Crisostomo Ev. Juan 3

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HOMILÍA III (II)

INÚTIL ES YA amonestaros acerca de poner atención al discurso, pues tan rápidamente habéis demostrado con las obras el fruto de la exhortación. Porque el concurso, la diligente atención, la precipitación anhelante por ocupar dentro del templo un sitio en donde poder oír con facilidad nuestra voz, la perseverancia con que, aun puestos en estrecheces no queréis apartaros hasta que se haya terminado la reunión espiritual, los aplausos estrepitosos y todas las demás demostraciones parecidas, están declarando el fervor de vuestras almas, y dicen que vuestro pensamiento está enclavado en atender al discurso. De modo que resultaría superfluo amonestaros acerca de eso. En cambio, sí valdría la pena exhortaros a que perseveréis en esa disposición de ánimo; y a que no sólo aquí demostréis ese empeño, sino también en el hogar, exponiendo el esposo a la esposa, el padre a los hijos la materia y tratando de ella lo que ellos entienden, y exigiendo lo mismo de ellos, y poniendo en medio esta prenda común.

Nadie me diga que no conviene ocupar en esto a los niños; pues lo necesario sería que no sólo aquí nos ocupáramos de ello, sino además de sólo esto preocuparse. Sin embargo, atendiendo a vuestra fragilidad, no lo exijo ni quiero apartar a los niños de los estudios escolares, así como tampoco a vosotros quiero apartaros de los negocios civiles. Lo que os ruego es que de los siete días de la semana, consagréis uno a nuestro común Señor. ¿No sería un absurdo que nosotros exijamos a nuestros criados el diario servicio continuamente y en cambio no dediquemos a nuestro Dios ni siquiera un poquito de nuestro día de descanso; sobre todo siendo así que el servicio que a nuestro Señor hacemos, para nada le aumenta sus bienes, pues de nada necesita, y por el contrario todo redunda en utilidad nuestra? Por cierto que cuando lleváis a vuestros hijos al teatro, no oponéis ni las clases ni otra cosa alguna; pero si se trata de lograr alguna ganancia espiritual, entonces invocáis las ocupaciones. ¿Cómo es posible que no provoquéis la ira de Dios cuando a todo lo demás le dais el tiempo conveniente, y en cambio pensáis que ocuparse de las cosas de la religión es molesto e inoportuno para vuestros hijos?

¡No, hermanos míos! ¡no procedáis así! Esa edad de los niños es la más necesitada del estudio de la religión: tierna como es, asimila rápidamente lo que se le dice; y la enseñanza se imprime en ella como un sello en la cera. Por otra parte, en esa edad primera, los niños se inclinan o al vicio o a la virtud. De modo que si alguno ya desde los principios y como desde el vestíbulo, los aparta de los vicios y los endereza por el recto camino de la virtud, los establece y radica como en cierto hábito y modo correcto de vida. Con lo que luego no fácil ni espontáneamente se inclinarán a lo malo, pues la buena costumbre los atrae a las buenas obras.

Entonces nos resultarán más venerables que los mismos ancianos y serán más aptos para el manejo de los negocios seglares, pues ya en su juventud demostrarán las virtudes de la edad madura. Porque, como ya dije, no es posible que quienes disfrutan de estas reuniones y oyen con frecuencia a este tan gran apóstol, no saquen algún muy grande provecho, ya se trate de un varón o de una mujer o de un joven que de esta mesa participa. Si mediante la palabra amansamos y aun dominamos a las bestias feroces ¿cuánto mejor llevaremos a la moderación a los hombres, mediante la enseñanza espiritual, habiendo tan gran diferencia entre la doctrina medicinal tan alta y el enfermo que con ella se cura? No somos nosotros tan feroces por naturaleza como las bestias; porque ellas lo son por su natural, mientras que en nosotros la ferocidad nace del libre albedrío; aparte de que tampoco es igual la virtud de unas palabras y de otras. Puesto que unas provienen del humano pensamiento y las otras de la gracia y fuerza del Espíritu Santo.

Si pues alguno desespera de poder vencerse a sí mismo, piense en esas fieras amansadas y así jamás caerá en la desesperación. Venga con frecuencia a este laboratorio de medicinas; oiga constantemente las leyes divinas; y vuelto a su hogar fije en su memoria las cosas que oyó. Así se afirmará en la buena esperanza; y con la experiencia sentirá que aprovecha. Cuando el demonio ve la ley de Dios grabada en el alma, y que el corazón sirve de tablillas, ya en adelante no se acerca. En donde están las letras del Rey, no esculpidas en columnas de bronce, sino formadas por el Espíritu Santo en el alma religiosa y que brillan con gracia abundante, el demonio ni aun a mirarlas se atreve de frente, sino que vuelve las espaldas y mucho se aleja. Porque nada hay tan temible para él y los pensamientos que inculca, como una mente ocupada en meditar en lo divino, y que continuamente a tal venero se adhiere. A un alma así no la perturbará ningún suceso de la vida presente, por molesto que sea, ninguno la ensoberbecerá e hinchará por próspero que acontezca: en medio de tan grandes tormentas y tempestades, gozará de suma tranquilidad.

Al fin y al cabo nuestra perturbación no procede de la naturaleza de las cosas, sino de nuestra debilidad de ánimo. Si nos turbáramos por los sucesos mismos, todos los hombres andarían necesariamente turbados, puesto que todos navegamos por un mismo piélago y no es posible que vivamos exentos de tormentas. Por consiguiente, si algunos viven fuera de las tempestades y andan libres del mar embravecido, es manifiesto que las tormentas no provienen de los negocios mismos, sino de la disposición de nuestros ánimos. De modo que si disponemos el ánimo en forma tal que todo lo lleve con facilidad, tendremos perpetua tranquilidad y ninguna tormenta ni oleaje.

Mas, no sé cómo ni cómo no, he venido a dar en tan grande amonestación, cuando no pretendía hablar de estas cosas. Perdonad, os ruego, que me haya alargado. Pues temí, sí, temo que este empeño mío no tenga un éxito feliz: si yo estuviera seguro de ello, ni siquiera os habría hablado de estas cosas. Por lo demás, lo dicho ciertamente basta para que todo se os facilite. Y tiempo es ya de que vengamos a la materia que nos propusimos, de manera que no acontezca que vosotros entréis a este certamen ya fatigados. Pues tenemos un certamen delante, que es contra los enemigos de la verdad; contra esos que no dejan piedra por mover para disminuir gloria al Hijo de Dios, o mejor dicho por perderla ellos mismos. Puesto que la gloria de Dios permanece siempre igual a sí misma y en nada la disminuyen las lenguas de los blasfemos. En cambio ellos, al tratar de derribar al mismo a quien proclaman adorar, cubren de vergüenza sus caras y sujetan a castigo sus almas.

