CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

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VI: Homilía acerca del texto: Saulo, respirando aún amenazas de muerte…

(He 9,1), cuando todos esperaban que la Homilía versara sobre el principio del capítulo nono de los Hechos que acababa de leerse; y acerca de que la vocación de Pablo demuestra la resurrección del Señor.

(Forman grupo las cuatro Homilías siguientes que se han titulado "Sobre el cambio de nombre" a causa de la materia principalmente tratada en ellas. Fueron predicadas a continuación de las cuatro anteriores, según parece en Antioquía).

¿Tales cosas se pueden tolerar? ¿Tales cosas se pueden soportar? ¡Cada día es menor el número de los que acuden a nuestras reuniones! ¡Y sin embargo, rebosa de hombres la ciudad, mientras la iglesia se encuentra vacía de hombres! ¡Lleno está el foro! Llenos los teatros y el Pórtico, mientras que la casa de Dios está desierta! Pero ¡no! Si se ha de decir la verdad, la ciudad está vacía de varones y la iglesia repleta de varones! Porque no deben llamarse hombres los que pasan las horas en el foro, sino vosotros los que las pasáis en la iglesia! ¡No aquellos perezosos, sino vosotros los diligentes! ¡No quienes admiran hasta la abominación las cosas del siglo, sino vosotros los que preferís las cosas espirituales y las anteponéis a las seculares!

¡No porque alguno tenga cuerpo y voz de hombre es hombre! ¡Lo es quien está dotado de alma y de los afectos correspondientes al alma! Y alma humana no se ha de juzgar la que no se guía por el amor a la palabra divina. Así como no hay señal ni argumento para conocer el alma de una bestia irracional como el desprecio de la palabra divina. ¿Quieres comprender cómo de verdad los que descuidan oír la palabra divina se parecen por semejante desprecio a los animales y dejan de ser hombres y se despojan a sí mismos de su nativa nobleza? ¡No voy a proferir alguna sentencia mía! ¡Voy a traeros las palabras de un profeta que confirman mi sentencia, para que veáis cómo quienes no aman la predicación espiritual, no pueden ser hombres; y por aquí verás que la ciudad se halla desierta de hombres!

Isaías, que excede a los otros profetas en sublimidad y vio tan admirables visiones y a quien concedió el Señor que estando aún circundado de su carne viera los serafines, y oyera la mística armonía; éste, pues, como hubiera entrado en la metrópoli de Judea, repleta de hombres, es decir en Jerusalén; y se hubiera detenido en mitad del foro; y se encontrara rodeado de todo el pueblo, quiso dar a entender que quien no escucha las palabras proféticas, no es hombre: Y dice: ¡Llegué y no había un hombre! ¡Llamé y no había quien obedeciera! Y para que entiendas que no se dijo esto por la escasez de hombres que estuvieran presentes, sino por la desidia de los que oían, tras de haber dicho vine y no había un hombre, añadió: no había quien obedeciera. De modo que los hombres estaban presentes, pero se les tenía como no presentes, porque no daban oídos al profeta.

Y, puesto que vino y no había un hombre, llamó y no hubo quien obedeciera, se vuelve a hablar con los elementos y les dice: ¡Oye, oh cielo! ¡Escucha, oh tierra! Como si dijera: fui enviado a los hombres dotados de entendimiento y razón; pero como éstos no tienen entendimiento ni razón, me pongo a hablar con los elementos destituidos de inteligencia e insensibles, para que esto sirva de reprensión a quienes, habiendo sido honrados con el don del entendimiento, sin embargo no aprovechan semejante honor. Lo mismo dijo otro profeta, Jeremías. También éste, como se hubiera presentado en medio de una reunión de judíos en aquella misma ciudad, exclamaba, como si nadie estuviera presente: ¿A quién hablaré, a quién amonestaré? ¿Qué dices? ¿Ves tan ingente multitud y buscas a quién hablar? ¡Sí que busco!, nos responde. Porque ésta es multitud de cuerpos y no de hombres: ¡multitud de cuerpos que no tienen oídos! Por tal motivo añadió: Incircuncisas son sus orejas y por lo mismo no pueden oír.

¿Ves cómo todos, por el hecho de no escuchar no son hombres? Aquel profeta dijo: ¡Llegué y no había un hombre! ¡Llamé y no hubo quien obedeciera! El otro profeta dijo: ¿A quién hablaré, a quién amonestaré? ¡Incircuncisas son sus orejas y por lo mismo no pueden oír! Pues si a quienes estaban presentes los profetas no los llaman hombres porque no ponían atención ¿qué diremos de quienes no sólo no oyen, pero ni siquiera se dignan entrar a este sagrado recinto, y de quienes andan vagando lejos de esta grey santa, y de quienes retirados de este templo materno, se entretienen en las encrucijadas y bocacalles a la manera de chiquillos insolentes y perezosos?

Porque tales niños, en cuanto han abandonado la casa paterna, vagan por todas partes y gastan los días íntegros en juegos pueriles, de manera que con frecuencia se ven reducidos a la esclavitud y aun peligra su vida. Porque si caen en manos de plagiarios o ladrones, generalmente pagan su negligencia con el castigo de la muerte. Semejantes hombres, una vez que los han despojado de sus dorados arreos, o los ahogan en los ríos, o, si se determinan a tratarlos con alguna humanidad, los llevan a una región lejana y allá los venden como esclavos. Pues lo mismo sucede a los hombres de que tratábamos. Una vez alejados de esta casa paterna y que ya no frecuentan el templo, van a caer en manos de herejes y dan en las lenguas de los enemigos de la verdad. Estos, una vez que a la manera de los plagiarios, se han apoderado de tales hombres y los han despojado del áureo ornamento de su fe, al punto los arrojan no al río, sino al hedor de dogmas torcidos en donde los sumergen y los matan.

Pero es deber vuestro cuidar de la salvación de vuestros hermanos y traerlos acá, aun cuando se resistan y aun cuando se quejen y reclamen. Semejantes reclamos nacen simplemente de su negligencia. Corregid vosotros a esas almas tan imperfectas y mal inclinadas: ¡es oficio vuestro persuadir a tales gentes que se conviertan en hombres! Como el que rechaza los alimentos propios del hombre y se sustenta con yerbas y espinos junto con las bestias, no podemos decir que es hombre, del mismo modo a quienes aborrecen el verdadero y conveniente sustento del alma humana, sustento que consiste en las divinas palabras, y en cambio se encierran en reuniones seculares y agrupaciones que rebosan de mal olor y se sustentan con malas palabras, de ninguna manera podemos llamarlos hombres.

Nosotros tenemos por hombres no a quien come pan, sino a quien antes que de todo otro alimento, se sustenta con los coloquios divinos y espirituales. Y que éste sea el verdadero hombre lo entenderás por lo que Cristo dijo: No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. De manera que hay un doble sustento para vuestra vida: pero uno es de inferior calidad y el otro de mayor excelencia. Este segundo es el que sobre todo debemos tomar para poder alimentar al alma y no dejarla sufrir de hambre. Está, pues, en vuestra mano el hacer que la ciudad se llene de hombres. Y pues ahora se encuentra desierta de hombres tan populosa ciudad, es justo que a vuestra patria hagáis semejante favor y beneficio: ¡que llevando lo que aquí habéis aprendido, reconciliéis con nosotros el ánimo de vuestros hermanos! Así habremos demostrado que participamos de la mesa. No cuando alabemos los manjares, sino cuando podamos dar algo a nuestros hermanos que se hallan ausentes.

