CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

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XXV: Homilía segunda sobre la Ascensión del Señor.

(La predicó el santo en Antioquía, pero fuera de la ciudad en un Martirio o Iglesia que estaba en un paso denominado Romanesia. Nada se ha sabido acerca de la fecha en que se predicó. Consta por ella que el Obispo de Antioquía profesaba grande veneración a las reliquias de los mártires. Estas anteriormente estaban bajo el pavimento de la Iglesia; pero san Flaviano ordenó que se pusieran en un lugar alto y limpio, a fin de que quedaran decentemente expuestas a la veneración de los fieles. Una de las razones fue para que no estuvieran al lado de las cenizas de los herejes).

TAMBIÉN cuando hicimos memoria de la cruz celebramos la fiesta fuera de la ciudad. Y ahora que hacemos fiesta por la Ascensión del crucificado, de nuevo la celebramos fuera de la ciudad. Y esto no es porque despreciemos a la ciudad, sino porque queremos honrar a nuestros mártires. ¡No vayan a quejarse, y con razón, estos bienaventurados varones de nosotros! y a decirnos: "¡No fuimos dignos ni siquiera de ver celebrar una festividad de nuestro Señor en nuestras residencias!" Ni vayan a decir, quejándose con nosotros: "¡Derramamos nuestra sangre por la ciudad, y fuimos hallados dignos de que se nos cortara la cabeza en beneficio de la ciudad; y con todo no hemos merecido ver la celebración de un día de fiesta saludable en nuestras moradas!" Por esto, habiendo abandonado la ciudad, nos hemos apresurado a venir a los pies de estos santos, con ocasión de la festividad de hoy, y a presentarles nuestras excusas por el tiempo pasado.

Porque, si antes, cuando estos estrenuos atletas de la piedad estaban sepultados bajo el pavimento, con todo era necesario recurrir a su patrocinio, mucho más necesario será hacerlo cuando estamos viendo puestas ya aparte las margaritas preciosas, cuando las ovejas han sido liberadas de los lobos, cuando los vivos se han apartado de los muertos.! Cierto es que tampoco anteriormente sufrieron daño ninguno por causa de la común sepultura con aquéllos: porque aquellos cuyos espíritus están en el cielo no pueden recibir daño en sus cuerpos a causa de la dicha vecindad. Las reliquias de aquellos cuyas almas están en las manos de Dios, no podían padecer nada a causa del sitio en que estaban ellos sepultados. De manera que a éstos no se les siguió daño alguno anteriormente. En cambio nuestro pueblo sí recibía un daño no pequeño, a causa del sitio en donde tales reliquias se encontraban. Porque, aunque concurría ciertamente a venerar las reliquias de los mártires, pero hacía sus preces entre dudas y vacilaciones, por ignorar cuáles eran los sepulcros de los santos y en dónde yacían ocultos sus verdaderos tesoros.

Sucedía como a los rebaños de ovejas, que llevados a beber con gozo en las fuentes cristalinas, una vez llegados a ellas y a sus límpidas aguas se encontraran cohibidos por un cierto asqueroso hedor y pestilencia que naciera de un sitio, aunque distinto, pero cercano: ¡así acontecía con este rebaño! ¡Acudía el pueblo a estas fuentes puras de los mártires! Pero al sentir el hedor de los herejes que ahí cerca brotaba, se encontraba cohibido. Y como lo notara este prudente Pastor y Maestro que todo lo dispone para la edificación de la Iglesia, no sufrió que por mucho tiempo este daño se tuviera como cosa leve: ¡este Pastor, digo, ferviente emulador y amante de los mártires!

¿Qué es pues lo que hace? ¡Considerad su prudencia! Obstruyó y cerró por debajo los ríos de la corriente fétida y turbulenta; y en cambio colocó en un sitio limpio y puro las fuentes cristalinas de los mártires. ¡Considera también cuánta humanidad ha mostrado para con los difuntos y cuánta reverencia para con los mártires y cuánto cuidado del pueblo! Humanidad para con los difuntos, pues no los sacó del sitio en donde yacían, sino que los dejó en donde estaban; reverencia para con los mártires pues los libró de aquella vecindad perversa; cuidado y solicitud para con el pueblo, pues no permitió que en adelante anduviera haciendo sus preces entre dudas y vacilaciones.

Por esto os hemos traído hasta acá. a fin de que la reunión sea más solemne y más espléndido el espectáculo; y esto no solamente por la concurrencia de los hombres, sino también de los mártires; ni solamente de los mártires, sino también de los ángeles. Porque también los ángeles están aquí presentes: ¡hoy se reúnen aquí los ángeles y los mártires! ¡Abre los ojos de la fe y podrás contemplar este espectáculo! Porque, si los aires están llenos de ángeles cuánto más la Iglesia; y si lo está la Iglesia, cuánto más el día de hoy en que fue llevado a los cielos el Rey de ellos. Y que todo el aire esté repleto de ángeles, oye cómo lo dice el apóstol, amonestando a las mujeres para que estén con la cabeza cubierta: Deben, dice, las mujeres tener los velos sobre sus cabezas a causa de los ángeles. Y también Jacob: ¡El ángel que me salvó desde mi juventud! Y los que estaban en la casa con los apóstoles decían a Rodé, la doncella: ¡Es su ángel! Y también decía Jacob: ¡He visto ejércitos de ángeles!

Mas ¿por qué vio ejércitos y cohortes de ángeles sobre la tierra? Así como el rey dispone que por todas las ciudades haya soldados suyos, a fin de que no por amenazar alguna guerra sean devastadas con incursiones, así Dios opone ejércitos de ángeles a los demonios que vagan por el aire, fieros y crueles y suscitando guerras, como enemigos que son de la paz; y esto con el fin de que apenas aparezcan, al punto los repriman los ángeles, y nos procuren una paz perpetua. Y para que entiendas que los ángeles son de paz, oye a los Diáconos que perpetuamente dicen en las oraciones: ¡Rogad al ángel de la paz!

¿Ves, pues, cómo están aquí presentes los ángeles y los mártires? Pues ¿quiénes habrá más miserables que los que hoy han faltado a la presente reunión? ¿quiénes más felices que nosotros los que hemos concurrido y disfrutamos de esta festividad? ¡Pero, esto de los ángeles en otra ocasión lo trataremos! ¡Volvamos al asunto de la presente solemnidad!

¿Y ¿qué clase de solemnidad es la presente? ¡Grande y veneranda, carísimos; y que sobrepasa todo sentido y entendimiento humano; y es digna de la munificencia de Dios que la instituyó. Porque hoy el género humano fue reconciliado con Dios; hoy la perpetua y larguísima guerra y enemistad quedó borrada y suprimida; hoy nos volvió una paz admirable y nunca jamás esperada. Porque ¿quién podía esperar que Dios se reconciliara con el hombre? Y esto no porque Dios sea inhumano, sino porque el siervo es tardo y perezoso: ¡No porque el Señor sea cruel y duro, sino porque el siervo es contumaz e ingrato!

¿Quieres saber hasta qué punto habíamos exacerbado a este benignísimo y mansísimo Señor? ¡Porque es justo reconocer antes que nada el fundamento de nuestras enemistades, a fin de que cuando nos veamos, nosotros sus enemigos y contrarios, llenos de honores, admiremos la benignidad de quien nos los concede; y así no pensemos que este cambio se debe a nuestras buenas obras; y además, una vez vista la grandeza inmensa del beneficio, no nos cansemos de darle gracias por la grandeza de sus dones. ¿Quieres, pues, conocer en qué forma habíamos exacerbado a Señor tan liberal, manso, bueno, y que todo lo dispone para nuestra salud?

Hubo un tiempo en que pensó en borrar a todo nuestro humano linaje; y estaba de tal manera irritado que quería acabar con nosotros y nuestras esposas e hijos y bestias de carga y fieras y con toda la tierra. Y, si quieres, procuraré que oigas su sentencia misma: ¡Borraré, dice, al hombre que he criado, de la faz de la tierra toda, y los brutos y las bestias domésticas! ¡Porque me pesa de haber hecho al hombre! Y para que conozcas que El no aborrecía nuestra naturaleza, sino nuestra malicia, El mismo que decía: ¡Borraré al hombre que he criado, de sobre la faz de la tierra!, ese mismo decía: ¡El tiempo de todo hombre ha venido para mí! Ciertamente, si hubiera odiado al hombre, no hubiera hablado con el hombre. Ahora en cambio ves cómo no quiso llevar a cabo lo que había amenazado. Más aún: excusaba al siervo el Señor, y hablaba con él como con un amigo de su misma condición, y le exponía las causas del futuro desastre. Y no era esto para que el hombre conociera las causas, sino para que al insinuarlas a otros, los hiciera algo más temperantes.

