Homilias Crisostomo 2 43

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XLIII HOMILÍA primera encomiástica en honor de la santa mártir PELAGIA,

antioquena. Dos son las Homilías que se conservan acerca de esta santa mártir. Cuanto a la fecha en que fue predicada, no hay certeza. También hay muchas discusiones sobre los pormenores del martirio y si fue en tiempo de Diocleciano o de Maximino.

¡BENDITO SEA DIOS! ¡También las mujeres juegan con la muerte y las jóvenes hacen burla de ella y las doncellitas tiernas e inexpertas saltan del matrimonio hacia los peligros mismos del infierno y no sufren detrimento alguno! ¡Todos estos bienes se nos han derivado de Cristo, el Hijo de la Virgen! Porque, tras de aquel bienaventurado parto y de aquel admirabilísimo nacimiento, se quebrantaron los nervios de la muerte y la fuerza del demonio quedó destrozada, y finalmente se quedó hecho la burla no solamente de los varones sino también de las mujeres; ni solamente de las mujeres sino además de las doncellitas. Porque, a la manera de un excelente pastor, que habiendo atrapado a un león que aterrorizaba los rebaños y devastaba todo el redil y habiéndole cortado los dientes y habiéndole hecho pedazos las uñas y habiéndole trasquilado la melena, lo vuelve despreciable y risible, y finalmente lo entrega a los niños de los pastores para que lo burlen, y más aún a las niñas para que jueguen con él, así Cristo, a la muerte, que era terrible para nuestra naturaleza, y aterrorizaba a todo nuestro linaje, habiéndola atrapado, acabó con su terror todo, hasta el punto de que juegan con ella las mismas vírgenes jovencitas.

Por eso la bienaventurada Pelagia corrió hacia la muerte con tanto placer que ni siquiera esperó las manos de los verdugos, ni a entrar en los tribunales; sino que movida de su propio excesivo fervor, se adelantó a su crueldad. Se encontraba preparada para los tormentos y las pruebas y toda clase de castigos, pero temía no fuera a perder la corona de su virginidad. Y para que comprendas que lo que temía era la impureza de los verdugos impíos, se adelanta y se sustrae a cualquier vergonzoso insulto, cosa que ningún varón ni siquiera intentó, puesto que todos ellos habían seguido a los verdugos hasta el tribunal, y ahí habían mostrado su firmeza. Las mujeres en cambio, como por su misma naturaleza se encontraban expuestas a semejante oprobio, inventaron para sí este otro género de muerte.

Porque esta santa, si hubiera podido al mismo tiempo conservar su virginidad y obtener la palma del martirio, no habría recusado el presentarse a los tribunales. Pero, puesto que se veía en la necesidad de perder una cosa u otra, pensó que sería el colmo de la locura el que estando en su mano alcanzar ambas victorias, saliera solamente con una corona. Por esto no quiso entrar al tribunal ni ser espectáculo de ojos lascivos ni dar a las miradas incontinentes el placer de la contemplación y que se deleitaran con su vista y que insultaran su santo cuerpo, sino que desde su tálamo y recámara se encaminó hacia otro tálamo, el del cielo.

¡Espectáculo maravilloso es ver a los verdugos rodear el cuerpo de un mártir y destrozarle los costados; pero en nada es menor este otro! Porque los mártires, una vez que por la diversidad de los tormentos han perdido el sentido de ellos, ya no les parece temible la muerte, sino más bien un cambio y partida de los presentes dolores. Pero esta jovencita, no habiendo padecido nunca nada semejante, y teniendo aún puro su cuerpo y no habiendo experimentado nunca dolor alguno, necesitó de un ánimo más levantado y generoso para sustraerse de la presente vida, mediante una muerte violenta. De manera que cuando admires la firmeza de aquéllos, admira también la fortaleza de ésta. Cuando quedes suspenso por la resistencia de aquélíos, que también te suspenda ésta por su generosa determinación, puesto que se atrevió a semejante género de muerte.

Y no pases de largo lo sucedido, sino medita en qué disposición era obvio que se encontrara aquella tierna virgen que no conocía sino su recámara, cuando se presentaron delante en bloque todos los soldados, y guardaron todas las puertas y la instaban a presentarse ante los tribunales, y la arrastraban hacia la plaza para tan terribles asuntos. ¡No estaba dentro de la casa su padre; no estaba presente su madre; no estaban ni la nodriza, ni la esclava, ni vecina alguna, ni alguna amiga, porque fue aprehendida por aquellos verdugos cuando se encontraba sola! ¿Cómo no ha de ser cosa de estupor el que ella pudiera salirles al encuentro, y responder a las preguntas de aquellos soldados convertidos en verdugos, abrir su boca y lanzar voces y verlos de frente y tenerse en pie y aun sólo respirar? ¡No era eso propio de la humana naturaleza! ¡la parte principal la puso ahí el peso de la gracia de Dios! ¡Y esto no sucedió permaneciendo ella en aquellos momentos inactiva, sino que puso de su parte todo lo que podía: el fervor, la generosa determinación, la nobleza, la presteza, el propósito, la presura, el anhelo! Pero estas cosas obtuvieron su resultado gracias a la benevolencia y al auxilio divinos. Dignamente, pues, la admiramos y la llamamos bienaventurada: bienaventurada a causa del concurso divino; admirable por su propio fervor y prontitud.

Porque ¿quién no quedará suspenso de estupor justamente al oír que en un instante tomó tan grave resolución, se confirmó en ella y la llevó a cabo? Sin duda que vosotros habéis caído en la cuenta de que cuando llega la ocasión de la prueba experimental, aun en las cosas que tenemos durante largo tiempo pensadas, se apodera de nosotros y llena nuestra mente aunque no sea sino un pequeño terror, con lo que echamos a rodar todo lo que habíamos pensado, grandemente acobardados por el combate. Esta doncella en cambio, en un momento pudo concebir, determinar y poner por obra un tan temible y escalofriante propósito. Y ni el terror por los que estaban presentes, ni lo rápido de la oportunidad, ni la soledad mientras la rodeaban las asechanzas, ni el haber sido aprehendida cuando se encontraba enteramente sola, ni otra alguna de esas circunstancias, perturbó a esta bienaventurada virgen, sino que procedió en todo sin el menor miedo, como si estuvieran presentes todos los amigos y conocidos.

