CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

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IX: Homilía en reprensión de quienes no habían asistido a la Iglesia;

y exhortación a los presentes para que cuiden de sus hermanos; y acerca del comienzo de la carta primera a los Corintios ().

CUANDO VEO con mis propios ojos el escaso número de los concurrentes y advierto que en cada reunión va siendo menor, me entristezco y a la vez me gozo. Me gozo por vosotros los que estáis presentes; me entristezco por los ausentes. Vosotros merecéis encomios puesto que ni aun el ser vuestro número escaso os ha vuelto desidiosos; mientras que los otros merecen reproches, puesto que ni siquiera el empeño que vosotros ponéis los ha alentado. A vosotros os llamo bienaventurados y os juzgo dignos de imitación, porque en nada os ha dañado la negligencia de aquéllos; pero a ellos los llamo míseros y los lloro, ya que vuestra diligencia en nada ha podido ayudarlos.

¡No han escuchado al profeta que dice: Prefiero estar postrado a las puertas de mi Dios a morar en las tiendas de los pecadores. No dijo: he escogido habitar en la casa de mi Dios, ni vivir, ni entrar en ella; sino preferí estar postrado. Es decir, aun cuando sea contado entre los últimos, yo lo amo, yo me contento de eso, con tal de que se me conceda siquiera entrar en el vestíbulo. Tengo por gran beneficio siquiera ser contado entre los últimos que entran en la casa de mi Dios. El amor hace que al Señor común de todos lo tenga por su Señor particular. ¡Tal es la virtud de la caridad! En la casa de mi Dios. Quien ama no únicamente desea ver al que ama, ni sólo ama su casa, sino que ama aun el vestíbulo solo. Y no únicamente la entrada de la casa, sino siquiera la encrucijada de las calles en donde está la casa. Y si logra ver el vestido o el calzado de la persona a quien ama, ya le parece que contempla a la persona misma a quien ama.

Tal disposición de alma tenían los profetas. No podían ver a Dios porque es incorpóreo; pues veían por lo menos su casa, y con ver su casa ya les parecía verlo a El presente. Preferí estar postrado en la casa de mi Dios a morar en las tiendas de los pecadores. Cualquier lugar, cualquier sitio, comparado con la casa de Dios es tienda de pecadores, ya sea que hables del foro o de la curia o de las casas particulares. Porque aun cuando en ellos se hagan oraciones, aun cuando se eleven preces, sin embargo hay ahí discusiones, disputas, injurias; y es indispensable que haya reuniones para tratar de asuntos seculares necesarios para la vida. En este sitio, en cambio, nada hay de eso y está del todo libre. Por tal motivo los otros sitios son tiendas de pecadores; este en cambio es casa de Dios.

Como un puerto resguardado de las olas y los vientos ofrece a las naves que lo escogen para estacionarse grande seguridad, así la casa de Dios a quienes en ella entran, como si fueran arrancados del seno de una tempestad de los negocios seculares, los pone en gran seguridad y tranquilidad, y los hace partícipes de la predicación de las Sagradas Escrituras. Este sitio es ocasión de virtudes y escuela de moderación. Y no solamente durante las reuniones cuando se leen las Sagradas Escrituras y se proporciona la enseñanza espiritual y está presente el venerable Senado de los Prelados, sino en toda ocasión, cuando entras a sus vestíbulos, dejas al punto fuera todos los cuidados del siglo. ¡Entra en su vestíbulo y al punto sentirás el soplo de un suave viento espiritual en tu alma!

Impresiona esta tranquilidad y obliga a meditar y a ser bueno. Levanta los pensamientos y no permite recordar las cosas presentes, sino que arrebata de la tierra al cielo. Y si aun sin la reunión ni la predicación sacas ganancia con sólo presentarte aquí, cuando los profetas exclaman, cuando los apóstoles predican el Evangelio, cuando Cristo se presenta en medio, cuando el Padre Eterno está recibiendo los misterios que aquí se realizan, cuando el Espíritu Santo derrama su alegría y gozo ¿de cuan grandes ventajas salen cargados los que acá vienen, y cuan grave daño sufren los que permanecen ausentes!

¡Quisiera yo saber en dónde se encuentran los que descuidaron el venir a la presente reunión, y qué los detuvo y los apartó de la sagrada mesa y de qué cosas conversan entre sí! O mejor dicho ¡lo sé muy bien! O platican de cosas absurdas y ridículas o están presos entre los cuidados del siglo! ¡Ocupaciones ambas que no merecen perdón, sino que son culpables y están expuestas a los extremos castigos. De la primera de éstas no se necesitan pruebas. Pero en lo tocante a quienes echan por delante las ocupaciones domésticas y se quejan de hallarse oprimidos por urgentes necesidades, tampoco pueden alcanzar perdón; puesto que se les llama a este sitio apenas una vez en la semana, y ni aun entonces se dignan anteponer las cosas espirituales a las terrenas, como ya se ve por el Evangelio.

