CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

14

XIV: Homilía acerca del mismo texto; Teniendo un mismo Espíritu de fe,

como está escrito (2Co 4,13); y por qué motivo todos se gozan de las cosas buenas; y acerca de la limosna.

EXPONÍAMOS EN LA reunión pasada, y también en la que precedió, un texto del apóstol; y en eso gastamos el' discurso íntegro. Pues bien: ahora nos hemos propuesto continuar ocupándonos del mismo texto. Y de propósito lo hacemos así para utilidad vuestra y no para ostentación nuestra. Vuelvo a tratar la misma materia, no para mostrar mi facundia ni mi omnisciencia, sino para descubriros la sabiduría de Pablo y excitar vuestra presteza. Mucho más brillará la profundidad de su inteligencia, si con sola una palabra nos abre tantos raudales de sentencias. Y por parte vuestra, en cuanto aprendáis que de una palabra del apóstol se pueden sacar indecibles riquezas de sabiduría, leeréis luego sus cartas ya no de corrida, sino que examinaréis con diligencia exquisita y gran empeño cada una de sus frases, llevados por la dicha esperanza.

Si una de sus sentencias nos ha dado materia para un discurso durante tres días ¿cuan grande tesoro pensáis que nos daría cualquiera de sus perícopas empeñosamente meditada y tratada? ¡No nos cansemos, pues, hasta haber recogido todo el fruto que resta! Si los cavadores en las minas de oro, aun habiendo sacado ya una cantidad de riquezas tan abundante como se quiera, no desisten hasta haber agotado la veta del metal, conviene que nosotros pongamos una diligencia mucho mayor que la de ellos en examinar las divinas palabras. ¡También nosotros andamos sacando oro, no ciertamente sensible sino espiritual; porque trabajamos en minas no de la tierra sino del Espíritu Santo! Las cartas de Pablo minas son y fuentes y ríos del Espíritu Santo. Son minas, puesto que nos proporcionan riquezas más preciosas que el oro. Son fuentes porque nunca se agotan, sino que cuanto más sacares, tanto y mucho más continuamente fluyen.

Puede bien declarar esto con clara evidencia el tiempo que ha transcurrido. Desde que Pablo existió han pasado ya quinientos años; y durante todo este lapso, muchos comentadores y muchos doctores e intérpretes, sacaron de aquí abundancia de materias; y sin embargo, no pudieron agotar las riquezas que en las cartas se encierran. Semejante tesoro no está expuesto a la percepción de los sentidos; y por semejante motivo no se consume aunque sean infinitas las manos que de aquí saquen, sino que al revés se aumenta y multiplica. Pero ¿qué digo de los que antes existieron? ¡Cuántos otros que luego vendrán harán discursos, y luego otros después de ellos; y a pesar de todo, no se acabarán las riquezas que de las cartas brotan como de fuente, ni se agotará esta mina de nuevo género! ¡Son riquezas espirituales y por su misma naturaleza en absoluto no pueden acabarse!

Pero, en fin: ¿cuál es el dicho del apóstol?: Teniendo un mismo espíritu de fe, como está escrito: Creí y por eso hablé. Anteriormente examinamos el motivo de que dijera el mismo Espíritu. Pero hasta ahora hemos presentado sólo un motivo, es a saber: para demostrar que el Antiguo y el Nuevo Testamento consuenan. Porque cuando se constata que el mismo Espíritu de fe movió la lengua de David y dijo: Creí por lo cual hablé, y obró en el alma de Pablo, suficientemente aparece el parentesco entre los profetas y los apóstoles; de donde se sigue haber gran concordancia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Mas, para no molestaros con repetir otra vez lo mismo, vengamos a exponer otro motivo de que dijera el mismo, puesto que ya hemos expuesto una de las causas. Pero es necesario que despertéis vuestra atención porque el sentido que voy a declarar a vuestra caridad necesita de ánimo perspicaz y de agudo entendimiento. Os ruego, pues, que pongáis gran atención para escuchar lo que se os va a decir. La ganancia es vuestra y el trabajo es nuestro. O mejor dicho es don del Espíritu Santo que, al revelar sus secretos, ni el que habla ni el que escucha se fatiguen. Gran facilidad hay en la revelación. Atended, pues, con diligencia, porque aun cuando captéis con el oído la mayor parte de la explicación, con un poco que dormitéis, ignoraréis el todo por haber perdido un poco del contexto.