¡Hacedlo así! Sucederá entonces o que del todo los persuadáis a regresar a nosotros, o que si perseveran en su alejamiento, a lo menos los sustenten vuestras lenguas, para que finalmente acaben por regresar. No creo que prefieran ser sustentados mediante beneficios gratuitos, cuando pueden con todo derecho disfrutar de la mesa paterna. Por mi parte confío y pienso que así lo habéis hecho o lo haréis; porque no he cesado de exhortaros frecuentemente a proceder de este modo; y por otra parte vosotros os encontráis ya repletos de ciencia perfecta, de modo que podéis exhortar a otros.

Pero es ya tiempo de que sirvamos nuestra propia mesa: pobre por cierto y no abundante. Ostenta gran escasez pero está excelentemente condimentada por la presteza de los oyentes. Porque no es la sola opulencia de los manjares la que hace agradabilísima una mesa, sino el apetito de los convidados. En cambio, una mesa opulenta y en abundancia, si los que se le acercan no van apretados por el hambre, parecerá pobre y escasa. La mesa pobre será tenida como opulenta si recibe a convidados a quienes apriete el hambre. Cierto hombre, que sabía muy bien que se juzga de la mesa y de su magnificencia no por la naturaleza de ¡os manjares que delante se ponen, sino por la disposición de los comensales y la gana con que llegan, dijo estas palabras: El harto pisotea la miel, pero al hambriento le es dulce lo amargo. Y no porque se cambie la naturaleza de los alimentos que se ponen delante, sino porque la disposición de los comensales engaña al sentido. Pues, si por el apetito de los convidados lo dulce parece amargo, mucho mejor lo que es vil podrá parecer suntuoso. Por tal motivo, nosotros, aunque apretados por la grave escasez, imitamos a los que invitan a grandes banquetes, ahora que a todos juntos os invitamos a nuestra mesa. No lo hacemos confiados en nuestros recursos sino en vuestro anhelo de escuchar.

Os hemos pagado íntegra la deuda de la inscripción del libro de los Hechos de los Apóstoles, y me refiero a su encabezado. El orden pediría que ahora nos ocupáramos del comienzo del libro y explicáramos qué significa lo de: En el primer libro, caro Teófilo, traté de todo lo que Jesús hizo y enseñó. Pero no me permite Pablo seguir semejante orden y serie, sino que con sus hazañas me arrastra y atrae hacia sí mi lengua. ¡Anhelo verlo introducido en Damasco y atado, no por una cadena de hierro, sino por la voz del Señor! ¡Anhelo ver cogido en la pesca semejante pez bellísimo y cómo al revolverse convierte en espumas el mar íntegro, y levanta contra la Iglesia oleajes sin cuento! ¡Anhelo verlo cogido en la captura, no por medio de anzuelo sino con la palabra de Dios!

Como un pescador sentado en lo alto de una roca, levanta su caña y arroja el anzuelo a lo profundo del mar, así nuestro Señor, en su captura espiritual y pesca, sentado allá arriba en lo alto de los cielos, como en la punta de una roca, dejó caer desde arriba a la manera de un anzuelo, aquella palabra: ¡Pablo, Pablo! ¿por qué me persigues? Y así cogió este pez enorme. Y lo que aconteció en aquel pez que por orden del Señor pescó Pedro aconteció también en éste: ¡se encontró con que el pez tenía en el hocico una estátera! ¡Pero era moneda falsa, porque el pez tenía celo pero no conforme a sabiduría! Cuando Dios le concedió la sabiduría volvió legal la moneda. Además aconteció en la pesca presente lo que suele suceder en toda pesca. Los peces, cuando por primera vez se les extrae del mar, quedan ciegos. Y del mismo modo el nuestro, apenas tragó el anzuelo y fue extraído, quedó ciego. Pero con su ceguera hizo que todo el orbe de la tierra recibiera la vista.

¡Y yo anhelo ver todo esto! ¡Si estuviéramos asediados por una guerra de bárbaros, y los enemigos dispuestos en orden de batalla nos causaran infinitas molestias, y luego el jefe de los que nos asediaban con máquinas sin cuento y nos ponía en desorden y nos perturbaba y todo lo traía revuelto y amenazaba echar por tierra la ciudad íntegra e incendiarla y nos metía espanto con la esclavitud, quedara de pronto vencido por nuestro emperador y hecho cautivo y así fuera traído a la ciudad ¿no correríamos todos en conjunto con las mujeres y los niñitos a contemplar semejante espectáculo?

Pues bien: cuando se había declarado la guerra y los judíos todo lo perturbaban y revolvían y con infinitas maquinarias combatían la paz y seguridad de la Iglesia; cuando Pablo era el Jefe y cabeza de los enemigos y se iba señalando en sus empresas y en sus palabras más que los otros, y todo lo perturbaba y revolvía, fue atado por Jesucristo, Emperador nuestro: y fue hecho cautivo quien todo lo destrozaba. ¿Y no saldremos todos a contemplar semejante espectáculo y ver cómo es llevado cautivo el jefe mismo de los enemigos? ¡Los ángeles, cuando desde el cielo lo miraban cómo iba en cautiverio, se alegraban, no únicamente por verlo atado, sino porque ya pensaban en la inmensa multitud de hombres que iba a librar de las ataduras; y no por verlo conducido de la mano, sino porque en su pensamiento consideraban ya cuántos hombres haría entrar a los cielos llevándolos de la mano! Por tal motivo se gozaban: ¡no por verlo cegado, sino porque entendían los muchos que sacaría de las tinieblas del error! Como si le dijeran ¡avanza ya hacia las naciones gentiles y pásalas de las tinieblas, liberadas al fin, al reino de la caridad de Cristo!

Por tal motivo, haciendo a un lado los exordios, me apresuro a entrar en mitad del asunto. ¡Es Pablo y el cariño a Pablo el que nos obliga a dar saltos de regocijo! ¡Perdonadme! ¡O por mejor decir, no me perdonéis, sino imitadme en semejante cariño! ¡Razonablemente pide perdón quien se encuentra abrasado por un cariño torpe; pero quien está inflamado en un cariño espiritual como éste, más bien se gloría de su pasión y hace a muchos otros participantes de su mismo anhelo, y se busca infinitos rivales! Si fuera posible que siguiéramos rectamente el camino y pudiéramos proceder por su orden, hablaríamos primero de lo primero, y así caminando llegaríamos a lo que se encuentra al medio. Y en este caso de ningún modo habríamos omitido lo del principio para venirnos al medio del libro. Pero como la ley establecida por nuestros Padres dice que después de Pentecostés abandonemos esta lectura, de manera que juntamente con el término de la solemnidad se acabe ella también, temí no fuera a suceder que, ocupados en explicar los proemios, nos entretuviéramos mucho; y siguiendo el orden de la historia se nos escapara la de Pablo antes de haberla tocado.

