CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

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V: Homilía cuarta acerca del título de los Hechos de los Apóstoles;

y que no carece de peligro que los oyentes callen lo que se ha dicho en la iglesia; y por qué motivo se leen los Hechos de los Apóstoles en Pentecostés y por qué Cristo no se apareció a todos una vez que resucitó de entre los muertos; y que Cristo mediante los milagros que hicieron los apóstoles dio más brillante demostración de haber resucitado que por medio de sus apariciones.

LA MAYOR parte de la deuda que con vosotros contrajimos con ocasión del encabezado del libro Hechos de los Apóstoles, os la pagamos ya en los días precedentes. Pero, como nos quedó un sobrante pequeño, vengo ahora para saldarlo. Si habéis mantenido en la memoria diligentemente lo que se os dijo, y cuidadosamente lo recordáis, allá vosotros lo sabréis; puesto que sois quienes han recibido en depósito los talentos, y de quienes Dios exigirá cuentas el día en que serán llamados a dar razón quienes los recibieron: vendrá entonces Cristo y exigirá de los banqueros las sumas juntamente con los réditos. Porque dice: ¡Debías haber entregado mi dinero a los banqueros para que a mi vuelta recibiese lo mío con los intereses! ¡Oh bondad de Dios grande e inefable! ¡El que prohíbe a los hombres recibir usuras, las exige! ¿Por qué? Porque el otro género de usuras en dineros es digno de condenarse y hace al usurero digno de acusación. Pero la usura espiritual es digna de alabanza y recomendable.

La usura de las riquezas daña a quien la percibe y a quien la paga; puesto que pierde el alma del que la recibe y echa a la miseria al que la paga. Pero ¿qué cosa puede haber más cruel que sacar alguno ganancia de la miseria de su prójimo y andar buscando lucro mediante la desgracia de sus hermanos? ¿O que alguno se encubra debajo del disfraz de la benevolencia para ejercitar la más fiera inhumanidad? ¿Que quien debiera tender la mano en auxilio sea quien arroje al abismo al necesitado de auxilio? ¿Qué haces, oh hombre? ¡No se acercó el pobre a tus puertas para que aumentaras su pobreza, sino para que lo libraras de la pobreza! En cambio tú procedes como los que fabrican venenos; que los mezclan con los alimentos y de esta suerte preparan sus asechanzas ocultas. Los usureros, cuando ocultan su avaricia bajo las apariencias de benignidad, no dejan que quienes van a beber el mortífero veneno sientan su propio daño.

Por esto, lo que se ha dicho del pecado puede repetirse oportunamente respecto de quienes ponen sus dineros a usura y reciben las ganancias. Y ¿qué se ha dicho del pecado?: Por algún tiempo halaga tu boca, pero después lo encuentras más amargo que la hiel y más afilado que espada de dos filos? Esto les sucede sobre todo a quienes reciben a rédito. Cuando el necesitado recibe los dineros, disfruta de solaz por un breve lapso; pero luego, cuando el rédito va creciendo y la carga se hace superior a sus posibilidades, el dulce que había llenado su boca siente que se le torna más amargo que la hiel y más agudo que espada de dos filos; y se ve obligado a ceder incluso los bienes todos heredados de su padre.

Pero llevemos nuestro discurso de las cosas sensibles a las espirituales. Convino, dice, que entregaras mi dinero a los banqueros. ¿Por qué os llamó Dios banqueros? Para enseñar a cuantos escuchan a examinar lo que se les dice con el empeño con que los banqueros examinan las monedas. Así como los banqueros rechazan la moneda de mala ley y mal sellada y en cambio admiten la legal y buena, y distinguen la adulterada de la correcta, así has de proceder tú, y no recibir cualquier clase de predicación. Rechaza la que venga adulterada y corrompida y recibe en tu alma la que llegue correcta y saludable. Porque tienes ¡ciertamente tienes a la mano balanzas fieles no fabricadas de bronce ni de hierro, sino de pureza de costumbres y de fe! Examina toda predicación mediante tal balanza. Tal fue el motivo de que Cristo os llamara banqueros y dijo que fuerais buenos banqueros. No para que vayáis al foro y estéis allá contando monedas; sino para que con todo empeño examinéis las enseñanzas y discursos. Pablo dijo: ¡Probadlo todo y quedaos con lo bueno! Ni fue la única causa de llamaros banqueros, lo de examinar la administración de los bienes que os ha confiado. Porque los banqueros, si se contentan con guardar encerrados en su casa los dineros y no los utilizan entre los demás, pierden toda ganancia: cosa que también les sucede a los oyentes. Si encierras en ti la doctrina recibida y no la esparces entre los demás, se te ha echado a perder todo el negocio.

Por esto vemos cada día en los establecimientos de la Banca a los hombres que van y vienen de un lado a otro. Pues guárdese la misma regla acerca de la doctrina recibida. Porque entre los banqueros, vemos que unos entregan dineros, otros reciben y al punto se retiran; y está a la vista que tal cosa sucede durante todo el día. De aquí resulta que aun cuando los dineros no les pertenecen, mas, porque los usan para las cosas necesarias, sacan de la riqueza ajena grande ganancia. Procede tú del mismo modo. No son tuyas las enseñanzas, sino del Espíritu Santo; pero si sabes usarlas como se debe, amontonarás enormes utilidades. De manera que también por este motivo Dios os llamó banqueros.

Mas ¿por qué a la enseñanza la llamó dinero? Pues fue porque así como el dinero lleva impresa la perfecta imagen del rey -puesto que si no la muestra bien marcada no es legal sino que se le tiene por adulterado- del mismo modo la doctrina de la fe ha de llevar impresa la figura y sello del Evangelio. Por otra parte el dinero sustenta toda nuestra vida mediante su uso, y da lugar a toda clase de transacciones; y ya sea que algo se haya de comprar o de vender, todo lo hacemos mediante los dineros. Pues bien: lo mismo sucede con la doctrina. Porque este dinero espiritual es ocasión y raíz de los contratos espirituales. De donde resulta que si algo queremos comprar de Dios, una vez que hayamos pagado como precio primero las palabras con que se hacen las súplicas, finalmente recibimos lo que pedíamos. Y aun si vemos que nuestro hermano es negligente y anda pereciendo, si pagamos, como con monedas, por él, las palabras de la doctrina, lograremos su salvación y habremos comprado su vida.