Así como a los que ignoran un camino y necesitan guías, aunque durante largo tiempo lo hayan seguido, si por desidia pierden de vista, aunque sea sólo por unos momentos, de nada les aprovecha el haberlo seguido hasta aquel punto; sino que tienen que detenerse, por no saber por qué parte han de proseguir, así quienes atienden al que habla, aun cuando hayan captado su enseñanza con atención, si solamente escuchan un poco y a la ligera, pierden la conexión y no logran enhilar hasta el fin el sentido de las sentencias. Pues para que no nos acontezca lo mismo, atended con igual empeño a todo lo que vamos a decir, hasta que lleguemos al término.

Debiendo explicar la razón de que diga el apóstol: Teniendo el mismo Espíritu de je, porque quería indicar que la fe en ambos Testamentos es la madre común de todos los bienes, tomemos ahora el agua de más arriba, porque así más claramente aparecerá el motivo de su dicho. ¿Cuál es? Al tiempo en que tales palabras se decían, una guerra terrible rodeaba a los fieles: ¡guerra grande y sin cuartel! Ciudades enteras y pueblos, por todas partes se levantaban contra ellos, y todos los tiranos les preparaban asechanzas, y los reyes meditaban en su contra la batalla, y se movían las armas y se aguzaban las espadas y se ponían en orden los ejércitos y se inventaban todos los géneros de penas y suplicios. Vino enseguida la confiscación de los bienes, luego las cárceles, las muertes diarias, los tormentos, las ligaduras, el fuego, el hierro, las fieras, los patíbulos, las ruedas, los abismos, los precipicios y todo cuanto se podía discurrir para ruina de los creyentes.

Y la guerra no se contuvo dentro de semejantes límites; porque no la movían únicamente los enemigos, sino la naturaleza encolerizada contra sí misma. Los padres ponían asechanzas a sus hijos; las hijas aborrecían a sus madres; los amigos odiaban a los amigos; y la guerra se infiltraba incluso entre parientes y familiares ocultamente, de manera que por todo el orbe habitable de la tierra, había enorme tumulto y desorden. Y a la manera que la nave, cuando se encrespan las olas y se aglomeran las nubes y se desatan los rayos y por todas partes la rodea la oscuridad y el mar anda enfurecido y sus monstruos alborotados; y al mismo tiempo la combaten los piratas y sus patrones andan en discordias, de ninguna manera puede salvarse a no ser que la diestra de lo alto, grande y poderosa, aparte los peligros y apacigüe las tempestades y vuelva la calma a los que navegan, así acontecía en aquellos principios con la predicación.

Porque no únicamente combatía a los creyentes la tempestad exterior, sino que, con frecuencia, tenían que luchar con las internas discordias. ¿Quién lo asegura? Pablo, que escribe y dice: ¡Por fuera luchas, por dentro temores! Y que esto fuera verdad, y que igualmente los doctores y los discípulos estuvieran rodeados de males, y que la guerra alcanzara por igual a todos, nuevamente lo testifica Pablo, y os aduzco su testimonio. A vosotros toca recordar todo lo que os he dicho, para que, una vez conocidos los peligros y las tentaciones y las contrariedades que en aquellos tiempos padecían los fieles, deis gracias a Dios más abundantes; puesto que puso fin a tan infinitas desgracias; y tras de haber apartado la guerra nos ha concedido una tranquilísima paz: ¡todo para que nadie escape de la pena de su pereza, ni se engría con su vida virtuosa!

Porque no es lo mismo que te mantengas en pie cuando estás combatido por todas partes y oprimido por innumerables desgracias, a que ahora, sentado en el puerto y puesto en suma seguridad, muestres mucha firmeza de alma. La situación de aquellos fieles en nada era mejor que la de quienes van navegando agitados por las olas y en un mar alborotado. Nosotros en cambio, vivimos con mayor seguridad que quienes han llegado al puerto y rehacen sus fuerzas y se entregan al descanso. En consecuencia, ni por nuestra vida virtuosa nos hemos de ensoberbecer, ni tampoco ceder a las tentaciones, ni abusar de la seguridad de la Iglesia para entregarnos a la pereza. Más bien, vivamos sobria y vigilantemente. También nosotros tenemos guerra contra nuestras naturales concupiscencias. No se levantan en contra nuestra los hombres, pero se levantan los deleites de la carne. No nos acometen los reyes ni los tiranos, pero nos combaten la ira, el ansia de vanagloria, la envidia, la emulación y otras infinitas pasiones del mismo género.

