CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

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XVIII: Homilía primera acerca de la traición de Judas;

y acerca de la Pascua y de la dispensación de los divinos misterios y de no recordar las injurias. En la santa y grande feria quinta.

(Dos son las Homilías sobre la traición de Judas, muy semejantes y en muchos pasos iguales hasta en las palabras. La segunda la pronunció el año mismo en que dijo las 32 primeras sobre el Génesis, aunque no sabemos qué año fue ese; y parece una ampliación o nueva redacción de la primera, de manera que de dos hizo una o de una hizo dos. De aquí la variedad grande que se observa en la redacción de los manuscritos. Por esto, sin establecer comparaciones que nos llevarían muy lejos y no tendrían provecho dada la finalidad de nuestras versiones, simplemente omitiremos la segunda. Es muy de notar el pasaje, que se encuentra en ambas Homilías, sobre la transubstanciación en la Eucaristía y la presencia real de Jesucristo en ella, y ha sido muy citado).

NECESARIA cosa es tratar el día de hoy con vuestra caridad de algunas pocas cosas. Por lo mismo lo haremos en breves palabras; mas no porque os resulte pesada la longitud del discurso. En verdad que no se puede encontrar otra ciudad más deseosa de escuchar sermones espirituales. De manera que no es ese el motivo para que digamos sólo pocas cosas, o sea el no causaros fastidio con lo largo de la exposición; sino porque hay otra causa de la brevedad. Estoy viendo a muchos fieles que se apresuran a la comunión de los venerandos misterios: por esto, a fin de que ni pierdan la participación de aquella mesa ni del todo les falte ésta, se hace necesario ponerles delante con moderación los manjares, para que de ambos lados os venga provecho. Y provistos de este como viático de doctrina, con el debido temor y temblor os acerquéis a aquella comunión veneranda y a la vez temible.

¡Hoy, carísimo, el Señor nuestro Jesucristo fue entregado! ¡Porque, en la tarde de este día, los judíos, tras de apoderarse de Él, se marcharon! Pero no te contristes al oír que Cristo fue entregado! ¡Contrístate y llora amargamente, pero no por Jesús sino por el traidor. Judas! ¡Porque el que fue entregado salvó al mundo, pero el traidor perdió su alma! ¡El que fue entregado está sentado a la diestra de Dios Padre en los cielos, mientras que el traidor ahora está en los infiernos soportando el inevitable suplicio! ¡Gime por causa de él y llora; por causa de él derrama lágrimas, pues por causa de él lloró Cristo! Porque como lo viera, dice el Evangelista, se turbó y dijo: uno de vosotros me va a entregaré

¡Oh! ¡cuan grande es la misericordia del Señor! ¡El traicionado llora al traidor!; ¡Como lo viera, dice el Evangelista, se turbó y dijo; uno de vosotros me va a entregar! ¿Por qué se entristeció? ¡Para al mismo tiempo mostrar su amor y enseñarnos que siempre debemos llorar no al que sufre el mal sino al que lo hace! Porque esto es peor que aquello. Más aún: aquello no es malo, es a saber el padecer el mal; sino el hacer el mal, esto es en absoluto lo malo. Padecer el mal nos gana el cielo; pero hacer el mal nos es causa de castigo y gehena. Porque dice El: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos

¿Ves cómo el sufrir los males tiene como premio y merced ganar el reino de los cielos? Pues oye cómo el obrar el mal trae consigo pena y castigos. Habiendo dicho Pablo a los judíos: mataron al Señor, persiguieron a los profetas, añadió: Cuyo fin será según sus obras. ¿Ves cómo los que padecen persecución alcanzan el reino de los cielos, mientras que los que persiguen se preparan la ira del Señor? Y estas cosas no las he dicho a la ligera, sino para que no nos irritemos contra nuestros enemigos, y los compadezcamos y lloremos y nos dolamos de ellos. Ellos son los que malamente padecen; es a saber, los que son nuestros enemigos, Si de esta manera templamos nuestro ánimo, incluso podremos orar por ellos. Por esto es ya el cuarto día en que os exhorto a que oréis por tos enemigos, a fin de que la doctrina se grabe más profundamente, apoyada en la frecuencia de la exhortación. Por esto, con frecuencia insisto en mis discursos a fin de arrancar el tumor de la ira y contener su ímpetu, para que aquel que viene a hacer oración se acerque sin ira.

Cristo nos exhortó a esto no únicamente en bien de los enemigos, sino también de nosotros los que perdonamos las ofensas de ellos. Más es lo que recibes que lo que das, cuando quitas la ira contra tu enemigo. Dirás: ¿cómo es eso de que mayor es lo que recibo que lo que doy? Si tú perdonas a tu enemigo, a ti se te perdonan los pecados que has hecho contra Dios; porque éstos insanables son y no merecen venia; mientras que aquéllos obtienen perdón y descanso de ellos. Oye a Helí quien decía a sus hijos: Si un hombre ofende a otro hombre, está de por medio Dios para juzgarlo; pero si el hombre ofende a Yavé ¿de quién puede esperar la intervención? De manera que esa llaga no se cura fácilmente ni aun con la oración. No se remedia con la oración, pero sí con el perdón de los pecados del prójimo. Por esto el Señor llamó a aquellos pecados contra Dios diez mil talentos, y en cambio a estos otros los llamó cien denarios. ¡Perdona pues los cien denarios a fin de que se te perdonen los diez mil talentos!

