CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

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III: Homilía segunda acerca del título de los Hechos de los Apóstoles.

Fue predicada en la iglesia vieja o Palaia, en una reunión celebrada tiempo después de la Homilía anterior. Y es acerca de que la vida virtuosa es más útil que los portentos y milagros; y en qué se diferencian los milagros del modo de vivir virtuoso.

TRAS DE LARGO intervalo volvemos a nuestra madre, digo a esta iglesia amada tanto por vosotros, a esta iglesia madre nuestra y de todas las iglesias de la ciudad. Madre es no únicamente por razón de su antigüedad cuanto al tiempo, sino por haber sido levantada por mano de los apóstoles. Motivo que sirvió para que muchas veces fuese derruida por los herejes en odio al nombre de Cristo y de nuevo reedificada por la virtud del mismo Cristo. Porque no sólo la fundaron las manos apostólicas, sino que un decreto del Señor de los apóstoles la fortificó con un género nuevo de fortificaciones. No la cercó amontonando maderos y piedras; no la rodeó de un foso que en torno al circuyera; no clavó estacadas en derredor; no edificó encima torreones; sino que profirió dos solas y simples palabras, que le sirvieran de muro y de torre y de foso y de toda clase de fortificaciones.

¿Cuáles fueron esas palabras que tan gran fuerza tuvieron?: ¡Sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella! 2 Tales palabras son el muro y el cercado y la fortificación y el puerto y el asilo. Por tu parte considera cuan firme e inexpugnable sea este muro. Porque no dijo únicamente no prevalecerán contra ella las acechanzas de los hombres, sino ni siquiera las máquinas mismas del infierno. Porque dice las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y no dijo: No se lanzarán contra ella, sino: no prevalecerán contra ella. Se lanzarán ciertamente, pero no la vencerán. ¿Qué significa eso de las puertas del infierno? Porque tal vez la sentencia es oscura. Sepamos qué es la puerta de una ciudad y sabremos qué son las puertas del infierno. La puerta de una ciudad es la entrada. . De modo que las puertas del infierno significan un peligro que conduce al infierno. En consecuencia, lo que dice es que aun cuando se lancen en contra de la iglesia y la acometan tan graves peligros que parezcan llevarnos y precipitarnos al infierno, la Iglesia permanece inconmovible.

Podía Cristo no permitir que experimentáramos tales peligros, ni males algunos. Entonces ¿por qué lo permitió? Porque esto es más grande que él no permitir que vengan las tentaciones. Cosa más grande es que permitiendo que vengan las tentaciones ningún mal se nos siga de semejantes acometidas. Por eso permitió que se echaran encima toda clase de pruebas: para mejor probar y sacar limpia su Iglesia. La tribulación, dice Pablo, produce la paciencia: la paciencia, una virtud más probada. Para dar una mayor demostración de su poder, arranca su Iglesia de las puertas mismas de la muerte. Permitió que se levantara la tempestad, pero de ningún modo permitió que se hundiera la barquilla. Nosotros alabamos al piloto, no cuando navega con vientos prósperos y conserva incólume la nave llevada viento en popa, sino cuando, mientras se agita el mar por las tempestades, hirviendo en oleajes, y se desata la tormenta, el piloto opone al soplo de los vientos su arte, y saca la nave salva de en medio de los turbiones.

Así lo hizo Cristo. Al permitir que la Iglesia, al modo de la navecilla en el mar, fuera llevada en medio del mundo; al no apaciguar las olas sino salvarla de entre las olas, así procedió. No pacificó el mar sino defendió y fortaleció la nave, de manera que cuando se levantaran en su contra por todas partes los pueblos, a la manera de feroces oleajes, y se lanzaran sobre ella al modo de soplos contrarios los malignos espíritus; cuando de todos lados se enfureciera la tormenta, tuviera la Iglesia gran tranquilidad. Y, lo que fue admirabilísimo, ¡no solamente la tempestad no hundió la barca, sino que la barca calmó la tempestad!