¿Qué responden ellos cuando nosotros les decimos estas cosas? Que ese "En el principio existía el Verbo" no indica sencillamente una eternidad, puesto que lo mismo se ha dicho del cielo y de la tierra. ¡Oh impudencia, oh impiedad enorme! Yo te estoy hablando de Dios ¿y tú me traes al medio la tierra y a los hombres en la tierra nacidos? Entonces, puesto que Cristo se llama Hijo de Dios y Dios y también el hombre es llamado hijo de Dios y dios, pues dice la Escritura: Yo dije: dioses sois y todos hijos del Altísimo, ¿vas a igualarte en la filiación con el Unigénito y a decir que nada tiene El que tú no lo tengas también?

Responden: ¡De ningún modo! Sin embargo, aun cuando no lo afirmes explícitamente, procedes como si lo fueras. ¿Cómo es eso? Pues afirmas que tú recibiste la filiación por adopción, mediante la gracia; y que lo mismo la recibió El. Cuando aseguras que El no es Hijo por naturaleza, no afirmas otra cosa, sino que lo es por gracia. Pero examinemos ya los textos que nos oponen: En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra era algo caótico y vacío. Y también: Existía un hombre de Ramatayim, sufita. Esto les parece firme argumento. Y de verdad que es argumento firme, pero para demostrar la verdad de nuestra doctrina; mientras que para probar la blasfemia que ellos profieren, es debilísimo.

Pregunto yo: ¿qué tiene que ver creó con existía? ¿qué tiene que ver lo divino con lo humano? ¿Por qué mezclas lo que no puede mezclarse? ¿Por qué confundes en uno lo que está dividido? ¿por qué pones arriba lo que es de abajo? Porque en nuestro texto no va ese existía así solo, sino con la añadidura: En el principio y la otra: el Verbo existía. Así como el existir, si se trata del hombre, indica únicamente el tiempo presente, pero tratándose de Dios indica la eternidad, así el existía, si se dice de nuestra humana naturaleza, indica un tiempo pasado y ciertamente finito, pero si se dice de Dios indica la eternidad. De modo que le bastaba a quien oyera tierra y hombre, para no pensar nada que a la naturaleza creada no conviniera. Lo que ha sido hecho, sea lo que fuere, ha sido hecho en el tiempo y en el siglo; mientras que el Hijo de Dios es superior a todo tiempo y a todos los siglos, puesto que es el creador de ellos y su artífice. Así dice la Escritura: Por quien creó los siglos. Ahora bien, quien es artífice indudablemente existe antes que su obra.

Mas ya que algunos son tan insensatos que en seguida piensan algo superior a la dignidad del Artífice, la Sagrada Escritura con la palabra creó y con la otra existía un hombre, se adelanta al entendimiento del oyente y corta toda impudencia. Pues todo lo que ha sido hecho: cielos, tierra, ha sido hecho en el tiempo y tiene un principio en el tiempo; y nada que haya sido hecho hay que no tenga principio, puesto que ha sido hecho. Por esto, cuando oyes que El hizo la tierra y que El es hombre, vanamente bromeas y dices cosas inútiles. Porque yo te puedo presentar otra hipérbole.

¿Cuál es? Aun cuando se hubiera dicho de la tierra: La tierra existía al principio; y del hombre se hubiera dicho: El hombre existía en el principio, ni aun así se había de sospechar algo superior a lo que ahora de ellos conocemos. Pues habiendo echado por delante las palabras tierra y hombre, por lo que luego se diga de ellos no se puede imaginar el alma algo superior a lo que de ellos sabemos. Por el contrario, acerca del Verbo, por poquísimo que sea lo que de El se diga, no permite su naturaleza que se piense de El nada bajo ni vil. Ahora bien: de la tierra se añade enseguida: Y la tierra era algo caótico y vacío. Una vez que la Escritura afirmó que El había hecho la tierra, y a ésta le fijó su término propio, con seguridad prosigue su narración, sabiendo que nadie habrá tan necio que la juzgue sin principio en el tiempo o piense que no ha sido hecha. Las palabras tierra y creó son suficientes para persuadir aun al más necio de que ella no es eterna ni increada, sino que pertenece al número de los seres que en el tiempo han sido creados.

Por otra parte, eso de existía, dicho de la tierra y del hombre, no indica simplemente la existencia. Dicho del hombre significa que era de tal o tal sitio; dicho de la tierra significa que ella es de tal o tal manera. Porque la Escritura no dijo simplemente existía la tierra y enseguida guardó silencio, sino que añadió la forma en que existía, diciendo: Era algo caótico y vacío, mezclada aún con las aguas y por ellas cubierta. Igualmente acerca del hombre Elcana no dijo únicamente que existía un hombre, sino que añadió de dónde era y dijo: de Ramatayim, sufita. Del Verbo, en cambio, no se expresa así. Me avergüenzo de examinar semejante prueba, haciendo comparación. Si reprendemos a los hombres que andan estableciendo comparaciones, cuando la diferencia entre los comparados es demasiada, aun cuando sean de la misma naturaleza y substancia ¿cómo no ha de ser propio de una extrema locura el hacer la comparación cuando la diferencia de naturalezas y de todo lo demás es infinita?

¡Séanos propicio el mismo Señor a quien éstos acometen con sus blasfemias! Al fin y al cabo, la necesidad de usar de semejantes modos de hablar no la indujimos nosotros; sino que nos han puesto en ella esos que combaten contra su propia salvación. ¿Qué es pues lo que afirmo? Que ese existía, dicho acerca del Verbo, significa que El es eterno. Porque dice: Al principio existía el Verbo. En consecuencia, debía existir en alguien. Como sea lo propio de Dios el ser eterno y sin principio, por aquí comenzó el evangelista. Y para que no sucediera que alguno al oír: Al principio existía, lo creyera Ingénito, al punto le sale al encuentro; y antes de decir qué era el Verbo, añade: Existía en Dios. Y luego, para que tampoco pensara alguno que se trataba de un Verbo prelaticio o interno, apartó semejante interpretación anteponiendo el artículo y añadiendo luego la siguiente expresión. Pues no dijo que estaba dentro de Dios, sino con Dios, declarando de este modo la eternidad de su hipóstasis. Y luego más claramente lo explicó diciendo que el Verbo era Dios. Alegarás que sí es Dios, pero un Dios hecho. Respondo: ¿Qué impedía a Juan decir: Al principio Dios hizo al Verbo? Moisés, hablando de la tierra, por temor de que la creyeran no hecha, usó de esa expresión. Convenía con mucha mayor razón que Juan temiera lo mismo respecto del Verbo, si es que el Verbo había sido creado. El mundo, por ser visible, por el mismo hecho proclama a su Creador, pues dice la Escritura: Los cielos proclaman la gloria de Dios, mientras que el Hijo es invisible y dista en infinito y es superior a toda criatura. Si pues cuando no se necesitaban ni palabras ni explicaciones para que se comprendiera que el mundo es creado, sin embargo el profeta lo asienta claramente y antes que todo lo demás, con mayor razón convenía que Juan, si el Verbo era creado, al punto lo declarara.