En consecuencia, debemos cuidar con todo empeño y poner todo nuestro esfuerzo en retener y conservar en la memoria cuanto se nos enseña, para distribuirlo luego entre los demás; puesto que también a nosotros se nos exigen los réditos de tales dineros. Pongamos atención mientras recibimos las monedas a fin de que podamos después distribuirlas entre los otros; ya que, al fin y al cabo, cada uno de nosotros puede enseñar, si quiere. No puedes enmendar una grande reunión, pero sí puedes amonestar a tu esposa. No puedes hablar a una ingente multitud, pero puedes volver a mejor camino a tu hijo y llevarlo a un correcto modo de pensar. No puedes predicar a un pueblo tan numeroso, pero puedes atraer a tu siervo a una vida mejor. Semejante grupo de discípulos no excede a tus fuerzas; semejante modo de enseñar no excede a tu sabiduría. ¡Pero si hasta lo podéis hacer vosotros mejor que nosotros y procurarles la enmienda!

Yo os hablo una vez o cuando mucho varias en la semana. Tú, en cambio, tienes dentro de tus mismas paredes y en tu casa continuamente a tus discípulos y a tu mujer y a tus hijos y a tus criados, y puedes instruirlos en la noche, en la mesa, y corregirlos durante todo el día. Además de que semejante modo de medicinar resulta más fácil. Mientras yo hablo es tan enorme la multitud que ignoro cuál sea la enfermedad que atormenta vuestros ánimos; por lo que me veo obligado en cada reunión a proponer toda clase de medicamentos. Vosotros no necesitáis proceder de la misma manera; sino que con menor trabajo podéis cosechar frutos más abundantes de la corrección. Porque conocéis perfectamente los defectos de quienes viven bajo vuestro mismo techo; de manera que incluso podéis aplicarles con mayor rapidez la medicina.

¡No omitamos el cuidado de nuestros compañeros de hogar, carísimos! ¡Pena muy grande y muy grande castigo están preparados para quienes descuidan a sus domésticos! Dice Pablo: Si alguno no mira por los suyos, sobre todo por los de su casa, ha negado la fe y es peor que un infiel A ¿Ves en qué forma hiere Pablo a quienes no cuidan de sus domésticos? ¡Con razón! Porque quien descuida a sus domésticos ¿qué cuidado tendrá de los extraños? Yo sé bien que con frecuencia he usado de semejante exhortación ante vosotros; pero no dejaré de usarla aun cuando para adelante ya esté yo sin culpa en la negligencia de los demás. Puesto que dice: Convenía que entregaras mi dinero a los banqueros, y no exigió nada más.

¡Entregué el dinero y no me queda otra cosa de qué dar cuenta! Sin embargo, a pesar de estar del todo libre y desligado de la pena amenazada, para el crimen de no entregarlos, temo y tiemblo por vuestra salvación, como si fuera reo de castigo. En conclusión: ¡nadie escuche a la ligera y de pasada las enseñanzas espirituales! Porque no sin motivo y razón acostumbro echar por delante prolijos exordios; sino para que la cuenta de los dineros que se os entregan sea más exacta y mejor los guardéis. No vaya a suceder que mientras aplaudís a la ligera y vanamente y alborotáis, os volváis a vuestras casas vacíos. ¡Yo no me cuido de vuestras alabanzas! ¡Estoy cuidadoso de vuestra salvación! Los que compiten en el teatro, reciben como premio alabanzas; pero nosotros no bajamos a la palestra con semejante objeto, sino para recibir de Dios el premio que a nuestro certamen ha prometido.

Este es, pues, el motivo de que con frecuencia os exhortemos al cuidado de atender, para que la enseñanza eche raíces profundas en vuestra mente. Así como las plantas que han arraigado bien no pueden ser derribadas por ningunas acometidas de los vientos, así las sentencias de la Escritura cuanto más profundamente quedaren enclavadas en vuestra mente menos fácilmente podrán ser arrancadas por las avenidas de los negocios.

Porque ¡dime, carísimo! si vieras a tu hijo consumido por el hambre ¿podrías descuidarlo, o al revés pensarías ser necesario echar mano de todos los medios para aliviar su hambre? De manera que al afligido con el hambre de pan no lo descuidarías ¿y en cambio perece de hambre de la doctrina alguno y podrás descuidarlo? Pero ¿cómo serías digno de ser llamado padre? Porque esta hambre es mucho peor que la otra, puesto que termina en muerte peor y más funesta. En consecuencia, hay que poner en remediarla un cuidado mayor.

Dice la Escritura: Educad a vuestros hijos en disciplina y en la enseñanza del Señor. ¡Es éste el más bello cuidado que han de poner los padres! ¡Esta es la verdadera solicitud paterna! ¡Por aquí conozco yo los lazos de la naturaleza! ¡Si los padres ponen mayor empeño en las cosas espirituales de sus hijos! Pero ya hemos alargado excesivamente el exordio. Vengamos a la paga de la deuda. Pues por tal motivo os hacemos este sermón y explicación abundante y larga: para que recibáis con sumo cuidado las monedas con que se os paga.

¿Cuál fue, pues, la deuda que os quedamos a deber al apartarnos hace poco? ¿La habéis olvidado quizá? ¡Será necesario que nosotros mismos os la recordemos; y que ante todo os leamos el documento mediante el cual se os hizo el primer pago! Hay que referir qué es lo que ya pagamos para ver luego cuánto nos falta de pagar. ¿Cuál fue nuestra paga primera? Dije entonces quién fue el que escribió el libro de los Hechos y quién fue su padre; o mejor dicho, no quién fue su padre, sino el instrumento. Porque no dio a luz él el escrito, sino que fue solamente instrumento para que lo dicho se dijera. Hablé también de los Hechos mismos y del nombre y apelativo de apóstol. De manera que ahora es necesario que digamos y expliquemos el motivo que tuvieron nuestros padres y prelados para que este libro de los Hechos se leyera en Pentecostés. Quizá recordáis que también os prometimos declarar este punto.

