CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

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XII: Homilía acerca de las palabras del apóstol: Teniendo un mismo espíritu de fe,

como está escrito (2Co 4,13); y acerca de las palabras Creí por lo cual he hablado (Ps 115,10); y acerca de la limosna.

(Parece que las tres Homilías que siguen fueron predicadas en Antioquia, como se deduciría de las alusiones a los monjes que habitan las montañas, cosa que no se veía en Constantinopla).

Los MÁS EMINENTES médicos, cuando ven que una llaga necesita del hierro, proceden a cortarla; pero no lo hacen despiadadamente y sin compasión, sino que se conduelen y al mismo tiempo se alegran, no menos que quienes sufren la operación: se conduelen por el dolor que al cortar producen, pero se alegran por la salud que al enfermo proporcionan. Pues lo mismo hizo Pablo, el excelente médico de las almas. Como los de Corinto necesitaran una reprensión un tanto áspera, se alegró y juntamente se entristeció. Se entristeció por el dolor que les causaba, pero se alegró por el bien que les producía. Y significando ambas cosas, decía: Por lo cual, aunque os contristé con mi carta, no me pesa; y aunque estaba pesaroso. ¿Por qué estaba pesaroso? ¿Por qué ya no lo está? Estaba pesaroso por haberos reprendido un tanto acremente. Ya no lo estoy porque corregí el pecado. Y para que veas ser esta la causa, oye lo que sigue: Porque veo que con aquella carta, aunque por algún tiempo os contristé, pero ahora me gozo, no porque os entristecisteis, sino porque os entristecisteis para penitencia. Como si dijera: si os entristecí, la molestia fue brevísima; la utilidad, en cambio, ha sido permanente.

Permitidme que ahora use yo de las mismas palabras ante vuestra caridad. Si con mi primera amonestación os entristecí, no me pesa, aunque es verdad que me había pesado; porque veo que aquella admonición y consejo, aunque os entristeció momentáneamente, sin embargo, me ha acarreado un gozo mayor: no porque os hayáis entristecido, sino porque os entristecisteis para penitencia. El hecho mismo de haberos entristecido según Dios ¡cuánta prontitud de ánimo ha excitado en vosotros! ¡Ahora nuestra reunión está mucho más concurrida, más alegre está nuestro conjunto, más abundante es el coro de nuestros hermanos! ¡Esta alegría y presteza, fruto son de aquella tristeza! Por consiguiente, tanto cuanto entonces me dolí, ahora me alegro al contemplar nuestra viña espiritual colmada de frutos.

Si en los convites profanos procura al comensal cierto honor y alegría la abundancia de compañeros, cuánto más conviene que suceda lo mismo en estos espirituales banquetes.

Y eso que en aquellos convites la multitud de convidados hace que haya un mayor consumo de manjares y que el gasto sea mayor; mientras que acá, por el contrario, en vez de que la multitud de comensales agote las mesas, más bien produce abundancia. Pues si allá los gastos a pesar de todo producen alegría ¿cuánto mayor la producirán acá las entradas? Porque tal es la naturaleza de las cosas espirituales: cuanto mayor es el número a que se distribuyen, tanto más se acrecientan.

Y pues contemplo la mesa llena de comensales, espero que también la gracia del Espíritu Santo inspirará nuestro pensamiento. Porque la gracia, cuanto más numerosos ve que son los comensales, más copiosos manjares suele poner delante.

Y no porque el número escaso le cause fastidio, sino porque anhela la salvación de muchos. Tal fue la razón de que a Pablo, cuando iba recorriendo las otras ciudades, Cristo le ordenara detenerse en Corinto, en una visión en que le dijo: ¡No temas! ¡habla y no calles! ¡porque tengo en esta ciudad un pueblo numeroso!? Si el Pastor anduvo errante por montes y bosques y sitios impenetrables en busca de una ovejita ¿cómo podrá suceder que no ponga mayor cuidado cuando hay que sacar de la desidia y del error a muchas ovejas? Pero que tampoco desprecie a las menos numerosas, oye cómo El mismo lo dice: No es voluntad de mi Padre que perezca ni uno solo de estos pequeñuelos?" Como si dijera: ni el escaso número ni la bajeza vuestra lo lleva a despreciar vuestra salvación.

Siendo así que tan gran cuidado tiene de los pequeños y pocos, como de los muchos, pues todos están dependiendo de su favor y gracia ¡ea! vengamos con el discurso a las palabras de Pablo que hoy se nos han leído: Sabemos, dice, que si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace … Pero vayamos al comienzo mismo de la sentencia desde sus principios. Los que andan en busca de las fuentes, cuando encuentran un sitio húmedo y con agua, no examinan únicamente ahí el suelo, sino que siguiendo aquella humedad y pequeña corriente inquieren más adentro el manantial, hasta que llegan al brote mismo y comienzo de los raudales. ¡Hagámoslo así nosotros!

Pues hemos encontrado la fuente espiritual que brota de la sabiduría de Pablo, siguiendo tras estas palabras, como quien sigue la vena de una corriente, lleguemos hasta el brote primero y nacimiento de la misma sentencia. ¿Cuál es el venero?: Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé; también nosotros creemos y por esto hablamos. ¿Qué dices? ¿Si no creyeras no hablaras y permanecerías callado? ¡Sí! dice. Porque sin la fe no puedo ni abrir la boca; y, a pesar de estar dotado de razón, quedo mudo si la fe no me enseña a hablar.

Como la planta, si se la destituye de su raíz, no produce fruto, así sin el fundamento de la fe no brota el discurso de la enseñanza. Por lo cual en otra parte dice: Porque con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salud. ¿Qué hay que pueda compararse ni preferirse a este árbol, del que no solamente los ramos sino también la raíz producen frutos; ésta de justicia y aquéllos de salvación? Pues tal es el motivo de que Pablo dijera: Creemos y por esto hablamos. Así como los miembros ya temblorosos y débiles a causa de la ancianidad, apoyados en un báculo seguro, no se deslizan ni caen al suelo, así la fe, al modo de un seguro báculo -el más seguro de todos- sustentando nuestra alma traída y llevada de una parte a otra por sus débiles raciocinios, y restaurándola con sus fuerzas, la fortalece en gran manera y no la deja caer, sino que le corrige con la excelencia de su virtud la fragilidad de su pensamiento y le quita la oscuridad, y la ilumina cuando se encuentra sentada como en una habitación tenebrosa, en medio del tumulto de sus ideas.

De aquí nace que quienes carecen de la fe no se encuentran en mejor condición que los que pasan su vida entre tinieblas. Pues como éstos dan contra las paredes y contra los objetos que por delante topan y caen en las fosas y se despeñan en los precipicios por no tener el uso de los ojos para nada, puesto que nada los ilumina; así cuantos carecen de la fe, andan chocando entre sí unos con otros, y contra las mismas paredes, y finalmente de pronto se despeñan en algún mortal precipicio.

Testigos me son los que se jactan de su ciencia profana, y se contentan de su larga barba y manto raído y bastón. Tras de largas y repetidas disertaciones, no alcanzan a ver ni siquiera las piedras que tienen delante de los ojos; porque si conocieran que son piedras jamás las creyeran dioses. Además se acometen unos a otros y se entrechocan hasta derribarse en el abismo pleno y profundísimo de la impiedad; y todo por haberse entregado en absoluto a sus propios raciocinios.