Las persecuciones continuas no hundieron a la Iglesia, sino que la Iglesia las convirtió en tranquilidad. ¿Cómo? ¿por qué medio? ¿por quiénes? Precisamente por medio de la referida sentencia así pronunciada: ¡Las Puertas del infierno no prevalecerán contra ella! ¿Cuantías cosas no maquinaron los helenos para sacar falsa semejante sentencia y hacerla vana? Pero no pudieron destruirla. Es palabra de Dios. Y a la manera que una torre edificada con bloques de diamante y más bien trabada que con hierros, aun cuando los enemigos por todos lados la golpeen, no logran abrir brecha en su estructura; sino que al fin tienen que retirarse tras de haber agotado sus esfuerzos, permaneciendo la torre intacta y sin daño alguno, así la dicha sentencia, como si fuera una torre elevada y fuertemente fortificada y puesta en mitad del orbe de la tierra, cuando los helenos por todos lados la golpeaban, por una parte la tornaron más firme y por otra ellos murieron, tras de haber agotado y quebrantado sus fuerzas.

Ellos lanzaron contra esta torre ¿qué cosas no? ¿Qué no maquinaron en su contra? ¡Se conscribían ejércitos, se empuñaban las armas, se armaban los reyes, se encrespaban los pueblos, se alborotaban las ciudades, se irritaban los jueces, se inventaban todos los géneros de suplicios, no se omitía modo alguno de tormentos, fuego, hierro, dientes de las fieras, precipicios, naufragios, báratros, ecúleo, cruz, hornos y padecimientos nunca vistos se ponían en práctica: el escuadrón de amenazas era ingente, las promesas de honores no tenían cuenta, todo con el objeto de aterrorizar con aquéllas o con éstas atraer y reblandecer las voluntades. No se olvidaba género alguno de engaños, ni género alguno de violencias. Los padres entregaban a sus hijos, los hijos desconocían a sus padres; las madres se olvidaban de sus partos, y todas las leyes de la naturaleza se echaban por tierra.

Y sin embrago, ni así se conmovieron los fundamentos de la Iglesia. Vecinos estaban los que le declararon la guerra, pero ésta no llegó a tocar sus muros, a causa de la sentencia que dijo: Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Porque no has de fijarte simplemente en que es una sentencia, sino en que es sentencia pronunciada por Dios. Dios con su palabra asentó los cielos; con su palabra asentó la tierra sobre las aguas e hizo que la tierra, densa y pesada por su naturaleza, se sustentara sobre las aguas que son livianas y escurridizas; y con su palabra cercó por todas partes con un débil muro de arena al mar de indómitas energías y que con tantas tormentas se hincha y con tan enormes oleajes. Entonces quien asentó los cielos, quien consolidó la tierra, quien amuralló los mares con sola su palabra, no te admires de que haya defendido y atrincherado también con sola esta sentencia a su Iglesia, más preciosa que los cielos y el mar y la tierra!

Siendo, pues, tan estable y tan inconmovible el edificio y tan inexpugnable la fortaleza, veamos cómo pusieron sus fundamentos los apóstoles y cuan profunda fosa excavaron para que el edificio permaneciera inconmovible. ¡No excavaron una fosa profunda! ¡no necesitaron de tan ingente trabajo! ¿Por qué? Porque encontraron ya puesto el antiguo fundamento, echado por los profetas. Como un hombre que ha de levantar una alta mansión, si se encuentra un antiguo, firme y macizo fundamento, no remueve al punto con palancas el cimiento, no quita las piedras de su sitio, sino que todo lo deja intacto y sobre aquello asienta el nuevo edificio, así los apóstoles, habiendo de levantar este gigantesco edificio, digo la Iglesia, que va irguiéndose por todas partes del orbe, no excavaron una fosa profunda; sino que, como encontraran los antiguos cimientos de los profetas, no los destruyeron ni cambiaron sus enseñanzas ni nada de lo que ya éstos habían construido; sino que, dejando todo intacto, edificaron sobre ellos su doctrina, o sea la nueva fe de la Iglesia.

Y para que entiendas cómo no quitaron de su sitio los antiguos cimientos, sino que sobre éstos edificaron, oye al mismo sabio arquitecto Pablo, que dice: Yo, como sabio arquitecto, puse los fundamentos. 4 Pero veamos cómo puso el cimiento. Responde: sobre el antiguo fundamento de los profetas. ¿De dónde consta?: Por tanto ya no sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas. ¿Ves ahora el cimiento? Doble cimiento: uno de los profetas y otro de los apóstoles, que luego sobreedificaron. Y lo que es de maravillar, no vinieron los apóstoles inmediatamente después de los profetas, sino que hubo intermedio un lapso grande.