Los que fueron invitados a las nupcias espirituales, pusieron como pretexto, el uno haber comprado una yunta de bueyes, el otro haber adquirido una finca, el tercero haber contraído matrimonio. Y, sin embargo, fueron todos castigados. Cierto que tales causas obligan; pero cuando es Dios quien invita no hay excusa que valga. Todas las cosas.; aun las necesarias, las debemos posponer a Dios. Una vez que se haya cumplido con el honor que a Él se le debe, ya puede ponerse empeño en el resto de las cosas. Porque, pregunto: ¿qué criado hay que atienda a su casa antes de haber cumplido con lo que se debe en servicio de su amo? ¿No será, en consecuencia, cosa absurda mostrar al amo tan gran reverencia y obediencia acá entre los hombres, en donde la palabra dominio es sólo palabra, y en cambio al verdadero Señor no sólo nuestro sino también de las Potestades celestes, no honrarlo ni siquiera con la reverencia y obediencia que prestamos a quienes son nuestros consiervos?

Y ¡ojalá pudierais entrar en la conciencia de los consiervos! ¡Entonces comprenderíais perfectamente cómo andan cubiertos de heridas y cuántas espinas tienen! Porque a la manera que un campo sin cultivo de parte de los agricultores queda desierto y se convierte en selva, igualmente el alma que no se nutre con la doctrina del espíritu, produce espinas y abrojos. Si nosotros, los que diariamente disfrutamos de la lectura de los profetas y los apóstoles, apenas si refrenamos las pasiones y cohibimos la ira y dominamos los alborotos de las codicias y con dificultad rechazamos la peste de la envidia, a pesar de que estamos continuamente repitiendo en medio de nuestras perturbaciones los versículos de la Escritura, y con trabajo y apenas domesticamos semejantes bestias feroces e impudentes ¿qué esperanza de salud queda, pregunto, para quienes jamás han usado de la dicha medicina ni han escuchado tratar de las virtudes?

¡Yo quisiera poder poner delante de vosotros sus almas! ¡las veríais entonces manchadas, escuálidas, confusas y viles, cubiertas de vergüenza! Del mismo modo que quienes no acostumbran el baño andan cubiertos de mugre y suciedad, el alma que no se ha cultivado con la enseñanza espiritual se encuentra cubierta con las horruras del pecado abundantemente. Las prácticas que aquí en la Iglesia se usan son a la manera de un baño espiritual que mediante el calor del Espíritu Santo limpia de toda suciedad. Más aún: el fuego del Espíritu Santo no únicamente quita las inmundicias sino que renueva el color. Porque dice en la Escritura: ¡Aun cuando vuestros pecados fuesen como la grana, quedarían blancos como la nieve! Y esto aunque por otra parte sea verdad que los pecados se pegan al alma no menos tenazmente que si ella hubiera contraído algún color mediante una tintura indeleble. Hasta tal punto tengo poder, como si dijera, para poner en el alma la cualidad contraria; porque me basta con sólo mi querer para que todos los pecados se borren.

No lo digo para que vosotros lo oigáis, pues, por gracia y benignidad de Dios no necesitáis de semejante medicina; sino para que por vuestro medio lo sepan los que no han concurrido. Si yo pudiera saber en qué sitio se han congregado, no os daría a vosotros semejante molestia. Pero como no me es posible -es decir, el conocer a tan numeroso pueblo, no siendo yo sino sólo uno- os encomiendo el empeño y cuidado de vuestros hermanos: ¡andad solícitos de ellos! ¡hacéoslos amigos! ¡invitadlos! ¡Yo sé bien que ya muchísimas veces lo habéis hecho! Pero lo de haberlo hecho muchísimas veces de nada sirve si no perseveráis en hacerlo hasta que de hecho los atraigáis y los persuadáis.

También sé que con frecuencia se os ha tenido como importunos y se os ha visto como molestos, y en fin que no los habéis persuadido. Tal vez por semejante motivo os habéis vuelto algo remisos. Pero que os consuele Pablo que dice: La caridad todo lo espera, todo lo cree: la caridad nunca se desanima. ¡Haz lo que está de tu parte, que aun cuando el otro no admita el remedio tienes tu premio delante de Dios! Si tú arrojas la simiente a la tierra y la tierra no produce espigas, necesariamente te quedas sin nada; pero en lo tocante al alma, no sucede lo mismo. Siembra tú la doctrina; y aun cuando el alma no dé su asentimiento a lo que le dices, tienes asegurada tu recompensa completa, y no menor que si te hubiera hecho caso. Porque Dios no se fija simplemente en el éxito, sino en la intención de quienes trabajan, para decretar sus premios.

