CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

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XX: Homilía primera acerca de la Cruz y del Ladrón;

y de la segunda venida de Cristo; y que debemos orar con frecuencia por los enemigos.

(Dos Homilías nos quedan sobre este mismo tema; y ambas concuerdan entre sí en muchas cosas: pensamientos, orden de textos escriturarios y aun frases y palabras. Es pues, según parece, el mismo caso que el de las otras dos sobre la traición de Judas. Se duda si acaso cada una de éstas: se predicó al día siguiente de cada una de aquéllas. Tampoco podemos saber cuál de estas dos se predicó primero y cuál en segundo lugar. No poseemos conjeturas serias acerca del año y día en que se dijeron. Prescindiremos de la segunda).

¡CRISTO está hoy en fe cruz y nosotros celebramos fiesta! ¡Para que conozcas que la Cruz es fiesta y solemnidad espiritual! Anteriormente la cruz era cosa de condenación; pero ahora, en cambio, ha venido a ser cosa de honra. Anteriormente era seña] de condenación; actualmente lo es de salvación. Ella nos ha sido causadora de innumerables bienes. Ella nos libró del error; ella nos iluminó cuando estábamos sentados en las tinieblas; ella nos reconcilió con Dios cuando ya estábamos vencidos, y de enemigos nos hizo sus domésticos, y de alejados nos hizo vecinos de Dios. Ella es destrucción de la enemistad, guardiana de la paz, tesoro de bienes infinitos.

Por ella no vagamos ya en los desiertos, porque hemos conocido el camino verdadero; ya no vivimos fuera del palacio, pues hemos encontrado la puerta; no tememos los dardos encendidos del diablo, porque hemos encontrado la fuente. Por la cruz ya no estamos en viudedad, pues hemos recibido al Esposo; no tememos al lobo, pues hemos encontrado al Pastor. / Yo, dice, soy el buen Pastor! Por ella no tememos ya al tirano, pues estamos al lado del Rey. Y por esto, al celebrar la memoria de la Cruz, hacemos fiesta por la Cruz: ¡Celebrémosla, dice Pablo, no con la vieja levadura, sino con ázimos de pureza y de verdad. Y luego, añadiendo la causa, prosigue así: ¡Porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolado!

¿Ves cómo nos manda hacer fiesta por la Cruz? ¡Porque en la Cruz fue inmolado Cristo! Y donde hay sacrificio hay remisión de pecados y reconciliación con Dios, y consiguientemente alegría y fiesta. ¡Porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolada! ¿Inmolada? ¿en dónde? pregunto. ¡En un alto patíbulo! ¡Nuevo altar para este sacrificio, porque este sacrificio es nuevo y admirable! Uno mismo es el sacrificio y el sacerdote: sacrificio según la carne; sacerdote según el espíritu. El mismo lo ofrecía y según la carne se ofrecía a sí mismo. Oye cómo declaró Pablo ambas cosas: Todo Pontífice, dice, tomado de entre los hombres, en favor de los hombres es instituido. Por lo cual es necesario que tenga algo que ofrecer. ¡He aquí que Él se ofrece a sí mismo! Y en otra parte dice: Cristo se ofreció una vez para soportar los pecados de todos; por segunda vez aparecerá a los que lo esperan para recibir la saludé

De manera que aquí El es ofrecido, allí El se ofreció. ¿Ves cómo se hizo sacrificio y sacerdote? ¿ves cómo la Cruz fue altar? Pero preguntarás: ¿por qué no se ofrece la hostia en el templo sino fuera de la ciudad y de las murallas? Para que se cumpliera aquello de que ¡fue contado entre los malvados! Y ¿por qué es inmolado en lo alto de un patíbulo y no bajo techo?

¡Para purificar la naturaleza del aire! ¡por eso es en lo alto y no debajo de techo sino bajo el cielo! Se purificaba en verdad el aire cuando la oveja era sacrificada en lo alto; se purificaba también la tierra porque del costado fluía sangre hasta ella. Por esto no se inmolaba bajo techado ni bajo el templo judío, a fin de que los judíos no se apropiaran la hostia como si fuera exclusiva para ellos, ni fueras tú a pensar que se ofrecía únicamente por aquella nación.

Y se sacrifica fuera de la ciudad y de las murallas, para que conozcas que el sacrificio es universal, puesto que era una oblación por toda la tierra. Y además, para que advirtieras que la purificación es cosa común y no peculiar, como lo era entre los judíos. Por esto, Dios mandó a los judíos que hicieran a un lado a toda la tierra, y en sólo un sitio de ella le ofrecieran hostias y oraciones: porque toda la tierra era impura a causa de! humo, el hedor y demás reliquias de los sacrificios gentiles y manchas que la llenaban. Pero para nosotros, puesto que ya Cristo vino y purificó todo el orbe, se nos ha hecho apto para la oración cualquier sitio de la tierra. Y por esto Pablo exhortaba confiadamente a que sin temor en todas partes se hicieran oraciones, con estas palabras: Así pues: quiero que los hombres oren en todo lugar, levantando las manos puras. ¿Adviertes cómo el orbe ha sido purificado? Porque ya en todos lugares es lícito levantar las manos santas; puesto que toda la tierra ha sido santificada, y es más santa que el Santo de los Santos del templo. En éste se ofrecía la oveja irracional, aquí en cambio se ofrece la espiritual. Y por lo que mira al sacrificio, cuando éste es más alto, la santidad se hace mayor. ¡Por todo esto la conmemoración de la Cruz es una festividad!

¿Quieres conocer otra insigne hazaña de ella? ¡Hoy nos ha abierto el paraíso, cerrado desde hacía cinco mil años y más! Porque en este día y en esta hora, Dios introdujo en él al buen ladrón, haciendo con ello dos hazañas: una abrir el paraíso; otra introducir al ladrón. Hoy nos devolvió nuestra antigua patria; hoy nos introdujo en nuestra antigua ciudad; hoy le donó su casa a la común naturaleza humana. Porque dijo: ¡Hoy estarás conmigo en el paraíso! ¿Qué es lo que dices?