Pero ¡de orar por los enemigos ya hemos hablado bastante! ¡Volvamos si os place al asunto de la traición! ¡Veamos cómo fue entregado el Señor nuestro! Entonces se fue uno de los doce, llamado Judas Iscariote, a los príncipes de los sacerdotes, y les dijo: ¿qué me dais y yo os lo entrego? Parece claro esto que se ha dicho y que ya nada se sobreentiende. Pero si alguno cuidadosamente examina cada una de las cosas que se han dicho, daránle mucha materia de contemplación y le presentarán mucha profundidad de sentidos.

En primer lugar es de considerar el tiempo. Porque el Evangelista no simplemente lo indica, puesto que no dice solamente se fue, sino que añadió entonces; entonces se fue. Dime: ¿con qué ocasión y por qué motivo indica el tiempo así? ¿Qué quiere enseñarnos? Porque no a la ligera se dijo ese entonces. Hablando el Evangelista movido por el Espíritu Santo no hablaba en vano ni a la ligera. ¿Qué es pues ese, entonces? Antes de ese tiempo, antes de esa hora, se había acercado la meretriz con el vaso de alabastro con ungüento y había vertido sobre la cabeza del Maestro aquel óleo. ¡Grande cariño le mostró, grande fe, mucha obediencia y piedad! ¡Cambió su vida anterior, se hizo ella mejor y más temperante! Y cuando la meretriz se arrepentía y atraía al Señor hacia sí, entonces el discípulo traicionó al Maestro. Por esto el Evangelista dijo entonces, para que no acusaras al Maestro de debilidad cuando lo vieras traicionado por el discípulo. Porque tanta era la fuerza y virtud del Maestro, que aun a las meretrices las arrastraba a su obediencia. Dirás; ¿cómo es eso? El que pudo arrastrar a las meretrices ¿no pudo arrastrar al discípulo? Podía arrastrarlo, pero no quiso que éste obrara el bien por necesidad; no quiso arrastrarlo por la fuerza hacia sí.

Entonces se fue. También ese se fue, tiene alguna materia de contemplación. Porque, no llamado por los príncipes de los sacerdotes, no obligado por alguna necesidad, no coaccionado, sino espontáneamente y de su voluntad libre hizo el mal y concibió aquella traición, y sin tener ningún consejero de su maldad. Entonces se fue uno de los doce. ¿Qué significa eso de uno de los doce? El decir uno de los doce, muestra una terrible acusación contra él. Porque había otros discípulos de Jesús hasta el número de setenta. Pero éstos estaban en segundo lugar y no disfrutaban de tan grande honor, no participaban de tan grande confianza, no participaban de los misterios tanto como los doce. Estos eran los más aprobados, el coro regio, el escuadrón cercano a Cristo. Y de éste se separó Judas. Así pues, para que entiendas que no un simple discípulo lo traicionó, sino de los del escuadrón aprobadísimo, dice: uno de los doce.

¡Y no se avergüenza el que esto escribió, que fue Mateo! ¿Por qué no se avergüenza? Para que aprendas que ellos siempre dicen la verdad y no ocultan ni aquellas cosas que pueden serles de vergüenza. Porque esas mismas cosas que parecen vergonzosas, demuestran la benignidad del Señor que se dignó conceder tan grandes bienes a un traidor, a un ladrón, a un ratero, y lo soportó hasta la última hora. Lo exhortaba, lo amonestaba y tenía todo cuidado de él. De manera que si él no atendió, no fue culpa del Señor. ¡Testigo es la misma meretriz! Porque ella, por atender a sí misma, alcanzó la salud. Así que no desesperes mirando a esa meretriz; pero tampoco te fíes de ti mismo mirando a Judas. Porque ambas cosas son dañosas: el desesperar y el confiarse. La confianza echa por tierra al que estaba en pie; la desesperación impide levantarse al que ha caído. Por esto Pablo exhortaba con estas palabras: Así pues, el que cree estar en pie mire no caiga. Ejemplo tienes de ambas cosas: de cómo el discípulo, cuando creía estar en pie, cayó; y de cómo la meretriz se levantó cuando estaba caída. Nuestro ánimo es inclinado a la caída; nuestra voluntad es voluble: por esto es necesario que por todos lados nos aseguremos y amurallemos.

Entonces se fue uno de los doce, Judas Iscariote. ¿Ves de qué compañía se salió? ¿Ves qué doctrina despreció? ¿Ves cuan grave mal sean la pereza y la desidia? Judas, el que se llamaba Iscariote. ¿Por qué me recuerdas su patria? ¡Ojalá que ni a él mismo lo conociera yo! Judas que se decía el Iscariote, ¿Por qué nombras su ciudad? Porque había otro discípulo de sobrenombre Zelotes. Y para que no naciera un error por causa del mismo nombre, distinguió a éste de aquél: a aquél, por su virtud, lo llamó Zelotes; a éste no lo llamó por su maldad, porque no dijo Judas el traidor. Y eso que convenía, una vez que al otro por su virtud lo había llamado así, a éste lo llamara por su maldad, y dijera: Judas el traidor. Mas, para enseñarte a guardar pura tu lengua de la acusación, perdonó al mismo traidor. Se fue, dice, Judas Iscariote a los príncipes de los sacerdotes y les dijo: ¿qué me queréis dar y yo os lo entregaré? ¡Oh palabra execrable! ¿Cómo pudo salir de la boca? ¿cómo pudo mover la lengua? ¿Cómo no se entorpeció todo el cuerpo? ¿Cómo la mente no enloqueció?