¿Por qué fue así? Porque así proceden todos los arquitectos excelentes: echados ya los cimientos, no construyen al punto encima el edificio, no vaya a suceder que estando aún floja y reciente la estructura del cimiento, no pueda sobrellevar el gran peso de las paredes. Por tal motivo, dejan que las piedras se afirmen y afiancen durante largo tiempo; y una vez que las miran bien trabadas y compactas, entonces les echan encima el peso de las paredes. Lo mismo hizo Cristo. Dejó que se afirmaran en la mente de los oyentes los cimientos de los profetas; y cuando vio que ya éstos tenían una doctrina firme, cuando observó que el edificio estaba firme e inconmovible y que habían arraigado los dogmas sagrados hasta el punto de poder soportar encima la nueva sabiduría, entonces envió a los apóstoles, para que sobre el cimiento de los profetas levantaran los muros de su Iglesia.

Por eso Pablo no dijo simplemente edificados sobre el cimiento de los profetas, sino sobreedificados, o sea edificados encima. Veamos ahora el modo como fueron edificados. ¿Por dónde podremos conocerlo? ¿Por dónde, pregunto yo, sino por el libro de los Hechos de los Apóstoles, acerca del cual hemos tratado en los días anteriores? Porque quizá tenemos con vosotros, a este respecto, una deuda pequeña que pagaros, y es necesario hacerlo el día presente. ¿Cuál es la deuda? ¡Interpretar el título mismo del libro! Porque no es tan fácil y manifiesto como lo cree la mayor parte de los hombres, sino que necesita de profunda investigación. ¿Cuál es el título? Hechos de los Apóstoles. ¿No os parece que la cosa es del todo clara? ¿no es cosa de todos conocida y a todos manifiesta? Pero, si queréis comprender lo que en él se encierra, veréis cuan honda es su profundidad.

¿Por qué el libro no se tituló: Milagros de los Apóstoles? ¿Por qué no se tituló: Cosas maravillosas de los Apóstoles, o bien Virtudes y Prodigios de los Apóstoles, sino simplemente Hechos de los Apóstoles? ¡Porque no es lo mismo hechos que cosas estupendas y maravillosas; no es lo mismo hechos que milagros, no es lo mismo hechos que prodigios y virtudes o poderes: gran diferencia hay entre tales cosas! El hecho es un acto que nace de la propia diligencia. El milagro es un beneficio que proviene de un don divino. ¿Ves cuán grande sea la diferencia entre hecho y milagro? El hecho es un efecto de nuestros esfuerzos y sudores humanos: el milagro es una muestra de liberalidad de parte de Dios. El hecho se origina en nuestro albedrío; el milagro toma su origen de la gracia divina; el milagro depende de un auxilio extraordinario de Dios, el hecho depende del humano arbitrio. El hecho proviene de ambos elementos: de nuestra diligencia y de la gracia divina; el milagro sólo demuestra la gracia divina y no necesita de nuestros sudores.

Se dice, en consecuencia, hecho el ser de buenas costumbres, casto, modesto, dueño de su ira, domador de sus pasiones, liberal en sus limosnas, benigno y cultivador de todas las virtudes. Estos son hechos y trabajos y sudores nuestros. Milagro es echar los demonios fuera, abrir los ojos de los ciegos, limpiar los cuerpos de los leprosos, unir de nuevo los miembros que estaban separados, resucitar a los muertos y otras obras semejantes. ¿Miras cuán grande es la diferencia entre hechos y milagros: entre la vida diaria y los portentos: entre nuestra diligencia y la gracia?

¿Quieres que te ponga delante otra diferencia? Porque la predicación de hoy la he emprendido en favor vuestro, para que sepáis qué es un milagro, qué es un portento. El milagro es una cosa grande, tremenda, que supera nuestra naturaleza. El hecho es una operación diaria; cosa menor que los milagros pero, en cambio, más provechosas. Porque para los trabajos y la diligencia, hay un premio. Para que mejor entiendas que el hecho es más útil y más fructuoso que los portentos, advierte que una buena acción, aun cuando no la acompañen los milagros, conduce al cielo a quienes la ejecutan: mientras que el milagro y portento, sin una buena vida, no puede llevarnos hasta aquellos vestíbulos celestiales.