Pero volvamos a lo que yo decía. De tan mala manera se portaba nuestro linaje anteriormente que estuvo en peligro de desaparecer de la tierra. Pues bien: nosotros, los que parecíamos indignos de vivir en la tierra, en este día hemos sido levantados al cielo. Los que no éramos dignos ni siquiera de mandar sobre la tierra, subimos al reino celeste allá arriba, entramos en el cielo y hemos obtenido un trono real y señorial. Y la naturaleza por culpa de la cual un Querubín quedó guardando el paraíso, esa ahora se asienta sobre todos los Querubines.

Mas ¿de qué manera admirable y excelsa sucedió esto? ¿De qué manera nosotros, que habíamos ofendido a una tan grande clemencia, y parecíamos indignos de vivir en la tierra, y habíamos caído de todo principado y honor aun terreno, hemos sido llevados a una tan excelsa altura? ¿Cómo se terminó esta guerra? ¿Cómo se aplacó esta ira? ¿Cómo? ¡Pues esto es lo admirable! ¡que la paz se hizo provocándonos e invitándonos Dios, quien con todo derecho estaba irritado contra nosotros, a nosotros y no nosotros a Él; nosotros los que con absoluta injusticia nos irritábamos contra Él. ¡Somos embajadores de Cristo!, dice el apóstol, como si Dios exhortara por nuestro medio!

¿Qué es esto? El fue el ofendido con la injuria ¿y es Él quien invita a la paz? ¡Así es la verdad! ¡como que El es Dios y por esto, como Padre benigno nos exhorta y anima! Pero observa cómo está este negocio: el Hijo es el mediador del que exhorta e invita, ¡y no es puro hombre, ni ángel, ni arcángel ni alguno de los servidores de Dios! Y ¿qué hace el Mediador? ¡Hace obra de Mediador! Porque así como cuando dos andan enemistados y no quieren ser reducidos a paz y mutua concordia, viniendo un tercero e interponiéndose, pone fin a las enemistades de ambos, así hizo Cristo. Airado estaba Dios con nosotros y nosotros estábamos apartados de Él. Entonces Cristo, interponiéndose, reconcilió a ambas naturalezas.

¿En qué forma se constituyó Medianero? Tomó sobre sí la pena que el Padre nos había de aplicar, y el suplicio y castigo enviado del cielo, y las afrentas: ¡todo eso lo tomó sobre sí en este mundo! ¿Quieres ver cómo El tomó sobre sí todas esas cosas? Cristo, dice Pablo, nos redimió de la maldición de la Ley haciéndose por nosotros maldición? ¿Ves cómo recibió El la pena impuesta desde el cielo? Pues mira también cómo soportó en la tierra las afrentas: ¡Los oprobios, dice en el salmo, de los que te afrentaban cayeron sobre mí! ¿Ves ahora de qué modo arregló las enemistades? ¿ves cómo no desistió de hacer, padecer y realizar cuanto estuvo en su mano hasta que volvió a la gracia de Dios al enemigo y adversario?

Pues, de tantos bienes, la causa es este día. Porque así como había tomado las primicias de nuestra naturaleza, así hoy las devolvió al Señor. Y, como sucede en los campos, que alguno forma un manojito con unas pocas espigas recogidas y lo ofrece a Dios y así todo el campo queda bendito con aquella pequeñez, así lo hizo Cristo, quien por medio de aquella su carne y primicias, procuró que fuera bendecido todo nuestro linaje. Pero dirá alguno: ¡si convenía que se ofrecieran primicias, debía haberse ofrecido aquel primer hombre que fue criado, porque las primicias son lo primero que se cosecha y lo primero que germina! ¡No, carísimo! ¡No son primicias ni han de estimarse tales, si ofrecemos el primer fruto exiguo y raquítico; sino cuando ofrecemos un fruto perfectamente logrado. Y pues aquel primer fruto se manchó con el pecado, por eso no fue ofrecido aun siendo el primero. Este otro, en cambio, exento estaba de pecado, y por esto fue ofrecido aunque vino después ¡porque en realidad éstas son las primicias!

Y para que conozcas que no se llama primicias precisamente al primer fruto que germina, sino al fruto que es perfecto, generoso y que ha llegado a todo su oportuno vigor y perfección, voy a traerte el testimonio de las Escrituras: Cuando hubieres entrado en la tierra de promisión que Dios te da, dijo Moisés; y plantareis árboles frutales de cualquier especie que sirvan de alimento, miraréis sus frutos como impuros durante tres años, y al cuarto ese fruto será santificado para Dios. - Si primicias fueran los primeros frutos que se producen, convenía ofrecer al Señor los que brotaran en el primer año. Ahora en cambio dice: por tres años tendrás su fruto como impuro y lo dejarás, porque el árbol está tierno aún y es débil y sus frutos son precoces e inmaduros. En cambio, al cuarto año, dice, los frutos serán santos para el Señor.

Advierte en esto la sabiduría del legislador, que no permitió ni siquiera el que aquellos frutos se comieran a fin de que nadie gustara de ellos antes que el Señor; ni tampoco ordenó que se ofrecieran al Señor, por ser ellos inmaduros aún y no sazones. ¡Deja ese fruto, dice, porque es primerizo! ¡tampoco lo ofrezcas porque es indigno de la majestad del que lo ha de aceptar! ¿Ves, pues, cómo no se llaman primicias los frutos primeros que brotan, sino los ya sazones y perfectos? Esto lo hemos dicho por la carne que ofreció Cristo. Ofreció las primicias de nuestra naturaleza al Padre. Y de tal manera admiró al Padre el don que se le ofrecía, tanto por la dignidad del que lo ofrecía como por la pureza de lo que era ofrecido, que lo tomó con sus propias manos y lo colocó junto a sí, y le dijo: ¡Siéntate a mi diestra!

Pero ¿a qué naturaleza dijo Dios siéntate a mi derecha? Es claro que se lo dijo a la misma que había oído: ¡Polvo eres y en polvo te has de convertir! ¿Acaso no era suficiente con subir a los cielos? ¿Acaso no era suficiente con estar entre los ángeles? ¿Acaso no era ya esto un honor inefable? ¡Pues subió más arriba de los ángeles; dejó atrás a los arcángeles, sobrepasó a los Querubines, subió sobre los Serafines, pasó de largo las Potestades; y no se detuvo hasta que alcanzó el trono del Señor! ¿Consideras la distancia que media entre el cielo y la tierra? O, mejor: ¡comencemos de mero abajo! ¿Observas cuán grande intervalo hay entre el infierno y la tierra? ¿y cuánto de la tierra al cielo? ¿y cuánto del cielo hasta el cielo más elevado? ¿y de éste a los ángeles, y a los arcángeles, y a las Potestades celestes, y al trono mismo del Rey? ¡Pues, por encima de todo ese intermedio levantó El a nuestra naturaleza!

¡Mira en qué lugar tan bajo estaba ella antes y cuan alto subió! Porque era imposible bajar más de lo que el hombre bajó, ni subir más arriba de donde la llevó Cristo. Esto lo decía claramente Pablo: ¡El mismo que bajó, ese mismo es el que ascendió! Y ¿a dónde descendió?: a las partes más bajas de ¡a tierra. ¡Subió, en cambio, sobre todos los cielos! ¡Conoce bien quién es el que ascendió y de qué naturaleza es, y en qué estado se encontraba anteriormente esa naturaleza! Con gusto me detengo en la vileza de nuestro linaje, para que mejor comprendamos el honor que nos ha venido por la benignidad del Señor. ¡Éramos tierra y polvo! Pero esto no era pecado, sino deficiencia de la naturaleza misma. Pero nos hicimos más estultos que los irracionales. Porque: El hombre fue comparado con los jumentos faltos de razón y se hizo semejante a ellos.

Pero, es hacerse peor que animales que no tienen razón, eso de que alguno se haga semejante a ellos. Porque, el que uno, por naturaleza, sea irracional y así permanezca, es cosa natural. Mas, el que los dotados de pensamiento y razón caigan en semejante locura, esto es culpa de la voluntad. Cuando, pues, oyes que el hombre se hizo semejante a los animales que no tienen razón, no pienses que lo dijo la Escritura para manifestar que los hombres eran iguales a las bestias, sino que quiso demostrar que se hicieron peores que ellas. Porque nos hicimos peores que los irracionales y más insensatos que ellos. Y esto, no porque en cuanto hombres nos hayamos rebajado hasta allá, sino porque nos deslizamos a mayor ingratitud.