Pues hemos quedado libres de las guerras de aquellos principios, cuidemos de no ser vencidos en estas otras. Tal fue la razón de haberos traído a la memoria las antiguas calamidades: para que quien ahora se encuentre afligido, saque de eso la debida consolación; y quien va en seguridad, como quien no ha sido aún ejercitado, comience desde luego una fuerte pelea contra perversos pensamientos. Porque todo aquello se ha escrito para nuestra exhortación y consuelo y paciencia. Y a propósito, nos vemos obligados a referiros y enseñaros de cuántas adversidades se encontraban rodeados los fieles de aquellos tiempos, no únicamente los doctores sino también los discípulos. Oye cómo la dice Pablo escribiendo a los hebreos: Recordad los días pasados, en los cuales, después de iluminados, soportasteis una grave lucha de padecimientos.

Pues no por tiempo corto, sino ya desde los comienzos de la predicación y enseñanza, se levantaron contra los fieles las tentaciones; desde que recibían el bautismo estaban expuestos a los peligros. Oye en qué forma: Dados en espectáculo a las públicas afrentas y persecuciones? Porque todos los escupían, los cargaban de oprobios, los burlaban, los vituperaban, los llamaban necios y locos, porque habiendo abandonado las patrias tradiciones y formas de vida antiguas, habían adoptado las nuevas invenciones: ¡cosas todas que tienen gran fuerza para conmover el ánimo, si la fe no se encuentra profundamente arraigada! No hay cosa que así moleste al alma como los oprobios; nada reblandece el pensamiento como los dicterios y las injurias. Y muchos varones mediante las afrentas fueron derribados.

Lo digo para que tengamos firme nuestra fe y confiadamente la afiancemos. Porque si aquellos fieles entre los oprobios de todo el universo no fueron derribados, con mucha mayor razón en nuestros tiempos hemos de mantener la fe confiadísima-mente, cuando ya el universo se ha vuelto favorable. Y que aquellos fieles hayan conservado su fe con paciencia no únicamente entre calumnias, afrentas y oprobios, sino que hayan soportado tales cosas con gozo, óyelo en las siguientes palabras. Porque dice Pablo: Pues recibisteis con alegría el despojo de vuestros bienes. ¿Veis cómo en aquellos tiempos a los fieles se les confiscaban sus posesiones? ¿cómo eran presa de cuantos quisieran dañarlos? ¡Así lo escribe Pablo a los hebreos!

Y acerca de los tesalonicenses atestigua más o menos lo mismo: Vosotros os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de grandes tribulaciones. ¿Miras cómo también éstos fueron afligidos y no de manera sencilla sino con gravísima aflicción? ¡Recia fue la tentación, continuos fueron los peligros, sin dárseles siquiera la menor posibilidad de respiro a quienes en aquellos tiempos estaban en la lucha! Y todo lo soportaban y llevaban no con impaciencia y decaimiento de ánimo, antes bien con alegría y contento. ¿Cómo se demuestra? Por el mismo apóstol que tras de haber dicho con tribulación grande añadió y con gozo del Espíritu Santo. De manera que la tentación les acarreaba aflicciones, pero sin embargo se gozaban, al pensar en el motivo por el que eran probados. Suficiente consuelo les resultaba el saber que tales cosas las padecían por Cristo.

Por eso ya no me espanta que entonces fueran afligidos, sino el que se gozaran de ser afligidos y atribulados por Cristo. Propio es de almas generosas y encariñadas con Dios, el soportar las aflicciones y las contrariedades. Pero el sufrir generosamente las tentaciones y además dar gracias a Dios porque las permite, propio es de la más alta fortaleza y de almas vigilantes que se han hecho superiores a todos los humanos afectos. Ni sólo en este lugar sino en otros también, declarando Pablo cuan graves calamidades padecieron los fieles de aquellos tiempos de parte de sus familiares y parientes -porque era esto lo más grave de todo- se expresa así: Os habéis hecho imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús de Judea. ¿Por qué imitadores? Pues habéis padecido de vuestros conciudadanos lo mismo que ellos de los judíos. ¡He aquí la guerra intestina que hace aún más graves los padecimientos!

