Crisostomo Ev. Juan 65

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HOMILÍA LXV (LXIV)

Uno de ellos, Caifas, que aquel año era el sumo sacerdote, les dijo: Vosotros nada entendéis, ni consideráis que os conviene que muera un solo hombre por el pueblo, etc. (Jn 11,49-50).

Se hundieron los gentiles en la fosa que hicieron; en la red que ocultaron quedó prendido su piel Esto fue lo que les aconteció a los judíos. Decían ellos que era necesario dar muerte a Jesús para que no fueran los romanos y destruyeran su gente y ciudad. Pero una vez que le dieron muerte, sufrieron precisamente todas esas cosas: lo que hicieron para huirlas, por haberlo hecho no las pudieron huir. El que fue muerto está en los Cielos; y quienes le dieron muerte fueron a la gehenna. No era esto lo que ellos pretendían, sino ¿qué cosa?: Anhelaban, dice el evangelista, desde aquel día darle muerte.

Daban como razón que: Vendrán los romanos y destruirán nuestra nación. Pero uno de ellos, Caifas, que era aquel año el sumo sacerdote, con mayor impudencia que los otros, les dijo: Vosotros nada entendéis. Ellos dudaban aún y proponían el asunto a deliberación (puesto que decían: ¿Qué hacemos?); pero éste, impudentemente y con la frente alta y con petulancia, clamó. Y ¿qué fue lo que dijo?: Vosotros nada entendéis, ni consideráis que os conviene que muera un solo hombre por el pueblo y no perezca toda la nación. Pero esto no lo dijo de su cosecha, sino que como era aquel año sumo sacerdote, profetizó.

¿Adviertes cuán grande es la potestad sacerdotal? Puesto que era sacerdote, aunque indigno, profetizó, sin saber lo que decía: la gracia usó de su boca, pero no llegó a su corazón impuro. Muchos otros también, aunque indignos, profetizaron, como Nabucodonosor, el Faraón, Balaam. Y la razón es manifiesta. En cuanto a Caifas, lo que quiso significar fue lo siguiente: Vosotros permanecéis inactivos y muy tibiamente tratáis este negocio y no consideráis que el bien común hace necesario tener en menos la vida de un hombre.

Considera cuán grande es la fuerza del Espíritu; puede ella arrancar palabras proféticas admirables a un alma malvada. Llama el evangelista nación y gente a los hijos de Dios, por lo que luego iba a suceder, como él mismo lo refiere: Tengo también otras ovejas? Por lo que había de suceder los llamó así. ¿Qué significa la expresión: Que aquel año era el sumo sacerdote? Esta costumbre, como otras muchas, se había corrompido. Desde que los puestos principales se habían tornado vendibles, ya no se desempeñaba vitaliciamente el sacerdocio, sino sólo durante un año. Pero aún así, ahí andaba el Espíritu Santo. Sólo cuando ya pusieron las manos en Cristo, El los abandonó y se pasó a los apóstoles. Esto significa la ruptura del velo del templo; y también la palabra que dijo Cristo: Vuestra casa será abandonada.

Narra Josefo, quien vivió poco después, que ciertos ángeles que vivían con ellos, les dieron a entender que emigrarían si ellos no se enmendaban. Mientras estuvo en pie la viña, todo siguió su curso ordinario; pero una vez que dieron muerte al Hijo heredero aquellos viñadores, perecieron ellos. Y Dios, como si quitara al hijo ingrato su vestidura espléndida, es decir, a los judíos, la entregó a siervos fieles, convertidos de entre los gentiles, y a los otros los dejó despojados y abandonados. Y no fue de poco peso que un enemigo lo profetizara, porque esto podía atraer a otros. Pero sucedió todo lo contrario de lo que él quería. Pues por haber muerto Jesús, los fieles quedaron libres del eterno castigo.

¿Qué quiere decir: Para congregar a los que estaban cerca y a los que estaban lejos? Que los hizo un solo cuerpo. Así el que vive en Roma tiene a los indos como miembros suyos. ¿Qué hay igual a esta congregación? Y la cabeza de todos es Cristo. Y desde ese día determinaron darle muerte. Ya de antes lo procuraban, pues dice el evangelista: Procuraban por eso darle muerte; y El dijo a los judíos: ¿Por qué intentáis matarme? De modo que ya de antes lo procuraban, pero ahora lo determinaron y pusieron manos a la obra. Por esto Jesús ya no se presentaba en público en Judea. De nuevo, como hombre que es, cuida de salvarse y con frecuencia lo hará así.