Manifestando esto Isaías decía: ¡Conoció el buey a su dueño y el asno el pesebre de su señor! ¡pero Israel no me conoció! Por lo demás no nos quedemos confundidos por lo dicho anteriormente; porque en donde abundó el delito ahí sobreabundó la gracia. ¿Viste cómo fuimos más insensatos que los jumentos? ¿Quieres ver ahora cómo fuimos más insensatos que las aves?: ¡La tórtola y la golondrina y las aves del campo conocieron el tiempo de sus emigraciones, pero mi pueblo no conoce mis juicios! De manera que se nos comprueba ser más insensatos que los jumentos, los bueyes, los volátiles, la tórtola y la golondrina.

¿Quieres conocer además otra necedad nuestra? ¿pues se nos remite, para que también de ellas aprendamos, a las hormigas! ¡Hasta tal punto habíamos perdido el natural entendimiento! ¡Anda a la hormiga, dice, y considera sus caminos! Hemos sido hechos discípulos de la hormiga, nosotros los que habíamos sido hechos a la imagen de Dios! Pero ¿qué digo de la hormiga? ¡Acabamos por ser más estultos que las piedras! ¿Quieres que también de esto te traiga un testimonio? ¡Oíd, montes! ¡y vosotros, cimientos inconmovibles de la tierra! ¡porque tiene Yavé una querella con su pueblo! ¿Contra los hombres ejerces tu juicio y convocas a los fundamentos de la tierra? ¡Claro que sí, dice: porque los hombres se han hecho más necios que los fundamentos de la tierra!

Pero ¿qué otro exceso de malicia buscas entre los hombres, cuando se nos encuentra más necios que los asnos, más irracionales que los bueyes, más ingratos que la tórtola y la golondrina, más locos que la hormiga, más estúpidos que las piedras mismas, y finalmente del todo parecidos a las serpientes? Porque dice: Su furor es semejante al de la serpiente: veneno de áspides hay en su boca! Pero ¿qué necesidad hay de traer a la memoria la estolidez y necedad de los irracionales, cuando parece que somos llamados incluso hijos del diablo? Porque dice: ¡Vosotros sois hijos del diablo!

Y con todo, nosotros los estultos, los ingratos, los necios, los más insensibles que las mismas piedras, los que éramos los más abyectos y vilísimos de todos los seres … ¿cómo lo diré? ¿qué palabras usaré? ¿Cómo declararé esto? ¿De dónde sacaré expresiones? … ¡Esa vilísima naturaleza nuestra, que era la más imbécil de todas! ¿que haya sido elevada y sublimada más que todas? ¡Hoy recibieron los ángeles lo que hacía tiempo deseaban! ¡hoy vieron los arcángeles lo que hacía tiempo anhelaban!

¡hoy vieron a nuestra naturaleza en el trono real, brillante a la manera del rayo, por la gloria y la belleza inmortal! Porque, aunque nuestra naturaleza, por el honor que se le concedía superaba a todos, pero todos se alegraron de nuestro bien, del mismo modo que todos, cuando éramos castigados, se condolían.

Guando los Querubines custodiaban el paraíso, se dolían de nuestra caída. A la manera que un siervo a otro consiervo suyo, aprehendido y encarcelado por su señor, lo custodia, es verdad, y sin embargo, llevado de la conmiseración para su consiervo, se duele y se angustia por lo que le ha sucedido, del mismo modo los Querubines recibieron el paraíso para custodiarlo, pero se dolían de tener que custodiarlo. Y para que entiendas que se dolían te lo aclararé con ejemplos humanos. Porque cuando veas a los hombres compadecerse de sus consiervos, ya no te quedará duda acerca de los Querubines, puesto que aquellas Potestades son más benignas que los hombres. Pues bien: ¿qué varón justo ha habido que no se doliera cuando los hombres eran castigados, aun siéndolo justamente, por sus infinitas iniquidades? Porque esto es digno de admiración: que a pesar de que conocían los pecados de ellos y que habían ofendido a su Señor, con todo se condolían del castigo.

De este modo se dolía Moisés, tras del pecado de idolatría de su pueblo; y decía: ¡O les perdonas este pecado o bórrame del libro que tienes escrito! ¿Qué significa esto? ¿Estás viendo la impiedad de los hombres y te dueles de sus aflicciones? ¡Precisamente por eso me duelo, dice: así porque son castigados como porque dan justo motivo para el castigo! También Ezequiel, como viera al ángel que hería al pueblo, llorando exclamó con una gran voz: ¡Ay de mí, Señor! ¿Acabarás con las reliquias de Israel? y Jeremías: ¡Corrígenos, Señor, con suavidad y no con ira; no sea que nos destruyas! Si pues Moisés, Ezequiel y Jeremías se contristaron por aquéllos ¿no se conmoverán las Potestades del cielo por nuestros males? Pero ¿con qué argumento podría hacerse eso creíble?

En confirmación de que tienen ellos nuestras cosas como propias, oye cuánto gozo tuvieron cuando vieron al Señor reconciliado con nosotros. Puesto que si antes no se hubieran condolido, tampoco se habrían después llenado de gozo y regocijo. Y que se alegraron es manifiesto por lo que dijo Cristo, que: Habrá gozo en el cielo (y en la tierra) por un pecador que hace penitenciad Pues si por un pecador que los ángeles ven que se convierte se alegran ¿cómo puede ser que no se alegren, y aun en sumo grado, cuando ven a toda la naturaleza humana metida en los cielos en las primicias de ella?

Conoce tú, también por otro capítulo, la alegría de las cohortes celestiales a causa de nuestra reconciliación. Porque cuando nuestro Señor nació según la carne, como vieran ellas, por ese mismo hecho, al hombre ya reconciliado, puesto que si Dios no sé hubiera reconciliado nunca se habría abajado en tal manera; pues, como esto vieran, formando coros acá en la tierra cantaban: ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad! precisamente aquellos hombres que anteriormente habían sido declarados enemigos e insensatos. ¿Has visto cómo alaban a Dios por los bienes de otros; o mejor dicho por los bienes propios, puesto que ellos estiman ser propios suyos nuestros bienes? ¿Quieres ver también cómo se alegraban de que alguna vez verían al hombre ascendiendo a los cielos y de ello se regocijaban? ¡Oye al mismo Cristo que dice que ascendían y descendían continuamente! Porque esto es lo propio de quienes desean algún admirable espectáculo! ¿De dónde consta que ellos continuamente ascendían y descendían? Oye a Cristo que dice: ¡Veréis los cielos abiertos, y a los ángeles de Dios que suben y bajan sobre el Hijo del Hombre!

¡Costumbre es ésta de los que aman: que no esperan al tiempo sino que anticipan el tiempo establecido, a causa de su alegría! Por esto descienden empujados por el deseo de contemplar aquel espectáculo inaudito y nuevo; es a saber al hombre que se muestra en el cielo. Por esto los ángeles se dejan ver en todas partes: cuando nació y cuando resucitó y también hoy cuando subió a los cielos. Porque dice el Evangelista: He aquí que dos en vestiduras blancas significaban con las vestiduras su alegría. Y dijeron a los discípulos: ¡Varones de Galilea! ¿qué hacéis mirando al cielo? ¡Este Jesús que ha sido llevado al cielo de entre vosotros, así vendrá, como lo habéis visto ir al cielo!

Ahora, atendedme con toda diligencia. ¿Por qué dicen eso? ¿Acaso porque los discípulos no tuvieran ojos o no hubieran visto lo que había sucedido? Pero ¿no dice el Evangelista que viéndolo ellos se elevó? Entonces ¿por qué motivo se les acercan los ángeles y les enseñan que había subido a los cielos? Por estas dos causas. La primera, porque ellos se dolían de que Cristo se apartase de ellos. Y que se dolieran, oye cómo les dice El: ¿Ninguno de vosotros me pregunta a dónde vas, sino que, porque os dije esto la tristeza ha henchido vuestro corazón? Porque si no soportamos que se aparten de nosotros nuestros consanguíneos y amigos ¿cómo no se' habían de doler abiertamente los discípulos viendo apartarse de ellos a su Salvador, Maestro y Cuidador benignísimo y mansísimo y excelentísimo? ¿Cómo no se iban a contristar? Pues por esto se les acercó el ángel para mitigar su dolor, nacido de aquel apartarse, mediante la memoria del regreso y así consolarlos.