Por eso, ya desde el principio nos hemos apresurado a lo que seguía de la narración. Hemos retenido el proemio y lo hemos explicado, como quien coge la cabeza por su parte posterior y os habernos ordenado esperar ahí como quien permanece de pie junto a los arranques del camino. Al fin y al cabo, una vez que haya tocado lo principal de la narración de Pablo, confiadamente iré recorriendo todo el libro, aun cuando haya pasado la solemnidad. Ni podrá alguno acusarnos de intercalar esta narración fuera de tiempo, ya que el orden mismo nos libra de la acusación de ser extemporánea la materia. Por tal motivo me he deslizado desde el proemio al medio de la narración. Si hubiera tomado seguida la senda, no habríamos podido llegar hasta Pablo, sino que antes se nos habría escapado esta lectura y se nos habrían cerrado las puertas, como os lo voy a demostrar insinuando las cuestiones de los proemios, aunque la cosa ya queda clara con lo dicho.

En efecto: si habiéndoos explicado únicamente el título del libro hemos consumido la mitad de la solemnidad presente ¿cuánto tiempo, os pregunto, habríamos tenido que ocupar para venir a las historias de Pablo en el caso de que nos entráramos por el piélago del libro yendo por su orden desde el exordio? Más aún: voy a demostrároslo por las cuestiones de sólo el comienzo de los Hechos. En el primer libro, caro Teófilo, traté de todas las cosas. bis ¿Cuántas cuestiones pensáis que aquí se encierran? La primera es por qué motivo hace aquí el autor mención del primer libro. La segunda por qué lo llama libro y no Evangelio, siendo así que Pablo sí lo llama Evangelio cuando dice hablando de Lucas: Cuya alabanza está en su Evangelio por todas las iglesias! La tercera por qué motivo dice acerca de todas las cosas que hizo Jesús.

Si Juan, el amado discípulo de Cristo, que tanto valía delante de Él en confianza y gracia y a quien se le concedió recostarse sobre aquel pecho sagrado y sacar de ahí sus fuentes espirituales, no se atrevió a decir semejante cosa, sino que procedió con tan gran cautela que vino a escribir: Muchas otras cosas hizo Jesús que, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros - ¿cómo Lucas tuvo el atrevimiento de decir: En el primer libro, caro Teófilo, traté de todo lo que hizo Jesús? ¿Acaso os parece pequeña semejante cuestión? Y por cierto, aun aquello de caro Teófilo se escribió con fuerza de alabanza. Porque tampoco esto se escribió y dijo sin motivo nunca de los santos. Ya demostramos en parte cómo ni una iota ni una partecita de la Sagrada Escritura se ha escrito sin razón y a la buena ventura.

Pues si sólo el exordio y proemio encierra en sí tantas y tan graves cuestiones ¿cuánto tiempo habríamos gastado si hubiéramos querido explicar por su orden todo lo que sigue? Tales han sido los motivos de que pasemos de largo cuanto está interpuesto para poder venir a Pablo. Mas ¿por qué a lo menos no dimos solución a las cuestiones que acabo de indicar? Para acostumbraros a no recibir siempre el manjar ya cocinado, sino que busquéis por vosotros mismos con frecuencia la solución, como suelen hacerlo las palomas. Estas, mientras los polluelos permanecen en el nido los sustentan con su propia boca. Pero cuando pueden ya sacarlos del nido porque ven que les han crecido las alas, ya no les hacen semejante servicio, sino que les llevan el grano en el pico y se lo presentan; y cuando los polluelos que estaban en espera se acercan un poco más, les dejan en el pavimento la comida y los obligan a que por sí mismos la recojan.

Constantemente hemos nosotros procedido en esta forma y hemos tomado en nuestra boca el alimento espiritual y os hemos invitado como si fuéramos a dar la solución al modo acostumbrado; pero una vez que os habéis acercado y esperabais recibirlo, os hemos abandonado a fin de que por vosotros mismos lo recojáis y halléis la solución. De manera que también ahora, hemos dejado a un lado el proemio y nos apresuramos a Pablo. Referiremos no únicamente aquello en que aprovechó a la Iglesia, sino también en lo que la dañó, pues también esto es necesario que lo narremos. Expondremos, en consecuencia, cómo combatía contra la predicación del Evangelio, cómo guerreaba contra Cristo, cómo perseguía a los apóstoles, cuan hostil era su ánimo contra los discípulos y cómo causaba a la Iglesia más cuidados que todos sus adversarios juntos.

¡Nadie se vaya o ofender de oír tales cosas de Pablo ni se avergüence, puesto que no son acusaciones verdaderas sino más bien ocasiones de encomio. Ningún pecado es que, habiendo sido anteriormente malo, se hiciera bueno. El pecado sería que, habiendo sido antes bueno y virtuoso, hubiera decaído y se hubiera lanzado a la perversidad, cambiando su modo de vivir. Juzgamos siempre la cosa según su éxito y acabamiento. Los pilotos, aun cuando hayan padecido infinitos trabajos y naufragios, si cuando toman puerto se presentan con su barca repleta de mercancías, jamás los acusamos de haber desempeñado mal su oficio; porque el éxito feliz del negocio deja en la sombra todo lo anterior. Lo mismo pasa con los atletas: aunque anteriormente muchas veces hayan sido vencidos, con tal de que venzan en la lucha en que se trata de obtener la corona, jamás se les priva de la proclamación y del premio a causa de las derrotas precedentes.

Juzgamos pues nosotros idénticamente acerca de Pablo. Sufrió numerosos naufragios; pero cuando hubo de tomar puerto, llegó con su nave de carga repleta de mercancías. Y así como a Judas nada le aprovechó haber sido discípulo de Jesús, por su traición subsiguiente, del mismo modo a Pablo nada le dañó haber sido perseguidor, porque luego se transformó en evangelista. Encomio suyo son tales historias. No el haber destruido la Iglesia, sino haberla luego reedificado. No que haya combatido la palabra de Dios, sino que, después de haberla combatido, la llevara a todo el orbe. No que haya hecho guerra a los apóstoles, ni que haya dispersado el rebaño, sino que, tras de haberlo dispersado, luego personalmente lo recogiera.

¿Qué puede haber más admirable? ¡El lobo convertido en pastor! ¡el que había bebido la sangre de las ovejas, no cesó de derramar la propia en bien de las ovejas! ¿Quieres comprender en qué forma sorbía la sangre de los ovejas? ¿en qué forma destilaba sangre su lengua?: Saulo respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor… Pues bien: éste que respiraba amenazas y muertes y derramaba la sangre de los santos, oye cómo luego en bien de las ovejas derramó la propia sangre. Porque dice: Si por solos motivos humanos luché con las fieras en Éfeso; y luego: ¡Cada día muero! y también: Somos mirados como ovejas destinadas al matadero. Así hablaba el que había estado presente cuando se derramaba la sangre de Esteban y consentía en su muerte! ¿Ves cómo el lobo se ha convertido en pastor?

¿Todavía os da vergüenza de Pablo, cuando oís que primero fue perseguidor y blasfemo rabioso? ¿Observáis cómo aquella primera acusación se ha convertido en un aumento de alabanzas? ¿No os decía yo en la reunión anterior que los milagros que siguieron a la cruz son mayores que los que la precedieron? ¿No os lo demostré por los prodigios y también por el cariño de los discípulos a su Maestro? ¿No os expliqué cómo anteriormente Cristo resucitaba a los muertos por su propio imperio, pero después hacía lo mismo incluso la sombra de los discípulos? ¿Y cómo antes de la cruz Cristo hacía los milagros con una orden personal, pero después sus siervos los hicieron mayores en su nombre? Y acerca de sus enemigos ¿no os decía en qué manera los atormentaba la conciencia? ¿Y cómo impera ya sobre el orbe entero de la tierra? ¿Y cómo los milagros obrados después de la cruz son mayores que los anteriormente verificados? ¡Hermano es de aquel discurso este otro que ahora hemos intercalado!