Pablo lo significó cuando dijo: Se entontecieron en sus razonamientos viniendo a obscurecerse su insensato corazón; y alardeando de sabios, se hicieron necios. Y declarando luego cuan ciegos andaban y cuan necios eran, añade: Trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles. La fe disipa totalmente semejantes tinieblas en el alma que se hace digna de recibirla. Y a la manera que una nave agitada por los vientos que arrecian e inundada por las olas que la asaltan, sólo la mantiene firme el ancla descolgada, de manera que parece como si en mitad del piélago enraizara, así la mente humana, agitada de diversos pensamientos extraños, con la llegada de la fe se afirma más seguramente que con una ancla, y se libra cuando estaba a punto de naufragar; de manera que la fe la conduce, como a un puerto tranquilo, a la firmeza de la conciencia.

Y también esto lo significó Pablo cuando dijo: Por esto Dios constituyó apóstoles para la perfección consumada de los santos, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, y ya no seamos párvulos que fluctúan y se dejan llevar de todo viento de doctrina? ¿Observas la excelentísima hazaña de la fe, que a la manera de una ancla segurísima libra del oleaje y de las fluctuaciones; como escribe el mismo Pablo a los hebreos, cuando les dice: La cual tenemos como segura y firme áncora de nuestra alma y que penetra hasta el interior del velo? Y para que cuando oyes áncora no vayas a pensar que habrás de ser llevado hacia abajo, te declara que se trata de un nuevo género de ancla que no hunde sino eleva la mente a lo alto y la introduce al interior del velo del santuario, llevándola como de la mano. En este sitio, llamó Pablo velo al cielo. ¿Por qué? Porque así como el velo separaba la parte interior y Santo de los Santos del Santuario de la exterior del tabernáculo, así este cielo que vemos es como un velo colocado intermedio entre las creaturas, que separa lo exterior, del tabernáculo; o sea este mundo visible, del Santo de los Santos; es decir, de las cosas de allá arriba a donde fue por delante y penetró por nosotros Cristo.

De modo que lo que dice hay que entenderlo de la siguiente manera. La fe levanta nuestra alma a la altura aquella y no le permite quedar sumergida por las adversidades presentes, sino que la aligera mediante la esperanza de las cosas futuras. Quien espera las cosas futuras, con la esperanza de las cosas del cielo y con los ojos fijos en éstas, ni siquiera siente las molestias de los males presentes, como no las sentía Pablo. Y enseñaba la causa de semejante virtud cuando decía: Pues la momentánea y ligera tribulación nos prepara un incalculable peso de gloria eterna! ¿Cómo? ¡Porque no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles, es decir, los ojos de la fe. Pues así como los ojos del cuerpo nada ven de lo que es intelectual, así los ojos de la fe nada ven de lo que es sensible.

Mas ¿de cuál fe habla aquí Pablo? Porque la palabra fe tiene un doble significado. Se llama fe la virtud por la que los ¦apóstoles hacían milagros; y de ésta decía Cristo: Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a ese monte: ¡trasládate! y se trasladaría. - Y en otra ocasión cuando los discípulos no pudieron librar al lunático del demonio, y preguntaban la causa. Cristo les dijo ser ésta: ¡su falta de fe! Pues les dijo: Por vuestra incredulidad. De esta misma fe hablaba Pablo: Aun cuando tenga una fe tal que traslade las montañas… Y también Pedro, cuando caminaba sobre las aguas por su pie sobre el mar, oyó la misma reprensión: ¡Hombre de poca fe! ¿por qué dudaste?

Se llama pues fe a la virtud por la que se hacen milagros y prodigios. Pero también se llama fe a la virtud que nos lleva al conocimiento de Dios y es por la que nos llamamos fieles, como dice Pablo escribiendo a los romanos: Ante todo doy gracias a mi Dios por Jesucristo, por todos vosotros, de que vuestra fe es conocida en todo el mundo. Y luego a los tesalonicenses: Y así, desde vosotros no sólo se ha difundido la palabra del Señor en Macedonia y Acaya, sino que en todo lugar, vuestra fe en Dios se ha divulgado. ¿De qué fe habla aquí? Sin duda de la fe por el conocimiento, como aparece claro por lo que sigue: Creemos, por lo cual hablamos. ¿Qué es lo que creemos? Que: Quien resucitó a Cristo también nos resucitará a nosotros por su poder.

Mas ¿por qué a esta fe la llama Pablo Espíritu de fe, y la enumera entre los dones? Porque si la fe es un don, y don sólo del Espíritu Santo, no es merecimiento nuestro ni los que no creen serán por tal motivo castigados ni los que creen merecerán por ello alabanza. Porque la naturaleza de los dones es así. Con dones simples no hay coronas, no hay recompensas. El don no es mérito de quien lo recibe, sino liberalidad y gracia de quien lo concede. Tal fue el motivo que tuvo Cristo para decir a los discípulos que no se gozaran por echar los demonios en su nombre ni porque habían profetizado y habían hecho otros prodigios. A muchos que habían profetizado y habían hecho prodigios los excluyó del reino de los cielos: ¡no alcanzaron favor alguno por sus méritos, sino que anhelaban salvarse por solos los dones!

Si pues la fe fuera de tal naturaleza y nosotros no pusiéramos nada en ella de nuestra parte, sino que toda fuera don del Espíritu Santo y se infiltrara espontáneamente en nuestra alma, y si por ella no vamos a recibir recompensa alguna ¿cómo es que dice Pablo?: Con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salvación. Pues lo dice porque la fe es mérito de la virtud del que cree. O si no ¿por qué en otro lugar indicando lo mismo dice Pablo: Mas el que no trabaja sino que cree en el que justifica al impío, su fe le es computada por justiciad si todo es don del Espíritu Santo, Espíritu que aun al patriarca Abrahán lo ciñó con infinitas coronas, porque, habiendo despreciado las cosas presentes, esperó contra toda esperanza?

¿Por qué, pues, Pablo llama a la fe Espíritu de fe? Porque quiere dar a entender que, obedeciendo al que llama y creyendo al principio, hace lo suyo la voluntad buena nuestra. Pero, una vez que se han puesto los fundamentos de la fe, entonces se requiere el auxilio del Espíritu Santo para que la fe permanezca en nosotros firme e inconmovible. Ni Dios ni la gracia del Espíritu Santo se adelantan a nuestro propósito y determinación; de modo que, aun cuando llamen, sin embargo esperan a que espontáneamente y por nuestra cuenta y voluntad nos acerquemos; y finalmente, una vez que nos hemos acercado, entonces nos dan íntegro su auxilio.

El demonio, apenas nos hemos acercado a la fe, al punto se desliza, con el ansia de arrancar tan excelentísima raíz, y se apresura a sobresembrar la cizaña y dañar la simiente limpia y auténtica. Por tal motivo necesitamos del auxilio del Espíritu Santo, para que asentándose en nuestras almas a la manera de un activo labrador, por todos lados defienda con gran cuidado y providencia la nueva planta de la fe. Por esto escribiendo a los tesalonicenses, decía Pablo: ¡No apaguéis el Espíritu!/ para manifestar que en acercándose la gracia del Espíritu Santo, nos tornamos inexpugnables al perverso demonio y a todas sus asechanzas. Si nadie puede decir el nombre del Señor Jesús sino en el Espíritu Santo, con mayor razón no podrá conservar segura y bien arraigada la fe, sino en el Espíritu Santo.

Mas ¿cómo podremos atraernos el auxilio del Espíritu Santo y persuadirlo a que permanezca con nosotros? Mediante las buenas obras y un modo virtuoso y bueno de vivir. Como la luz de la lámpara se mantiene con el óleo y si éste se consume por el mismo hecho la lámpara se extingue, así la gracia del Espíritu Santo, mientras nos ocupamos en buenas obras y regamos el alma por medio de limosnas abundantes, permanece en nosotros, no de otro modo que la llama alimentada por el óleo. Pero si no existen las buenas obras, entonces se aparta de nosotros y se va, como les sucedió a las cinco vírgenes aquellas. Tras de muchos trabajos y sudores, como no tuvieran resguardo alguno de parte de su misericordia, no pudieron conservar la gracia del Espíritu Santo y fueron rechazadas del tálamo nupcial y oyeron aquella temerosa palabra: ¡Apartaos de mí! ¡no os conozco! Palabra más dura que la gehena.