Si fueras mi enemigo lo habría soportado: ¡eres tú, un otro yo, mi íntimo! 9 Esto sucedía a David en figura. De manera que aquellos fieles necesitaban de grandes consuelos. Y como Pablo viera esto, y que quienes estaban a su cuidado padecían tan graves trabajos y sudores a causa de estar oprimidos por calamidades tan recias y que apenas soportaban golpes sobre golpes, observa con cuan variadas formas los anima. Ahora les dice estas palabras: Pues es justo a los ojos de Dios retribuir con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros los atribulados con descanso en compañía nuestra. Ahora estas otras: Cerca está el Señor, por nada os inquietéis Ya les dice: No perdáis vuestra confianza, que tiene gran recompensa. Porque tenéis necesidad de paciencia para que cumpliendo la voluntad de Dios alcancéis la promesa. Luego los fortalece para que tengan paciencia. Porque aún un poco de tiempo y el que llega vendrá y no tardará. Como a un niño que llora y se enfada porque busca a su madre, alguno sentado junto a él lo consuela y le dice: ¡espera un poco y enseguida vendrá tu madre! así Pablo, como advirtiera a los fieles de su tiempo, molestos y quejosos y anhelando la venida de Cristo, a causa de la intolerable fuerza de los males, para consolarlos les dice: Porque aún un poco de tiempo y el que llega vendrá y no tardará.

Por lo dicho, queda manifiesto que los discípulos de todos lados eran afligidos y padecían males sin cuento y eran perseguidos como corderos entre lobos. Mas, para que veáis que los doctores padecían no menores sufrimientos, sino mucho mayores -pues cuanto más apesadumbraban a los enemigos de la verdad tanto más eran perseguidos por muchas gentes-, oigámoslo del mismo que nos declaró lo anterior. Escribiendo a los de Corinto, les dice así: En nada demos motivo de escándalo, para que no sea vituperado nuestro ministerio, sino que en todo nos mostremos como ministros de Dios en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias, en azotes, en privaciones, en tumultos, en trabajos, en vigilias, en ayunos.

¿Has observado cuán grande cantidad de luchas enumera y cuan continuas tentaciones? Pues de nuevo, escribiendo a los mismos, les dice; ¿Son ministros de Cristo? ¡Hablando en locura mucho más lo soy yo! Y luego, queriendo persuadirnos ser mucho mejor padecer por Cristo que hacer milagros, y poniendo las pruebas de su apostolado, y demostrando que se le había de preferir a otros apóstoles - ¡no apóstoles, sino seudo-apóstoles!-, no toma la prueba y demostración de los milagros que había hecho sino de los peligros en que se había encontrado, y escribe de esta manera: En muchos trabajos, en muchos azotes, en muchas prisiones, en frecuentes peligros de muerte. Cinco veces recibí de los judíos azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas, una vez fui apedreado, tres veces padecí naufragio,, un día y una noche pasé en los abismos del mar. Muchas veces en viajes me vi en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi linaje, peligros de los gentiles, en trabajos y miserias, en prolongadas vigilias, en hambre y sed, en frío y desnudez, esto sin hablar de mis diarios cuidados de los negocios exteriores.

¡Tales son los caracteres que distinguen a los verdaderos apóstoles! Milagros también hicieron muchos otros, pero no les aprovechó haberlos hecho; puesto que tras de los milagros hubieron de oír aquellas palabras: ¡Apartaos! ¡no os conozco a vosotros, obradores de la iniquidad! En cambio jamás escuchará semejantes palabras ninguno de los que pueden contar de sí mismos lo que Pablo ha contado de sí, sino que confiadamente subirán al cielo y gozarán de los bienes celestiales.

¡Quizá os ha parecido larga nuestra digresión! Pero no tengáis cuidado. No me he olvidado de mi promesa. Al punto volveré a ella. Pero no en vano nos hemos alargado en el asunto presente, sino para mejor probar nuestra enseñanza, mediante larga explicación, y al mismo tiempo para mejor consolar a las almas afligidas. Que todos los que se encuentran en peligros y pruebas, salgan de aquí llevando el suficiente consuelo, pues han sabido que por medio de semejantes tribulaciones se hacen compañeros de Pablo, o mejor dicho, de Cristo Señor de los ángeles. Quien en este siglo participe de sus tribulaciones, en el otro será participante de su gloria.

Dice Pablo; Si padecemos con El, es para ser con El glorificados. Y también: Si sufrimos con El, con El reinaremos. Porque es en absoluto indispensable que los fieles sean oprimidos con tribulaciones: Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones. Y luego: ¡Hijo mío! ¡si te das al servicio de Dios, prepara tu ánimo a la tentación! ¡Ten recto tu corazón y persevera! ¡Hermosas promesas por cierto! ¡caer en tribulaciones ya desde los principios! Pero al mismo tiempo ¡egregia exhortación y consolación excelente, que ya desde los principios se haya de gustar la tribulación! ¡Verdaderamente egregia y a la vez admirable y sumamente gananciosa!

