Crisostomo Ev. Juan 56

56

HOMILÍA LVI (LV)

Y a su paso vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Le preguntaron sus discípulos: Maestro ¿quién pecó, él o sus padres, para que naciera ciego? (Jn 9,1-2).

Y A su PASO vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Humano como es y amante de nuestra salvación, para cerrar la boca de los malvados nada deja de hacer de cuanto es con veniente, aun cuando nadie ponga atención. Previendo esto, decía el profeta: Para que seas justificado en tus sentencias y quedes sin reproche cuando juzgues. ! Por esto ahora, pues los judíos no comprendían la alteza de sus palabras, y aun lo apodaban endemoniado y trataban de darle muerte, apenas salido del templo da la salud a un ciego; tanto para que con ausentarse El se calmara el furor de los judíos, como para ablandar, obrando un milagro, la dureza inhumana de ellos, y además para hacer creíbles sus propios discursos. Y así obró un milagro nada vulgar, sino tal que entonces por primera vez fue visto.

Dice la Escritura: Nunca jamás se oyó decir que alguien abrió los ojos de un ciego de nacimiento. Quizá ya alguno habría abierto los ojos a un ciego, pero no de nacimiento. Y que Jesús saliera del templo expresamente para obrar este milagro, aparece claro por el hecho de que El fue a ver al ciego y el ciego no fue a buscarlo. Y Jesús le clavó la mirada con tal fijeza que los discípulos lo advirtieron y se movieron a preguntarle. Pues como advirtieran que Jesús veía al ciego con tan grande atención, le preguntaron: ¿Quién pecó, él o sus padres? La pregunta parte de una falsedad. Porque ¿cómo podía pecar aquel hombre antes de nacer? ¿Cómo habría sido castigado por pecados de sus padres? Entonces ¿por qué ellos hicieron a Jesús semejante pregunta? Anteriormente, cuando sanó al paralítico, le dijo: Mira que ya has recobrado la salud. No peques ya más, no sea que te suceda algo peor? De modo que los discípulos, considerando que aquél había caído en parálisis por sus pecados, preguntan ahora: Concedido que aquél haya caído en parálisis por sus pecados; pero de este otro ¿qué dices? ¿Acaso pecó él? No puede afirmarse puesto que es ciego de nacimiento. ¿Pecaron acaso sus padres? Tampoco esto puede afirmarse, pues nunca al hijo se le castiga en vez de su padre.

De modo que así como cuando vemos a un muchacho que padece una enfermedad decimos: ¿qué pensar de éste? ¿qué fue lo que hizo este muchacho? y no lo decimos preguntando, sino dudando, así lo hacían los discípulos. ¿Qué responde Cristo?: No pecó él ni sus padres. No lo dice significando que ellos estuvieran del todo fuera de culpa, puesto que no dijo sencillamente: No pecó éste ni sus padres, sino que añadió: para que naciera ciego? Sino para que el Hijo del hombre sea glorificado. Pecaron él y sus padres, pero no es esa la causa de la ceguera. No dijo esto para significar que aunque éste no había pecado pero sí otros nacían ciegos por esa causa, o sea por la perversidad de sus padres; puesto que no es lícito, cuando uno es el que peca, castigar a otro por ese pecado. Si aceptáramos esto, tendríamos que aceptar también que pecó antes de nacer. De manera que así como cuando dice Jesús: No pecó éste, no quiere decir que alguno peque desde su nacimiento y sea castigado, así cuando dice: Ni sus padres, tampoco quiere decir que alguno sufra el castigo de los pecados de sus padres. Puesto que por boca de Ezequiel suprime semejante opinión diciendo: Por mi vida, oráculo del Señor, que no repetiréis más este proverbio en Israel: Los padres comieron el agraz y los dientes de los hijos sufren la dentera. Y Moisés dice: No morirá el padre en lugar del hijo. Y de cierto rey dice que no procedió en esa forma guardando la ley de Moisés.

Y si alguno objetara: ¿cómo es entonces que dice la Escritura: Que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación, responderemos que no se trata de una sentencia universal, sino que se habla de algunos de los que salieron de Egipto. Quiere decir: puesto que algunos de los que salieron de Egipto, tras de tantos prodigios y milagros todavía se hicieron peores que sus padres (aunque sus padres ninguno de aquellos milagros habían contemplado), sufrirán los mismos castigos que sufrieron sus padres puesto que cometieron los mismos pecados. Y que éste sea el sentido, bien lo comprenderá quien examine ese pasaje.

Entonces ¿por qué este hombre ha nacido ciego? Para que se manifieste en él la gloria de Dios. Pero aquí brota otra cuestión: ¿acaso sin el padecimiento de éste no podía manifestarse la gloria de Dios? No dice que no habría podido. Habría podido, por cierto. Sino que fue para que también en este caso se mostrara la gloria de Dios. Preguntarás: entonces ¿a él se le hizo injuria para la gloria de Dios? Pero yo a mi vez pregunto: ¿cuál injuria? Puesto que en absoluto podía Dios inclusive querer que no naciera. Pero respondo que la ceguera le produjo un beneficio, pues vino a ver además con los ojos interiores del alma.

¿De qué les sirven los ojos a los judíos? Porque mayor castigo tuvieron en que viendo estaban ciegos. En cambio a este ciego ¿qué daño se le siguió de la ceguera? Por ella alcanzó la vista. De modo que así como los males de esta vida no son propiamente males, del mismo modo tampoco los bienes son propiamente bienes: solamente el pecado es un mal; pero la ceguera no es un mal. Quien sacó al ciego de la nada, pudo dejarlo ciego. Hay quienes dicen que esa partícula para no es causal sino consecutiva; como lo es cuando Jesús dice: Yo he venido a este mundo para discriminación; para que los ciegos vean y los que ven se tornen ciegos. Pues ese para no significa que la finalidad de su venida fuera precisamente que los que ven se tornen ciegos. Lo mismo es cuando Pablo dice: Por cuanto lo conocible de Dios les es manifiesto para que sean inexcusables. No es que les sea manifiesto precisamente para que por esto queden sin excusa, sino para que la tuvieran. Y en otra parte: Pero la Ley se introdujo para que abundara el pecado? puesto que precisamente se introdujo para reprimir el pecado.

¿Observas cómo en todas partes esa partícula se pone ex eventu? Así como un excelentísimo arquitecto una parte del edificio la labra perfectamente y otra la deja imperfecta, para mediante el contraste deja perfecta comprobar ante los incrédulos que es él autor de toda la obra, así Dios aglutina y compone nuestro cuerpo como una casa que se derrumba, cuando sana una mano árida, pone firmeza en los miembros paralíticos, da movimiento a los cojos, limpia a los leprosos, sana a los enfermos, conforta las piernas débiles, resucita a los muertos, abre los ojos ciegos, da vista a quien ni ojos tenía. Demuestra su poder corrigiendo esos defectos de la débil naturaleza.