Tal fue el motivo de que se las llamara necias. Y con razón. Pues habiendo vencido las concupiscencias que son más fuertes, quedaron vencidas por otra menos poderosa.

Porque, observa: dominaron la violencia de la naturaleza, enfrenaron la rabiosa locura de la lascivia, apaciguaron las olas de las pasiones, vivieron en la tierra llevando una vida de ángeles, vestidas de carne emularon a las Virtudes de allá arriba, las incorpóreas. Y tras de tan inmensos trabajos, no pudieron dominar la codicia de riquezas, convertidas de verdad en necias e insensatas. Y así no fueron halladas dignas de perdón, ya que su caída fue únicamente causada por su descuido y pereza. Las que entre tan intensas llamaradas pudieron apagar el horno de la concupiscencia y saltaron aún más allá de los límites de la palestra, de manera que habían llevado a cabo hasta más de lo prescrito -porque no hay ley que prescriba la virginidad, sino que ha quedado libre y a voluntad de los oyentes-, tras de tan ingentes hazañas, quedaron vencidas por la codicia del dinero. Y ¿qué puede haber más miserable que arrojar de la cabeza la corona, por un poco de plata?

No digo tales cosas para quitar aliento a las vírgenes, ni porque yo quiera acabar con semejante virtud, sino para que no vayan a correr en vano. ¡No les suceda que después de tan inmensos trabajos, privadas de la corona y llenas de vergüenza, hayan de salir de la palestra! ¡Buena cosa es la virginidad y hazaña que supera las fuerzas naturales! Pero esto, que es cosa buena y grande y que supera las fuerzas naturales, si no lleva unida la misericordia, no podrá entrar ni siquiera al vestíbulo del tálamo nupcial. Y aquí es bueno que consideres la fuerza de la misericordia y de la limosna.

La virginidad sin la limosna, no pudo conducir ni siquiera al vestíbulo del tálamo, mientras que la limosna sin la virginidad lleva como de la mano a quienes la ejercitan, con grande encomio al reino de los cielos, preparado antes de la constitución del orbe. Las vírgenes aquellas, por no haber ejercitado la limosna en grado notable, oyeron la palabra: ¡Apartaos! ¡no os conozco! En cambio, los que dieron de beber al sediento y alimentaron a Cristo hambriento, aunque no podían presentar la virtud de la virginidad, oyeron: ¡Venid, benditos de mi Padre! ¡poseed el reino que os está preparado desde la constitución del mundo! Y con razón. Porque quien guarda virginidad y ayuna es útil para sí; pero quien se compadece de los demás es un puerto común para los náufragos, y alivia la pobreza de los prójimos, y los socorre en sus necesidades. Es un hecho que de entre las buenas obras las que se ejercitan para utilidad de los prójimos suelen ser las más alabadas.

Y para que veas que semejante precepto lo cuida Dios más que a los otros preceptos, cuando predicaba sobre el ayuno y la virginidad, recordó el reino de los cielos; pero cuando trató de la limosna y la misericordia, y ordenó que nos mostráramos compasivos, propuso un premio mucho mayor que el reino de los cielos. Porque dice; Para que seáis semejantes a vuestro Padre que está en los cielos. Las leyes y ordenaciones que sirven para la utilidad pública son las que especialmente hacen al hombre semejante a Dios, en cuanto el hombre puede asemejársele. Y para significarlo, dijo Cristo: Que hace nacer su sol sobre buenos y malos y manda su lluvia sobre justos y pecadores? Pues del mismo modo vosotros, usando cada cual según sus posibles de sus propios haberes para común utilidad de sus hermanos, imitad al que pone sus bienes a disposición de todos igualmente.

Inmensa es la dignidad de la virginidad; y por tal razón, yo anhelo que sea honrada y enaltecida sobre manera. Pero su nobleza no consiste únicamente en abstenerse del matrimonio, sino además en ser misericordiosa y amante de sus hermanos e inclinada a la conmiseración. Porque ¿qué utilidad se sigue de la virginidad, si va unida con la crueldad? ¿qué ganancia se logra de la templanza si va unida con la inhumanidad? ¡No habrá sido vencida la virginidad por el placer corporal, pero sí por la codicia de riquezas! ¡No se habrá admirado del rostro de los hombres, pero sí de la hermosura del oro! ¡Habrá superado a un adversario mayor, pero habrá sucumbido ante otro inferior y más débil! ¡Habrá sido más vergonzosamente vencida! ¡No serás digna de perdón, pues habiendo dominado una tan grande violencia, y habiendo luchado contra la naturaleza misma, fuiste en cambio vencida por la avaricia, a la que con frecuencia lograron vencer aun los esclavos y los bárbaros sin esfuerzo alguno!

Sabiendo, pues, tales cosas, carísimo, ya vivamos en virginidad ya en matrimonio, ejercitemos con mucha diligencia la limosna, porque no se puede llegar por ningún otro camino al reino de los cielos. Si la virginidad sin la limosna no pudo conducir al reino ¿qué otra buena obra podrá hacerlo? ¡En consecuencia, con todo empeño, con todas nuestras fuerzas, pongamos el óleo en nuestras lámparas en abundancia y constantemente, a fin de que la llama permanezca viva y grande! ¡No mires al pobre que la recibe, sino a Dios que la premia; no al que recibe el óbolo, sino al que se obliga a pagártelo! De manera que uno es el que recibe y otro es el que paga, para que la pobreza y la desgracia del que recibe te mueva a compasión y misericordia; y la riqueza de Dios que te ha de pagar y que te asegura y da prendas de que lo hará con usura, te proporcione mayor confianza del fruto y de los réditos, y te excite a dar con mayor abundancia las limosnas.

Porque yo te pregunto: ¿quién ha de recibir el céntuplo y está seguro de recibirlo, no impondrá alegremente todo su capital? ¡En consecuencia, no ahorremos nuestros dineros! O mejor dicho: ¡sí, ahorrémoslos! Porque quien de este modo ahorra sus dineros, los coloca en las manos de los pobres; es decir, que los torna un tesoro sagrado, a donde no pueden llegar ni los ladrones, ni los criados, ni el sicofanta malvado, ni las asechanzas de mortal ninguno. Y si aún dudas de gastar un poco de tus bienes, a pesar de haber oído estas cosas; de manera que ni el céntuplo que habrás de recibir, ni la desgracia de los pobres, ni otra alguna cosa te doblega, piensa por lo menos en lo mucho que has pecado, entra en la conciencia de tus delitos, examina toda tu vida pasada, conoce con exactitud tus faltas: de este modo, aunque seas el más inhumano de todos los hombres, en verdad que, empujado constantemente por el terror de tus pecados, y con la esperanza de alcanzar perdón por medio de la limosna, gastarás sin duda aun tu bienestar corporal en favor de los pobres, no digo ya tus dineros.