Porque ¿qué mayor milagro puede verse que el ahora acontecido con Pablo? Pedro negó a Cristo cuando aún vivía. Pablo confesó a Cristo cuando Cristo había ya muerto. Mayor milagro fue vencer y atraer a Pablo que resucitar muertos al contacto de la sombra. Puesto que en el segundo caso la naturaleza obedecía al que la mandaba y no le contradecía. En el primer caso al revés: estaba en manos del libre albedrío persuadirse o no persuadirse. De manera que el poder de quien pudo persuadirlo resulta inmenso. Mucho más fue convertir aquella voluntad que sanar la naturaleza. Y por consiguiente fue milagro mayor que todos los otros milagros la conversión de Pablo, después de la cruz y que después de la sepultura Pablo se acercara a Cristo.

Por tal motivo permitió Cristo que Pablo totalmente se enfureciera en su contra primero, y hasta después lo llamó; para librar así de toda sospecha la prueba de su resurrección y la predicación del Evangelio. Si Pedro hubiera hablado de Cristo, su testimonio podía haber sido sospechoso, puesto que a algún impudente todavía le habría quedado algo que oponer. He dicho a algún impudente; pues aun en el caso de Pedro la prueba es perfecta. Porque también Pedro primeramente negó a Cristo y lo negó con juramento, mas luego entregó por Cristo su vida. Si Cristo no hubiera resucitado, jamás quien lo había negado mientras vivía habría padecido millares de muertes para no negarlo una vez muerto. Queda pues claro que también en el caso de Pedro la prueba de la resurrección es evidente.

Sin embargo, algún impudente podría haber objetado que por haber sido su discípulo, por haber participado de su mesa, por haber estado en su compañía durante tres años, por haber gozado de su enseñanza, por haber sido enredado mediante caricias en la mentira, afirmaba la resurrección. Pero cuando ves a Pablo que no lo había conocido, que no lo había oído, que nunca había participado de su enseñanza, que aun después de la cruz guerreaba contra Él y daba muerte a quienes en El creían, y que todo lo revolvía y perturbaba, lo ves, digo, cambiar de repente y superar a todos los amigos de Cristo en soportar trabajos por la predicación del Evangelio ¿qué ocasión, pregunto, puede quedarte en adelante de sospecha para no dar crédito a la resurrección?

Si Cristo no resucitó ¿quién a un hombre tan inhumano y cruel, quién a uno tan enemigo y feroz se lo pudo hacer amigo y atraérselo? ¡Dímelo, te ruego, oh judío! ¿Quién persuadió a Pablo que se uniera con Cristo? ¿Pedro? ¿Santiago? ¿Juan? Pero si todos éstos temían a Pablo y le temblaban. ¡Y esto no; sólo al tiempo en que Pablo perseguía, sino cuando ya sé contaba en el número de los amigos, y cuando Bernabé lo llevaba de la mano y lo presentaba en Jerusalén: ¡aun entonces temían acercársele demasiado! ¡La guerra se había terminado, pero el miedo continuaba en los apóstoles! Y al que ya reconciliado aún temían ¿lo habrían podido doblegar con palabras cuando aún era adversario? ¿Habrían podido acercársele, presentársele, abrir su boca o simplemente estar cerca de él?

¡No puede ser! ¡no es factible! ¡no fue obra de humana diligencia, sino de la gracia divina! Si como vosotros decís Jesús había muerto y los discípulos fueron y robaron su cadáver ¿cómo es que tras de la cruz se verifican mayores milagros? ¿cómo pudo seguirse una mayor ostentación de poder? Porque no únicamente reconcilió Cristo consigo a quien era su adversario, y el jefe y principal de los que le hacían guerra -aunque a decir verdad, aun cuando solamente esto hubiera hecho ya sería una demostración de su inmenso y sumo poder el haber capturado y reducido a servidumbre a su enemigo y contrario; pero no fue esto lo único que hizo, sino algo mucho mayor. Puesto que no sólo se lo reconcilió, sino que se lo hizo tan amigo y en tal grado lo atrajo a su amor, que confió a su fidelidad los negocios todos de toda su Iglesia. Porque dice: Este es mi vaso de elección para que lleve mi nombre a todos los reyes y naciones. Y lo persuadió a trabajar por la Iglesia más que los otros apóstoles a quienes anteriormente Pablo combatía.

Pero ¿anhelas comprender en qué forma se lo reconcilió? ¿en qué forma se lo hizo su amigo? ¿en qué modo se lo unió? ¿cómo lo puso en el número de sus mejores amigos y entre los más principales? ¡A ningún otro quiso descubrir tan secretos arcanos como los que a Pablo descubrió! ¿De dónde consta? De que dice: Oí palabras arcanas que el hombre no puede decir. ¿Ves cuán grande benevolencia y caridad demostró al que había sido su enemigo y adversario? En consecuencia vale la pena recordar cuál fue su vida anterior; porque así se nos descubrirá mejor la benignidad y poder de Dios. La benignidad en haber querido conservar y hacerse amigo a quien tan graves yerros había cometido; el poder, porque pudo llevar a cabo esa conversión que se había propuesto. Por lo demás, todo dio a conocer que Pablo no procedía por simple ansia de molestar ni por codicia ni por gloria humana, al modo que lo hacían los judíos, sino encendido en celo aunque no bueno, pero sin embargo celo verdadero.

El mismo lo declaró altamente cuando dijo: Fui recibido a misericordia porque lo hacía por ignorancia en mi incredulidad. Y admirado de la benignidad de Dios, decía: Para que en mí primeramente mostrase Jesucristo toda su longanimidad y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en Él para la vida eterna Y todavía en otra parte: La obra de su excelso poder mostró en nosotros los que hemos creído. ¿Ves cómo la vida anterior de Pablo demuestra el poder y benignidad de Dios, y cómo estaba dotado de una mente sincera y pura? Y por cierto a los gálatas escribió lo que sigue, para demostrarles que él no se había convertido por virtud de hombres sino por virtud divina: Si aún buscase agradar a los hombres no sería siervo de Cristo? Pero ¿de dónde consta que tú te entregaste a la predicación no precisamente para agradar a los hombres? Él lo declara cuando dice: En efecto: habéis oído cuál fue mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, cómo con gran furia perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba." De modo que si hubiera querido dar gusto a los hombres, jamás se habría convertido a la fe.

¿Por qué? porque lo honraban los judíos, gozaba de gran seguridad y era tenido en mayor honor que los otros. De modo que nunca se .habría pasado a la forma de vivir de los apóstoles, forma sujeta a tan infinitos peligros y a tantas deshonras y que rebosaba en desdichas. Así que el haber abandonado repentinamente el honor de que disfrutaba delante de los judíos y la vida llena de paz y seguridad con una tan repentina conversión y cambio tan grande, y haber preferido a todo eso el género de vida de los apóstoles expuesto a mil géneros de muertes, fue el argumento de mayor peso de no haberse convertido Pablo por motivos humanos.

