Crisostomo Ev. Juan 30

30

HOMILÍA XXX (XXIX)

El que viene de la tierra es terreno y de la tierra habla. El que viene del Cielo está sobre todas las cosas (Jn 3,31).

TEMIBLE cosa es el amor a la vana gloria; temible y repleta de males. Es una espina difícil de extraer. Es una fiera que con dificultad se amansa y tiene múltiples cabezas y se arma contra los mismos que la sustentan. Como el gusano roe la madera misma de donde se engendra y el orín consume el hierro de donde se origina y la polilla destroza la lana, así la vana gloria destroza al alma que la alimenta. Por lo mismo necesitamos de gran diligencia para desarraigar este vicio. Advierte cuántas cosas les repite el Bautista a sus discípulos, enfermos de esta dolencia; y sin embargo, con todas ellas apenas si logra aplacarlos. Y tras de lo que antes les dijo, todavía añade, para suavizarles el ánimo, esta otra: El que viene del Cielo está sobre todos; el que viene de la tierra es terreno y de la tierra habla. Es como si les dijera: puesto que constantemente alegáis mi testimonio y me ensalzáis como dignísimo de que se me crea, es necesario que sepáis no ser lícito a quien viene del Cielo el hacerlo digno de fe por medio de uno que habita en la tierra. Y ¿qué significa la expresión: Está sobre todos? Que de nadie necesita; que se basta a sí mismo y es, sin comparación, el supremo de todos. Indica ser él, el Bautista, de la tierra y que habla de la tierra. No porque hablara de sus cosas y pensares, sino, como Cristo dijo: Si os he hablado de cosas de la tierra y no me creéis, designando con ese nombre el bautismo, no porque el bautismo sea cosa terrena, sino porque lo comparaba con su propia generación eterna. En el mismo sentido dice aquí el Bautista que habla de la tierra, comparando su doctrina con la de Cristo. No significa otra cosa la expresión: De la tierra habla, sino que lo suyo es vil y pequeño y exiguo si se compara con la grandeza de Cristo; y que así viene a ser como cosa de la tierra.

Porque en Cristo están encerrados todos los tesoros de la sabiduría. Pero que en realidad el Bautista no hable por simples raciocinios humanos, queda claro por lo que dice: El que viene de la tierra es terreno. Ahora bien, no todo lo de él era terreno, sino que lo principal de él era del cielo. Pues tenía alma y participaba del espíritu, cosas que no son terrenas. Entonces ¿cómo afirma ser de la tierra? No quiere decir sino que: soy pequeño y de ningún precio, pues me arrastro sobre la tierra y he nacido en la tierra. Cristo en cambio ha venido del Cielo a nosotros. Una vez que por todos estos caminos apagó y curó la enfermedad de los discípulos, luego con mayor confianza les habla de Cristo; pues antes hubiera sido cosa superflua extenderse en palabras, puesto que tales ideas no cabían en la mente de sus oyentes.

Arrancadas ya del campo las espinas, finalmente comienza confiadamente a depositar la semilla con estas palabras: El que del Cielo viene está sobre todos; y da testimonio de lo que vio y oyó; y nadie acepta su testimonio? Tras de referir de Cristo grandes cosas, vuelve de nuevo a las humildes y bajas. Porque lo de vio y oyó está dicho más bien en forma humana. Cristo lo que sabía no lo había recibido por el oído ni por la vista, sino que en su naturaleza tenía todo, pues brota perfecto del seno del Padre y no necesita de maestro. El mismo dice: Como me conoce mi Padre así yo conozco al Padre. Entonces ¿qué significa: Lo que vio refiere y lo que oyó testifica? Como nosotros por estos dos sentidos conocemos con exactitud las cosas; y se nos tiene como maestros dignos de fe respecto de lo que hemos visto y oído, pues se supone que no fingimos ni afirmamos falsedades, por esto se expresa así.

Quería el Bautista afirmar esto de Cristo, y por eso dijo: Lo que vio y oyó, para demostrar por aquí no haber en Cristo mentira, sino en todo verdad. Solemos nosotros curiosamente preguntar: pero ¿tú lo viste, tú lo oíste? Y si el interlocutor lo afirma, entonces su testimonio se tiene como seguro. Así cuando Cristo dice: Como oigo así trasmito, y también: Yo trasmito el mensaje que me confió mi Padre, y además: Lo que vimos eso testificamos, y otras expresiones semejantes, no las usa para que sepamos que lo que trasmite lo recibió de otro (¡pensar esto sería el extremo de la locura!), sino sólo para que los impudentes judíos no pusieran en ello sospecha de falsedad. Como aún no tenían del Salvador la idea conveniente, con frecuencia recurre al Padre, y por este medio hace creíbles sus palabras.