¿Qué queréis darme y yo os lo entregaré? ¿Esto fue, dime, lo que te enseñó Cristo? ¿Acaso no decía: no queráis poseer oro ni plata ni dinero en vuestras bolsas para reprimir en ti esa ya antigua avaricia? ¿No era esto a lo que continuamente exhortaba? Y añadía además: ¡Si alguno te hiere en la mejilla derecha, preséntale la otra! ¿Qué queréis darme y yo os lo entregaré? ¡Oh necedad! ¿Por qué motivo, te pregunto, o por qué acusación pequeña o grande que puedas presentar, entregas al Maestro? ¿Acaso porque te dio potestad sobre los demonios? ¿porque curó las enfermedades? ¿porque sanó de la lepra? ¿porque resucitó a los muertos? ¿porque se opuso a la tiranía de la muerte? ¿Este pago le vuelves por semejantes mercedes? ¿Qué queréis darme y yo os lo entregaré? ¡Oh necedad! ¡o más bien, avaricia, pues tantos males engendró! ¡El, con el anhelo de aquélla, entregó al Maestro! Porque tal es esa mala raíz: a las almas de que se apodera las enloquece más que el demonio! Engendra, además, el desconocimiento de todo: de sí, del prójimo y de las leyes naturales, y finalmente saca a los hombres de toda razón y los vuelve furiosos y locos.

¡Observa cuántas conveniencias quitó del pensamiento de Judas! ¡La conversación, la convivencia, la compañía en la mesa, los milagros, la doctrina, la exhortación, las admoniciones: la avaricia lo arrojó al olvido de todas estas cosas! Con razón Pablo decía: ¡La avaricia es raíz de todos los males! ¿Qué queréis darme y yo os lo entregaré? ¡Grande es la necedad de esta palabra! ¿Entregas, dime, a quien todo lo domina, al que impera a los demonios, ordena al mar y es Señor de toda la naturaleza? Pues para reprimir esa arrogancia y manifestar que si no quisiera nunca sería entregado, oye lo que hace. Al tiempo mismo de su prisión, cuando lo acometían armados de palos, lámparas y teas, les dice: ¿A quién buscáis? De modo que ignoraban a quién habían de aprehender.

Tan lejos estaba lo de que Judas pudiera entregarlo, que ni aun estando presente El veía al que iba a entregar, a pesar de las teas y de tantas luces. Y dando a entender esto el Evangelista, dice que tenían lámparas y luces y no veían. Todos los días lo amonestaba Cristo y le manifestaba con palabras y con obras que eso de traicionarlo no se le podía esconder. Y no lo acusaba delante de todos y en público para no volverlo más impudente; pero tampoco callaba, a fin de que no se lanzara a la traición sin temor, si creía que se ocultaba. Y así, frecuentemente decía el Maestro: Uno de vosotros me ha de entregar? Y con todo no lo nombraba públicamente. Muchos discursos hacía acerca de la gehena y del reino; y en ambas cosas demostraba su poder ya en castigar a los pecadores ya en honrar a los justos; pero él todo eso lo despreció y Dios no lo atrajo a sí a la fuerza.

Porque nos hizo capaces de elección entre las buenas y las malas obras, quiere que libremente seamos buenos. Por esto, si no queremos, no nos obliga ni nos necesita: ¡porque el ser bueno a la fuerza, no es ser bueno! Y porque Judas era dueño de su libre albedrio y en su mano estaba el no obedecer y no inclinarse a la avaricia, por esto quedó ciego en su mente y traicionó a su propia salvación. Y dice: ¿Qué queréis darme y yo os lo entregaré? Acusando, pues, el Evangelista, su ceguedad y su locura, dice que al tiempo del prendimiento, Judas estaba junto con ellos: es decir, aquel mismo que les había dicho ¿qué queréis darme y yo os lo entregaré?

Pero no solamente por esto se ve el poder de Cristo, sino además porque al solo hablar El, retrocedieron y cayeron en tierra. Y como ni aun así desistieron de su desvergüenza, al fin El mismo se entregó. Como si les dijera: ¡Hice cuanto estaba de mi parte; declaré mi poder; os demostré que acometíais lo que no debía hacerse; pero, pues perseveráis en vuestra locura, por esto yo me entrego a mí mismo! Todo lo que precede lo he dicho con el objeto de que no acusaran algunos a Cristo, y dijeran: ¿Por qué no cambió el ánimo de Judas? ¿por qué no lo hizo temperante y moderado? Pero ¿cómo convenía hacerlo temperante? ¿por la violencia o por el libre albedrio? Si por la fuerza, ni así se haría mejor; porque nadie se hace mejor a fuerzas. Si por su libre albedrío y elección, Jesús puso todos los medios que podían corregir el libre albedrío y su elección.