Y ¡con razón! ¡porque no se encontraba sola en el interior de su casa, sino que ahí tenía como consejero a Jesús! ¡El estaba presente delante de ella! ¡El tocaba su corazón! ¡El fortalecía su espíritu! ¡El solo echaba fuera todo temor! ¡Aunque esto no lo hacía El sin más ni más, sino una vez que de antemano la mártir se había preparado para ser digna de semejante auxilio!

En consecuencia, salió de su recámara y pidió a los soldados la gracia de volver a entrar para cambiar su vestidos; y una vez de nuevo en su aposento, en vez de la corrupción se vistió de la incorrupción, y en vez de la mortalidad, de la inmortalidad, y echó sobre esta vida transitoria aquella otra vida sin término. ¡Por mi parte, además de las cosas que ya dije, me admiro de que los soldados le concedieran aquel favor! ¿Cómo una mujer engañó a aquellos hombres? ¿Cómo aquellos soldados nada sospecharon de las cosas que iban a suceder? ¿Cómo no cayeron en la cuenta del dolo? ¡Porque no puede afirmarse que nadie nunca haya hecho una cosa semejante! ¡Muchas sin duda se lanzaron a los precipicios o se arrojaron al mar o llevaron la espada a través de sus pechos o se suspendieron de un lazo! ¡Porque el tiempo aquél lleno estuvo de dramas semejantes!

¡Sin duda que Dios cegó los corazones de los esbirros a fin de que no presintieran el engaño! Por esto ella se escapó de en medio de las redes. Y a la manera de una cervatilla que ha caído en las manos mismas de los cazadores, escapa de entre ellos enseguida y se acoge a la cumbre de una inaccesible montaña a donde no llegan ni los pies de los cazadores ni el lanzamiento de sus dardos, y ahí finalmente se detienen en su carrera y contempla sin temor a quienes le ponían asechanzas, así esta doncella, habiendo caído entre las manos mismas de los cazadores, y encerrada dentro de aquellas paredes como en una red, huyó, no precisamente a la cumbre de una montaña, sino hasta la cumbre de los cielos, a donde ciertamente ellos en manera alguna podían acercarse. Y luego, contemplándolos desde ahí y viendo cómo regresaban con las manos vacías, se alegraba intensamente pues aquellos infieles iban cubiertos de vergüenza.

¡Deseo yo que ponderéis cuan dura cosa fue aquélla! ¡Sentado el juez al tribunal, presentes ya los atormentadores, preparados los suplicios, reunida la multitud toda en espera de los soldados y embriagados todos con la esperanza del placer de aquel espectáculo, cuando esperaban ya tener en las manos la presa, en ese momento, hubieron de volver y presentarse los comisionados para traerla, con las miradas clavadas en el suelo, sólo para narrar cómo se había desarrollado el drama! ¡Y cómo fue natural y razonable que volvieran con los ojos en el suelo y envueltos en suma vergüenza aquellos que por las obras habían aprendido que la guerra no era entre ellos y los hombres, sino contra Dios!

José, cuando su ama le ponía asechanzas, habiendo abandonado el manto en las malvadas manos de aquella bárbara mujer, porque ella lo retenía, salió huyendo ligeramente vestido. Esta, en cambio, ni siquiera permitió que las manos lascivas tocaran su cuerpo; sino que, habiendo subido al cielo con el alma desnuda del cuerpo, a este cuerpo sagrado lo abandonó entre los enemigos, y a ellos los puso en la mayor incertidumbre. Porque ni siquiera sabían qué hacer de aquellas reliquias.

¡Estas son divinas hazañas! ¡sacar a sus siervos de en medio de las angustias y conducirlos a la suma tranquilidad! Porque ¿cuál angustia mayor que aquella en que la joven había caído? ¿Qué facilidad podía haber mayor que aquella que los soldados tenían? Presa y sola tenían a la mártir en el interior de la casa, que hacía de cárcel; y con todo hubieron de regresarse tras de perder la presa hecha. Por otra parte, la virgen, cuando estaba privada de aliados y auxiliares y no veía salida por parte alguna de aquellas calamidades; cundo estaba ya próxima a las fauces de aquellas bestias, escapó, arrebatada de la garganta misma de ellas, como podría justamente decir alguno; y huyó de sus asechanzas, y superó a los soldados, a los jueces, a los magistrados. ¡Mientras vivió, esperaban poder vencerla; pero, una vez que murió, entonces quedaron en la mayor indecisión, para que aprendieran así que la muerte de los mártires es la victoria de los mártires!

Aconteció como si una nave cargada de preciosas mercancías y piedras valiosísimas, estando ya en la entrada misma del puerto, y escapando de una ola impetuosa que había de hundirla y echarla a pique, por el empuje mismo de la ola más velozmente se entrara en el puerto. Tal fue el suceso de la bienaventurada Pelagia. Porque el asalto de los soldados, el miedo de los futuros tormentos y las amenazas del juez, cayendo sobre ella con mayor empuje que el de una oleada, la condujeron con mayor velocidad a volar a los cielos, y la oleada que había de echar a pique la nave, esa misma la condujo con mayor prisa a la tranquilidad del puerto. Y aquel cuerpo, más resplandeciente que el rayo, era llevado deslumbrando los ojos del demonio. (1) Porque no nos es tan temible a nosotros un rayo que se descarga desde el cielo, como lo es el de un mártir a la falange de los demonios, a los cuales aterroriza más reciamente que cualquier rayo.

Y para que aprendas que esto no sucedió sin una inspiración divina, lo verás con especial claridad si atiendes a la presteza y fervor de la mártir, y también porque no cayeron en la cuenta los soldados de aquel dolo, y por haberle ellos concedido el favor que pedía, y por haber podido ella llevar su obra hasta el fin. Aunque, no menos que por todas esas cosas ya dichas, puede verse por el género mismo de muerte. Porque ha habido muchos que, habiéndose caído de un techo, no han sufrido mal alguno; otros aunque se rompieron algún miembro de su cuerpo, con todo vivieron largo tiempo después de su desgracia. En cambio a esta virgen no permitió Dios que le sucediera nada de eso. Sino que ordenó que al instante el alma abandonara al cuerpo, como quien había mostrado ya haber combatido suficientemente y haber cumplido con todo. Puesto que no por la naturaleza de la caída se siguió la muerte, sino por una determinación divina.