Cuando dice: Para que se manifieste la gloria de Dios, habla de Sí mismo y no del Padre, puesto que la gloria del Padre ya era manifiesta. Y como ellos sabían que cuando formó Dios al hombre tomó polvo de la tierra, Jesús ahora forma lodo. Si les hubiera dicho: Yo soy el que tomé polvo de la tierra y formé al hombre, los oyentes se habrían escandalizado; pero poniéndolo ahora por obra ya nada pudieron oponerle. Habiendo, pues, tomado polvo de la tierra que mezcló con saliva, por este camino su gloria que estaba oculta quedó manifiesta. Porque no era gloria pequeña que se le tuviera como Hacedor de la creatura; pues de aquí fluían todas las consecuencias y se daba fe al todo de la creación mediante aquella partecilla.

Lo que era menos hacía creíble y confirmaba lo que era más. El hombre es entre todas las cosas creadas el más excelente con mucho; y de sus miembros el más precioso es el ojo. Por tal motivo Cristo usó este modo de curarlo. Pues aun siendo un miembro pequeño es sumamente necesario al cuerpo. Pablo lo declara diciendo: Si dijere el oído: Como no soy ojo no soy del cuerpo, no por esto dejaría de ser del cuerpo.

Todo lo que hay en nosotros demuestra el divino poder, pero mucho más el ojo, pues gobierna todo el cuerpo, y a todo el cuerpo le confiere hermosura y es adorno del rostro y lámpara para todos los demás miembros. Lo que es el sol para el universo es el ojo para el cuerpo. Si suprimes el sol y lo apagas, todo lo habrás perturbado y echado a perder; y si apagas los ojos, resultan inútiles los pies, las manos, aun el alma; pues sin los ojos desaparece todo conocimiento; y por medio de los ojos conocemos a Dios en las creaturas: Lo que de El es invisible, desde la creación del mundo se ha hecho por sus obras visible a la inteligencia. - De modo que el ojo no es solamente la lámpara del cuerpo, sino que más lo es del alma que del cuerpo. Por tal motivo se encuentra colocado arriba como en un solio real y está puesto encima de todos los sentidos.

Pues bien, este miembro es el que ahora forma Jesús. Y para que no creas que necesitó materia previa para su obra, y comprendas por aquí que allá al principio tampoco necesitó del barro (pues quien produjo de la nada las más excelentes substancias mucho mejor habría producido ésta sin materia preexistente), para que comprendas, pues, repito, que no la necesitaba; y para enseñarte que allá al principio fue El el Creador, una vez que le impuso al ciego el lodo, le dijo: Anda, lávate; para que entiendas que Yo no necesito del lodo para formar los ojos; sino para que en esto se manifieste mi gloria.

Y que hable de Sí mismo cuando dice: Para que se manifieste la gloria de Dios, se ve porque luego añadió: Conviene que Yo realice las obras del que me ha enviado. Como si dijera: Es necesario que me manifieste Yo mismo y haga obras que puedan demostrar que Yo hago lo mismo que hace mi Padre; no cosas parecidas, sino las mismas; lo cual significa una mayor igualdad y se dice de quienes ni en lo más mínimo son desiguales. ¿Quién será el que contradiga, viendo que El puede todo lo que puede el Padre?

Porque no solamente formó los ojos, ni solamente los abrió, sino que además les dio facultad de ver; que viene a ser un indicio de haber sido también el mismo que formó el alma y el que la inspiró en el cuerpo. Puesto que si ella no entra en acción, el ojo, aunque esté sano e íntegro, nada puede ver jamás. De manera que también es El quien puso en el alma el operar y la dotó de los miembros acomodados de arterias, venas, nervios y sangre y todos los demás elementos de que está constituido nuestro cuerpo.

Conviene que Yo obre mientras es de día. ¿Qué significa esto? ¿Cómo se une lógicamente con lo anterior? Muy bien se une, pues quiere decir: Mientras es de día, o sea, mientras los hombres pueden creer en Mí, mientras Yo vivo, tengo que obrar. Viene la noche, cuando nadie puede trabajar. No dijo: Cuando Yo ya no puedo obrar, sino: Cuando nadie puede ya trabajar; o sea, cuando ya no habrá fe, ni trabajos, ni penitencia. A la fe la llama trabajo. Así, cuando le preguntan: ¿Qué hemos de practicar para hacernos con la merced de Dios? les responde: Esta es la obra que quiere Dios: que creáis en quien El envió. Mas ¿por qué entonces ya nadie puede trabajar ni practicar esta obra? Porque entonces ya no habrá fe; sino que, quieran o no quieran, todos obedecerán. Y para que nadie dijera que obra por ambición de honra, declara que todo lo hace por ellos, ya que solamente acá pueden creer, mientras que allá no podrán ya alcanzar ganancia alguna. Por tal motivo no curó al ciego porque éste se le acercara, aunque era digno de ser curado; y si hubiera visto a Jesús hubiera creído y hubiera corrido hacia El; y si hubiera oído de alguno que Jesús se hallaba presente, no lo habría descuidado. Todo esto es claro por el efecto que se siguió; o sea, por la fortaleza y fe misma del ciego.

Podía haberse dicho este hombre: ¿Qué es esto? Hizo lodo, untó mis ojos y me dijo: Anda, lávate. Pero ¿no podía haberme curado y luego enviarme a Siloé? Muchas veces me he lavado ahí juntamente con otros, sin provecho alguno. Si algún poder tuviera, me habría sanado estando ahí presente. Así discurría Naamán, aquel de Eliseo. Pues como se le ordenara lavarse en el Jordán, no creía, a pesar de la gran fama de Eliseo. Pero este ciego no fue incrédulo ni contradijo; ni dijo para sí: ¿Qué es esto? ¿Fue acaso necesario que se me untara el lodo? ¿Acaso el lodo no más bien ciega? ¿Quién jamás recibió así la vista? Nada de eso pensó. ¿Adviertes su fe y su fortaleza?

Viene la noche. Por aquí declara que aún después de la crucifixión cuidará de los impíos y atraerá a muchos. Aún es de día. Después en absoluto los desechará, como lo advierte diciendo: Mientras estoy en el mundo soy luz del mundo. También a otros les dijo: Mientras tenéis la luz creed en la luz. í2 Preguntarás: ¿por qué entonces Pablo llamó noche a la vida presente y día a la futura? No dice nada contrario a Cristo en sus palabras, pues aunque no a la letra, pero en el sentido viene a decir lo mismo. Precedió la noche y ya se acerca el día. Llama noche al tiempo presente por causa de los que yacen sentados en las tinieblas o porque lo compara con el día de la eternidad. Cristo, en cambio, llamó noche al tiempo futuro porque en él ya se dejará de pecar.

Pablo llama noche a la vida presente porque quienes viven en la incredulidad y pecados, están en tinieblas. Y así hablando a los fieles les dice: Precedió la noche, ya se ha acercado el día, pues han de disfrutar de aquella luz; y llama noche al modo de vivir anterior. Por esto continúa: Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas. ¿Ves cómo a éstas llama noche? Por eso añade: Como en pleno día caminemos decorosamente, para gozar de aquella luz. Pues si la luz del día natural es tan bella, piensa cuál será aquella otra. Cuanto es más esplendente el rayo del sol que la luz de una antorcha, tanto así y mucho más aquella luz es superior a ésta de acá. Lo mismo significó aquello otro: El sol se oscurecerá, "o sea, que a causa del brillo aquel ya no se mostrará.