Si Judas no quiso tomar la medicina no fue eso culpa del médico, sino suya, pues rechazó la medicina. Pues considera cuántas cosas hizo el Señor para atraerlo a mejores costumbres y volverlo al camino de salvación. Le enseñó toda sabiduría con las obras y con las palabras, le dio potestad sobre los demonios, le dio facultad de hacer muchos milagros, lo aterrorizó con la amenaza de la gehena, lo animó con la promesa del reino, le arguyó con frecuencia sus arcanos proyectos, y con todo al comprobárselos no lo descubrió en público, le lavó los pies como a los demás, lo hizo participante de su mesa y sus manjares : ¡nada ni pequeño ni grande omitió! Pero Judas voluntariamente permaneció sin enmienda.

Y para que entiendas que éste, aunque pudiera cambiarse, no quiso; sino que todo provino de su desidia, oye cómo, una vez que lo entregó, arrojó los treinta dineros y exclamó: ¡He pecado entregando la sangre justa! ¿Qué es esto? Cuando lo veías hacer milagros no decías: ¡Pequé entregando la sangre justa!, sino "¿Qué queréis darme y yo os lo entregaré?" Y cuando el mal fue adelante y la traición se llevó a cabo y el pecado se consumó, entonces conociste el pecado. ¿Qué aprenderemos de aquí? Que mientras estamos en la desidia, de nada aprovechan las admoniciones; mientras que cuando procedemos con empeño, podemos levantarnos con nuestra propia libertad.

Así le sucedió a éste: que cuando el Maestro lo amonestaba no lo escuchó; y en cambio, cuando ya nadie lo amonestaba, entonces su conciencia propia se conmovió, y se cambió sin que nadie le sirviera de Maestro, y condenó su propio crimen y arrojó los treinta dineros. ¿Qué queréis darme y yo os lo entregaré? Y le presentaron, dice el Evangelista, treinta dineros. ¡Y apreciaron así la sangre que no tiene precio! ¿Por qué recibes, oh Judas, los treinta dineros? ¡A derramar su sangre gratuitamente vino Cristo al mundo! Y tú ¿haces por El pactos y convenciones impudentes? Porque ¿qué cosa más impudente que ese contrato?

Entonces se acercaron los discípulos. ¡Entonces! ¿cuándo? ¡Al tiempo en que estas cosas se hacían; cuando se pactaba la traición; cuando Judas se perdía a sí mismo! Se acercaron a Él los discípulos diciéndole: ¿en dónde quieres que preparemos la Pascua? ¿Has observado a los discípulos? ¡Aquél entrega al Señor, éstos cuidan de la Pascua! ¡Aquél hace pactos, éstos preparan el ministerio! ¡Todos ellos, éste y aquéllos, habían brillado por sus milagros, habían enseñado la misma doctrina, estaban dotados de la misma potestad! ¿De dónde vino el cambio? ¡Del propósito! ¡Este es en todas partes la causa de los bienes y de los males! ¿Dónde quieres que te preparemos la comida de la Pascua? ¡Era entonces la tarde! Y porque el Señor no tenía casa, por esto le dicen: ¿Dónde quieres que te preparemos para comer la Pascua? ¡No tenemos hospedaje seguro, no tenemos tienda ni casa! ¡Aprendan aquellos que construyen magníficas casas y amplios pórticos y largos cercados, que Cristo no tuvo en dónde reclinar su cabeza! Por esto le preguntan: ¿En dónde quieres que te preparemos para comer la Pascua? ¿Cuál Pascua? No era aún la nuestra sino que por mientras era la de los judíos. Porque aquélla la prepararon los discípulos, pero la nuestra la preparó El personalmente. Ni sólo la preparó, sino que El mismo se hizo Pascua. ¿En dónde quieres que te preparemos para comer la Pascua?

Era aquella la Pascua judía, la que tuvo su comienzo allá en Egipto. Y ¿por qué motivo la comió Cristo? ¡Porque cumplió con todas las prescripciones legales! Así, cuando era bautizado, decía: ¡Así conviene que nosotros cumplamos toda justicia! Vino a redimir al hombre de la maldición de la Ley. Porque envió, dice Pablo, Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley y para derogar la Ley. Y para que no dijera alguno: la derogó porque no la podía cumplir, por ser ella pesada y onerosa y difícil, una vez que cumplió perfectamente todo lo que tocaba a la

Ley, entonces la derogó. Por esto, pues, celebró la Pascua; porque la Pascua era un precepto de la Ley.

Y ¿por qué la Ley ordenó comer la Pascua? ¡Ingratos eran para con su Benefactor los judíos; y apenas recibido el beneficio se olvidaban de los preceptos divinos! Por ejemplo: cuando apenas habían salido de Egipto, tras de ver dividido el mar y luego de nuevo compactado, y otros innumerables milagros, decían: ¡Hagámonos dioses que nos precedan! ¿Qué dices? ¡Aún están los milagros en las manos, como quien dice, y ya te olvidaste del bienhechor? Así pues: por ser ellos tan insensatos y desagradecidos, Dios los obligó, mediante festividades varias, a recordar sus dones. Y por esto les ordenó inmolar la Pascua. Con el objeto., dice, de que si tu hijo te preguntare ¿qué significa esta Pascua?, le respondas: porque nuestros mayores untaron con la sangre de un cordero, allá en Egipto antiguamente, las puertas, a fin de que al llegar el ángel vengador y verla no se atreviera a entrar y meter allá adentro el castigo.

