Crisostomo Ev. Juan 54

54

HOMILÍA LIV (Lili)

Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en El: Si vosotros perseveráis en mi doctrina, seréis de verdad mis discípulos. Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8,31-32).

MUCHA PACIENCIA necesitamos, carísimos; pero la paciencia sólo se adquiere cuando ya las verdades han arraigado en el corazón. Así como a una encina que está dotada de profundas raíces ninguna violencia de los vientos la desarraiga, así al alma traspasada del amor divino nadie puede derribarla. Porque estar traspasada y enclavada es más que estar arraigada. Esto rogaba el profeta cuando decía: Traspasa, Señor, mis carnes con tu temor. Pues bien, también tú traspásalas y enclávalas como con un clavo profundamente hincado. Y así como quienes están en esa disposición difícilmente son derribados, así los que están en la contraria fácilmente son vencidos y sin dificultad derribados. Esto les aconteció entonces a los judíos. Porque oyeron y creyeron, pero de nuevo fueron derribados. Queriendo, pues, Cristo hacerlos más firmes en la fe, con el objeto de que no fuera ésta superficial, les punza el ánimo con más recias palabras.

Propio era de creyentes tolerar con facilidad las reprensiones: pero ellos al punto se molestaron. ¿Cómo procede Cristo? En primer lugar los exhorta diciendo: Si vosotros perseveráis en mi doctrina, de verdad seréis mis discípulos; y la verdad os hará libres. Como si les dijera: Tengo que hacer un corte profundo, pero no os exaltéis. De manera que con semejantes palabras incluso les reprimió la soberbia. Pregunto yo: dime ¿de qué los libró? De los pecados. Y ¿qué dijeron aquellos arrogantes?: Somos linaje de Abrahán y jamás hemos sido esclavos. Su pensamiento al punto se abajó a lo terreno. La expresión: Si perseveráis en mi doctrina es propia de quien conoce lo que ellos revuelven allá en su corazón, y de quien sabe que sí han creído, pero no han perseverado en la fe.

Juntamente les promete algo muy grande, como es que serán sus discípulos. Como hacía poco que algunos se le habían apartado, los nota oscuramente al decir: Si vosotros perseveráis. Porque aquellos otros habían oído, habían creído, pero luego se habían alejado y no habían perseverado. Pues dice el evangelista: Muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban públicamente con El. Conoceréis la verdad. Es decir, me conoceréis a Mí, porque: Yo soy la verdad. Todas las cosas de los judíos eran sombras y figuras; pero de Mí aprenderéis la verdad, la cual os librará de los pecados. Así como a los otros les dijo: Moriréis en vuestros pecados; así a éstos les dice: OÍ librará. No les dijo abiertamente: Yo os libraré de la servidumbre, sino que dejó que ellos lo dedujeran. ¿Qué responden ellos?: Somos linaje de Abrahán y jamás hemos sido esclavos. Parece que si se habían de indignar, lo coveniente era que se indignaran por lo que dijo antes: Conoceréis la verdad; y habían de decir: Pues ¿qué? ¿acaso ignoramos la verdad? ¿Nuestra Ley y conocimientos todos son mentira?

Pero no se cuidaban de esas cosas y únicamente se dolían de las cosas terrenas y pensaban que se trataba de una esclavitud terrena. Porque hay en verdad aun ahora muchos que se avergüenzan de cosas que son indiferentes y de la terrena esclavitud; pero no se avergüenzan de la esclavitud del pecado; y preferirían mil veces ser llamados esclavos con la servidumbre del pecado a serlo una sola vez con la terrena. Así eran aquellos judíos, y nada sabían de la otra servidumbre. Por lo cual le dicen: ¿Llamas esclavos a los del linaje de Abrahán, que por el hecho mismo son nobles? Por tal nacimiento no conviene llamarlos esclavos. Dicen, pues: Jamás fuimos esclavos. Tal era la soberbia judía: Somos del linaje de Abrahán, somos israelitas. Pero en forma alguna presentan sus propias altas hazañas. Por tal motivo el Bautista clamaba: No digáis: tenemos por padre a Abrahán.