¿Por qué te admiras de que recurra al Padre cuando con frecuencia recurre inclusive a los profetas y a las Escrituras? Así por ejemplo cuando dice: Ellas dan testimonio de Mí. ¿Diremos por ventura que El es inferior a los profetas por el hecho de que recurra al testimonio de los profetas? ¡Lejos tal cosa! Por causa de la debilidad de los oyentes atempera así su lenguaje y dice que refiere lo que oyó de su Padre; pero no es porque necesite de maestro, sino para que los judíos se persuadan de que nada falso dice. En consecuencia, lo que dijo el Bautista entiéndelo como sigue: Yo soy el que necesito oír lo que dice Jesús, pues El viene del Cielo y testimonia las cosas del Cielo que solamente El conoce con toda claridad. Esto significa: vio y oyó.

Y nadie acepta su testimonio. ¿Cómo dice que nadie acepta el testimonio de Cristo siendo así que tuvo muchos discípulos y muchos atendían a sus palabras? Quiere decir: pocos son los que lo aceptan. Si hubiera querido significar que en absoluto nadie ¿cómo habría añadido: Quien acepta su testimonio da fe de que Dios es veraz? Punza por este medio a sus discípulos, como si muchos de ellos no hubieran de creer. Y que en efecto muchos de ellos no creyeran se ve claro por lo que sigue. Porque este fue el motivo de que, ya encarcelado, los enviara a Cristo para más conectarlos con El. Pero los discípulos, aun así, con dificultad creyeron. Cristo, dándolo a entender, dijo: Bienaventurado el que no se escandalizare de Mí.

Tal es, pues, el motivo, y no otro, de que diga el Bautista: Y nadie acepta su testimonio. Lo hace para enseñar a sus discípulos. Como si les dijera: No penséis que por ser pocos los que creerán, es falso lo que afirmo. Continúa: Lo que vio, testifica. Lo dice reprendiendo la desidia de los judíos, del mismo modo que los redarguye al principio de su evangelio con estas palabras: A los suyos vino y su propio pueblo no lo acogió. Lo cual fue pecado no del que vino, sino de quienes no lo acogieron. El que acepta su testimonio da fe de que Dios es veraz. Por aquí les pone temor, declarando que quien no cree en Cristo, no sólo no cree en El, sino que tampoco cree en el Padre. Por Jo cual añade: El enviado de Dios trasmite el mensaje de Dios. De manera que, pues habla palabras de Cristo, creyendo en Cristo cree en Dios; y no creyendo en Cristo tampoco cree en Dios.

La expresión da fe quiere decir declara y manifiesta. Y una vez que así les puso temor y luego se lo acrecentó, siguió diciendo: Porque Dios es veraz. Con lo cual indica que nadie puede no creer en Cristo sin que por el mismo hecho acuse a Dios de mentira, puesto que fue quien envió a Cristo. Como Cristo nada dice fuera de lo que el Padre le comunicó, sino que todo es del Padre, quien no acepta el testimonio de Cristo tampoco acepta lo que dice el Padre, que es quien envió a Cristo. ¿Adviertes cómo también por aquí los punza? Hasta ahora no pensaban ser cosa grave el no recibir el testimonio de Cristo. Por lo cual El les declara el grave peligro que amenaza a los incrédulos, para que entiendan que el no dar fe a Cristo es no darla a Dios. Continúa luego, atemperándose a la debilidad de los judíos, de este modo: Porque no le da Dios medido su Espíritu. Como ya antes dije, nuevamente se abaja y dice cosas humildes de Cristo, variando así su discurso para que mejor lo entiendan sus oyentes; pues no podía de otro modo aumentarles el temor. Si les decía algo elevadísimo y grande no lo creían, sino que lo despreciaban. Por eso en todo se refiere al Padre; y hablando de Cristo lo hace como si se tratara de sólo hombre.

Pero ¿qué significa: Porque no le dio Dios con medida el Espíritu? Como si dijera: todos nosotros recibimos la operación del Espíritu Santo en cierta medida; porque con la palabra Espíritu entiende la operación del Espíritu Santo, ya que es ésta la que se distribuye; y Cristo posee sin medida esa operación. Pero si la operación del Espíritu es inmensa y sin medida, sin duda también El es inmenso en su substancia. ¿Adviertes cómo, en consecuencia, también el Espíritu Santo es inmenso? De modo que quien recibe íntegra la operación del Espíritu Santo; quien conoce todo lo que es de Dios; quien dice: Testimoniamos lo que vimos, hablamos lo que hemos oído ¿cómo puede causar sospecha de falsedad? Porque nada dice que no venga de Dios; nada que no sea del Espíritu Santo. Entre tanto, nada dice de Dios Verbo, sino que procura credibilidad a su enseñanza recurriendo al Padre y al Espíritu Santo.

Sabían los judíos que Dios existe; conocían que existe el Espíritu Santo, aunque no tenían de El la conveniente noción. Pero ignoraban que existiera el Hijo. Por lo cual siempre recurre al Padre y al Espíritu Santo para dar fe a sus palabras. Si sus discursos se consideran independientemente de esto, están lejos de la dignidad de Cristo. Al fin y al cabo, la razón de que fuera digno de fe no consistía en que tuviera la operación del Espíritu Santo, puesto que no necesita de ese auxilio, sino que se basta a sí mismo. Pero entre tanto, se expresa siguiendo la opinión de aquellos que eran débiles aún, para irlos elevando mediante cosas más bajas y humildes.