¿Estás clavado con clavos en la cruz, y prometes el paraíso? ¡Sí, responde! Para que en la cruz conozcas mi poder. Como se trataba de una cosa triste, a fin de que no te fijaras en la naturaleza de la cruz, sino que conocieran la virtud del Crucificado, hace en la cruz ese milagro, que de hará de un modo más excelente y mejor que otro alguno, su poder.

Porque, no cuando resucitaba muerto, ni cuando mandaba a los vientos y al mar, ni cuando ponía en fuga a los demonios, sino cuando estaba crucificado, atravesado con los clavos, cargado de afrentas, salivas, injurias y oprobios, entonces fue cuando pudo mover el ánimo perverso de aquel ladrón; a fin de que veas su virtud en ambas cosas; pues conmovió a toda la creación, rompió las rocas y atrajo y honró al ánima del ladrón, más dura que las rocas. Porque dice: ¡Hoy estarás conmigo en el paraíso! Al paraíso lo guardaban los Querubines, pero aquí está el que es Señor de los Querubines. Allá se fulminaba una espada de fuego, pero Jesús tiene potestad sobre la llama y el infierno, sobre la vida y la muerte.

Cierto que ningún rey soporta que un ladrón, ni aun otro cualquiera de sus criados, entre a la ciudad sentado junto a él. Pero Cristo sí lo hizo así. Y al entrar en la patria sagrada, llevó consigo a un ladrón; y con esto no afeó el paraíso ni lo manchó con los pies del ladrón, sino al contrario, lo honró. Porque honor es del paraíso tener un Señor tal que aun a un ladrón lo haga participante del deleite que hay en el Paraíso. Cuando a los publícanos y las meretrices los introducía al reino de los cielos, eso no era una deshonra sino un honor; y con eso demostraba ser tal Señor del reino de los cielos, que hacía tan nobles a los publicanos y a 'as meretrices, como para que fueran dignos de un tan grande honor y regalo.

Porque así como a un médico, entonces sobre todo, lo admiramos, cuando lo vemos volver la salud y librar de la enfermedad a hombres que sufrían males incurables, así es justo que admiremos a Cristo cuando cura las llagas insanables, y cuando al publicano y a la meretriz los lleva a tan perfecta salud que aparezcan dignos del cielo. Pues ¿qué, preguntarás, tan grandes cosas hizo el ladrón, que después de la cruz pudiera alcanzar el paraíso? ¿Quieres que demostremos brevemente su virtud? ¡Mientras allá abajo Pedro negaba, él allá arriba confesaba! Y esto no lo digo acusando a Pedro, ¡lejos eso de mí!, sino para manifestar la magnanimidad del ladrón. El discípulo no soportó las amenazas de una bellísima muchacha, mientras que el ladrón, contemplando a todo el pueblo que lo rodeaba y gritaba y profería blasfemias y dicterios, no se cuidó de eso, ni pensó en la vileza presente del Crucificado; sino que, pasando por encima de todo, con los ojos de la fe, y dejando a un lado todos esos viles impedimentos, reconoció al Rey de los cielos; y con el ánimo humillado ante él, le decía: ¡Acuérdate de mí cuando estés en tu reino!

No pasemos de largo a este ladrón, ni nos avergoncemos de tomarlo por maestro, ya que el Señor no se avergonzó de introducirlo el primero, al paraíso. No nos avergoncemos de tomar como maestro al que delante de toda la naturaleza apareció digno de conversar con Aquel que está en los cielos; sino más bien examinemos con todo cuidado cosa por cosa, y reconozcamos el poder de la Cruz. Porque no le dijo Jesús, como a Pedro: ¡Ven en pos de mí y te haré pescador de hombres! ; ni le dijo, como a los doce: ¡Estaréis sentados sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel! Ni siquiera le adelantó una palabra, ni le mostró algún milagro. No vio el ladrón ningún muerto resucitado, ni demonios expulsados, ni al mar obedeciendo. No le habló Jesús del Reino de los cielos ni del infierno; y con todo, él, delante de todos, lo confesó; y eso mientras su compañero injuriaba: ¡porque el otro ladrón injuriaba a Jesús!

Había, en efecto, otro ladrón crucificado juntamente con él, para que se cumpliera aquello de que fue contado entre los criminales. Querían los judíos oscurecer la gloria de Jesús, y por esto procuraban, con todo lo que hacían, dañarlo. Pero también por todos lados resplandecía la verdad, y por los impedimentos mismos, se crecía. Así pues: el otro ladrón lo insultaba. ¿Ves la diferencia de ladrón a ladrón? ¡Ambos están en la cruz! ¡ambos lo están por su vida de latrocinios! ¡ambos por su iniquidad! ¡Pero no tienen ambos la misma suerte! Porque el uno recibió como herencia el Reino de los cielos, y el otro fue lanzado a los infiernos. ¡Sucedía al modo como ayer diferían los discípulos y el discípulo: Judas y los once! Porque ellos decían: ¿En dónde quieres que te preparemos para comer la Pascua? El otro en cambio preparaba la traición y decía: ¿Qué queréis darme y yo os lo entregaré? Aquéllos se preparaban para el servicio y para los divinos misterios; éste en cambio se apresuraba a traicionar. Así ahora se diferencian el ladrón y el ladrón: aquél injuria, éste adora; aquél blasfema, éste bendice y aun increpa al blasfemo con estas palabras: ¿Tampoco tú temes a Dios? ¡Porque nosotros recibimos lo que hemos merecido por nuestras obraste

¿Has observado la confianza del ladrón? ¿has observado su confianza en la cruz? ¿has visto su sabiduría en el suplicio y su piedad en el tormento? ¿Quién no se espantará de que atravesado por clavos no haya perdido el seso? Pero no solamente estaba en pleno uso de su razón, sino que, olvidado de sus propias penas, cuidaba de los intereses ajenos; y desde su cruz se hacía maestro e increpaba al otro con estas palabras: ¡Tampoco tú temes a Dios! ¡No atiendas, le decía, a este tribunal de la tierra! ¡Hay otro Juez invisible! ¡hay otro tribunal incorruptible! ¡No te mueva el que aquí abajo éste haya sido condenado, porque allá arriba las cosas no van así! ¡En este tribunal terreno algunas veces los justos son condenados y los perversos escapan del castigo; los reos salen libres y los inocentes son entregados a los suplicios!