Voy a declarar cómo pueda ser esto. Por parte vuestras observad cómo los hechos llevan la ventaja cuando se trata de pagos y premios; y cómo los portentos, si van solos, no salvan a quienes los hacen. En cambio los hechos tomados de por sí y aparte, no necesitan de otra cosa para salvar a quienes los ejecutan. Dice Cristo: Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor! ¿acaso no profetizamos en tu nombre? Estos son milagros y portentos. ¿Acaso no expulsamos a muchos demonios en tu nombre y en tu nombre hicimos muchos milagros? 6 Veamos qué les responde Cristo: Como no tenían sino milagros y no buena vida, les dice: ¡Apartaos de mí! ¡no os conozco! ¡obradores de la iniquidad! Pero ¿si no los conoces cómo te consta que son obradores de la iniquidad? Es para que tú entiendas que ese no os conozco no significa ignorancia sino aversión, odio.

¡No os conozco! ¿Por qué motivo? pregunto. ¿Acaso no arrojamos a los demonios en tu nombre? Pues precisamente por esto os aborrezco y me aparto de vosotros, dice; porque a pesar de haber recibido semejantes dones, no mejorasteis en vuestra vida. Y porque habiéndoos colmado de tan grandes honores, perseverasteis en la perversidad: ¡Apartaos de mí! ¡no os conozco! Entonces ¿es que en la antigüedad tales dones se concedían a los indignos y quienes eran de vida mala y perversas costumbres hacían milagros y estaban enriquecidos con dones divinos, aunque no se cuidaran de llevar una vida excelente? ¡Sí! ¡eran enriquecidos por la suma benignidad de Dios, pero no por la dignidad que ellos tuvieran! Se hacía necesario esparcir por doquiera la palabra de la verdad porque esto es comienzo y origen de la fe.

Gomo un agricultor excelente pone sumo cuidado en cultivar un árbol nuevo que hace poco encomendó al seno de la tierra, mientras aún está tierno; y por todos lados lo defiende y lo rodea de cercado y lo guarda con espinos, para que ni los vientos puedan arrancarlo ni los ganados echarlo por tierra, ni accidente alguno causarle daño; pero una vez que ha echado raíces y ve que ha crecido y tiene ya suficiente altura, le retira aquellas defensas, puesto que se basta ya por sí mismo para defenderse de tales contingencias: así sucedió con la fe. Cuando estaba recientemente plantada; cuando aún era planta tierna; cuando apenas se había sembrado en los ánimos de los hombres, se la cuidaba con empeño por todos lados; pero una vez que ya tomó fuerza y echó raíces y se alzó a las alturas; una vez que hubo llenado todo el orbe de la tierra; Cristo le quitó las defensas y finalmente la despojó de tales seguridades.

Este fue el motivo de que allá a los principios aun a los indignos se concedieran dones extraordinarios; porque en aquella época primera se necesitaba de semejante auxilio para ir alimentando la fe. En cambio, al presente, ni aun a quienes son dignos se les suelen conceder, porque la fuerza y firmeza de la fe ya no necesitan de esos auxilios. Y para que veas que aquellos hombres no mentían ni engañaban, sino que hacían verdaderos milagros; y que los dones se concedían aun a personas indignas; y también para otro efecto aparte del dicho, que fue para que tales hombres, por reverencia a los dones, abandonaran su perversidad, todos confiesan que Judas -uno de los doce- hizo milagros y arrojó a los demonios y resucitó muertos y curó leprosos; y sin embargo, perdió el reino de los cielos. ¡No pudieron salvarlo los milagros, porque fue ladrón y hurtaba y entregó al Maestro!

Queda pues demostrado que los milagros sin la vida buena, pura y correcta, no pueden de ninguna manera salvar. En cambio, la buena vida aun destituida del consuelo de hacer milagros y sin semejante acompañamiento y yendo solitaria, puede confiadamente entrar en el reino de los cielos. Apréndelo de Cristo que así nos lo enseña: ¡Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino que os está preparado desde la constitución del mundo! ¿Por qué? ¿porque resucitaron muertos? ¿porque curaron leprosos? ¿porque arrojaron los demonios? ¡De ningún modo! Entonces ¿por qué motivo? ¡Porque me visteis hambriento, dice, y me alimentasteis; sediento, y me disteis de beber; desnudo y me cubristeis; peregrino y me acogisteis! Nada se dice de los milagros. Por todas partes se trata de las buenas obras.