Con esto, en adelante la fiesta fue un continuo recordatorio de la salvación. Ni solamente ganaban eso de que les recordara los beneficios antiguos, sino otra cosa mayor: el que les prefigurara lo futuro. Porque aquel cordero era figura de otro Cordero espiritual; y una oveja prenotaba a otra. Si aquél era la sombra, este otro era la verdad. Y cuando apareció el Sol de justicia, cesó la sombra: porque con el nacimiento del sol se disipan las sombras. Y por esto, en una y la misma mesa se llevaban a cabo ambas Pascuas, la tipo y la verdadera. A la manera que los pintores en una misma pintura pintan los contornos y dibujan las sombras y finalmente añaden la variedad de los colores, así hizo Cristo. En aquella sola mesa describió la Pascua antigua y añadió la verdadera. ¿En dónde quieres que te preparemos para comer la Pascua? Aquello era la Pascua judía. Pero, una vez que nace el sol, ya no debe dar luz la lámpara. Una vez que se acerca la verdad, apártense las sombras.

Esto lo digo para los judíos que creen celebrar la Pascua; y que con insensato consejo nos presentan los ázimos, ¡ellos los incircuncisos de corazón! ¿Cómo, te pregunto, oh judío, celebras la Pascua? ¡El templo fue arrasado, el altar desapareció, profanado está el Santo de los Santos y ha fenecido toda clase de sacrificios! Entonces ¿cómo te atreves a llevar a cabo lo que es ilegal? En otro tiempo marchaste a Babilonia; y los que te lleveron cautivo, te decían: ¡Cantadnos algunos de los cantares de Sión! Y tú te rehusabas. Y declarando esto David, decía: Junto a los ríos de Babilonia, ahí nos sentábamos, y llorando nos acordábamos de Sión. De los sauces de la orilla suspendimos nuestras cítaras. Es decir, el salterio, la cítara, la lira y todos los demás instrumentos músicos. Porque de ésos usaban antiguamente, y con ellos entonaban los salmos. Y al ir a la cautividad los habían llevado consigo, no para usarlos, sino para tener un recuerdo de las costumbres patrias. Porque ahí, los que nos habían llevado cautivos, nos pedían que cantásemos las palabras de nuestros cantares. ¿Cómo cantaremos los cánticos de Yavé en tierra extraña?

¿Qué dices? ¿No cantas el cántico del Señor en tierra extraña y en cambio celebras la Pascua del Señor en tierra extranjera? ¿Veis la ingratitud de alma? ¿Veis la iniquidad? Cuando había enemigos que los obligaban no se atrevían ni siquiera a cantar un salmo en tierra extranjera; y ahora en cambio ¿voluntariamente y sin que nadie los obligue ni les haga violencia, hacen guerra a Dios? ¿Veis cuan impuros son esos ázimos? ¿cuán ilegítima la festividad? ¿cómo esa Pascua judía no es Pascua verdadera? ¡Antiguamente existía una Pascua judía; pero ahora, ya desapareció por haber venido la Pascua espiritual que entonces nos dio Cristo!

Porque mientras comían y bebían ellos, dice el Evangelista, habiendo tomado Cristo el pan, lo bendijo, lo partió, y dijo: ¡Este es mi cuerpo que por vosotros se quebranta para remisión de los pecados! Los iniciados saben el sentido de lo que se dice. Y luego tomó el cáliz, y dijo: ¡Esta es mi sangre que será derramada por muchos, para remisión de los pecados! Y cuando esto decía, estaba presente Judas. ¡Este es, oh Judas,! el Cuerpo que vendiste por treinta dineros! ¡Esta es la sangre sobre la que tú pactabas hace poco con los impíos fariseos!

¡Oh benignidad de Cristo! ¡Oh demencia y locura de Judas! Porque él lo vendió por treinta dineros, pero luego Cristo no rehusó dar para remisión de sus pecados esa misma sangre al que la había vendido, si éste lo quisiera! ¡Presente estaba Judas y se hacía participante de la mesa sagrada! Porque así como Jesús lavó los pies a éste, lo mismo que a los otros discípulos, así éste fue participante de la misma mesa sagrada, a fin de que no le quedara lugar a excusas, caso de perseverar en su maldad. Porque el Señor, de su parte mostró y puso todo lo que le tocaba, pero aquél permaneció empedernido en su malvada determinación.

Pero se acerca ya el momento de llegarse a la veneranda mesa. ¡Acerquémonos, pues, todos con la debida reverencia y moderación! ¡Que nadie sea un Judas, nadie un malvado, nadie repleto de veneno, ni tal que una cosa revuelva en su boca y otra en el pensamiento! ¡Presente está Cristo! Ahora, aquel mismo que preparó aquella mesa nos ha preparado esta otra. Porque no es un hombre el que hace que las ofrendas se conviertan en el cuerpo y sangre de Cristo, sino el mismo Cristo que por nosotros fue crucificado. De pie está el sacerdote realizando la figura al proferir las palabras; pero la fuerza y la gracia de Dios son de Dios. ¡Este es mi cuerpo!, dice. Y con esta palabra transforma la ofrenda. Y a la manera que la voz aquella: ¡Creced y multiplicaos y llenad la tierra! P fue pronunciada una sola vez, pero perpetuamente da virtud a nuestra naturaleza para la procreación de los hijos, así esta voz, pronunciada una sola vez en la Iglesia en cada mesa, desde aquel tiempo hasta el presente, y hasta la venida de Cristo, hace el sacrificio perfecto.