Así quedó aquel cuerpo tendido, no en su lecho sino en la tierra. Pero no por estar tendido en la tierra era eso una deshonra, sino que la tierra misma se volvió venerable por haber recibido semejante cuerpo. Y el cuerpo, por el hecho de estar tendido en el suelo, era más venerando; porque las injurias por Cristo nos proporcionan un aumento de gloria. ¡Yacía, pues, en el suelo, en un sitio estrecho, aquel cuerpo virginal y más puro que el oro todo; y los ángeles lo rodeaban, y los arcángeles todos lo honraban y el mismo Cristo estaba presente! Porque si los dueños a sus criados más honorables cuando éstos mueren los acompañan en sus funerales, y no se avergüenzan, mucho mejor Cristo, a la que por El había exhalado el ánima y tan grande peligro había corrido, no se avergonzaba de honrarla con su presencia.

Yacía, pues, así; y tenía solemnísimos funerales en su martirio, embellecida con el adorno de su confesión de fe, revestida de una vestidura mucho más preciosa que toda la púrpura real y que cualquier rico vestido. Y esa vestidura era doble: la de la virginidad y la del martirio. ¡Y con estos funerales se presentará al tribunal de Cristo! Cuidemos nosotros de estar vestidos en la vida y en la muerte con una vestidura semejante, sabedores de que quien adorne su cuerpo con áureos arreos ninguna utilidad reportará de eso, sino que más bien incurrirá en muchas acusaciones, como quien ni aun en la muerte se aparta de los vanos honores. Pero, si va revestido de virtudes, encontrará muchos que lo alaben aun después de su muerte.

El sepulcro en donde yazga el cuerpo de quien haya vivido con virtud y piedad, será brillante más que las aulas reales. Y de esto sois vosotros testigos, puesto que pasáis de largo ante los sepulcros de los ricos, como quien pasa delante de unas cavernas, aunque estén adornados con velos de oro; y en cambio, corréis llenos de fervor a la presencia de esta bienaventurada mártir; porque, tras de revestirse, en vez de ricas vestiduras, con el martirio, la confesión de la fe y la virginidad, abandonó la vida presente. ¡Imitémosla, pues, según nuestras fuerzas! ¡Despreció ella la vida, despreciemos nosotros los placeres, despreciemos con burla las suntuosas magnificencias, huyamos del vino, apartémonos de los excesos de la comida!

Y no hablo así sin motivo. Sino porque veo a muchos que una vez disuelta la reunión espiritual, irán corriendo a la bebida y a las tabernas y las mesas de las hostelerías y a cualquiera otra inconveniencia. Por esto, os ruego y os suplico encarecidamente que tengáis presente todo el tiempo en vuestro pensamiento y en vuestra mente a esta virgen; y no deis un mentís a esta reunión, ni nos privéis de la franqueza en el hablar que la festividad presente nos ha concedido. Porque no al acaso nos gloriamos cuando hablamos con los infieles de lo concurrido de esta solemnidad, y los avergonzamos alegándoles cómo una jovencita muerta ya, cada año atrae a la ciudad toda y a un tan grande concurso de pueblo, que a través de tantos años en ningún tiempo ha olvidado esta costumbre. Pero, si llegan a darse cuenta de las cosas que suceden en este concurso, habremos perdido uno de nuestros más grandes encomios. Mientras que si la multitud que ahora está aquí presente se porta con el orden debido, será para nosotros un bello decoro. En cambio, si se conduce con pereza y notable descuido, será para nosotros vergüenza y desdoro.

Con el objeto, pues, de que nos gloriemos a causa de vuestra abundante caridad, regresemos a nuestros hogares con el mismo buen orden con que es conveniente que regresen quienes han estado en compañía de esta mártir bienaventurada. Si alguno no regresara con esa modestia, no sólo no sacaría provecho alguno, sino que se acarrearía un grave peligro. Sé bien que vosotros no padecéis de semejante defecto; pero no basta para vuestra defensa, sino que es necesario que a los hermanos que no proceden con buen orden los atraigamos a una vida del todo arreglada y a un modo honorable de proceder.

¿Honraste a la mártir con tu presencia? ¡Hónrala también con poner en recto orden todos tus miembros! Si acaso observas alguna risa descompuesta, un modo de andar inconveniente, una marcha no propia de un hombre noble, una presentación indigna, acércate y mira a los que tales cosas practican con ojos torvos y terribles. Dirás que más bien se burlarán y reirán. Pues toma contigo a dos o tres o más hermanos, a fin de que por su número sean más dignos de respeto. Y si ni de este modo logras reprimir la locura de esos tales, avísalo a los sacerdotes. Aunque no es posible que esas gentes lleguen a un tal grado de intratable desvergüenza, que no cedan ante los reproches y las exhortaciones, y que no retrocedan y se aparten de las danzas desordenadas y ligeras.

Aunque solamente ganaras a diez, o a tres, o a uno solo, regresarías a tu hogar tras de haber conseguido una grande merced. ¡Largo es el camino! ¡aprovechemos pues el largo camino para ir recapitulando lo que hemos dicho! ¡Llenemos la senda de suaves aromas! Porque no parecerá el camino tan adornado y agradable si alguno llena el ambiente de suaves olores, y esparce a lo largo de él infinita clase de aromas, como aparecerá ahora, si es que todos, el día de hoy, al recorrerlo, nos vamos recordando mutuamente los combates de la bienaventurada mártir, y de este modo regresamos a nuestros hogares, haciendo cada uno de su lengua un incensario.

¿No habéis visto cómo, cuando el rey entra en la ciudad, los soldados formados con toda corrección a los lados y con sus armas van avanzando y se animan unos a otros a caminar suavemente y con toda reverencia, con el objeto de hacerse dignos de ser contemplados por los espectadores? ¡Pues imitémoslos! ¡Porque también nosotros conducimos a un Emperador! ¡a un Emperador no sensible ni terreno, sino al Señor de los ángeles! ¡Marchemos, pues, también nosotros del mismo modo en buen orden y exhortándonos unos a otros a caminar acompasada y ordenadamente; con el objeto de que no sólo por el número, sino además por el buen orden, admiremos a los que nos contemplan!