Instarás alegando que Pedro clara y abiertamente lo dijo. ¿En dónde y cuándo? Cuando al hablar a los judíos, les dijo: A él Dios lo hizo Señor y Cristo. Mas, ¡oh hereje!: ¿por qué no has completado la frase, que dice: A este Jesús a quien vosotros crucificasteis? ¿Ignoras por ventura que, según lo ya dicho, unas cosas se afirman de El en su naturaleza inmortal, mientras que otras se refieren a su Encarnación? Si fuera como tú dices y todo lo refiriera Pedro a la divinidad, tendrías que decir que Dios es pasible. Pero si no es pasible, tampoco es creado. Si de la divina e inefable naturaleza manó sangre; si en lugar de la carne fue ella la clavada en la cruz y destrozada, será entonces razonable tu sofisma. Pero si ni el diablo se ha atrevido a blasfemar de ese modo ¿por qué finges tú una imperdonable ignorancia, tal que ni los demonios jamás la han usado?

Por lo demás, eso de "Señor y Cristo" no expresa substancias sino dignidades: lo primero indica el poder, lo segundo la unción. Además ¿qué puedes tú decir del Hijo de Dios? Si es creado, como vosotros afirmáis, ninguno de esos apelativos tiene lugar. Porque no fue primero hecho y luego así dignificado por Dios; ni tiene un principio despreciable que luego se ennoblezca, sino que procede de la substancia misma y naturaleza divina. Como se le preguntara si era Rey, respondió: Para esto he nacido yo. En cambio Pedro habla como de alguien que ha sido dignificado y ordenado, puesto que viene tratando de la economía de la redención, o sea de la Humanidad del Hijo de Dios.

¿Por qué te admiras de que Pedro se exprese de ese modo? También Pablo, hablando a los atenienses, lo llama simplemente varón, diciendo: Por medio del varón que El designó, dando a todos garantía para creer, resucitándolo de entre los muertos y para nada se refiere a su divinidad, ni dice que es igual a Dios, ni que es el resplandor de su gloria. Y con razón, porque no había llegado el tiempo de hablar de esas cosas. Por entonces bastaba con que admitieran que era verdadero hombre y que había resucitado. Así procedió Cristo; y Pablo, enseñado por Cristo, seguía el mismo camino. Cristo no nos reveló desde el principio su divinidad, sino que primero se le creía profeta y el Ungido y simple hombre; y hasta después con sus palabras y sus obras demostró lo que en realidad era.

Tal fue el motivo de que Pedro al principio usara de ese modo de expresarse; porque fue en su primer discurso ante los judíos. Y como éstos no podían aún ser instruidos acerca de la divinidad, les habló de la naturaleza humana de Cristo, para que, hechos ya los oídos de ellos a esta verdad, quedaran aptos para comprender el resto de la enseñanza. Y si alguno quisiera recorrer desde más arriba todo su discurso, vería que es clara verdad lo que afirmo. Lo llama varón, y largamente trata de su Pasión, resurrección y genealogía según la carne. Y cuando Pablo nos enseña y dice: Nació del linaje de David según la carnet no nos enseña otra cosa sino que ese "Lo hizo" de Pedro, se refiere a la economía de la redención, cosa que también nosotros confesamos.

En cambio, el Hijo del Trueno ahora nos habla de su existencia inefable y de antes que todos los siglos. Por eso, dejando a un lado la expresión "Lo hizo", usó de la otra: Existía. Cierto que si el Verbo fuera creado, era de suma importancia el definirlo desde luego. Temía Pablo que algún necio sospechara ser el Hijo superior al Padre y que había de tener bajo su sujeción a su Engendrador. Por lo cual, escribiendo a los de Corinto, les explicaba: Y al decir: Todo le ha sido sometido, es claro que todo, excepto aquel que le sometió todas las cosas. Pero ¿quién podía imaginar que el Padre, juntamente con todas las cosas, estaría sujeto al Hijo? Y sin embargo, si Pablo temió tal cosa, y tan absurda imaginación, y por tal motivo dijo: Excepto el que le sujetó todas las cosas, con mucha mayor razón Juan podía temer si el Verbo fuera creado, el Hijo de Dios, que alguno lo imaginara increado; y así debía desde luego declararlo creado antes que todo lo demás. Pero siendo el Verbo engendrado, con toda razón ni Juan ni otro algún apóstol o profeta lo llama creado.

Más aún, ni el mismo Unigénito, si verdaderamente hubiera sido creado, lo habría pasado en silencio. Quien hablando de sí se abajaba y tan humildes cosas decía de sí, mucho menos habría callado esto. Por mi parte creo ser más verosímil que hubiera podido callar la excelencia que poseía, que no pasar en silencio que no la poseía, y declarar francamente que no la poseía. Para lo primero, suficiente causa habría sido el enseñar a los hombres la humildad y por tal motivo encubrir su excelencia; lo segundo no tiene ni la más mínima probabilidad que razonablemente puedas alegar.

¿Qué motivo podía haber, si fuera creado, para callar que había sido hecho? Pues pasaba en silencio muchas preeminencias que sí le tocaban. De modo que quien con frecuencia, para enseñarnos la humildad, dijo de sí cosas humildes y que no decían con El, con mucha mayor razón, si hubiera sido creado, no lo habría callado. ¿No adviertes cómo a fin de que nadie pensara de El que era Ingénito, no deja piedra por mover en obras y palabras; y aun dice cosas no propias de su dignidad y substancia, y cómo se abaja a la simple dignidad de profeta? Aquello de "Como oigo así juzgo" y aquello otro: "El me dijo lo que he de decir", y otras expresiones semejantes, son dignas solamente de un profeta.

Si pues para suprimir aquella imaginación no se desdignó de proferir tan humildes palabras, con mucha mayor razón, si fuera creado, habría multiplicado las expresiones para que no se le creyera Increado. Por ejemplo, podía haber dicho: No penséis que soy engendrado por el Padre, pues soy hecho y no engendrado, ni soy de su misma substancia. Pero hace precisamente todo lo contrario. Por ejemplo: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Y luego a Felipe: Hace tanto tiempo que estoy con vosotros ¿y no me has conocido? Quien me ha visto a Mí, también ha visto al Padre. Y luego: Para que honren todos al Hijo como honran al Padre. Y poco antes: Pues así como el Padre resucita los muertos y los hace volver a la vida, así el Hijo da la vida a quien le place. Y además: Mi Padre en todo momento trabaja y yo también trabajo. Y más adelante: Como me conoce el Padre, así yo conozco al Padre. Yo y el Padre somos una misma. cosa.

Y en todas partes pone ese así y del mismo modo; y afirma que El y el Padre son una misma cosa, y declara que no hay diferencia. Y por lo que hace a la autoridad, la demuestra par lo dicho y también en otros muchos lugares, como cuando dice: Calla, enmudece; quiero, sé limpio; a ti te lo ordeno, demonio sordo y mudo: sal de él. Y en aquello otro: Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; mas yo os digo: quien se irrita sin motivo contra su hermano es reo. En una palabra, establece tales leyes y obra tales milagros que demuestra bien su poder. Más aún: aun la mínima parte de ellos podría persuadir y arrastrar a quienes no carecen del todo de juicio razonable.