Así pues, nadie se acerque con disimulo, nadie repleto de maldad, nadie con el pensamiento lleno de pecados, a fin de que no se haga participante para su condenación. Porque, en aquel otro tiempo, en cuanto Judas recibió la oblación, el diablo se apoderó de él, no precisamente burlándose del cuerpo de Cristo, sino burlándose de Judas por su impudencia. Y esto, para que conozcas que de aquellos, sobre todo, que participan indignamente de los sagrados misterios, con frecuencia se apodera el demonio; y se les mete, como entonces aconteció a Judas. Porque los honores ayudan a quienes son dignos de ellos; pero a quienes indignamente los disfrutan a ésos los arrojan a mayores suplicios.

Y no digo esto para aterrorizaros, sino para volveros más cautos. ¡Nadie pues se convierta en Judas; nadie se acerque inficionado con el veneno de la maldad! Porque el sacrificio es un espiritual alimento. Y así como el alimento corporal, cuando cae en estómagos cargados de humores malos, aumenta la enfermedad, no de su natural sino por la enfermedad del estómago, así sucede en los misterios espirituales: porque cuando caen en una alma repleta de iniquidad, más la corrompen y debilitan, no de su natural, sino por la enfermedad del alma del que los recibe. Nadie, traiga, pues, en su interior pensamientos malos; sino, al revés, purifiquemos nuestra mente; puesto que nos acercamos a un sacrificio limpio, santifiquemos nuestras almas, cosa que puede hacerse en un solo día.

¿Cómo y de qué manera? ¡Si algo tienes contra tu enemigo, depón la ira, cura esa llaga, acaba con la enemistad para que alcances confortamiento en la mesa sagrada. ¡Porque te acercas a un sacrificio venerando y santo! ¡Reverencia lo que está en esa oblación! ¡yace ahí Cristo muerto! Muerto ¿por qué motivo, por qué causa? Para hacer las paces entre el cielo y la tierra, y para hacerte amigo de los ángeles y reconciliarte con el Señor de todos; y para hacer de ti, ¡el enemigo suyo y adversario! un amigo. Dio El su vida por aquellos que lo odiaban ¿y tú guardas enemistades contra tu consiervo? Pero entonces ¿cómo podrás acercarte a la mesa de paz? ¿El no rehusó ni aun morir por ti y tú rehúsas perdonar la ira contra tu consiervo, y esto en bien tuyo? ¿Son dignas de perdón tales cosas?

Responderás: ¡me ha dañado, me ha perjudicado! Pero eso ¿qué significa? ¡Daño es de dineros, puesto que aún no te ha herido, como Judas a Cristo! Y con todo, Cristo, aquella sangre que derramó, la ofreció por la salvación de los mismos que la derramaron. ¿Podrás tú alegar algo semejante? ¡Si no perdonas a tu enemigo, no lo dañas a él, sino que tú mismo te dañas! Porque muchas veces has ofendido a Cristo en esta vida y te has vuelto indigno de perdón para la actuación en el juicio futuro; puesto que no hay cosa que más aborrezca Dios que a un hombre que no sabe olvidar las injurias; a un corazón hinchado y a un ánimo inflamado en ira. Porque oye lo que dice: ¡Si vas a presentar tu ofrenda ante el altar y ahí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja ahí tu ofrenda delante del altar, ve primero y reconcíliate con tu hermano, y luego vuelves a presentar tu ofrenda!

¿Qué es lo que decís? Luego ¿he de perdonar? ¡Sí! dice. Porque este sacrificio fue establecido para conservar la paz con tu hermano; y si tú no haces la paz, en vano participas del sacrificio, puesto que para ti en vano se lleva a cabo. Haz pues en primer lugar aquello por lo que este sacrificio fue instituido, y luego bellamente gozarás de él. Para esto vino el Hijo de Dios: para reconciliar nuestra naturaleza con el Señor de ella. Mas no vino solamente para eso, sino además para que si hiciéramos esto que digo, hacernos El participantes de su propia denominación. Porque dice: ¡Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios!

Pues lo que hizo el Hijo de Dios hazlo tú en cuanto alcancen tus fuerzas, a fin de que seas pacificador para ti y para los otros. Por esto a ti, una vez pacífico, te llama hijo de Dios. Y por esto mismo, al tiempo del sacrificio, no hace memoria de ningún otro precepto, sino de la reconciliación con tu hermano, mostrando con esto ser ese el máximo precepto de todos. Quería alargarme en mi discurso, pero lo dicho es suficiente para aquellos que cuidan de sí mismos, si lo retienen en su memoria.

Acordémonos, pues, carísimos, constantemente de estas palabras y del ósculo santo y el abrazo temible que nos damos mutuamente. Esto entrelaza nuestras almas y hace que todos seamos un mismo cuerpo, puesto que todos participamos de un mismo cuerpo. ¡Formemos todos un solo y mismo cuerpo, no mezclando nuestros cuerpos sino uniendo nuestras almas con el vínculo de la mutua caridad! Así podremos gozar de esta mesa con entera confianza, Porque, aunque abundemos en infinitas obras de justicia, si no olvidamos las injurias, todo será en vano e inútil; y no podremos sacar de todo aquello ningún fruto para la salvación. Enseñados así de ratas cosas, echemos fuera la ira; y una vez purificada nuestra conciencia, acerquémonos con toda mansedumbre y modestia a la mesa de Cristo, con el cual sea al Padre la gloria, el honor y el poder, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por tos siglos de los siglos. Amén.