En conclusión: si ahora para míseras edificaciones tantos gastos hacemos con el objeto de tener mansiones espléndidas y bien acondicionadas, piensa cuán graves trabajos corporales es conveniente aceptar para edificarnos en el Cielo mansiones brillantes, allá donde habita esa Luz inefable. Aquí hay querellas y pleitos sobre límites y paredes; pero allá nada hay de eso, ni envidias, ni disgustos, ni peleará nadie con nosotros por asuntos de límites. Además, esta mansión terrena necesariamente la hemos de abandonar; aquélla, en cambio, permanece para siempre. Esta con el tiempo se deteriora y arruina y está expuesta a infinitos daños, mientras que aquélla permanece por siempre firme. Esta no puede construirla el que es pobre, mientras que la otra con dos óbolos se construye, como la construyó la viuda del evangelio.

Por tal motivo yo me ahogo de pena, pues proponiéndosenos tantos bienes, somos tan desidiosos y llenos de pereza, y nada hacemos para gozar de aquellas esplendentes mansiones, y no procuramos prepararnos en el Cielo ni siquiera una humilde posada. Te pregunto: aquí en la tierra ¿en dónde querrías tener tu casa: en un desierto o en una población pequeña? Creo que no, sino en regias y opulentas ciudades en donde es más abundante el comercio y más brillante el esplendor. Pues bien, yo te conduzco a esa ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios. En ésta edifiquemos, en ésta levantemos la mansión con menos gastos y trabajo. Tal mansión la construyen las manos de los pobres y es edificio excelente, mientras que las que acá levantamos son una demostración de extrema locura.

Si alguien te condujera a Persia para visitar aquellas regiones y regresar luego; pero te ordenara edificar allá tu casa, ¿acaso no lo llamarías loco en extremo, pues te aconseja semejante dispendio? Entonces ¿por qué haces tú eso acá en la tierra de la cual en breve tienes que partir? Alegarás que la vas a heredar a tus hijos. Pero ellos también muy pronto han de seguirte; y con frecuencia aun precederte, y lo mismo, los que de ellos desciendan. Y luego te entra la tristeza porque ves que no te quedan herederos. Pues bien, allá nada de eso tienes que temer, puesto que tu heredad te queda firme a ti y a tus hijos y a tus nietos, con tal de que ellos imiten tus virtudes. Aquella mansión la construye Cristo, y siendo El el artífice no son necesarios cuidadores que la guarden ni requiere solicitud alguna. Pues donde Dios se encarga de la obra ¿qué más hay que cuidar? El reúne todos los elementos y edifica la morada.

Ni solamente esto es lo admirable, sino que la construye tal como tú la desearas y mejor de lo que la puedes desear. Porque es excelentísimo arquitecto que cuida de poner todo lo más útil para ti. Si eres pobre y quieres construir esa casa, nadie te molestará ni te envidiará; porque allá no va ningún envidioso, sino únicamente los ángeles que se gozan de tu bienestar. Nadie te disputará los límites, pues no habrá vecinos que sufran semejante enfermedad. Allá tus vecinos serán los santos: Pablo, Pedro, todos los profetas, los mártires y los coros de ángeles y arcángeles.

Movidos, pues, por esto, derrochemos nuestros haberes en los pobres para conseguir aquellas mansiones. Ojalá nos acontezca a todos conseguirlas, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria y juntamente al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.




57

HOMILÍA LVII (LVI)

Habiendo dicho esto Jesús, escupió en tierra, amasó lodo con la saliva y con el lodo ungió los ojos del ciego, y le dijo: Anda, lávate en la piscina de Siloé (Jn 9,6-7).

Los QUE DESEAN sacar alguna utilidad de lo que se va leyendo, no pasan de prisa ni aun lo más mínimo. Pues por esto se nos ordena escrutar las Escrituras; porque muchas cosas que a primera vista parecen fáciles y sencillas, encierran oculta en sí grande profundidad de ciencia. Observa, por ejemplo, lo que al presente se nos propone: Dicho esto, escupió en tierra. ¿Por qué lo hace? Para que se manifieste la gloria de Dios y que conviene que Yo haga la obra de Aquel que me envió. No sin motivo trajo al medio esto el evangelista, y añadió que El la había escupido; sino para declarar que Jesús confirmaba sus palabras con sus obras.

¿Por qué no usó el agua sino la saliva para hacer el lodo? Porque lo iba a enviar a Siloé, de manera que no se achacara la curación a la fuente; sino que de la boca de El procedió el poder que hizo los ojos del ciego y los abrió: para esto escupió en tierra. Esto significa el evangelista al decir: E hizo lodo con la saliva. Y para que tampoco pareciera que la virtud y poder procedían de la tierra, ordenó al ciego que fuera y se lavara. Mas ¿por qué no obró el milagro al punto, sino que envió al ciego a Siloé? Para que tú conocieras la fe del ciego y quedara confundida la tosudez de los judíos. Porque es verosímil que todos vieron al ciego cuando hacia allá se encaminaba y llevaba el lodo ungido en los ojos. Pues aquel suceso inesperado hizo que todas las miradas se volvieran a él; y así los que lo vieron y sabían lo hecho por Jesús y también los que lo ignoraban, estaban atentos para ver en qué terminaba el negocio.

Como no era cosa fácilmente creíble que un ciego recobrara la vista, Jesús prepara por estos largos rodeos a muchos testigos y muchos que contemplaran caso tan insólito; de modo que habiendo atendido, ya no pudieran decir: Es el mismo, no es el mismo. Además, quiere Jesús demostrar que no es contrario a la Antigua Ley, pues remite al ciego a Siloé. Tampoco había peligro de que el milagro se atribuyera a la piscina y su virtud, pues muchos se habían lavado en ella los ojos sin haber conseguido bien alguno. Aquí todo lo hace el poder de Cristo. Por lo cual el evangelista añadió la interpretación de la palabra.

Porque una vez que dijo Siloé, añadió: que quiere decir enviado. Lo hizo para que entiendas que fue curado el ciego por Cristo, como ya lo dijo Pablo: Bebían de una roca espiritual que los acompañaba. La roca que era Cristo! Así como Cristo?era la roca espiritual, así también espiritualmente era Siloé. Por mi parte creo que esa repentina presencia del agua en el relato nos está indicando un misterio profundo. ¿Cuál? Una aparición inesperada y fuera de la expectación de todos.

Advierte la obediencia del ciego, que todo lo pone en práctica. No dijo: Si el lodo o la saliva me vuelven la vista ¿qué necesidad tengo de ir a Siloé? Y si es Siloé lo que me cura ¿qué necesidad tengo de la saliva? ¿Por qué me ungió así y me mandó que me lavara? Nada de eso dijo ni le pasó por el pensamiento; sino que en sola una cosa estaba fijo su propósito: en obedecer al que se lo mandaba. Y nada lo detuvo, de nada se escandalizó.