¿Por qué no los rebate Cristo, puesto que con frecuencia fueron esclavos de los egipcios, de los babilonios y de otros muchos? Porque no les hablaba para discutir con ellos, sino para salvarlos y hacerles beneficios: éste era todo su cuidado. Podía haberles puesto delante los cuatrocientos años de servidumbre y luego los otros setenta; y la de cuando los Jueces, unas veces veinte, otras dos, otras veces siete años. Podía haberles hecho ver que prácticamente nunca habían estado libres de servidumbre. Pero su finalidad no era precisamente declararlos esclavos de los hombres, sino del pecado: servidumbre la más pesada de todas y de la que solamente Dios puede librar. Puesto que nadie tiene poder para perdonar los pecados sino solamente Dios, cosa que ellos mismos confesaban. Por tal motivo los trae a su finalidad con estas palabras: Todo el que comete el pecado es esclavo del pecado, declarándoles que El hablaba de la liberación de semejante servidumbre.

Y el esclavo no se arraiga para siempre en la familia. Pero el hijo sí se asienta para siempre. Sin sentir, deroga aquí la Ley dando a entender los tiempos antiguos. Para que no fueran a decir: Tenemos los sacrificios que ordenó Moisés y éstos nos pueden liberar, añadió esas palabras. Si no ¿qué enlace lógico tendrían con lo anterior? La realidad era que: Todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios y son justificados gratuitamente por su gracia, incluso los mismos sacerdotes. Por lo cual dice Pablo acerca del sacerdote que: Debe ofrecer sacrificios por sí mismo, lo mismo que por el pueblo, por cuanto también lo envuelven las flaquezas. Que viene siendo lo mismo que: El esclavo no arraiga para siempre en la familia. Además aquí da a entender que tiene honor igual al Padre, al mismo tiempo que indica la diferencia entre el esclavo y el libre. Porque éste es el sentido de esa parábola. Como si dijera: El siervo no tiene poder; como se subentiende por la expresión: no permanece.

Mas ¿por qué, tratando del pecado, hizo mención de la casa? Para demostrar que El tiene potestad sobre todas las cosas, como la tiene el amo en su casa. Y la expresión no permanece quiere decir que no tiene poder para dar y repartir gracias y beneficios, puesto que no es el amo. En cambio el hijo sí es amo; porque esto significa la metáfora tomada del modo de proceder humano: permanece para siempre. Y para que no vayan a decir: pero tú ¿quién eres? dice: todas las cosas me pertenecen porque soy el Hijo y permanezco en la casa paterna. Llama casa a la potestad. Así también en otro sitio al principado lo llama: casa de mi Padre. Porque dice: En la casa de mi Padre hay muchas mansiones. Tratándose de la libertad y de la esclavitud, correctamente usó de semejante metáfora, para indicar que ellos no tenían potestad.

Si pues el Hijo os otorga la libertad. ¿Adviertes cómo el Hijo es consubstancial con el Padre y cómo manifiesta tener igual poder que el Padre? Si el Hijo os otorga la libertad nadie lo contradirá jamás, sino que tendréis perpetua y firme libertad. Pues Dios es el que justifica ¿quién es el que condena? En esto se manifiesta El limpio de todo pecado y significa aquella libertad que sólo es de nombre, o sea, la que dan los hombres. La otra solamente la da Dios. Los persuade por aquí que no se avergüencen de esta segunda servidumbre, sino de la servidumbre del pecado.

Y para demostrarles que aún cuando no sean esclavos, puesto que rechazaron aquella servidumbre humana, sin embargo se han hecho a sí mismos más siervos aún, añadió: Seréis verdaderamente libres, declarando que aquella otra no es verdadera libertad. Y para que no fueran a decir que no tenían pecados (pues era verosímil que lo dijeran), mira en qué forma los acusa. Deja a un lado las demás cosas reprobables en la vida de ellos y trae al medio el crimen que ya andaban tramando: Ya sé que sois del linaje de Abrahán. Pero tratáis de matarme. Sin sentir los derriba de ese parentesco de Abrahán, enseñándolos a que no se ensoberbezcan por tal motivo. Pues así como la libertad y la servidumbre dependen de las obras, así también igualmente depende el parentesco.