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XIX: Homilía tercera sobre la traición de Judas.

Advierte Montfaucon que "no sin algún escrúpulo colocamos esta Homilía entre las originales y auténticas de Crisóstomo". Y la razón que da es que contiene algunos trozos que suenan a algo extraño en la forma de proceder y en el estilo del santo. Pero con todo, como no siempre San Juan Crisóstomo, dice el mismo autor, se mantiene a la misma altura, y por otra parte, la Homilía tiene otra serie de rasgos propios del modo del santo, la resolución final es dejarla entre las auténticas. Fue predicada en uno de los suburbios de la ciudad de Antioquía, se ignora qué año ni día.

DAFNE se presenta hoy amena y religiosa, no solamente porque difunde limpísimos raudales, ni porque alimenta frondosos árboles, bellísimos y copudos, sino porque además ha recibido en sí una extraña planta, que es el árbol de la cruz: ¡ahora sí que es una fuente templada y resulta temible para el demonio pitio! Ya no ofrece su suelo únicamente a los hombres impíos para que en él se paseen; sino que os ofrece a vosotros, los piadosos, un bosque, imagen de aquel otro amable sitio, del huerto, digo, en que se llevó a cabo ¡crimen audaz! la entrega del Salvador, y tuvo su comienzo el negocio de nuestra salud.

Pero, en realidad, no encuentro qué decir en la presente reunión. Porque la reunión mueve la lengua para acusar a Judas, mientras que la clemencia del Salvador atrae mi boca. De manera que me encuentro dudoso entre ambas cosas: el odio al traidor y el cariño al Señor. ¡Vence, con todo el amor al odio, como que aquél es más grande y más poderoso! Por esto, dejando a un lado al traidor, celebraré al bienhechor. Aunque esto no según su dignidad, sino según mi capacidad. ¿Cómo inclinó los cielos y bajó a la tierra? ¿Cómo vino a mí el que llena todos los mundos, hecho como yo, y todo en favor mío? ¿Cómo recibió por alumno al que sabía El de antemano que sería un traidor? ¿Cómo ordenó al que era su enemigo que lo siguiera como amigo? ¿Cómo anduvo solícito, no de la traición, sino de la espiritual salud del traidor?

Porque dice la Escritura: Llegada la tarde, estaba a la mesa Jesús con sus doce discípulos. Y estando comiendo, les dijo: ¡en verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará! 2 Predijo la traición para impedir el crimen. Hizo la predicción sin señalar a nadie en particular; predicción que no pudo triunfar de la maldad del discípulo, oculta a los ojos de los otros que juntamente cenaban. ¿Quién ha visto bondad semejante a la del Señor? ¡Es entregado y ama al traidor! ¿Quién que sea despreciado puede sentir misericordia? ¡Es vendido, y al malvadísimo traficante lo recibe en su mesa como copartícipe, y perdona al que le pone asechanzas! ¡Y estando cenando ellos, les dijo: en verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará!

Como hombre, comía. Como Dios, predecía lo futuro. Lo que es propio de mi naturaleza, preo El por amor mío se dignó soportarlo. Y como todos los discípulos se espantaran de sus palabras, y todos estrujaran sus conciencias fuertemente, y convirtieran e! tiempo de la cena en tiempo de desolación, y como cada cual preguntara; ¿Acaso soy yo, Señor? y buscara con esa pregunta algún lenitivo a la aflictiva sospecha, finalmente el Salvador, para poner remedio a la repentina turbación de los ánimos, declara con su respuesta y pone en evidencia al que hasta entonces estaba oculto, y dice: El que mete la mano conmigo en mi plato, ese me entregará. Y ciertamente el Hijo del hombre va su camino, como está escrito de Él. Pero ¡ay del hombre por quien el Hijo del Hombre será entregado! ¡Mejor le-hubiera sido el no nacer!

¡Se compadece de aquel que no quiso que de sí se compadecieran! ¡Perdona a quien no perdonó ni aun a su propia alma! No quería dar a conocer al que ya se había dado a conocer; y quería de este modo ofrecer al traidor un tiempo de penitencia, y a los discípulos un remedio a su tristeza. ¡Pero, con esto, en nada se hizo mejor el traidor! ¡Porque lo propio hubiera sido que él tras de estas palabras, se levantara de repente de la Cena! ¡Lo propio era que al punto pusiera como intermediarios y patrones a los otros discípulos! ¡Lo propio era que se abrazara a los pies del Salvador y lo aplacara con estas palabras!: ¡Pequé y procedí inicuamente! ¡he vendido a los hombres por un precio miserable la inestimable margarita! ¡procedí inicuamente al entregar el inmenso tesoro por una nonada de dinero! ¡Perdóname! ¡Perdóname, puesto que he sido comprador de mi daño y de mi ruina propia! ¡Perdóname a mí, a quien el amor al oro corrompió! ¡Perdona al que los fariseos malvadamente engañaron!

