CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

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XXVII: Homilía segunda sobre la santa Pentecostés.

(No podemos saber nada concreto acerca del año en que fue predicada esta Homilía. Llama en ella el santo a la festividad "Metrópoli de las fiestas". Lo explica luego porque en ésta se recoge el fruto de la sagrada Pasión. Por lo demás, es curioso notar cómo en la Homilía anterior (primera sobre Pentecostés), el santo solamente enumera como fiesta de primer orden la Epifanía, la Pascua y Pentecostés. Creen algunos que fue porque la fiesta de Navidad era aún muy reciente, y los antioquenos estaban acostumbrados a celebrar el mismo día de la Epifanía así la Natividad como el Bautismo de Jesús. Cuanto a la fiesta de la Ascensión, la consideraban como formando una con la de Pentecostés. Su año, según parece, lo empezaban en el mes de septiembre. De todos modos, es muy difícil el acoplamiento del ciclo cronológico actual con los calendarios eclesiásticos de aquellos tiempos.

¡GRANDES SON, carísimos, ni pueden ser comprendidos por ninguna humana razón, los dones que hoy nos ha concedido nuestro benignísimo Dios! Por esto, todos en común gocémonos y alegrémonos y alabemos al Señor. Porque la fiesta de hoy es común y pública reunión para todos nosotros. Pues así como en la vuelta de las cuatro estaciones y en los solsticios del año, unos se suceden a otros, así, por cierto, en la Iglesia del Señor las festividades se suceden unas a otras y de una en otra nos van llevando adelante. Hace poco celebramos la fiesta de la Cruz y luego la de la Pasión y la de Resurrección y finalmente la de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo a los cielos. Hoy hemos llegado al colmo de los bienes, a la metrópoli de las festividades, al fruto mismo de las promesas del Señor.

Porque, si yo me fuere, dice, os enviaré otro Paráclito y no os dejaré huérfanos! ¿Veis la solicitud? ¿veis la inefable benignidad? Hace unos pocos días subió a los cielos, recibió el trono real, recuperó su asiento a la diestra del Padre. Y hoy nos concede la venida del Espíritu Santo, y por su medio nos da infinitos bienes del cielo. Porque ¿cuál de las cosas, pregunto, que son necesarias para nuestra salvación no nos ha sido dada por el Espíritu Santo? Por El quedamos libres de la servidumbre, somos llamados a la libertad, somos introducidos en la adopción de hijos de Dios; y de nuevo, por así decirlo, somos rehechos, y dejamos la pesada y asquerosa carga de los pecados. Por el Espíritu Santo vemos los coros de los sacerdotes y tenemos las filas de los Doctores. De esta fuente se derivan los dones de profecía, revelación y gracias de sanidad; y todas las otras cosas con que la Iglesia de Dios suele adornarse, de ahí se toman.

Esto es lo que clama Pablo con aquellas palabras: Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere. Según quiere, dice; y no según se le ordena; dividiendo El y no dividido. En lo cual se muestra autor de los dones y no sujeto a la autoridad de otro. Porque la misma potestad que Pablo testificó para el Padre, esa misma atribuyó al Espíritu Santo. Y así como dice del Padre: Dios es el que obra todas las cosas en todos p así dijo del Espíritu Santo: Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere. ¿Ves su perfecta potestad? Porque aquellos que tienen una naturaleza común, es claro que tienen una misma potestad; y aquellos cuya majestad de honor es igual, de esos una misma es la virtud y la potestad.

Por este Espíritu hemos obtenido la remisión de los pecados; por éste hemos quedado limpios de las horruras; por el don de este Espíritu a los hombres, hemos sido hechos ángeles todos cuantos acá acudimos en gracia. Y esto no por una mutación de nuestra naturaleza, sino, lo que es mucho más admirable, permaneciendo en la humana naturaleza tenemos una conversación angélica: ¡tan grande es la virtud del Espíritu Santo! Y a la manera del fuego nuestro que con los sentidos se percibe, cuando ha caído en un barro blando lo convierte en una olla maciza, de la misma manera el Espíritu Santo, cuando llega a una alma buena, aun cuando la encuentre blanda como el barro, la vuelve más resistente que el hierro. Pues al que antes se encontraba manchado con la hez de los pecados, lo hace al punto más resplandeciente que el sol.