He indicado ya el motivo de que frecuentemente huyera y se escondiera. Ahora se fue a vivir a Efrén, cerca del desierto; y ahí permanecía con sus discípulos. Ahora bien: ¿cuán grande piensas que sería la turbación de los discípulos, al ver que Jesús, al modo humano, andaba buscando salvarse del peligro? Nadie lo sigue ya. Como estaba cercano el día festivo, todos corrían a Jerusalén. Y mientras todos se gozaban y celebraban la fiesta, ellos se escondían y se hallaban en peligro. Sin embargo, no abandonan al Señor. Por lo demás, anteriormente, cuando se celebraban las festividades de la Pascua y de los Tabernáculos, se ocultaban en Galilea. Ahora, huyendo y ocultándose solos, con su Maestro y en la festividad solemne, le demuestran su cariño. Por esto refiere Lucas que dijo el Señor: Yo perseveré con vosotros en las pruebas. Lo decía para demostrarles que su gracia los confortaba. De aquella región subieron muchos a Jerusalén a purificarse. Los pontífices y fariseos ya habían librado sus órdenes para que se le aprehendiera. ¡Curiosa purificación que se lleva a cabo con voluntad sanguinaria y manos ensangrentadas!

Y decían: ¿Creéis que no subirá para la festividad? En la Pascua le ponían asechanzas, y convertían el tiempo festivo en tiempo de asesinato. Es decir: Es necesario que él se presente acá, pues la ocasión lo invita. ¡Oh impiedad! Al tiempo en que más se necesitaba la piedad; al tiempo en que se concedía mayor libertad a los reos de crímenes extremos, en ése se empeñan ellos en aprehender al inocente. Ya lo habían intentado antes, pero sin más resultado que caer en ridículo. El con frecuencia cae en sus manos y se escapa y contiene a los que anhelaban matarlo y los deja dudosos, con el objeto de llevarlos al arrepentimiento mediante la demostración de su poder. Y también para que sepan, cuando ya lo hayan aprehendido, que eso ha acontecido no por fuerza de ellos, sino por la permisión de El.

Puesto que aún entonces no pudieran aprehenderlo, a pesar de estar en Betania, tan vecina; y cuando fueron a aprehenderlo los hizo caer de espaldas. Seis días antes de la Pascua, Jesús llegó a Betania, en donde había muerto Lazado; y comía con ellos. Marta servía a la mesa y Lázaro era uno de los convidados. Era esto una verdadera prueba de haber él resucitado, puesto que tras de muchos días permanecía vivo y comía. Por aquí se ve que la comida era en su casa, pues reciben a Jesús como amigos queridos. Hay quienes afirman que sucedió esto en otra casa.

María no servía a la mesa, sino que estaba como discípula. Y nuevamente se le comunica una gracia mayor. Como invitada no servía a la mesa en el ministerio ordinario, sino que sólo se ocupaba de honrar a Cristo; y estaba no como en presencia de un hombre, sino de Dios. Derramó el ungüento y lo secó con sus cabellos, lo cual significaba tener ella una opinión de Cristo diferente de la de otros. Judas la increpó bajo capa de piedad. Pero Cristo le dijo: Ha hecho una buena obra en orden a mi sepultura.

¿Por qué no reprende al discípulo ni dice, como el evangelista, que la increpaba porque él intentaba robar? Es que quiso poner en vergüenza a Judas, mediante su paciencia. Que sabía bien ser Judas el que lo entregaría, es cosa clara, puesto que varias veces lo había indicado anteriormente, como cuando dijo: No todos creen; y cuando dijo: Uno de vosotros es de-moniofi Dejó ver que conocía ser Judas el traidor, pero no lo reprendió públicamente, sino que lo trató con indulgencia, porque deseaba retraerlo de su propósito. Mas ¿cómo es que otro evangelista dice que todos increpaban a la mujer? Todos, sí, pero los demás no lo hacían con mala intención.