Si los heridos y quienes desean echar de sí las enfermedades corporales, no perdonan gasto alguno de sus bienes, aun cuando el vestido mismo se haya de dividir, con tal de salir de la dolencia, con mayor razón, debiendo curar la enfermedad del alma y las gravísimas llagas de los pecados, mediante la limosna, la ejercitaremos con suma presteza. Y por cierto, cuando estás enfermo no sanas repentinamente y por el hecho de entregar al médico tu dinero; sino que, con frecuencia, se necesita además una operación quirúrgica y quemar y amargas medicinas y sufrir hambres y frío y otras incomodidades graves, por el médico ordenadas; mientras que acá no es así. Porque basta con poner las monedas en manos de los pobres, y a! punto quedas libre de todos tus pecados, sin dolor y sin trabajo. Porque el médico que cura tu alma no necesita de arte ni de instrumentos, ni de hierro ni de fuego. Le basta con una inclinación de cabeza, y al punto se quitan del alma todos los pecados y desaparecen.

¿No has visto a los monjes, que han abrazado una vida en soledad, y que se han apartado a las cumbres de las montañas, cómo han preferido un género de vida excesivamente duro? ¡Esparcida la ceniza bajo sus pies, vestidos de saco, cargado el cuerpo de férreas cadenas, encerrados continuamente en su celda, luchan sin descanso con el hambre, viven en llanto continuo y en insoportables vigilias! ¡Pues todo es para limpiarse de alguna parte de sus culpas! En cambio tú puedes, sin tan duro género de vida, entrarte por este fácil y plano camino de la piedad y la limosna. Porque yo te pregunto: ¿qué trabajo hay en disfrutar de las cosas que delante se tienen y dar lo que sobre de limosna? Aunque no se hubiera propuesto ninguna recompensa; aunque no tuvieras de antemano preparada la recompensa tan excelente ¿acaso la naturaleza misma del negocio no podría persuadir hasta al más inhumano a que diera a los necesitados lo que a él le sobra?

Ahora, en cambio, cuando mediante la limosna se pueden lograr tantas coronas y tantas recompensas y tan pleno olvido de los pecados de parte de Dios, os pregunto: ¿qué excusa tendrán los que no dan su dinero, y en cambio sumergen su alma en las profundidades del pecado? Porque aunque ninguna otra cosa te mueva y te excite a condolerte y hacer limosna, por lo menos debes meditar cuan incierto es el fin de la vida, y pensar que si no lo das a los pobres, cuando se te eche encima la muerte, quieras o no quieras, tendrás que dejar tus bienes a otro. ¡Reparte ahora algo de éstos a los pobres mientras está en tu mano hacerlo! ¡Sé misericordioso! ¡Sería cosa de extrema locura que los bienes que necesariamente has de ceder a otro aun contra tu voluntad, no quisieras compartirlos con los necesitados voluntariamente, sobre todo cuando tan grandes recompensas te han de venir de semejante bondad! Dice el apóstol: Vuestra abundancia alivie la escasez de aquéllos.

¿Qué significa eso? ¡Que más es lo que recibes que lo que das! Das cosas sensibles y recibes bienes espirituales. Das dinero y recibes perdón de tus pecados. Libras del hambre al pobre, y tú te libras de la cólera divina. Es este un género de negociación que produce mayores réditos que gastos. Porque el gasto es en dinero, mientras que los réditos que produce no son de simple dinero, sino de perdón de los pecados y de confianza y favor de Dios y del reino de los cielos y de bienes de aquellos que ni el ojo vio ni el oído oyó ni en corazón humano pueden caber. Entonces ¿no sería absurdo que los comerciantes no perdonen trabajo alguno; y lo hagan precisamente cuando suelen traficar permutando no unas cosas por otras más excelentes, sino iguales y aun menos que iguales; y que nosotros, en cambio, cuando podemos permutar nuestras cosas corruptibles y momentáneas por otras incorruptibles y eternas, no pongamos siquiera la misma diligencia que ellos?

¡No, hermanos! ¡no descuidemos en tal forma las cosas de nuestra salvación! sino que movidos por el ejemplo de aquellas vírgenes y el de los que serán entregados al fuego preparado para el demonio y sus ángeles, por no haber alimentado a Cristo, retengamos en nosotros la gracia del Espíritu Santo, mediante la largueza en la misericordia y la abundancia de las limosnas, a fin de que no naufraguemos en la fe. La fe necesita del auxilio del Espíritu Santo y de la perseverancia para permanecer inconmovible; y semejante auxilio no suele retenerse en nosotros sino mediante la pureza de vida y las buenas costumbres. En consecuencia, si queremos tener la fe muy bien arraigada, necesitamos llevar un género de vida pura, que mantenga al Espíritu Santo en nosotros, del que depende, como consta, la fuerza toda de la fe. Porque es imposible ¡es absolutamente imposible que no vaciles en la fe si tu vida no es pura!

Quienes andan creyendo en las vaciedades del hado y no creen en el dogma de la resurrección, se han precipitado en el báratro de la incredulidad, a causa de su mala conciencia y de sus perversas costumbres. Y a la manera que hacen los que padecen fiebres; que intentando quitarse el ardor con frecuencia se arrojan al agua fría; de manera que alivian por un breve tiempo su mal, pero por ese medio ellos mismos convierten en más recio su ardor, así los que andan atormentados por su mala conciencia y buscan algún modo de descanso, pero no quieren lavar sus pecados mediante la penitencia, y se acogen a la tiranía del hado y niegan el dogma de la resurrección, por tal camino, mientras en esta vida se consuelan con las aguas de las frías argumentaciones por breve tiempo, se preparan un fuego más intenso en la gehena. Porque como acá se tornaron más perezosos, cuando llegan allá ven cómo cada cual paga las penas debidas por sus pecados.

Y para que conozcáis cómo las malas obras impiden grandemente la fe, escuchad a Pablo, que dice escribiendo a Timoteo: Te recomiendo que sostengas el buen combate con fe en la buena conciencia -y la buena conciencia proviene de las buenas obras y la vida virtuosa- la cual algunos rechazándola naufragaron en la fe. Y en otra parte: Porque la raíz de todos los males es la avaricia y muchos dejándose llevar de ella se extravían en la fe.. ¿Observas cómo aquéllos por tal motivo naufragaron, y éstos otros por la misma causa erraron, puesto que aquéllos no quisieron tener buena conciencia y éstos se apegaron a la avaricia?

Pensando y considerando todo esto, pongamos empeño en ordenar nuestra vida lo mejor posible, para lograr el premio doble: uno como retribución de las buenas obras, otro por la firmeza en la fe. Lo que es el alimento para el cuerpo, eso es la vida virtuosa para la fe. Y así como por su naturaleza nuestra carne no puede durar sin alimentos, así también la fe no puede durar sin las buenas obras. Porque dice; la fe sin las buenas obras está muerta.

Sólo nos queda por explicar aquella palabra el mismo; porque no dijo Pablo sencillamente: teniendo Espíritu de fe, sino ¿qué dijo?: Teniendo el mismo Espíritu de fe. Quería yo recorrer también esto en mi discurso. Pero como advierto que de estas sencillas palabras dimanan muchos ríos de sentencias, temo no vaya a suceder que, por la multitud de cosas que se os han de decir, inunde yo los campos, de manera que la enseñanza, a causa de ser excesiva y prolija, padezca detrimento.

Pongo pues aquí fin a mi discurso. Os suplico y os ruego que lo que habéis oído acerca de vivir virtuosamente y lo de la fe y de la virginidad y de la misericordia y de la limosna, todo lo cumpláis con diligencia, a fin de que, habiendo retenido en la memoria tales cosas, estéis preparados para escuchar lo que falta. Así el edificio de nuestra enseñanza será sólido e inconmovible, si construimos sobre las cosas anteriores ya bien fundamentadas, las que luego se siguen. Dios, que nos concedió a mí decirlas y a vosotros oírlas con prontitud, nos haga dignos de ostentarlas mediante las obras con algún fruto, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, puesto que a Él se debe la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


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XIII: Homilía acerca de las mismas palabras del apóstol: Teniendo el mismo Espíritu de fe,

como está escrito (2Co 4,3); y contra los maniqueos y todos los que calumnian el Antiguo Testamento y se empeñan en separarlo del Nuevo; y acerca de la limosna.