Porque los jueces, queriéndolo o no queriéndolo, en muchas cosas yerran. Y traicionan la sentencia verdadera o porque ignoran el derecho, o porque son engañados o porque se dejan corromper por dinero. Pero allá arriba, es de otro modo. Porque Dios es justo Juez, y su juicio brotará como una luz que no puede oscurecerse ni por la ignorancia ni por las tinieblas. Y para que no fuera a excusarse con que a Jesús lo había condenado el tribunal de acá abajo, lo condujo al de allá arriba, y lo amonestó con aquel terrible tribunal. Como si le dijera: ¡Mira a aquél y no darás sentencia de condenación ni te pondrás del lado de los jueces terrenos y corrompidos; sino que aceptarás la sentencia dada allá arriba!

¿Has visto la sabiduría del ladrón? ¿has visto su prudencia y su doctrina? ¡Y al punto de la cruz voló al cielo! Y abundó en añadir e increpar: ¡Porque estamos en el mismo castigo! ¿Qué significa eso de porque estamos en el mismo castigo? ¡Es decir, en el mismo suplicio! ¿Acaso no estás también tú puesto en la cruz? ¡De manera que al injuriarlo, a ti el primero te acometes! Si el que está en pecado recrimina a otro, él mismo se recrimina; de igual modo, quien está en un suplicio y acusa a otro de estar en el mismo suplicio, a sí mismo se condena. ¡Porque estamos en el mismo castigo! ¡Le lee la Ley apostólica! Es decir, estas palabras del Evangelio: ¡No queráis juzgar y no seréis juzgados! Porque estamos en el mismo castigo. ¿Qué haces, oh ladrón? ¡Al defender a Jesús te declaras socio de Él como ladrón! De ninguna manera, dice. Y por esto continúa; y con esto quitó semejante sospecha, a fin de que no creas que éste, dada la comunidad del castigo, es consocio en el pecado. Por esto, corrige lo que dijo primero: ¡Nosotros ciertamente con justicia, pues padecemos lo que era digno por nuestras obras!

¿Adviertes la confesión perfecta? ¿Ves cómo en la cruz se despojó de sus pecados? Porque se lee en la Escritura; ¡Di tú primero tus pecados, para que seas justificado. Nadie lo obligó, nadie le hizo violencia; sino que él mismo se denunció, al decir: ¡Nosotros justamente padecemos, pues padecemos lo debido por nuestras obras; pero éste no ha hecho nada malo! Y añadió luego: ¡Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino! No se atrevió a decir primero acuérdate de mí en tu Reino, sino hasta después de haber depuesto la carga de sus pecados mediante la confesión. ¿Ves cuán grande cosa sea la confesión? ¡Se confesó y abrió el paraíso! ¡se confesó y alcanzó una tan grande confianza que pidió el cielo desde el latrocinio!

¿Ves de cuántos y cuan grandes bienes ha sido causa la Cruz? ¿Buscas el reino? Pero ¿qué es lo que ves? ¡Clavos y Cruz es lo que está ante tu vista! ¡Pero esa misma cruz, dice el ladrón, símbolo es del Reino! ¡Y por esto mismo llamólo Rey a él, porque es propio de los reyes morir por sus súbditos! Y éste mismo lo dijo: ¡El buen Pastor da su vida por sus ovejas! Luego el buen rey también da su vida por sus súbditos. De manera que por eso, porque dio su vida, lo llamó Rey: ¡acuérdate, Señor, de mí en tu Reino!

¿Ves cómo la Cruz es símbolo del Reino? ¿Quieres conocerlo por otro camino? ¡No lo dejó en la tierra, sino que lo atrajo y lo llevó consigo al cielo! ¿Por dónde queda esto claro? Porque ha de venir con ese símbolo en su segunda y gloriosa venida, para que conozcas que la Cruz es honorable. Y por esto, la llamó gloria. Pero, veamos: ¿cómo vendrá con la Cruz? Porque es necesario presentar alguna demostración: Si dijeren, dice el Evangelio, aquí está Cristo en el desierto, no salgáis; aquí está en un escondite, no lo creáis. Habla de la segunda y gloriosa venida, y habla así a causa de los falsos cristos, de los falsos profetas, del Anticristo; para que nadie engañado caiga en sus enredos.

Y porque el Anticristo ha de venir antes de Cristo, a fin de que nadie, buscando al Pastor, caiga en las fauces del lobo, por esto te doy una señal de la venida del Pastor. Y puesto que el primer advenimiento fue oculto, para que no pienses que el segundo lo será igualmente, te he dado esta señal. Aquel advenimiento justamente debió ser secreto, pues venía a buscar lo que se le había perdido. Pero el segundo no será así. Entonces ¿cómo será? ¡dímelo! ¡Porque como el relámpago, que sale de oriente, brilla hasta occidente, así será, la venida del Hijo del Hombre! Manifiestamente aparecerá, y nadie necesitará preguntar si acaso aquí o si acaso ahí está Cristo. Pues, como cuando aparece el relámpago, no es necesario preguntar si acaso apareció, así en el advenimiento de Cristo no será necesario preguntar si acaso vino Cristo.