Y si alguno preguntara: ¿cómo sucedió que al quitarse el lodo recobró la vista? no le responderemos otra cosa, sino que nosotros no lo sabemos. Pero ¿cómo ha de ser admirable que no lo sepamos cuando ni el evangelista mismo lo sabe, ni tampoco el ciego que recibió la salud? Sabía lo que había sucedido, pero ignoraba el modo, y no lo comprendía. Cuando le preguntaban respondía: Me puso lodo en los ojos y me lavé y veo. Mas no sabía decir el modo como aquello se verificó, aun cuando millares de veces se lo preguntaran.

Dice el evangelista: Los vecinos y cuantos lo conocían de antes que pedía limosna, decían: ¿No es éste aquel que sentado pedía limosna? Y unos decían: ¡Sí, es él! Lo insólito de la cosa los llevaba a la incredulidad a pesar de todo lo que se había previsto para que creyeran. Otros decían: ¿No es éste el que pedía limosna? ¡Oh Dios! ¡cuán inmenso es el amor de Dios a los hombres! Hasta dónde se abaja cuando con benevolencia tan grande cura a los mendigos y por este medio impone silencio a los judíos, extendiendo su providencia no únicamente a los príncipes, ilustres y preclaros, sino también a los hombres oscuros y humildes. Es que vino para salvarlos a todos.

Lo que había acontecido cuando lo del paralítico se repite ahora. Tampoco aquél sabía quién era el que lo había curado, lo mismo que este ciego. Sucedió así por haberse apartado Cristo de aquel sitio. Pues cuando curaba, luego se apartaba para que ninguno sospechara acerca del milagro. Quienes ni siquiera lo conocían ¿cómo iban a fingir los milagros por adularlo o favorecerlo? Por otra parte, este ciego no era un vagabundo, sino que se sentaba a la puerta del templo.

Como todos dudaran acerca de su identidad, él ¿qué les dice?: Yo soy. No se avergonzó de su anterior ceguera, ni temió la cólera de la plebe, ni tembló de presentarse ante todos para proclamar a su bienhechor. Le preguntan: ¿cómo se te abrieron los ojos? Les responde: El hombre que se llama Jesús hizo lodo y me ungió. Observa la veracidad del ciego. No afirma cómo lo hizo Jesús; no afirma sino lo que vio. No había visto a Jesús escupir en tierra; pero por el sentido del tacto conoció que lo había ungido. Y me dijo: Anda, lávate en la piscina de Siloé. Todo esto lo testificaba por haberlo oído.

Pero ¿cómo conoció la voz de Cristo? Por el coloquio de Cristo con sus discípulos. Cuenta todo eso y pone como testimonio las obras, aun cuando no pueda decir cómo se llevaron a cabo. Ahora bien, si en las cosas que por el tacto se perciben es necesaria la fe, mucho más lo será en las que no se ven ni pueden percibirse. Le preguntan: ¿dónde está él? Respondió: No lo sé. Le preguntaban en dónde estaba El, con el ánimo de matarlo. Observa cuán ajeno está Cristo del fausto y cómo no estaba presente cuando le fue restituida la vista al ciego. Es que no buscaba la gloria vana ni los aplausos del pueblo. Observa también con cuánta sinceridad responde a todo el ciego. Buscaban a Cristo para llevarlo ante los sacerdotes; pero como no lo encontraron se llevaron al ciego ante los fariseos, para que éstos más apretadamente lo interrogaran. Por lo cual el evangelista advierte que aquel día era sábado, dando a entender la mala disposición de ánimo de los fariseos y cómo andaban buscando ocasión de calumniar el milagro, pues parecía que Cristo había quebrantado la ley del sábado.

Por aquí queda manifiesto el porqué de que apenas vieron al ciego, lo primero que le preguntaron fue: ¿Cómo te abrió los ojos? Nota cómo no le preguntaron: ¿cómo has vuelto a ver?, sino: ¿Cómo te abrió los ojos?, ofreciéndole así una oportunidad para calumniar a Jesús por lo que había hecho. El ciego lo refiere con brevedad como a gente que no lo ignora. No les declaró el nombre. No les refirió lo de: Anda, lávate. Sino solamente: Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo. Lo hace como a quienes ya grandemente habían calumniado a Jesús y habían exclamado: ¡Ved cuán grandes obras hace en sábado: hasta unge con lodo!

Por tu parte, advierte y pondera cómo el ciego no se turba. Cuando fue interrogado la primera vez y respondió sin que hubiera peligro alguno, no parece que fuera tan eximia cosa confesar la verdad. Pero esto segundo es verdaderamente digno de admiración. Puesto en ocasión de mayor miedo y terror, nada niega, nada contradice de lo que ya había afirmado. ¿Qué dicen los fariseos y aun otros? Habían llevado ante ellos al ciego esperando que negaría el hecho. Pero sucedió lo contrario de lo que esperaban, de modo que conocieron el milagro con mayor exactitud: cosa que continuamente les acontecía en lo referente a los milagros. En lo que sigue lo demostraremos con mayor claridad.

¿Qué dicen, pues, los fariseos? Dijeron algunos (no todos sino los más petulantes): Este hombre no viene de Dios, pues no guarda el sábado. Otros decían: ¿cómo puede un hombre pecador hacer tales milagros? ¿Adviertes cómo los milagros los atraían? Pues aquellos que habían sido enviados para traer al ciego, oye ahora lo que dicen, aunque no todos. Como eran ellos los príncipes, cayeron en la incredulidad por el ansia de vanagloria. Sin embargo muchos de esos príncipes creyeron en El, aunque en público no lo confesaban.

En cuanto al pueblo, se le desprecia porque nada notable aportaba en las sinagogas. Pero en cuanto a los príncipes, profesaban tener mayor dificultad en creer, unos por amor al principado obstaculizados, otros por el temor de los demás. Por lo cual Cristo les había dicho: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria de los hombres? Los que injustamente se empeñaban en asesinarlo, se decían ser de Dios; y en cambio de aquel que curaba a los ciegos decían que no podía ser de Dios, pues no guardaba el sábado.

A quienes así se expresaban, los otros les oponían que un pecador no podía hacer tales milagros. Pero aquéllos, omitiendo astutamente el milagro, lo llamaban transgresión, porque no decían cura en sábado, sino: No guarda el sábado. Estos otros flojamente proceden, ya que lo conveniente era demostrar que no se violaba el sábado, pero ellos se detenían en lo del milagro y de él argumentaban; y con razón procedían así, pues aún juzgaban a Jesús sólo hombre. Podían haberlo defendido de otro modo, y decir que era Señor del sábado y su autor; pero todavía no lo pensaban así.