HACE YA TIEMPO que tengo para vosotros la deuda de explicaros el dicho del apóstol. Quizá vosotros, a causa del lapso tan grande, os habéis olvidado de la deuda; pero yo, a causa de mi afecto para con vosotros, no me he olvidado. ¡La caridad es así! ¡vigilante, solícita! ¡Los que aman no únicamente llevan a todas partes el recuerdo de aquellos a quienes aman, sino que conservan la memoria de lo que a sus amados prometieron, mejor aún quizá que quienes han recibido la promesa! Así procede una madre muy cariñosa. Guarda el sobrante de la mesa para sus hijos; y aun cuando éstos lo olviden ella lo recuerda y a su tiempo lo saca y alimenta a los niños hambrientos. Si, pues, las madres demuestran tan gran cariño, mucho más debemos nosotros poner todo empeño y anhelo en cuidar de vuestra caridad, puesto que es mayor la fuerza con que une el parto espiritual que el natural.

¿Cuáles fueron las reliquias de la mesa que os hemos guardado? Fueron las palabras del apóstol, de las que sacamos entonces no poco sustento espiritual. Servimos entonces una parte a vuestros entendimientos y otra la reservamos para el día de hoy, con el objeto de no sepultar vuestra memoria bajo el amontonamiento de tantas materias. Y ¿cuáles eran las palabras del apóstol?: Teniendo pues el mismo Espíritu de fe, como está escrito: Creí por lo cual hablé, también nosotros creímos y por esto hablamos! Y de qué fe se trate -si de la fe por cuyo medio se obran prodigios, de la que Cristo dijo: (Si tuviereis fe como un grano de mostaza diréis a este monte: "Pásate allá" y se pasará; o bien de la otra que engendra en nosotros el conocimiento de Dios, y por la que somos llamados fieles- y además por qué motivo se dijo Espíritu de fe y de cuál fe se trate, todo esto lo dijimos, según nuestras posibilidades, ante vuestra caridad, e interpusimos algunas explicaciones acerca de la limosna.

Pero, como nos faltó examinar por qué se dijo el mismo Espíritu de fe; y como por la multitud de las cosas que os dijimos, no nos fue posible proseguir en el examen minucioso del texto, dejamos esa parte para el día presente; y ahora venimos preparados para pagaros la deuda. ¿Por qué, pues, se dijo: el mismo? Quiso declarar el apóstol que hay un estricto parentesco entre el Nuevo y el Antiguo Testamento; y por esta razón incluso nos trae a la memoria las palabras del profeta, y dice: Teniendo el mismo Espíritu y añade en seguida: como está escrito: Creí y por esto hablé. Muchos siglos antes había dicho lo mismo David, y ahora lo trajo a colación Pablo, significando que fue la misma gracia del Espíritu Santo la que puso entonces en él y ahora en nosotros la raíz de la fe. Como si dijera: Es el mismo Espíritu de fe el que habló en aquel profeta y ha obrado en nosotros.

¿Dónde están ahora los que acusan el Antiguo Testamento, y desgarran el cuerpo de las Escrituras, y atribuyen a un Dios el Antiguo y a otro el Nuevo Testamento? ¡Oigan a Pablo que cierra las bocas impías y reprime las lenguas que combaten a Dios! Con semejantes palabras demuestra ser el mismo Espíritu así del Antiguo como del Nuevo Testamento. ¡Si hasta los nombres nos están indicando que hay gran consonancia entre ambos Testamentos! Porque uno se llama Nuevo para diferenciarlo del otro Antiguo; uno se llama Antiguo para distinguirlo del otro Nuevo, como dice Pablo: Al decir un pacto nuevo declara envejecido el primero.

Ahora bien: si no fuera uno mismo el Señor de ambos, no se podría llamar el uno Nuevo ni el otro Antiguo. La diferencia de nombres está indicando el parentesco que hay entre ambos. Pero la diferencia no está en lo esencial, sino en el cambio de los tiempos; puesto que entre el Antiguo y el Nuevo, no hay sino la distancia del tiempo. Mas la diferencia de tiempos no trae consigo diferencia de Señores, ni significa disminución. Así lo insinuó ya Cristo al decir: Por lo cual yo os digo: todo escriba docto en el reino de los ciclos es semejante a un padre de familias que saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas. ¿Observas cómo a la verdad las posesiones son diversas pero es uno mismo el dueño? Porque así como aquél, a la manera de un padre de familia, puede sacar cosas antiguas y nuevas por ser uno y el mismo dueño, así acá nada impide que sea uno mismo el Dios del Antiguo y el del Nuevo Testamento. Esto mismo indica su riqueza y abundancia: ¡el tener no solamente cosas nuevas, sino además poseer otras antiguas y todas en abundancia!

De manera que ambos Testamentos sólo difieren en el nombre; pero no se contradicen ni están en pugna. El Antiguo resulta Antiguo a causa del Nuevo; pero no significa contradicción ni pugna, sino únicamente diferencia de nombres. Por mi parte, añado una cosa: aunque las leyes del Antiguo Testamento fueran contrarias a las del Nuevo, ni aun así se había de poner otro Dios para éste. Si Dios al mismo tiempo y a los mismos hombres y tratando de las mismas cosas y desempeñando los mismos cargos el hombre, hubiera dado leyes contradictorias, quizá tendría alguna apariencia de razón la ficción de los adversarios. Pero si aquellas leyes fueron escritas para unos hombres y las otras para otros; aquéllas para hombres que tenían unas ocupaciones y éstas para quienes tenían otras ¿por qué nos ha de obligar semejante diferencia de leyes a poner dos legisladores? ¡Y a que éstos hayan de ser contrarios entre sí!

Por mi parte, no veo necesidad alguna. Si los adversarios la ven, que la demuestren. Pero no podrán ver ninguna. También los médicos, con frecuencia ordenan cosas entre sí contradictorias; pero no lo hacen por motivos contradictorios, sino por un mismo motivo y éste conveniente. El médico quema y no quema; corta y no corta en un mismo individuo y en un mismo cuerpo. Ofrece para beber ahora medicinas amargas, ahora dulces. De manera que procede a cosas contrarias. Pero siempre lo hace por una misma y única razón: mira al fin que es uno solo, la salud del enfermo. Entonces ¿cómo no ha de ser cosa absurda no recriminar al médico porque procede así en muchas cosas de modo contradictorio respecto del mismo cuerpo; y en cambio acusar a Dios porque en diversos tiempos y a diversos hombres les ha dado leyes diversas?

Queda pues demostrado que de ninguna manera se debe acusar a Dios, aunque las leyes fueran entre sí contrarias. Mas, para que veamos que no son contrarias, sino únicamente diferentes ¡ea! ¡traigamos al medio las leyes mismas! Dice; Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás. Esta es la Ley antigua. Veamos la nueva: Pero yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano, será reo de juicio. Yo pregunto: ¿son tales leyes contrarias entre sí? ¿Quién de los mortales que no esté loco podrá afirmarlo? Si la Ley antigua ordenara no matar y la nueva ordenara matar, quizá podría alguno encontrar contradicción en las palabras de las dos Leyes. Pero cuando aquélla ordena no matar y ésta ni siquiera irritarse, lo que se hace es reforzar el mandato antiguo, pero no oponerle otro contrario. Aquélla corta el fruto de la perversidad que es la matanza; ésta otra corta la raíz misma, que es la ira. Aquélla impide los riachuelos del vicio; ésta seca la fuente y raíz de la matanza que es el furor y la ira. De manera que aquella Ley hace que nuestra naturaleza esté preparada para esta otra; y esta otra suple lo que en la antigua se echaba de menos. ¿En dónde está pues la contradicción siendo así que una Ley arranca el fruto del mal y la otra arranca incluso la raíz misma y comienzo del mal? Hace aquélla que nuestras manos estén limpias de sangre, mientras que ésta guarda limpia aun la mente de los malos pensamientos. Ahora bien: tales cosas son propias de las leyes que entre sí concuerdan y no de las que entre sí pugnan, como se empeñan en afirmar los adversarios de la verdad, sin caer en la cuenta de que con esto hacen reo de gran desidia al Dios del Nuevo Testamento, y lo arrojan al desprecio.