Hemos querido traer al medio su vida anterior y declarar el celo ardiente con que guerreaba contra la Iglesia, para que luego, cuando vieres su presteza de ánimo en la defensa de la misma Iglesia, alabes al Señor que todo lo llevó a cabo y todo lo cambió. Para esto el discípulo de Pablo con toda claridad y exactitud nos relató los antecedentes del apóstol cuando dijo: Pero Saulo respirando aún amenazas y muertes contra los discípulos del Señor…

Quisiera yo en este mismo día comenzar con ese exordio y tomar la narración desde sus principios; pero veo que se nos abre todo un océano de consideraciones con el solo nombre de Saulo. Piensa, por ejemplo, cuan grave cuestión tenemos delante con sólo este nombre. Porque en sus cartas nos encontramos con que se pone otro nombre. Así dice: Pablo, siervo de Jesucristo, llamado al apostolado? Y también: Pablo y Sostenes; Pablo llamado a ser apóstol; y luego: He aquí que yo Pablo os lo digo. De manera que se llama Pablo, y en todas partes Pablo y no Saulo. Entonces, ¿por qué motivo se llama ahora Pablo y antes se llamaba Saulo? No es pequeña esta cuestión, puesto que inmediatamente se presenta Pedro llamado anteriormente Cefas; y también los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, que con un cambio de nombre fueron llamados Hijos del trueno.

Y no únicamente en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo, nos encontramos con que Abrahán anteriormente se llamaba Abram y después fue Abrahán; y Jacob primero fue llamado Jacob y después Israel; y Sara primeramente fue Sara y luego Sarra. De manera que el cambio de nombre nos presenta numerosas cuestiones; y temo que si desatamos los raudales del río con su abundancia vayamos a derribar y como sofocar la palabra de la doctrina. Como en un campo húmedo y bien regado en donde quiera que se excava por todos lados le brotan fuentes, del mismo modo en el campo de las Sagradas Escrituras, por dondequiera que las abras verás brotar infinitos ríos. Y por mi parte me entra temor de dejarlos correr todos juntos el presente día.

Cierro, pues, el río que tenemos delante, para dejar a vuestra candad junto a la fuente sagrada, que son los prelados y maestros que aquí están: ¡fuente limpia, fuente potable, fuente dulce que brota de la roca espiritual en cristalinas corrientes! Preparemos nuestra mente para recibir su doctrina y beber de las espirituales aguas, para que también en nosotros se haga una fuente de agua viva que salte hasta la vida eterna. Vida que ojalá nos acontezca a todos alcanzar por la gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria, el honor y el imperio al Padre juntamente con el vivificante y Santo Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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VII: Homilía acerca de los que reprendían al santo por la prolijidad en lo que había explicado;

y de los que llevaban con molestia la brevedad de sus discursos; y acerca de los nombres de Saulo y Pablo; y por qué el primer hombre fue llamado Adán; y que esto no fue sin fruto y utilidad; y acerca de los recientemente iluminados.

¿QUÉ HAREMOS., OS pregunto, el día de hoy? ¡Cuando veo vuestra multitud temo alargarme en mis discursos! Porque cuando se alargan algún tanto las explicaciones doctrinales veo que os apretujáis y os pisoteáis mutuamente, y que la estrechez de semejantes apreturas os impide oír con diligencia, ya que si el oyente no tiene tranquilidad tampoco puede atender con empeño a las cosas que se le proponen. En resolución: que cuando veo vuestra muchedumbre, temo, como lo dije, alargar mi discurso. Pero cuando considero vuestras ansias de escuchar, me entra temor de acortar mi enseñanza. Quien tiene sed si no ve primero la copa hasta los bordes, no aplica sus labios con buena gana; porque aun cuando no haya de apurar todo el contenido, mas se goza en verla perfectamente llena. ¡Ignoro, por consiguiente, cómo debo haberme en la presente reunión!

Anhelo disminuiros el trabajo mediante la brevedad, pero también anhelo satisfacer vuestras ansias de oír mediante la extensión del discurso. Con frecuencia he llenado ambos objetivos y he evadido la acusación. Me doy cuenta de que con frecuencia, para acomodarme a vosotros he abreviado y cortado mi discurso, pero clamaron contra nosotros los que tienen un ánimo que nunca se sacia, los que disfrutan continuamente de las aguas espirituales y sin embargo no se satisfacen: ¡Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia! Temeroso de los clamores prolongué la enseñanza y por tal motivo se me acusó. Los que prefieren los discursos breves me salían al encuentro y me suplicaban que tuviera compasión de su debilidad y abreviara lo largo de la predicación. Ahora pues, cuando os veo así apretujados procuro con el silencio detener el discurso. Pero cuando al mismo tiempo observo que a pesar de la estrechura no os apartáis, sino que os mostráis preparados para emprender una carrera aún más larga, anhelo dar suelta a mi lengua.

De modo que por todos lados me encuentro en angustias. ¿Qué haré? Quien sirve a un solo Señor y ha de obedecer a un solo parecer, fácilmente puede dar gusto a su señor; pero yo, que he de servir a tan inmenso pueblo, y pueblo en donde hay tan diversos pareceres, tengo muchos señores. Sin embargo, todo lo he dicho no porque rechace la servidumbre ¡lejos de mí! ni porque rehúya vuestro señorío, puesto que no hay para mí cosa más honorífica que semejante servidumbre. ¡No se gloría tanto el emperador de su diadema p su púrpura, cuanto me honro yo en ser siervo de vuestra caridad! Al reinado del emperador se sigue la muerte: a esta servidumbre, si debidamente se ejercita, le está preparado el reino de los cielos. Porque dice la Escritura: Bienaventurado el siervo fiel y prudente al que el señor constituyó como distribuidor del trigo entre sus consiervos. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.

¿Veis cuán grande es la ganancia de semejante servidumbre, si con diligencia se la ejercita? ¡Esta es la que pone al frente de todos los bienes del Señor! De manera que no rehúso la servidumbre, tanto menos cuanto que voy a ejercitarla juntamente con Pablo. Porque también él dice: No nos predicamos a nosotros mismos sino a Jesucristo Señor nuestro; pero nosotros somos vuestros siervos por Jesús A Mas ¿qué digo Pablo? Si el señor que existía en lo forma de Dios se anonadó a sí mismo y por los siervos tomó forma de siervo ¿qué cosa grande hago yo el siervo en hacerme siervo de mis consiervos en beneficio propio mío?

En resumen: que no he dicho lo que precede porque rehusé yo la servidumbre vuestra, sino para que se me perdone si es que sirvo una mesa menos conforme con los pareceres de todos. O mejor aún: ¡haced lo que os voy a decir! ¡Vosotros, los que nunca podéis saciaros, sino que padecéis hambre y sed de justicia y anheláis largos discursos, permitidme que teniendo en cuenta la debilidad de vuestros hermanos, recorte algo de la medida que tengo acostumbrada en la predicación! Y por parte vuestra, los que amáis la brevedad en los discursos y sois débiles, en bien de vuestros hermanos que no pueden saciarse, soportad el pequeño trabajo, y llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid en esta forma con la ley de Cristo.

¿No habéis visto a los atletas en los juegos olímpicos cómo permanecen de pie en mitad del concurso, en pleno día, en el estadio, como en un horno, recibiendo en su cuerpo desnudo los rayos del sol, a la manera de estatuas de bronce, y cómo luchan con el sol, el polvo, el calor, a fin de que su cabeza, atormentada con tan grandes trabajos sea finalmente coronada de laureles? Pues bien: a vosotros se os ha propuesto como premio por estar oyendo, no una corona de laurel, sino la corona de justicia. Por otra parte, tampoco nosotros os detenemos aquí hasta el medio día, sino que ya desde el amanecer os remitimos a vuestros hogares por causa de vuestra desidia; es decir, cuando el aire aún está fresco y no lo han calentado todavía los abundantes rayos solares ni ordenamos que recibáis en la cabeza desnuda los calores del sol, sino que os introducimos bajo estos altos techos y os recreamos con el descanso de la techumbre y los demás géneros de alivio que podemos discurrir, con el objeto de que podáis escuchar durante más largo tiempo y con mayor constancia las cosas que se os hayan dicho.