Pero, lo que se preguntaba era si acaso vendrá con fe Cruz. Porque no nos hemos olvidado de lo que prometimos. Pues oís lo que sigue: Entonces, dice. ¿Entonces? ¿cuándo?: Cuando venga el Hijo del Hombre el sol se oscurecerá y la luna no dará luz. Porque habrá tan grande abundancia da luz que aun las más brillantes estrellas quedarán oscurecidas. Entonces las estrellas caerán, entonces aparecerá en el cielo el estandarte del Hijo del Hombre. ¿Adviertes cuán grande sea la virtud del signo de la Cruz? ¡El sol se oscurecerá y la luna no dará luz, en tanto que aquél aparecerá y brillará, a fin de que conozcas que es más espléndido que el sol y que la luna! Y así como al entrar en la ciudad el rey, los soldados, habiendo tomado los que llaman cabos de lanza, los portan por encima de sus hombros, y así van proclamando su entrada, así cuando el Señor vaya descendiendo del cielo, le precederán los ejércitos de los ángeles y de los arcángeles, llevando sobre sus hombros esta señal y estandarte, y avisándonos de su entrada regia.

¡Entonces se conmoverán las Virtudes celestes! ; habla de los ángeles: ¡se apoderará de ellos el temblor y grande temor! Mas yo pregunto: ¿Por qué? ¡Terrible será aquel tribunal, puesto que toda nuestra naturaleza ha de ser juzgada y ha de presentarse ante aquel temible Juez! Pero, por qué los ángeles temen y se horrorizan? ¡Puesto que no son ellos los que van a ser juzgados! Es que así como cuando el príncipe se sienta a juicio, no solamente los reos temen y sienten pavor, sino también los otros soldados que no tienen conciencia de ningún crimen, por la temerosa vista del juez, así entonces, cuando será juzgada nuestra naturaleza, temblarán los ángeles, aun no teniendo ellos conciencia d? ningún pecado, por sólo el pavor inmenso que inspira el Juez.

Y ¿por qué entonces aparecerá la Cruz y por qué vendrá El con ella? A fin de que quienes lo crucificaron reconozcan su propia perversidad, por esto les mostrará el comprobante de su impudencia. Y que por esto lo haya de traer, oye cómo lo significa el profeta: ¡Y se lamentarán todas las tribus de la tierra, al ver al acusador y reconocer su pecado. Mas ¿por qué te admiras de que venga portando la cruz, siendo así que aun vendrá mostrando sus llagas? Porque dice: ¡Verán al que traspasaron! Así pues: del mismo modo que lo hizo con Tomás cuando para curar la incredulidad del discípulo le mostró los agujeros de los clavos y las llagas, y le dijo: ¡Mete tu mano y ve que los espíritus no tienen carne y huesos! así entonces les mostrará las llagas y la cruz, para demostrar que El mismo es el que fue crucificado.

Su benignidad puede conocerse no solamente por la cruz, sino además por las palabras pronunciadas en la cruz. Porque crucificado y deshonrado con improperios, risas y escupitajos, decía: ¡Padre! ¡perdónales el pecado, porque no saben lo que hacen! ¡Crucificado, ruega por los que lo crucifican! Y eso a pesar de que ellos, por el contrario, le decían: Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos en te. Pero no bajaba de la cruz precisamente porque es el Hijo de Dios, y para esto vino al mundo, para ser crucificado por nosotros. ¡Baja de la cruz, le dicen, y creeremos en ti! Pero eran solamente palabras y pretextos de incredulidad. Porque mayor milagro que bajar de la cruz era el salir del sepulcro estando puesta la piedra encima; y mayor prodigio era sacar del sepulcro a Lázaro ya muerto y atado y cuatriduano y con todas sus vendas, que no el bajar de la cruz.

Pero ellos decían: ¡Si eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo! Pero El, en cambio, nada dejaba por hacer con el fin de salvar a aquellos que le colmaban de improperios: ¡Perdónales su pecado, porque no saben lo que hacen! ¿Y acaso les perdonó el Padre su pecado? Se los habría perdonado si ellos hubieran querido hacer penitencia. Si no les hubiera perdonado el pecado, jamás habría Pablo llegado a ser apóstol. Si no les hubiera perdonado el pecado no habrían creído aquellos tres mil, aquellos cinco mil, aquellas miríadas de fieles. Y que hayan creído muchas miríadas de judíos, oye cómo lo dicen a Pablo: "¡Ves, hermano, cuántas son las miríadas de judíos que han creído!".

Imitemos al Señor y roguemos por los enemigos. ¡Porque vuelvo a la misma exhortación! He aquí que es ya el quinto día que os hablo de la misma materia, no para reprenderos por inobedientes, ¡lejos de mí!; sino en particular por la esperanza de que lo realicéis. Y si hay algunos duros, iracundos, morosos, que no obedezcan a nuestras amonestaciones sobre esta oración por los enemigos, avergonzados a lo menos por el número de días, que ha que insisto, dejarán las enemistades y rencores. Imita a! Señor: ¡fue crucificado y rogó al Padre por los que lo crucificaban! Preguntarás ¿cómo puedo yo imitar al Señor? ¡Si quieres, puedes! Porque si no lo pudieras imitar ¿para qué habría dicho El aprended de mí que soy manso y humilde de corazón?" Si no lo pudieras imitar no habría dicho Pablo: ¡Sed imitadores míos como yo de Cristo!

Por lo demás, si no puedes imitar al Señor, imita a tu consiervo; es decir, al apóstol Esteban. Porque él imitó al Señor. Y, a la manera de Cristo, puesto en medio de los que lo crucificaban, olvidando fe. cruz y todo lo que a Él tocaba, rogaba al Padre por los que lo crucificaban; así el siervo, puesto entre los que lo apedreaban, cuando todos lo acometían, mientras recibía las heridas de las piedras, olvidado del dolor que de eso le provenía, exclamaba: ¡Señor! ¡no les imputes este pecado! ¿Observas cómo ora el Señor? ¿observas cómo ora el siervo? Aquél dice: ¡Padre! ¡Perdónales este pecado porque no saben lo que hacen! Este dice: ¡No les imputes este pecado! Y para que conozcas cómo éste suplica empeñosamente, no ora simplemente cuando es lapidado, y de pie, sino puestas las rodillas en tierra y hablando con dolor y con grande conmiseración.