¿Cómo puede ser? ¡Oye lo que sigue! Pues como el oro se prueba en el fuego, así los hombres gratos a Dios, en el crisol de la tribulación.. Eso que dice debes entenderlo de la manera siguiente. Así como el oro probado con el fuego resulta más puro, del mismo modo el alma que anda entre peligros y adversidades, se vuelve más alegre y más esplendente mediante tales sufrimientos y deja el moho y mancha del pecado. Por eso al rico del Evangelio decía el padre Abrahán: Lázaro recibió sus males mientras que tú recibiste tu consuelo.

Y Pablo, escribiendo a los de Corinto, les dice: Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles y muchos dormidos. Si nos juzgásemos a nosotros mismos no seríamos juzgados. Mas juzgados por el Señor, somos corregidos para no ser condenados con este mundo."

Por igual motivo al fornicario de Corinto lo entregó Pablo a la ruina de la carne, para que el espíritu fuera salvo; demostrando así que mediante la prueba presente se opera la salud, y que los peligros son la más excelente purificación del alma para quienes los llevan con nacimientos de gracias. En conclusión: que los fieles hayan sufrido tribulaciones infinitas y mil calamidades -lo mismo los discípulos que los maestros- y que no hayan tenido ni el menor descanso, rodeados como estaban por todas partes de guerras diversas y de todo género, suficientemente queda probado por nuestro discurso. Los empeñosos pueden recoger en las Sagradas Escrituras muchos otros testimonios de lo mismo. Sólo nos resta aplicar estas cosas a lo que nos hemos propuesto.

¿Qué fue lo que nos propusimos? Investigar el motivo de que Pablo dijera: Teniendo un mismo espíritu de je. ¿Por qué lo dijo? Perturbaba a los discípulos el que al presente sufrieran pesadumbres, mientras que los bienes sólo los veían en esperanza. Los peligros estaban encima. Los bienes distaban aún mucho. Las aflicciones estaban en marcha. Los bienes aún se esperaban. Pero ¿cómo es de maravillar que al principio de la predicación a algunos aconteciera lo que suele acontecer a muchos aun después de largo tiempo de escuchar la predicación, y cuando el Evangelio ha sido anunciado ya por toda la tierra, y después de tantas pruebas y demostraciones de la verdad de las promesas?

Mas no era eso lo único que aterrorizaba a los antiguos fieles, sino otra cosa menor. ¿Cuál? Pensaban que en el Antiguo Testamento las cosas humanas no se habían gobernado del mismo modo, sino que los justos al punto habían recibido el premio de sus virtudes, por llevar una vida moderada y virtuosa. Pensaban que todas las promesas se les habían cumplido no después de la resurrección de los cuerpos ni en la vida futura, sino acá en la vida presente. Porque dice la Escritura: Si amares al Señor Dios tuyo, te irá bien y Dios multiplicará tus bueyes y tus rebaños de ovejas. No habrá estériles en ti ni en tus ganados, alejará las enfermedades y no habrá dolencia. Mandará la bendición que te acompañe en tus graneros, abrirá el cielo y te dará la lluvia por la mañana y por la tarde. La trilla se prolongará entre vosotros hasta la vendimia y la vendimia hasta la sementera?

Muchas otras cosas como éstas les prometió que se cumplirían en la vida presente. Creo que si alguno es despierto de ingenio, ya estará previendo la solución. Puesto que la salud corporal, la fecundidad de los campos, la bondad y abundancia de hijos, la ancianidad feliz, la excelente sucesión de las estaciones del año, la copia de trigo, la oportunidad de las lluvias, la opulencia en manadas de bueyes y greyes de ovejas, y en fin toda clase de bienes se les prometían para la vida presente y en cambio no se les ponía delante cosa alguna de la vida futura que hubieran de esperar, considerando tales cosas los fieles primeros, y que sus antepasados tenían delante toda clase de bienes, mientras que ellos las coronas las tenían solamente prometidas y preparadas, y que el cumplimiento de las dichas promesas dependía de su fe, finalmente se cansaban y decaían de ánimo, como quienes necesariamente habrían de pasar su vida íntegra en tribulaciones.

Pablo, por su parte, veía todo esto, y la grandeza de los males que amenazaban, y que Dios les había prometido la recompensa de los trabajos para después de la muerte, mientras que a los patriarcas del Antiguo Testamento les había concedido las recompensas en esta vida; y veía también que por semejantes pensamientos nacía en los fieles gran desidia; al mismo tiempo para animarlos y enseñarlos acerca de que en los tiempos de los padres antiguos y patriarcas había habido la misma providencia y manejo de las cosas humanas, y que muchos habían recibido la recompensa solamente en fe y esperanza y no en cosas presentes, les trajo a la memoria aquella palabra del profeta: Teniendo un mismo Espíritu de fe, como está escrito: Creí y así hablé. Casi como si les dijera: también David, el egregio y admirable profeta, recibió en fe su recompensa y no la experimentó en la vida presente.