¡Os exhorto, por tanto, a que procedáis como los que andan locos por el teatro o las carreras de caballos! ¿Cómo proceden? ¡Desde la víspera se reúnen y se ponen de acuerdo! Y apenas apunta la aurora van a las casas de los demás y señalan los sitios de reunión. Todo para poder, juntos en mayor cantidad, acudir con mayor placer al espectáculo satánico. Pues a la manera como ellos empeñosamente se ocupan en esas cosas que dañan la salud de sus almas y mutuamente se empujan a ellas, cuidad vosotros de vuestra alma y mutuamente guardaos los unos a los otros. Cuando se acerca el tiempo de la reunión, ve a la casa de tu hermano y espéralo por fuera del vestíbulo y detenlo cuando sale. Aunque lo apuren infinitas solicitudes, no le permitas, no le dejes acometer negocio alguno secular, antes de que lo traigas a la Iglesia y lo persuadas de que asista a la reunión. Aunque discuta, aunque te contradiga, aunque te ponga delante mil dificultades y excusas, no se las creas, no se las aceptes. Dile y demuéstrale que después más fácilmente, en cuanto se haya terminado la reunión y haya participado de las oraciones y haya recibido la bendición de sus Padres espirituales, entonces podrá apresurarse a sus negocios. Y atado ya con éstas y otras razones, tráelo a la mesa sagrada, para que logres una doble recompensa: una por tu venida y otra por la de él. En absoluto, si ponemos semejante empeño en dar caza y atraer a los más desidiosos, conseguiremos nuestra salvación.

No importa que tus hermanos sean demasiadamente impudentes y sanguinarios: acabarán por respetar tus asiduos envites y al fin desistirán de su pereza. Puesto que no serán más duros que el juez que nada tenía que ver con Dios ni con los hombres, aun cuando fueren cruelísimos. Aquel juez feroz, duro, férreo, diamantino, acabó por doblegarse a la asiduidad de una simple viuda. Entonces ¿de qué perdón seríamos dignos si una mujer viuda a un juez cruel y que no temía a Dios ni a los hombres, pudo doblegarlo y compelerlo a que le hiciera un beneficio, y en cambio nosotros a nuestros hermanos que son mucho más llevaderos que el juez y más moderados, no los podemos atraer cuando los exhortamos a que procuren su propia salvación?

Muchas veces lo he dicho y no cesaré de repetirlo hasta ver sanos a quienes andan enfermos. Los buscaré cada día hasta que por vuestro medio los encuentre. Y con todas mis fuerzas me empeño en que vosotros trabajéis en buscar a los negligentes con tanto empeño cuanto es el dolor con que yo os lo digo. No únicamente a mí sino también a vosotros nos ha mandado Pablo y nos ha dicho: Así pues consolaos mutuamente y edificaos, como ya lo hacéis. Gran recompensa se ha preparado para quienes cuidan de sus hermanos; y al contrario, amenaza grave y castigo contra quien en absoluto no cuide de salvarlos y los abandone.

Por tal motivo mucho confío, y bien lo creo, que vosotros pondréis todo el empeño que he dicho. Termino por tanto en este punto la exhortación y voy a llevaros a la mesa de Pablo. Pablo llamado a ser apóstol Muchas veces lo habéis oído y muchas veces lo hemos leído nosotros. Pero se necesita no únicamente leer sino además entender lo que se dice; pues de otro modo no sacaremos provecho de la lectura. Un tesoro oculto, si por encima calcamos el suelo, no descubre sus riquezas. Primero se ha de excavar y luego descender hasta el tesoro para encontrar la ganancia. Lo mismo sucede con la Sagrada Escritura: no basta con la simple lectura para descubrir los tesoros ocultos que contiene, si no la examinamos a fondo.

Si con la sola lectura fuera suficiente, no habría dicho Felipe al eunuco: ¿Te parece que entiendes lo que lees? Si bastara con la sola lectura habría dicho Jesús a los judíos: ¡Examinad las Escrituras! Quien escruta no se queda en la superficie, sino que baja a las profundidades. Por mi parte, en el proemio mismo encuentro un piélago inmenso de sentidos. En las cartas seculares, los saludos se hacen en cualquier forma y atendiendo únicamente a demostrar honor y servicio. No es así acá; sino que el exordio mismo rebosa sabiduría inmensa. Al fin y al cabo, no es Pablo el que habla, sino Cristo quien mueve su alma. Pablo llamado a … Este solo nombre de Pablo es uno y sencillo; pero encierra tan ingente tesoro de sentidos como habéis visto ya por la experiencia.