Si su afirmación fuera cierta, resultaría que Dios ha manejado nuestras cosas imprudentemente ¡blasfemia que Dios convierta sobre la cabeza de los adversarios, pues nos imponen la obligación de expresarnos en forma semejante! Lo que vengo diciendo os lo aclararé mejor del modo siguiente. La educación dada por el Antiguo Testamento es a la manera de la leche; la que se da en el Nuevo es como alimento sólido. Pero nadie usa del alimento sólido antes de haberse alimentado con leche. Pues bien: si el Dios del Nuevo Testamento se diferencia del Dios del Antiguo, procedió en esa segunda forma, puesto que antes de nutrirnos con leche, o sea con el régimen de la Ley antigua, nos condujo directamente al alimento sólido. Pero quienes tal afirman, no únicamente lo hacen reo de semejante crimen, sino de otro mayor, puesto que vino a cuidar del género humano hasta pasados más de cinco mil años. Si de verdad no fue el mismo el que por los profetas y patriarcas y varones justos manejaba nuestras cosas, sino otro distinto, parece que tomó tardíamente providencia de nosotros, como si se. hubiera arrepentido de su manera anterior de proceder", i cosa que es tan ajena de Dios que ni siquiera es propia de cualquier persona del vulgo el tomar providencia de unos pocos hombres en los últimos siglos, después de haber permitido que muchísimos perecieran durante tan largo tiempo!

¿Veis de cuántas blasfemias hacen reo a Dios quienes ponen un Legislador para el Antiguo Testamento y otro para el Nuevo? ¡Blasfemias todas que desaparecen si confesamos ser uno mismo el Dios del Antiguo y el del Nuevo Testamento. Por otra parte, así aparecerá manejando El ordenada y razonablemente nuestras cosas en aquellos tiempos antiguos mediante la Ley y posteriormente mediante la gracia; y que no desde hace poco, sino ya desde los principios y desde el día primero, gobierna todos nuestros asuntos. Mas, para remachar la boca de los adversarios, traigamos además el testimonio de los profetas y el de los apóstoles, que claman ser uno y el mismo el legislador de ambos Testamentos.

¡Venga, pues, al medio Jeremías, santificado en el vientre de su madre, y demuestre con claridad que el Dios de ambos Testamentos es uno solo! ¿Qué es lo que dice? Habla en persona del Legislador y dice: Haré un Testamento nuevo de la casa de Israel, no como la alianza que hice con sus padres. 6 De manera que el Dios que dio el Nuevo Testamento es el mismo que dio el Antiguo. Quedan también con esto cerradas las bocas de los seguidores de Pablo de Samosata, que niegan que el Unigénito de Dios existió antes de todos los siglos. Porque si antes del parto de María, y antes de dejarle ver en carne, no existía ¿cómo pudo legislar no existiendo? ¿Cómo pudo decir: Haré un Testamento nuevo, no como la alianza que hice con vuestros padres? ¿Cómo podía dar Testamento a los padres de los judíos cuando aún no existía, según lo que los adversarios afirman? Razonable es y juntamente oportuno que contra los judíos y los seguidores de Pablo de Samosata, se oponga el testimonio del profeta. Mas, para cerrar también la boca a los maniqueos, traigamos un testimonio tomado del Nuevo Testamento, porque éstos en nada estiman el Antiguo. Más aún: tampoco estiman el Nuevo, pues aunque parezcan honrarlo, en realidad lo injurian no menos que al Antiguo. Porque al separarlo del Antiguo quitan al Nuevo su autoridad.

Los prenuncios y profecías de los profetas, ilustran en gran manera la verdad del Nuevo Testamento. De manera que cuando los separan, no caen en la cuenta de que hacen una mayor injuria a los apóstoles que a los mismos profetas. Con esto injurian al Nuevo Testamento, pero más lo injurian con quitarle una gran parte. Mas, tan grande es la fuerza de las cosas en él contenidas, que con lo que los herejes e dejan basta para venir a conocer el error de los adversarios. Los miembros que le amputan están reclamando y exigiendo continuamente su unión con los otros.

Mas, en fin: ¿cómo demostraremos positivamente que es uno mismo el Legislador del Antiguo y el del Nuevo Testamento? Por las palabras de los apóstoles que los adversarios aceptan. Tales palabras, aunque a primera vista parecen condenar al Antiguo Testamento, en realidad no poco lo ensalzan; y declaran haber sido dado del cielo por los divinos oráculos. Por especial sabiduría del Espíritu Santo ha sucedido que los acusadores de la Antigua Ley, atraídos por el simple sonido de las palabras, aceptaran de este modo la defensa en ellas incluida de la Antigua Ley, contra su voluntad y sin saberlo. Esto para que si quisieran investigar la verdad, tuvieran a mano las sentencias que los condujeran directamente a la verdad. Y si permanecían en su incredulidad, no les quedara para adelante esperanza de perdón, puesto que no daban crédito a las cosas que por otro lado parecían aceptar por su soberbia.

¿En dónde testifica el Nuevo Testamento que es uno mismo el autor de las Leyes nuevas y el de las antiguas? ¡En muchos sitios! Pero nosotros traeremos al medio precisamente la parte del texto que los maniqueos han conservado incólume en sus manuscritos. ¿Cuál es? La que dice: Decidme: los que queréis someteros a la Ley ¿no habéis oído la Ley? Porque está escrito que Abrahán tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre. Oyeron los herejes que la esclava había tenido un hijo, y al punto acudieron. Porque se persuadían de que tales palabras contenían la condenación de la Ley. Pero fue porque mutilaron lo que sigue y retuvieron sólo la parte que los favorecía para la acusación.

Pues bien, demostraremos, por este mismo texto, ser uno mismo el Legislador: Tuvo Abrahán dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre. Lo cual tiene un sentido alegórico. Todo lo que acontecía en el tiempo de la Ley, eran figuras de lo que en el de la gracia se va realizando, porque como allá eran dos mujeres, acá son dos Testamentos. Ya desde aquí aparece el parentesco del Nuevo y el Antiguo Testamento, puesto que aquellas mujeres los prefiguraban y la figura no puede ser contraria a la verdad, sino pariente suya. Mas, si el Dios del Antiguo Testamento es contrario al del Nuevo, de ningún modo se habría prefigurado la excelencia del Nuevo mediante aquellas dos mujeres. Pero si aquel Dios así lo prefiguraba, todavía era conveniente que Pablo no abusara de semejante figura. Y si alegan que lo hacía por acomodarse a la debilidad de los judíos, convenía que al predicar a los helenos usara figuras que a éstos se acomodaran, y traerles a colación historias de sucesos que entre ellos se hubieran verificado. Mas nunca lo hizo. Y con razón. Porque las historias y figuras de los helenos nada tenían de común con la verdad; mientras que los sucesos de las historias judías eran leyes y oráculos de Dios. Tal es el motivo de que haya un estrecho parentesco entre los sucesos del Antiguo Testamento y los del Nuevo.