No les dijo al punto: No sois hijos de Abrahán el justo, pues vosotros sois homicidas. Sino que por de pronto asiente con ellos y les dice: Sé bien que sois linaje de Abrahán; pero no es esto lo que se investiga. Luego los acomete con mayor severidad. Porque puede observarse que por lo general, cuando va a obrar algo excelente y grande, una vez que lo pone por obra, usa de mayor franqueza y confianza en el hablar, puesto que las obras mismas reprimen a los querellosos. Pero tratáis de matarme. Mas ¿qué si lo hacen justamente? No van las cosas por ese camino; por lo cual el mismo Jesús apunta la causa y dice: Porque mi doctrina no penetra en vosotros. Entonces ¿cómo dijo que habían creído en El? Sí, creyeron; pero como ya expliqué no se habían convertido. Por lo cual Jesús los acomete reciamente: Si os gloriáis de aquel parentesco, es necesario que las obras consuenen con él. Y no dijo: No comprendéis mi doctrina, sino: Mi doctrina no penetra en vosotros, dando a entender la sublimidad de sus enseñanzas. Pero por semejante motivo no se le había de dar muerte, sino más bien reverenciarlo y seguirlo para llegar a aprender.

Mas ¿qué si tú dices esas cosas de ti mismo? Para prevenir esta objeción, dice: Yo os hablo lo que he oído de mi Padre; y vosotros lo que habéis aprendido de vuestro padre, eso hacéis. Como si les dijera: Así como Yo con palabras y con obras manifiesto al Padre, así vosotros manifestáis al vuestro con las obras. Porque Yo tengo no sólo la misma substancia que el Padre, sino la misma verdad. Respondiéronle: Nuestro Padre es Abrahán. Díceles Jesús: Si fuerais hijos de Abrahán haríais las obras de Abrahán. Mas ahora tratáis de matarme. Con frecuencia les echa en cara esa disposición de ánimo sanguinaria, y les recuerda al patriarca Abrahán. Lo hace para apartarlos de semejante parentesco y quitarles aquella inoportuna jactancia y persuadirles que no pongan la esperanza de salvación en eso ni en semejante parentesco natural, sino en la comunidad de propósitos. Porque esto era lo que les impedía acercarse a Cristo: pensar que para la salvación les bastaba con ese parentesco.

¿De qué verdad habla Cristo? De que es igual al Padre, pues por eso intentaban darle muerte, como El mismo lo dice: Tratáis de matarme a Mí que os he declarado la verdad que oí del Padre. Nuevamente lo refiere todo al Padre para demostrarles que lo que ha dicho no es contrario al Padre. Le dicen ellos: Nosotros no somos nacidos de meretricio. Un solo Padre tenemos, Dios. ¿Qué decís? Vosotros tenéis un Padre, Dios; y sin embargo, porque Jesús dijo eso mismo lo acusáis. ¿Observas cómo en cierto modo Cristo afirma que Dios es su Padre, pero de un modo distinto al de ellos?

Como Cristo los había derribado del parentesco de Abrahán, no teniendo ellos cosa que objetarle, se atreven a algo todavía más alto, y se remontan y se hacen parientes de Dios. Pero Cristo también de semejante honor los derriba diciendo: Si Dios fuera vuestro Padre me amaríais a Mí; pues Yo de Dios salí y vengo. Ya que no he venido por mi iniciativa, sino que El me ha enviado. ¿Por qué no entendéis mi doctrina? Porque no estáis dispuestos a escuchar mi palabra. Vosotros tenéis por padre al diablo; y os esmeráis en ejecutar los deseos de vuestro padre. El fue homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque en él no hay verdad. Cuando habla mentira, habla como quien es mentiroso y fautor de engaño.

Los excluyó del parentesco de Abrahán. Y como se atrevieron a una cosa mayor, finalmente les "inflige la herida al decirles que no sólo no son del linaje de Abrahán, sino que su parentesco es con el diablo: les causa una herida correspondiente a su impudencia y audacia. Y no lo hace sin traer testimonio de ello, sino añadiendo la demostración. Como si les dijera: asesinar es obra de malicia diabólica. Y no se refirió únicamente a las obras, sino también a los deseos del diablo que ellos ejecutan; declarando con esto que tanto el diablo como los judíos son en absoluto reos de asesinato, y esto por envidia.

Porque el diablo causó la muerte a Adán por envidia, cosa que aquí Cristo deja entender. Y no se mantuvo en la verdad, es decir en una forma correcta de vivir. Como con frecuencia lo acusaban de que no venía de Dios, les indica que esa acusación proviene de envidia. Pues el diablo fue el primer padre de la mentira cuando dijo: En el día en que comiereis se os abrirán los ojos. t El fue el primero en echar mano de la mentira. Los hombres echan mano de ella, pero no como de cosa propia, sino ajena; mientras que el diablo la usa como cosa propia. A Mí, empero, como os digo la verdad no me creéis. ¿Cómo argumenta aquí Cristo? Como si dijera: queréis matarme sin oponerme objeción alguna que sea verdadera. Me perseguís porque sois enemigos de la verdad. O si no, decidme cuál es mi pecado.