Por esto les dice: ¡Este Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo, del mismo modo regresará! Como si les dijera: ¿Os doléis de que haya sido llevado? Pues no queráis doleros más, porque de nuevo regresará. Y para que no hicieran ellos lo que hizo Eliseo cuando vio que su Maestro era llevado, que rasgó sus vestiduras a causa de que no había nadie que le dijera que de nuevo había Elías de volver; pues para que no hicieran eso, se les acercaron los ángeles y aliviaron y consolaron su tristeza. Y ésta es la primera causa de que se presenten ahí los ángeles.

La segunda causa no es de menor importancia. Y por esto añadió: que ha sido llevado. ¿Qué significa esto? Que ha sido llevado a los cielos. Ingente era el intermedio y no basta la fuerza de nuestras miradas para ver que aquel cuerpo era llevado hasta el cielo; sino que, a la manera de una ave que anda volando, cuanto más alto vuela tanto más se sustrae a nuestras miradas, así aquel cuerpo, cuanto más alto era llevado tanto más se escondía; puesto que no podían los ojos seguirlo con tan grande espacio puesto intermedio. Por esto, pues, se presentaron los ángeles; para adoctrinarlos acerca de su ascensión a los cielos; y para que no pensaran que El sólo aparentemente había subido a los cielos, al modo de Elías, sino que verdaderamente había subido a los cielos. Y por esto dice: El cual ha sido llevado de entre vosotros al cielo.

Porque no dijeron esto al acaso. Más aún: Elías fue aparentemente llevado al cielo, porque era siervo; pero Jesús lo fue de verdad porque era el Señor. Aquél lo fue en un carro de fuego, éste en una nube. Porque cuando había de ser llamado el siervo, convenía enviar un carro; pero cuando el Hijo, entonces un trono real; y no sólo un trono real', sino el trono mismo del Padre. Porque del Padre dice Isaías: ¡He aquí que el Señor se asienta en una nube ligera! Pues así como El se asienta en una nube ligera, así envió al Hijo una nube. Elías, al subir, dejó caer sobre Elíseo una piel de oveja. Pero Jesús, al subir, envió a sus discípulos dones de gracias, con los que hizo, no otro profeta, sino infinitos Elíseos y aun mucho mayores y más ilustres que aquél.

¡Levantémonos, pues, carísimos; y dirijamos los ojos de nuestra mente a este regreso! Porque Pablo dice: El mismo bajará de los cielos a una orden, a la voz del arcángel; y nosotros los vivos, los que quedamos, junto con ellos seremos arrebatados en las nubes al encuentro del Señor por los aires, pero no todos. Y que no todos seremos arrebatados, sino que unos quedarán y otros serán arrebatados, oye cómo lo dice Cristo: Entonces estarán dos moliendo en la misma piedra: una será tomada y otra dejada. Estarán dos en el mismo lecho y uno será tomado y el otro dejado. ¿Qué significa este enigma? ¿qué significa este recóndito misterio? ¡Por la piedra de moler nos señala a todos los que viven en la pobreza y la miseria; por el lecho y el descanso a todos los que abundan en riquezas y brillan con honores! Y para indicar que de entre los pobres unos serán salvos y otros se condenarán, dijo que de la piedra de moler una será tomada y la otra dejada; y de los que estarán en el lecho, uno será tomado y otro dejado; para significar que los pecadores serán dejados acá. en espera de los suplicios, mientras que los justos serán arrebatados en una nube.

Porque a la manera que cuando un rey entra en una ciudad, a unos los constituye en dignidades y honores; y los que más valen ante él y tienen su gracia, salen de la ciudad y avanzan a su encuentro; pero los reos y los criminales se guardan allá dentro, mientras el rey pronuncia sentencia, así cuando venga el Señor, unos, los que tienen su confianza, le saldrán al encuentro en medio de los aires, mientras que los condenados y que tienen conciencia de muchos pecados, esperarán acá al Juez. ¡Entonces también nosotros seremos arrebatados …! Pero, no dije nosotros poniéndome en el número y grupo de los que serán arrebatados, porque no estoy tan falto de sentido común y de entendimiento que ignore mis pecados propios. Y si no temiera turbar la alegría de la presente festividad, cierto que lloraría amarguísimamente, al recordar esas palabras y al mismo tiempo mis pecados.

Mas, como no deseo perturbar el gozo de la presente festividad, termino aquí mi discurso, dejándoos fresca y reciente la memoria de aquel día, a fin de que no se gloríe el rico en sus riquezas ni el pobre se tenga por miserable en su pobreza; sino que cada cual, según lo que sabe de sí, haga lo uno o lo otro. Porque ni el rico es feliz ni el pobre miserable: ¡feliz es y felicísimo quien fuere digno de ese arrebatarlo en las nubes, aunque sea el más pobre de todos; así como al revés, quien lo pierda será miserable y miserabilísimo, aunque sea el más rico de todos.

Por esto digo que quienes hayamos pecado, lloremos sobre nosotros mismos; y los que brillan por sus buenas obras, que se llenen de confianza; y no solamente confíen sino que se confirmen en sus procederes; y los otros que no solamente lloren sino que se conviertan y cambien de vida. Porque puede también aquel que vivió malamente, haciendo a un lado la mala vida, pasar al camino de la virtud y hacerse igual a quienes desde el principio llevaron bien su vida: ¡cosa que también nosotros debemos procurar!

Quienes tienen conciencia de llevar bien su vida, perseveren en la piedad y aumenten constantemente ese excelente tesoro, añadiendo de continuo algo a su primera confianza. Y nosotros, los que andamos llenos de temor y desconfiamos de aquel ser arrebatados, y tenemos conciencia de haber cometido muchos pecados, cambiemos en mejor nuestra vida; a fin de que, habiendo llegado a la confianza misma de aquellos otros, todos juntamente y con un solo ánimo, recibamos, con la debida gloría, al Rey de los ángeles; y gocemos de aquella bienaventurada alegría en Cristo Jesús y Señor nuestro, a quien sea la gloria y el poder con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


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XXVI: Homilía primera acerca de Pentecostés;

y por qué ya no se hacen milagros; y que las cosas que se hacen y dicen entre nosotros se escriben.

(Esta y la siguiente Homilía fueron predicadas en Antioquía, según parece. Se ignora en qué año. Tres eran las grandes solemnidades de Antioquía: la Epifanía, la Resurrección y Pentecostés).

DE NUEVO la solemnidad y de nuevo el concurso festivo y de nuevo la Iglesia en alegría y gloriándose; ¡ella la madre de muchos hijos, y además amante de ellos, juntamente con su prole! Pero ¿de qué le sirve el amor a sus hijos cuando solamente en las festividades y no constantemente puede gozar de la presencia de ellos; no de otra manera que si poseyendo una hermosa vestidura, con todo no se le permitiera usarla siempre? Porque vestidura de la Iglesia es la multitud de los que acuden, como lo dijo el profeta que en otro tiempo habló así, refiriéndose a la Iglesia: Te revestirás de todos éstos como de un ornamento de esposo y como de una vestidura de esposad De modo que así como una mujer honesta y libre por nacimiento, cuando lleva una túnica bien arreglada y que le baja hasta los pies, aparece más hermosa y elegante, así también la Iglesia el día de hoy se vuelve más espléndida al encontrarse revestida con vuestra presencia en tan grande multitud, y se viste con una vestidura perfectamente acomodada.

Porque ninguna parte de ella puede ahora verse desnuda, como sucedió en los días anteriores. Y la causa de la desnudez fueron los que solamente ahora han venido y no cuidan de vestir constantemente a su madre. Por lo demás, fácilmente entendemos que no es cosa de poco peligro el dejar así desnuda a nuestra madre, si traemos a la memoria el Antiguo Testamento, y recordamos a aquel que vio a su padre desnudo y sufrió el castigo de aquella mirada. Y eso que aquél no desnudó a su padre, sino solamente lo vio desnudo. Pero ni aun así escapó del castigo porque solamente lo viera. En cambio, los que ahora están presentes y antes no vinieron, no solamente ven desnuda a su madre sino que ellos mismos la desnudaron. Pues, si el que solamente fue espectador y no causa de aquella desnudez no evitó el castigo, los que son causa de ella ¿cómo podrán alcanzar perdón?