No a la ligera ni sin motivo señalaron nuestros padres este tiempo para su lectura, sino guiados por una prudente razón. Y no fue precisamente porque quisieran sujetarnos, siendo libres, a determinados tiempos; sino para proveer de abundancia de conocimientos a los más ignorantes, acomodándose a ellos. Y para que entiendas que señalaron tiempo determinado, no para sujetarse a semejante prescripción, sino porque se esforzaban en acomodarse a los más débiles, oye lo que dice Pablo: ¿Observáis los días, los meses, las estaciones y los años? ¡Temo haber trabajado en vano entre vosotros! Pero tú, oh Pablo, ¿no observas los días y las estaciones y los años? Porque si vemos que quien prohíbe observar los días y los meses y las estaciones y los años él por su parte los observa, pregunto ¿qué diremos? ¿Acaso se contradice y pelea consigo mismo? ¡De ninguna manera! ¡Sino que, como quisiera acabar con la ignorancia y debilidad de quienes observaban los tiempos, se acomodaba, sin embargo, mediante tal observancia, a los más débiles!

Lo mismo hacen los médicos: primero gustan ellos de los alimentos que van a dar a los enfermos, aun cuando no tienen necesidad; pero lo hacen procurando ayudarles y sanarlos. Así procedió Pablo. No necesitaba observar los tiempos; pero los observó con el objeto de librar de la enfermedad a quienes los observaban. ¿Cómo nos consta? ¡Atended, os ruego, con diligencia! Dice: Al día siguiente llegamos a Mileto. Porque Pablo se había propuesto pasar de largo por Éfeso, a fin de no retardarse en Asia. Se apresuraba a ver si era posible estar en Jerusalén el día de Pentecostés. ¿Ves cómo el que decía que no se habían de observar los tiempos espera el día de Pentecostés?

Mas no sólo cuidaba del tiempo, sino también del lugar. Puesto que no se apresuraba simplemente por celebrar el día de Pentecostés, sino para celebrarlo en Jerusalén. ¿Qué haces, oh bienaventurado Pablo? ¡Destruida está Jerusalén, desierto el Santo de los Santos por divina sentencia, se ha derogado la forma anterior de religión! ¿Acaso no clamas a los gálatas y les adviertes: Los que esperáis justificaros por la Ley habéis perdido la gracia? Entonces ¿por qué nos conduces de nuevo a la servidumbre de la Ley?… ¡No es de poca importancia el negocio de que tratamos para comprender si de verdad Pablo se contradice! Si Pablo no sólo observa los días, sino que guarda los demás preceptos de la Ley, y sin embargo clama a los gálatas y les dice: Yo Pablo digo que si os circuncidáis Cristo de nada os aprovechará; pero luego encontramos que el mismo Pablo que dice si os circuncidáis Cristo de nada os aprovechará, él personalmente circuncida a Timoteo ¿cómo no se contradice?

Porque dice la Escritura que como hubiera encontrado Pablo en Listra a un joven hijo de judía fiel, pero de padre gentil, lo circuncidó, porque no quería enviar un doctor que tuviera prepucio a predicar. ¿Qué haces, oh Pablo? ¿Con tus palabras prohíbes la circuncisión y con tus hechos de nuevo la confirmas? ¡No la confirmo, nos responde, sino que con los hechos míos la derogo! Siendo Timoteo hijo de mujer judía fiel y de padre gentil, que por familia tenía prepucio, como quisiera enviarlo a predicar y enseñar como doctor a los judíos, no quiso Pablo enviarlo con prepucio para que no se le cerraran las puertas del Evangelio ya desde el principio. De manera que para preparar el camino a la abrogación de la circuncisión y abrir la senda a la predicación de Timoteo, lo circuncidó, con el objeto de mejor abrogar la circuncisión. Y por tal motivo dijo Pablo: Me he hecho judío para los judíos.

No lo dijo para hacerse judío, sino para persuadir a quienes aún permanecían judíos de que en adelante ya no lo fueran. Igualmente circuncidó a Timoteo para abrogar la circuncisión. Usó de la circuncisión contra la circuncisión. Timoteo recibió la circuncisión para poder ser enviado y admitido entre los judíos; y una vez admitido suavemente irles quitando semejante práctica y observancia. ¿Ves el motivo por el que Pablo observaba la fiesta de Pentecostés y la circuncisión? ¿Queréis que os demuestre cómo también observó otras prescripciones legales? ¡Atended con diligencia! Subió a Jerusalén en cierta ocasión; y como lo vieran los apóstoles, le decían: ¡Ves, hermano Pablo, cuántos millares de creyentes hay entre los judíos y se han reunido todos y han oído decir de ti que enseñas apartarse de la Ley! ¿Qué hacer? ¡Haz lo que te decimos! tenemos aquí unos varones que han hecho voto. Tómalos, purifícate con ellos y luego págales los gastos para que se rasuren la cabeza, para que por el hecho mismo, conozcan por sí ser falsas las noticias que de ti oyeron y que también tú guardas la Ley de Moisés. ¿Veis la admirable condescendencia de Pablo? ¡Observa los tiempos para quitar la observancia de los tiempos! ¡Emplea la circuncisión para acabar con la circuncisión! ¡Ofrece el sacrificio para suprimir la práctica de los sacrificios! Y para que entiendas que con semejante fin lo hacía, oye lo que dice: Con los que viven bajo la Ley me hago como si estuviera sometido a ella, no estándolo, para ganar a quienes están bajo la Ley. ¡Siendo libre del todo me hago siervo de todos! Y lo hacía imitando a su Señor. Pues así como el Señor existiendo en la forma de Dios no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo; así Pablo, siendo libre del todo se hizo siervo de todos para hacer libres a quienes eran siervos. El Señor tomó nuestra naturaleza y se hizo siervo para hacer libres a los siervos e inclinó los cielos y bajó, con el objeto de levantar hasta los cielos a quienes yacían allá abajo.