Por eso continúa: ¿Quién de vosotros puede convencerme de pecado? Ellos le decían: Nosotros no somos nacidos de mere-tricio. La verdad es que muchos de ellos eran nacidos de fornicación, pues estaban acostumbrados al coito ilícito; pero Cristo no arguye apoyándose en eso, sino que insiste en lo otro. Les había demostrado que no eran hijos de Dios sino del diablo y de aquí parte y en esto se apoya. Puesto que asesinar es obra del diablo, lo mismo que mentir: cosas ambas que ellos practican.

Enseguida les demuestra que por el amor se prueba si uno es de Dios. ¿Por qué no entendéis mi doctrina? Pues andaban continuamente dudando y decían: ¿Qué es lo que dice? ¿Que a donde yo voy vosotros no podéis venir? El les dice: No entendéis mi doctrina porque no escucháis la palabra de Dios. Gomo si dijera: esto os sucede porque vuestro pensamiento se arrastra por la tierra, pero mi doctrina es mucho más elevada. Dirás: ¿qué culpa tenían si no podían entender? Es que aquí poder tiene el sentido de querer, puesto que a sí mismos en tal forma se han instruido y educado que viven en bajeza y nada grande pueden imaginar. Y como alegaban que lo perseguían porque los acuciaba el celo de la gloria de Dios, El en todas partes se esfuerza en demostrarles que, por el contrario, perseguirlo es odiar a Dios; y que amarlo es conocer a Dios.

Un solo Padre tenemos, Dios. Buscan en esto la gloria de Dios por el honor que les viene, pero no con las obras. Entonces, dice Cristo, vuestra incredulidad demuestra que Yo no soy enemigo de Dios, sino que vosotros no conocéis a Dios. Y el motivo es que anheláis hacer obras del diablo y mentir. Esto procede de un ánimo abyecto, como dice el apóstol: Pues hay entre vosotros emulaciones y disensiones ¿cómo no sois carnales? Y ¿por qué no podéis? Porque os esmeráis en ejecutar los deseos de vuestro padre; es decir lo procuráis y os esforzáis en eso. ¿Adviertes cómo el no podéis equivale a no queréis? Esto no lo hizo Abrahán. Entonces ¿cuáles fueron las obras de Abrahán? La modestia, la mansedumbre, la obediencia. Pero vosotros sois crueles e inhumanos.

Mas ¿qué fue lo que los movió a remontarse hasta Dios? Les demostró Cristo que eran indignos de ser del linaje de Abrahán. Queriendo ellos evitar eso, se remontaron a cosas mayores. Como Cristo los reprendía de asesinato, alegan en defensa que están vengando a Dios. Entonces Jesús les prueba que lo que están haciendo es propio de enemigos de Dios. La palabra salí significa que vino de Dios. Porque salí da a entender su venida a nosotros. Mas como era verosímil que le dijeran: dices cosas extrañas y novedades, por tal motivo prefiere decirles que vino de Dios. Y continúa: vosotros no entendéis porque sois del diablo. ¿Por qué queréis asesinarme? ¿Qué acusación podéis presentar? Si ninguna ¿por qué no me creéis? Por este medio, tras de haberles demostrado por el asesinato y la mentira que son del diablo, al mismo tiempo les prueba que no son de Abrahán ni de Dios; tanto porque odiaban a quien ningún mal les había hecho, como porque no escuchaban su palabra.

Con esto, en todas formas prueba no ser adversario de Dios; y que no es ésa la razón que ellos tienen para no creer, sino porque son enemigos de Dios. Cuando no creen a quien no ha hecho pecado y afirma venir de Dios y no haber venido por su propio arbitrio y les habla verdad y en tal modo lo hace que a todos los provoca a que lo convenzan de lo contrario, es del todo manifiesto que no creen porque son terrenos y carnales. Pues sabía El perfectamente que el pecado vuelve al alma abyecta y carnal. Por eso dice el apóstol: Os habéis tornado torpes de oídos? Cuando alguno ya no puede despreciar lo terreno ¿cómo podrá discernir y discurrir sobre las cosas del Cielo? En consecuencia, os ruego que pongamos todos los medios para disponer correcta y virtuosamente nuestra vida. Purifiquemos nuestra alma para que ninguna mancha nos haga impedimento. Encended en vosotros la luz del conocimiento y no sembréis entre espinas. Quien no comprende ser mala la avaricia, ¿cómo comprenderá cosas más altas? Quien de ella no se abstiene ¿cómo se apegará a lo celestial? Bien está robar, pero no las cosas que perecen, sino el Reino de los Cielos; pues los que se hacen violencia lo arrebatan, dice el Señor.