¿Quieres que te muestre a otro consiervo que padece cosas mucho mayores que ese? Pablo dice: ¡Tres veces fui azotado con varas por los judíos, una vez fui apedreado, un día y una noche pasé en los abismos del mar y luego ¿qué?: ¡Deseaba, dice, ser yo mismo anatema de Cristo por mis hermanos, mis deudos según la carnet ¿Quieres oír otro ejemplo, no del Nuevo sino del Antiguo Testamento? Porque esto es lo más admirable de todo: que allá cuando aún no se había mandado eso de amar a los enemigos, sino al revés, sacar ojo por ojo y diente por diente, y volver por el mal males iguales, entonces se haya llegado hasta la sabiduría apostólica. Oye lo que dice Moisés, quien fue con frecuencia lapidado por los judíos y despreciado: ¡Perdónales su pecado o bórrame del Libro tuyo, del que Tú tienes escrito! ¿Observas cómo todos los justos han antepuesto la salvación de los demás a la propia? Pero si tú, oh justo, has pecado ¿cómo quieres ser participante en los suplicios de ellos? ¡Porque cuando los otros padecen, dice el justo, no siento yo mis prosperidades!

Bastaría con estos ejemplos. Mas, para mayor enmienda vuestra, traeré otro que usó de la misma sabiduría. Aquel bienaventurado y mansísimo rey David, cuando todo el ejército había defeccionado, y meditando su muerte había dado el imperio a Absalón, como a causa de esto se hubiera inflamado Dios en ira (puesto que nada importa que él ponga otros pretextos para la matanza); y como hubiera enviado a un ángel que con la espada desenvainada desde lo alto hiriera a la multitud; entonces, digo, como advirtiera David que todos caían al golpe de la espada ¿qué dice?: ¡Yo, que soy el Pastor, pequé! ¡cometí la iniquidad! ¡vuélvase tu mano contra mí y contra la casa de mi padre!

¿Ves de nuevo hazañas semejantes llevadas a cabo preclaramente? Y ¿quieres que te proponga a otro? Porque no faltará otro que proceda de la misma manera y con la misma sabiduría. El profeta Samuel fue ofendido e injuriado por los judíos, depuesto, despreciado; hasta el punto de que Dios, deseando consolarlo, le dijo: "¡no te despreciaron a ti, sino a mí!" ¿Qué hace aquel menospreciado, desechado e injuriosamente tratado? ¡Lejos de mí, dice, el que cese de orar por vosotros al Señor! ¡Juzgó cosa de pecado el no orar por sus enemigos!: ¡lejos de mí ese pecado de no orar por vosotros! Y Cristo dice: ¦Padre! ¡perdónales ese pecado, porque no saben lo que hacen! Y Esteban dice: ¡Señor! ¡no les imputes este pecado! Y Pablo: ¡Deseaba yo ser anatema de Cristo por mis hermanos, mis parientes según la carne! Y Moisés: ¡Perdónales su pecado o bórrame del Libro, el que tú escribiste! Y David: ¡Vuélvase tu mano contra mí y contra la casa de mi padre! Y finalmente Samuel dice: "¡Lejos de mí el cometer este pecado, de que cese de orar por vosotros al Señor!"

Pues ¿qué perdón alcanzaremos nosotros, si cuando nos incitan a orar por los enemigos así el Señor como los siervos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, por el contrario rogamos contra ellos? ¡No, hermano! ¡os lo ruego! ¡no hagamos eso! Porque cuanto son más numerosos los ejemplos tanto mayor será el castigo si no los imitamos. Más excelente es orar por los enemigos que no por los amigos; porque no sacaréis tanto provecho de esto segundo como de aquello primero. Porque, si amareis, dice el Señor, a quienes os aman, no hacéis cosa grande, porque esto lo hacen también los publícanos. De manera que si sólo oramos por los amigos, no seremos mejores que los gentiles y los publícanos. En cambio, cuando amamos a nuestros enemigos, nos asemejamos a Dios en cuanto las fuerzas humanas lo permiten. Puesto que El hace nacer su sol sobre los buenos y sobre los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los pecadores.

¡Seamos, pues, semejantes a nuestro Padre; porque dice Jesús: Sed semejantes a vuestro Padre que está en los cielos! a fin que merezcamos conseguir el Reino de los cielos, por gracia y benignidad del Señor Dios nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.


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XXI: Homilía acerca del Cementerio y de la Cruz del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo.

(Predicó el santo esta Homilía como 25 días antes de la otra sobre las santas mártires Berenice, Prosdoce y Domnina. Los griegos por creer que en ella se trata de la fiesta de la santa Cruz del 14 de septiembre (Invención de la santa Cruz), colocaron la fiesta de aquellas santas el 4 de octubre; pero falsamente. La fiesta de la Exaltación de la santa Cruz no existía aún en tiempo del Crisóstomo. Se trata, pues, de la Feria Sexta in Parasceve Domini; o sea del Viernes Santo, como puede verse por el texto de la Homilía. Parece que fue el 392, año en que la Pascua cayó el 28 de marzo. Veinte días después, se celebraba la fiesta de aquellas mártires en la Iglesia latina. Queda con todo alguna duda, pues las Tablas Pascuales fueron hechas algunos siglos después y no pueden fácilmente ponerse de acuerdo con las referencias, por otra parte no muy de fiar, de los siglos anteriores).