Digo esto, para que no pasemos de ligero por las Sagradas Escrituras, sino que sepamos que se ha de examinar la finalidad del que habla, la debilidad de los oyentes y muchas otras circunstancias. Los maestros no dicen todo como ellos quisieran, sino que muchas cosas las atemperan a la capacidad de su auditorio. Por lo cual dice Pablo: No puedo hablaros como a espirituales; sino como a carnales leche os di a beber y no manjar sólido. Como si dijera: quería yo hablaros como a hombres espirituales, pero no pude. ¿Por qué? No fue porque Pablo no pudiera; sino porque ellos no podían entenderlo. También el Bautista quería enseñar cosas altas a sus discípulos, pero ellos aún no podían entenderlas. Por lo cual se mantiene en cosas más humildes.

Es pues necesario examinar con diligencia todo. Las sentencias de las Escrituras son armas espirituales. Pero si no sabemos adaptarlas y armar debidamente con ellas a los discípulos, no pierden ellas su fuerza, pero resultan inútiles para aquellos que con ellas se arman. Supongamos un peto firmísimo y un casco y un escudo y una lanza; y que luego alguno tome esas armas y trate de adaptar el peto a los pies, el casco no a la cabeza, sino a los ojos y el escudo no frente al pecho sino en las piernas. ¿Podrá de ese modo ayudarse con tales armas? ¿Acaso no más bien lo perjudicarían? Me parece ser esto completamente claro. Pero la dificultad no proviene de las armas, porque sean débiles, sino de la impericia del que las usa.

Del mismo modo sucede con las Escrituras, si en ellas todo lo revolvemos: ellas permanecen llenas de vigor y fuerza, pero de nada nos aprovecharán. Mas sucede que por mucho que yo os lo repito en público y en privado, no logro ningún provecho; puesto que os veo siempre apegados a los negocios seculares, mientras que los espirituales nada os importan. Y por esto mismo descuidamos nuestro modo de vivir; y cuando tenemos que combatir en favor de la verdad no nos encontramos con gran esfuerzo y vigor, sino que aparecemos ridículos tanto delante de los judíos como de los gentiles y de los herejes.

Si en los demás negocios fuéramos igualmente descuidados, tampoco se nos podría perdonar. Pero no es así, sino que en los negocios del siglo cada uno de vosotros anda más filoso que una espada, así los artesanos como los que se ocupan en cosas civiles. En cambio, en lo que es más necesario, en lo espiritual, somos en absoluto desidiosos y preferimos a lo serio las bagatelas. Lo que debería anteponerse a todo, no nos parece anteponerlo ni a esas bagatelas. ¿Ignoráis que las Escrituras no fueron hechas para sólo los hombres antiguos, sino también para nosotros?

¿No escuchas a Pablo que dice: Todas estas cosas fueron escritas para amonestación nuestra, para los que hemos alcanzado la plenitud de los tiempos? Para que por la paciencia y ¡a consolación que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Yo sé que hablo en vano, pero no callaré. Haciéndolo quedo excusado ante Dios, aun cuando nadie me preste oídos. Quien habla a oyentes atentos recibe consuelo porque le hacen caso; pero quien, aun predicando con frecuencia, no es escuchado, y sin embargo no cesa en su predicación, se hace digno de mayor recompensa, pues conforme a la voluntad divina, cumple con su oficio, aun cuando nadie lo escuche ni lo obedezca.

Sin embargo, aun cuando por vuestra desidia se nos prepare un mayor premio, preferimos que éste se nos disminuya con tal de que obtengamos una mayor esperanza de vuestra salvación: juzgamos vuestro aprovechamiento como recompensa. No hemos dicho esto por el deseo de molestaros ni de seros gravoso, sino únicamente para hacer público nuestro dolor nacido de vuestra indolencia. Ojalá todos nosotros, libres de ella, nos empeñemos en el anhelo de las cosas espirituales y consigamos así los bienes del Cielo, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual, juntamente con el Padre y con el Espíritu Santo, sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.




31

HOMILÍA XXXI (XXX)

El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos. Quien cree en el Hijo tiene la vida eterna. El que no cree en el Hijo no verá la vida, sino que la cólera de Dios descarga sobre él (Jn 3,35-36).

EN TODAS las cosas sacamos grande ganancia de saber atemperar y acomodarnos. Así hemos logrado todas las artes, no aprendiendo repentinamente todo de los maestros. Así hemos edificado las ciudades poco a poco y lentamente levantado los edificios. Del mismo modo sustentamos la vida. No te admires de que semejante moderación y ese atemperarse tengan tanta fuerza en las cosas de la vida presente, ya que aún en las cosas espirituales esa prudente lentitud tanta fuerza tiene. Por este camino se logró sacar a los judíos de la idolatría, reduciéndolos, poco a poco a la verdad. Al principio ellos nada excelso supieron ni por lo que se refiere a los dogmas ni por lo que hace a la conveniente disposición de la vida. Y después de la venida de Cristo, cuando ya era tiempo de exponer lo más sublime de los dogmas, los apóstoles así fueron llevando a todos, porque a los comienzos no les declaraban cosas excelsas. Y también Cristo al principio así hablaba a las multitudes.