Y si alguno pregunta por qué Cristo puso en manos de un ladrón la bolsa de los pobres y encargó su administración a un avaro responderemos que sólo Dios conoce esos arcanos. Sin embargo, si algo se puede decir conjeturando, diremos que fue para quitar toda causa de excusa. Pues así no podía Judas excusarse diciendo que por necesidad del dinero lo había hecho, ya que podía saciarla teniendo la bolsa en sus manos; sino por excesiva maldad; maldad que Cristo quería corregirle; y por tal motivo usó para con él de suma indulgencia. Y así, aun sabiendo que robaba, no lo reprendía ni le impedía su mala codicia, para quitarle toda excusa. Les dice, pues, Jesús: Dejadla en paz. Guardaba este ungüento para el día de mi sepultura. Con recordar su sepultura nuevamente amonesta al traidor; pero semejante amonestación no lo conmovió, ni lo ablandó aquella palabra, que podía haberlo movido a compasión. Porque fue como si le dijera: Te soy molesto y gravoso; mas espera un poco y moriré. A esto se refería al añadir: Pero a Mí no siempre me tendréis con vosotros.

Pero nada logró doblegar a aquel hombre feroz y loco; ni aunque muchas otras cosas hizo Jesús por él y le dijo, como fue lavarle los pies en aquella noche y hacerlo partícipe de su mesa, cosa que podía ablandar aun el ánimo de los ladrones; y dirigido muchas otras palabras que hubieran podido conmover aun a una roca. Y todo esto en el mismo día de la traición y no con antelación grande, para que no se lo borrara de la memoria el discurso del tiempo. Pero Judas, por encima de todo, persistió en su maldad.

Cosa dura es la avaricia. Dura en verdad y tal que cierra ojos y oídos y torna a los hombres más crueles que las fieras, y no los deja pensar en sus responsabilidades de conciencia, ni en amigos, ni en la compañía con quien están, ni en la salvación de la propia alma; sino que a quienes cautiva los aparta de todos los demás y los esclaviza con una insoportable tiranía.

Y lo peor de semejante servidumbre tan recia, es que persuade a sus súbditos de que deben estarle agradecidos; de modo que cuanto más se le sirve tanto más se agranda su deleite, de manera que viene a ser incurable. A Giesi, de discípulo del profeta ella lo tomó en leproso; ella perdió a Ananías; ella hizo traidor a Judas; ella corrompió a los príncipes de los judíos, pues recibían dones y se hacían socios de ladrones; ella causó muchas guerras y colmó de sangre los caminos y de lamentos las ciudades; ella tornó execrables las mesas, impuros los banquetes, inicuas las comilonas.

Con razón Pablo la llamó esclavitud de ídolos; pero ni aun así logró derrocarla. Pero ¿por qué la llama idolatría? Es que muchos poseen riquezas, pero no se atreven a tocarlas, sino que las tienen como sagradas y las transmiten intactas a sus nietos y a sus descendientes; y no se atreven a poner mano en ellas, como si fueran dones consagrados a Dios. Y si alguna vez se ven obligados a usarlas, proceden como si cometieran un sacrilegio. Como un gentil que adorara un ídolo de piedra, así tú defiendes el oro con puertas y trancas; y haces del arca, tu templo; y lo depositas en vasos de plata.

Dirás que tú no adoras a semejante ídolo, como lo hacen con los suyos los gentiles. Es verdad, pero le rindes pleno culto. Semejante avaro, antes que entregar su ídolo, entregaría sus ojos y su alma. Así proceden los amantes del oro. Insistes: ¡pero es que yo no adoro el oro! Tampoco el gentil adora al ídolo, sino al demonio que habita en el ídolo. Y tú, aun cuando no adores el oro, pero adoras al demonio, quien con la codicia y vista del oro penetra en tu alma. Peor que un demonio es la codicia de las riquezas; y tal que muchos lo reverencian más que a sus ídolos los gentiles. Porque los gentiles en muchas cosas no les hacen caso, mientras que los avaros en todo lo obedecen y proceden a cuanto él les sugiere. ¿Qué dice la avaricia? Sé enemigo y adversario de todos, olvídate de la común naturaleza, desprecia a Dios, sacrifícate a mí: ¡y en todo eso los avaros le obedecen! A los ídolos se les sacrifican ovejas y bueyes, pero la avaricia impera: ¡sacrifícame tu alma! Y el avaro lo acepta y lo hace.