Pero es tan grande la fuerza de la vanagloria, que puede cegar la mente de aquellos de quienes se apodera aun en las cosas más evidentes; y llevarlos a discutir aun lo que está más manifiesto; e incita a otros que tienen bien conocida la verdad a fingir y disimular y recalcitrar. Fue lo que les sucedió a los judíos. Estos no negaban por ignorancia al Hijo de Dios, sino sólo para adquirir gloria entre el vulgo. Pues dice la Escritura que creían en El, pero temían ser expulsados de la sinagoga; y así, por dar gusto a otros, traicionaban su salvación propia. Porque ¡no! no puede quien de ese modo anda anhelando la gloria de los hombres, alcanzar la que proviene de Dios. Por lo cual Cristo los increpaba diciendo: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria unos de otros y renunciáis a la gloria que viene del único Dios?).

Embriaguez profunda es ésa, por lo cual quien ha quedado preso en ella difícilmente se recupera. Enfermedad es que sujeta a la tierra los ánimos de aquellos a quienes hace cautivos, y aparta del cielo sus almas, y no las deja percibir la luz de la verdad, sino que procura que perpetuamente se revuelquen en el cieno, y les prepara tiranos tan poderosos que sin necesidad de dar órdenes los subyugan. Quien sufre semejante enfermedad, aun cuando nadie se lo ordene, espontáneamente hace cuanto piensa que a semejantes tiranos les será agradable. Para agradarlos se reviste de bellos ropajes y adorna su rostro no por sí, sino para agradar a otros; y lleva por el foro en torno turbas de esclavos, para causar admiración; y en una palabra, cuanto hace, por agradar a otros lo practica.

¿Podrá haber cosa peor que semejante enfermedad del alma? Para causar admiración a los demás, con frecuencia se arroja al precipicio. Bastaría con lo dicho por Cristo para demostrar la tiranía de tal enfermedad; pero también por aquí puede conocerse. Pues si a uno de esos ciudadanos que derrochan en gastos enormes le preguntas por qué emplean así tan crecidas cantidades de oro, y cuál es la finalidad de semejantes derroches, no podrán señalarse otra sino que lo hacen para agradar al pueblo. Y si enseguida les preguntas qué es eso de "el pueblo" te responden: es algo lleno de tumultos y desórdenes, y que de ordinario se compone de necios que a la ventura son traídos y llevados de una cosa en otra, a la manera de los oleajes del mar, y que las más veces oscila entre contradicciones.

Pero quien tal señor tiene ¿cómo no será el hombre más miserable de todos? Sin embargo, no es cosa tan grave que los seglares anden anhelando esa vanagloria, aunque ya es cosa grave. Pero que quienes hacen profesión de renunciar al mundo anden enfermos de padecimiento semejante y aun mayor, eso sí es cosa gravísima. Los seglares sólo pierden sus dineros, mas los otros ponen en peligro su alma. Cuando a causa de la vanagloria se apartan de la recta fe, y en busca de la propia glorificación deshonran a Dios, ¿cuán grave tibieza no será, pregunto yo, y cuán manifiesta locura?

Los otros vicios, aun cuando causen grave daño, por lo menos llevan consigo algún deleite, aun cuando éste sea breve y pasajero. El ebrio, el que ama las mujeres, juntamente con su daño lleva mezclado algún placer aunque pequeño; pero los cautivos de esta enfermedad llevan una vida perpetuamente vacía de placer y llena de amargura. Puesto que no consiguen lo que más anhelan, o sea la gloria y aura popular. Parece que la gozan, pero no la disfrutan, porque aquello no es gloria verdadera. Por tal motivo semejante vicio no se llama gloria, sino vanagloria; y justamente todos los antiguos la llamaron gloria vana. Al fin y al cabo vana es y no contiene en sí nada que glorioso y espléndido sea. Así como las máscaras de las comedias parecen hermosas y amables, pero por dentro están vacías y son vanas; y por lo mismo, aun cuando sean más hermosas que los cuerpos, nunca suscitan el amor de nadie, lo mismo sucede con esa gloria vana del vulgo.

Y es aún más mísera, puesto que engendra en nosotros esa enfermedad tiránica, de tan difícil curación. Tan sólo es bella en su exterior, pero en su interior no sólo está vacía, sino que redunda en tiranía cruel y en desdoro. Preguntarás que entonces de dónde viene y cómo se forma y nace tan absurda enfermedad, que ningún placer reporta. ¿Que de dónde? Pues no de otra parte, sino de la vileza y apocamiento del ánimo. El que de ella es prisionero, no puede fácilmente concebir pensamientos generosos y magnánimos, sino que necesariamente se convierte en vil, torpe, sin gloria, pequeño. El que en todo procede, no por ejercitar la virtud, sino por agradar a los hombrecillos de nada, y por todas partes anda captando su erróneo y engañoso parecer ¿cómo ha de ser digno de la verdadera gloria?

Por lo demás, advierte cómo, si alguien le pregunta: ¿qué juzgas tú del vulgo? te dice que es una multitud de perezosos y desidiosos. Entonces ¿qué? ¿Anhelarías tú ser uno de éstos? Pienso que si enseguida tal pregunta se le hiciera, respondería no anhelar en absoluto cosa semejante. ¿Cómo no será, pues, el colmo de la ridiculez anhelar el aplauso de tales hombres a quienes jamás querrías tú igualarte? Si alegas que son muchos y se unen en multitudes, precisamente por esto conviene despreciarlos. Pues si tomados uno a uno son despreciables, cuando se multiplican, también se multiplica su necedad. Si uno por uno se toman, serán capaces de enmienda; pero ya reunidos, no es cosa fácil, puesto que crece su necedad: a la manera de rebaños de ovejas son traídos y llevados y siguen los pareceres ajenos.

Pero yo pregunto: ¿anhelarás el aplauso y gloria de semejante multitud? ¡No, por favor! ¡te lo suplico! Porque eso todo lo pone en desorden; eso da origen a la avaricia, a la envidia, a las querellas, a las asechanzas; eso arma a quienes en ninguna injuria han recibido contra los que nunca han injuriado, y los toma feroces. Quien sufre tal enfermedad no sabe de amistades ni de parentescos ni respeta a nadie, sino que, rechazados de su alma todos los bienes, guerrea contra todos y se torna inconstante e inhumano. La ira, aun siendo enfermedad tiránica e intolerable, no suele encenderse constantemente, ni excitarse sino cuando alguien contra alguno se enoja. En cambio el amor de la vanagloria perpetuamente está en vigor; y por así decirlo, no hay tiempo en que se pueda apagar, si la razón no lo refrena y cohibe. Porque perpetuamente se hace presente, no sólo incitando al pecado, sino también arrancándonos de las manos lo bueno que hacemos. Y a veces ni siquiera nos deja obrar el bien.