¡No nos hagamos más delicados que nuestros niñitos que van a las escuelas! Tales niños no se atreven a regresar a su casa antes del medio día; sino que, a pesar de hacer poco tiempo que fueron destetados y separados de los pechos maternos, pues aún no han alcanzado la edad de cinco años, sin embargo, soportando cualquier cosa que les cause molestia, sentados en las clases permanecen soportando y sufriendo todo lo que se ofrece. En consecuencia, si no a los otros varones, a lo menos imitemos a estos niños, nosotros los que ya hemos alcanzado la edad perfecta.

Si no toleramos los discursos que se nos hacen acerca de la virtud ¿quién nos podrá creer que vamos soportando los trabajos que exige la virtud? Si tan mezquinos y poco generosos nos mostramos ¿de dónde podrá constar que estaremos prontos cuando se trate de proceder a las obras? Si descuidamos lo que es más fácil ¿cómo podremos llevar a cabo lo que es más difícil? Dirás que la estrechez del local es mucha y la incomodidad y molestia que sufres es grande. Pues escucha lo que se dice: que el reino de los cielos padece violencia y lo arrebatan los que se hacen violencia: y también que el camino es estrecho y el sendero es angosto. Y pues caminamos por una senda estrecha y angosta, es necesario que también nosotros nos estrechemos y apretujemos, a fin de poder realizar el viaje por un camino angosto y estrecho. Quien procede ampulosamente con dificultad podrá recorrer un camino que es angosto y estrecho. Podrá recorrerlo quien a sí mismo se estrecha y aprieta y reprime.

Se nos presenta hoy una cuestión que no versa sobre asuntos triviales, sino acerca de la materia que ayer comenzaba a proponeros; pero cuya solución no pude dar a causa de la abundancia de preguntas que nos salieron al paso. ¿Cuál es? Se trata de por qué Dios ha impuesto diversos nombres a los santos. Cosa banal parece si solamente se la oye de paso; pero si alguno atiende, encontrará que contiene un gran tesoro. También la veta aurífera que se encuentra en las minas, los ignorantes que la ven con descuido la juzgan simplemente tierra y que nada más contiene que lo que tienen las otras tierras. Pero quien la examina con ojos de experto, al punto se da cuenta de la riqueza que semejante veta contiene; y una vez que se la haya echado al fuego hará manifiesta toda su excelencia.

Pasa lo mismo con las Sagradas Escrituras. Quienes las leen de corrida creen que solamente se trata de simples letras que no contienen en sí nada distinto de los otros escritos; pero quien las medita con los ojos de la fe -como los mineros lo hacen mediante los instrumentos de su arte con las vetas- y las pone luego a prueba con el fuego del Espíritu Santo, fácilmente conoce todo el oro que en ellas se encierra. Pero ¿de dónde se originó nuestra cuestión? Porque no al acaso venimos a dar en disquisición semejante. Nadie nos arguya de importuna curiosidad. Porque como se os leyeran los Hechos de los Apóstoles, anhelábamos entrarnos por la historia de las excelsas hazañas de Pablo; y aun habíamos ya tocado algo de sus comienzos. En ese comienzo de la narración topamos con estas palabras: Y Saulo, respirando aún amenazas y muertes contra los discípulos. Y al punto nos perturbó el cambio de nombre.

En todas sus cartas encontramos ya desde el encabezamiento que no se nombra Saulo sino Pablo. Y observamos que esto no le aconteció a solo él, sino a otros muchos. Porque también Pedro se llamaba Simón; y los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, fueron llamados después, con un cambio de nombre, Hijos del trueno. Y en el Antiguo Testamento hallamos que en algunos personajes existió semejante costumbre. Porque Abrahán primero se llamó Abram, y Sarra anteriormente era Sara y después fue Sarra; y Jacob después fue llamado Israel. En consecuencia, nos pareció ser absurdo que pasáramos de corrida el gran tesoro contenido en tales nombres.

Por lo demás, encontramos que lo mismo ha sucedido entre los príncipes seculares, porque también ellos toman un doble nombre. Y así se dice: A Félix le sucedió en el mando Torció Festo; y también; Bar-Jesús estaba con el Procónsul Sergio Pablo… y el que entregó a Jesús en manos de los judíos se llamaba Poncio Pilato. Ni sólo los príncipes, sino también a veces los soldados tuvieron con frecuencia un doble nombre; y aun gente particular y privada con uno u otro motivo, vienen a tener un doble nombre. Pero nosotros no tenemos especial utilidad en investigar lo de éstos, ni por qué fueron llamados así. En cambio, cuando es Dios quien impone un nombre se ha de investigar con sumo empeño para encontrar el motivo. No acostumbra Dios hacer nada a la ventura y sin razón, ni decirlo; sino que hace y dice cada cosa conforme conviene a su sabiduría.

¿Por qué, en fin, Pablo cuando andaba persiguiendo se llamaba Saulo y luego cambió de nombre y se llamó Pablo una vez que abrazó la fe? Dicen algunos que cuando todo lo perturbaba y ponía en desorden y lo revolvía y perseguía a la Iglesia, se le llamó Saulo; de manera que la Iglesia misma a causa de la persecución le puso semejante nombre. Pero que una vez que abandonó aquella locura y dejó de revolver las turbas y de pelear contra la Iglesia, fue llamado Pablo por haber cesado en su pugna cambiándole así su nombre. Semejante discurso es vano y falso; y únicamente lo he referido y traído al medio, para que vosotros no os dejéis engañar por la exposición simplista de las causas del cambio.

Desde luego, fueron sus padres quienes le pusieron aquel primer nombre; y no porque fueran profetas y previeran lo que iba a suceder. Por otra parte, si por tal motivo se le llamó Saulo, porque perseguía y vejaba a la Iglesia, convino que al punto en que dejó de perseguirla abandonara también semejante nombre. Mas, por el contrario, advertimos que cuando dejó de conmover a las turbas contra la Iglesia, no abandonó en seguida su nombre, sino que continuó llamándose Saulo. ¡No vayáis a pensar, por lo que voy diciendo, que trato de embaucaros! ¡Para evitarlo, voy a tratar desde sus comienzos todo el negocio!

Dice la Escritura: Sacaron de la ciudad a Esteban y lo apedreaban; y los testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo. Y en seguida: Saulo aprobaba su muerte. Y después: Saulo devastaba la Iglesia y entrando en las casas, arrastraba a hombres y mujeres y los hacía encarcelar. Y más adelante: Y Saulo respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor… Y luego: Oyó una voz que le decía: ¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues? Convenía, pues, que desde este momento abandonara su nombre de Saulo, puesto que ya se abstenía de perseguir. Pero ¿acaso al punto lo dejó? ¡De ninguna manera, como se ve por lo que sigue! ¡Atended, os ruego!: Se levantó Saulo de tierra y con los ojos abiertos nada veía; y luego en seguida: Y dijo Dios a Ananías: anda a la calle llamada Recta y encontrarás en la casa de Judas a uno que se llama Saulo; y más adelante: Entró Ananías y le dijo: ¡Saulo, hermano! ¡el Señor que se te apareció en el camino me ha enviado para que recobres la vista!