Lo mismo hizo en nuestro caso el Bautista: habló de Cristo como de un hombre admirable, mezclando oscuramente sublimes misterios. Al principio decía: Nadie puede atribuirse lo que no le ha sido otorgado. Luego, como hubiera añadido algo grande al decir: El que viene del Cielo está sobre todos, de nuevo se abaja y entre otras muchas cosas afirma: Porque no le ha dado a Cristo con medida el Espíritu. Pero luego prosigue: El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos. Después, como entendiera que del miedo al castigo se originan grandes utilidades, y que muchos se mueven más por las amenazas que por las promesas, cierra así su discurso: Quien cree en el Hijo tiene la vida eterna. El que no cree en el Hijo no verá la vida, sino que la cólera de Dios descarga sobre él. De nuevo pues refiere aquí al Padre su discurso sobre el castigo. Porque no dice: La ira del Hijo, aun siendo el Hijo juez, sino que lo atribuye al Padre para ponerles un temor más grande.

Preguntarás: entonces, para obtener la vida eterna ¿basta creer en el Hijo? De ningún modo. Oye cómo lo declara el mismo Cristo diciendo: No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos! Y aun basta con la blasfemia contra el Espíritu Santo para que se condene cualquiera y vaya a la gehenna. Mas ¿para qué hablar del dogma? Aunque alguno crea correctamente en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, si no vive correctamente de nada le aprovecha su fe para la salvación. De modo que cuando dice Cristo: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el solo Dios verdadero, no pensemos que con eso basta. Nos es necesaria además la vida virtuosa.

Si aquí el Bautista dice: Quien cree en el Hijo tiene la vida eterna, luego enseguida con mayor vehemencia añadió lo que sigue. Porque abarcó en su discurso no sólo las cosas buenas, sino también las malas; y advierte cómo lo hizo. Porque añade: El que no cree en el Hijo no verá la vida, sino que la cólera de Dios descarga sobre él. Pero de aquí no deducimos que baste con la fe para la salvación, como se prueba con frecuentes pasajes del Evangelio que hacen referencia a la vida virtuosa. Y por eso no dijo: Esto solo es la vida eterna; ni tampoco: Quien solamente cree en el Hijo, tiene la vida eterna; sino que significó estar la vida eterna en ambas cosas. En verdad si la vida virtuosa no es consecuencia de la fe, se seguirá un grave castigo.

Tampoco dijo tiene simplemente, sino: descarga sobre él, con lo que declara que la cólera de Dios jamás se apartará de él. Lo dijo para que no creyeras que la expresión: No verá la vida se refería a la muerte temporal, sino entendieras que el castigo es perpetuo; o sea para declarar que la muerte será perpetua y se asentará sobre él. Y todo lo hizo para llevar hacia Cristo a sus discípulos mediante tales palabras. Por lo mismo no dirigió a ellos en particular sus advertencias, sino que las hizo generales y en el modo mejor para atraerlos.

Pues no dijo: Si creéis, si no creéis; sino que se expresa en general para que no recaiga sospecha alguna en lo que dice. Y lo hizo con mayor vehemencia que el mismo Cristo. Porque Cristo dice: El que no cree ya está condenado; pero el Bautista dice: No verá la vida, sino que la cólera de Dios descarga sobre él. Con razón procede de ese modo. Puesto que no es lo mismo que alguien hable de sí mismo o que otro hable de uno. En el caso de Cristo podían haber pensado que hablaba con frecuencia en esa forma por ambición o fausto; mientras que en el de Juan no recaía semejante sospecha. Si Cristo más tarde usó de discursos más vehementes lo hizo cuando ya se tenía de El más alta estima.

Cuando supo Jesús que los fariseos habían oído contar: que Jesús hace más discípulos que Juan, aunque El no bautizaba, sino sus discípulos, dejó Judea y volvió nuevamente a Galilea. No bautizaba El en persona, pero los que dieron la noticia, para más inflamar contra El la envidia, así lo contaban. Preguntarás: ¿por qué se retiró? No lo hizo por temor, sino para quitar ese motivo de envidia y mitigarla. Podía reprimir a los que lo acometían, pero quería proceder de ese modo frecuentemente, para no destruir la fe en la Encarnación. Pues si puesto en poder de los adversarios frecuentemente se les hubiera escapado, para muchos habría sido motivo de sospecha. Por lo mismo en muchas cosas procedía al modo humano; pues así como quiso que se le creyera Dios, así también que se le creyera haber tenido cuerpo de carne mortal. Y así, después de la resurrección dijo al discípulo: Palpa y mira que un espíritu no tiene carne y huesos? Por igual motivo reprendió a Pedro que le decía: ¡No lo quiera el Cielo! ¡Eso no será jamás! Así de solícito anduvo en esta parte Jesús.