¡Inclinó los cielos! No dice abandonó los cielos y bajó, sino inclinó los cielos; para de este modo hacerte más fácil la ascensión a los cielos. A este Señor imitó Pablo según sus fuerzas, respecto del cual decía él mismo: Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo. Mas ¿cómo tú, oh bienaventurado Pablo, te has hecho imitador de Cristo? ¿Cómo? Porque no busco lo que me trae utilidad sino lo que a muchos aprovecha para salvarse; y siendo libre del todo me hice siervo de todos. En consecuencia nada hay mejor que semejante servidumbre, puesto que engendra la libertad para los demás. ¡Eres, oh Pablo, un pescador espiritual! Porque dice la Escritura: ¡Os haré pescadores de hombres! 16 Tal fue pues el motivo de los procederes de Pablo.

Los pescadores, cuando ven al pez que ha tragado el anzuelo, no tiran al punto de la cuerda para sacarlo, sino que van cediendo: y por largo tramo van siguiendo al pez hasta que el anzuelo está firmemente adherido, y así con mayor facilidad extraen la pesca. Igualmente procedían en aquellos tiempos los apóstoles. Echaban el anzuelo de la predicación evangélica en las almas de los judíos; pero al punto cedían y se contenían y se entregaban a la circuncisión y a la observancia de las fiestas y tiempos y a los sacrificios y a rasurarse la cabeza y a otras ceremonias parecidas; pero al mismo tiempo iban siguiendo constantemente a los judíos y no se les apartaban. Como si dijeran: ¿buscas la circuncisión? ¡no me resisto! ¡no me enfado! ¿Buscas el sacrificio? ¡Yo sacrifico! ¿Quieres que me rasure la cabeza yo que ya me había apartado de tus ritos? ¡Aquí estoy! ¡Hago lo que dispones! Si me mandas observar la fiesta de Pentecostés, tampoco te contradigo, sino que voy a donde me vayas llevando y cedo, con la esperanza de que el anzuelo de la predicación acabe de adherirse, hasta el punto de que pueda yo con seguridad apartar a toda vuestra nación del antiguo ritualismo.

Por tal motivo he venido a Jerusalén desde Éfeso. ¿Observas hasta qué punto Pablo fue cediendo y siguiendo la pesca, una vez que hubo echado el anzuelo a los peces, el anzuelo de la palabra? ¿Miras cómo la observancia de los tiempos y el concederles la circuncisión a los judíos y circuncidarse y unirse a los sacrificios, todo lo aceptó por el dicho motivo y no para tornarse él a sus cultos primitivos, sino para llevar la verdad a quienes se aferraban a las antiguas figuras? Quien esté sentado en las alturas, si continuamente permanece allá arriba no podrá jamás levantar a quien yace abajo. Conviene que primero él se abaje para que luego levante al otro. Así los apóstoles descendieron de las alturas de la religión evangélica, para elevar a los judíos desde la bajeza de los ritos judaicos a las evangélicas alturas.

Y que la observancia de los tiempos y los demás ritos trajeran consigo en la práctica utilidad y facilidad para el apostolado, consta por lo dicho. Falta pues que veamos ahora por qué motivo el Libro de los Hechos se lee en Pentecostés; pues para llegar a esto hemos explicado todo lo anterior. A fin de que cuando vieras que se aproximaba la observancia de los tiempos no pensaras que los apóstoles querían seguir ligados a los ritos judaicos. Pero ¡atended con cuidado, os lo ruego! Porque lo que vamos a decir encierra una no pequeña cuestión. En la fiesta de la Cruz, leemos lo que toca a la cruz. En el gran Sábado leemos que nuestro Señor fue entregado y crucificado y muerto según la carne y sepultado. Entonces ¿por qué no leemos los Hechos de los Apóstoles hasta después de Pentecostés, que fue cuando comenzaron y acontecieron los hechos?

Sé bien que muchos lo ignoran; y por tal motivo se hace necesario que por el libro mismo de los Hechos demostremos cómo las empresas de los apóstoles no comenzaron en Pentecostés, sino en el tiempo que siguió a Pentecostés. Preguntará alguno con razón el motivo de que se haya determinado que la historia de la cruz se leyera el día de la Cruz y de la Pasión; mientras que los Hechos de los Apóstoles no los leemos en el tiempo y días en que los hechos se llevaron a cabo, sino que nos adelantamos a ese tiempo. Los apóstoles no hicieron milagros al punto mismo en que Cristo resucitó, sino que por cuarenta días comía con ellos en la tierra. En otra ocasión explicaremos por qué se detuvo con ellos durante cuarenta días. Ahora vengamos a nuestro propósito y demostremos que Cristo no subió a los cielos inmediatamente después de la resurrección; sino que se entretuvo con sus discípulos durante cuarenta días; y no sólo se detuvo, sino que comía con ellos y recostado a la mesa los trataba con toda familiaridad; y finalmente, pasados los cuarenta días, subió a su Padre; y también que ni aun entonces los discípulos hicieron milagros, sino que transcurrieron otros diez días; y finalmente, cuando se cumplía Pentecostés, les fue enviado el Espíritu Santo; y hasta entonces recibieron las lenguas de fuego y comenzaron a hacer milagros.

Todo lo dicho, carísimos, lo demostramos por las Escrituras. Por ejemplo. Que estuvo con ellos durante cuarenta días, y que el Espíritu Santo bajó sobre ellos en Pentecostés y entonces recibieron las lenguas de fuego, y desde entonces comenzaron a hacer milagros. ¿Quién lo refiere? Un discípulo de Pablo, el grande y venerando Lucas, cuando al comienzo usa de las siguientes palabras: En el primer libro, caro Teófilo, traté de todo lo que Jesús hizo y enseñó hasta el día en que fue levantado a los cielos, una vez que, movido por el Espíritu Santo, tomó disposiciones acerca de los apóstoles que se había elegido: a los cuales, después de su pasión, se dio a ver en muchas ocasiones, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios. Y comiendo con ellos les mandó no apartarse de Jerusalén. ¿Veis cómo el Señor permaneció en la tierra durante cuarenta días después de su resurrección, hablando del reino de Dios y comiendo con los apóstoles? ¿Veis cómo incluso tomaba los alimentos con ellos? Y les ordenó, dice, que no se apartaran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre que habéis oído -les dice- de mí. Porque Juan bautizó en agua, pero vosotros, pasados no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo.*

De esto les habló durante aquellos cuarenta días. Así pues, los que se habían reunido le preguntaban: ¡Señor! ¿Es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel? El les dijo: No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su soberano poder. Pero recibiréis la virtud del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra. Y habiendo dicho esto, y viéndolo ellos, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos. ¿Ves cómo Cristo estuvo con los discípulos en la tierra durante cuarenta días y cómo finalmente fue llevado a los cielos?