Por lo menos ninguno de ellos se atrevía a profesar abiertamente lo que interiormente juzgaba, sino que proponían la cosa en forma de duda y se sentían cohibidos unos por el amor al principado y otros por el miedo. De modo que: Había desacuerdo entre ellos. Ese fenómeno que primero se dio entre el pueblo, ahora pasa también a los príncipes. Los del pueblo, unos decían: Es bueno; otros: No, sino que seduce a las turbas,. ¿Adviertes cómo los príncipes, más discordantes entre sí que el pueblo mismo, andan divididos? Y una vez así divididos, ya no mostraron nobleza alguna, pues veían que los fariseos los apuraban. Si se hubiera hecho la división total y se hubieran apartado unos de otros, muy pronto habrían encontrado la verdad. Porque puede darse una discusión correcta. Por lo cual decía Cristo: Yo no he venido a traer paz a la tierra, sino espada.

Porque hay una concordia que es mala y una discordia que es buena. Los que edificaban la torre de Babel concordes andaban, pero en daño suyo; y a su pesar, pero para provecho de los mismos fueron divididos. Coré malamente concordaba con sus compañeros y por esto justamente fueron separados del pueblo. También Judas malamente se avino con los judíos. De modo que puede haber una discordia buena y una concordia mala. Por lo mismo dijo Cristo: Si tu ojo te escandaliza, sácalo y arrójalo; y a tu pie córtalo. Ahora bien, si es necesario cortar un miembro malamente discordante ¿acaso no es más conveniente apartarse y arrancarse de amigos malamente concordes? En resumidas cuentas, que no siempre es buena la concordia ni siempre es mala la discordia. Digo esto para que huyamos de los malos y nos unamos a los buenos. Si cortamos los miembros podridos que ya no tienen curación para que no destruyan el resto del cuerpo; y no lo hacemos por desprecio del miembro, sino para conservar sanos los demás ¿cuánto más debemos hacerlo con los que malamente nos están unidos? Si pudiéramos no recibir de ellos daño porque se enmendaran, deberíamos intentarlo con todo empeño; pero si son incorregibles y nos dañan, es indispensable cortarlos y arrojarlos de nosotros. Con esto ellos mismos sacarán con frecuencia mayor ganancia. Por lo cual Pablo exhorta: Quitad al malo de entre vosotros, a fin de que se aparte de entre vosotros el que hizo eso. Porque es pernicioso, sí, pernicioso es el comercio con los perversos. No se propaga la peste con tanta presteza, ni la roña, entre los afectados, como la maldad de los perversos; porque: Malas compañías corrompen las buenas costumbres J Y el profeta dice: Salid de en medio de ellos y separaos.

En consecuencia, que nadie tenga algún amigo perverso. Si a los hijos perversos los desheredamos, sin tener en cuenta las leyes de la naturaleza ni los parentescos, mucho más conviene huir de los parientes y amigos si son perversos. Aun cuando ningún daño nos viniera de ellos, no podremos evitar la mala fama. Porque los demás no investigan nuestra vida sino que nos juzgan por los compañeros. Lo mismo ruego a las casadas y a las doncellas. Pues dice Pablo: Solícitos en hacer lo bueno no solamente delante de Dios sino también de los hombres. Pongamos, pues, todos los medios para no escandalizar a los prójimos. Aunque nuestra vida sea correctísima, si escandaliza, todo lo pierde. ¿Cómo puede suceder que una vida correcta escandalice? Cuando la compañía de los malos engendra mala fama. Cuando convivimos confiadamente con los perversos, aunque no recibamos daño pero escandalizamos a otros.

Esto lo digo para los varones, las mujeres, las doncellas; y dejo a su conciencia examinar cuán graves males se sigan de eso. Por mi parte, nada malo sospecho, ni quizá otro más perfecto que yo; pero tu hermano, que es más sencillo, se ofende de tu perfección; y es necesario tener en cuenta su debilidad. Por otra parte, aun cuando él no se escandalice, pero se escandaliza el gentil; y Pablo nos manda no escandalizar ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios. Yo nada malo sospecho de la doncella, pues amo y estimo la virginidad; y la caridad nada malo piensa!(r) Yo amo sobremanera esa forma de vivir y no puedo pensar nada malo. Pero ¿cómo lo persuadiremos a los infieles? Porque es necesario tener cuenta también con ellos. Ordenemos nuestra vida en tal forma que ningún infiel halle ocasión de escándalo. Así como quienes viven correctamente glorifican al Señor, los que así no proceden son causa de que se le blasfeme.

¡Lejos tal cosa, que los haya entre nosotros! Sino que así luzcan nuestras obras que sea glorificado el Padre que está en los Cielos y nosotros disfrutemos de su gloria. Ojalá que todos la obtengamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.




58

HOMILÍA LVIII (LVII)

Entonces de nuevo dicen al ciego: ¿Tú qué opinas sobre el que te abrió los ojos? Y él dijo: que es un profeta. Pero los judíos no le dieron crédito (Jn 9,17-18).

LAS SAGRADAS Escrituras han de leerse no por encima ni de carrera, para no topar con obstáculos. Porque puede suceder que desde luego alguien omita la cuestión de ¿cómo es que los judíos habiendo afirmado: Este no viene de Dios, pues no guarda el sábado, ahora preguntan al ciego: Tú qué opinas del que te abrió los ojos? No le preguntan ¿tú qué opinas sobre el que quebranta el sábado? sino que en vez de una acusación ponen una excusa. Entonces ¿qué diremos? Que no fueron los mismos los que decían: Este no es de Dios, sino otros que discordaban de aquéllos y decían: Un pecador no puede hacer tales milagros. Como si quisieran tapar la boca a los que de ellos disentían, para no parecer que defendían a Cristo, traen al medio al que había experimentado su poder y le hacen esa pregunta.

Advierte la prudencia del mendigo, porque se expresó más prudentemente que todos ellos. Desde luego les dice: Es un profeta. No temió el parecer adverso de los judíos que contradecían y alegaban: ¿Cómo puede ser de Dios éste que no guarda el sábado? Sino que dijo: Es un profeta. Y no le creyeron los judíos que hubiera él estado ciego y había logrado ver, hasta que llamaron a los padres del mismo. Considera de cuántos modos se esfuerzan por ocultar y destruir el milagro. Pero la verdad por su misma naturaleza se fortalece con las mismas cosas con que es impugnada por los que le ponen asechanzas: brilla por los mismos medios con que se intenta oscurecerla.

En efecto: si no hubiera sucedido todo esto, para muchos el milagro podía haber sido sospechoso; ahora, en cambio, como si se pusieran a investigar cuidadosamente y de propósito la verdad, así proceden. No habrían procedido de otro modo si hubieran tratado de defender a Cristo. Sin embargo, su intención era abatirlo por este camino, y decían: ¿Cómo te abrió los ojos?, o sea ¿acaso mediante algunas hechicerías? Pues también en otra ocasión, como no tuvieran nada que objetar, se esforzaban en calumniar el modo de obrar el milagro diciendo: Este echa los demonios en nombre de Beel-zebul.