Y no digo esto por herirlos, sino para que escapemos del castigo, para que escapemos de la maldición de Cam, para que imitemos la bondad de Sem y Jafet, y procuremos constantemente tener vestida a nuestra madre. Tiene un sabor de judaísmo eso de presentarse solamente tres veces al año ante Dios. Porque a ellos se les dijo: ¡Tres veces te presentarás delante de tu Dios! En cambio, respecto de nosotros, quiere Dios que constantemente nos presentemos. Por lo demás, las distancias de los lugares hacían que aquéllos acudieran solamente tres veces a aquellas reuniones; puesto que el culto de Dios estaba limitado a un solo lugar; y por lo mismo sólo raras veces podían congregarse y estar presentes los judíos. Sólo en Jerusalén se podía adorar a Dios y no en otra parte alguna. Por esto, mandó el Señor que tres veces se presentaran ante El; y los excusaba lo largo del camino. Pero a nosotros no nos protege género alguno de excusa.

Por otra parte, ellos estaban dispersos por toda la tierra. Porque dice en los Hechos de los Apóstoles: Estaban en Jerusalén judíos, varones religiosos, de todas las naciones que viven bajo el cielo, mientras que nosotros habitamos una sola ciudad, al abrigo de unos mismos muros; y con frecuencia ni siquiera nos separa de la iglesia una estrecha calle. Y con todo, no de otra manera que si nos separaran mares inmensos, no acudimos a estas reuniones. A aquéllos les mandó solamente que en tres ocasiones celebraran festividad. A nosotros, en cambio, nos ordenó que constantemente lo hagamos, porque para nosotros perpetuamente hay fiesta.

Y para que entiendas cómo para nosotros perpetuamente hay fiesta, te diré cuál sea la ocasión de las festividades: verás que todos los días son festivos. La primera festividad es la Epifanía. Y ¿cuál es la ocasión de esta festividad? Que Dios se ha dejado ver en la tierra y ha conversado con los hombres; puesto que Dios, Hijo Unigénito de Dios, ha estado con nosotros. Pero esto es continuo. Porque dice: He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos! Luego podemos celebrar fiesta de la Epifanía todos los días. ¿Qué significa la fiesta de Pascua y cuál es su ocasión? Anunciamos entonces la muerte del Señor: ¡eso es la Pascua! Pero tampoco esta festividad la celebramos en un tiempo determinado. Porque queriendo Pablo librarnos de esa sujeción al tiempo, y demostrando que podemos celebrar siempre la Pascua, dice: ¡Porque cuantas veces comeréis de este pan y beberéis de este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor! De manera que, puesto que podemos anunciar constantemente la muerte del Señor, también podemos constantemente celebrar la Pascua.

¿Queréis ver cómo la festividad del día de hoy también podemos celebrarla cada día? Más aún: ¿cómo cada día se repite? ¡Veamos cuál sea la ocasión y por qué motivo la celebramos! Pues porque viene el Espíritu Santo a nosotros. Así como está con los hombres el Hijo Unigénito de Dios, del mismo modo también está el Espíritu de Dios. ¿De dónde nos consta?; El que me ama, guardará mis mandamientos; y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, para que permanezca con vosotros para siempre, el Espíritu de verdad. He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos, y por esto podemos celebrar la Epifanía continuamente; del mismo modo dijo del Espíritu Santo: Estará con vosotros para siempre y así podemos celebrar constantemente la Pentecostés.

Y para que conozcáis que podemos nosotros celebrar constantemente tal festividad; y que ésta no tiene tiempo determinado, ni nos estrecha la necesidad del tiempo, oíd lo que dice Pablo: ¡Así pues! ¡celebremos fiesta! Y eso que cuando escribía, no era el día deputado para ella; no era ni el de Pascua, ni el de Epifanía, ni el de Pentecostés. Indica, por lo mismo, que no es el tiempo lo que hace la festividad, sino la conciencia pura. Porque la fiesta no es otra cosa que alegría; y ninguna otra cosa engendra la alegría espiritual sino la conciencia de las buenas obras. De manera que aquel que tiene conciencia de buenas obras, ese puede perpetuamente estar de fiesta.

Indicando esto mismo decía también: ¡Así pues hagamos fiesta no con la levadura vieja, ni con la levadura de malicia y de la maldad, sino con los ázimos de la pureza y de la verdad! ¿Ves cómo no te obligó con la necesidad del tiempo, sino que te puso como necesidad el tener una conciencia pura? ¡Quisiera gastar en esto toda la exhortación! Porque los que logran atrapar a otros tras de largo tiempo de no verlos, ya no los sueltan fácilmente. Del mismo modo, ahora que os hemos cogido en nuestra red a vosotros, los que habéis venido tras de un año de ausencia, ya no queremos, el día de hoy, dejaros ir. Mas, para que no quedéis rin participación en el discurso de esta solemnidad y así regreséis con fruto, es necesario pasar a tratar de la ocasión de la presente festividad, tomando pie de esta exhortación.

Frecuentísimamente han bajado del cielo a la tierra bienes para el género humano; pero tales como los de este día, nunca antes habían descendido. Conoced, pues, los que anteriormente, bajaron y los que en este día descendieron, para que advirtáis la diferencia entre ambos. Llovió Dios el maná sobre la tierra y proporcionó a los israelitas pan del cielo; porque el hombre comió pan de ángeles. ¡Gran cosa es sin duda y digna de la benignidad de Dios! Luego bajó fuego del cielo y puso en buen camino al pueblo de Dios que había errado, y arrebató el sacrificio del altar. Bajó luego la lluvia cuando todos morían por el hambre y trajo consigo una grande fertilidad y abundancia de frutos.

Grandes son y admirables estas cosas, pero mucho mayores son las presentes. No bajó hoy el maná ni el fuego ni la lluvia, sino una tempestad de dones espirituales: ¡bajaron del cielo lluvias con las que ya no se excita la tierra para producir frutos, sino que se persuade a los hombres, a la humana naturaleza, que dé al Agrícola de los hombres, los frutos de virtud! Y los que recibieron una sola gota de esta lluvia, al punto se olvidaron de su naturaleza, y pronto la tierra toda se cubrió de ángeles; y no ángeles celestes, sino tales que viviendo en cuerpo humano presentaran las virtudes de las Potestades incorpóreas. Porque no bajaron ellas a la tierra, sino, lo que es más admirable, los que vivían en la tierra subieron hasta la virtud de aquéllas.

Porque no caminaban, ya depuesta la carne, como ánimas desnuda, de ella; sino que reteniendo su propia naturaleza, mediante el propósito de su ánimo, se hacían ángeles. Y para que entiendas que aquella primera pena, de cuando dijo el Señor: ¡Polvo eres y en polvo te has de convertir! - no era en realidad un castigo, permitió Dios que tú permanecieras tierra, para que se mostrara mejor el poder del Espíritu Santo, el cual tales cosas iba a hacer mediante un cuerpo terreno. Porque fue cosa de ver a una lengua de barro imperando a los demonios; fue cosa de ver a una mano de barro curando las enfermedades. Más aún: no sólo fue cosa de ver la mano de barro, sino, lo que es aún más admirable, las sombras de los cuerpos de barro verlas superando la muerte y a las Potestades incorpóreas, digo a los demonios.

Porque, así como al aparecer el sol se desvanecen las sombras, las fieras regresan a sus escondrijos, los homicidas, los ladrones, los violadores de sepulcros, se retiran a las cumbres de los montes, así en cuanto aparecía y hablaba Pedro, se apartaban las sombras del error, huía el diablo, se escapaban los demonios, sanaban los enfermos, desaparecían las enfermedades de las almas, quedaba cohibida toda maldad, y volvía a la tierra la virtud. Y así como si alguno logra sacar de los erarios regios, en donde hay oro y piedras preciosas, siquiera alguna partecilla pequeña, alguna piedrecilla de las que con tanta honra se guardan, esa aumenta en gran manera las riquezas del que la posee, así sucedía con las bocas de los apóstoles. Porque eran sus bocas de verdad tesoros regios en donde estaban depositado todos los tesoros de salud: ¡aun cada palabra que de ellas salía engendraba muchas riquezas espirituales! Entonces se pudo ver cómo la palabra del Señor es más deseable que el oro y las piedras muy preciosas: ¡porque lo que el oro no podía ni las piedras preciosas, eso lo hacía Pedro con solo su palabra!