Si Pablo llama a la avaricia servidumbre de ídolos ¿con qué nombre designaremos a la vanagloria, que es madre, raíz y fuente de la avaricia? No podremos hallar alguno digno de perversidad tan grande. ¡Ea, pues, carísimos! Apartémonos de ella y despojémonos de tan dañina vestidura. Rasguémosla, hagámosla pedazos y seamos finalmente libres con la libertad verdadera, y volvámonos a sentir tan libres como Dios nos hizo: ¡despreciemos el aura popular! Nada hay más vergonzoso ni más ridículo que semejante enfermedad; nada que así rebose de infamia y desdoro.

Y puede esto verse por muchas razones: vergüenza ignominiosa es andar anhelando semejante gloria: el despreciarla o tenerla en nada es gloria verdadera. Es necesario proceder en todo conforme a la voluntad de Dios, en dichos y en hechos. Así podremos recibir la recompensa de manos del Señor, que observa todo lo nuestro, cuando nos contentemos de tenerlo a sólo El por espectador. ¿Para qué necesitamos de otros ojos, pues contempla continuamente todas nuestras obras Aquel que nos ha de conceder el honorífico premio? ¿Cómo no ha de ser absurdo que el criado todo lo haga para agradar a su dueño y no busque otra cosa sino que el amo lo vea, y no procure que lo vean ojos extraños, aun cuando los espectadores sean gente distinguida y grande, sino que no tenga delante otro objetivo que ser visto de su señor, mientras que nosotros, teniendo tan gran Señor andamos buscando espectadores que para nada pueden ayudarnos, y que, al revés, con vernos pueden dañarnos y tornar vanos todos nuestros afanes? ¡No procedamos así, os lo ruego! Más bien, invoquemos y llamemos como espectador y alabador nuestro a Aquel de quien hemos de recibir la recompensa.

Que nada nos importen los ojos de los hombres. Pues si semejante gloria queremos alcanzar, la alcanzaremos cuando procuremos únicamente la gloria de Dios. Pues dice la Escritura: A los que me honran yo los honro. Así como sobre todo abundamos en riquezas cuando las despreciamos y solamente buscamos las que de Dios provienen (pues dice: Buscad el reino de Dios y esas otras cosas se os darán por añadidura"), lo mismo se ha de decir de la gloria. Cuando conceder las riquezas o la gloria es sin peligro del alma, Dios abundantemente las concede. Pero es sin peligro solamente cuando ellas no nos dominan ni sujetan ni se valen de nosotros como de esclavos, sino que nos acompañan como a seres libres y señores de ellas.

Por tal motivo Dios no quiere que las amemos con amor desordenado, para que no les quedemos sujetos. Si esto logramos, entonces Dios nos las concede en abundancia grande. Yo pregunto: ¿quién más esclarecido que Pablo? Pues bien, éste dice: No buscamos la gloria humana ni de vosotros ni de otrosí ¿Quién más rico que aquel que nada tiene y todo lo posee? Porque, como ya dije, cuando no nos sujetamos a las riquezas, entonces es cuando las poseemos y las recibiremos. Si pues anhelamos la gloria, huyamos de la vanagloria. Así podremos, tras de cumplir con los mandamientos de Dios, conseguir los bienes presentes y también los futuros, por gracia de Cristo, al cual, juntamente con el Padre y a una con el Espíritu Santo, sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

LIX


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HOMILÍA IV (III)

Al principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios (Jn 1,1).

CUANDO se entregan los niños a los maestros éstos no les imponen al punto cargas pesadas, ni lo hacen todo de una sola vez, sino poco a poco; y con frecuencia les repiten las mismas cosas, para que más fácilmente los niños las impriman en su mente; no sea que aterrorizados desde el principio los alumnos por la muchedumbre de las enseñanzas, que apenas logran retener en la memoria, se tornen más perezosos en recopilar lo que se les ha enseñado, pues por la dificultad les sobreviene la desidia. Pues bien: a esa costumbre me acomodaré yo para así aligeraros el trabajo y pondré en vuestras almas poco a poco y por partes repartido lo que en la sagrada mesa se nos propone.

En consecuencia, os pondré delante nuevamente las mismas palabras, no para repetir exactamente lo mismo, sino para completar lo dicho anteriormente con lo que entonces omitimos. ¡Ea, pues! Repitamos las palabras comenzando desde el principio: En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios. ¿Por qué habiendo los otros evangelistas comenzado por la economía de la Encarnación (pues Mateo dice: Libro de la generación de Jesucristo, Hijo de David; y Lucas nos refiere al comienzo lo relativo a María; y Marcos se entretiene en los mismos hechos, tejiendo su narración a partir de la historia del Bautista), Juan, en cambio, apenas brevemente indicado todo eso, después de su introducción, mediante las palabras: El Verbo se hizo carne, pasa en silencio lo demás, como es la concepción, el parto, la educación y crecimiento de Cristo; y al punto nos narra la generación eterna del Verbo? Voy a exponeros desde luego los motivos.

Como ya los otros evangelistas habían expuesto por la mayor parte lo tocante a la Encarnación, podría temerse que algunos, demasiado rastreros, pensando bajamente, se detuvieran en solas esas verdades, como le sucedió a Pablo de Samosata. De modo que Juan, sacando de antemano de su baja opinión a quienes en esa forma habían de errar, y levantándolos hasta el cielo, justamente dio principio a su narración por la celeste y eterna existencia del Verbo. Habiendo comenzado Mateo su narración por el rey Herodes y Lucas por Tiberio César y Marcos por el bautismo de Juan, nuestro evangelista, omitiendo todo eso, asciende al punto sobre todo tiempo y sobre todos los siglos, y en cierta manera dispara la mente de su auditorio como una saeta, hasta aquellas regiones, diciendo: En el principio existía.

De modo que no pone sitio de partida ni término tampoco, como lo hicieron los otros evangelistas al señalar a Herodes, a Tiberio y al Bautista. Y lo sobremanera admirable es que aún habiendo Juan dado tan alto principio a su discurso, no descuidó lo referente a la economía de la Encarnación; ni tampoco los otros, que la narraron, callaron la existencia del Verbo antes de los siglos. Y todo con razón; pues uno mismo era el Espíritu que a todos los movía, por lo cual convienen perfectamente en lo que narran.

Pero tú, carísimo, cuando oyes hablar del Verbo, no toleres a quienes afirman que fue creado, ni a quienes afirman que es únicamente Palabra. Porque hay muchas palabras de Dios que ejecutan los ángeles, pero ninguna de ellas es Dios. Son solamente profecías o mandamientos de Dios, pues así suele denominar la Escritura las leyes de Dios: mandatos, profecías. Y así dice de los ángeles: Héroes poderosos, agentes de sus órdenes. En cambio este Verbo o Palabra es una substancia cuya hipóstasis o persona procede del Padre, sin que el Padre padezca nada. A esta persona, como ya lo tengo dicho, la significó el evangelista mediante la palabra Verbo. De modo que así como la expresión "En el principio existía el Verbo" denota la eternidad, así la otra Estaba en el principio en Dios nos significa la coeternidad.