¿Observas los altares que tiene? ¿Qué sacrificios ofrece? Los avaros no poseerán el reino de Dios, y sin embargo tal cosa les da temor. Por lo demás semejante pasión es débilísima, puesto que no es congénita, no es connatural. Si lo fuera estaría con nosotros desde el principio. Sin embargo, allá a los principios no había oro, y nadie amaba el oro. Y si queréis os diré de dónde se originó este mal. Cada cual emulaba a sus predecesores y así agravaron la enfermedad; de modo que cada antecesor, aun sin pretenderlo, incita al que le sigue. Cuando ven las espléndidas mansiones, la abundancia de campos, los rebaños de siervos, los vasos de plata, la multitud y montones de vestidos, ponen todo su empeño en superar tales riquezas; de manera que los primeros son causa de semejante codicia para los segundos y los segundos para los que luego siguen. Si los primeros hubieran querido proceder modestamente no se habrían convertido en maestros de los siguientes; y en consecuencia, éstos no tendrían excusa alguna. Pero aun así no tienen excusa, ya que muchos despreciaron las riquezas.

Preguntarás: ¿quiénes fueron los que las despreciaron? Porque lo más grave de todo es que la fuerza de este vicio es tanta que parece imposible que alguien la supere; parece increíble que alguien cultive la virtud contraria. Sin embargo, puedo yo enumerar a muchos que sí la cultivan, tanto en los montes como en las ciudades. Pero ¿qué se gana con eso? No por ello os enmendaréis. Por otra parte, no tratamos ahora de que repartan las riquezas. Yo sí lo querría. Pero pues parece carga excesiva, no lo impongo. Solamente os exhorto a no codiciar lo ajeno y a que de lo que poseéis hagáis limosnas.

Podemos hallar a muchos que viven contentos con lo suyo y lo cuidan y procuran que su modo de vivir sea justo de su trabajo. ¿Por qué no imitarlos, por qué no emularlos? Pensemos en los que nos han precedido. ¿Acaso no es verdad que lo único que de ellos permanece son sus predios, mientras que apenas se ha salvado y se recuerda su nombre? Este, dicen, es el baño de fulano; éste, el suburbio; éste, el mesón de tal o cual otro. Pero ¿acaso no con sólo ver esas cosas gemimos al punto, pensando en la gran cantidad de trabajos que toleraron y en cuántas y cuán valiosas cosas robaron? Pero el dueño no aparece ya en parte alguna. Otros se deleitan con las riquezas de él: precisamente los que él jamás habría creído. Quizá sean sus propios enemigos. Y todo eso mientras él sufre los castigos eternos.

Pues la misma suerte nos espera a los demás. Sin lugar a duda, moriremos y tendremos el mismo acabamiento. ¿Cuántos odios, pregunto, cuántos gastos, cuántas enemistades hubieron aquéllos de soportar? Y ¿qué ganancia obtuvieron? Un castigo eterno, consuelo ninguno, recriminaciones de parte de todos ya durante su vida, ya también después de su muerte. ¿Qué más? Cuando vemos las estatuas de muchos colocadas en sus mansiones ¿acaso no lloramos más aún? Con plena verdad exclama el profeta: En vano se agita y perturba todo hombre que vive. Porque el empeño por tales cosas es una verdadera perturbación: ¡perturbación y empeño superfluos!

Por otros caminos van las cosas de las moradas eternas y de aquellos inmortales tabernáculos. Acá uno trabaja y otro goza del trabajo y sus frutos. Allá cada cual es dueño de sus propios trabajos y frutos, y recibirá multiplicadas las recompensas. En consecuencia, apresurémonos a esos predios y posesiones. Preparemos allá nuestras mansiones, para descansar con Cristo Señor nuestro, al cual sea la gloria juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por todos los siglos. Amén.




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HOMILÍA LXVI (LXV)

Advirtió una turba numerosa de judíos que El estaba ahí; y vinieron no únicamente para ver a Jesús, sino también a Lázaro, a quien resucitó de entre los muertos (Jn 12,9).

Así GOMO las riquezas suelen perder a los incautos, así también el ansia de los principados: aquéllas conducen a la avaricia; esta otra a la arrogancia. Mira cómo entre los judíos la turba está sana, pero los príncipes corrompidos. A cada paso testifican los evangelios que las turbas creían en Jesús: Muchos de la turba creyeron en él. Pero de los príncipes muchos no creían. Son éstos y no la turba los que dicen: ¿Acaso alguno de los príncipes ha creído en él? Y ¿qué es lo que éstos aseveran?: La turba del pueblo, que no conoce a Dios, es maldita.