Luego comenzó a predicar y confundía a los judíos; pero ni aún así dejó su nombre, sino que seguía siendo Saulo. Porque dice la Escritura: Las asechanzas de los judíos fueron conocidas de Saulo. Pero ¿acaso solamente en estos sitios se le llama Saulo? ¡De ninguna manera! Porque después dice la Escritura: Hubo una hambre y resolvieron los discípulos enviar socorros a los santos que habitaban en Jerusalén. Y los enviaron por medio de Saulo y Bernabé. He aquí que ya sirve a los santos, y aún se llama Saulo. Luego fue Bernabé a Antioquía; y habiendo visto la gracia de Dios y la gran multitud de convertidos, se fue a Tarso en busca de Saulo. Logra éste muchas conversiones y sigue llamándose Saulo. Y después dice la Escritura: Había en la Iglesia de Antioquía profetas y doctores: Simeón llamado el Negro, y Lucio de Cirene y Manahem, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. De manera que ya era profeta y doctor y todavía se llamaba Saulo. Más aún: Mientras celebraban la liturgia en honor del Señor y guardaban los ayunos, dijo el Espíritu Santo: segregadme a Bernabé y a Saulo. ¡He aquí que incluso cuando lo segrega el Espíritu Santo, él no cambia su nombre!

En cambio, cuando fue a Salamina y se encontró con el mago, entonces dice de él Lucas: Mas Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, dijo: ¡Aquí comenzó el cambio de nombre! ¡No nos cansemos de andar investigando el motivo del cambio de semejante nombre! ¡Aun en asuntos seculares el cambio de nombre tiene no pequeña virtud! Con frecuencia logra que después de mucho tiempo conozcamos a los hombres, y al encontrar sus nombres se nos descubren sus parentescos. Suelen servir además para resolver las dudas que en los tribunales acostumbran suscitarse y omite pleitos; y a veces, el encontrar los nombres, hasta apaga las guerras y da ocasión a que se restablezca la paz.

Si pues en los asuntos seculares tanto puede a veces el cambio de nombre, mucho más lo podrá en los espirituales. Pero se hace necesario establecer de antemano las varias cuestiones. En primer lugar se pregunta el motivo de que Dios a algunos santos les haya impuesto un nombre y a otros no se los haya impuesto. Porque no a todos los santos les ha puesto Dios el nombre, ni en el Nuevo ni en el Antiguo Testamento. Y lo que hizo en el Nuevo Testamento lo hizo también en el Antiguo, para que veas que es Señor de ambos Testamentos. En el Nuevo, Cristo impuso a Simón el nombre de Pedro y a los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, el de Hijos del trueno; y solamente lo hizo con éstos y con ningún otro de los demás discípulos, sino que les dejó sus nombres propios, nombres que en su nacimiento les habían puesto sus padres. En el Antiguo Testamento Dios cambió los nombres de Abrahán y de Jacob; en cambio no lo hizo con José ni con Samuel ni con David ni con Elías ni con Eliseo, ni con el resto de los profetas, sino que los dejó que retuvieran sus nombres antiguos.

Tal es, pues, la primera cuestión: ¿por qué motivo a algunos de los santos se les cambiaron sus nombres y a otros no? La segunda cuestión por su orden es ¿por qué a algunos de los pantos se les cambió el nombre siendo ya de edad plena y estando en todo su vigor, mientras que a otros se les cambió aun antes de que nacieran? A Pedro y a Santiago y Juan, Cristo les cambió el nombre cuando estaban en la mitad de sus años; mientras que al Bautista se lo cambió antes de que saliera del vientre de su madre: Vino el ángel del Señor y dijo: No temas, Zacarías. Porque he aquí que tu mujer Isabel dará a luz un hijo y su nombre lo llamarás Juan. ¿Ves cómo el nombre se Je impuso antes de que naciera? Y lo mismo sucedió en el Antiguo Testamento. Porque, así como en el Nuevo recibieron el nombre Pedro y Santiago y Juan cuando ya estaban en la edad varonil, y fueron llamados con dos nombres, mientras que el Bautista lo recibió antes de nacer; del mismo modo en el Antiguo, Abrahán y Jacob tuvieron su cambio de nombre a la mitad de su vida. Puesto que el primero se llamaba Abram y fue llamado Abrahán; y el otro se llamaba Jacob y fue llamado Israel. En cambio no se hizo lo mismo con Isaac; sino que antes de que saliera a la luz recibió su nombre. Del mismo modo que a Zacarías le dijo el ángel: Tu mujer concebirá y dará a luz un hijo, y su nombre lo llamarás Juan; del mismo modo acá dijo Dios a Abrahán: Tu mujer Sara dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Isaac. De manera que la primera cuestión es por qué a unos se les cambió el nombre y a otros no. La segunda por qué a unos se les cambió a la mitad de sus años y a otros incluso antes de que nacieran. Y esto en ambos Testamentos.

Por nuestra parte acometeremos primero la segunda, pues por este medio la primera se esclarecerá mejor. Veamos a los que ya desde su nacimiento se encontraron con el nombre. Y subiendo poco a poco lleguemos hasta el primer hombre a quien Dios puso nombre, para que desde estos principios quede resuelta la cuestión. ¿Quién fue el primero que recibió de Dios su nombre? ¿Quién sino el primero que fue formado? Porque no había otro que se lo pusiera. ¿Y cuál fue el nombre que recibió? En lengua hebrea se le llamó Adán. Porque este nombre no es heleno. Pero traducido a la lengua griega significa terreno o de tierra. Edén significa tierra virgen y fue el sitio en que Dios plantó el paraíso. Porque dice la Escritura; Plantó Dios el paraíso en Edén, al Oriente. Para que entiendas que el paraíso no fue obra de manos humanas, porque era una tierra virgen que no había experimentado la reja del arado, ni había sido abierta en surcos; y así, sin trabajo alguno de agricultores, sino por el mandato divino únicamente, brotó árboles. Tal fue el motivo de que Dios la llamara Edén o tierra virgen.

Esta tierra virgen fue figura de la otra Virgen. Puesto que así como esta tierra, sin haber recibido germen alguno, nos produjo el paraíso, del mismo modo la otra Virgen, sin haber recibido semen de varón, nos germinó a Cristo. De manera que si alguna vez te dice un judío: ¿cómo pudo una virgen dar a luz?, respóndele: ¿y cómo una tierra virgen pudo germinar aquellos árboles maravillosos? Porque en hebreo la tierra virgen se llama Edén. Y si alguno no lo quiere creer que lo pregunte a los peritos en la lengua hebrea, y encontrará que semejante interpretación es verdadera. Yo no voy a querer engañaros por estar hablando a quienes no conocen aquel idioma. Lo único por lo que me esfuerzo es por haceros inexpugnables y porque interpretemos con exactitud como si estuvieran presentes los adversarios que tal idioma conocen. En conclusión, puesto que de tierra virgen fue formado el hombre, o sea del Edén, Adán recibió el nombre tomado de su madre la tierra. Del mismo modo proceden los hombres: con frecuencia a sus hijos les ponen el nombre de la madre. Dios igualmente, al hombre formado de la tierra, lo llamó Adán por el nombre de su madre. La madre era Edén y el hijo fue Adán.