Tampoco en este caso tienen nada que objetar al milagro; y por esto recurren al tiempo en que lo hace Cristo y alegan que quebranta el sábado y dicen: Quebranta el sábado; y también: Es pecador. Sin embargo, oh judíos, el mismo a quien vosotros por envidia tratabais de morderlo en sus obras, ese mismo abiertamente os preguntó: ¿Quién de vosotros puede convencerme de pecado? Y ninguno le respondió ni dijo: Blasfemas al llamarte impecable. Si hubieran podido decírselo, sin duda alguna no se habrían callado. Si cuando dijo que existía antes de Abrahán, lo quisieron lapidar y le dijeron no ser él de Dios, mientras ellos se gloriaban de serlo, aunque eran homicidas; y de quien tantos milagros obraba afirmaban no ser de Dios porque no guardaba el sábado, ahora, si hubieran tenido siquiera una sombra de acusación, sin duda no la habrían dejado pasar en silencio.

Y si lo llaman pecador porque parecía quebrantar el sábado, la acusación era fútil, aun a juicio de los otros disidentes que los temían, porque no tenía fuerza y provenía de ánimos rijosos. Pues bien, como de todos lados se vieron impedidos, la emprenden por otro camino más impudente y petulante. ¿Cuál? Dice el evangelista: Los judíos no quisieron creer que había estado ciego y había alcanzado la vista. Pero, oh judíos, ¿cómo entonces acusasteis a Cristo de que violaba el sábado si no fue porque creíais en el milagro? ¿Por qué no dais fe a tan gran muchedumbre y a los vecinos que conocen a ese hombre? Es que, como ya dije, la mentira a sí misma se enreda por los medios mismos con que acomete a la verdad; y la hace más brillante, como aconteció en este caso.

Para que nadie alegara que vecinos y espectadores habían hablado sin exactitud y que sólo decían lo que de otros habían oído al más o menos, traen al medio a los padres del ciego, con lo que involuntariamente esclarecieron la verdad. Estos conocían y más perfectamente que los otros a su hijo. Los judíos esperaban poder negar el milagro mediante el testimonio de los padres, ya que al ciego no lo habían podido atemorizar, sino que audazmente llamaba bienhechor a Jesús. Observa la malicia de la pregunta. ¿Qué es lo que dice el evangelista? Una vez que trajeron ante sí a los padres, para ponerles miedo y terror, enfurecidos les preguntan con vehemencia: ¿Es éste hijo vuestro?

No añaden: El que antes estaba ciego, sino ¿qué?: ¿Del cual vosotros afirmáis que nació ciego? Preguntan como si los padres astutamente y por perversos afirmaran y fingieran por deseo de confirmar el milagro. ¡Oh perversos y más que execrables! ¿Qué padre se atrevería a fingir tal cosa de su hijo? Es como si dijeran a los padres del ciego: Del cual vosotros afirmasteis que era ciego, y no os contentasteis con eso, sino que lo publicasteis por todas partes. ¿Cómo es que ahora ve? ¡Oh necedad! Como si les echaran en cara: Esto es una ficción vuestra, una simulación. De modo que por dos caminos los empujan a dar una negativa: con las palabras: Del cual vosotros afirmáis; y con las otras: ¿Cómo es que ahora ve?

Tres fueron las preguntas: si el ciego era su hijo; si había sido ciego; y cómo había recobrado la vista. Los padres responden afirmativamente a solas dos, pero no a la tercera. Esto ayudó a confirmar la verdad del milagro: que solamente el ciego que había sido curado y era fidedigno confesara el hecho. Pero ¿cómo iban los padres a hablar únicamente por captarse el favor simulando el milagro, cuando aun callaron parte de lo que sabían por temor de los judíos? ¿Qué es lo que dicen?: Sabemos que éste es nuestro hijo y sabemos que nació ciego. Pero cómo es que ahora ve o quién abrió sus ojos, lo ignoramos. Edad tiene. Que él os explique las cosas. Lo declaran fidedigno, y así ellos se excusan. Como si dijeran: No es un niñito ni un bobo; puede bien dar testimonio de sí. Dijeron así por miedo a los judíos. Mira cómo el evangelista declara de nuevo el pensamiento y opinión de ellos. Advierte esto por aquella otra frase anterior: Se hace igual a Dios. Pues si ésta indicara el parecer de los judíos y no el juicio mismo de Cristo, sin duda lo habría puesto ahí el evangelista y habría dicho ser simplemente parecer de los judíos.

Como los padres del ciego que había sido curado remitieron a los judíos al ciego mismo, ellos llamaron de nuevo al curado. Pero no le ordenaron abierta y desvergonzadamente: Niega que Cristo te ha sanado, sino que bajo apariencias de piedad quieren lograr eso mismo. Le dicen: Da gloria a Dios. Si hubieran dicho a los padres: Negad que éste es vuestro hijo y que nació ciego, hubiera parecido suma ridiculez; y decir eso mismo el hijo hubiera sido clara impudencia. Por tal motivo no les hablan así los judíos, sino que por otro camino preparan sus asechanzas.

Le dicen, pues: Da gloria a Dios. Es decir: confiesa que nada hizo contigo. Nosotros sabemos que este hombre es un pecador. Pero entonces ¿por qué no lo convencisteis cuando decía: Quién de vosotros puede convencerme de pecado? ¿Cómo sabéis que es pecador? Pues bien, como ellos apremiaran al ciego dicién-dole: Da gloria a Dios y él nada respondiera, Cristo se le hizo presente y lo alabó y no lo reprendió de no haber dado gloria a Dios, sino ¿qué le dijo? ¿Crees en el Hijo de Dios? Para que entiendas que esto es dar gloria a Dios. Pero si el Hijo de Dios no es igual al Padre, tal cosa no sería gloria de Dios. Mas como quien honra al Hijo honra también al Padre, lógicamente el ciego no es reprendido.

Esperando, pues, los judíos que los padres del ciego consintieran con ellos en negar el milagro, al ciego nada le dijeron. Pero cuando de los padres nada consiguieron, finalmente dicen al ciego: Este hombre es pecador. Respondióles él: Si es un pecador no lo sé. Una cosa sé: que yo era ciego y ahora veo. ¿Tembló acaso el ciego? De ninguna manera. Mas ¿por qué habiendo dicho antes: Es un profeta, ahora dice: Si es un pecador no lo sé? No era tal su disposición de ánimo ni pensaba así, sino que quería justificar a Cristo no con palabras propias suyas, sino con el testimonio del milagro, y alegar una defensa fidedigna tomada de la prueba del milagro que condenaba a los judíos.

Si tras de haber él alargado su discurso, cuando vino a decir: Si éste no viniera de Dios, no podría hacer estos milagros, ellos se enfurecieron hasta el punto de decirle: Has nacido todo en pecados ¿y tú vienes a darnos lecciones?; si desde el principio les hubiera dicho aquello ¿qué no habrían hecho? ¿qué no habrían dicho? Si es un pecador yo no lo sé. Es decir, yo no profiero juicio acerca de eso ni doy mi parecer. Una cosa sí sé y es la que afirmo: Si fuera un pecador no habría hecho tales milagros. Con estas palabras se libra él de toda sospecha y queda también libre de ella su testimonio, pues es claro que no narra lo sucedido por favoritismo.