Veamos ahora si el Espíritu Santo fue enviado el día de Pentecostés. Y cuando se llegó, dice, el día de Pentecostés, estando todos juntos en un lugar se produjo de pronto un ruido desde el cielo, como de un viento impetuoso y se les aparecieron corno divididas lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos,. ¿Veis cómo hemos demostrado con exactitud que históricamente consta que Cristo permaneció en la tierra durante cuarenta días, y que los apóstoles en este tiempo no hicieron ningún milagro? Pero ¿cómo podían hacer milagros cuando aún no habían recibido la gracia del Espíritu Santo y vivificante? ¿Veis cómo Jesús, después de cuarenta días, fue llevado al cielo? ¿Veis cómo después de diez días los apóstoles comenzaron por fin a hacer milagros? ¡Porque cuando llegó el día de Pentecostés bajó sobre ellos el Espíritu Santo!

Resta que investiguemos el motivo de que los Hechos de los Apóstoles se lean en Pentecostés. Porque si los apóstoles hubieran comenzado a hacer milagros en seguida de la resurrección del Señor, convendría que este libro se leyera en ese tiempo. Del mismo modo que lo tocante a la cruz lo leemos el día de la Cruz, y lo mismo hacemos con la Resurrección; y así en cada una de las festividades. Y vamos leyendo lo que aconteció en cada fiesta. E igualmente convenía que los milagros de los apóstoles se leyeran en los días en que se llevaron a cabo.

¡Atended, pues, con diligencia al motivo de que no los leamos en esos días, sino inmediatamente después de la Cruz y de la Resurrección! Inmediatamente después de la Cruz anunciamos la Resurrección del Señor. Ahora bien: la demostración de le resurrección son los milagros de los apóstoles; y este libro no enseña otra cosa sino los admirables hechos de los apóstoles. En consecuencia determinaron nuestros mayores que inmediatamente después de la Cruz y la Resurrección, fuente de vida, se leyera lo que más y mejor prueba la resurrección del Señor. Tal es, carísimos, el motivo de que inmediatamente después de la Cruz y la Resurrección, leamos el libro de los hechos estupendos de los apóstoles: para tener por tal medio una certísima y clara prueba de la resurrección.

No habéis visto con los ojos del cuerpo a Cristo resucitado de entre los muertos, pero con los ojos de la fe lo contempláis resucitado de entre los muertos. No lo habéis visto resucitado con estos ojos carnales, pero lo veis resucitado mediante la prueba de aquellos milagros. Los milagros te llevan por la fe a contemplarlo resucitado. El que en su nombre se hicieran milagros fue una más clara y segura demostración, que no el que se haya aparecido una vez resucitado de entre los muertos. ¿Quieres entender de qué manera nos da mayor certeza de la resurrección lo dicho, que no si una vez resucitado se hubiera manifestado a las miradas de todos los hombres? ¡Atended! ¡Procurad aguzar el entendimiento! Porque hay muchos que preguntan y dicen: ¿Por qué Cristo en cuanto resucitó no se dejó ver a todos los judíos? Semejante lenguaje es inútil y redunda en vanidad. Si con aparecérseles los había de llevar a la fe, ciertamente después de su resurrección no habría rehusado el mostrarse a todos. Pero que de ninguna manera los había de llevar a la fe con mostrárseles, se dejó ver en el caso de Lázaro.

A éste lo resucitó cuando tenía ya cuatro días en el sepulcro y olía mal y estaba corrompido. Hizo que delante de todos saliera de la tumba ligado aún con las vendas; pero no sólo no atrajo a los judíos a la fe, sino que los irritó más aún. Pues aun quisieron dar muerte a Lázaro. Si pues, habiendo resucitado a otro de entre los muertos no le creyeron, si se les hubiera mostrado personalmente una vez resucitado ¿acaso no habrían vuelto contra El su furor? Y aunque nada habrían podido lograr, sin embargo no habrían dejado de practicar la impiedad, aunque en vano. Pues para librarlos de tan inútil furor, se ocultó. De otro modo los habría hecho reos de mayor castigo si después de la cruz se les hubiera aparecido. Para evitárselo se les quitó de la vista, pero mediante los milagros luego verificados se les manifestó resucitado.

No fue cosa menor que verlo resucitado de entre los muertos el oír a Pedro que decía: ¡En el nombre de Jesucristo! ¡Levántate y anda! Y que tal cosa tuviera gran fuerza para demostrar la resurrección y certificarla y mucho mayor que lo de aparecérseles; y que más fácilmente podían persuadir al humano entendimiento los milagros hechos en su nombre que no el verlo resucitado de entre los muertos, consta por lo siguiente. Resucitó Cristo y se mostró a los discípulos y sin embargo entre estos mismos se encontró uno que no creía: Tomás el llamado Dídimo. Se necesitó que llevara su mano a los agujeros de los clavos y que palpara su costado. Pues si el discípulo que había estado con él por tres años, que había participado de la mesa del Señor, que había visto milagros y portentos extraordinarios, que lo había oído predicar, no creyó ahora que había resucitado de entre los muertos hasta que vio los agujeros de los clavos y la herida de la lanza ¿cómo, pregunto yo, habría de creer el orbe entero de la tierra aun cuando lo viera resucitado de entre los muertos? ¿Quién puede atreverse a decirlo?