Pues del mismo modo que en el primer caso aquéllos sólo hablaban de milagros, pero enseguida vino el castigo, porque los milagros no iban acompañados de buenas obras, así acá, sólo se habla de buenas obras y no de milagros, pero al punto se sigue la salvación. Porque la vida buena por sí sola puede salvar a quienes la practican. Pues bien: este fue el motivo de que el nobilísimo, bienaventurado y admirable Lucas pusiera a su libro el título de Hechos de los Apóstoles y no Milagros de los Apóstoles, aun cuando hicieron muchos milagros. Los milagros se verificaron durante cierto tiempo, pero ya pasaron. En cambio la vida buena deben manifestarla en todo tiempo los que se han de salvar.

De manera que el libro lleva tal encabezado porque no se nos proponen a la imitación los milagros, sino los hechos de los apóstoles. No fueras a decir tú, o mejor para que no fueran a decir los desidiosos -si alguna vez los exhortábamos a la imitación de los apóstoles y les aconsejábamos: ¡Imita a Pedro! ¡imita a Pablo! ¡sé semejante a Juan! ¡sigue las pisadas de Santiago!-, para que no fueran a decir -lo repito-: ¡No podemos! ¡no tenemos fuerzas! ¡Ellos resucitaron muertos, curaron leprosos! Para quitarnos semejante excusa impudente, nos dice este título del libro: ¡calla! ¡guarda silencio! ¡no introduce al reino de los cielos el milagro, sino la vida buena! Imita, por consiguiente, la vida de los apóstoles y obtendrás un premio no menor que el de los apóstoles. Porque no fueron los milagros los que hicieron a los apóstoles, sino la vida pura y virtuosa.

Y que este sea como el sello e imagen de un apóstol y lo característico de los discípulos, oye a Cristo que lo descubre. Porque cuando iba diseñando la imagen de sus discípulos y las características del apóstol: dijo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos. ¿En qué? ¿en hacer milagros y resucitar muertos? ¡De ninguna manera! dice. Entonces ¿en qué?: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os améis los unos a los otros. Pero la caridad no pertenece a los milagros, sino a las buenas obras: La plenitud de la Ley es la caridad. ¿Ves el distintivo de los discípulos? ¿ves la imagen y diseño del apóstol? ¿Observas la forma? ¿ves la figura? ¡No busques más, puesto que el Señor definió que la caridad es la característica de los discípulos! Si tienes caridad, te has hecho apóstol; y aun el primero de los apóstoles.

¿Quieres llegar a la misma conclusión por otro camino? Cuando Cristo hablaba a Pedro, le decía: Pedro ¿me amas más que éstos? No hay cosa que tenga igual valor para alcanzar el reino de los cielos como el que amemos a Cristo como lo debemos amar. Y El mismo nos dio la señal de amarlo. ¿Cuál es y qué debemos hacer para amar más que los apóstoles? ¿Resucitar muertos? ¿hacer otros diversos milagros? ¡De ninguna manera! Entonces ¿qué es lo que hay que hacer? ¡Escuchémoslo del mismo Cristo que es el que ha de ser amado! Dice: ¡Si me amas más que éstos, apacienta mis ovejas! Pero he aquí que también en este caso son las obras buenas las que merecen alabanza. Porque propio es de las buenas obras y no de los milagros y portentos el cuidar de otros y compadecerlos y ayudarlos, y el no buscar los propios intereses, y todo lo demás que compete a un pastor y debe tenerlo.

Alegará alguno: ¡pero ellos precisamente por los milagros llegaron a ser como fueron! Respondo: ¡no por los milagros sino por las buenas obras! ¡Por éstas sobre todo llegaron a ser célebres y resplandecientes! Por eso les decía el Señor: Luzca vuestra luz delante de los hombres, para que los hombres vean… ¡no milagros! sino vuestras obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. ¿Observas cómo en todas partes son alabadas la vida virtuosa y las buenas obras? ¿Quieres que te ponga delante al mismo Pedro, al príncipe de los apóstoles que se ejercitó en excelentísimas obras, y además hizo milagros que excedían a la humana naturaleza; y que comparando sus milagros y sus buenas obras, te demuestre que sobre todo por las buenas obras fue colmado de honores, más que por los milagros? Pues ¡escucha la historia siguiente!

Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración que era la de nona. Pero no pases de corrida por la narración, sino detente en el comienzo mismo; y aprende cuán grande caridad y concordia y unidad de pareceres había entre ambos apóstoles, y en qué forma estos varones se comunicaban mutuamente sus cosas, y todo lo hacían unidos con los vínculos de una amistad según Dios; y siempre aparecían juntos en la mesa, en las salidas y en todo lo demás. Pues si ellos, que eran columnas y torres, y que tan gran favor gozaban con Dios, necesitaban del mutuo auxilio, y con el mutuo subsidio se completaban ¿cuánto más nosotros, débiles, míseros, hombres de nonada, necesitaremos del mutuo auxilio? Porque dice la Escritura: El hermano que es ayudado por su hermano, es como una ciudad fuerte. Y también: ¡Cuan bueno es y cuan hermoso el habitar los hermanos unidos! ¡Eran ellos Pedro y Juan, pero en medio llevaban a Jesús! Porque El dice: En donde estuvieren dos o tres congregados en mi nombre, ahí estoy en medio de ellos.

¿Miras de cuan gran precio es estar unidos? Porque no estaban unidos de cualquier modo. También ahora estamos aquí todos. Se ha de estar unido con el vínculo de la caridad y con el afecto de la voluntad. Y así como ahora nuestros cuerpos se hallan vecinos unos a otros, y se aprietan en un solo grupo, así conviene que se unan los corazones. Pedro pues y Juan subían al templo. ¡Roto está el velo! ¡abandonado el Santo de los Santos! ¡ha desaparecido la adoración que antes estaba reducida a sólo este sitio! Pablo clama y dice: ¡En todo sitio levantad puras vuestras manos! Entonces ¿por qué los apóstoles corren al templo para hacer oración? ¿Se han tornado a la debilidad judaica? ¡Lejos tal cosa de ellos! ¡Se han acomodado a los más débiles y cumplen con el dicho de Pablo que dice: Me he hecho con los judíos corno judío! ¡Se acomodan a los más débiles para que éstos no permanezcan débiles! Por lo demás, toda la ciudad se congregaba ahí. De manera que, como lo hacen los buenos pescadores, que buscan los remansos de los ríos en donde se reúnen los peces para más fácilmente coger la pesca, así los apóstoles -pescadores espirituales- se apresuraban hacia aquel remanso de la ciudad para coger más fácilmente la pesca, extendiendo las redes del Evangelio. Y en esto imitaban a su Maestro.

Porque dice Cristo: Cada día estaba con vosotros en el templo, y para coger a los que pasaban las horas en el templo. Marchaban, pues, de esa manera estos apóstoles, como quien va a hacer oración; pero en realidad iban a esparcir la semilla de la doctrina. Al templo, para hacer oración, hacia la hora de nona. No sin motivo observaron la hora. Muchas veces os he hablado acerca de esta hora y cómo en ella se cerró el paraíso y entró el ladrón en el cielo. En ella se levantó la maldición; en ella se ofreció la víctima del orbe todo de la tierra; en ella se disiparon las tinieblas; en ella se difundió la luz, así la sensible como la espiritual. Hacia la hora de nona.

Es decir, al tiempo en que los demás, tras de haber comido y haberse embriagado, duermen un sueño profundo, entonces ellos, sobrios y vigilantes y llenos de amor, se apresuraban a la oración. Y si ellos necesitaban de la oración y de una oración constante y tan cuidadosamente hecha a pesar de que tan grande entrada tenían con Dios y no tenían conciencia de pecado ¿qué haremos nosotros que estamos cubiertos de infinitas heridas, y no les ponemos el remedio de la oración? ¡Magnífica armadura es la oración! ¿Quieres conocer cuán grande armadura es la oración? Los apóstoles hacían a un lado el cuidado de los pobres para tener tiempo de entregarse a la oración: Elegid, dicen, de entre vosotros a siete varones estimados de todos: nosotros insistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra.

Pero, como iba diciendo ¦-pues no debemos apartarnos de la materia del discurso, que era cómo Pedro se dio a las buenas obras e hizo milagros, pero fue alabado sobre todo por las buenas obras-, subió, pues, Pedro al templo para hacer oración. Y he aquí que un hombre cojo desde el vientre de su madre, era llevado ahí a la puerta del templo. De modo que aquella naturaleza estaba impedida desde el vientre de la madre; y la enfermedad superaba al arte de la medicina, para que mejor se manifestara la gracia de Dios. Este cojo yacía junto a la puerta del templo; y cuando vio a los apóstoles que entraban, extendió hacia ellos su mano, esperando recibir alguna limosna. ¿Qué hace Pedro? Le dice: ¡Míranos! Por el solo aspecto demostraban suficientemente su pobreza. No necesitaban palabras ni otros argumentos ni diálogos ni explicaciones. Como si le dijeran: el vestido mismo te está probando que somos pobres. Toda esta obra es propia del apostolado. Pedro está con esto diciendo al pobre que no sólo va a remediar su necesidad, sino que más grandes riquezas verá: Oro y plata no tengo. Lo que tengo eso te doy. ¡En el nombre de Jesucristo, levántate y camina!