A los creyentes los llaman malditos, y a sí mismos, que dieron muerte a Cristo, se llaman prudentes. Lo mismo pasó en nuestro caso. Muchos que habían visto el milagro creyeron; mientras que los príncipes, no contentos con sus propios males, aun intentaban matar a Lázaro. Pase que intentéis la muerte de Cristo, que abolía el sábado, que se hacía igual al Padre, y que lo hagáis temerosos de los romanos. Pero en Lázaro ¿qué crimen habéis descubierto para que penséis en matarlo? ¿Es acaso un crimen el recibir un beneficio? ¿Adviertes lo sanguinario de semejante determinación?

Muchos milagros había hecho Cristo, pero ninguno los había enfurecido tanto como éste: ni el del paralítico, ni el del ciego. Fue porque este milagro, por su naturaleza misma, era más admirable y venía después de muchos otros: resultaba cosa estupenda ver a un muerto de cuatro días caminar y hablar. Por lo demás resultaba bello ministerio para la fiesta mezclar la celebración con el asesinato. También acusaban ellos a Cristo de abolir el sábado, y así concitaban a las turbas; pero en este milagro, como nada podían acusar contra El, maquinaban contra el resucitado. Aquí no podían decir que Cristo era adversario del Padre, pues la oración de Cristo lo impedía.

Quitada por lo mismo esta materia continua de acusación, quedaba en pie el milagro brillante; por lo cual se inclinan al asesinato. Lo mismo habrían hecho con el ciego si les hubiera faltado la acusación acerca del sábado. Por otra parte, el ciego era plebeyo y lo arrojaron del templo; mientras que acá se trataba de una persona insigne, como se echa de ver porque muchos corrieron a consolar a las hermanas; aparte de que el milagro se había realizado presenciándolo muchos y de una manera estupenda. De manera que todos corrían a contemplarlo. Y también esto les escocía: que todos, dejando a un lado la fiesta, concurrieran a Betania. Maquinaron, en consecuencia, asesinar a Lázaro, aunque no parecían atreverse: ¡tan sanguinarios eran! Con razón la Ley comenzaba con estas palabras: ¡No matarás! Y de eso los acusa el profeta: Sus manos están llenas de sangre.

Mas ¿cómo es que Jesús, tras de no presentarse públicamente en Judea y de haberse apartado al desierto, ahora de nuevo confiadamente regresa? Tras de haber aplacado con su retirada la ira de los judíos, se les presenta ahora, cuando ya están quietos. Por lo demás las turbas que precedían y seguían a Jesús, podían ponerles temor; puesto que nada las había atraído tanto como el milagro hecho en Lázaro. Otro evangelista dice: Alfombraron el camino con sus mantos;5 y otro: Toda la ciudad se conmovió;6 ¡con tan grandes honores entraba Jesús! Procedió así Jesús para adelantar una profecía y cumplir otra. De modo que el principio de una fue el término de la otra. Porque aquello de: Alégrate porque tu Rey viene a ti manso, cumple una profecía; y que entre montado en un asno, profetiza una cosa futura, o sea, que se le sujetaría el linaje impuro de los gentiles. Pero ¿por qué otros evangelistas dicen que envió a los discípulos y les dijo Desatad el asna y su pollino; y en cambio Juan nada dice de eso, sino que habiendo Jesús encontrado un asnillo montó en él? Es creíble que sucedieran ambas cosas; o sea que tras de soltar el asna y llevándola los discípulos, El la encontrara y la montara. Y tomaron ramos de palmas y de olivos y tendieron por el suelo sus mantos, demostrando de esta manera que lo juzgaban por más que profeta.

Y clamaban: ¡Hosanna! ¡bendito el que viene en nombre del Señor! ¿Adviertes cómo sobre todo colmaba de dolor a los príncipes de los sacerdotes el que todos estuvieran persuadidos de que Jesús no era adversario de Dios? Más que todo dividía las opiniones del pueblo el que dijera de Sí mismo que venía del Padre. ¿Qué significa: Alégrate sobremanera, hija de Sión? La mayor parte de los reyes habían sido inicuos y codiciosos, y los ponían en manos de sus enemigos, y arruinaban al pueblo y lo supeditaban a sus adversarios. Es pues como si el profeta dijera: Confía en que éste no será así, sino manso y suave, como lo da a entender su cabalgadura.