MUCHAS veces he pensado conmigo mismo, por qué motivo nuestros mayores determinarían por ley que el día de hoy, abandonáramos nuestras mansiones de la ciudad y viniéramos todos fuera de ella, y precisamente a este sitio, para celebrar nuestra reunión. Porque no parecen haberlo hecho al acaso. Y por esto yo me preguntaba la causa. Y por gracia de Dios la he encontrado; y he hallado ser ella justa y digna de elogio y muy conveniente a la presente festividad. ¿Cuál es pues esa causa? ¡Qué hacemos hoy memoria de la cruz! ¡Y el crucificado fue clavado en la cruz fuera de la ciudad! ¡Por esto nos han traído acá fuera de la ciudad! Porque, dice el Evangelista, al Pastor lo siguen las ovejas. Y en donde está el rey, ahí están los soldados. Y en donde está el cadáver ahí se congregan las águilas.

Esta es pues la causa de que nos congreguemos fuera de la ciudad. Pero mejor será demostrar primero, por las Escrituras, que éste es el motivo. Y para que no vayas a pensar que se trata únicamente de una conjetura nuestra, voy a traerte como testigo a Pablo. ¿Qué es pues lo que él dice de los sacrificios? Los cuerpos de aquellos animales cuya sangre, ofrecida por los pecados, se introduce en el santuario por el pontífice, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar con su sangre al pueblo, padeció fuera del campamento. ¡Salgamos pues hacia El fuera del campamento, portando su improperio! Lo dijo. Lo ordenó Pablo. Obedecimos, salimos. Y por este motivo nos hemos congregado fuera de la ciudad.

Mas ¿por qué precisamente en este templo y no en otro alguno? Porque, por beneficio divino, nuestra ciudad por todos lados está defendida por reliquias de santos. Entonces ¿por qué motivo quisieron nuestros mayores que nos reuniéramos aquí y no en otro templo? ¡Porque aquí precisamente yace una grande cantidad de cadáveres! Habiendo pues el Señor descendido el día de hoy a los muertos, nos hemos reunido aquí; y por ese mismo motivo, el sitio ha recibido el nombre de Cementerio. Para que aprendas que los muertos, incluso los que aquí yacen, no están muertos, sino que aquí descansan y duermen. Antes de la venida de Cristo, la muerte se llamaba muerte. ¡En cualquier día, dice, en que comiereis del árbol, moriréis! Y también: ¡El alma que pecare, esa morirá! Y David dice:

¡La muerte de los pecadores es mala! Y además: ¡La muerte de sus santos es preciosa en el acatamiento del Señor! Y Job: La muerte es descanso para el varón? Y no solamente se llama muerte sino también infierno. Oye a David que dice: ¡Pero Dios sacará mi alma del poder del infierno, cuando me eleve hacia sí! Y Jacob: ¡Haréis descender mi ancianidad con dolor al infierno!

Estos nombres tenía nuestra muerte en los tiempos pasados. Pero, una vez que vino Cristo y sufrió la muerte por dar la vida al mundo, la muerte ya no se llama muerte, sino sueño y descanso. Y que se llame sueño lo testifican aquellas palabras del Señor: ¡Nuestro amigo Lázaro duerme! No dijo muerto está, aunque de verdad estaba muerto. Y para que comprendas que ese nombre de sueño era desusado, considera cómo se turban los discípulos cuando lo oyen, y dicen: ¡Señor! ¡si duerme, sanará! ¡Hasta ese punto no entendían lo que esa palabra significaba! Y también Pablo: Entonces ¿también los que durmieron perecieron?, preguntó a algunos. Y en otra parte, hablando de nuestros difuntos: Nosotros, dice, los que vivimos no nos anticiparemos a los que durmieron Y en otra parte todavía: ¡Levántate tú que duermes! Y para demostrar que hablaba de los muertos, añadió: y levántate de entre los muertos. Ves, pues, cómo en todas partes a la muerte se le llama sueño, y por este motivo el sitio obtuvo el nombre de Cementerio, como si dijeses dormitorio? Porque este nombre tiene su utilidad y está lleno de sabiduría cristiana. Así, cuando traes acá alguno que ha fallecido, no decaigas de ánimo. Porque no lo llevas a la muerte, sino al sueño. Este nombre te basta para consuelo y alivio en la desgracia. Entiende a dónde lo llevas: ¡al Cementerio! Y también cuándo lo llevas, que es después de la muerte de Cristo, cuando ya han sido quebrantados los nervios de la muerte. De manera que, tanto por el sitio como por el tiempo, podrás recibir grande consuelo. Y estas palabras nuestras se dirigen en especial a las mujeres. Porque su sexo está más expuesto a la ansiedad y a la desesperación y es mucho más afectivo. Pero apta medicina tienes para aliviar la tristeza con el nombre del sitio.

Porque el día de hoy, el Señor nuestro recorre todos los senos del infierno. Hoy quebrantó las puertas de bronce; hoy hizo pedazos las cerraduras de hierro. Considera la exactitud de la expresión. No dijo abrió, sino quebrantó las puertas de bronce, para que en adelante quede ya inutilizada esa cárcel. No quitó los cerrojos de hierro, sino que los hizo pedazos, a fin de que en adelante la cárcel sea débil. Porque en donde no hay ni puertas ni cerraduras, aunque alguno entre no queda detenido. Porque, cuando fue Cristo el que las rompió ¿quién podrá repararlas? Lo que Dios ha derribado, dice, ¿quién podrá restituirlo? Cuando los reyes quieren dar libres a algunos encarcelados, no proceden así. Sino que, tras de enviar cartas para el efecto, conservan tanto las puertas como los guardias de la cárcel, para demostrar que habrán de reingresar ahí los que salieron ya libres u otros en su lugar.