Más aún: aunque nadie esté presente y nosotros recorramos solos el camino, ni aun así conviene ir en forma menos decente, a causa del Ojo aquel insomne que está presente en todas partes y todo lo mira. Recordad también que muchos herejes irán ahora mezclados con nosotros; y si acaso nos vieran ir caminando así, riendo y gritando, como ebrios, echándonos en cara las cosas peores se apartarían de nosotros. Y si a quien escandaliza a uno solo le está reservado un juicio terrible, quienes a tantos escandalizan ¿qué castigo recibirán? ¡Ojalá que después de esta exhortación y discurso no se encuentre alguno culpable de los crímenes que hemos enumerado. ¡Porque, si anteriormente semejantes atrevimientos no eran dignos de perdón, después de esta reunión y de esta exhortación increpatoria, será mucho más inevitable la pena, tanto para quienes tales cosas hagan, como para quienes las tengan en poco.

Así pues: para que a aquéllos los apartéis del castigo y hagáis mayor vuestro premio, tomad el cuidado de vuestros hermanos y empujadlos a formar grupos y a referir de nuevo las cosas que hemos dicho, con el objeto de que, meditando en ellas durante todo el camino y llevando a los que en los hogares se han quedado los relieves de esta mesa, tengáis también allá un magnífico banquete.

Penetraremos así mejor el profundo sentido de la presente festividad, y nos atraeremos una mayor benevolencia de parte de esta mártir bienaventurada, honrándola con la honra verdadera. Porque mayor gozo será para ella que salgamos de aquí habiendo sacado algún fruto espiritual y alguna utilidad, que el presentarnos tumultuosamente. ¡Suceda, por las oraciones de esta santa y de los que padecieron parecidos certámenes, que retengáis cuidadosamente en la memoria estas y las demás cosas que os hemos dicho; y que, llevándolas todas a la práctica, agradéis en todo a Dios, a quien sea la gloria y poder por los siglos de los siglos! Amén. (2)


(1) He aquí uno de los infinitos casos en que aparece claramente que el Crisóstomo improvisaba y que no corregía después sus discursos. Tiene el santo delante en su imaginación el modo del martirio de la santa; y del arrojarse ésta del techo abajo saca inmediatamente la imagen del rayo que se desprende de las nubes brillantísimo para comparar en un rasgo solo la caída de la mártir del techo abajo con la del rayo. Pero, como a los oyentes nada les ha dicho aún del modo del martirio, la imagen podía quedar para ellos un tanto oscura y como sin sentido, a no ser que les fuera ya muy conocida la historia de la santa.

(2) Conviene hacer notar en esta brillante joya literaria, del tipo del panegírico, que luego los tratadistas llamarían panegírico francés, por oposición al italiano (que se detiene todo en las alabanzas del héroe sin aplicaciones morales sino de paso), el arte tan bello y acabado con que el orador mantiene al auditorio en esa tensión psicológica que en los tratados denominan suspensión. Por medio de imágenes, comparaciones y ejemplos y diversas amplificaciones, va llevando adelante el discurso en forma de entrecortada narración, cuyo desenlace aparece hasta el fin con el género de martirio. Si desde el comienzo lo hubiera declarado habría perdido mucho la Homilía en novedad e interés.


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XLIV HOMILÍA segunda encomiástica en honor de la santa mártir PELAGIA,

antioquena. Esta segunda Homilía está tomada de Metafraste y pasada al latín tal como la trae Surio. No se ha encontrado el texto en griego, pero lleva el nombre del Crisóstomo como autor. Y al parecer no sin justicia, porque tiene todo el modo característico de la predicación del santo. Algunos han alegado su brevedad como signo de no auténtica, pero no es argumento.

DIGNA SERÍA LA BIENAVENTURADA PELAGIA de un concurso mayor, puesto que los combates de esta doncella fueron grandes, y por esto piden un mayor concurso de fieles. Pero a ella le basta con Cristo, el único que por todo ornamento engalana aquí la presente festividad y panegírico de esta virgen: ¡porque en donde está Cristo ahí está también todo el coro de los ángeles!

Todos los mártires han demostrado tener un cuerpo que es superior a los tormentos, y por este hecho se han preparado un gran espectáculo delante del demonio, pues han superado con su cuerpo a los mismos espíritus incorpóreos, y han presentado su carne peleando fuertemente contra el hierro. Pero cuando contemplo a las doncellas que procuran morir por Cristo crucificado, entonces es cuando más aún me burlo de las audacias del demonio. Este, tras de escogerse muchos sitios para proferir sus vaticinios, como si en ellos hubiera de declarar las cosas futuras, con todo no previo ni vaticinó cuánta ignominia y cuánta burla había de sufrir aquí el día de hoy.

Porque ¿qué cosa más digna de burla podría alguno encontrar que lo que hoy el demonio ha sufrido en este lugar? ¡Tenía ya a esta virgen entre sus redes, y perdió la presa, y no pudo retener en ellas a la doncella que había aprehendido, como si hubiera aprehendido no a una doncella sino a una sombra! Unió ella en sí la sencillez de la paloma con la prudencia de la serpiente; por esto fue aprehendida como una paloma sencilla, pero escapó por la prudencia de la serpiente. Aun ya aprehendida no desesperó de la victoria; y aunque fue corporalmente aprehendida, pero nunca en su mente y en su determinación fue detenida. Sino que ideó una cierta arte y un consejo mediante el cual burlara la audacia de los que la habían aprehendido y los dejara estupefactos.

Pero ¿cuál fue ese artificio? ¿Fingió la doncella haber cambiado de determinación? Y para hacer esto creíble, aunque se encontraba puesta en tan grave peligro de oleadas y naufragios, con todo se presentó con un rostro lleno de alegría. Engañados con esto los milites, comenzaron a tratarla con más humanidad. Y ella, habiéndoles rogado que le permitieran ausentarse para revestirse de las galas convenientes a una esposa, logró que se lo concedieran. Pensaban ellos que con aquello únicamente daban un gusto a la doncella y que por ello serían más alabados del juez, puesto que le conducían una doncella ataviada como esposa.

Pero la virgen, en cuanto obtuvo el permiso, se revistió de una vestidura que verdaderamente era preciosa. Se revistió de una grande firmeza de ánimo y de una segurísima esperanza de la resurrección, y corrió luego hacia el techo de su morada y de ahí se precipitó hacia abajo. Escogió para sí un tal género de palestra como aquel que el demonio, como una gran cosa, se atrevió a proponer al mismo Señor cuando le dijo: ¡Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo! (1) ¡Verdaderamente me sobrecogen de estupefacción en absoluto la fe y la magnanimidad de esta doncella. Porque, en semejantes circunstancias, otra virgen ¿qué otra cosa habría pensado? ¡Se habría dicho a sí misma: "me arrojaré de este precipicio, ya que me veo obligada a hacerlo, porque temo que me hagan violencia!"