No entró Jesús en Jerusalén rodeado de ejércitos, sino montado en una pollina. Y dice el evangelista: Sus discípulos no advirtieron que así estaba escrito de El. ¿Ves cómo ignoraban muchas cosas porque El aún no se las había revelado? Así cuando dijo: Destruid este santuario y en tres días lo levantaré Yo," tampoco lo entendieron. Y otro evangelista afirma que semejante discurso estaba oculto para ellos y que no sabían que al tercer día resucitaría de entre los muertos. Con razón les estaba oculto. Por lo cual otro evangelista cuenta que cuando le oían cada cosa, se estristecían y se dolían. Sucedía eso porque no tenían idea de la resurrección. Y con razón se les ocultaba entonces, pues superaba su capacidad.

Pero este caso del asna ¿por qué se les ocultaba? Porque también aquí había una profunda significación. Advierte la virtud del evangelista y cómo no se avergüenza de confesar la ignorancia en que estaban. En realidad, el que siendo rey tuviera que padecer y ser traicionado, les habría causado escándalo. Por otra parte, no tan fácilmente habrían comprendido qué clase de reino era aquél; pues otro evangelista afirma que ellos pensaban que Jesús se refería a un reino de este mundo. Y la turba testimoniaba que había resucitado a Lázaro. Como si dijera: No se habrían convertido tantos repentinamente si no hubieran creído a causa del milagro.

Y los fariseos se decían unos a otros: ¿Veis cómo nada adelantamos? Todo el mundo se va tras él. Pienso que esto lo decían los cuerdos de entre ellos; y que no se atrevían a declararlo públicamente. De modo que por el suceso refutaban a los otros, pues sus intentos resultaban inútiles. Llaman mundo a la turba. Porque suele la Escritura llamar mundo, ya al conjunto de las creaturas, ya a quienes viven perversamente. En el primer sentido dice: El que hace salir a su mundo ordenadamente En el otro sentido dice: El mundo no os odia, pero a Mí sí me odia? Es conveniente advertir esto cuidadosamente, a fin de que los herejes no hallen ocasión, valiéndose del significado de las palabras.

Había un grupo de helenos que habían subido a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta. Estando ellos a punto de hacerse prosélitos, subieron para la solemnidad; y conmovidos por la fama de Jesús, decían: Queremos ver a Jesús. Felipe lo comunicó con Andrés por ser éste discípulo más antiguo. Pero no lo hace sin precauciones ni en público, pues había oído el precepto: No vayáis a los gentiles. Lo que comunicó con su condiscípulo fue luego a decirlo al Maestro; pues según parece ambos se lo refirieron.

¿Qué responde Cristo?: Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo. ¿Qué significa: Ha llegado la hora? Había dicho a los apóstoles: No vayáis a los gentiles, para quitar a los judíos todo motivo de obstinación, y así contuvo a los discípulos. Mas como los judíos permanecían intratables y en cambio los gentiles trataban de acercársele, dice Jesús: Tiempo es ya de ir a la Pasión, pues todo se ha cumplido. Si perennemente hubiéramos de limitarnos a estos contumaces y no recibiéramos a los que anhelan acercarse, sería cosa indigna de nuestra providencia.

Habiendo, pues, de enviar a sus discípulos a los gentiles después de la crucifixión, como viera que aquéllos espontáneamente se acercaban, les dice: Ha llegado el tiempo de que Yo sea crucificado. No permitió que aquéllos se acercaran antes, para que eso sirviera de testimonio ante los judíos; por lo cual, antes de que lo rechazaran, antes de que lo llevaran a la cruz, no les dijo a los apóstoles: Id y enseñad a todas las gentiles; sino: No vayáis a los gentiles. Y también: Yo no he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel; y además: No es bueno tomar el pan de los hijos y darlo a los perros. Ahora en cambio que los judíos lo odiaban, y hasta tal punto lo odiaban que le daban la muerte, era ya inútil insistir cuando ellos se negaban. Lo rechazaron diciendo: No tenemos más rey que el César. Entonces finalmente los dejó, pues ellos los primeros lo habían abandonado. Por tal motivo les dijo: ¡Cuántas veces quise congregar a vuestros hijos y lo rehusasteis! 12

¿Qué significa: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere? Habla de la crucifixión. Para que no se turbaran al ver que precisamente cuando los gentiles se acercaban a El se le condenaba a muerte, les dice: Esto es precisamente lo que los inducirá a venir a Mí; esto es lo que extenderá la predicación. Y luego, como no lograba del todo persuadirlos con sus palabras, los incita poniéndoles delante la experiencia y les dice: Lo mismo sucede con el trigo, que muerto es cuando fructifica. Si en las simientes sucede esto, mucho más sucederá en Mí. Pero los discípulos no entendieron sus palabras. Por lo cual el evangelista lo repite con frecuencia, para excusarlos de que luego se dispersaran. Al grano de trigo aludió también Pablo, al hablar de la resurrección.