Si lo recordáis, tres días íntegros me detuve explicándoos este nombre, al ir exponiendo los motivos de que antes se llamara Saulo y después fuera llamado Pablo; y la causa por la que no tomó este nombre inmediatamente después de su conversión, sino que retuvo el primero durante largo tiempo, digo el que sus padres le habían impuesto. Demostramos por este hecho la sabiduría y providencia grande de Dios, tanto para con nosotros como para con aquellos hombres santos. Si los hombres no ponen a sus hijos los nombres a la ventura, sino que los toman del padre o del abuelo o de los demás antepasados, mucho más razonable es que Dios pusiera a sus siervos el nombre por algún motivo y que lo hiciera con la mayor sabiduría. Los hombres con frecuencia ponen a sus hijos el nombre con el objeto de honrar a los difuntos, o para consuelo propio, y buscan apelativos que procuren algún consuelo al dolor que soportaron con la muerte de sus deudos. Dios, en cambio, ha inscrito, como en una columna de bronce, mediante los nombres de los santos, el recuerdo de su doctrina y virtudes.

A Pedro le llamó así por su virtud y puso en el nombre mismo un argumento y señal de la firmeza de su fe, a fin de que usara de éste como de un perpetuo maestro en firmeza semejante. Igualmente a Juan y a Santiago los denominó denotando la solemnidad y fuerza de su predicación del Evangelio. Mas, con el objeto de que nuestro discurso no vaya a causar enfado por estar recordando las mismas cosas, las omitiré; y diré únicamente que los nombres de los santos con sólo que se pronuncien son por sí mismos dignos de veneración y deben los pecadores reverenciarlos. Como Pablo hubiera acogido a Onésimo, que había sido fugitivo y ladrón, pues había sustraído algo del dinero de su amo, y lo hubiera convertido e iniciado en los sagrados misterios, cuando luego hubo de volverlo a su señor, escribió a éste: Por lo cual, aun cuando tendría yo plena libertad en Cristo para ordenarte lo que es justo, más bien prefiero apelar a tu caridad, siendo yo el que soy, Pablo, anciano y además ahora prisionero de Cristo.

¿Adviertes cómo adujo tres razones: prisionero de Cristo, la amistad con él ya anciano y la reverencia a su nombre? Uno solo era el que rogaba, pero se esforzaba en hacer triple la súplica en favor de Onésimo: prisionero, anciano, Pablo. ¿Notas cómo las palabras mismas de por sí son venerables y objeto de piedad para los fieles? Si con frecuencia con tomar alguno en sus labios el nombre del hijito ha doblegado a los padres de éste para que concedan algún beneficio, por cariño al nombre que oyen, convenía sin duda mucho más que tal cosa se verificara tratándose de los santos. Y por el contrario, que los nombres de los santos sean temibles para tos pecadores, al modo como lo son los nombres de los maestros para los niños perezosos, oye cómo lo deja entender Pablo cuando escribe a los gálatas y les dice: Yo, Pablo, os lo digo: que si os circuncidáis, Cristo de nada os aprovechará. Si ya dijiste yo, para qué añades tu nombre? ¿No era suficiente con aquel yo para designar al que escribía? Pues es para que entiendas que basta a los oyentes con el aditamento de aquel nombre para conmoverlos: ¡por tal motivo añadió su nombre! ¡para reavivarles la memoria de su maestro!

Lo mismo nos acontece a nosotros. Cuando se nos traen a la memoria los santos, aun cuando nos encontremos acometidos por la desidia y perezosos, nos alentamos. O bien, aun cuando los despreciemos, sentimos terror. Yo, cuando oigo decir Pablo, el apóstol, lo veo con los ojos del alma en medio de las tribulaciones y angustias y golpes y cárceles, y que estuvo un día y una noche en lo profundo del mar, y que fue arrebatado al tercer cielo y oyó en el paraíso palabras arcanas y fue vaso de elección, y paraninfo de Cristo, y deseó ser anatema de Cristo por sus hermanos. De modo que, a la maniera de una cadena de oro, se introduce la multitud de sus esclarecidas proezas en el alma de quienes atienden, juntamente con el recuerdo de su nombre. Ni es pequeña la ganancia que de tal cosa se obtiene.