Esto es lo que el bienaventurado Pablo nos enseñaba cuando decía y clamaba: ¿No os engañéis! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los dados al vino, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios. Y una vez que hubo enumerado casi todos los géneros de maldad; y hubo enseñado que todos cuantos se han hecho reos de tales pecados están privados del reino de Dios, al punto añadió: Y algunos esto erais, pero habéis sido lavados, pero habéis sido santificados, pero habéis sido justificados. Pero dime: ¿de qué modo o en qué manera? Porque esto es lo que estamos investigando; En el nombre, dice, de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios$ ¿Ves, carísimo, la virtud del Espíritu Santo? ¿Ves cómo el Espíritu Santo ha borrado toda iniquidad? ¿Ves cómo a aquellos que anteriormente habían sido traicionados por sus propios pecados, repentinamente los levantó a los más grandes honores?

¿Quién, pues, podrá llorar como se merece a los que acometen con blasfemias a la majestad y divinidad del Espíritu Santo? ¡A esos que, a la manera de locos furiosos, no logra apartarlos de lo perverso de su ingratitud el cúmulo de beneficios, sino que, al revés, no temen maquinar cuanto pueden contra su propia salvación, quitando al Espíritu Santo, cuanto es de su parte, la señoril majestad, e intentando pasarlo y rebajarlo al conjunto de las demás criaturas! A tales hombres yo de buena gana les preguntaría: ¡Ea, vosotros! ¿Qué motivo tenéis para haber declarado tan cruel guerra contra la majestad del Espíritu Santo, o más bien dicho, contra vuestra salvación? No dejáis que penetre en vuestras mentes lo que el Salvador dijo a los discípulos: Id, pues, les dice, y predicad y enseñad a todas las gentes, y bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

¿Ves la majestad igual en el honor? ¿Ves la concordia exactamente descrita? ¿Ves cómo la Trinidad es indivisa? ¿Acaso hay alguna diferencia o inmutación o disminución? ¿Por qué os atrevéis a añadir a las palabras del Señor otros nuevos preceptos? ¿Ignoráis que aun en los negocios humanos, si hay alguno que se atreva y llegue a tan gran audacia que quite o añada algo a las Letras expedidas por el rey -y eso que el tal rey es del mismo linaje que nosotros y consorte de nuestra misma naturaleza- se le suele castigar con el supremo castigo y no hay modo de salvarlo de la pena que bien ha merecido? Pues si en los negocios humanos tan grave peligro amenaza ¿qué perdón podrán alcanzar los que hasta tal punto avanzan en su arrogancia que procuran corromper las palabras que dijo el común Salvador nuestro? No se dignan escuchar a Pablo, que tenía en sí mismo a Cristo que en él hablaba, cuando clara y terminantemente dice: Ni el ojo vio ni el oído oyó ni vino a la mente humana lo que Dios ha preparado para los que lo aman.

Si, pues, ni el ojo vio ni el oído oyó ni pudo alcanzar la mente el conocimiento de los bienes que para quienes aman a Dios están preparados ¿por dónde podrá ser, oh Pablo, que alcancemos semejante conocimiento? Espera tú, oyente, un poco y escucharás que el mismo Pablo dice: Dios nos lo ha revelado por su Espíritu? Y no se detiene aquí; sino que para indicar la grandeza del poder, y de qué manera sea de la sustancia misma del Padre y del Hijo, añade: El Espíritu todo lo escruta, aun las profundidades de Dios. Y luego, como deseara poner en nuestra mente una más exacta doctrina por medio de ejemplos humanos, añadió: ¿Qué hombre conoce lo que en el hombre hay sino el espíritu del hombre que en él está? ¡Así también las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios!

¿Ves ahora la enseñanza excelentísima y perfecta? A la manera, dice, que aquellas cosas que están en el pensamiento del hombre, no puede ser que otro las conozca, sino que sólo él conoce sus cosas, así las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios, lo cual es lo más adecuado y excelente para declarar la dignidad del Espíritu Santo. Porque puso un ejemplo que parece insinuar lo siguiente. No es posible que algún hombre ignore jamás las cosas que tiene en su mente. Pues así como esto no puede ser, así el Espíritu Santo conoce exactísimamente las cosas de Dios. Ni puede negarse que este bienaventurado Pablo, en estas palabras, se refiere a quienes a causa de su preconcebida opinión, declaran, con detrimento de su salvación, haber movido una tan grande guerra contra la dignidad del Espíritu Santo, y cuanto está de su parte lo privan del supremo poder y lo rebajan a la vileza de las criaturas.

Pero, aunque ellos, llevados del empeño de su disputa, se opongan como adversarios a las palabras de la Escritura sagrada, nosotros, en cambio, recibiendo como documentos celestes los oráculos divinos de arriba, y tributando al Espíritu Santo las debidas alabanzas, llevemos de frente el recto y exacto conocimiento de la verdad. Y basta con lo dicho para redargüir a quienes no dudan de enseñar cosas contrarias a las palabras del Espíritu Santo.