Para que no sucediera que en oyendo tú que: En el principio existía el Verbo, fueras a pensar que sí era eterno, pero que el Padre era más antiguo que él por algún tiempo de vida, y lo tuvieras como de edad mayor que la del Verbo; ni tampoco señalaras al Unigénito algún comienzo de vivir, añadió: Estaba en el principio con Dios, tan eterno como el Padre, ya que éste nunca estuvo sin el Verbo; sino que siendo Dios eterno estaba con Dios con su propia persona. Preguntarás: ¿Por qué, entonces, añadió Juan: estaba en el mundo, siendo así que estaba con Dios? Porque estando con Dios era Dios, y también estaba en el mundo, ya que ni el Padre ni el Hijo están circunscritos por término alguno. Si su grandeza no tiene límites, ni su misericordia medida, es manifiesto que tampoco su substancia tiene comienzo ni tiempo.

¿Has oído que En el principio hizo Dios el cielo y la tierra? Pues bien: ¿qué piensas acerca de ese En el principio? Que ciertamente fueron hechos antes que las demás cosas visibles. Pues bien, del mismo modo cuando oyes acerca del Unigénito: Al principio existía, conviene que entiendas que existía antes de todo lo inteligible y de todo lo temporal. Y si alguno dijere: ¿cómo puede ser que siendo Hijo no sea más joven que el Padre? Puesto que quien nace de otro necesariamente es posterior a aquel de quien nace, le responderemos: eso proviene de tus pensamientos humanos. Y por lo mismo, quien tal cosa pregunta, preguntará cosas aún más absurdas, a las que no se las han de prestar oídos. Nosotros hablamos de Dios y no de la humana naturaleza, que está sujeta a esas consecuencias y raciocinios necesariamente. Sin embargo, para confirmar a los que estén algún tanto débiles, vamos a contestar directamente.

Dime: los rayos del sol ¿nacen de su naturaleza o de otra parte? Necesariamente contestaremos, si no estamos destituidos de sentidos, que nacen de su misma naturaleza. Pues bien, a pesar de que nacen de su misma naturaleza, nunca podremos decir que son posteriores a la dicha naturaleza, pues jamás se ha visto el sol sin sus rayos. Si en estas cosas visibles y sensibles hay algo que nace de otro y sin embargo no le es posterior a aquel de quien nace ¿por qué no crees lo mismo acerca de aquella naturaleza invisible e inefable? De modo que así es y así conviene a aquella substancia. Por esto Pablo llama al Hijo con el nombre de Esplendor, declarando de este modo que procede del Padre y es coeterno con El.

Pero ¿qué, dime, acaso los siglos todos y todos los espacios no fueron hechos por El? Necesariamente lo ha de confesar quienquiera que no esté loco. De manera que no hay intersticio de tiempo entre el Padre y el Hijo. Y si no lo hay, el Hijo es coeterno y no posterior al Padre. Eso de antes y después connota tiempo, pues tales palabras no pueden entenderse sino hablando de siglos y tiempos. Y si en absoluto afirmas que el Hijo tiene principio, mira no sea que por eso mismo te veas obligado a señalar principio también al Padre diciendo que es más antiguo ese Principio, pero al fin y al cabo es principio.

Porque, dime: ¿acaso, al señalar al Hijo un principio y término y decir que de tal principio procede con anterioridad, no estás afirmando que el Padre existe de antemano? Esto parece claro. Dime pues: ¿por cuánto lapso preexiste el Padre? Ya señales un tiempo pequeño o grande, al fin y al cabo pones un principio al ser del Padre. Una vez que introduzcas esa medida, tendrás que decir si es grande o pequeña. Ahora bien, semejante medida no puede señalarse a no ser que de ambas partes, Padre e Hijo, haya un principio y comienzo. En conclusión, habrás dado un principio al Padre. Y así, según vosotros, los herejes, tampoco el Padre es sin principio.

¿Observas cómo es verdad lo que dijo el Salvador, y cómo su sentencia en todo tiempo declara su poder? ¿Cuál es esa sentencia?: El que no honra al Hijo tampoco honra al Padreé Yo sé bien que estas cosas resultan incomprensibles para muchos. Por esto con frecuencia dudamos en introducir estos raciocinios, pues no están al alcance del vulgo; y si llega a entenderlos, sin embargo no los mantiene con firme certeza. Dice la Escritura: Los raciocinios de los mortales son tímidos y sus pensamientos inseguros. Con gusto preguntaría yo a los adversarios qué significa lo que dijo el profeta: Antes de mí no ha habido otro Dios ni lo habrá después de Mí. Si el Hijo es más joven que el Padre ¿cómo dice: ni lo habrá después de mí? ¿Haréis desaparecer la substancia del Hijo? Porque se hace necesario o lanzarse a semejante audacia, o confesar una sola substancia en las propias hipóstasis y personas del Padre y del Hijo.

Y ¿cómo será verdadero aquello de Todo ha sido hecho por él?> Si los siglos y el tiempo son más antiguos que el Hijo ¿cómo han sido hechos por El, ya que existieron antes que El? ¿Veis a qué absurdos y abismos de temeridad se han arrojado los herejes, una vez que han rechazado la verdad? Porque no dijo el evangelista que el Hijo fue hecho de la nada, como Pablo lo afirma de todas las demás cosas cuando dice: El que llamó a existir aquello que no existía sino que Juan afirma que En el principio existía. Y esto es contrario a lo que dice Pablo. Mas con razón lo dice Juan, puesto que Dios ni es hecho ni hay algo que sea más antiguo que El. Sólo los gentiles se expresan de ese otro modo.

Respóndeme además a esto otro: ¿No afirmarás que el Creador es sin comparación más excelente que las criaturas? Pero ¿en dónde quedaría esa mayor excelencia, e incomparable, si el Hijo fuera creado, como ellas, de la nada? Y también, ¿qué significa Yo el primero y con los últimos yo el mismo? ¿Y también: Antes de Mí no hubo otro Dios? Porque si el Hijo no es de la misma substancia del Padre, entonces es otro Dios; y si no es coeterno, es posterior; y si no es de la misma substancia, es claro que fue hecho. Y si alegaran los herejes que tales expresiones se dijeron para diferenciarlo de los ídolos ¿por qué no conceden que para diferenciarlo de los ídolos se le llama Dios único? Y si también esto se dice para diferenciarlo de los ídolos ¿cómo interpretarán la sentencia íntegra? Porque dice: Y después de Mí no hay otro. Ciertamente no lo dice Dios para excluir por aquí al Hijo, sino que significa: después de Mí, no hay ídolo alguno que sea Dios; pero no que no exista el Hijo.