Mucho más podríamos decir acerca de su nombre; pero para poder tratar también de la segunda palabra, terminaremos aquí la explicación del nombre y pasaremos a ésta. El nombre Pablo nos trajo magníficas ganancias; pero la palabra siguiente llamado, si con el conveniente empeño la consideramos, nos proporcionará no menor materia de contemplación. Como si alguno extrae del adorno regio o de la regia diadema una piedra preciosa, una vez que la venda podrá comprarse magníficas moradas y campos de gran precio mediante el valor de la piedra preciosa, y hasta cosas más estimadas, tal sucede con las Sagradas Escrituras. Si quieres desentrañar el sentido de una palabra, ella sola te dará materia abundante de ganancia espiritual; ganancia con que podrás adquirir no casa ni esclavos, ni yugadas de terreno, sino oportunidades de gran piedad y moderación que dará a las almas vigilantes y empeñosas.

Considera, en fin, a qué gran tesoro de cosas espirituales no lleva esta sola palabra llamado. Y antes que nada es necesario saber qué significa llamado; y en segundo lugar, hay que examinar el motivo de que Pablo la usara únicamente escribiendo a los corintios y a los romanos y no escribiendo a los demás. Porque no lo hace a la ventura y en vano. Nosotros no ponemos el encabezado de nuestras cartas al acaso, sino que, si escribimos a un inferior ponemos: De fulano, para fulano. Si escribimos a iguales, incluso llamamos señores al comienzo a quienes han de recibir la carta; y si escribimos a superiores en dignidad, añadimos otros títulos que signifiquen un más alto honor y obsequio. Pues si nosotros ponemos tan gran cuidado y no escribimos a todos del mismo modo, sino que ponemos al frente los títulos que convienen según cada variedad de personas que han de recibir las cartas, con mayor razón Pablo no a la aventura ni sin razón escribe a éstos de un modo y de otro a aquéllos, usando de cierta espiritual prudencia y sabiduría.

Y recorriendo sus cartas, podemos observar que al escribir a todos los demás para nada se llama a sí mismo en el exordio de la carta el llamado. Veamos, pues, el motivo por el que lo hace, tras de haber declarado qué significa la palabra misma, y qué nos quiso enseñar Pablo con esa palabra. ¿Qué es lo que quiere enseñarnos al designarse con el nombre de llamado? Deja entender no haber sido él quien primero se convirtió a Dios, sino que él obedeció una vez que fue llamado. No buscó él y encontró, sino que anduvo descarriado y fue encontrado. No miró él el primero hacia la luz, sino que fue la luz la que primero hirió sus párpados con sus rayos; y privado de la vista exterior, se le abrieron los ojos interiores del alma. De manera que en resumen: queriendo enseñarnos que no se atribuía a sí mismo ninguna de sus preclaras empresas, sino a Dios que lo llamó, se denomina el llamado.

Como si dijera: quien me abrió las puertas del estadio y de la palestra, es a su vez el autor de mis coronas. El que me dio el principio y plantó la raíz, es quien me dio ocasión de los frutos que luego germinaron. Por tal motivo, en otra parte, como hubiera dicho: He trabajado más que todos, añadió: Pero no yo sino la gracia conmigo. De manera que la palabra llamado no significa otra cosa, sino que Pablo no se atribuía a sí cosa alguna de sus altas empresas, sino que todo lo atribuía a Dios. Era lo que Cristo enseñó a sus discípulos cuando les dijo: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros. Lo mismo insinúa Pablo en esta carta al decir: ¡Entonces conoceré como he sido conocido! Como si dijera: porque ahora no conocí yo primero, sino que primero fui conocido.

En efecto: cuando perseguía y destrozaba a la Iglesia de Dios, Cristo lo llamó diciéndole: ¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues? Por tal motivo se denomina a sí mismo el llamado. Ahora bien: ¿por qué razón escribía así a los corintios? Corinto es la metrópoli de Acaya y abundaba en dones espirituales. Y con razón. Porque fue la primera que gozó de la predicación de Pablo. Y a la manera de una vid que cultiva un excelente y diestro viñador, se cubre de hojas y continuamente se encuentra cargada de racimos, aquella ciudad, habiendo sido la primera en recibir la doctrina de Pablo, excelente agrícola, y como se hubiera deleitado por largo tiempo con la sabiduría del apóstol, florecía en toda clase de bienes espirituales; y no sólo abundaba en dones del cielo, sino que, por otra parte, tenía abundancia de comodidades temporales.