¿Cuántos talentos de oro habrían podido dar al cojo de nacimiento para que anduviera correctamente? Y en cambio la palabra de Pedro pudo cambiar y quitar aquel defecto de la naturaleza. Dijo: ¡En nombre de Jesucristo! ¡levántate y anda! Y la palabra se convirtió en obra. ¿Ves cómo son más deseables que el oro y las piedras preciosas las palabras del Señor? ¿Ves cómo fueron erarios regios aquellas bocas? ¡En verdad que fueron médicos de la tierra y agrícolas y pilotos! Médicos porque curaban las enfermedades; agrícolas, porque sembraban la palabra de la piedad; pilotos, porque apaciguaban las tempestades del error. Por esto, alguna vez les dijo el Señor; ¡Id y curad a los enfermos!¿hablándoles como a médicos. Otras veces les dijo: He aquí que os envío a que cosechéis lo que no sembrasteis, como a agrícolas. Y otras: Os haré pescadores de hombres. Y a Pedro: ¡No temas! ¡de hoy en adelante serás pescador de hombres! con lo que les hablaba como a timoneles y pescadores. Y en seguida pudieron verse unos milagros sucediéndose a otros.

Porque nuestra naturaleza, hace diez días, subió al trono regio; y hoy el Espíritu Santo bajó hasta nuestra naturaleza. El Señor llevó al cielo las primicias de nuestra naturaleza, y envió desde allá al Espíritu Santo. Otro es el Señor que ha repartido estos dones. Porque Señor es el Espíritu Santo; y la providencia dispuesta en nuestro favor se la dividieron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No habían pasado apenas diez días de que Cristo subió a los cielos, cuando Cristo nos envió de allá los dones espirituales de la reconciliación del Padre. Para que nadie anduviera dudando y preguntando ¿qué fue pues lo que hizo Cristo una vez que subió a los cielos? ¿acaso nos reconcilió con el Padre? ¿acaso nos lo hizo propicio?; para eso, es decir, para declararnos que había aplacado al Padre respecto de nuestra naturaleza, al punto nos envió los dones nacidos de esa reconciliación. Porque cuando los enemigos se reconcilian, al punto se siguen las invitaciones, los banquetes, los regalos. Enviamos allá la fe y recibimos en cambio los dones del Espíritu Santo; enviamos la obediencia y recibimos la justificación.

Y para que entendáis que el darnos el Espíritu Santo es don de la reconciliación con Dios, procuraré persuadíroslo con las sagradas Escrituras. Y desde luego, tomaré la prueba por los contrarios, y os demostraré que cuando estaba irritado Dios retenía las gracias del Espíritu Santo. Y una vez que creas ser prueba de su ira la ausencia del Espíritu Santo, y luego veas que el Espíritu Santo ha sido enviado, aprenderás cómo, si no hubieras sido reconciliado con Dios, El jamás habría enviado al Espíritu Santo. Pues ¿cómo vendremos a entender esto?

Helí fue un anciano por lo demás probo y justo, pero que no sabía corregir la maldad de sus hijos, sino que los amaba desordenadamente. ¡Escuchad esto todos vosotros los que tenéis hijos, para que pongáis modo al cariño y al afecto hacia ellos! Pues por esto fue por lo que, habiendo Helí irritado a Dios, lo compelió a una ira tan grande que quedó Dios enemigo de toda su familia. Y para indicar el que esto escribió cómo Dios en gran manera se les había apartado, dijo: La palabra de Dios era preciosa y no era frecuente la visión. En este sitio llama preciosa, es decir, rara la palabra de Dios; es decir, que era raro el don de profecía. Y otro, llorando y lamentando la ira de Dios, decía: ¡Al presente no tenemos príncipe ni profeta! Y también el Evangelista: Pues aún no se había dado el Espíritu Santo porque Jesús no había sido glorificado.

Porque aún no había sido glorificado, es decir, crucificado, no se había dado a los hombres el Espíritu Santo: ¡porque eso ¿e glorificado equivale a crucificado! ¡La cosa en sí es por su naturaleza, ignominiosa; pero porque lo hacía en bien de los que amaba, la llama Jesús glorificación. Y ¿por qué, te ruego me lo aclares, el Espíritu Santo no se dio antes de la Pasión? Porque el orbe de la tierra estaba en pecado, en ofensa, en ignominia y odio, puesto que aún no se había sacrificado el Cordero que quita los pecados del mundo. De modo que, como aún no había sido crucificado Cristo, aún no se había hecho la reconciliación; y no habiéndole hecho aún la reconciliación, con razón no era enviado el Espíritu Santo; de manera que el Espíritu Santo fuera enviado como un signo de reconciliación

Por esto dijo Cristo: ¿Os conviene que yo me vaya! ¡porque si no me fuere no vendrá Aquel! Que es como decir: si yo no me voy y os reconcilio con el Padre no enviaré al Espíritu Santo. ¿Veis con cuántos testimonios os he demostrado que el no estar el Espíritu Santo con los hombres es señal de ira divina? La palabra del Señor era rara y no era frecuente la visión. Al presente no tenemos príncipe ni profeta. Porque aún no se había dado el Espíritu Santo, pues Jesús aún no había sido glorificado. Os conviene que yo me vaya, pues si no me voy no viene Aquél. En conclusión: es señal de ira divina el que no se haya dado el Espíritu Santo. Y cuando veas que el Espíritu Santo se ha dado en abundancia, no dudes ya más de la reconciliación.

Mas preguntará alguno: ¿En dónde está ahora el Espíritu Santo? Porque acerca del tiempo pasado rectamente se afirma: del tiempo aquel en que había milagros y resucitaban los muertos y todos los leprosos quedaban limpios. ¡No temáis! ¡Os voy a demostrar que también entre nosotros está el Espíritu Santo! ¿De qué modo? Porque si no estuviera con nosotros el Espíritu Santo ¿cómo los que en está sagrada noche han sido iluminados, habrían podido quedar libres de los pecados? Oíd cómo enseña esto Pablo: Porque también nosotros en otro tiempo fuimos necios, desobedientes, extraviados, incrédulos, esclavos de toda suerte de concupiscencias; mas cuando apareció la bondad y el amor hacia los hombres de Dios nuestro Salvador, no por las obras justas que hubiéramos hecho, sino por su misericordia nos salvó, mediante el lavatorio de la regeneración y renovación del Espíritu Santo! Y en otra parte: ¡No os engañéis! ¡ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios! ¿Ves toda clase de maldades? Y continúa: Y esto fuisteis algunos; pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados. ¿De qué manera? Porque esto es lo que se pregunta: si acaso por el Espíritu Santo depusimos la maldad. Óyelo pues: Pero habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu Santo. ¿Ves cómo el Espíritu Santo borró toda aquella maldad?

¿Dónde están ahora los que blasfeman de la majestad del Espíritu Santo? Porque si El no perdona los pecados, en vano se recibe en el bautismo; y si los perdona, entonces en vano es acometido por los herejes con blasfemias: Si no existiera el Espíritu Santo, no podríamos decir Señor Jesús. Porque nadie puede decir Señor Jesús sino en el Espíritu Santo. Si no existiera el Espíritu Santo, no podríamos los fieles orar. Porque decimos: Padre nuestro que estás en los cielos. De manera que así como no podríamos decirlo y llamarlo Señor, tampoco Padre. ¿De dónde consta esto? Del mismo apóstol que dice: ¡Y por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita; Abba, Padre!? De manera que cuando lo invocas como Padre, acuérdate de que esa apelación te ha sido dada por el Espíritu Santo que movía tu alma.

Si no existiera el Espíritu Santo no habría en la Iglesia lenguaje de sabiduría ni de ciencia. Porque: A uno le es dada por el Espíritu Santo la palabra de Sabiduría, a otro la palabra de ciencia. Si no existiera el Espíritu Santo, no habría en la Iglesia Pastores ni Doctores. Porque también éstos son creados por el Espíritu Santo, conforme lo dice Pablo: El cual Espíritu Santo os puso como Pastores y obispos? ¿Ves cómo también éstos se hacen por virtud del Espíritu Santo? Si no existiera el Espíritu Santo en este común Padre y Doctor, no le habríais todos a la vez respondido, cuando subió a esta sagrada cátedra y a todos os dio la paz. aquello: ¡Y con tu espíritu! Por lo mismo, no solamente cuando sube acá, ni sólo cuando os habla o cuando ora por vosotros, lo aclamáis con esas palabras, sino también cuando está delante de esta sagrada mesa y va a ofrecer el tremendo sacrificio.