Responderás: es verdad. Pero lo otro: Antes de Mí no hubo otro Dios ¿lo tomarás como si significara que no hubo otro ídolo que fuera Dios? ¿O que a lo menos no lo hubo antes que el Hijo? Pero ¿habrá demonio que tal diga? Yo pienso que ni el diablo en persona diría eso. Y si no es coeterno con el Padre ¿cómo dirás que su vida es infinita? Si tiene un principio anterior a él, aun cuando sea infinito no es inmenso. Porque lo inmenso debe serlo por ambos extremos o lados. Así lo explicó Pablo diciendo: Sin comienzo y sin término en su existencia, es decir, sin principio ni fin. Pues así como por un extremo no tiene fin, tampoco lo tiene por el otro: ni de un lado tiene fin ni del otro comienzo.

Por otra parte, siendo El la Vida ¿cómo pudo haber un tiempo en que no existiera? Porque todo el mundo confiesa que la Vida perpetuamente vive y no tiene principio ni fin. Y El es la Vida y verdaderamente lo es. Pero si hubo un tiempo en que no existiera ¿cómo puede ser Vida de otros el que alguna vez no fue Vida? Objetarán: Entonces ¿cómo es que Juan comenzó diciendo: En el principio existía? Respondo: ¿de modo que tú te fijas en lo de "En el principio" y en lo de existía, pero no piensas en la frase: El Verbo existía? Además, cuando acerca del Padre dijo el profeta: Desde siempre hasta siempre tú eres Dios. ¿acaso le fijó términos de tiempo? De ninguna manera, sino que significó la eternidad. Pues bien, acá piensa tú lo mismo. No habló el evangelista poniendo términos de tiempo, pues no dijo: Tuvo principio, sino: En el principio existía, para llevarte con esa palabra existía a que pensaras en que el Hijo no tuvo principio.

Objetarás que en el texto el Padre lleva artículo y no lo lleva el Hijo. Pero entonces ¿por qué el apóstol dice: Del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo, y también: Dios sobre todas las cosas, en donde nombra al Hijo sin artículo? Y lo mismo puedes ver que hace respecto del Padre. Porque escribiendo a los filipenses dice: El cual subsistiendo en la naturaleza divina, no consideró codiciado botín que debía retener esa su igualdad con Dios, y a los romanos escribe: A vosotros gracia y paz de parte de Dios Padre, nuestro y del Señor Jesucristo. Por lo demás, habría sido inútil anteponerle el artículo, puesto que ya anteriormente con frecuencia se lo había antepuesto.

Cuando dice Pablo acerca del Padre: Dios es Espíritu no porque no tenga el artículo el sustantivo Espíritu, negamos ser Dios incorpóreo. Lo mismo acá: aunque la palabra Hijo no lleve artículo, no deja el Verbo de ser Hijo de Dios, ¿por qué? Porque al decir Dios al uno y Dios al otro, no señala diferencia en la divinidad. Más aún: hace todo lo contrario. Pues habiendo dicho antes: Y el Verbo era Dios, para que nadie pensara que la divinidad del Hijo era de menor categoría que la del Padre, al punto pone las pruebas de ser verdadera su divinidad. Indica su eternidad diciendo: El estaba con Dios en el principio; y luego indica su poder creador cuando dice: Todo por El fue hecho y ni una sola cosa de cuantas existen ha llegado a la existencia sin El. Que es lo mismo que en todas partes y por encima de todo afirma de El el Padre, diciendo por los profetas ser de su misma substancia.

Con frecuencia los profetas tratan este argumento demostrativo; y no sólo para esto, sino también para apartar y quitar el culto de los ídolos. Así dicen: Unos dioses que no hicieron el cielo y la tierra, perecerán y también: Yo por mi mano extendí los cielos, y en todas partes pone esto como argumento de su divinidad. El evangelista, no contento con eso, lo llamó Luz y Vida. De modo que si siempre estuvo con el Padre, si todo lo creó, lo produjo y lo sostiene -pues esto significa Juan al llamarlo Vida-, si todo lo ilumina ¿quién será tan necio que opine haber usado el evangelista de todas estas expresiones para disminuir la divinidad del Verbo: expresiones con que precisamente se puede demostrar la igualdad y paridad suya con el Padre? Así, pues, os ruego no confundamos la criatura con el Creador, para que no vayamos a tener que oír lo que dice Pablo: Adoraron la criatura por sobre el Creador, pues aun cuando Pablo hable acerca de los cielos, al decirlo prohibió en absoluto adorar a la criatura, lo cual es un error propio de gentiles. ¡No nos impliquemos en semejante maldición!

Para esto vino el Hijo de Dios, para apartarnos de ese culto. Para eso tomó la forma de siervo, para librarnos de esa servidumbre; para eso fue deshonrado con salivazos y bofetadas; para eso sufrió tan ignominiosamente la muerte. Os ruego que no inutilicemos todo eso, ni regresemos a la antigua impiedad, o mejor dicho, a una peor. Porque no es lo mismo adorar a la criatura y rebajar cuanto está de nuestra parte al Creador a la vileza de la criatura. El sigue siendo el que es, pues dice la Escritura: Tú siempre el mismo, no tienen fin tus años. O Glorifiquemos al Hijo así como lo hemos recibido por tradición de nuestros Padres. Glorifiquémoslo con la fe y con las obras, pues para la salvación de nada nos servirán los dogmas piadosos si nuestra vida está en corrupción. Ordenémosla según el beneplácito de Dios, echando lejos de nosotros toda torpeza, injusticia, avaricia, y portándonos como huéspedes extraños y adventicios y muy lejanos de las cosas presentes.

Si alguno posee muchas riquezas y predios, use de ellos como un peregrino que un poco más tarde, quiéralo o no, tendrá que apartarse de ellos. Si alguno ha sido injuriado, no se irrite como si fuera inmortal: más aún, ni siquiera por un poco de tiempo. El apóstol Pablo no nos concede para la ira más allá del término de un día, pues dice: No se ponga el sol sobre vuestra ira. Razonable es esto. Pues no es de desear, y apenas se puede evitar, el que en tan pequeño lapso no ocurra sin embargo algo molesto. Pero si nos coge la noche, las cosas se tornarán más graves, porque la memoria hace estallar una muy grande llama, y con el transcurso del tiempo sentimos nosotros más agriamente las ofensas.

En consecuencia, antes de que ocupemos en eso las horas del descanso y encendamos una pira mayor, nos ordena el apóstol adelantarnos al mal y apagar esa llama. Vehementes son los movimientos de la ira y más penetrantes que cualquier llama. Por esto necesitamos ser muy veloces para adelantarnos a su llamarada y no permitir que se alce, porque esta enfermedad es origen de muchos males. Destruye muchos hogares, deshace antiguas amistades y en un momento y tiempo muy breve engendra tragedias que no admiten consuelo. Dice la Escritura: El impulso momentáneo de su furor lo hace caer. No dejemos sin freno fiera semejante, sino pongámosle por todas partes, como firmísimo tramojo de hierro, el terror del juicio futuro.

Cuando tu amigo te hiera o alguno de tus familiares te incite a la cólera, piensa en lo mucho que tú has ofendido a Dios, y advierte que si tú te portas con moderación, tendrás un juicio más suave. Porque dice Cristo: Perdonad y se os perdonará. Con esto se apartará tan grave enfermedad. Además yo deseo que consideres si acaso en otras ocasiones enfurecido has sabido dominarte o si acaso te has dejado llevar de la ira, pues la comparación de ambos casos te ayudará mucho para enmendarte.