No pudiendo, pues, ellos desfigurar ni deshacer lo sucedido, vuelven a examinar el modo como Jesús verificó la curación; y andan como quienes en busca de una fiera corren unas veces por aquí y otras por allá. Vuelven a lo que primero les dijo el ciego, procurando con diversas preguntas enredarlo y hacerlo de mala ley; y le dicen: ¿Qué hizo contigo? ¿Cómo abrió tus ojos? ¿Qué les responde? Una vez que los tiene vencidos y derribados, ya no se expresa flojamente. Mientras el milagro necesitaba de examen y pesquisas, modestamente refirió el suceso; pero una vez que los tuvo vencidos y capturados con brillante victoria, los acomete valiente y atrevidamente.

Les dice: Ya os lo referí y no me creísteis. ¿Para qué queréis oírlo de nuevo? ¿Has advertido su libertad de hablar, delante de los escribas y fariseos? ¡Tanta firmeza tiene la verdad, tan gran debilidad la mentira! La verdad a hombres de la ínfima clase social los hizo preclaros; la mentira aun a los esforzados los deprime. Lo que el ciego quiere decir es esto: no creéis en mis palabras. Ya no hablaré más ni responderé a vuestras inútiles preguntas, pues no oís para saber sino para calumniar lo que se dice.

¿Acaso también vosotros deseáis haceros sus discípulos? De modo que el ciego se cuenta ya en el número de los discípulos de Jesús. Porque la expresión: ¿Acaso también vosotros? significa que ya él era discípulo. Luego de burla y suficientemente los punza. Pues sabiendo que sobre todo eso los lastimaba, para herirlos les dice eso: cosa propia de un ánimo esforzado, elevado, despreciador de la cólera de ellos y deseoso de enaltecer la dignidad de aquel en quien confiaba, y que quería demostrarles que injuriaban a un hombre admirable, y que al revés no quedaba injuriado sino que las injurias de ellos lo honraban.

Tú eres discípuloi suyo, le dicen; nosotros somos discípulos de Moisés. Esto que decís, oh judíos, no se apoya en razón alguna, pues ni sois discípulos de Moisés ni tampoco de Jesús. Si lo fuerais de Moisés, lo seríais de Cristo. Por esto Cristo antes les había dicho: Si le creyerais a Moisés, creeríais en mí, pues él escribió de mí. Porque siempre se refugiaban en ese tema. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. ¿Quién lo contó? ¿quién lo refirió? Responden: nuestros mayores. Pero ¿acaso no es más digno de fe Cristo, que con milagros confirma su aseveración de que viene de Dios y habla cosas del Cielo?

No dicen: hemos oído que a Moisés le habló Dios, sino sabemos. De modo que afirmáis, oh judíos, lo que oísteis ¿y pensáis que lo que con la vista percibís tiene menos valor? Por cierto, las cosas de Moisés las habéis oído; pero las de Cristo no las oísteis sino que las visteis. ¿Qué les dice el ciego?: En esto está lo sorprendente, que vosotros no sabéis de dónde es, y no obstante hace tan admirables milagros que ningún hombre esclarecido, insigne e ilustre de entre vosotros puede hacerlos iguales; de manera que es claro que El es Dios y no necesita de ningún auxilio humano.

Sabemos que Dios no escucha a los pecadores. Como ellos antes habían dicho: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales milagros? ahora el ciego se apoya en el mismo juicio de ellos y se lo recuerda. Como si les dijera: semejante juicio es común a vosotros y a nosotros; ateneos, pues, a él. Observa su prudencia. Continuamente hace referencia al milagro que ellos no podían deshacer, y de ahí toma su raciocinio. ¿Adviertes cómo él, habiendo dicho al principio: Si El es un pecador yo no lo sé, no lo dijo porque dudara ¡lejos tal cosa! pues sabía bien que Jesús no era un pecador?

Y ahora, cuando ha llegado la ocasión oportuna, mira cómo responde: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que si alguno es piadoso y cumple su voluntad, a ése lo escucha. Con esto no sólo lo absuelve de todo pecado, sino que demuestra ser Jesús acepto a Dios y que hace las obras de Dios. Y pues ellos se llaman piadosos, por tal motivo el ciego añade: y cumple la voluntad de Dios. Como si les dijera: no basta con conocer a Dios, sino que es menester cumplirle su voluntad. Luego ensalza el milagro: Nunca jamás se oyó decir que alguno abrió los ojos de un ciego de nacimiento. Si. pues, confesáis que Dios no escucha a los pecadores, pero este hombre ha hecho un milagro, y milagro tan extraordinario que nadie ha hecho otro igual, es manifiesto que supera en virtud a todos y que su poder es más que humano.

¿Qué responden los judíos?: Tú has nacido todo en pecado ¿y vienes a darnos lecciones? De modo que mientras esperaron que el ciego negara el milagro, lo tuvieron como testigo fidedigno y lo llamaron una y otra vez. O si no lo teníais por fidedigno, pregunto yo, oh judíos, ¿por qué lo llamasteis de nuevo y otra vez lo interrogáis? Pero como sin temor alguno dijo él la verdad, debiendo vosotros sobre todo por esto admirarlo, entonces es cuando lo condenáis.

¿Qué significa: Has nacido todo en pecados? Le echan en cara su ceguera y es como si le dijeran: Desde tus primeros años vives en pecados. Como si la razón de su ceguera hubiera sido ésa, lo que es contra toda razón. Cristo consolándolo en este punto, le decía: Yo he venido a este mundo para discriminación; para que los ciegos vean y los que ven se tornen ciegos. Los judíos le dicen: Tú has nacido todo en pecado ¿y vienes a darnos lecciones? ¿Qué les había dicho el ciego? ¿Acaso había alegado su propio parecer? ¿Acaso no alegó el parecer común de la gente cuando dijo: Nosotros sabemos que a los pecadores Dios no los escucha? ¿Acaso no trajo al medio exactamente lo que vosotros mismos decíais?

Y lo echaron fuera. ¿Has notado la veracidad de este pregonero y cómo la pobreza para nada lo dañó en su virtud? Advierte cuántas y qué cosas dijo y sufrió desde el principio y cómo dio testimonio de Cristo con las palabras y con las obras. Pero todo esto se ha escrito para que nosotros lo imitemos. Si aquel mendigo y ciego y que no había visto a Jesús demostró al punto tan grande confianza que se enfrentó antes de las exhortaciones de Cristo a todo el pueblo que respiraba muertes y andaba empujado por el demonio y furioso, y que ansiaba condenar a Cristo con el testimonio del ciego; y sin embargo éste no cedió ni retrocedió, sino que con absoluta franqueza les cerró la boca y prefirió ser echado de la sinagoga a traicionar la verdad, ¿cuánto más nosotros que tanto tiempo hemos vivido en la fe y que por la fe hemos contemplado infinitos milagros y hemos recibido mayores beneficios que el ciego y con los ojos interiores del alma hemos contemplado los misterios arcanos y hemos sido llamados a tan altos honores, conviene que mostremos toda confianza y seguridad ante aquellos que acusan a los cristianos y refutarlos y no hacerles concesiones a la ligera?