Porque la fe se refiere a las cosas que se esperan y no a las que se ven; puesto que lo que alguno ve ya no lo espera. Si pues creyó, sin duda creyó en las cosas que esperaba. Y si creyó en las cosas que esperaba, y las cosas que esperaba no se veían, indudablemente se sigue que no había recibido acá lo que había creído. Y por tal motivo decía Pablo: Teniendo el mismo Espíritu de fe. Es decir, aquella misma fe que existió en el Antiguo Testamento, es la misma que tenemos nosotros. Por lo mismo en otro lugar se expresa acerca de los santos de aquel tiempo en la forma siguiente: Anduvieron errantes, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, necesitados, atribulados, maltratados, aquellos de quienes no era digno el mundos y luego, explicando cómo aquéllos no habían recibido la recompensa, aunque habían padecido calamidades, añade estas palabras: Todos estos murieron en su fe y no alcanzaron la promesa, sino que la saludaron solamente contemplándola desde lejos.

Advierte la sabiduría de Dios, que desde lejos les muestra los premios, y cómo no se los concedió desde luego, para que fuera mayor la prueba de su paciencia. Y se los mostró desde lejos, para que animados con esta esperanza, ni siquiera sintieran los trabajos presentes. Quizá alguno de los que con mayor intensidad me atienden, piense que estamos diciendo cosas contradictorias. Porque dirá: Si ni a los antiguos se les dieron al punto las recompensas y bienes ¿para qué alargarse tanto en el discurso enumerando las estaciones del año, la salud corporal, la bondad y abundancia de hijos, la copia de trigo, la abundancia de frutos, las manadas y las greyes y la felicidad entera del vivir?

¿Qué responderemos de esto? Que Dios, en aquel tiempo, se hubo de una manera con el vulgo más tardo e ignorante, y de otra con las almas generosas y que ya en el Antiguo Testamento meditaban en la sabiduría que en él se contiene. A la multitud, que se arrastraba por la tierra, y no era capaz de altas contemplaciones, ni de llevar la esperanza hasta el goce de los bienes futuros, les presentó bienes de la vida presente, atendiendo a su debilidad e ignorancia, y llevándolos por este camino al ejercicio de la virtud y al deseo de una vida honesta. En cambio, a Elías, Eliseo, Jeremías e Isaías, y en una palabra a los profetas todos y a cuantos pertenecían al grupo de los varones santos y excelentes, los llamaba al cielo y a los bienes que están allá preparados para los escogidos.

Y así Pablo no puso en la cuenta a todos, sino solamente a los que anduvieron vestidos de pieles de oveja y de cabra, y fueron arrojados a los hornos o encadenados con ataduras y destrozados, lapidados, o padecieron hambre y necesidad, y vivieron en las cavernas y en los huecos de la tierra, y en los desiertos, y sufrieron males infinitos. Y finalmente terminó diciendo cómo todos murieron en su fe, sin haber recibido la recompensa, dándonos a entender que no trataba del vulgo judío, sino de los varones como Elías o que a Elías se acercaban por la semejanza. Porque, como hubiera dicho: Murieron todos éstos en su fe sin haber recibido la recompensa, añadió: porque Dios tenía provisto algo mejor sobre nosotros, para que sin nosotros no llegasen ellos a la perfeccioné

Como si dijera: común es la fiesta, porque de esto se sigue mayor placer, siendo todos coronados al mismo tiempo. Lo mismo se hace en los certámenes olímpicos: el luchador, el púgil, el que vence en el pancracio, llevan a cabo su certamen en tiempos diferentes, pero todos son pregonados vencedores al mismo tiempo. Lo mismo acontece en los banquetes. Si alguno de los comensales llega con antelación y hay otros que se tardan, los que ofrecen el banquete ordenan a los presentes que, en honor de los ausentes, se esperen hasta que lleguen los que aún no se han presentado. De igual modo procedió Dios. Como hubiera invitado al común banquete espiritual a los elegidos de todo el orbe de la tierra y en diversos tiempos, ha ordenado que quienes llegaron primero esperen a los que luego han de llegar, para que así, estando ya todos presentes y juntos, tengan todos al mismo tiempo el mismo placer.