Por lo mismo, siendo perezosos no podremos conseguirlo, sino con empeñosa diligencia. ¿Qué significa violencia? Que se necesita mucho esfuerzo porque la senda es estrecha y por lo mismo es necesario un ánimo decidido y activo. Los ladrones todos prefieren siempre adelantarse, y a ninguna otra cosa atienden: ni a la condena, ni a la acusación, ni al suplicio, sino únicamente al robo de lo que anhelan; y procuran ganar a todos la delantera. Pues bien, arrebatemos el Reino de los Cielos. No es pecado este robo, sino que se tiene como encomio; el pecado y culpa es no arrebatarlo.

Aquí nuestras riquezas no se tornan en daño de tercero. Empeñémonos, pues, en arrebatarlas. Si nos aguijonean la ira, la concupiscencia, hagamos violencia a nuestro natural y seamos mansos en mayor grado: trabajemos un poco, para que eternamente descansemos. No robes oro. Roba aquellas riquezas que te persuadan a tener el oro como lodo. Dime: si tuvieras delante plomo y oro ¿cuál escogerías? ¿no es acaso claro que el oro? Tú, en cambio, allá en donde el que roba es castigado, prefieres lo que crees mejor; y en cambio donde es honrado el ladrón desprecias lo que es mejor. Aun en el caso de que en ambas partes se castigase al ladrón ¿no preferirías venir a este segundo sitio? En realidad en éste no hay castigo sino bienandanza.

Preguntarás: pero ¿cómo podré arrebatarla? Arroja eso que traes entre manos, pues mientras estés apegado a eso no podrás robar aquella bienaventuranza. Imagínate un hombre que tiene las manos llenas de plata. ¿Podrá acaso mientras la retiene arrebatar el oro, si primero no arroja la plata y le quedan expeditas las manos? Porque es necesario que el que roba esté del todo expedito, a fin de que no se le pueda retener. Al presente hay ciertas potestades infernales que nos acometen para arrebatarnos y despojarnos. ¡Huyámoslas, huyámoslas! No les proporciones ocasión alguna. Desnudémonos de las cosas seculares. ¿Qué necesidad tenemos de los vestidos de seda? ¿Hasta cuándo estaremos enredados en semejantes ridiculeces? ¿Hasta cuándo dejaremos de estar enterrando el oro?

Quisiera yo poder desistir ya de estaros continuamente repitiendo lo mismo. Pero vosotros no me lo permitís, pues constantemente me dais materia y ocasión para ello. Pero en fin, de una buena vez acabemos con esas cosas, a fin de que instruyendo a otros con nuestro ejemplo, consigamos los bienes que nos están prometidos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




55

HOMILÍA LV (LIV)

Los judíos le respondieron: ¿No tenemos razón al decir que eres un samaritano y que tienes demonio? Respondióles Jesús: Yo no tengo demonio, sino que glorifico a mi Padre (Jn 8,48-49).

DESVERGONZADA y petulante es la malicia, pues, debiendo enrojecer de pena, al revés, se exalta. Cuando convenía compungirse con las palabras de Jesús y admirar la seguridad y lógica de sus discursos, injurian los judíos a Jesús y lo llaman samaritano y endemoniado y dicen: ¿Acaso no tenemos razón al decir que eres un samaritano y que tienes un demonio? Porque cuando Jesús les hablaba de cosas altas, pensaban aquellos insensatos que era locura. Por cierto que nunca antes afirmó el evangelista que los judíos llamaran samaritano al Señor; pero este pasaje hace creíble que muchas veces lo llamarían con ese apodo. ¡Oh judío! ¿dices que El tiene un demonio? Pero ¿cuál de los dos tiene un demonio? ¿El que honra a Dios o el que injuria a quien lo adora? ¿Qué responde Cristo, que es la modestia misma y la misma mansedumbre?: Yo no tengo demonio, sino que glorifico a mi Padre, que me envió. Cuando convino reprimir la soberbia de los judíos y enseñarles que no debían enorgullecerse a causa de Abrahán, usó de grande vehemencia; pero ahora que se trata de sufrir injurias, usa de inmensa mansedumbre.