Sobresalía entre las demás ciudades en conocimientos de erudición profana y en riquezas y poder. Pero eran tales las cosas, que con ellas se hinchaba y ensoberbecía; y a causa de la soberbia andaba dividida en partidos. ¡Tal es la naturaleza de la soberbia! ¡destroza los vínculos de la caridad, hace pedazos a los vecinos, y quien se encuentra de ella poseído, vive separado de los demás! Si una pared se hincha con la humedad, destruye la casa; del mismo modo, el alma que se hincha con soberbia no puede unirse con otra persona. Y era lo que entonces sucedía en Corinto: había disensiones y andaba en partidos la Iglesia. Se habían puesto al frente de ellos mismos cantidad de doctores repartidos en fratrías y simonías y hacían naufragar la dignidad de la Iglesia. Porque la dignidad de la Iglesia consiste en que quienes se han congregado en ella, conserven entre sí paz y concordia.

Parece necesario que os explique todo esto: que fueron los corintios los primeros en ser cultivados por la enseñanza de Pablo; que abundaban en dones espirituales; que superaban a todas las ciudades en riquezas temporales; que por tal motivo se habían ensoberbecido y andaban en disensiones, y que unos preferían a unos doctores y otros a otros. Pues para que veas cómo fueron los primeros que Pablo cultivó con su doctrina, escucha lo que dice el mismo Pablo: Porque aun cuando tengáis muchos pedagogos en Cristo, pero no muchos padres; que quien os engendró en Cristo por el Evangelio fui yo l Ahora bien; quien engendra es quien primero saca a luz al engendrado. Luego dice: Yo planté, Apolo regóos indicando haber sido él quien primero esparció la doctrina.

Y que abundaran en dones espirituales, consta por lo que dice: Doy continuamente gracias a Dios por la gracia que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, porque en El habéis sido enriquecidos en todo, de manera que no escaseáis en don alguno. Que abundaran en erudición profana bien lo declaró Pablo en aquellos grandes discursos en que se lanza contra semejante ciencia secular. Y, cosa que en ninguna otra de sus cartas fácilmente se encuentra, en ésta largamente los acusa, y con razón. Porque habiendo tomado principio de esto la hinchazón y soberbia, Pablo llevó allá el bisturí y el corte, diciendo: ¡Que no me envió Cristo a bautizar sino a evangelizar, y no con artificiosas palabras, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo? Advierte con qué acritud reprende la ciencia profana, que no parece ayudar en nada para la piedad, sino que conviértese en obstáculo e impedimento.

A la belleza corporal y a la hermosura del rostro, si se les sobrepone algún adorno, parece que se les disminuye la gloria de su hermosura; porque los coloretes y menjurjes y demás artificios sobrepuestos comparten con la belleza las alabanzas; mientras que si nada se le añade más claramente aparece su hermosura, porque entra en combate solamente la forma misma, y así goza de las alabanzas y encomios ella sola. Del mismo modo sucede en las cosas de la religión y en lo referente a la esposa espiritual del Señor: que si se le añade cualquier adorno, ya sea de riquezas, ya de poder, ya de fuerza de la erudición, se echa a perder su gloria y no se deja que brille su encomio entero, sino que su alabanza parece como que se divide en diversas porciones. Pero si la dejas que sola y tal cual es entre en el certamen, quitados todos los afeites humanos, entonces resplandecerá íntegra su belleza; entonces fulgurará su virtud invicta, puesto que habrá podido vencer y dominar sin el auxilio de las riquezas ni de la sabiduría ni del poder ni de la nobleza ni de otro elemento humano. Porque con hombres humildes, de bajo linaje, pobres e ignorantes, se habrá hecho superior a los oradores impíos, a los filósofos, a los tiranos y a todo el orbe de la tierra.

Por semejante motivo Pablo decía: Llegué a anunciaros el testimonio de Dios no con sublimidad de elocuencia de sabiduría. - Y luego: Eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios. No dijo sencillamente la necedad, sino la necedad del mundo. Tampoco dijo que la necedad del mundo sea también necedad delante de Dios; porque muchos de los que acá parecen necios, delante de Dios son los más sabios. Y del mismo modo, muchos de los que acá están oprimidos por la pobreza, delante de Dios son los más ricos. Lázaro, aun cuando era el hombre más pobre del mundo, en el cielo es el más rico de todos. Llama, pues, Pablo, necedad del mundo a los que no poseen la facundia ni están instruidos en la erudición profana; y por consiguiente no tienen elocuencia. De éstos dice: Eligió Dios a éstos para confundir a los sabios.