Mas no sólo por este camino, sino además por otro, constará que mucho más pudieron los milagros para la persuasión, que si Cristo se hubiera presentado a los ojos de todos para que lo vieran resucitar. Cuando las turbas oyeron a Pedro que decía al cojo: En nombre de Jesucristo ¡levántate y anda!, creyeron en Cristo tres mil primero y luego cinco mil. En cambio, el discípulo, aun habiéndolo visto resucitado, no daba fe. ¿Ves, pues, cómo los milagros fueron más efectivos para hacer creíble la resurrección? El discípulo, habiendo visto que había resucitado no creyó; acá, aun los enemigos que nada habían visto, creyeron. De manera que el milagro fue más evidente prueba y mayor, y tuvo más poder para atraer a la fe y doblegar a los judíos y hacerlos que creyeran en la resurrección.

Pero ¿para qué referirme a Tomás? Para que entiendas que tampoco los otros discípulos creían a primera vista, atiende y aguza tu inteligencia. Ni los vayas a condenar por tal cosa, carísimo. Si Cristo no los condenó tampoco tú los condenes. Veían ellos una cosa extraña e inusitada, como /era Cristo resucitado, el primogénito de entre los muertos. Por lo demás los milagros eximios siempre solían conturbar a primera vista; hasta que con el progreso de los tiempos iban quedando firmemente asentados en las mentes de los fieles. Y esto fue lo que entonces aconteció a los discípulos. Una vez que Cristo, ya resucitado de entre los muertos, les hubo dicho: La paz con vosotros, ellos, conturbados, dice, y atemorizados, creían ver un espíritu, y Jesús les dijo ¿por qué os turbáis? Y como en seguida les hubiera mostrado los pies y las manos: no creyendo aún ellos en fuerza del gozo y de la admiración, les dijo: ¿Tenéis algo aquí qué comer? Porque quería de esta manera darles certeza de su resurrección. Como si les dijera: ¿no te persuaden mi costado ni mis llagas? ¡Pues que al menos la mesa te persuada!

Y para que comprendas haber sido tal el motivo por que les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?, o sea para que no pensaran que se trataba de una ficción o de un espíritu o de un fantasma, sino de una cosa verdadera y de una real resurrección, oye cómo Pedro precisamente por esta circunstancia demuestra la resurrección. Porque como hubiera dicho: Dios lo resucitó y le dio manifestarse no a todo el pueblo sino a los testigos de antemano elegidos que somos nosotros, en seguida, añadiendo la prueba de la resurrección dijo: los que comimos y bebimos con Él. Y el mismo Cristo, para confirmar ser verdadera la resurrección de una joven a quien había resucitado, dijo: Dadle de comeré

Así pues, cuando oyes que durante cuarenta días se les manifestó vivo y se les aparecía y comía con ellos, entiende el motivo de comer con ellos. Es a saber: no que necesitara de alimento y por tal motivo comiera, sino porque quería curar la debilidad de los discípulos. De donde se ve que los milagros y prodigios obrados por los apóstoles fueron la mayor y más excelente demostración de la resurrección. Por esto dijo el mismo Cristo: ¡En verdad, en verdad os digo!, ¡el que cree en mí, ese hará también las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas! Cuando estuvo de por medio la cruz, a muchos los escandalizó. Por tal motivo necesitó luego El de muchos milagros. De otro modo, si una vez muerto Jesús hubiera quedado ya impedido para hacer milagros y hubiera sido sepultado y no hubiera resucitado, como afirman los judíos, ni hubiera ascendido a los cielos, no habría para qué, tras de la cruz, se verificaran milagros mayores. Más bien habría sido menester deshacer los que precedieron.

Y aquí atiende con diligencia. ¡Sin duda alguna lo que vamos diciendo contiene la prueba certísima de la resurrección! Por lo cual vamos a repetirlo. Cristo anteriormente hizo milagros, resucitó muertos, curó leprosos, arrojó los demonios; y luego fue crucificado y finalmente, como dicen los perversos judíos, no resucitó de entre los muertos. ¿Qué les responderemos? ¡Les responderemos esto! Si no resucitó ¿cómo es que en seguida se verificaron mayores prodigios en su nombre? Ninguno de los vivientes, una vez que ha muerto, hace milagros mayores. Y en cambio, en nuestro caso, los milagros que siguieron a la muerte de Cristo fueron mayores, tanto por el modo como por la naturaleza de los milagros.

Fueron mayores por su naturaleza, puesto que la sombra de Cristo nunca resucitó muertos; en cambio, la sombra de los apóstoles hizo muchos milagros semejantes. Mayores también cuanto al modo, puesto que anteriormente los milagros se obraban imperándolos Cristo; mientras que después de su Pasión, sus siervos, tomando su augusto y santo nombre, los hicieron mayores y más eximios, a fin de que más amplia y gloriosamente resplandeciera el poder de Cristo. Mayor cosa fue que otro, tomando su nombre, hiciera semejantes prodigios, que el verificarlos bajo el mandato de Cristo.

¿Ves, pues, cómo así por su naturaleza como por el modo los milagros de los apóstoles fueron mayores, carísimo; digo los milagros que siguieron a la resurrección de Cristo? ¡Son en realidad demostración certísima de la resurrección! Como anteriormente dije y lo vuelvo a repetir, si Cristo hubiera muerto y no hubiera resucitado, jamás otros podrían haber hecho en su nombre semejantes prodigios. Al fin y al cabo, era uno mismo el poder que antes y después de la Pasión hacía los milagros: ¡anteriormente por sí mismo; después de la Pasión, por medio de los discípulos! Pero se hacían mayores y más excelentes milagros después de la cruz para que la prueba de la resurrección fuera más clara y gloriosa.