Porque entre los dogmas de la Iglesia es éste uno de los principales. Más aún, es el principal y origen de nuestra salvación y por el cual todo lo demás se llevó a cabo y se consumó. As: fue destruida la muerte, quitado el pecado, abrogada la maldición e introducidos en nuestra vida bienes incontables. Por tal razón Cristo insistía en la fe en esta economía y providencia, que es la raíz y fuente de infinitos bienes para nosotros. De manera que al mismo tiempo que procedía al modo humano, no permitía que se oscureciera la fe en su divinidad.

Una vez que se apartó a Galilea, continuó ejercitando las mismas obras que antes. Porque no sin motivo partió para Galilea, sino que preparaba cosas de suma importancia entre los samaritanos; y no las disponía a la ligera y de cualquier modo, sino con la sabiduría que le era propia, de manera de no dejara los judíos ocasión alguna de excusarse en su impudencia aunque ésta fuera grande. Así lo dejó entender el evangelista al añadir: Y le era preciso cruzar Samaría, para declarar que lo hizo como de camino y a la pasada. Y lo mismo procedían los apóstoles.

Así como éstos, cuando los perseguían los judíos se dirigían a los gentiles, así también Cristo, cuando lo rechazaban se dirigía a los gentiles, como lo hizo en el caso de la mujer siro-fenicia. Procedió de esta manera para quitar a los judíos toda defensa posible; y para que no pudieran decir: Nos abandonó y se marchó a los incircuncisos. Los discípulos disculpándose decían: Era menester anunciar la palabra de Dios primero a vosotros; pero dado que la rechazáis y os declaráis a vosotros mismos indignos de la vida eterna, ved que nos volvemos a los gentiles. Y Cristo a su vez: No he venido sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel; y también: No es bueno tomar el pan de los hijos y darlo a los canesú En conclusión: que con rechazarlo los mismos judíos abrieron las puertas a los gentiles. Sin embargo, ni aun así venía principalmente por éstos, sino como de pasada.

Yendo, pues, su camino, llegó a la población de Samaría que se llama Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. ¿Por qué así tan cuidadosamente describe el lugar el evangelista? Para que cuando oigas a la mujer que dice: Nuestro padre Jacob nos dio este pozo, no te admires. Era aquel el sitio en que Leví y Simeón, indignados por el suceso de Dina, obraron aquella gran matanza. Y quizá no esté fuera de lugar el referir aquí de dónde trajeron su origen los samaritanos, pues toda aquella región se llama Samaría. ¿De dónde les vino semejante apelativo? El monte cercano se llamaba Somor, por cierto individuo que lo había poseído, como dice Isaías: Y cabeza de Somor, Efraín. Pero los que ahí habitaban no se llamaban samaritanos, sino israelitas. Estos en el transcurso del tiempo ofendieron a Dios; y reinando Faceas, subió Teglat Falasar y conquistó muchas ciudades. Acometió a Ela y le dio muerte y entregó el reino a Oseas. Salmanasar acometió a éste y capturó otras ciudades y las hizo tributarias. Pero Oseas al principio se le sujetó. Después se le rebeló y pidió auxilio a los etíopes. Como esto supiera el rey de Asiría llevó su ejército y conquistó la ciudad y no permitió que permanecieran ahí sus habitantes, sino que los llevó a Babilonia y a Media; y mandó otras gentes, sacadas de varios lugares, a que poblaran Samaría, con el objeto de que en adelante quedara ahí firme su propio dominio, pues había entregado la región a súbditos fieles.

Una vez llevadas a cabo esas hazañas, Dios, para manifestar su poder y que no había entregado a los judíos por debilidad, sino por los pecados de los habitantes, envió contra los bárbaros una plaga de leones que devastaban toda la población. Se le comunicó esto al rey, y entonces éste envió cierto sacerdote a que les enseñara las leyes divinas. Pero ni aun así dejaron del todo su impiedad, sino solamente en parte. En el tiempo siguiente, habiendo ellos abandonado el culto de los ídolos, adoraron a Dios. Así las cosas, tuvo lugar la vuelta de los judíos de su destierro y miraban con aversión a los extranjeros; y entonces, por el nombre del monte, los llamaron samaritanos. Con esto se originó entre ellos y los judíos una no pequeña discusión, pues no recibían ni aceptaban íntegras las Sagradas Escrituras, sino únicamente los Libros de Moisés; pero no hacían mucho caso de los profetas. Por lo demás, ambicionaban la nobleza judaica y hacían remontar sus orígenes hasta Abrahán, al cual tenían como progenitor, por ser ellos caldeos.

A Jacobo lo llamaban su padre, como nieto que fue de Abrahán. En cambio los judíos los abominaban como a todos los gentiles. Y por este motivo insultaban a Cristo diciéndole: Samaritano eres tú y tienes demonio. Por igual motivo, en la narración del hombre aquel que descendía de Jerusalén hacia Jericó y cayó en manos de los ladrones, presenta a un samaritano que hizo misericordia con el herido? es decir, un hombre vil, despreciable y abominable para los judíos. Y también de los diez leprosos curados, a uno Jesús lo llama extranjero, por ser samaritano. Y hablando con los discípulos, les dijo: No os dirijáis a los gentiles, ni entréis en las ciudades de los samaritanos.