De manera que este es el primer argumento: que el Antiguo Testamento consuena del todo con el Nuevo. El segundo es de no menor fuerza y se toma de la misma historia. Porque así como entonces se trataba de dos mujeres que eran esposas de un mismo varón, así ahora hay dos Testamentos de un mismo Legislador. Si hubiera un Dios del Antiguo y otro del Nuevo, era inútil que Pablo trajera a colación semejante historia. Porque no tenía un esposo Sara y otro Agar, sino ambas uno y el mismo. Al decir Pablo: Estos son los dos Testamentos, no afirma otra cosa, sino que ambos Testamentos tienen un mismo Legislador, como aquéllas no tenían sino un solo esposo, que era Abrahán.

Pero es que una de ellas era esclava y la otra libre. Entonces ¿qué? Porque hasta ahora lo que se inquiría era si acaso ambos Testamentos tenían un mismo Legislador. Pues bien: acepten los herejes primeramente lo ya demostrado, y enseguida responderemos a lo que sigue. Si se les obliga a que convengan en esto con nosotros y lo admiten, vendrá por tierra todo su sistema. Porque una vez demostrado que es uno y el mismo el Legislador del Antiguo Testamento y el del Nuevo, como en realidad lo es, se habrá terminado toda la controversia. Sin embargo, para que no os vaya a perturbar la otra pregunta, consideraremos diligentemente estas palabras. Pues no dijo Pablo una esclava y una libre, sino una que engendra en esclavitud. Pero de que engendre en esclavitud no se sigue que sea esclava. Haber alguno nacido en esclavitud no es crimen de su madre, sino de los hijos que nacen. Porque como se hubieran privado por su malicia de la libertad y hubieran perdido el derecho de la libertad, Dios los trató de un modo conforme a los esclavos desagradecidos, castigándolos con amenazas y terrores.

Más aún: actualmente, muchos padres reprimen a sus hijos no como a hijos, sino como a siervos, por medio de las amenazas. Lo cual no es culpa de los padres, sino de los hijos que dieron motivo a los padres para educarlos conforme al modo que con los esclavos se estila. Igualmente procedió Dios con el pueblo de entonces: lo educaba mediante penas y miedos y en nada de modo distinto al que se tiene con algún esclavo desagradecido. Pero no fue por culpa de Dios o de la Ley, sino de los judíos que no aceptaban el freno y tenían necesidad de más duro bocado.

Sin embargo, en el Antiguo Testamento podemos encontrar a muchos que no fueron tratados en forma semejante, como por ejemplo Abel, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, José, Moisés, Elías, Elíseo y todos lo que imitaron y emularon las leyes del Nuevo Testamento. Estos no procedieron así por terror y amenazas y penas y castigos, sino que procedieron así delante de Dios por su ferviente amor y candad. No necesitaban de ordenaciones y preceptos y leyes para ejercitar la virtud y huir del vicio; sino que a la manera de hijos nobles y de liberal condición, y reconociendo su nobleza y dándose cuenta de ella, se acogieron a la virtud, no por temor ni por miedo a los castigos. En cambio el resto del vulgo de los judíos, por haberse entregado a la perversidad hubieron de ser reprimidos mediante el freno de la Ley. Después de haber fundido el becerro y haber adorado la escultura, obra de sus manos, fue cuando oyeron: El Señor Dios tuyo es Señor único. Tras de haber cometido asesinatos y haber ultrajado mujeres de sus prójimos, finalmente oyeron: ¡No matarás! ¡no fornicarás! Y lo mismo se diga de los demás mandamientos.

No es pues crimen de la Ley que castigue e imponga penas y enmiende y corrija a los siervos perezosos, sino al revés: es encomio señalado y notable alabanza que, a quienes se habían deslizado hasta el extremo de la maldad, los haya librado, mediante su severidad, de los vicios, y los haya ablandado y los haya hecho obedientes a la gracia: y haya preparado algo así como un camino para la nueva doctrina. Porque el mismo Espíritu lo manejaba todo así en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, aunque de modo distinto. Por tal motivo decía Pablo: Teniendo un mismo Espíritu de fe, como está escrito: Creí y por esto hablé.

Ni fue la única causa de que dijera el mismo Espíritu. Tuvo otra de no pequeño peso, que ahora quería yo traer aquí al medio. Pero, temeroso de que cansados ya con la multitud de cosas, os olvidéis de las que ya dijimos, os reservo para otro día semejante explicación; y por ahora os exhorto a que pongáis en vuestra memoria todo lo dicho al presente y cuidadosamente lo retengáis, y a que juntéis con la pureza del dogma el ejercicio de las virtudes cristianas. Para que así el hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena: porque de nada nos serviría el pensar y creer correctamente, si llevamos una vida perversa a causa de las malas costumbres: así como tampoco nos aprovechará una vida inmaculada si no la acompaña la pureza de la fe.

Con el objeto, pues, de que consigamos íntegra la utilidad, cuidemos de ambas cosas y procuremos hacer extensivos a otros los frutos de nuestras obras. Y antes que nada el de la limosna, de la que hace poco os hablé, y ejercitémosla con largueza grande y con alegría. Porque dice la Escritura: El que escaso siembra, escaso cosecha; y el que siembra con bendiciones con bendiciones cosechará. ¿Qué significa con bendiciones? ¡Significa con largueza! Y por cierto, acá en el mundo, la siembra y la cosecha son de simientes de un mismo género. El que siembra, siembra trigo o cebada o alguna de estas tales semillas; y el que cosecha, cosecha lo mismo que siembra. Pero con la limosna no sucede lo mismo: siembras plata y recoges favor y confianza ante Dios; das dineros y recibes perdón de tus pecados; das pan y vestidos, y en recompensa se te prepara el reino de los cielos y los bienes infinitos que ni el ojo vio ni el oído oyó ni en corazón humano pueden caber; y, lo que es la suma de todos los bienes, te harás semejante a Dios, en cuanto le es posible al hombre. Hablando Cristo de la limosna y la bondad, añadió: Para que seáis semejantes a vuestro Padre celestial que hace nacer su sol sobre buenos y malos, y manda su lluvia sobre justos y pecadores. - Tú no puedes ordenar al sol que nazca, ni puedes mandar a las lluvias, ni ser benemérito de todo el orbe de la tierra tan extenso. Pero usa de tus haberes para hacer caridad y te habrás hecho semejante al Señor que hace nacer su sol, en cuanto el hombre puede hacerse semejante a Dios.

Poned cuidadosamente atención a lo que se ha dicho; sobre buenos y malos. De manera que también tú, cuando haces limosna, no examines la vida ni exijas razón de las costumbres. Pues la limosna por esto se llama así limosna o sea conmiseración; para que la demos aun a los indignos. Quien se conduele, no se compadece únicamente de quien vive en la virtud, sino también de quien anda en pecados. Quien vive virtuosamente, digno es de alabanzas y coronas. Quien peca es digno de misericordia y de compasión. De manera que también en esto imitaremos a Dios: en no sustraer a los malos nuestra misericordia y benignidad. Considera la cantidad inmensa que hay en el orbe de blasfemos, perversos, charlatanes y repletos de toda clase de vicios; y sin embargo, a todos cada día Dios los alimenta, y de este modo nos enseña que abracemos a todos los hombres y los envolvamos en nuestra beneficencia.