Dirá quizá algún infiel: ¿De dónde consta que se verificaron milagros? Yo en cambio pregunto: ¿de dónde consta que Cristo fue crucificado? Yo respondo: consta por las Escrituras, puesto que refiere ambas cosas, la crucifixión y los milagros. Tú en cambio, adversario nuestro, afirmas que los apóstoles no hicieron milagros. Pues con esto nos demuestras en ellos un poder aún mayor y una gracia del cielo más grande. Puesto que sin milagros pudieron llevar la fe y la piedad a tan inmenso orbe de la tierra. Esto resulta el milagro máximo y más inusitado: ¡que unos pobres, mendigos, despreciados, sin letras, sin habilidades, viles y apenas en número de doce, hayan podido atraerse y convertir sin milagros a tantas ciudades, gentes, naciones, pueblos, reyes, tiranos, filósofos y oradores, y en fin a casi toda la tierra! O tal vez ¿anhelas mirar que ahora mismo se hagan milagros? Pues voy a mostrarte milagros mayores que aquéllos. No la resurrección de un muerto, no la vista devuelta a un ciego, sino las tinieblas del error disipadas siendo así que habían inundado el orbe todo. No un leproso curado, sino infinitas gentes curadas de la lepra del pecado que por el baño de la regeneración han quedado limpias. ¿Qué milagro mayor anhelas, oh hombre? ¡Estás viendo un tan repentino y enorme cambio que se ha llevado a cabo!

¿Quieres en fin comprender en qué forma Cristo restituyó la vista a todo el orbe de la tierra? Anteriormente a la madera, a la piedra, los hombres las juzgaban no madera ni piedra, sino que a tales seres insensibles los llamaban dioses: ¡tan ciegos estaban! Pues bien: ahora ya entendieron qué sea madera, qué sea piedra; y han creído en Dios. Porque esta inmortal y bienaventurada naturaleza sólo con los ojos de la fe se contempla. ¿Quieres ver otro milagro de la resurrección? ¡Verás, tomándolo de la mente misma de los apóstoles, cómo brilla el prodigio y es mayor, después de la resurrección! Porque es cosa manifiesta a todo el mundo que quien ha amado a un hombre mientras vive, cuando éste muere quizá ni lo vuelve a recordar; y quien mientras vivió lo odiaba y durante la vida lo abandonó, mucho más pierde su memoria una vez que su enemigo ha muerto.

Resulta de esta ley que ninguno que haya abandonado y desertado de su maestro mientras éste vivía o mientras vivía su amigo, se interese por él una vez difunto. Y mucho menos si ve que por la benevolencia que antes le mostró le amenazan ahora infinitos peligros. Pues bien: ¡lo que a nadie le ha acontecido, les sucedió a los discípulos de Cristo! Quienes mientras El vivía lo abandonaron y lo negaron, y una vez que lo vieron preso, huyeron y se alejaron, ahora, después de tan horribles oprobios y cruz, lo estiman en tal grado que por confesarlo y por su fe incluso exponen sus vidas. Si Cristo hubiera muerto y no hubiera resucitado, ¿cómo podía ser que mientras vivió huyeran los apóstoles a causa del peligro que les amenazaba, y una vez muerto se arrojaran por El a innumerables peligros?

Y por cierto, los demás solamente huyeron; pero Pedro por tres veces, incluso con juramento, lo negó. Pues bien: éste que por tres veces lo negó y se llenó de terror ante una vil esclava, una vez que Cristo murió, quiso certificarnos por los hechos mismos que Cristo había resucitado de entre los muertos y que él personalmente lo había visto; y se mudó tan repentinamente que vino a despreciar a todo el pueblo y saltó en mitad de la reunión de los judíos y afirmó que el que había sido crucificado y sepultado, al tercer día había resucitado y había subido a los cielos, sin temor alguno del mal que le pudiera sobrevenir. ¿De dónde le vino semejante audacia? De ninguna otra fuente sino de que estaba segurísimo de la resurrección. Lo había visto, le había hablado, lo había oído disertar sobre las cosas futuras, y por tal motivo se lanza a los peligros por Cristo como por un hombre que vive; y así se expone a las calamidades, como robustecido por una fuerza superior y con una mayor audacia. ¡Hasta el punto de anhelar por Cristo la muerte, y finalmente acabar crucificado con la cabeza vuelta hacia la tierra!

En consecuencia, viendo ahora tú que se han hecho milagros mayores que antes de la resurrección; y que los discípulos que anteriormente habían abandonado a Cristo, luego lo aman con mayor cariño; y que ahora demuestran mayor confianza en Él; y que por todo el orbe ha habido un cambio brillante en todas las cosas, puesto que todas han venido a un estado más seguro y agradable, reconoce finalmente, por la excelencia misma de los hechos y la experiencia, que lo referente a la persona de Cristo no se halla encerrado en los estrechos límites de la muerte; sino que a ésta se siguió la resurrección y que Cristo vive; y que el Dios que fue crucificado permanece perpetuamente vivo, inmortal e inmutable. Si no hubiera resucitado y viviera, los discípulos no habrían podido hacer milagros mayores que los que precedieron a la cruz.

Porque en aquel tiempo aun los discípulos lo abandonaron; mientras que ahora todo el orbe de la tierra corre hacia El; y no sólo Pedro sino muchos miles con éste; y después de Pedro muchos otros millares que jamás lo vieron han expuesto por El sus vidas y fueron decapitados y padecieron males infinitos para poder salir de la vida presente con la confesión de su fe en El intacta. Entonces, ¿cómo es que quien fue muerto y puesto en el sepulcro -según tú, oh judío afirmas- ha manifestado tan grande poder en todos los que siguieron a los discípulos y vinieron después, hasta persuadirlos a que a Él solo adoraran, y prefirieran soportar y sufrir toda clase de males antes que renegar de su fe?

¿Adviertes cómo en todas partes luce con certeza la demostración de la resurrección, tanto por los milagros que entonces se verificaron como por los que al presente se hacen; y también por el cariño y benevolencia de los discípulos que entonces vivían y de los que ahora viven; lo mismo que por los peligros en que los fieles continuamente se han encontrado? ¿Quieres ver cómo aún ahora sus enemigos temen a Cristo y tiemblan de su poder y fuerza y cómo se enfurecen más aún que antes, después de su muerte y de la cruz? Pues aguza tu entendimiento y escucha con atención lo que sobre esto se ha escrito: Viendo los judíos la libertad de Pedro y Juan y considerando que eran hombres sin letras y plebeyos, se maravillaban, y temían, no porque los apóstoles supieran letras, sino porque siendo hombres sin ellas, vencían a los sabios. Y como vieran al hombre que había sido curado, no sabían qué replicar; y eso que anteriormente, aun presenciando los milagros sí los contradecían.