Cuando ellos decían: Nuestro Padre es Dios, es Abrahán, los acometió; pero ahora que lo llaman poseso, habíales con modestia. Lo hizo para enseñarnos a vengar las ofensas que contra Dios se profieren y a soportar con paciencia las que a nosotros se nos hacen. Yo no busco mi gloria. Como si dijera: He dicho estas cosas para demostraros que no debéis llamar Padre a Dios vosotros que sois homicidas. Lo he dicho para honrarlo a El, y por El escucho Yo ahora lo que vosotros decís, y ese es el motivo de que me injuriéis. Pero Yo no me cuido de la injuria vuestra. A aquel por quien Yo escucho de vosotros esas injurias daréis cuenta de vuestras palabras. Yo no busco mi gloria. Por tal motivo, dejando a un lado la venganza vengo a la exhortación y os aconsejo que hagáis tales obras con que no sólo evitéis el castigo, sino que además consigáis la vida eterna.

En verdad, en verdad os digo: quien guardare mi doctrina no verá la muerte nunca jamás. Trata aquí no únicamente de la fe, sino también de la vida sin pecados. Antes dijo: Tendrá vida para siempre. Ahora dice: No verá la muerte nunca jamás. Juntamente da a entender y afirma que ellos nada pueden contra El. Pues si quien guarda su doctrina no morirá, mucho menos morirá El. Cuando ellos le oyeron esto, dijeron: Ahora sí conocemos que eres un poseso. Abrahán murió y también los profetas murieron. Como si le dijeran: Los que guardaron la palabra de Dios murieron; y los que guardan la tuya ¿no morirán? ¿Acaso eres tú superior a nuestro Padre Abrahán? ¡Oh jactancia! ¡de nuevo se acogen al parentesco de Abrahán! Lo lógico hubiera sido decirle: ¿Acaso tú eres superior a Dios; o los que te oyen son superiores a Abrahán? No le dicen eso porque lo tenían por inferior a Abrahán.

De modo que en primer lugar les demuestra que son homicidas y por aquí los derriba del parentesco dicho. Pero como insisten, acomete Jesús lo mismo, pero por otro camino, demostrándoles vano su empeño. Acerca de la muerte nada les dice, ni les revela, ni les explica de qué clase de muerte habla. Entre tanto sólo trata de persuadirles que El es mayor que Abrahán, para ponerles vergüenza. Como si les dijera: Por cierto que aún cuando fuera uno del vulgo, no convenía matar a un inocente; pero si os digo la verdad y no he cometido falta alguna, y como enviado de Dios soy superior a Abrahán ¿acaso no es claro que estáis repletos de locura y que os empeñáis en vano en darle la muerte? ¿Qué dicen ellos?: Ahora conocemos que eres poseso y tienes demonio. No procedió así la samaritana, pues no le dijo: Eres un poseso, sino únicamente: ¿Acaso eres tú superior a nuestro Padre Jacob? Es que los judíos eran querellosos y amantes de injuriar, mientras que la samaritana estaba deseosa de aprender. Por esto duda y responde con la debida modestia y llama a Jesús Señor.

A la verdad, quien prometía bienes mucho mayores y era fidedigno, en forma alguna debía ser injuriado, sino admirado; pero los judíos lo llamaban endemoniado. Las palabras de la samaritana eran propias de quien duda; pero las de los judíos lo eran de incrédulos y maleantes. ¿Eres acaso tú mayor que nuestro Padre Abrahán? Esta pregunta lo coloca por sobre Abrahán. Una vez que lo veáis exaltado confesaréis que sí es superior. Por esto les decía: Cuando me exaltaréis conoceréis que soy Yo.

Observa su prudencia. Desde luego, una vez derribados ellos de su parentesco con Abrahán, les declara ser El mayor que Abrahán, para que por aquí se entendiera que es muy superior a todos los profetas. Puesto que continuamente lo llamaban profeta, El les dijo: No penetra en vosotros mi doctrina. Antes dijo que El resucitaría a los muertos; ahora dice que quien creyere en El no verá la muerte, lo cual es mucho más que el no permitir que la muerte lo retenga. Pero ellos con esto más se exasperaban. Y ¿qué le dicen?: ¿Quién blasonas ser tú? Pero se lo preguntan con tono de injuria, como si se le dijera: Tú te alabas a ti mismo. Y Cristo les contesta: Si Yo me glorifico a Mí mismo mi gloria es nada.