Pero yo pregunto: ¿en qué forma los confunde mediante aquéllos? ¡Mediante la experiencia misma de las cosas! Con frecuencia sucederá que si preguntas a una viuda que yace sentada a la puerta pidiendo limosna y aun carece de alguno de sus miembros, acerca de la inmortalidad del alma, de la resurrección de los cuerpos, de la providencia de Dios, del premio por los merecimientos, de la suerte futura, del tremendo juicio, de los bienes que están preparados para los que obran el bien, de las penas que hay para los pecadores amenazados por Dios, y en fin de todos los puntos de la doctrina cristiana, te vaya respondiendo con gran exactitud, confianza y seguridad. Y en cambio, un filósofo que anda excesivamente glorioso por su cabellera y su bastón, tras de largos y complicados discursos, tras de importuna charlatanería, no podrá ni abrir su boca para responderte lo que preguntas ni habrá podido decirte palabra alguna acerca de semejantes cuestiones. Entenderás entonces perfectamente de qué modo eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios.

Porque, en fin de cuentas, lo que éstos, a causa de su orgullo y su crecida soberbia no han podido encontrar, por haberse separado de la enseñanza del Espíritu Santo, y por haberse entregado en absoluto a sus propios pensamientos, lo han aprendido con toda exactitud los mendigos y los humildes y los ignorantes de toda profana erudición, por haber estado atentos y pendientes de la enseñanza de allá arriba. Ni se contentó Pablo con haber acusado así la erudición humana de los profanos, sino que añadió muchas otras cosas, y dijo: Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, y nuevamente, exhortando a sus oyentes, les dice con ardor y desprecio: Si alguno entre vosotros cree ser sabio según este siglo, hágase necio para llegar a ser sabio. Y más aún: Porque está escrito: Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudentes. Y además: El Señor conoce cuan vanos son los planes de los sabios.

Queda, pues, demostrado que los corintios estaban dotados de profana erudición. Y que al mismo tiempo tuvieran la hinchazón de la soberbia, consta claramente por la misma carta. Porque habiendo Pablo reprendido gravemente al que había fornicado, en seguida añadió: ¡Y vosotros estáis hinchados! Y que por su excesiva arrogancia anduvieran en disensiones y pleitos, lo declaró el apóstol cuando dijo: Si pues hay entre vosotros envidias y discordias ¿no prueba esto que sois carnales y vivís a lo humano? Pero ¿en qué consistían aquellas disensiones? Andaban divididos entre los varios jefes, y por eso dice: Refiero lo que cada uno dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas.

Decíanlo no porque se hubieran distribuido entre Pablo, Cefas y Apolo; sino porque el apóstol quiso encubrir bajo estos nombres a los que eran causantes de la división; no fuera a suceder que si los descubría se tornaran más audaces y más desvergonzados. Y es manifiesto que no se habían distribuido entre Pablo, Pedro y Apolo, sino entre otros jefes, por lo que luego dijo. Porque como Pablo los hubiera castigado por semejantes discordias, dijo en seguida: Esto, hermanos, dicho por vía de ejemplo de mí y de Apolo, os lo aplico a vosotros, a fin de que en nosotros aprendáis lo de no ir más adelante de lo que está escrito, y para que nadie por amor de alguno se hinche en perjuicio de oírlo.

Muchos de los ignorantes, como no pudieran exaltarse por sus méritos propios, ni acometer ni morder a sus prójimos, tomaron para sí a ciertos jefes y usaban de los méritos de éstos y de su fama de virtud, para enorgullecerse y levantarse; y de la sabiduría de los que los habían enseñado, tomaban ocasión para hincharse contra los demás: ¡cosa propia de un cariño necio y loco a la vanagloria! Y así los que no podían gloriarse de sus propios méritos, abusaban de los méritos sobresalientes de otros para insolentarse y despreciar a los hermanos.