Y podremos hacerlo si tomamos ánimos y atendemos a las Sagradas Escrituras y no las escuchamos con ligereza. Pues si alguno asiduamente acude a este lugar, aun cuando en su casa no las lea, sino solamente atienda aquí a lo que se dice, podrá aprender muchas cosas en el término de un año. Porque no leemos unas Escrituras ahora y otras mañana, sino siempre las mismas. A pesar de todo muchos están en tan mísera disposición que tras de tantas explicaciones y lecturas ignoran aun el número de los libros. santos y no les da vergüenza ni temor el acercarse con tan crecida negligencia a la divina predicación. Si, el citarista, si el bailarín u otro cualquiera de ésos convoca a la ciudad, todos diligentemente corren allá y lo agradecen al que los invita y gastan en semejantes fiestas la mitad del día. Y en cambio, hablándonos Dios por medio de los profetas y de los apóstoles, dudamos, nos rascamos la cabeza, sentimos fastidio. En el verano, cuando el calor aprieta en exceso, acudimos al foro, mientras que en el invierno la lluvia y el lodo nos mantienen dentro del hogar. Pero en el hipódromo, en donde no hay techo que defienda de la lluvia, muchos, aun cuando llueva a cántaros y el viento azote con el agua en la cara, llevados de su locura permanecen de pie, sin tener en cuenta el frío ni la lluvia ni el lodo ni lo largo del camino: nada los detiene en el hogar, nada puede retraerlos del festival. En cambio, se rehúsan a venir a la iglesia, en donde tienen techo, en donde el calor está admirablemente moderado; y eso que se trata de la salvación del alma.

Pregunto yo: ¿se puede tolerar esto? De aquí resulta que en esas cosas del hipódromo estamos perfectamente enseñados; y en cambio, en las que son necesarias para la salvación nos encontramos más imperitos que los niños. Y si alguno te llama auriga o bailarín dices que te injuria aunque des tú todos los motivos para que te echen encima ese vituperio; y en cambio, si te invita al espectáculo, no te apartas y te entregas totalmente a contemplar ese arte cuyo nombre no soportas en ti. Y en lo que sí debes poseer el nombre y la realidad y ser llamado y ser cristiano, ni siquiera entiendes de qué se trata.

¿Qué habrá peor que semejante locura? Yo quisiera repetiros esto con mayor frecuencia, pero temo no sea en vano y que me haga odioso sin provecho. Porque veo que andan locos no sólo los jóvenes, sino también los ancianos; y de éstos en especial me avergüenzo, cuando veo a un hombre venerable por sus canas, deshonrarlas y arrastrar consigo a su hijo. ¿Qué hay más ridículo? ¿qué hay más vergonzoso? El hijo es enseñado por su padre a proceder desordenada y feamente. ¿Os molestan estas palabras? Pues es lo que anhelo: que las palabras engendren tristeza, para que realmente quedéis libres de semejante torpeza.

Porque hay muchos que son harto más desvergonzados que ésos. No se avergüenzan de comentar tales cosas, sino. que tejen largas conversaciones sobre asuntos del hipódromo. Si a és tos les preguntas quién fue Amos, quién Abdías, cuántos fueron los profetas cuántos los apóstoles, no pueden ni abrir la boca; y en cambio acerca de los caballos y de los aurigas hacen defensas más solemnes que los sofistas y los retóricos. Y todavía a renglón seguido preguntan: ¿Qué daño se sigue de aquí? ¿qué pérdida? Pues por eso gimo y me duelo, porque ignoráis ser eso una cosa dañina, y de que ni siquiera os dais cuenta de lo que es malo. El tiempo de la vida te lo concedió Dios para que le sirvas, pero tú lo consumes en fruslerías inútiles ¿y todavía preguntas qué daño hay en eso?

Si gastas inútilmente aunque sea solo un poco de dinero, lo tienes como detrimento; y cuando consumes el día íntegro en esas vanidades diabólicas, ¿no crees haber hecho nada absurdo? Convendría que emplearas tu vida íntegra en preces y súplicas a Dios, y tú la consumes íntegra en gritos, tumultos, palabras obscenas, luchas, placeres inconvenientes y falacias engañosas. Y después de todo esto, aún preguntas ¿qué daño hay en eso? ¿No comprendes que nada hay que menos se haya de derrochar que el tiempo? Si gastas tu oro, puedes recuperarlo; pero el tiempo perdido difícilmente lo recuperas. Poco es el tiempo que en esta vida se nos concede; y si no lo empleamos como conviene ¿qué responderemos cuando lleguemos a la eternidad?

Dime: si ordenaras a uno de tus hijos aprender un oficio, pero él consumiera su tiempo en la casa o en otros sitios ¿acaso no lo delataría su maestro? ¿No te diría: conviniste conmigo por escrito y limitaste el tiempo de aprendizaje; pero si tu hijo no quiere gastar aquí conmigo su tiempo, sino en otra parte cómo podremos hacerlo discípulo nuestro? Pues bien, nos vemos nosotros obligados a decir lo mismo. Dios nos dirá: Os asigné un tiempo para que aprendierais a ser piadosos: ¿por qué gastasteis ese tiempo inútil y vanamente? ¿Por qué no acudisteis constantemente al maestro? ¿Por qué no pusisteis atención?

Que la piedad sea un cierto arte, oye cómo lo dice el profeta: Venid, hijos míos, oídme: voy a enseñaros el temor de Dios,3 y también: Dichoso el hombre a quien tú corriges, Señor, y lo instruyes por tu leyA De modo que si consumes tu tiempo inútilmente ¿qué excusa tendrás? Preguntarás: ¿por qué Dios nos señaló un tiempo tan breve? ¡Oh necedad! ¡oh ingratitud! Porque te acortó los trabajos y sudores y te preparó un descanso perpetuo e inmortal, o sea, por lo que debías darle gracias ¿lo acusas y lo llevas pesadamente?

Pero no sé cómo hemos venido a dar en este discurso y largamente trabajamos en él. Se hace necesario ponerle fin. También esto ha de atribuirse a nuestras limitaciones: el que si el discurso se alarga todos sentimos fastidio; en cambio en los espectáculos se comienza al medio día y nadie se aparta de ellos sino ya con lámparas y antorchas. Mas, para no estar continuamente acusando os pedimos y suplicamos que os concedáis y nos concedáis este favor: que dejadas a un lado las demás cosas, nos empeñemos en ésta. Porque de ella lucraremos nosotros un premio que es el gozo, la alegría, la alabanza, la gloria, la recompensa. Y vosotros alcanzaréis el premio perfecto si, entregados hasta ahora con frenesí verdadero al teatro y a la orquesta, por medio del temor de Dios y mediante nuestra exhortación, os libráis de semejante enfermedad; y libres ya de esas ataduras, corréis hacia el Señor.

Y no sólo allá en el Cielo conseguiréis la recompensa, sino que también en esta vida alcanzaréis el gozo verdadero. Porque así es la virtud: además de las futuras coronas nos prepara acá una vida llena de suavidad. En consecuencia, obedezcamos esta exhortación, para que consigamos aquellos bienes y también estos otros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual juntamente sea al Padre y al Espíritu Santo la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 56