¿Qué dicen aquí los herejes? Oyó que le decían: ¿Eres acaso tú mayor que nuestro Padre Abrahán? Pero no se atrevió a responder que sí, sino que habló oscuramente. Entonces su gloria ¿es nada? Según los judíos nada es; del mismo modo que cuando dice: Mi testimonio no es verdadero, habla según la opinión de los judíos. En el mismo sentido dice aquí: Hay quien me glorifique. ¿Por qué no dijo: el Padre que me envió? como lo hizo anteriormente; sino: El cual vosotros decís que es vuestro Dios. Mas no lo habéis conocido. Quiso darles a entender que ellos no sólo no conocían al Padre, pero ni a Dios.

Pero yo lo conozco. De modo que cuando dijo: Lo conozco, no es jactancia alguna. Si Yo dijera que no lo conozco, mentiría. Y cuando vosotros afirmáis que lo conocéis, sois mendaces. Así como vosotros falsamente aseguráis que lo conocéis, así Yo, si dijera que no lo conozco, falsamente lo afirmaría.

Si Yo me glorifico a Mí mismo… Porque le decían: ¿Quién blasonas ser tú? Responde: Si Yo blasfemo de Mí mismo, mi gloria es nada. De modo que así como Yo lo conozco perfectamente, así vosotros perfectamente lo ignoráis. Así >como al tratarse de Abrahán no negó totalmente, sino que dijo: Sé bien que sois del linaje de Abrahán, para de aquí hacerles una acusación más grave, así ahora no negó totalmente, sino que añadió: al cual vosotros llamáis. Concediéndoles esa gloria hizo más grave la acusación. Como si les dijera: Entonces ¿cómo es que lo ignoráis? Puesto que a quien todo lo hace y dice para gloria del Padre, lo injuriáis, a pesar de haber sido enviado por el Padre.

En esto último no presenta testimonio alguno; pero lo que sigue se presta para demostrarlo. Yo guardo su palabra. Era este el momento de objetarle, si algo tenían contra El; ya que eso era el supremo indicio de haber sido enviado por Dios. Abrahán vuestro Padre se regocijó pensando en ver mi día; y lo vio y se gozó. De nuevo les demuestra que son extraños a Abrahán, puesto que se duelen de lo que El se regocijaba. Por mi parte, pienso que aquí se deja entender el día de la crucifixión, que fue prefigurada por el sacrificio del cordero y de Isaac.

¿Qué le dicen ellos?: No tienes aún cuarenta años y has visto a Abrahán? De modo que Cristo había ya alcanzado casi los cuarenta años. El les respondió: Antes que Abrahán existiera, existo Yo. Entonces cogieron piedras para arrojárselas. ¿Adviertes en qué forma les demostró ser superior a Abrahán? Puesto que quien se alegró de ver su día y juzgó ser eso deseable, sin duda lo tenía como un beneficio y esto por ser Cristo mayor que él. Los judíos lo llamaban hijo de un artesano y no tenían mayor estima de El; pero El poco a poco los levanta a más altos pensamientos y juicios. Así, cuando oyeron que ellos no conocían a Dios, ni lo llevaron a mal ni se dolieron; pero ahora, al escuchar: Antes de que Abrahán existiera existo Yo, como si se les rebajara su nobleza, se exasperan y le arrojan piedras. Vio mi día y se gozó. Manifiesta con esto que no va a la crucifixión contra su voluntad, puesto que alaba al que se goza de su cruz que es la salvación del mundo. Pero ellos le arrojaban piedras. ¡Tan dispuestos estaban al asesinato! Y sin previo examen de nada, por propio anhelo procedían así.

¿Por qué no dijo: Antes de que Abrahán existiera Yo ya existía, sino: Yo existo? Usa de la palabra soy del mismo modo que la usó el Padre. Porque significa: existo perpetuamente, libre de todo tiempo. Por lo mismo a los judíos les pareció que era una palabra blasfema. Ahora bien, si ellos no soportaban que Jesús se comparara con Abrahán, aunque esto no era cosa tan grande, en el caso de que Cristo con frecuencia se hubiera dicho igual al Padre ¿acaso no lo habrían perseguido continuamente? Pero El, al modo humano, de nuevo se escabulló y se escondió, pues ya suficientemente los había instruido y había cumplido con lo que le tocaba. Salió del templo y fue a curar a un ciego, para hacer creíble con esta obra lo que acababa de decir, o sea, que antes de Abrahán El existía.