Considera cuán grande honor se acrecienta de que Pablo y los fieles de su tiempo, y Abrahán y sus contemporáneos, y tantos otros que durante tantos siglos pelearon y combatieron antes que Pablo, estén ahora sentados y en espera hasta que también nosotros hayamos sido probados. Y que no haya recibido aún Pablo su corona, ni alguno de los que ya desde el principio agradaron a Dios; más aún, que ni la hayan de recibir hasta que se junten todos los que han de ser coronados, oye cómo lo dice Pablo: He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. Ya me está preparada la corona de justicia, que me otorgará en aquel día el Señor, justo Juez. ¿Cuándo?: en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que aman su venida.? Y en otra parte, al explicar cómo los bienes eternos se otorgarán a todos a la vez, escribe a los tesalonicenses: Porque justo es a los ojos de Dios retribuir con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros los atribulados, con descanso en compañía nuestra. - Y luego: Nosotros los vivos, los que quedamos para la venida del Señor, no nos anticiparemos a los que durmieron. Por medio de todas estas explicaciones nos enseña convenir que todos y a la vez en común recibamos el fruto y posesión de la honra en el cielo.

Mas también a quienes nos precedieron les causa semejante cosa gran placer: el gozar juntamente con sus miembros aquellos bienes inefables. El padre que dispone una mesa exquisita y opípara, goza de más intenso placer cuando la puede disfrutar conjuntamente con todos los miembros de la familia. Y cierto que los padres naturales no tienen tan grande afecto para con sus hijos, cuanta es la solicitud que aquellos justos tienen por los que han caminado por el mismo camino de la virtud que ellos. De modo que a fin de ser nosotros contados en el número de los que entonces serán honrados, esforcémonos en alcanzar a esos santos.

Preguntarás tal vez ¿cómo podremos alcanzarlos? ¿quién nos indicará la senda que hasta ellos conduce? Lo hará el mismo Señor de los santos, el cual nos enseña no únicamente el modo de alcanzarlos, sino también cómo nos haremos compañeros de habitación y amigos de todos ellos. Porque dice: Haceos amigos con las riquezas injustas, para que cuando éstas falten os reciban en los eternos tabernáculos. Bellamente dijo eternos; pues en este siglo, aun cuando tengas una hermosa mansión, al fin y al cabo se envejece y acaba. Más aún: antes de que la mansión se acabe, se presenta la muerte y te arroja de tu magnífico domicilio. Y muchas veces, aun antes de la muerte, la desgracia en los negocios, los asaltos de los calumniadores, las asechanzas, hacen que de él seas arrojado. En cambio, en aquella otra mansión no hay nada de eso que puedas temer: ni corrupción, ni muerte, ni ruina, ni daños de parte de los que calumnian, ni nada semejante, sino que tu domicilio será inconmovible e inmortal. Por esto lo llamó eterno. Y dice: Haceos amigos con las riquezas injustas.

¡Observa cuán grande es la bondad del Señor y cuan inmensa su benignidad y mansedumbre! Porque no a la ventura añadió tales palabras. Como la mayor parte de los ricos han aglomerado sus riquezas mediante la rapiña y el fraude, dice; ¡mal hecho estuvo, y no debías juntar por tal camino tus riquezas! Pero una vez que las juntaste, cesa de la rapiña y del fraude; y usa de tus dineros para lo que necesitas. No es que yo te ordene ser misericordioso mediante el robo; sino que te abstengas del fraude y uses de las riquezas para humanidad y misericordia. Porque si no desistes de la rapiña, lo que des no será limosna. Pues aun cuando pongas en manos de los pobres infinitos dineros, si no te abstienes del fraude y la rapiña, serás contado ante Dios entre los homicidas.

Es, pues, indispensable abstenerse del robo, y luego ser misericordioso con los pobres. Grande es la fuerza de la limosna, y de ésta tratamos entre vosotros en la anterior reunión; pero también ahora trataremos. Ni vaya a pensar alguno de vosotros que semejante insistencia en la admonición equivale a una acusación de mis oyentes. En los certámenes, los espectadores excitan sobre todos a quienes van ya más cercanos a la meta y parecen tener más seguras esperanzas de victoria. Por mi parte, pues veo que con gran prontitud escucháis la exhortación acerca de la limosna, también con mayor alegría la continúo.