"Cosa laudable será esto, con tal de que se siga en realidad la muerte, porque aún en el caso de que luego los enemigos se ensañen con mi cuerpo yo no tendré ya sentido ninguno y lo harán sin yo saberlo. Y si acaso los miembros se destrozan al caer en tierra, pero el alma permanece entera en el cuerpo, llevaré con pena el dolor, llevaré con pena y dolor el entorpecimiento del cuerpo; pero luego seré llevada ante el juez y ahí padeceré lo que siempre he temido: saciarán en mi cuerpo, destrozado en sus miembros, sus pasiones; y una vez violada, me abandonarán. Sufriré entonces una doble miseria: destrozada en mis miembros y despojada de mi virginidad".

Todas estas consideraciones hubieran sido suficientes para conturbar el ánimo de otra doncella. Pero ésta de tal manera confió, como si tuviera alguno que saliera fiador del éxito; y por esto, con toda prontitud se arrojó a ponerlo por obra. Así que, oh demonio, fuiste vencido por la fortaleza de una doncella y por la audacia de una virgen.

De este modo, con lo que tú en otro tiempo propusiste al Señor, con eso te provocó una doncella, sierva de aquel mismo Señor. Habiendo, pues, corrido al alero del techo, desde ahí se precipitó ella misma. Y como hubiera sido llamada por el juez a quien tú sugeriste que la llamara, ella no te obedeció, sino que acometió una lucha engañosa. Porque ella conoció tus pensamientos dolosos. ¡Tú tienes costumbre de citar a las vírgenes para delante de los jueces, como para ser azotadas; pero luego, sin batalla, las arrojas a los que llegaron para luchar con ellas deteniéndolas entre tus garras con mayor acerbidad.

Si es que con sinceridad provocas al certamen y a entrar al estadio a esta virgen, lucha con ella ahora que se arroja desde el techo: ¡detenía mientras va cayendo! ¡atrévete a enfrentarte y a experimentar el combate! Pon en juego la astucia que quieras : ¡tienes la tierra toda como campo de batalla! ¡mueve las espadas y dale muerte! ¡pon debajo de su cuerpo los instrumentos terribles que hacen pedazos a los hombres! ¡prepara el destrozo del cuerpo a la doncella que cae! Porque ella ha vencido, como cosas levísimas, todas tus artes, aun las más intrincadas y ocultas. Y lo que es aún más: ni siquiera pidió a Dios aquello que está escrito: ¡Ordena, Señor, a tus ángeles a fin de que no reciba daño mi cuerpo al chocar contra la piedra! (2) ¡Más bien, suplicó al Señor que con aquella caída el alma se apartara del cuerpo!

¡Oh doncella, por tu nacimiento y sexo mujer, pero por tu fortaleza verdadero varón! ¡oh virgen que has de ser ensalzada por un doble título! ¡serás contada en el escuadrón de las vírgenes y en el coro de los mártires! ¡Oh doncella, de tal manera continente que no diste al juez intemperante ni siquiera la oportunidad de gozarse con tu aspecto! ¡Imitemos nosotros la continencia de esta joven y levantemos un trofeo de victoria contra los malos placeres! ¡quebrantemos el ímpetu de la incontinencia y de la intemperancia, y fortalezcamos nuestro ánimo para conservar la piedad! ¡Apartemos a los jueces mismos de las tentaciones, y cuando acaso llegue la ocasión no nos presentemos decaídos de ánimo sino audaces! ¡Mortifiquemos, en fin, nuestros miembros que viven acá en la tierra, para que el Señor en persona a este cuerpo nuestro, ahora abatido, lo vuelva tal y lo transforme en tal condición que le comunique la forma de su cuerpo! A Dios sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Mt 4,6.

(2) Lc 4,10-11.

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XLV HOMILÍA primera encomiástica en honor del santo mártir ROMANO.

Esta Homilía, en la que dice el santo que el concurso fue mayor, mayores los aplausos y mayor el clamoreo de los que lo aclamaban que en la de San Eustacio, se tuvo pocos días después de la que predicó en honor de este santo. Se ignora el año y el día. Se discutió largamente si este santo era el diácono de Cesárea que padeció el martirio en Antioquía, u otro distinto. Pero parece que los Romanos de Eusebio de Cesárea, Prudencio y el Crisóstomo son un solo y único Romano.

NUEVAMENTE RECURRE LA MEMORIA DE LOS MÁRTIRES. Nuevamente recurre una festividad y una reunión espiritual. ¡Aquéllos trabajaron y nosotros nos alegramos! ¡aquéllos lucharon y nosotros exultamos de gozo! ¡la corona y la gloria de aquéllos es común con nosotros, o mejor dicho es común de toda la Iglesia! Preguntará alguno: ¿cómo puede ser eso? Pues porque los mártires son parte nuestra y miembros nuestros. Y si padece un miembro todos padecen con él; y si uno es glorificado, los demás miembros se alegran. (1) ¡Es coronada la cabeza y todo el cuerpo se regocija! ¡triunfa uno en los juegos olímpicos y todo el pueblo se goza y lo recibe con grandes elogios! Pues si en los juegos olímpicos tanto gozo experimentaban aquellos que en nada habían ayudado a los que en el certamen sudaban, mucho mejor ha de suceder esto con los atletas de la piedad.

¡Pies somos nosotros! ¡cabeza son los mártires! Pero la cabeza no puede decir a los pies: ¡no tengo necesidad de vosotros! Gloriosos son los miembros, pero la alteza de su gloria no los hace ajenos a la unión que existe entre ellos y las otras partes del cuerpo. Precisamente por aquí se hacen gloriosos, porque no rompen la unión que tienen con nosotros. Así el ojo, aunque sea más brillante que el resto del cuerpo, sólo entonces conserva su esplendor cuando no está separado del resto del cuerpo. Pero ¿qué digo los mártires? Pues si el Señor no se avergonzó de hacerse nuestra cabeza, mucho más ellos no se avergüenzan de ser miembros nuestros. Porque tienen arraigada la caridad, y la caridad acostumbra unir y juntar las cosas dispersas y no rebusca cuidadosamente lo que se refiere a la dignidad.