Mas, por qué el Señor no envió esa causa de tantos bienes en seguida de su Ascensión a los cielos, sino que dejó que fuera esperada unos pocos días, y que los discípulos permanecieran solos en su casa, y al fin les envió la gracia del Espíritu Santo, creemos que os haremos un importante servicio si lo declaramos a vuestra caridad. Porque no fue esto al acaso ni en vano. Habiendo visto que los hombres no apreciaban tanto los bienes que tienen en la mano ni los ponderan según su dignidad, aunque parezcan agradables y grandiosos, si no es que al mismo tiempo se echa encima el choque de los, males contrarios… vg. (porque es necesario decirlo más claramente): quien está sano y vigoroso de cuerpo, no siente ni puede saber con exactitud cuántos bienes le proporciona la salud, si no es que echándosele encima la enfermedad corre experiencia de ella; y quien recibe el nuevo día no aprecia suficientemente la luz, si no es que ha experimentado ya la oscuridad de la noche. Porque esos contrarios, como la experiencia lo enseña, nos dan a conocer con exactitud la calidad de las cosas de que anteriormente disfrutábamos.

Pues del mismo modo, puesto que los discípulos, mientras estaba Jesús presente habían disfrutado de infinitos bienes; y por estar en su compañía pasaban los días dulcísimamente; pues todos los habitantes de Palestina volvían los ojos hacia el rostro de ellos, como a unos luminares, cuando a los muertos daban la vida y a los leprosos los limpiaban y expulsaban a los demonios y curaban las enfermedades y hacían otros muchos milagros; pues como fueran entonces así de ilustres y célebres, permitió que por algún tiempo quedaran sin El y separados de su virtud en cuyo auxilio se apoyaban; para que, cuando estuvieran destituidos de éste, aprendieran cuánto aprovechaba la presencia de su bondad; y una vez vista la grandeza de los bienes pasados, con mayor expectación esperaran el don del Paráclito.

Porque éste consoló a los que estaban tristes e ilustró con los rayos de su luz a los que estaban llorando y repletos de tristeza por haberse apartado el Maestro, y a los que estaban ya casi muertos, los resucitó, les apartó las tinieblas de la tristeza y les quitó la angustia que padecían. Porque como hubieran escuchado aquella voz del Señor: Id y enseñad a todas las gentes, ignoraban con todo a dónde debía cada uno de ellos marcharse y en qué región del orbe de la tierra había de predicar la palabra de Dios. Por esto vino el Espíritu Santo en forma de lenguas, distribuyó a cada uno las regiones de la tierra en que había de enseñar, y por medio de la lengua que les había concedido, como en una tabla, les hizo cognoscible el término de la dignidad que les confiaba y de la doctrina que habían de enseñar.

Por esto vino en forma de lenguas. Ni solamente por esto, sino además para refrescarnos la memoria del Antiguo Testamento. Porque como en otro tiempo los hombres, alzados en soberbia, hubieran querido construir una torre que llegara hasta el cielo; pero Dios hubiera disipado su malvada unión y concordia mediante la división de las lenguas, por eso ahora, en figura de lenguas de fuego, vuela hacia ellos el Espíritu Santo; para por este medio unir de nuevo al orbe de la tierra anteriormente dividido. Y sucedió una cosa nueva y admirable. Porque así como antiguamente las lenguas dividieron al orbe de la tierra y convirtieron en separación aquella unión y junta perversa, así ahora las lenguas unieron de nuevo al orbe de la tierra, y volvieron la concordia a los que andaban divididos.

Así pues, por esto vino en forma de lenguas. Y las lenguas eran de fuego, porque en nosotros se habían desarrollado, a la manera de una selva, las espinas del pecado. Porque así como una tierra gruesa y fértil, si no se la cultiva germina una grande selva de espinos, así nuestra naturaleza que fue creada buena por el Creador e idónea para producir la mies de las virtudes, por no haber recibido en sí el arado de la piedad ni la simiente del conocimiento de Dios, germinó la impiedad a la manera de unos espinos y de una selva sin provecho. Y como acontece muchas veces, que por la multitud de los espinos y de las malas hierbas ni siquiera se deja ver la superficie del suelo, así la pureza y nobleza de nuestra alma ya no aparecía; hasta que vino el agrícola de la misma naturaleza humana; y tras de arrojar en ella el fuego del Espíritu Santo la purificó y la hizo que se volviera idónea para recibir la divina simiente.

¡Tan grandes son y aun mucho mayores los bienes que nos vinieron con el beneficio de hoy! Siendo, pues, así estas cosas, os ruego y suplico que también nosotros celebremos la festividad de un modo digno de la excelencia de los bienes acumulados en gracia nuestra. Y esto no precisamente poniendo coronas en las puertas, sino haciendo frondosa el alma; no adornando la plaza con alfombras y tapetes, sino volviendo resplandeciente el alma y cubriéndola, como con un manto, con la vestidura de la virtud; a fin de que, de este modo, podamos recibir la gracia del Espíritu Santo y captar de ahí los frutos que brotan.