¿Ves juntamente la pobreza y las riquezas? ¡Pobreza de dineros y riqueza de carismas y dones! ¡No le quitó al pobre su pobreza de dineros, pero le corrigió la pobreza y debilidad de su naturaleza! Observa también la modestia de Pedro. Le dice: ¡Míranos! No lo cargó de injurias, no lo hirió con reprensiones, como muchas veces lo hacemos nosotros con quienes se acercan a pedirnos limosna y les echamos en cara la acusación de que están entregados a la pereza. ¿Acaso es, oh hombre, lo que se te ha mandado? ¡No te ordenó Dios que al pobre le echaras en cara su pereza, sino que le remediaras su necesidad!

¡No te hizo acusador de la perversidad, sino que te constituyó remedio y médico de su desgracia! ¡Y no para que lo reprendieses por su desidia, sino para que tendieras la mano al caído! ¡No para que condenaras sus costumbres, sino para que aliviaras su hambre!

Nosotros procedemos al revés. No nos dignamos consolar con la limosna de algunos dineros a quienes se nos acercan, pero en cambio les refregamos sus llagas con nuestras reprensiones. Pedro por el contrario se excusa delante del pobre, e incluso le habla modestamente. Porque dice la Escritura: Inclina hacia el pobre tu oído y con mansedumbre respóndele palabras amables. Plata y oro no tengo. Lo que tengo, eso te doy. En el nombre de Cristo levántate y anda. Dos cosas tenemos aquí: la vida virtuosa y el milagro. Plata y oro no tengo. Porque es propio de la vida virtuosa el despreciar las cosas terrenas y despojarse de los bienes y hacer a un lado la vanidad de la vida presente. En cambio, lo propio del milagro es levantar al cojo y sanar sus miembros debilitados. De modo que tienes aquí juntamente la vida virtuosa y el milagro.

Veamos de cuál de ambas cosas se gloría Pedro. ¿Qué dice? ¿acaso que ha hecho milagros? Y sí había hecho milagros, pero no los mencionó. ¿Qué fue entonces lo que dijo?: He aquí que nosotros dejamos todas las cosas y te hemos seguido. ¿Observas la vida virtuosa y las buenas acciones y juntamente el milagro, y cómo se lleva la palma la vida virtuosa? Y ¿qué le contesta Cristo? ¡Lo alabó, lo encomió! Porque le dijo: OÍ digo que vosotros que habéis abandonado vuestras casas y me habéis seguido … y lo demás que ahí sigue. Y no le dijo: Vosotros que habéis resucitado muertos. Sino: Vosotros que habéis abandonado vuestros bienes os sentaréis en doce tronos. Y todo el que abandonare sus bienes conseguirá el mismo honor.

¿No puedes tú, como lo hizo Pedro, sanar a un cojo? Pero sí puedes decirle: Plata y oro no tengo. Si tal cosa puedes decirle, te has hecho semejante a Pedro. O por mejor decir: no si lo dices, sino si de hecho lo haces. ¿No puedes sanar una mano árida? Pero puedes extender tu mano que la crueldad había secado, mediante la benevolencia de la limosna. Porque dice la Escritura: No sea tu mano abierta para recibir y cerrada para dar. ¿Observas cómo tu mano se inmoviliza no únicamente con la aridez sino también con la inhumanidad? ¡Extiéndela mediante el ejercicio de la benevolencia y la limosna! ¿No puedes echar los demonios? ¡Echa de ti el pecado y tendrás un premio mayor!

¿Ves cómo la vida virtuosa y las buenas obras tienen un premio más grande que los milagros y una recompensa superior? Si quieres te lo declararé por otro camino. Dice la Escritura: Volvieron los setenta y dos llenos de alegría, diciendo: ¡Señor! ¡hasta los demonios se nos sometían en tu nombre! Y El les dijo: no os alegréis de que se os sujeten los demonios, sino alegraos de que vuestros nombres están escritos en los cielos: ¿Ves cómo la vida virtuosa es alabada?