Así pues, del mismo modo que ellos se conduelen de nuestros pecados, del mismo modo nosotros nos alegramos juntamente con ellos por sus hazañas. Pablo ordenó que así se hiciera: Alegrarse con quien se alegra, llorar con los que lloran. (2) Sólo que llorar con los que lloran es cosa fácil, mientras que gozar con los que gozan no es tan excesivamente fácil: porque es un hecho que más fácilmente nos dolemos con quienes andan entre dolores que nos alegramos con quienes están en buena fortuna. En el primer caso, la naturaleza misma de la desgracia es capaz de llevar a la simpatía aun a una piedra; mientras que en el segundo, de la buena fortuna, la envidia y la mala voluntad impiden, a quien no profundiza, unirse al gozo del que se alegra. Pues así como la caridad une y junta todas las cosas separadas, así, al revés, la envidia a las que ya estaban unidas las separa.

Por esto, os exhorto a que procuremos unirnos a los que gozan para purificar nuestra alma de la envidia y de la mala voluntad. Nada echa fuera esta enfermedad pesada y difícil en su curación como el alegrarse con aquellos que viven conforme a la virtud. Escucha cuan extremado es Pablo en una y otra cosa: ¿Quién, dice, se enferma y yo no me enfermo? ¿quién se escandaliza y yo no me inflamo? (3) No dice: yo no me entristezco, sino "y yo no me inflamo", queriendo con la palabra "inflamo" ponernos delante lo sumo del dolor. Luego, escribiendo a otros, les dice: ¡Sin nosotros reináis! ¡y ojalá hubierais reinado, a fin de que también nosotros reináramos con vosotros! (4) ¡Advierte cuánto procuraba el bienestar de los hermanos quien ni siquiera pensaba que vivía si ellos no estaban salvos!

El hombre arrebatado hasta el tercer cielo y llevado al paraíso de misterios inenarrables, y que gozó ante Dios de tan grande confianza, no tenía grande sentimiento de esos bienes si no veía juntamente con él a salvo a sus hermanos. Porque sabe él, sabe muy bien, que nada hay ni mayor ni igual a la caridad, ni siquiera el martirio mismo, que es ciertamente el mayor de los bienes. Y cómo sea esto, escúchalo: porque la caridad sin el martirio hace discípulos de Cristo, mientras que el martirio sin la caridad no los podría hacer. ¿Por dónde queda esto claro? Por las palabras de Cristo. Porque El a sus discípulos decía: En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis mutuamente. (5) ¡Mira cómo la caridad sin el martirio hace discípulos de Cristo! Y que el martirio sin la caridad no solamente no hace discípulos de Cristo, pero ni siquiera trae consigo utilidad alguna al que lo sufre, óyelo de labios de Pablo, quien dice: Aunque entregue mi cuerpo para ser quemado, pero si no tengo caridad, ningún provecho saco. (6)

Pues por esto precisamente amo yo al santo que hoy aquí nos ha reunido, al bienaventurado Romano: porque juntamente con el martirio mostró una grande caridad; caridad por la que le fue cortada aquella veneranda lengua. Puesto que también esto es digno de examinarse: ¡por qué el demonio no lo llevó a otro género de tormentos, suplicios y penas, sino que le cortó la lengua! Porque no lo hizo al acaso, sino con redomada malicia. ¡Bestia astuta y malvada es el demonio y no deja por mover piedra alguna en contra de nuestra salvación! ¡Ea, pues! ¡examinemos por qué acudió a cortarle la lengua! Pero tomemos el agua de más arriba. Así conoceremos por una parte la bondad de Dios y por otra la paciencia del mártir y la maldad del demonio. Y una vez que conozcamos la bondad de Dios le daremos gracias; y una vez conocida la paciencia del mártir, imitaremos a este consiervo nuestro; y finalmente, conocida la maldad del demonio, aborreceremos en absoluto a ese enemigo nuestro. Para eso nos dio Dios conocimiento de sus maquinaciones: para que aborreciéndolo más, mejor y más fácilmente lo venzamos. Y acerca de que podemos conocer sus intenciones, oye lo que dice Pablo de aquel hombre que había caído en fornicación. Porque escribiendo a los de Corinto, les dice: Afirmad en él la caridad para que no seamos enredados por el demonio, puesto que no ignoramos sus maquinaciones. (7)

¿Cuál es pues la causa por la que a este mártir le cortó la lengua? ¡Concededme que tome el asunto de más arriba! Guerra grande se levantó en otro tiempo contra las iglesias; y no porque los bárbaros hicieran incursiones en las ciudades, ni extranjeros algunos; sino porque aquellos que estaban al frente de estas regiones se portaron con los que los obedecían de una manera más cruel que cualquier tirano; tiempo fue aquél en que no solamente estaban en peligro la libertad y la patria, los dineros y la vida presente, sino el reino de los cielos y los bienes que están preparados para los justos y la vida inmortal y la fe en Jesucristo. Entonces se inventó un nuevo modo de cautividad, puesto que no se expatriaba de la ciudad que acá existe, sino que se esforzaban en privar a los hombres de la Jerusalén aquella de allá arriba en donde reina toda libertad. Y obligaban a cada uno a ofrecer en sacrificio en los altares su propia alma, y abjurar de su Dios y sujetarse a la tiranía del diablo y dar culto a los demonios, enemigos dañinos de nuestra salvación : ¡cosa que a las almas generosas y amantes de Dios les resultaba aún más intolerable que mil muertes y que cualquier infierno!

Entonces, pues, cuando muchos eran sepultados en las olas y éstas se levantaban hasta los cielos y muchos naufragaban, este bienaventurado Romano, avanzando al medio de la tormenta, no se puso a considerar primero la forma en que él afrontaría los peligros; sino que ante todo reunió, animó, preparó a combatir de nuevo a quienes primeramente habían caído y traicionado su salvación, levantando a los derribados, confirmando mediante sus oraciones a los que se sostenían, y con sus consejos y exhortaciones acerca de los bienes futuros, y discurriendo ampliamente sobre las cosas presentes y mostrando lo pasajero de éstas, lo eterno de aquéllas, y contraponiendo los premios a los trabajos, las coronas a las pruebas, la recompensa a los dolores, y enseñándoles cuál sea la naturaleza de la vida presente y cuál la de la futura y cuánta la diferencia de ambas; cómo eso de morir era cosa en absoluto necesaria, ya que, si no terminamos nuestra vida por el martirio, por la ley natural pronto nos veremos obligados a dejarla y abandonar estos cuerpos nuestros.