De modo que el evangelista no recordó a Jacob únicamente por motivos históricos, sino para declarar que hacía ya tiempo que los samaritanos estaban excluidos de los judíos. Porque en los tiempos de los progenitores hacía ya buen lapso que los samaritanos ocupaban aquellos lugares. Los lugares que antes no eran suyos, los progenitores de los samaritanos los habían ocupado, a causa de que los judíos los habían perdido por su desidia y perversidad: así que de nada aprovecha nacer de virtuosos progenitores, si los descendientes se pervierten. Los bárbaros, en cuanto experimentaron la crueldad de los leones, se volvieron al culto de Dios; pero los judíos, castigados con toda clase de calamidades, ni aun así se enmendaron.

Pues bien, a ese lugar fue Jesús, siempre evitando la vida muelle y delicada, sino practicando la laboriosa y estrecha. Porque no echó mano de bestias de carga; sino que de tal manera constantemente caminaba, que acabó por fatigarse. En todas partes enseña lo mismo: el trabajar personalmente y huir de lo superfluo y no crearse necesidades. Y quiere que tan ajenos estemos de lo superfluo, que aún ordena prescindir de muchas cosas necesarias. Por esto decía: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en donde reclinar su cabeza. Y a propósito de esto, con frecuencia vive en las montañas y en los desiertos, no solamente durante el día, sino también por la noche.

David profetizando decía: Beberá del agua del torrente en el camino, para significar su género de vida fácil y sin cosas superfluas. Lo mismo demuestra aquí el evangelista cuando dice: Y Jesús fatigado del camino, se sentó junto a la fuente. Era cerca del medio día. Llegó una mujer de Samaría a sacar agua. Le dice Jesús: Dame de beber. Pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. Por aquí vemos la presteza de Cristo para emprender el camino y el poco cuidado que tenía de la comida y cuán poco se preocupaba de ella. Los discípulos aprendieron este modo de proceder. Pues no llevaban viático consigo, como lo indica otro evangelista, allá cuando Jesús les hablaba del fermento de los fariseos; y ellos pensaron que se refería a que no llevaban panes consigo. Y lo mismo hace cuando los presenta hambreados y arrancando las espigas de trigo para comer; y cuando refiere que Jesús tuvo hambre y fue a buscar fruto en la higuera. En todo eso no nos enseña otra cosa sino que debemos descuidarnos del vientre y no tener tanto cuidado y preocupación por él.

Advierte cómo los discípulos no llevaban bastimento; y sin embargo, no se preocuparon por eso ya desde el comienzo del día; sino que cuando llegó la hora de comer fueron a comprar alimento. Nosotros, al contrario, al punto en que nos levantamos del lecho, es lo primero que procuramos; y llamamos a los cocineros y a los meseros; y procedemos con sumo empeño; y enseguida nos ocupamos de cualquier otra cosa, siempre anteponiendo los intereses de la vida material a los del espíritu; y tomamos a pechos lo que es transitorio, como si fuera indispensable. Por eso todo nos sale mal y al revés. Convendría en absoluto proceder de un modo contrario; y hacer gran aprecio de las cosas espirituales; y una vez despachadas éstas, entonces ocuparnos de lo demás.

Pero en este paso no debemos observar únicamente los trabajos que padece Cristo, y la paciencia con que los ejercita, sino además cuán ajeno se encuentra del fausto, no sólo por el hecho de hallarse fatigado y estar sentado junto al camino, sino además por haberse quedado solo y apartado de sus discípulos. Podía, si hubiera querido, o no mandarlos a todos; o bien, idos ellos, procurarse otros servidores. Pero no quiso, para acostumbrar a sus discípulos a pisotear el fausto en todo.

Dirá tal vez alguno: pero ¿qué tiene de admirable que fueran modestos en sus costumbres, si al fin y al cabo eran pescadores y fabricantes de tiendas de campaña? Así es verdad. Pero al punto se elevaron hasta el Cielo y se hicieron más famosos y esclarecidos que los reyes, pues fueron amigos y familiares del Señor de todo el universo y discípulos de tan admirable Maestro. Vosotros sabéis que quienes desde una baja clase social suben a altas dignidades, más fácilmente se tornan arrogantes, como quienes antes no sabían de honores. Jesús, manteniéndolos en su humildad, les enseñó a ser modestos en todo y a que nunca necesitaran de servidores.