Pero ¿cuál es el fruto del Espíritu Santo? Oigamos a Pablo que dice: El fruto del Espíritu Santo es caridad, gozo y paz. Observa cuánta exactitud hay en las palabras y cuánta cohesión en la doctrina. Echó por delante la caridad y luego recordó las cosas que de ella se derivan. Plantó primero la raíz y luego declaró el fruto. Puso el fundamento y luego levantó el edificio. Comenzó por la fuente y de ahí bajó a los raudales. Porque es imposible que la materia de gozo nos. penetre si antes no consideramos la prosperidad de los otros como nuestra y reputamos los bienes ajenos como propios. Pero esto no puede nacer de otra parte sino de que prevalezca y domine la fuerza de la caridad.

La caridad es fuente y raíz y madre de todos los bienes. Porque, a la manera de la fuente, derrama grande cantidad de aguas; y como raíz germina infinitos ramos de virtudes; y como madre, abraza en su seno apretadamente a los que a ella se acogen. Pues, como esto conociera perfectamente el apóstol Pablo, la llamó fruto del Espíritu Santo. Y en otra parte le concedió tan grande prerrogativa que la llamó plenitud de la ley: ¡La plenitud de la ley es la caridad! Más aún: el Señor universal de todos, como una muestra digna de fe y una señal suficiente para que cualquiera demostrara ser su discípulo, no nos propuso otra que la que se saca de la caridad, cuando dijo: En esto conocerán que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros.

Os ruego, por este motivo, que nos acojamos todos a ella y a ella nos apeguemos y que con ella recibamos la presente festividad. Porque en donde existe la caridad en el ánimo, ahí cesan los defectos; en donde está la caridad, ahí se apagan los irracionales asaltos. Puesto que dice: La caridad no obra jactanciosamente, no se hincha, no es ambiciosa. La caridad no hace daño al prójimo. En donde domina la caridad jamás se ve a un Caín que mate a su hermano. ¡Quita la fuente de la envidia y habrás quitado el río de todos los males! ¡Arranca la raíz y a la vez habrás extirpado el fruto! Y esto lo digo, porque me causan mayor solicitud los envidiosos que no los envidiados. Porque son aquéllos los que mayor daño padecen y echan sobre sí una grande ruina. Porque los que son envidiados, si quieren re les convierte en materia de coronas esto de padecer envidias.

Advierte cómo es celebrado con alabanzas Abel; y día por día es exaltado con encomios; porque el motivo de su muerte dio ocasión a la celebridad de su nombre. Ciertamente éste, aun después de su muerte, sigue hablando con audacia mediante su sangre, y con clara voz acusa al fratricida. Aquél en cambio, habiendo alcanzado el fruto de sus obras, por medio de sus mismas obras recibió el justo castigo y anduvo temblando y gimiendo por la tierra. Este, aun muerto y yaciendo en tierra, tras de la muerte alcanzó mayor libertad de hablar y mayor confianza. Y así como a aquél, de tal manera lo dispuso el pecado que aun viviendo llevaba una vida más infeliz que los muertos, así a éste su virtud lo hizo, después de su muerte, aún más ilustre.

Así pues, nosotros, para alcanzar una mayor confianza en esta vida y en la otra; y para obtener es esta festividad una mayor alegría, ante todo despojémonos de la envidia. Porque aunque nos parezca haber acumulado méritos infinitos de buenas obras, si acaso esta horrible y amarga peste nos molesta, todo quedará en nada. ¡Haga el Señor que todos estemos libres de ella! En especial aquellos que en el día de hoy, mediante el bautismo, se despojaron del vestido de sus antiguos pecados, y pueden despedir de sí una luz émula de los mismos rayos del sol.

Os exhorto, pues, a vosotros, los que hoy habéis sido inscritos en la adopción y os habéis revestido la espléndida vestidura. ¡Cuidad con todo cuidado el esplendor de que ahora estáis dotados, y cerrad por todas partes la entrada al demonio!; a fin de que, tras de recibir una más copiosa gracia del Espíritu Santo, podáis llevar el fruto de treinta, de sesenta y de ciento por uno; y para que os hagáis dignos de salir al encuentro del Rey de los cielos, cuando venga a distribuir bienes mayores que cuanto puede decirse a aquellos que pasaron la vida presente en el ejercicio de la virtud, en Cristo Jesús, Señor nuestro, al cual sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.



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