Con estos razonamientos y otros parecidos, puso en tensión los brazos remisos, llenó de fortaleza las rodillas débiles, hizo regresar a los fugitivos, apartó la cobardía, echó fuera el temor, infundió alientos, y los convirtió a todos de temerosos en atrevidos, y de cervatillas y gacelas sacó leones que respiraban abundante esfuerzo, y puso en línea al ejército de Cristo, y convirtió la vergüenza que amenazaba a nuestras cabezas en contra de los enemigos. Observando, pues, el demonio el gran cambio que se había verificado, y que los que ayer y anteayer le temblaban y le temían, ahora se burlaban de él y se le enfrentaban y afrontaban los peligros y se lanzaban a los suplicios, como se hubiera dado cuenta de quién era el causante de todo, dejó a un lado a los otros y se echó sobre éste con todas sus fuerzas y desató los torrentes enteros de su locura en contra del bienaventurado.

¿Qué es pues lo que hace? ¡Ved su malicia! ¡No lo arrastra a los tormentos, no le corta la cabeza, porque el tiempo pasado le advertía ser todo inútil y cosa vana, ya que con eso no había logrado reprimir la prontitud de los creyentes, antes bien la había aumentado y hecho mayor y más fervorosa: "¡Yo extendí alfombras de brasas, se dijo, y éstos corrían hacia ellas como si fueran rosas; encendí hogueras, y éstos a ellas se arrojaban como a fuentes de frescas aguas; yo destrocé sus costados y les abrí hondos surcos y saqué de ahí ríos de sangre; pero ellos se gloriaban como si por todas partes estuvieran rodeados de ríos de oro; yo los eché a los precipicios y los sumergí en el mar; pero ellos no como si descendieran al profundo sino como si subieran a los cielos mismos, así se mostraban y daban saltos de gozo y se llenaban de alegría; y como si acompañaran los coros de una sagrada procesión o anduvieran jugando en un pensil cubierto de verdor, así se portaba cada uno en los tormentos; y no les parecían tormentos, sino andar recogiendo flores primaverales y coronándose con ellas; y aun se adelantaban a mis suplicios por el fervor insigne de sus almas.

"Qué haré, pues, ahora?, se preguntaba. ¿Acaso cortaré su cabeza? ¡Pero si esto es precisamente lo que él desea y será eso una más amplia exhortación para sus discípulos, puesto que él ya los previno diciéndoles que la muerte de los mártires no es muerte sino vida que no tiene fin, y que por esta vida está bien despreciar la muerte y tolerar toda clase de padecimientos!

Si, pues, le corto la cabeza y él lo soporta con fortaleza, los habrá amonestado con sus hechos más claramente que con las palabras, acerca de que es necesario despreciar la muerte, y levantará más los espíritus, y una vez muerto les comunicará mayor prontitud. Entonces ¡le cortaré la lengua! ¡Privados así los discípulos del mártir de aquella su voz, con que se gozaban, y destituidos de sus consejos y de sus exhortaciones, se volverán más cobardes, y volverán a sus anteriores tristezas y dudas, por no tener quién les dé ánimo ni quién los excite y los arme para la lucha!

Pero ¡advierte ya la malicia del demonio! Es verdad que Herodes cortó la cabeza a Juan. Este, en cambio, no cortó la cabeza sino solamente la lengua. ¿Por qué? ¡Por su excesiva malicia y perversidad! "¡Si le corto la cabeza, se decía, y muere de este modo, no presenciará la muerte de sus hermanos y se irá así. Pero yo ansio que sea testigo de la derrota de sus soldados y de su desgracia, a fin de que se consuma de dolor mientras ve a los que sucumben sin poder ayudarlos ni poder darles los consejos que solía, puesto que al privarlo de la lengua lo habré privado de la palabra!" ¡Pero Aquel que revuelve contra los sabios sus astucias, revolvió contra el demonio su propia invención. De manera que no solamente no los privó de sus consejos, sino que hizo que disfrutaran de una mayor exhortación y participaran de una más abundante doctrina espiritual.

Una vez que este pensamiento hubo dominado al demonio, fue llamado el médico para que hiciera el corte, con lo que éste se convirtió de médico en sayón: ¡no sanaba un miembro que estuviera enfermo, sino que destrozaba a uno que estaba sano! Mas, aunque lo privó de la lengua, no pudo privarlo de la voz. Porque le fue cortada la lengua de carne, pero la lengua de la gracia divina fue volando a posarse en la boca del mártir bienaventurado Romano. De manera que la naturaleza, obligada por el hierro, perdió uno de sus miembros; pero la gracia divina no permitió que con él desapareciera también el uso de la voz. Por lo cual gozaban ahora los discípulos de una doctrina más espiritual; pues no oían precisamente una voz humana como antes y palabras humanas, sino otras divinas y espirituales y que superaban a la humana naturaleza. Y concurrían todos, deseosos de observar aquella boca sin lengua y oírla hablando en esa forma los ángeles desde las regiones superiores, los hombres desde las inferiores.

¡Cosa era verdaderamente maravillosa y nunca oída aquella boca que sin lengua peroraba, y colmaba de deshonra al demonio y al mártir de gloria ingente, y daba a los discípulos enorme consuelo y grande argumento de paciencia! Porque desde el principio de los tiempos antiguos fue costumbre de Dios revolver contra la cabeza del demonio todas cuantas cosas éste maquina contra nosotros, y utilizarlas para nuestra salvación. ¡Considerad cómo al hombre el demonio lo echó del paraíso, pero Dios le abrió las puertas del cielo; aquél lo arrojó del imperio terreno, pero Dios le concedió el reino de los cielos, y colocó en regio trono a nuestra humana naturaleza. Así Dios concede siempre a los hombres dones mayores que aquellos de que el demonio intentaba privarlos. Y esto es con el objeto de hacerlo más tardo en ponernos asechanzas y de enseñarnos que sus asechanzas nunca son temibles: ¡cosa que sucedió exactamente con este mártir. ¡Porque Dios le obsequió una voz mucho más fuerte y clara que aquella de que el demonio creyó haberlo privado!