Porque él no toca a las ofrendas antes de rogar para vosotros la gracia del Señor (¡saben lo que digo los ya iniciados en los misterios!) ni antes de que vosotros le contestéis: Y con tu espíritu; respuesta con la que vosotros mismos os traéis a la memoria que nada hace aquel que está presente con las ofrendas que tiene delante: ¡no las cambia obra alguna de la humana naturaleza, sino que la gracia del Espíritu Santo que está presente y acude a todo, es la que lleva a cabo el místico sacrificio! Porque, aunque sea un hombre el que está presente, pero es Dios el que obra por su medio. No atiendas pues a la naturaleza de aquel a quien estás viendo, sino a la gracia invisible suya: ¡esa considera! ¡Nada humano hay en las cosas que; se verifican en este sagrado santuario!

Si no existiera el Espíritu Santo, la Iglesia no se sostendría. Si se sostiene la Iglesia, no cabe duda de que está presente el Espíritu Santo. Entonces, preguntará alguno ¿por qué ahora ya no hay milagros? ¡Atendedme en esto con diligencia! Porque oigo que muchos con frecuencia y aun siempre me proponen esta cuestión. ¿Por qué en aquel tiempo hablaban diversas lenguas todos los que se bautizaban, y en cambio ahora ya no? Sepamos primero qué cosa es hablar lenguas y luego conoceremos la causa. ¿Qué es, pues, hablar lenguas? El que se bautizaba, inmediatamente hablaba la lengua de los indos, los egipcios, los persas, los tracios, y un solo varón hablaba muchas lenguas. Y si éstos que ahora han sido bautizados lo hubieran sido entonces, también los habrías oído hablando diversas lenguas. Porque Pablo, según se cuenta, encontró algunos bautizados con solo el bautismo de Juan, y les preguntó: Si recibisteis al Espíritu Santo ¿cuándo creísteis? Y le dicen: Pero si ni siquiera hemos oído que exista el Espíritu Santo. Entonces ordenó al punto que fueran bautizados. Y como Pablo les impusiera las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo y hablaban diversas lenguas todos.

Entonces ¿por qué ahora esa gracia se ha retirado y se les ha quitado a los hombres? ¡No ha sido porque Dios nos quiera infligir ignominia, sino para honrarnos! ¿Cómo? ¡Yo os lo voy a decir! Un tanto insensatos eran entonces los hombres, porque apenas hacía no mucho tiempo de que habían sido arrancados al culto de los ídolos; de manera que sus entendimientos aún estaban un tanto cerrados y su mente un tanto obtusa; y estaban atentos y apegados a todas las cosas corporales; y no podían concebir los dones incorpóreos ni conocían qué cosa fuera la gracia espiritual que sólo se percibe con la fe. Por esto se obraban los prodigios.

Porque de los dones espirituales unos son invisibles y otros se comprenden con la fe; otros presentan ciertas señales sensibles para lograr la fe en los infieles. Por ejemplo: la remisión de los pecados es invisible y es don espiritual. Porque no vemos con los ojos de la carne cómo sean perdonados nuestros pecados. Y esto ¿por qué? Porque es el alma la que se purifica; pero el alma nunca se percibe con los ojos del cuerpo. Es pues el perdón de los pecados un cierto don espiritual que no puede manifestarse a los ojos del cuerpo; pero con todo, presenta a los sentidos una señal que fácilmente pueden percibir los infieles. Porque la lengua exterior, a la cual oímos, se manifiesta y declara cuál sea aquella interior operación hecha en el alma que es invisible.

Y por esto dice Pablo: Y a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Y por esto yo no necesito de milagros. ¿Por qué? Porque he aprendido a creer en el Señor sin necesidad de que se me den señales. El incrédulo necesita que le den alguna prenda; pero yo, que ya creo, no necesito de prenda ni de milagro. Aunque yo no hable ninguna lengua, sé bien que estoy perdonado de mis pecados. Aquéllos en cambio no creían si no veían algún milagro. Por esto se les daban los milagros a la manera de una prenda de la fe con que creían. Así pues se les daban no como a fieles sino como a infieles, para que fueran fieles. Y así, dice Pablo; Son señal no para los creyentes sino para los incrédulos.

¿Veis cómo Dios nos sustrajo los milagros y la manifestación de ellos, no para deshonrarnos sino para colmarnos de honor? Pues, queriendo manifestar nuestra fe, hizo esto; a fin de que se vea que sin milagros ni prendas creemos. Porque aquéllos, si no recibían primero la señal y prenda, no le creían acerca de las cosas que no se les presentaban a los sentidos. Pero yo, en cambio, sin nada de eso, les doy entera fe: ¡ésta es pues la causa de que ya no se hagan milagros!

Hubiera querido hablaros de la ocasión de la festividad y enseñaros cuál es el fin de la fiesta de Pentecostés y por qué en esta festividad se dio el Espíritu Santo y por qué en lenguas de fuego y por qué después de diez días a partir de la Ascensión. Pero veo que es doctrina un tanto larga. Por esto, en cuanto añada un poco más terminaré mi discurso. Cuando llegó el día de Pentecostés aparecieron como divididas lenguas de fuego. No eran de fuego, sino como de fuego; a fin de que no vayas a pensar nada sensible acerca del Espíritu Santo. Porque, así como en el río Jordán, no bajó una paloma, sino en forma de paloma, así aquí no bajó fuego sino en forma de fuego. Y además, dice anteriormente: A la manera de un viento impetuoso que llega. No es viento impetuoso sino a manera de un viento impetuoso.

Mas ¿por qué Ezequiel recibió el don de profecía no en semejanza de fuego, sino de libro; y en cambio los apóstoles reciben los dones por fuego? Porque de aquél dice la Escritura que le fue puesto en su boca un comienzo de libro en donde estaban escritos quejas y cantos y amenazas; y que estaba escrito por dentro y por fuera, y que lo devoró, y que en la boca se le hizo como miel. En cambio, de los apóstoles no dice así, sino que apareciéronles lenguas como de fuego. Pues ¿por qué allá libro y letras y acá lengua y fuego? Porque aquél había de ir a perseguir los pecados y las miserias de los judíos y a llorarlos; mientras que éstos iban a quitar los pecados del orbe de la tierra. Por esto aquél recibió un libro que le trajera a la memoria las calamidades futuras; mientras que éstos recibieron fuego que purificara los pecados de toda la tierra y los borrara.

Pues así como si cae fuego en las espinas fácilmente las acaba, así la gracia del Espíritu Santo consumía los pecados de los hombres. Pero los judíos vesanos, cuando esas cosas se realizaron; cuando convenía que se sintieran conmovidos y temblaran y adoraran al Dador, de nuevo manifestaron su locura. Y acusan a los apóstoles, repletos del Espíritu Santo, de embriaguez. Porque decían: ¡Están llenos de mosto! Advierte la maldad de los hombres y contempla la bondad de los ángeles. Porque los ángeles, al ver subir al cielo nuestras primicias, se alegraban y decían: ¡Levantad, oh príncipes, vuestras puertas! ¡Levantaos, puertas eternales y entrará el Rey de la gloria!

En cambio, los hombres, al ver descender a nosotros la gracia del Espíritu Santo, dicen de aquellos que la recibieron: ¡están embriagados! Y ni siquiera los contuvo la estación del año. Porque en el tiempo de la primavera no es posible encontrar mosto; y entonces era la estación de primavera. Pero, dejémoslos a ellos, y nosotros pasemos a considerar el intercambio que hace nuestro benigno Dios. Tomó Cristo las primicias de nuestra naturaleza, y nos dio la gracia del Espíritu Santo. Y como suele suceder en una guerra larga, cuando ya la lucha se ha dirimido y se han ajustado las paces, que aquéllos que antes eran enemigos ahora se dan mutuas prendas y rehenes, así aconteció entre Dios y la naturaleza humana. Como prenda y rehenes envió ésta las primicias suyas que Cristo elevó al cielo; y El, como prendas y rehenes, nos envió al Espíritu Santo.

Y que nosotros tengamos prendas y rehenes, se manifiesta por esto. Porque conviene que las prendas y rehenes sean de regia estirpe. Y por esto se nos envió al Espíritu Santo, pues que es de regia sustancia; así como también el que de entre nosotros fue llevado a los cielos era nacido de real estirpe, puesto que era descendencia de David. Por esto, no temo ya, puesto que nuestras primicias están sentadas allá arriba. Por esto, aunque me pongas delante el gusano que no muere o el fuego inextinguible y las penas y los suplicios, ya no temo. Es decir: ¡temo pero no desespero de mi salvación! Porque si Dios no hubiera determinado amontonar grandes bienes en nuestra especie, nunca habría llevado consigo a lo alto nuestras primicias.