Entonces ¿por qué ahora no contradicen? ¡Reprimía su lengua la invisible virtud del crucificado! ¡Este les cerraba la boca! ¡Este les quitaba la libertad en hablar! Por tal motivo estaban sin saber qué replicar. Y cuando al fin pudieron hablar, advierte en qué forma manifestaron su temor. Les dicen: ¿Queréis echar sobre nosotros la sangre de este hombre? Pero si es un simple hombre, ¿por qué teméis su sangre? ¡Grande cantidad de profetas habéis matado; grande multitud de justos habéis degollado, oh judíos, y no habéis temido la sangre de ninguno de ellos! Entonces, ¿por qué ahora teméis? ¡Verdaderamente el crucificado les atormenta la conciencia; y como no pueden ocultar su pánico, muy a su pesar confiesan aun cara a cara de sus enemigos su debilidad!

Cuando lo crucificaban, gritaban y decían: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos? ¡Hasta tal punto despreciaban su sangre! Pero después de la Pasión, como vieran brillando su virtud, temieron y se enfurecían. Y dicen: ¿Queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre? Mas, si era un engañador, si era enemigo de Dios como decíais, oh perversos judíos, ¿por qué teméis su sangre? ¡Si hubiera sido lo que decís, más bien habría que gloriarse de haberle dado muerte! Pero como no fue tal, tembláis!

¿Observas cómo sus enemigos por todas partes se estremecen y se irritan? ¿Ves sus angustias? Pues ¡mira también la benignidad del crucificado! Porque ellos gritaban: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. En cambio Cristo procedió de modo distinto. Suplicaba y decía: ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen! Si la sangre de Cristo hubiera caído sobre ellos y sobre sus hijos, jamás habrían sido elegidos de entre ellos los apóstoles; jamás habrían creído de una sola vez tres mil judíos, ni cinco mil. ¿Adviertes cómo, por ser ellos crueles y duros con sus propios hijos, negaban las leyes mismas de la naturaleza; mientras que Dios superaba a todos los padres por su benignidad y abrazaba a sus hijos con un amor más grande que el de sus propias madres?

Cayó su sangre sobre ellos y sobre sus hijos; pero no sobre todos sus hijos, sino solamente sobre los que los imitaron en su impiedad y perversidad; y cuantos fueron sus hijos, no según la naturaleza sino según su locura y mala voluntad, fueron castigados como reos de pecado. Considera además por otro camino la benignidad de Dios y su bondad. No los castigó inmediatamente ni les mandó el suplicio, pues dejó que transcurrieran desde la Pasión cuarenta y más años. El Salvador fue clavado en la cruz cuando imperaba Tiberio, pero la ciudad fue capturada y vencida cuando eran emperadores Tito y Vespaciano.

¿Por qué dejó pasar ese lapso intermedio? ¡Quiso darles tiempo y espacio de penitencia, a fin de que borraran su pecado y echaran de sí su crimen. Pero una vez que tuvieron el tiempo y el espacio que se les había concedido, dieron a conocer que padecían una enfermedad incurable, y entonces finalmente les mandó Dios el castigo y la pena; y tras de la destrucción de su ciudad, los dispersó por el orbe todo de la tierra como desterrados. ¡Obra fue de su benignidad! ¡Los dispersó para que contemplaran cómo el Cristo, a quien habían crucificado, era adorado por todo el mundo; y cuando lo vieran así adorado y se dieran cuenta de su virtud y poder, finalmente reconocieran su pecado de impiedad, y tras de haberlo conocido tornaran a la verdad.

La cautividad misma les daba ocasión para quedar enseñados y amonestados además del castigo que experimentaban. Si hubieran permanecido en la región de Judea, no habrían entendido que los profetas habían predicho la verdad. Porque ¿qué les decían los profetas?: ¡Pídeme y te daré las naciones en herencia y como posesión tuya los confines del orbe! Convenía pues que llegaran hasta los extremos del orbe, para que vieran con sus propios ojos cómo Cristo poseía hasta los confines de la tierra. Y otro profeta les dice: Y lo adorarán cada uno desde su propio lugar. De modo que convino que se les dispersara por todos los lugares de la tierra, a fin de que contemplaran con sus propios ojos cómo cada cual desde su propio lugar adoraba a Cristo. Y otro les dijo: Se llenará la tierra del conocimiento del Señor, como llenan las aguas el mar.

Convino, pues, que se esparcieran por el orbe todo, para que lo vieran lleno del conocimiento de Dios: y vieran los mares, o sea las iglesias y reuniones espirituales, desbordantes de piedad. Para esto los dispersó Dios por todas las partes del mundo. Si se hubieran quedado en Judea, habrían ignorado tales cosas. Pero ha querido Dios que por la experiencia de sus propios ojos vieran que los profetas son veraces, y que El posee el poder. De manera que si son buenos y agradecidos, mediante tal afecto y mirando tales cosas, sean llevados al conocimiento de la verdad; pero si perseveran en su impiedad, para que no tengan en el terrible día del juicio excusa ninguna.

También los dispersó por todo el mundo para que nosotros saquemos algún fruto espiritual. Es a saber: cuando vemos cumplidas las profecías acerca de su dispersión y de la ruina de Jerusalén -de las que hablan Daniel cuando menciona las abominaciones de la desolación, y también Malaquías cuando dice: Porque también para vosotros se cerrarán las puertas… y también David e Isaías y otros muchos profetas hicieron profecías sobre tales acontecimientos-; a fin de que nosotros, repito, viendo a quienes con semejante lluvia de injurias inundaron al Señor, castigados en esta forma, y privados de su patria libertad y de todas sus leyes y tradiciones paternas, conozcamos el poder de Dios que todo lo predijo y lo llevó a cabo; y por su parte los enemigos, viendo nuestros bienes, entiendan igualmente su poder. Y nosotros viendo el castigo de ellos, al mismo tiempo caigamos en la cuenta de su poder y su benignidad inmensa y no cesemos de glorificarlo. Todo para que consigamos los bienes eternos e inefables, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el vivificante y Santo Espíritu, y el honor y el imperio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.