Quizá diga alguno: ¿Por qué no les destruyó su fuerza y conatos? Quizá por este camino al fin habrían creído. Respondo: sanó al paralítico, y no creyeron; hizo infinitos milagros, y aun en su Pasión los derribó por tierra y les cegó los ojos para que no lo conocieran; y sin embargo, no creyeron. ¿Cómo, pues, habrían creído con sólo que les hubiera deshecho sus esfuerzos y conatos? ¡Nada hay peor que un alma empedernida y desesperada: ya vea prodigios, ya vea milagros, persevera en su impudencia. También el faraón, habiendo recibido tantas heridas, únicamente se arrepentía mientras duraba el castigo y perseveró empedernido hasta el último día; y perseguía a los mismos a quienes había dado libres.

Por esto Pablo dice con frecuencia: No endurezcáis vuestros corazones como en el día de la Querella. Así como las fuerzas corporales llegan a extinguirse y los cuerpos quedan insensibles, así el alma entregada a sus pasiones queda como muerta para la virtud. Sea cual fuere el motivo que le presentes, queda insensible, ya sea que la amenaces con el castigo o con otra cosa cualquiera. Por lo cual os ruego que mientras nos queda esperanza de salvación, mientras podemos convertirnos, pongamos todos los medios. Los que pierden el sentido moral, a la manera que los pilotos que ya desesperan dejan la nave a merced de los vientos sin poner ellos ya medio alguno, así proceden.

El envidioso ya no mira sino a sólo una cosa: a satisfacer su pasión. Aunque haya de sufrir el castigo y la muerte, se entrega totalmente a esa enfermedad de su alma, lo mismo que el impúdico y el avaro. Pero, si tan grande es la tiranía de semejantes enfermedades del alma, conviene que la fuerza de la virtud sea mayor. Si por esa tiranía despreciamos aun la muerte, por la virtud debemos con mayor razón despreciarla. Si esos enfermos desprecian así su alma, mucho más debemos nosotros despreciar todas las cosas por nuestra salvación. Porque ¿qué excusa tendremos si esos que perecen tan gran empeño ponen en su ruina y nosotros no ponemos a lo menos un empleo igual por nuestra salvación, sino que andamos continuamente muertos de envidia?

Nada hay peor que la envidia. El envidioso, con tal de arruinar al envidiado, él mismo perece. Los ojos del envidioso se consumen de dolor; vive en muerte perpetua; a todos los cree enemigos, aun a quienes en nada lo han dañado. Se duele de que Dios sea glorificado; se goza en las cosas en que el demonio se regocija. ¿Recibe el otro honores de parte de los hombres? No lo envidies: ésos no son honores. ¿Es que lo honra Dios? Entonces imítalo. ¿Es que no quieres imitarlo? Entonces ¿por qué a ti mismo te destruyes y acabas? ¿por qué desechas lo que ya posees? ¿Es que no puedes igualártele ni alcanzar su virtud? Pero ¿por qué te entregas a la perversidad? Lo conveniente sería que lo felicitaras; de manera que si no puedes participar de sus trabajos, a lo menos saques provecho de alabarlo.

Con frecuencia basta el solo propósito para que ya sea una obra grande. Dice Ezequiel: que los moabitas fueron castigados por haberse gozado de los males de Israel, y que otros alcanzaron salvación porque se condolieron de los males ajenos. Pues si algún bien y consuelo les proviene a quienes se duelen de los males ajenos, mucho mayor les vendrá a los que se gozan de los honores tributados a otros. Acusaba el profeta a los moabitas de que se gozaban en las desgracias de Israel, por lo cual Dios los castigaba. Pero no quiere Dios que nosotros nos gocemos por los castigos que El inflige, ya que El mismo no se alegra cuando castiga.

Si, pues, nos hemos de condoler de los que padecen, mucho más conviene no envidiar a quienes reciben honores. Así perecieron Coré y Datan, los cuales con su envidia tornaron más esclarecidos a los envidiados, mientras que a sí mismos se perdieron.

Fiera venenosa es la envidia, fiera impura; es perversidad voluntaria que no merece perdón; maldad que no tiene defensa; madre y causa de todos los males. Arranquémosla de raíz para que así nos veamos libres de los males presentes y consigamos los bienes futuros, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 54