar la lluvia sin tu consentimiento, a fin de que no seas tú causa de los males sino de los bienes. ¡Quiero honrarte! ¡Oh humanidad de Dios, superada por la benignidad para con su siervo! Pero ¡Elías era muy arrogante, como si él fuera impecable! En cambio ahora se nos muestra caído en pecado, permitiéndolo así la providencia de Dios con el objeto de que, de aquellas cosas de que él luego logró el perdón, sacara como provecho el no ser inhumano para con los demás.

Y huyó Elías, dice, durante cuarenta días. ¿Dónde están ahora aquellas palabras que dijo a los jefes de cincuenta soldados, y bajó fuego del cielo y los consumió? Pues, como quisiera manifestar Dios que cuando se producían los milagros, no se hacían por virtud de Elías, sino por su poder de El, ve lo que hace. Cuando Dios obraba caían por tierra los reyes, los príncipes y los pueblos; pero se apartó Dios y entonces la débil naturaleza humana fue vencida. Y habiendo huido Elías durante cuarenta días, llegó a un cierto sitio y se durmió. Y entonces vino a él Dios, el Señor al siervo; Aquel, digo, que tiene providencia y amor de todos los hombres.

Y ¿qué hace? Conocedor de la causa porque Elías había llegado a ese sitio, con todo le pregunta: ¿Qué haces aquí tú, oh Elías? ¿Qué haces? (19) Respondió Elías: ¡Señor! ¡han dado muerte a tus profetas y han derribado tus altares! ¡He que dado yo solo y andan asechando contra mi vida para quitármela!

Y ¿qué le contesta Dios? ¡Al punto le arguye en contrario! ¡No, Elías, no has huido por eso! ¡porque no eres tú solo el que no has adorado a Baal! Y confundiéndolo, añade: ¡Me he reservado siete mil hombres que no han doblado su rodilla delante de Baal. (20) De manera que lo acusa de que no fue la causa de su fuga sino el miedo a una mujer. De esta manera una sola mujer hizo huir a un tan grande y excelente varón a fin de que aprendas, oh Elías, que cuando alguna maravilla llevas a cabo, esa no se ha de atribuir a tu poder, sino al de Dios.

¿Habéis visto cómo, en separándose la gracia, fue vencida la naturaleza? "¡Huyó Elías durante cuarenta días!" ¡Oh temor excesivo! ¡oh fuerza del terror! ¡No huyó durante un día, ni durante dos o tres, sino durante cuarenta; y se marchó a una región completamente distante y desierta, sin llevar consigo ningún alimento ni manjar! ¡Como ebrio por el temor, ni siquiera se cuidó de eso; sino que buscó el desierto! ¡Entró en el profeta la palabra de una mujer; y a la manera que un viento huracanado soplando sobre el velamen de un navío lo empuja con ímpetu, así la palabra de una mujer, habiendo entrado en el profeta, lo arrojó violentamente al desierto.

¿Dónde está, oh Elías, aquella tu libertad de hablar? ¿dónde aquella tu boca terrible? ¿dónde aquella lengua que administraba las lluvias? ¿dónde está el que mandaba a ambos elementos, y unas veces cerraba los cielos y otras hacía descender fuego para el sacrificio? ¡Pero, como dije, todos esos prodigios los hacía obrándolos la gracia; y por esto el mismo Dios lo convence de ello. ¿Ves cómo permitió Dios que cayera en aquel pecado pequeño (21) a fin de que se revistiera del vestido completo de la benignidad? ¡Finalmente, oh Elías, Dios te ha enseñado! ¡Sé tú benigno como lo es Dios, como has sido enseñado por El, como de tu Señor lo has aprendido!

¿Has visto cómo permitió Dios que cayeran en un pequeño pecado aquellas fortalezas, columnas y torres, a fin de que no sucediera que si estaban del todo exentos de pecado a todos los arrojaran de la Iglesia? Y para que cuando vieran a alguno caer en pecado y se sintieran movidos a no mostrarle misericordia al recibirlo, se acordaran de sus pecados y ejercitaran con él la benignidad que habían alcanzado del Señor.

Todo esto lo hemos dicho, no para acusar a aquellos justos, sino para abriros a vosotros el camino de la salud. Para que si caéis en pecado no desesperéis de vuestra salvación, acordándoos de aquellos varones que cayeron; pero mediante la penitencia, permanecieron, sin menoscabo alguno, en el mismo grado y honor. En primer lugar os declaramos sus virtudes y luego sus pecados. Tú, pues, si eres pecador, no faltes de la Iglesia; y si eres justo, tampoco te apartes. Todo con el objeto de que, teniendo delante la narración de las Escrituras, sigas siendo justo, y recuerdes el reino de los cielos, y los bienes que Dios ha preparado para los que le aman. Porque a El pertenece la gloria, con el Hijo y con el divino Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Como se ve, el predicador va mucho más allá de la realidad en su argumentación: para que el sacerdote conozca la debilidad humana, le basta con sentir la fragilidad de la propia naturaleza, sin necesidad en modo alguno de la experiencia de las caídas. La historia lo demuestra en hombres como San Alfonso María de Ligorio, el santo Párroco de Ars, etc., etc.

(2) Mt 16,19.
(3) Mt 26,35.
(4) Mt 16,16.
(5) Mt 26,69-70.
(6) Ibid.
(7) 1R 17,1.
(8) La lección de la Vulgata no dice que al punto se secara todo.
(9) 1R 17,3. Los códices ponen Corrat; el hebreo dice Querit.
(10) 1R 17,8.
(11) El hebreo dice que, cuando la mujer volvía las espaldas para ir por el agua, Elías añadió la petición del pan; y no después de beber.
(12) 1R 18,14. También aquí el hebreo pone la promesa del profeta antes de que la viuda vaya a su hogar y no después de la comida.
(13) 1R 18,17-18.
(14) 2R 1,9-10.
(15) 1R 18,23-24.
(16) Ibid.
(17) 1R 18,37.
(18) No es exacta la frase: Pedro cayó en el pecado gravísimo de negar al Señor; Elías no parece que haya cometido falta alguna en huir de Jezabel. Más aún: el ángel del Señor lo alimenta para el camino de huida y le señala el sitio a donde ha de ir. Nótese que el número de cuarenta días es un número general para indicar algo indefinido, como ya lo había observado San Agustín. Horeb no dista tanto. Significa pues sólo un largo camino.
(19) Estas palabras, según el hebreo, se las dijo el Señor a Elías, cuando ya había terminado su viaje y se había refugiado en una cueva del monte Horeb. Ahí le explicó cuál es el Espíritu de Yavé, y lo devolvió a Israel a que ungiera rey a Jehú.
(20) 1R 19,3-18.
(21) Es notable la inconsistencia que el predicador muestra en sus afirmaciones. Ahora para él son pequeños los pecados de Pedro y de Elías; y a ambos aplica la misma expresión fiixgco á/zagr^ftazi. Por otra parte, toda la Homilía está llena de amplificaciones que tienen, según creemos, un sabor marcado de infantilismo. Con todo, en el giro material de la frase sí parece tener empeño en seguir las formas del Crisóstomo.



Homilias Crisostomo 2 41