Dime: ¿cuándo te alabaste a ti mismo? ¿cuando te dominó la ira o cuando tú la dominaste? ¿Acaso cuando ella nos dominó no nos reprendimos con vehemencia, no nos avergonzamos, aunque nadie nos acusara, y no nos arrepentimos en gran manera de nuestros dichos y gesticulaciones? Pero, en cambio, cuando la dominamos, entonces nos gozamos y exultamos como vencedores. Y victoria sobre la ira es no devolver injuria por injuria, pues esto, al revés, es ruina extrema; sino oírlo y soportarlo todo con igualdad de ánimo. Esto es ser vencedor: no el causar males, sino tolerarlos. Así pues, cuando te irrites, no digas: ¡Tengo en absoluto que oponérmele; tengo en absoluto que acometerlo! Tampoco a los que tratan de aplacar tu ira les digas: ¡No permitiré que ése, una vez que se ha burlado de mí, se vaya impune! En verdad que nunca se burlará de ti sino cuanto tú trates de vengarte.

Y si te burla, con permanecer tú tranquilo, es él quien procede a lo necio. Y luego, una vez que hayas obtenido la victoria, no busques la gloria de los necios, sino date por contento con la que obtendrás de los prudentes. Más aún: ¿para qué te pongo delante ese pequeño grupo de hombres? Mira al punto hacia Dios y él te alabará; y cuando Dios alaba, nadie tiene ya para qué buscar la gloria de los hombres. Las alabanzas humanas, las más veces tienen su origen en el favor, o bien si se niegan es por causa del odio; y no producen ninguna ganancia. En cambio el juicio de Dios no sabe de semejantes desigualdades y acarrea para quien es alabado grandes utilidades. Busquemos, pues, esta alabanza. ¿Quieres ver cuán mala sea la ira? Preséntate en el foro cuando otros riñen, porque no te será fácil conocer en ti mismo esa deformidad vergonzosa, por tener el ánimo envuelto en sombras y sepultado en una embriaguez. No estando tú irritado observa los procederes en otros, pues en esas circunstancias tu juicio no se encuentra torcido.

Advierte la turba que los rodea; mira a esos irritados como si fueran locos furiosos, puestos ahí al medio, cómo proceden en forma vergonzosa. Cuando la ira hierve y se enfurece en el pecho, la boca respira fuego, los ojos arrojan llamas, el rostro se hincha por todos lados, las manos se agitan desordenadamente, los pies saltan en forma ridícula, se insulta a quienes intentan dirimir la contienda. En nada se diferencian los irritados de los locos, mientras así proceden, sin razón ni sentido. Más aún: no se diferencian de los onagros que cocean y muerden. El hombre airado no puede proceder con moderación.

Y tras de haber excitado burlas tan grandes, cuando, vueltos ya al hogar, recobran sus sentidos, andan agitados por el dolor y por el miedo a la vez, y recorren en su ánimo las palabras que pronunciaron durante la riña. Después de no haber pensado en los espectadores, ahora, cuando vuelven en sí, consideran en su interior si acaso estuvieron presentes sus amigos o sus enemigos. Porque igualmente temen de ambos. A los amigos los temen, porque reprueban su proceder y les causan mayor vergüenza; a los enemigos, porque se gozan de su desvergüenza. Y si la riña llegó hasta las mutuas heridas, entonces el miedo es mayor, por pensar no sea que al herido le sobrevenga algún daño mayor y que la fiebre consiguiente a la herida lo lleve hasta la muerte, o la hinchazón difícil de curar lo ponga en los últimos extremos. Y dice: ¿qué necesidad tenía yo de pelearme? ¿qué necesidad había de riñas e injurias? ¡Perezcan ambas!

Ahí es el maldecir de todo lo presente y todo lo vano que ocasionó la riña. Los más ignorantes maldicen al demonio, a las horas, a los tiempos. Ignoran que la hora mala no es causa de la riña; y que en realidad no existen horas malas, ni tales riñas provienen del Maligno, sino de la perversidad de los peleantes. Estos son los que atraen a los demonios y a sí mismos se causan males. Dirás que el corazón con la ira se hincha y que las injurias muerden. Lo sé bien y por tal motivo admiro a los que refrenan esa mala bestia de la ira. Pues si queremos, podemos echar de nosotros semejante enfermedad. ¿Cómo es que cuando los príncipes y varones conspicuos nos injurian no procedemos así? ¿Acaso no es porque el temor, que no es menor que la ira, nos detiene y no nos permite, ya desde el principio, dejar que brote la ira? ¿Cómo es que los esclavos, cargados por nosotros de infinitas injurias, todo lo sufren callando? ¿No es acaso porque también ellos se encuentran encadenados por el temor?

Pero tú no pienses únicamente en el temor de Dios; sino en que en esos momentos se irrita Dios mismo contra ti, puesto que te ha ordenado callar. Entonces todo lo sufrirás con paciencia. Di a quien te acometa: ¿Qué puedo hacer en tu contra? Hay otro que contiene mis manos y mi lengua. Tales palabras serán materia de reflexión para ti y para él. Con miras a los hombres soportamos aun lo intolerable; y a quienes nos acometen les decimos con frecuencia: ¡Otro es el que me acometió, no tú! Y en cambio, para con Dios ¿ni siquiera guardaremos esa reverencia? Digamos a nuestra alma: Dios es quien ahora me acomete y ata mis manos. No acometamos nosotros; no tengamos menos reverencia a Dios que a los hombres. Pues ¿qué perdón merecemos?

¿Os habéis horrorizado con estas palabras? Pues yo anhelo que no os horroricéis únicamente por las palabras, sino también por las obras. Ha ordenado el Señor que nosotros, si somos abofeteados, no sólo lo soportemos, sino que nos ofrezcamos a padecer cosas más duras. Pero nosotros tan violentamente nos oponemos, que no sólo no nos ofrecemos al sufrimiento, sino que nos vengamos. Y con frecuencia hasta nos adelantamos a golpear, y creemos quedar vencidos si no tornamos al enemigo daños iguales. Cosa es ésta más grave aún: que pensemos vencer precisamente cuando sufrimos la mayor ruina y quedamos postrados por tierra: tras de recibir del demonio infinitas heridas, creemos haber vencido.

Por tal motivo os exhorto a que conozcamos el modo de semejante victoria y aceptemos estas formas de proceder. Porque en el caso, sufrir es lo mismo que ser coronado. De modo que si queremos que Dios nos proclame vencedores, no guardemos en esta clase de certámenes las leyes de las competencias seculares, sino la ley que Dios puso para estas luchas; o sea que todo lo suframos con igualdad de ánimo. Así venceremos a nuestros adversarios y seremos superiores a todas las cosas presentes y conseguiremos los bienes prometidos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual y con el cual sean al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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Crisostomo Ev. Juan 3