Pero nada de esto dijo, ni siquiera lo pensó; sino que puso de manifiesto la impudencia de su ánimo, clamando con ronca voz: ¿Acaso soy yo, Señor? ¡Oh lengua impudente! ¡oh ánimo endurecido! ¡Preguntaba lo que andaba él mismo maquinando como si lo ignorara, y pensaba estar oculto al Ojo que nunca sobrecoge el sueño! ¡Lleva en el ánimo el dolo, mientras su lengua profiere palabras de ignorancia! Con el ánimo había ya consumado la traición; y anda ahora encubriendo con la boca, según él se persuade, su pecado. Usa de las mismas palabras que los otros discípulos, siendo sus costumbres completamente distintas de las de ellos. Teniendo ánimo de lobo, responde con voz de oveja.

Y ¿qué dice el Evangelio? ¡Tú lo has afirmado! Con magnánima palabra redarguye la ficción hipócrita del malvado. Porque podía haberle dicho: ¿Qué dices, sacrílego y criminal? ¿Qué dices, esclavo del dinero y auténtico compañero del diablo? ¿Te atreves a simular ignorancia? ¿Te atreves a querer ocultar lo que no se puede ocultar? ¿Acaso no estaba yo presente delante de ti con mi divinidad cuando maquinabas cosas tan indignas? ¿Acaso no te vi yo con el ojo de mi divinidad cuando te acercaste a los sacerdotes? ¿Acaso no, aunque estaba yo ausente, con todo te oía decir: qué queréis darme y yo os lo entregaré? ¿Ignoro acaso en cuánto me vendiste? ¡Y qué! ¡Aun así convencido ¿procedes con tan grande impudencia? ¿Para qué intentas ocultar lo que anhelas hacer? ¡Delante de mí todas las cosas están claras y manifiestas!

Como todo esto pudiera Cristo responderle, sin embargo no le habló así. Sino que con sencillez y mansamente y sin aguijón alguno de ira, le contestó: ¡Tú lo has afirmado! Y esto para enseñarnos que así debemos proceder con nuestros enemigos. Pero a pesar de tan grande rodeo, Judas perseveró en su enfermedad, y no por incuria del médico sino del enfermo. Porque aquél ponía en juego todos los medios y remedios para la salud, pero éste no quería admitirlos. Como no conocía otra cosa que fe avaricia, anteponía el oro al amor de Cristo, y en cambio, para con quienes lo habían asalariado, se mostraba fiel y benévolo.

Y habiéndose acercado Judas, le dijo: ¡Salve, Maestro! y lo besó. ¡Nuevo modo de traicionar, en verdad! ¡traición por medio de un beso y de un saludo! Y Jesús le dijo-, ¡amigo! ¿a qué has venido? ¿Por qué me deseas salud cuando andas pensando en mi daño? ¿Por qué me acaricias con palabras y me azotas con las obras? ¿Me llamas Maestro no siendo discípulo mío? ¿Por qué destrozas los derechos de la caridad? ¿Por qué conviertes lo que es símbolo de paz en símbolo de traición? ¿A ejemplo de quién haces esto? ¿Acaso viste hace poco en esa forma a la meretriz que besaba mis pies? ¿Acaso viste así al Centurión que se ponía de rodillas? ¿Acaso viste caer así a los demonios? ¡Pero yo sé bien quién fue él que te mostró el camino de los ósculos traidores! ¡Fue el demonio el que te sugirió la manera de semejantes abrazos! ¡Y tú, haciendo caso de tan malvado consejero, cumples con su voluntad!

¡Amigo! ¿a qué has venido? ¡Cumple los pactos inicuos que con los fariseos pactaste! ¡Haz efectiva la escritura de venta! ¡Pon tu firma en el negocio que. prometiste! ¡Entrega al que anhela ser entregado! ¡Posee desde ahora, además de la bolsa común, también el producto de la venta! ¡Cede el lugar al ladrón que por su confesión ocupará tu puesto; ese que tú, por tu traición, has perdido! -Y entonces, habiéndose acercado, echaron mano de Jesús y lo prendieron. Y entonces se cumplió aquella palabra profética: ¡Me rodearon como las abejas al panal y quemaban cómo hace el fuego con las espinas! Y también: ¡Me rodearon como perros en cantidad, y como toros cebados me sitiaron!?

Pero ¡oh mansedumbre que a Él solamente compete! ¡En el cielo los Querubines y los Serafines, como no se atreven a ver de frente su gloria sublime, cubren el rostro con sus alas a manera de manos! ¡Acá en cambio, en la tierra, cuando su Humanidad era aprehendida por manos de perversos, El lo toleraba! ¿Observáis de qué Señor tan benigno y paciente sois siervos? Pues proceded vosotros de la misma manera con vuestros enemigos, que son consiervos vuestros; del mismo modo como habéis visto proceder al Señor con los suyos. Porque también vosotros seréis llamados a la Cena espiritual y tendréis que estar a la mesa con el Señor. ¡Que no se encuentre ningún Judas por sus costumbres entre vosotros! ¡Acercaos con paz y tranquilidad! ¡Acerquémonos todos con pura conciencia al Salvador! ¡Porque El es para los fieles juntamente ayuno y comida, nutricio y alimento, Pastor y oveja! A Él la gloria per los siglos de los siglos. Amén.



CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.