¡No procedió así Cristo! Sino que, queriendo demostrar que la muerte había llegado ya a su fin y término, quebrantó las puertas de bronce. Y las llamó de bronce, no porque ellas hayan sido fabricadas de bronce, sino para significar la inexorable y cruel necesidad de la muerte. Y para que entiendas que tanto el bronce como el hierro significan lo rígido e inflexible, oye lo que dice Dios a un impudente: Tu cerviz es como barra de hierro y tienes una frente de bronceé Dijo esto, no porque aquél tuviera una frente de bronce, sino porque tenía un rostro de dureza implacable e inflexible. ¿Quieres ver cómo en realidad el infierno fue implacable, inflexible y el mismísimo diamante? Durante mucho tiempo nadie lo pudo persuadir a que dejara libre a ninguno de los que tenía cautivos, hasta que, habiendo bajado allá el Rey de los ángeles, lo obligó por la fuerza.

Porque en primer lugar ligó al fuerte y luego le arrebató todo su ajuar. Por lo cual añadió: Los tesoros escondidos y las riquezas enterradas. Y aunque esto parezca dicho con simplicidad, sin embargo tiene dos sentidos. Porque hay sitios tenebrosos, pero que con todo se pueden examinar metiendo en ellos candelas y luces. Pero aquel sitio del infierno era oscurísimo e ingrato, y jamás había recibido en su interior la naturaleza de la luz. Por esto lo llamó tenebroso e invisible. Porque lo era de verdad hasta que bajó allá el Sol de justicia y lo llenó con su luz, y de infierno lo hizo cielo. Porque en donde está Cristo ahí está el cielo. Y llama al infierno tesoro tenebroso con razón; porque ingentes riquezas estaban ahí depositadas.

Toda la naturaleza humana que en cierto sentido es riqueza de Dios había sido robada por el demonio que empujó con engaño al primer hombre y la había sujetado a la muerte. Y eso de que Dios haya tenido a la naturaleza humana como su riqueza, óyelo de Pablo, quien dice: ¡Rico para todos y sobre todos los que lo invocan! De modo que, a la manera de un rey, tras de aprehender a un jefe de ladrones y de piratas que anda recorriendo las ciudades y en todas partes roba y luego se adentra en los antros en donde va depositando su riqueza robada; y a ese jefe de ladrones lo ata y lo entrega para que pague los justos y merecidos castigos; mientras que los tesoros los pasa al erario regio, así hizo Cristo: una vez que hubo vencido, mediante su muerte, a aquel jefe de ladrones y guarda de la cárcel que es el demonio, y juntamente a la muerte, todas sus riquezas, digo todo el género humano, las pasó a sus regios erarios.

Y esto mismo indica Pablo, cuando dice: Nos redimió de la potestad de las tinieblas y nos pasó al Reino de su Hijo arriado. Y lo que es muy digno de admiración y de notar es que el Rey vino en persona. Ningún rey se dignaría hacer esto jamás; porque son sus ministros los que dan libertad a los encadenados. Pero este Rey no procedió así; sino que El personalmente bajó hasta los encarcelados. No se avergonzó de la cárcel ni de los en ella detenidos. Porque no pudo avergonzarse de aquellos que El mismo había creado. Y quebrantó las puertas y desmenuzó las cerraduras. Se presentó en el infierno y arrojó de ahí a toda la guarnición; y tras de poner en cadenas al que lo custodiaba, regresó a nosotros. Y el tirano era llevado cautivo; el fuerte era vencido; la muerte misma, tras de arrojar sus armas, inerme corrió a echarse a los pies del Rey.

¿Has considerado esta victoria admirable? ¿Has considerado los preclaros hechos de la cruz? ¿Podré yo decirte algo que sea más admirable? ¡Conoce el modo de esta victoria y quedarás aún más estupefacto! Porque por los medios por donde el demonio había vencido, por esos Cristo lo venció; y habiendo tomado las mismas armas con que aquél se había revestido, con ellas lo derrocó. ¡Oye cómo! ¡Una virgen y un leño y la muerte fueron los signos de nuestra ruina! La virgen fue Eva, porque aún no había conocido varón. El leño fue el árbol y la muerte era la amenaza hecha a Adán. Pero observa: ¡de nuevo la Virgen, el leño y la muerte, fueron signos, pero ciertamente signos de ruina y de victoria!

Porque en lugar de Eva aquí está María; en vez del árbol de la ciencia del bien y del mal, está el árbol de la cruz; y en vez de la muerte de Adán está la muerte de Cristo. ¿Ves cómo aquél fue vencido por los mismos medios con que había vencido? ¡A Adán lo venció el demonio junto al árbol y junto al árbol Cristo derribó al demonio! Aquel árbol echaba al infierno; mientras que éste, aun a los que ya habían descendido, los devuelve a la vida. Además, al hombre ya vencido y desnudo, lo ocultó uno de los árboles; el otro mostró desnudo en alto al vencedor a todos. ¡Aquella muerte condenó a todos los que después han nacido; ésta, en cambio, aun a los que nacieron antes de ella, los resucitó!

¿Quién podrá contar las obras del poder de Yavé? ¡Sacados de la muerte se nos hizo inmortales! ¡Son éstas las preciaras hazañas de la cruz! ¿Has comprendido la victoria? ¿has comprendido el modo de ella? ¡Pues entiende ahora cómo sin trabajos ni sudores nuestros se alcanzó esta victoria! ¡No ensangrentamos nosotros nuestras armas; no nos presentamos en el combate; no sufrimos las heridas; ni siquiera vimos la batalla; y con todo ganamos la victoria! ¡Fue del Señor la pelea y fue nuestra la corona! Siendo pues nuestra la victoria, imitemos a los soldados, y cantemos las alabanzas y honores del triunfo con alegres voces: ¡La muerte ha sido absorbida por la victoria! ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¡Y fue la cruz la que nos engendró todas estas preclaras hazañas!

¡La cruz es el trofeo erigido contra los demonios, la espada contra el pecado, la espada con que Cristo atravesó a la serpiente! ¡La cruz fue voluntad del Padre, gloria del Hijo, gozo del Espíritu Santo, honor de los ángeles, seguridad de la Iglesia, glorificación de Pablo, muro de los santos, luz del orbe todo! Porque así como si alguno enciende una lámpara en una habitación envuelta toda en tinieblas, y la pone en lo alto, al punto pone en fuga la oscuridad; así Cristo, cuando las tinieblas estaban esparcidas por todo el universo, El, a la manera de una lámpara, encendió la cruz y la levantó en alto y disipó en toda la tierra las tinieblas. Y a la manera que la lámpara lleva la luz en la parte superior, así la cruz tuvo encima de lo alto al Sol de justicia que resplandecía.