Dice, pues, el evangelista: Jesús, fatigado del camino, se dejó caer así en el borde de la fuente. ¿Adviertes cómo se sienta a causa de la fatiga y del calor para esperar ahí a los discípulos? Sabía El Jo que iba a suceder a los samaritanos. Pero no era ese el principal motivo de su ida; aunque tampoco, por no ser ese el principal motivo de su ida, era cosa de rechazar a la mujer que se mostró tan anhelosa de saber. Los judíos, a El que los buscaba, lo rechazaban. Por el contrario, los gentiles lo admiraban y adoraban. ¿Convenía, pues, menospreciar la salvación de tan gran número de hombres y hacer a un lado el increíble anhelo de ellos? No era eso digno de la bondad de Jesús. Por lo cual todo lo dispone en la forma conveniente a su sabiduría.

Estaba sentado, descansaba su cuerpo, le daba refrigerio junto a la fuente. Era eso al medio día, según declara el evangelista con estas palabras: Era como la hora de sexta y El estaba sentado. ¿Qué significa esa partícula: así no más? Es decir que no estaba en un trono, ni en un blando lecho, sino con sencillez, así como quedó sobre el pavimento. Observa cómo el evangelista subraya que era otra la finalidad de la mujer al salir de la ciudad, reprimiendo de este modo la perspicacia de los judíos; de manera que ninguno de ellos pudiera decir que El quebrantaba su propio precepto, al vedar a los discípulos que entraran en las ciudades de los samaritanos, siendo así que El se entretenía en conversar con ellos.

El evangelista, declarando diversos motivos de que Jesús hablara con la samaritana, dice: Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimento. Y ¿qué hace la mujer? En cuanto oyó que le decía: Dame de beber, aprovechando con suma prudencia la ocasión de preguntar a Cristo, responde: ¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana? Pues efectivamente no se tratan los judíos con los samaritanos. ¿Por dónde conoció ella que Jesús era judío? Quizá por el vestido, quizá por el lenguaje. Advierte la perspicacia de la mujer. Pues si era cuestión de precaverse, más bien tocaba eso a Cristo que no a ella. Porque el evangelista no dice: Pues no se tratan los samaritanos con los judíos, sino: los judíos no se avienen con los samaritanos. Sin embargo, no siendo ella culpable en eso, pensó que él sí incurría en culpa, y así no se calló, sino que corrigió aquello, pues le parecía contrario a la ley.

Podría alguno preguntar: ¿por qué Jesús le pidió de beber, siendo así que la ley no lo permitía? Si alguien contestara que fue porque ya preveía que le daría el agua, entonces con mayor razón no convino que se la pidiera. ¿Qué responderemos, pues? Que ya para entonces era cosa indiferente el echar abajo tales observancias, puesto que quien inducía a otros a traspasarlas, mucho más debía el transgredirlas. Dice El: No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón. Por lo demás, no es pequeña acusación contra los judíos esta conversación con la samaritana; puesto que ellos, invitados con frecuencia mediante palabras y hechos, nunca obedecían. En cambio mira cuán prontamente se dejó atraer esta mujer, mediante una leve pregunta.

Sin embargo, Jesús por entonces no insistía aún en esta línea de conducta; pero tampoco ponía obstáculo a quienes se le acercaban. A los discípulos les dijo sencillamente que no entraran a las ciudades de los samaritanos, pero no que rechazaran a quienes se les acercaran: esto habría sido una cosa indignísima de su bondad. Por eso responde así a la mujer: Si tú conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, quizá tú le habrías pedido y El te habría dado agua viva. Desde luego le da a entender ser ella digna de que sus peticiones sean escuchadas y ella no rechazada. Además le revela quién es El, teniendo ya en cuenta que en cuanto ella supiera quién era El, al punto obedecería, cosa que nadie podría afirmar acerca de los judíos. Estos sabiendo quién era El, nada le pidieron, nada anhelaron saber que fuera útil. Peor aún, lo colmaban de injurias e improperios y lo echaban de sí.

Observa cuán modestamente responde la mujer, una vez que ha oído eso: Señor: no tienes con qué sacar el agua, y además el pozo es profundo. ¿De dónde, pues, sacas el agua viva? Ya Jesús la ha apartado de su baja opinión, de modo que en adelante no piense que él es un hombre del vulgo. Pues no solamente lo llama Señor, sino que lo trata honoríficamente. Y que le hablara de esa manera para honrarlo, se ve claro por lo que sigue. No se burló, no hizo chacota, sino que dudaba. No te espantes de que por de pronto no profundizara todo el asunto. Tampoco Nicodemo lo había entendido, puesto que dijo a Jesús: ¿Cómo puede ser eso? Y enseguida: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo ya anciano? Y más aún: ¿Puede acaso entrar de nuevo en el vientre de su madre y volver a nacer? Mas modestamente se expresó esta mujer diciendo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde tienes, pues, agua viva?

Una cosa decía Cristo y otra imaginaba ella, porque solamente escuchaba las palabras, pero no podía comprender algo más alto. Pudo haber respondido con altanería: Si tuvieras agua viva no me pedirías a mí, sino que tú serías el primero en proporcionártela, de modo que lo que haces es jactancia. Nada de eso le dijo, sino que se expresó modestamente tanto al principio como en lo que luego siguió. Al principio le dice: ¿Cómo siendo tú judío me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana? Y no le dijo, como si hablara con un extranjero o un enemigo y extraño: ¡Lejos de tal cosa, que yo te dé agua, hombre enemigo y extraño a nuestra gente! Enseguida, cuando lo oyó hablar de cosas más altas -lo cual sobre todo suele molestar a los enemigos- no se burló, no recibió aquello con risotadas, sino ¿qué dice?: ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de éste bebieron él y sus hijos y sus ganados?