Los pobres son médicos de nuestras almas y bienhechores y protectores. Porque no es tanto lo que das como lo que de ellos recibes. Das dineros y recibes el reino de los cielos; alivias la escasez y te reconcilias con Dios. ¿Ves cómo la recompensa no es igual al gasto? Porque tus dineros son cosas terrenas, éstas otras son celestiales. Aquéllos son perecederos, éstas son permanentes. Aquéllos se corrompen, éstas no tienen peligro de corrupción. Por tal motivo nuestros mayores pusieron a los pobres a las puertas de las iglesias, para que la vista misma de los necesitados excite a la limosna aun al más inhumano y desidioso.

Porque donde están los grupos de los ancianos encorvados, andrajosos, escuálidos, sucios, con báculos en las manos, sobre los cuales con dificultad se sustentan, a veces ciegos, o bien mutilados de varios miembros del cuerpo ¿quién hay tan de piedra, quién tan de diamante que pueda mantenerse inmutable y sin compasión ante su ancianidad, su debilidad, su ceguera, su pobreza, su vestido vil, y tantas otras cosas que mueven a condolerse? De manera que por semejante motivo se encuentran a nuestras puertas y excitan a la beneficencia a quienes acá entran, con su presencia sola, aún más de lo que pudieran hacerlo con sus palabras.

Como se acostumbra poner delante de los templos las fuentes para que quienes han de adorar a Dios puedan levantar sus manos purificadas de antemano mientras oran, así nuestros mayores colocaron a los pobres a la entrada de los templos, a la manera de fuentes, para que así como lavamos con agua nuestras manos, del mismo modo, lavada previamente el alma mediante la beneficencia, luego derramemos nuestras preces delante del Señor. No es el agua tan apta para lavar las manchas del cuerpo, como la limosna para lavar las impurezas del alma. Por consiguiente, así como no te atreves a entrar a la oración, sin haberte lavado las manos, a pesar de ser esto una falta pequeña, del mismo modo no te acerques nunca a la oración sin haber hecho limosna.

Con frecuencia, aun teniendo las manos limpias, sin embargo, no las tendemos a Dios, si primero no nos lavamos de nuevo: ¡tan poderosa es la costumbre! Pues lo mismo hay que hacer acerca de la limosna. Y aunque no tengamos conciencia de ningún pecado mortal, sin embargo, conviene lavar el alma mediante la limosna. Muchas manchas has contraído en el foro: irritaste al enemigo, has obligado al juez a hacer algo que no está bien, con frecuencia has dicho palabras descompuestas, o cometiste alguna falta por no desagradar a tu amigo, o contrajiste quizá otras manchas en abundancia, como suelen los hombres que acostumbran el foro, están en los tribunales, administran la cosa pública. Y luego te acercas a suplicar a Dios el perdón de todo. Pues da de tu dinero a los pobres y así lava esas manchas a fin de que luego, cuando suplicas, ruegues con confianza al que puede perdonarte semejantes pecados.

Si te acostumbras a no entrar a este sagrado recinto sin haber dado limosna, en adelante ya no te abstendrás voluntariamente ni harás forzadamente bien semejante: ¡tan poderosa es la costumbre! Y así como jamás toleras, como quiera que anden las cosas, el orar sin haberte lavado las manos, una vez que has adquirido la costumbre, lo mismo te sucederá con la limosna si te pones tú mismo esta ley: ¡queriendo y aun sin querer la cumplirás diariamente, impulsado por la costumbre adquirida! Fuego es la oración sobre todo cuando sale de una alma sobria y vigilante; pero este fuego necesita del óleo para poder levantarse hasta la bóveda del cielo. Y el óleo con que has de alimentar el fuego es la limosna. Ponle semejante óleo en abundancia, a fin de que avivado con tu buena obra, más alegremente lleves a cabo tu oración.

Así como los que no tienen conciencia de ninguna buena obra no pueden orar con confianza, así quienes hicieron algo bueno y luego se dirigen a la oración, van alegres con la memoria de sus buenas obras y ofrecen con mayor presteza sus súplicas. Con el objeto, pues, de que nuestras oraciones también por este motivo sean más eficaces, después que nuestra mente se haya despertado con el recuerdo de la limosna hecha, acerquémonos al Señor para orar; y mantengamos bien en nuestra memoria y con empeño todo lo dicho. Pero antes que nada mantengamos la figura de los pobres que, como os dije, se presentan a las puertas de los templos para hacer respecto del alma el oficio que las fuentes hacen respecto del cuerpo. Si mediante tal recuerdo lavamos sin cesar nuestra mente, podremos alzar a Dios limpias nuestras preces, y alcanzar de Él una inmensa confianza y favor, y conseguir el reino eterno, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.



CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.