Y como se hubieran llenado de soberbia y anduvieran en disensiones, y divididos en parcialidades, y gloriándose a causa de la doctrina, como si la hubieran adquirido por su industria propia, y no hubieran recibido de allá arriba los dogmas, del cielo y por la gracia divina, quiso el apóstol reprimir su hinchazón. Y por tal motivo, ya desde el comienzo de su carta se denomina a sí mismo el llamado. Como si dijera: si yo, siendo el maestro, nada encontré por mi propia industria, ni fui el primero en acercarme a Dios, sino que tras de haber sido llamado obedecí ¿cómo vosotros, que sois mis discípulos y recibisteis de mí los dogmas podéis ensoberbeceros, como si vosotros los hubieseis inventado? Porque ¿quién es el que a ti te hace preferible? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste ¿de qué te glorías, como si no lo hubieras recibido? De manera que la palabra llamado no significa otra cosa, sino una enseñanza y lección de humildad; una represión al orgullo; un abajamiento de toda arrogancia. Porque no hay cosa que así nos mantenga dentro de lo recto y nos reprima como la humildad, y el proceder con moderación y ser manso, y no ilusionarse con grandes cosas respecto de sí mismo. Entendiéndolo así Cristo, y comenzando a enseñar aquella espiritual doctrina, dio principio por la exhortación a la humildad; y abrió su boca y legisló de esta manera: ¡Bienaventurados los pobres de espíritu! Porque así como el que ha de edificar mansiones monumentales y espléndidas, echa primero el conveniente cimiento, y lo echa tal que pueda soportar la mole que encima se le habrá de imponer, del mismo modo Cristo, tratando de levantar en los ánimos de sus oyentes aquel inmenso edificio de la vida virtuosa, puso, como fundamento y quilla y base firme e inconmovible, la exhortación a la humildad; porque sabía muy bien que una vez que semejante virtud hubiera echado raíces en la mente de su auditorio, podrían luego perfectamente y con toda seguridad edificar encima todas las demás virtudes.

Y del mismo modo si falta la humildad, aun cuando alguno en sus obras presente las demás virtudes, se habrá tomado un trabajo en vano y sin resultado; y será muy semejante al hombre que construyó su casa sobre arena. Soportó, por cierto, los trabajos, pero no logró provecho, por no haber puesto un cimiento firme. Igualmente quien hace alguna buena obra pero sin humildad, todo lo pierde y todo lo destruye. Y no me refiero a la humildad en las palabras y en la lengua, sino a la que se asienta en el alma, en la mente, en la conciencia, y que sólo Dios puede ver. ¡Basta con sola esta virtud aunque sola ella aparezca en las obras para hacer propicio a Dios! Así lo demuestra el caso del publicano que no tenía nada bueno ni cosa alguna por la que pudiera aparecer como varón esclarecido por sus obras: sólo por haber dicho aquel: ¡Oh Dios! ¡sé propicio a mí, pecador!, bajó justificado, al revés del fariseo. ¡Y eso que semejantes palabras no eran propiamente de humildad, sino solamente de moderación y equidad!

Porque es humildad, cuando alguno, que tiene conciencia de haber hecho excelentísimas hazañas, sin embargo, nada excelente piensa de sí. En cambio es moderación y equidad cuando alguno simplemente es pecador y lo confiesa. Si pues el publicano, que conocía bien no haber hecho cosa alguna buena, por sólo haber confesado la realidad de lo que era, alcanzó de Dios benevolencia ¿cuan grande no será la confianza y favor que alcancen quienes, pudiendo traer a la memoria infinitas empresas preclaras propias, olvidados de éstas se colocan en el número de los últimos? ¡Esto fue lo que hizo Pablo! Siendo el primero entre todos los justos, se llamaba el primero entre todos los pecadores; y no solamente se llamaba, sino que así lo creía, por haber aprendido del Maestro que, tras de haber hecho cuanto es nuestro deber, habernos de decir que somos siervos inútiles.

Esto es humildad. Imitad, pues, a este varón cuantos sois preclaros por las buenas obras; y al publicano imitadlo vosotros los que os llenáis de pecados. Y todos confesemos que somos pecadores. Golpeemos nuestros pechos y persuadámonos en nuestro pensamiento que no debemos estimar como grande nada de nosotros mismos. Si de esto nos persuadimos, nos bastará en lugar de sacrificio y de hostia, según lo que dijo David: El sacrificio grato a Dios es un corazón contrito y humillado. Y no dijo únicamente humillado, sino contrito además. Lo contrito está quebrantado y no podrá, aunque mucho lo intente, levantarse.

En consecuencia, nosotros también no sólo humillemos nuestras almas, sino quebrantémoslas y llenémoslas de compunción. Y el alma se quebranta cuando perpetuamente lleva consigo el recuerdo de sus pecados. Si así la humillamos, no podrá ensoberbecerse aun cuando quiera, porque, reprimida por la conciencia como con un freno, quedará compelida a guardar toda moderación. De tal manera, podremos hallar gracia ante Dios: Cuanto más grande seas, dice la Escritura, humíllate más y hallarás gracia ante el Señor. Quien encuentre gracia ante el Señor no sentirá molestia; sino que, mediante el auxilio de la gracia divina, podrá durante su vida sobrellevar fácilmente todas las adversidades, y evadir las penas preparadas para los pecadores en la otra vida; porque irá siempre por delante la gracia de Dios, que hace fáciles todas las dificultades. Gracia que ojalá todos logremos obtener en Cristo Jesús, Señor nuestro, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.