Pero todo esto ¿qué nos aprovecha para nuestra cuestión? Los hombres ponen a sus hijos el nombre de la madre para de esta manera honrar a la madre que ha engendrado al .hijo. Pero Dios ¿por qué motivo llamó a Adán con el nombre de la madre? ¿Qué intentaba? ¿Qué cosa grande o pequeña intentaba con semejante determinación? Porque Dios nada hace sin razón y a la ventura, sino siempre con gran sabiduría. De Él se dijo: Cuya sabiduría no tiene número. La tierra se llama Edén, el hombre terreno se llama Adán, es decir, de polvo y nacido de la tierra. Pues ¿por qué lo llamó así Dios? Para traerle con su mismo nombre la memoria de su natural bajeza. Por esto le esculpió, como en una columna de bronce, lo vil de su naturaleza; a fin de que, enseñado por el nombre mismo, aprendiera la modestia y la humildad y no concibiera una alteza superior de sí mismo y que fuera mayor de la conveniente.

Nosotros perfectamente sabemos que somos de tierra y tenemos demostrado por la experiencia que lo somos. Pero Adán a nadie había visto morir ni reducirse a ceniza; sino que gozaba de eximia hermosura corporal. Resplandecía como una estatua de oro recientemente sacada de la fundición. Entonces con el objeto de que no se hinchara con vanagloria a causa de su extraordinaria belleza, le puso Dios aquel nombre con cuya enseñanza suficientemente aprendiera la humildad; ya que el demonio se le había de acercar y lo había de incitar a soberbia con palabras como éstas: ¡Seréis como dioses! De modo que Dios, para que tuviera el primer hombre presente en su memoria el nombre que le enseñaba ser de tierra, y nunca se formara tal opinión de sí que llegara hasta creerse igual a Dios, de antemano le iluminó la conciencia y lo armó con antelación con el auxilio del nombre, con que se precaviera de las asechanzas del perverso demonio. Porque el nombre al mismo tiempo lo amonesta de su parentesco con la tierra y le declara toda la nobleza de su naturaleza, diciéndole en cierto modo: Si acaso te viene a decir el demonio: serás como dios, acuérdate de tu nombre, y con sólo esto tendrás suficiente exhortación para no admitir sus consejos.

Recuerda quién es tu madre y reconoce la vileza de tu parentesco, no precisamente para que aprendas la humildad, sino para que jamás te alces en soberbia. Por el mismo motivo decía Pablo: El primer hombre fue de tierra, terreno. Y luego, interpretándonos lo que significa Adán, decía: fue de tierra, terreno; el segundo hombre fue del cielo, el Señor Aquí nos acometen los herejes y nos dicen: ¡Mirad cómo Cristo no tomó carne; puesto que dice Pablo el segundo hombre del cielo, el Señor. ¿Pero no oyes que dice el segundo hombre? ¿cómo afirmas que no se encarnó? ¿Quién vio jamás impudencia semejante? ¿Quién puede ser hombre sin tener carne? Precisamente por tal motivo lo llamó hombre y segundo hombre; para que así por el número como por la naturaleza le reconozcas su parentesco. Y ¿quién dice Pablo que es ese segundo hombre? ¡El Señor del cielo. Pero, añade el hereje, es que ese texto me escandaliza cuando afirma del cielo.

Pues bien: cuando oyes que el primer hombre, Adán, es de tierra y terreno ¿piensas acaso que es un animal terrestre? ¿Juzgas que únicamente es terreno y que no tiene en sí un espíritu incorpóreo, digo una alma; e ignoras cuál sea la naturaleza del alma? ¡Quién podrá afirmar semejante cosa! Pues entonces, del mismo modo que cuando oyes que Adán fue terreno no piensas que el cuerpo estuviera privado del alma, también cuando oyes el Señor del cielo no niegues la encarnación sólo porque se añada aquello del cielo. En resumen, está ya bien declarado el por qué del primer nombre. Fue llamado y dicho Adán, tomando el nombre de su madre, para que no se levante más de lo que le permiten sus fuerzas y para que no pueda ser vencido por las astucias del demonio. Porque éste le diría: ¡seréis como dioses!

¡Ea, pues! ¡vengamos al segundo nombre! O sea a quien antes del parto recibió de Dios el nombre, y con esto terminaremos nuestro discurso. ¿Quién fue el primero que, después de Adán recibió de Dios el nombre antes de nacer? Isaac. Porque dice la Escritura: He aquí que Sara tu mujer concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac. Y habiéndolo dado a luz le puso por nombre Isaac, diciendo: Me ha hecho reír Dios. Mas ¿por qué? Porque: ¿Quién habría de decir a Abrahán: amamantará hijos Sara? - ¡Aquí escuchadme con suma diligencia y atención! ¡veréis el milagro! Porque no dijo Sara que ha dado a luz, sino que amamantará a un niño. Para que no fuera alguno a pensar que se trataba de un niño supositicio, presenta como testigo las fuentes de leche que atestiguaban el parto. De manera que mediante el recuerdo de su nombre, Isaac tenía también la suficiente instrucción acerca de su generación paradójica. Por tal motivo dice Sara: Me ha hecho reír Dios. Pues era cosa de verse una mujer anciana y consumida, que andaba alimentando con su leche a un pequeño, cuando ya las canas denunciaban su edad avanzada. Semejante risa traía a la memoria la gracia y favor divino, y aquel alimentar al niñito daba fe al milagro: Aquello no podía ser obra de la naturaleza, sino que todo el excelentísimo acontecimiento, tenía que atribuirse a obra de la gracia. Por tal motivo dice Pablo: Somos hijos de la promesa a la manera de Isaac. Porque así como en la promesa era la gracia la que obraba así Isaac salió de un vientre ya sin vigor y frío. Tú has salido de las frías aguas del bautismo: ¡lo que para Isaac fue aquel vientre, eso es para ti el baño de estas aguas! ¿Adviertes el parentesco de los partos? ¿Observas cómo consuena la gracia? ¿Ves en ambos casos la naturaleza inerte y cómo todo se lleva a cabo por la virtud de Dios? Pues así somos nosotros hijos de la promesa, a la manera de Isaac.

Nos queda todavía una cuestión. Porque la Sagrada Escritura dijo, hablando de nosotros, que no de la sangre ni de la voluntad carnal somos hijos. ¡Estaban ya cerradas las fuentes de la leche en la madre, había desaparecido la materia apta para la generación, había quedado inútil la oficina de la naturaleza, pero fue precisamente entonces cuando Dios dio muestras de su poder! Sara había cesado ya en su menstruación.

¿Cómo puede ser esto? Pues porque tampoco Isaac nació de la sangre.

Hemos terminado la materia referente al nombre de Isaac. Resta que vengamos a Abrahán y a los hijos del Zebedeo y a Pedro. Mas, a fin de que lo extenso de nuestro discurso no vaya a engendrar tedio, dejaremos para otro sermón la materia y terminaremos ahora con exhortaros a vosotros los nacidos según Isaac, a imitar la mansedumbre y moderación del mismo Isaac, y todas sus virtudes, a fin de que, ayudados con las oraciones de aquel justo Isaac y las de los prelados que están presentes, podamos todos llegar al seno de Abrahán, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, el honor y el imperio, juntamente con el Santo vivificador Espíritu, ahora y siempre por los siglos de los siglos. -Amén.


CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.