¡Ea, pues! ¡recopilemos lo que llevamos dicho!: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros. Queda demostrado que a los discípulos se les conocerá no por los milagros, sino por la vida virtuosa. ¡Pedro! ¿me amas más que éstos? ¡Apacienta mis ovejas! He aquí otra señal tomada también de la vida virtuosa. Un tercer indicio. No os alegréis de que los demonios se os sujetan, sino alegraos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. También aquí se trata de las buenas obras propias de la vida virtuosa. ¿Quieres conocer un cuarto argumento que prueba lo mismo? Luzca, dice, vuestra luz delante de los hombres de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. De nuevo lo que aquí se menciona son las buenas obras. Y luego, cuando dice: Cualquiera que dejare su casa o hermanos o hermanas por mí, recibirá el cielito y poseerá la vida eterna, encomia las buenas obras y la vida perfecta.

¿Miras, pues, cómo los discípulos fueron dados a conocer por la mutua caridad, y cómo aquel a quien con predilección amaba de entre los apóstoles precisamente se hizo ilustre porque perdonaba a los hermanos? Y a los que se alegraban, se les ordenó que se alegrasen no porque echaban los demonios, sino porque su nombre estaba escrito en los cielos. Y quienes daban gloria a Dios fueron señalados y resplandecieron por el brillo de sus buenas obras. Y a los que habían de conseguir la vida eterna y el tanto por ciento, se les concedió semejante don por haber despreciado todos los bienes presentes.

¡Imita a todos éstos! Así podrás ser uno de los discípulos y estar contado entre los amigos de Dios y glorificarlo y disfrutar de la vida eterno. Ni te será impedimento para conseguir todos los bienes, el no hacer milagros, con tal de que observes una vida pura y perfecta. Aun el mismo Pedro no recibió este nombre a causa de los milagros y portentos, sino por su celo y su amor sincero. No se le llamó Pedro porque resucitara a los muertos ni por haber sanado a un cojo, sino por haber demostrado una fe sincera y haberla confesado: ¡por tal motivo recibió el nombre! ¡Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia! ¿Por qué? ¡No por haber hecho milagros, sino por haber dicho: Tú eres Cristo el Hijo de Dios vivo!

¿Adviertes cómo el sobrenombre de Pedro no trae su origen de los milagros, sino de su celo ardiente? Mas, al hacer memoria de Pedro, me viene el recuerdo de otro Pedro, padre y doctor común nuestro; quien, habiendo seguido al primero en la virtud, alcanzó además la misma cátedra. Porque es ésta una de las prerrogativas de la dignidad de nuestra urbe: el haber tenido allá a los comienzos como doctor al Príncipe de los Apósteles. Justo era que la ciudad que se adornó con el nombre de cristiano antes que el resto del orbe, tuviera como Pastor al primero de los apóstoles.

Al primer Pastor lo recibimos pero no lo retuvimos perpetuamente con nosotros, sino que se lo otorgamos a la regia ciudad de Roma. O mejor dicho: ¡sí lo hemos retenido perpetuamente! ¡No conservamos el cuerpo de Pedro, pero en lugar de Pedro conservamos la fe de Pedro! ¡Y en tanto que conservamos la fe de Pedro, tenemos en verdad a Pedro con nosotros! De manera que ahora, al contemplar a este otro Pastor, fiel imitador suyo, nos parece tener delante al mismo Pedro. Cristo a Juan lo llamó Elías; no porque Juan fuera Elías, sino por haberse presentado con el espíritu y virtud de Elías. Por tal motivo lo llamó Elías. Igualmente este Pastor, puesto que ha venido bajo la confesión y fe de Pedro, con toda razón puede recibir el mismo apelativo. La comunidad en el género de vida da origen a la comunión en el nombre.

Oremos todos para que llegue a la ancianidad de Pedro, pues aquel apóstol acabó su vida ya anciano. Jesús le había dicho: ¡Cuando seas anciano otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieres! Pidamos a nuestra vez para este Pedro una vida prolongada y llena de buenas obras. Si su ancianidad se prolongare, hará que nuestra juventud espiritual sea también más florida y vigorosa y plena de vitalidad por las oraciones de aquél y de este Pedro, y también por la gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al que sea la gloria y el imperio, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


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