¿Observas cómo la mujer se introduce en la nobleza judía? Quiere decir lo siguiente: Jacob usó de esta agua y no tuvo otra cosa que legarnos. De manera que por aquí declara haber ya entendido, por la primera respuesta de Jesús, que se trataba de algo eximio. Porque al decir: Bebió él y sus hijos y sus ganados, da a entender que en su mente tiene ya la idea de otra agua más excelente que no puede ella encontrar ni claramente conocer. Expresaré con mayor claridad qué era lo que ella entendía. Dice: Tú no puedes afirmar que Jacob nos dio este pozo pero que él bebió de otro; porque él y sus hijos bebían de esta agua; y no habrían bebido de ella si hubieran tenido otra mejor. En cambio tú no puedes dar de ésta ni tener otra mejor; a no ser que te tengas por superior a Jacob. De modo que ¿de dónde puedes tener esa agua que prometes dar? No usaron los judíos de tan mansas palabras cuando Jesús trataba de la misma materia y hacía mención de esta misma agua; y así ningún fruto sacaron. Y cuando Jesús les mencionó a Abrahán, tuvieron conatos de apedrearlo. No procede así con El esta mujer, sino que con mucha paciencia, con gran mansedumbre, a pesar del calor y de ser ya medio día, todo lo oye y todo lo platica; y ni siquiera le viene al pensamiento lo que verosímilmente habrían dicho otros, o sea que Jesús era un loco, un demente, uno que bromeaba a la orilla del pozo, y que nada podía dar y únicamente se jactaba. La samaritana con perseverancia escucha hasta encontrar lo que quiere. Pues bien: si la samaritana puso tanto empeño para llegar a aprender algo útil y se está al lado de Cristo aun sin saber quién es El ¿qué perdón alcanzaremos nosotros que sí lo conocemos y no estamos junto al pozo ni en el desierto ni en pleno medio día, ni tostados por los rayos del sol, sino en el amanecer, y gozamos de la sombra de este techo y estamos a gusto, y sin embargo nada oímos con paciencia, sino que estamos con tibieza y desidia? No procede así la samaritana, sino que en tal forma atiende a lo que se le dice, que incluso corre y llama a otros.

Los judíos por su parte no solamente no llamaban a otros, sino que impedían a quienes quisieran acercarse a Jesús. Por lo cual decían: ¿Acaso alguno de los jefes ha creído en él? Pero esa turba desconocedora de la ley son unos malditos.

Imitemos a la samaritana. Platiquemos con Cristo. También ahora está entre nosotros, hablándonos por los profetas y los discípulos. Oigámoslo, obedezcámoslo. ¿Hasta cuándo iremos llevando esta vida en vano y sin utilidad alguna? Hacer lo que a Dios no agrada es vivir sin utilidad. Más aún: es no sólo vivir sin utilidad, sino con daño. Cuando gastemos inútilmente el tiempo total, que se nos ha concedido, saldremos de esta vida para sufrir el extremo castigo, por ese tiempo inútilmente gastado.

Cuando el siervo que en vano recibió los dineros y los consumió y devoró tenga que dar cuenta al que se los confió -me refiero a quien gastó inútilmente su tiempo- no quedará libre de castigo. No nos puso Dios en esta vida ni nos dio el alma únicamente para que disfrutemos de la vida presente, sino para que negociemos para la vida eterna. Los animales irracionales sirven sólo para esta vida; pero nosotros tenemos un alma inmortal, para que por todos los medios nos preparemos a aquella otra vida. Si alguno pregunta ¿qué utilidad tienen los caballos, los asnos, los bueyes y demás animales de ese género? le respondemos que ninguna otra sino el servicio que en esta vida prestan. Pero acerca de nosotros las cosas no van por ese camino; sino que nos espera un estado mejor, una vez que salgamos de esta vida, y tenemos que poner todos los medios para ser allá más esclarecidos y participar en los coros de los ángeles y estar perpetuamente en presencia del Rey, por siglos infinitos. Por tal motivo el alma es inmortal y el cuerpo también será inmortal, para poder disfrutar de los bienes eternos.

Pero, si teniendo prometido el Cielo, te apegas a la tierra, piensa cuán grave injuria infieres a quien te dio alma y cuerpo. El te ofrece lo celestial; pero tú lo desprecias y prefieres y la antepones lo terreno. Por esto amenaza con la gehenna, por haber sido despreciado, y para que por aquí comprendas de cuán grandes bienes te privas. ¡Lejos de nosotros que vayamos a experimentar mal tan grave y tan grave castigo! Al revés, que agrademos acá a Dios y alcancemos los bienes eternos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

LXXXVII





Crisostomo Ev. Juan 30