Pero nosotros en todo procedemos de modo contrario. Porque no solamente nos irritamos contra los perversos y malvados; sino que también, cuando se nos acerca alguno que vive sano pero en pobreza ya sea por la rectitud de su alma o por ser libre o por su pereza simplemente -para añadir aun este motivo-, lo colmamos de injurias, oprobios y dicterios, y lo mandamos con las manos vacías, y le echamos en cara su salud o le objetamos su pereza, y hasta exigimos su castigo. ¿Acaso, oh hombre, es esto lo que se te ha mandado, reprender e increpar a los necesitados? ¡Compadecemos de ellos y aliviarles sus necesidades fue lo que ordenó Dios, y no exigirles cuentas y colmarlos de injurias!

¿Dirás que quieres corregirle sus costumbres y sacar al perezoso de su desidia, y hacerlo que se aplique a algún trabajo?

¡Pues dale la limosna y después lo reprendes, a fin de que no caigas en el reproche de crueldad, sino que logres la alabanza de generoso! Porque el pobre aborrece a quien nada le da y solamente lo colma de oprobios; y lo lleva con gran dolor y no quiere ya ni mirar a semejante hombre. Y con razón. Porque le viene al pensamiento que se ha vuelto su reprensor, no porque anhele su bien, sino porque no quiere darle limosna. Y así es la realidad. En cambio, quien reprende después de haber dado la limosna, hace que su reprensión se reciba de buena gana, pues el pobre ve que se usa de la reprensión no por crueldad sino por benevolencia.

Así procedió Pablo. Como hubiera dicho: El que no quiera trabajar que no coma, añadió en seguida la exhortación: Pero vosotros no os canséis de hacer el bien. Sin embargo, estos dos mandatos, dirás, parecen contradecirse. Pues si los que viven en ocio no deben tomar alimento ¿cómo ordenas que a tales hombres se les hagan beneficios? Pero no se contradicen ¡ni de lejos! Yo he dicho, responde Pablo, quien no quiera trabajar que no coma no para apartar de hacer limosnas a quienes por otra parte están dispuestos a hacerlas, sino para apartar de su desidia a quienes viven en el ocio. De manera que cuando dice no coma, lo estimula al trabajo, espantándolo con semejante amenaza; y cuando dice no os canséis haciendo el bien, excita a los demás a la beneficencia y los impulsa con una útil exhortación. Pues para que algunos no se abstuvieran de hacer limosna, al oír con qué amenaza tan grave eran castigados los ociosos, los exhorta a la beneficencia con estas palabras: no os canséis de hacer el bien. De manera que aun cuando des limosna al ocioso, tú has hecho bien.

Y puso en claro esto mismo con lo que sigue. Tras de haber dicho: Si alguno no obedece este mandato nuestro que por la epístola os damos a ese señaladle y no os juntéis con él; tras de haberlo excluido de la Iglesia en esa forma, luego por otro mandato lo reconcilia y lo vuelve a la amistad de quienes lo había separado. Por tal motivo añade: No lo estiméis como enemigo, sino como hermano. De manera que así como cuando dijo: si alguno no quiere trabajar que no coma, enseguida ordenó a quienes tenían posibilidades cuidar de semejante hombre, así cuando dijo: no os juntéis con él, no quiso quitar a sus oyentes el cuidado de tal hombre, sino que procuró empeñosamente que se le atendiera, añadiendo: No lo estiméis como enemigo, sino como hermano. Abandona su compañía, pero no abandones su cuidado. Lo has echado de la reunión, pero no lo excluyas de la caridad.

El castigo mismo lo ha ordenado por afecto de caridad a fin de que, una vez mejorado por semejante separación, vuelva luego a unirse al cuerpo. También los padres echan de su casa a sus hijos, no para que permanezcan perpetuamente separados, sino para que vueltos más moderados por haber sido arrojados del hogar, regresen después a su casa. Y basta con esto para los que suelen objetar su pereza a quienes les piden limosna. Mas, como muchos ponen otras varias excusas llenas de inhumana crueldad, se hace necesario que también a éstos yo los corrija; no para quitarles sus excusas, sino para persuadirles que hagan a un lado su vana e inútil defensa y se preparen para la otra valedera y provechosa ante el tribunal de Cristo, mediante las buenas obras.

¿Cuál es la defensa inútil y fría que opone el vulgo? ¡Hay que alimentar a los hijos, dice; hay que atender a los negocios de la familia; tengo que sustentar a mi esposa; soporto ya una grande cantidad de gastos, de manera que nada me queda para auxiliar a los pobres que me salen al paso! ¿Qué dices? ¿Tienes que alimentar a tus hijos y por tal motivo no puedes auxiliar a los pobres que se te acercan? Pues precisamente por ese motivo es necesario que ayudes a los necesitados, para que por tal medio con un poco de dinero te hagas propicio a Dios que te lo dio, y para que al morir les dejes un patrono y alcances del cielo grande favor, con dar a Dios un poco de tu escaso dinero.

¿No has visto a muchos hombres poner en su testamento y dejar como coherederos de sus propios hijos a otros sobremanera poderosos y opulentos pero que nada tenían que ver en su linaje, sin otro motivo que asegurar a sus hijos su protección mediante aquel pequeño gasto? Y lo hacen ignorando cómo se portarán en realidad para con sus hijos, después de su muerte, los que han dejado como coherederos. Tú en cambio que sabes y conoces la benignidad, bondad y equidad de tu Señor ¿lo excluirás de tu testamento? ¿No lo nombrarás coheredero con tus hijos? Pero ¿es este el deber de un padre que ama a sus hijos? Si cuidas de tu prole, déjale un documento escrito en el que conste tener a Dios por deudor. ¡Esta será su magnífica herencia, ésta su honra, ésta su seguridad! ¡Haz a Dios coheredero de tu herencia terrena, para que El te lleve, juntamente con tus hijos, a la otra eterna herencia del cielo!

Semejante heredero de verdad es noble, humano, bueno, poderoso y rico; de manera que no hay razón para que temas hacerlo tu socio. Por esto la limosna se llama también simiente; porque no tanto es gasto cuanto ganancia. Cuando vas a sembrar, no te pesa dejar vacíos de los antiguos frutos tus graneros, sino que pones la mira en los frutos de la futura cosecha; y lo haces sin saber aún el éxito. Porque la polilla y el granizo, la langosta y los desórdenes atmosféricos y muchas otras plagas, destruyen nuestras esperanzas. Pero cuando hay que depositar la simiente en el cié o, en donde no hay desórdenes atmosféricos, ni dolor, ni asechanzas ¿andas poniendo excusas y dando largas al negocio? ¿Qué perdón podrás esperar si cuando siembras en la tierra lo haces con alegría y confiadamente, y en cambio cuando has de sembrar en las manos de Dios te vuelves perezoso y tardo? Si la tierra te devuelve lo que le encomendaste, mucho más te devolverá la mano de Dios y con muy crecidos réditos lo que de ti haya recibido.

Sabiendo, pues, estas cosas, no nos fijemos en el gasto cuando hacemos limosna, sino en la ganancia que de ella esperamos y también en el lucro presente. Porque la limosna no únicamente nos procura el reino de los cielos, sino que aun para la vida presente nos da seguridad y abundancia. ¿Quién lo promete? ¡Quien puede darla, que es el mismo Señor! Porque dice: Quien da de lo suyo a los pobres tendrá el ciento en este siglo y luego la herencia de la vida eterna. ¿Observas cómo en ambas vidas se recibirán ganancias grandes y recompensas? ¡No nos cansemos, pues, ni demos largas; sino que cada día recojamos el fruto de la limosna, a fin de pasarla bien en el siglo presente y luego conseguir la vida futura, que ojalá a todos nos acontezca alcanzar por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, el honor y el imperio, por los siglos de los siglos. Amén.



CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.