No es de igual estimación poder hablar con lengua, que poder hacerlo sin ella. Porque lo primero es cosa común a todos y que se sigue de la misma naturaleza; pero esto otro era cosa sobrenatural y exclusiva del mártir. El mártir, aun en el caso de amputársele la lengua y quedar mudo, todavía habría consumado su certamen y le estaría preparada la corona: porque era grande vencimiento para el demonio y demostración clara de su derrota el haberle cortado la lengua. Si no temías, oh demonio, la lengua del mártir, tú el más exsecrable de todos los seres, ¿por qué la cortaste? ¿Por qué no dejaste en pie la causa e instrumento de las luchas, sino que echaste llave al estadio? Del mismo modo que si alguno, teniendo que luchar en el pancracio recibiera indecibles heridas; y luego, por no poder ya resistir, ordenara que a su adversario se le amputaran las manos, y una vez así lo colmara de golpes, no se necesitaría de ninguna otra demostración para adjudicarle la victoria al que le habían sido amputadas las manos, así en el caso de este mártir, fue argumento manifestísimo de victoria contra el diablo el corte de la lengua. Porque, aunque la lengua era mortal, pero como al demonio le infligió heridas incurables, por esto contra ella derramó el demonio su veneno, y se cargó con una mayor deshonra e hizo más brillante la corona del mártir. Porque así como sería cosa admirable contemplar un árbol sin raíces o un río sin manantial, así lo es oír una voz que no procede de una lengua.

¿Dónde están ahora los que no creen en la resurrección? ¡He aquí que la voz había muerto y ha resucitado; y ambas cosas sucedieron en un mismo instante! Más grande cosa es ésta que no la resurrección de los cuerpos: porque en la resurrección permanece la materia del cuerpo y solamente se separan sus componentes; pero en aquella otra, se había suprimido el fundamento mismo de la voz, y con todo la voz se había hecho más penetrante. Si de una flauta quitas las lengüetas, el instrumento queda del todo inútil. Pero no sucedió lo mismo con esta flauta espiritual. De modo que, aunque fue privada de su lengua, no sólo no quedó por eso con detrimento, sino que emitía de sí un canto más armonioso y más misterioso y que causaba mayor admiración. Otro ejemplo: si alguno quita de la cítara el plectro, el artista se queda sin oficio y su arte es inútil y su instrumento inservible. Pero, en nuestro caso, nada de eso sucede, sino todo lo contrario. Porque cítara era la boca, plectro la lengua, artista el alma y el arte la confesión de la fe. Y con todo, arrancado el plectro o sea la lengua, no quedaron inútiles ni el artista, ni su arte, ni su instrumento.

¿Quién obró semejantes maravillas? ¿Quién produjo tales milagros que superan a cuanto pudiera creerse? ¡Dios, que es el único que hace maravillas! De El afirma David: ¡Oh Señor, nuestro Señor! ¡cuan admirable es tu nombre en toda la tierra! ¡Tu magnificencia se ha elevado por encima de los cielos: de la boca de los infantes y de los que aún toman el pecho perfeccionaste tu alabanza! (8) Y por cierto, en el caso del profeta fue de la boca de los infantes y de los que aún toman el pecho, pero en el nuestro fue de la boca de quienes no tienen lengua. En aquel caso la naturaleza aún no daba tiempo; en éste la boca estaba sin lengua. En aquel caso existía en los niños la raíz aunque tierna aún, pero con fruto ya maduro; en éste, aun la raíz misma había sido extirpada, y con todo no se impedía la producción del fruto: porque fruto de la lengua es la voz. De manera que en verdad son más admirables estas segundas cosas que aquellas primeras.

Por si a éstas no les dais fe, precedieron aquéllas, a fin de que luego éstas no nos conturbaran, acostumbrado ya el ánimo a aquéllas. Y para esto sobrevinieron las actuales, para que aquellas ocultas y más antiguas sean creídas por éstas que son más claras y más recientes. Así, en otro tiempo, la vara de Arón germinó, como ahora germinó la boca de este mártir. Mas ¿por qué entonces germinó la vara de Arón? Porque el sacerdote era injuriado. Y ¿por qué causa germinó ahora la boca de este mártir? Porque era blasfemado Jesucristo, el sumo Sacerdote. ¡Advierte cuán grande sea el parentesco de este milagro con aquél y cuánta su excelencia!

Porque así como aquella vara, sin estar unida a su raíz ni sacando la savia de la tierra, sino enteramente privada de ésta y habiendo ya perdido la fuerza vital y frugífera, de repente dio fruto, así también esta voz, privada de su raíz y sin tener la fuerza que ella toma de su órgano propio, germinó de repente en la boca reseca e improductiva. Por aquí se ve el parentesco de ambos milagros. Pero la excelencia del segundo se ve en esto otro. Pues distan mucho un fruto de otro: aquél era sensible, éste espiritual; y tal que abría los mismos cielos al que daba las voces.

Por todas estas cosas, felicitemos al mártir, glorifiquemos a Dios, que hace estos milagros, imitemos la paciencia de nuestro consiervo y demos gracias a Dios por este favor, y consolémonos suficientemente en las tentaciones con lo dicho. Y, admirando el poder y la providencia de Dios, que nos ha creado, pongamos todo lo que está de nuestra parte, y se seguirá todo lo que está de la suya. Ya peleen contra nosotros los hombres o los demonios o el diablo en persona, (9) en nada aprovecharán los que nos combatan, con tal que demostremos diligencia y fervor de ánimo, y quitemos de nosotros todo lo que conviene quitar. De esta manera atraeremos sobre nosotros el auxilio de Dios en la vida presente y conquistaremos grande gloria en la futura y alcanzaremos nuestra salvación. La cual ojalá se nos conceda obtener a todos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, juntamente con el cual sea al Padre y al Espíritu Santo la gloria, el honor y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.


(1) 1Co 12,26.

(2) Rm 12,15.

(3) 2Co 11,29.

(4) 1Co 4,8.

(5) Jn 13,35.

(6) 1Co 13,3.

(7) 2Co 2,8-11.

(8) Ps 8,2-3.

(9) Conviene notar, una vez por todas, que el Crisóstomo hace constantemente una distinción entre Satanás o Lucifer o el Príncipe de las tinieblas, al cual denomina Diablo diáoXo$, y los otros ángeles malos que forman como su corte y sus satélites, a los cuales llama demonios Saifiovs^. En la literatura ascética castellana con mucha frecuencia la palabra demonio se usa para significar ya a Luzbel o Lucifer o Satanás, ya a los otros espíritus cuando se habla de ellos en singular o sea de alguno en concreto.



Homilias Crisostomo 2 43