Anteriormente nosotros, mirando al cielo y pensando en aquellas Potestades incorpóreas, comprendíamos nuestra bajeza, haciendo comparación con ellas. Pero cuando queremos ver ahora nuestra nobleza, miramos al cielo y hacia el trono mismo del Rey, porque ahí están asentadas las primicias tomadas de entre nosotros. Y del mismo modo vendrá a juzgarnos el Hijo de Dios desde los cielos; por lo cual estemos preparados y no vayamos a perder esa gloria. Porque ciertamente vendrá y no tardará nuestro común Señor. Vendrá y traerá consigo su ejército: las cohortes de ángeles, las filas de los arcángeles, los escuadrones de los mártires, los coros de los justos, el grupo de los profetas y apóstoles; y en medio de aquellos espirituales ejércitos, aparecerá el Rey rodeado de una inefable e inexplicable gloria.

Pongamos, pues, todo nuestro empeño, a fin de no perder esa gloria. ¿Queréis que también os diga las cosas que entonces infundirán terror? ¡No para poneros tristeza, sino para llevaros a un mejor modo de vida! Entonces, ante aquel tribunal se desliza un río de fuego, entonces se abren los libros, entonces re procede a aquel juicio formidable y tremendo. Y. como se hace delante de un tribunal, se leerán las efemérides de nuestra vida. ¡Mucho hablan los profetas de ese libro. Moisés dice: ¡Perdónales este pecado o si no bórrame a mí del libro que escribiste! Y Cristo decía a sus discípulos: ¡No os gocéis de esto! ¡que los demonios se os sujetaban! ¡gózaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos! Y también el profeta David: ¡En tu libro están escritas todas mis obras y mis días, aún antes de que existiera el primero de ellos! Y también: ¡Sean borrados del libro de los que viven y no sean escritos con los justos!

¿Adviertes cómo unos son borrados y otros son escritos? ¿Quieres conocer cómo en esos libros no solamente se escriben los justos sino que además están escritos nuestros pecados? ¡Tiempo es ahora de festividad: aprendamos las cosas mediante las cuales podemos librarnos de los suplicios! ¡Terrible es la palabra, pero fructuosa y útil, puesto que impide que en la realidad experimentemos los suplicios! Aprendamos pues que allá son escritos nuestros pecados; y que todo cuanto aquí hubiéremos hablado allá es llevado al punto y es escrito. ¿De dónde consta esto? Porque cosas tan graves no deben afirmarse sin razón. Miqueas dice a los judíos: ¡Sois pesados a Yavé! ¿En qué le somos pesados, dicen? En que decís: el que hace el mal es grato a Yavé.

Palabras son éstas de siervos malvados, y con todo El se complació en ellos: ¡en los malvados, dice, en los que no le hicieron servicio! He aquí que guardamos tus mandamientos y con todo llamamos felices a los extraños. Porque nosotros cada día estamos en tu servicio y otros son los que disfrutan los bienes. Con frecuencia hablan así los siervos de los señores. Pero que un hombre diga esto de otro no es cosa tan grave, aunque ya lo es. Pero, decir estas cosas del común Señor de toda la tierra, del' Señor misericordioso y benigno ¡no hay cosa que con mayor pena y castigo se haya de castigar!

Mas, para que comprendas que estas palabras quedan escritas allá arriba, oye lo que dice el profeta: He aquí que estas cosas han sido escritas en el libro de los que viven para recuerdo en la presencia del Señor. Y se escriben, no porque el Señor necesite recordar el día sino para probar la acusación del crimen y presentar el libro como fundamento de acusación. ¡Tal vez os he infundido en la mente el terror! ¡Pero no la vuestra sino la mía ha sido la primera en aterrorizarse! ¡Ea, pues! ¡Terminaré mi discurso! ¡O más bien, terminaré con ese vuestro terror! Pero ¡no podré quitároslo! ¡solamente lo aliviaré! ¡Porque yo deseo que permanezca en vuestra mente y os purifique! ¡Lo disminuiré a fin de que no se vuelva intolerable!

Y ¿cómo podremos disminuirlo? ¡Demostrando que nuestros pecados no solamente se escriben sino que también se borran! Acá en nuestros juicios, todo lo que dice aquel que anda litigando se anota en los procesos para perpetua memoria, y ya no se puede borrar; pero en aquel otro libro, por muchos males que hayas dicho, si quieres se borran de nuevo. ¿De dónde se manifiesta esto? Por la Escritura que dice: ¡Aparta tu rostro de mis pecados y borra todas mis iniquidades! y nadie puede borrar lo que no se había escrito. De manera que, puesto que habían sido escritos, ruega que sean borrados.

Y por ahí otro escritor sagrado nos enseña cómo se borran. Tus pecados se purifican con la limosna y la fe. Ni solamente se borran, sino que se purifican, hasta no quedar ni rastro del borrón. Ni solamente se borran los pecados cometidos después del bautismo, sino también los que se habían escrito antes del bautismo: todos ellos se borran con el agua del bautismo y con la cruz de Cristo, como lo dice Pablo: Borrando el acta de los decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en la cruz. ¿Adviertes de qué manera fue borrada aquella escritura? Pero no solamente fue borrada, sino desgarrada, una vez que la hicieron girones los clavos de la cruz, a fin de que quedara inútil.

Pero todos esos pecados han sido borrados por la gracia y benignidad de la virtud de Cristo crucificado. Los pecados cometidos después del bautismo necesitan de mucho cuidado para que sean borrados; porque no hay segundo bautismo. Necesitan de nuestras lágrimas, penitencia, confesión, limosnas, oraciones, y otros géneros de piedad. De esta manera se borran también los pecados cometidos después del bautismo, pero con grande fatiga y trabajo. Pongamos, pues, toda diligencia en borrarlos durante la vida; para que así en la futura estemos libres de padecer afrentas y suplicios. Pues, aunque hayamos cometido infinitos pecados, si queremos podemos echar al suelo todas esas cargas de pecados. ¡Queremos pues! ¡porque es mucho mejor ejercitar aquí un mediano trabajo y librarnos del inevitable suplicio, que tras de habernos entregado por breve tiempo al ocio y la desidia, caer en aquellas penas eternas!

Tiempo es de que recopilemos todo lo dicho. Hemos reprendido a aquellos que solamente se presentan aquí una vez en el año, puesto que dejan desnuda a su madre. Les trajimos a la memoria el antiguo Testamento con las maldiciones y bendiciones. Tratamos de las fiestas de los judíos y por qué motivo mandó Dios a los judíos que se presentaran en el templo tres veces en el año. Añadimos que las fiestas de la Epifanía, la Pascua y Pentecostés son continuas y de todos los días. Y que las fiestas las hace la conciencia pura y no el círculo de los tiempos. De aquí hicimos digresión a los dones; venidos del cielo, y advertimos que eran una señal de reconciliación. Demostramos que el Espíritu Santo vive entre nosotros, por la remisión de los pecados, por lo que respondéis al Pastor, por la palabra de sabiduría y ciencia, por las Órdenes, por el sacrificio místico. Y dijimos que nosotros reteníamos prendas y rehenes mutuos. Añadimos los motivos por los cuales se han quitado de en medio los milagros. Luego renovamos la memoria del tremendo juicio y de los libros, que en aquel entonces se abrirán, y cómo todos nuestros pecados se escriben. Y demostramos que si queremos pueden ser borrados.

¡Acordaos de todo esto! Y si no puede ser de todo, a lo menos recordad, en lugar de todas estas cosas, aquello que dijimos del libro. Y así, todo cuanto respondéis habladlo con cautela, como si delante tuvierais al que lo escribe; y tener siempre fresca la memoria de estas palabras. Esto, con el fin de que aumenten las obras buenas de aquellos: cuyos nombres están escritos en el libro de los justos; y borréis desde acá, sin que nadie lo sepa, los muchos vuestros que hayan sido escritos allá, y evitemos que allá se divulguen. Porque podemos, como quedó demostrado, borrar todos los pecados que están escritos, usando del fervor, de las oraciones, de la ferviente devoción. Procuremos esto en todo tiempo, a fin de que cuando emigremos allá, podamos obtener algún perdón y evitar las penas aquellas intolerables. ¡Ojalá nos acontezca a todos, liberados de ellas, alcanzar el reino de los cielos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea al Padre y al Espíritu Santo la gloria, el honor y el! poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos! Amén.



CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.