En cuanto el mundo lo vio a El fijo con los clavos, quedó aterrorizado; tembló la tierra; las rocas se partieron. Pero, aunque las rocas se rompieron, la dureza de los judíos no se rompió. Se rasgó el velo del templo, pero no se rompió la malvada conspiración de ellos. ¿Por qué se rasgó el velo? ¡Porque el templo no tuvo fuerzas para contemplar al Señor crucificado, y así, por lo que al velo le aconteció, publicó el templo, sólo faltando las palabras, que cualquiera, de hoy en adelante, puede conculcar el Santo de los santos! Porque ¿qué necesidad tengo ya de esas cosas, una vez que allá afuera se ha llevado a cabo y se ha ofrecido semejante sacrificio? ¿De qué me sirve ya el Testamento? ¡En vano y por tanto tiempo enseñé a éstos! ¿Qué utilidad se me sigue de la Ley? Todo esto gritaba también el profeta, cuando decía: ¿Por qué se amotinan las naciones y trazan los pueblos planes en vano? 25 Habían escuchado aquello de que: Como oveja fue llevado al matadero y a la manera de un cordero calló delante del que lo trasquilaba; y a pesar de haber considerado y meditado por tanto tiempo esta profecía, no la creyeron cuando ya estuvo presente lo que había ella predicho.

¿Ves cómo meditaron en vano? ¡Por esto se rasgó el velo del templo: para significar así la soledad y perpetua devastación que en adelante se seguiría!

Así pues, como nosotros tengamos que ver por la tarde otra vez al que estuvo colgado en la cruz, a la manera de cordero sacrificado e inmolado, os amonesto a que nos acerquemos con temor y reverencia y grande recogimiento. ¿Acaso ignoráis cómo se acercaron los ángeles al sepulcro vacío y que ya no contenía aquel cuerpo? Una vez que recibió el cuerpo íntegro del Señor ese sepulcro, ahora le hacen grandes honores al sitio mismo. Los ángeles, que superan a nuestra naturaleza con mucho por su excelencia, asisten ante el sepulcro con tan grande reverencia y respeto; y nosotros, que nos vamos a acercar no al sepulcro vacío sino a la mesa misma en que está puesto el Cordero ¿nos acercaremos tumultuosamente y sin orden? Pues ¿qué perdón podemos esperar?

Y no digo esto al acaso y a la ventura. Sino que, como suelo ver en esta tarde a muchos alborotando, armando grita, empujándose, saltando y produciendo discordia, con lo que más se preparan pena que no salvación, por eso procedo a esta amonestación. ¿Qué haces, oh hombre? ¡Cuando el sacerdote está delante de la mesa sagrada, con las manos extendidas y alzadas al cielo, invocando al Espíritu Santo para que venga y toque las ofrendas, entonces debe reinar mucha paz, mucho silencio! Y cuando el Espíritu Santo da su gracia y toca las ofrendas y tú miras al Cordero inmolado y muerto, ¿entonces hay tumulto, entonces alborotas, entonces suscitas las disensiones y la discordia?

¿Cómo puedes gustar de este sacrificio cuando te acercas a la mesa sagrada con tan grande tumulto y estrépito? ¡No nos basta ya el acercarnos manchados con culpas, sino que ni siquiera el momento mismo de acércanos lo dejamos que transcurra sin falta! Porque cuando alborotamos, cuando discutimos, cuando mutuamente nos mordemos. ¿cómo podemos estar libres de falta? ¡Dime! ¿por qué motivo te apresuras? ¿por qué causa te excitas cuando ya estás viendo a la oveja muerta? Porque, aun cuando durante toda la noche hubieras de contemplar este sacrificio ¿acaso, te pregunto, podría causarte hastío este espectáculo? Pacientemente esperaste durante todo el día, y aun pasaste ya buena parte de la noche; ¿y en un breve momento derrochas y pierdes tal cantidad de trabajo? ¡Piensa qué sea aquello que tienes delante, y por qué motivo está ahí!

Muerto ha sido por ti ¿y tú lo abandonas cuando lo ves inmolado? ¡En dónde está el cadáver, dice el Evangelista, ahí están también las águilas! Pero nosotros ¡tan grande es nuestra impudencia! nos acercamos al modo de canes. ¡Considera qué sea lo que se ha derramado: ¡sangre es! ¡sangre que borró la Escritura de nuestros pecados! ¡sangre que ha lavado tu alma, que quitó la mancha del pecado, que triunfó de las Potestades y de los Principados! Porque, habiendo despojado a los Principados y a las Potestades, dice, los sacó valientemente a la vergüenza, triunfando de ellos en la cruz? ¡El trofeo, dice, tiene muchas señales de victoria: los despojos están colgados de la cruz!

Porque a la manera que un magnánimo rey, cuando ha terminado felizmente' una dificilísima guerra, coloca en la parte superior del trofeo la coraza y el escudo y las armas del tirano y de los soldados que venció; así Cristo, una vez terminada la guerra que llevó a cabo contra el demonio, suspendió de lo alto de la cruz todas las armas de éste, es decir, la muerte y la maldición, como de un trofeo. Y esto, para que todos vieran aquel trofeo: las Virtudes del cielo, los hombres que habitan abajo en la tierra, y aun los malos demonios que son los vencidos.

Habiendo pues sido nosotros obsequiados con tan excelente don, mostrémonos, según nuestras fuerzas, dignos de los bienes que se nos han otorgado, a fin de que además de ellos consigamos el reino de los cielos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria, el honor y el poder al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.



CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.