¿Qué excusa tendrán los que no creen en la resurrección? Porque cada día podemos verla en las simientes, en las plantas y en las generaciones humanas. Se necesita que primero se corrompa la simiente para que se siga de ahí la generación. Hablando en general, cuando es Dios quien hace algo, no se necesitan más raciocinios ¿Cómo nos creó de la nada? Lo digo a los cristianos que profesan creer en las Escrituras. Pero añadiré algo más del humano raciocinio. Unos hombres son perversos; otros son buenos. De los perversos, muchos han llegado en prosperidad hasta la extrema vejez, mientras que a los buenos les ha acontecido todo lo contrario. Entonces ¿cuándo, en qué tiempo recibirá cada cual su merecido? Insistes diciendo: ¡Sí!, pero los cuerpos no resucitan. No oyen ésos a Pablo, que dice: Es necesario que esto corruptible se revista de inmortalidad. No habla del alma, pues el alma no es corruptible; y la resurrección es propia de quien ha muerto; y es el cuerpo el que ha muerto.

Mas ¿por qué no admites la resurrección de la carne? ¿Es acaso imposible para Dios? Afirmarlo sería el extremo de la necedad. ¿Es que no conviene? ¿Por qué no conviene que este elemento corruptible que ha padecido los trabajos y la muerte, participe de las coronas?

Si no conviniera, ni siquiera habría sido creado el cuerpo allá a los principios, ni Cristo habría tomado nuestra carne. Pero que la tomó y resucitó, oye cómo lo afirma El mismo: Mete acá tus dedos y mira que los espíritus no tienen huesos ni nervios. ¿Por qué resucitó así a Lázaro si mejor era resucitar sin cuerpo? ¿Por qué puso en el número de los milagros y beneficios el de la resurrección? ¿Por qué a la resucitada le proporcionó alimentos? En consecuencia, carísimos, que no os engañen los herejes. Existe la resurrección, existe el juicio. Los niegan todos los que no quieren dar cuenta de sus obras. Es necesario que la resurección sea tal como fue la de Cristo. El es primicias y primogénito de entre los muertos.

Pero si la resurrección se reduce a una purificación del alma y a una liberación del pecado y Cristo no pecó ¿por qué resucitó? Y ¿cómo nos ha liberado si El mismo no pecó? ¿Cómo dice: Viene el príncipe de este mundo, pero en Mí nada tiene que hacer? 16 Porque esto significa la impecabilidad. Según el raciocinio de los herejes, o Cristo no resucitó o para resucitar pecó antes de la resurrección. La realidad es que sí resucitó y no cometió pecado. Resucitó; y esa perversa doctrina no es sino una hija de la gloria vana. Huyamos de semejante enfermedad.

Las compañías perversas corrompen las buenas costumbres!1 No es esa la doctrina de los apóstoles. Son invenciones de Marción y Valentino: ¡huyámoslas, carísimos! De nada aprovecha una vida buena con una mala doctrina; así como, al revés, de nada aprovecha una doctrina sana con una vida perversa. Esa otra doctrina la inventaron los gentiles y los herejes la cultivaron, tomándola de los filósofos helenos, lo mismo que la de la materia increada y otras muchas afirmaciones.

Lo mismo que aseveraron no haber demiurgo sin previa materia, así también negaron la resurrección. Nosotros, conociendo el poder infinito de Dios, no les hagamos caso. Esto lo digo para vosotros, pero yo no rehuso entrar en batalla con ellos. Al fin y al cabo, el que está sin armas, aun cuando pelee contra otros más débiles y él sea más fuerte, fácilmente quedará vencido. Si atendéis a las Sagradas Escrituras, si cada día os preparáis al combate, yo no os aconsejaría evitar la lucha contra los herejes, sino al contrario os persuadiría que entrarais al certamen. Fuerte es la verdad. Pero como no sabéis usar las Escrituras, temo para vosotros esas batallas, no sea que ellos os venzan como a gente sin armas. Nada en verdad, nada hay más débil que aquellos que andan desamparados del Espíritu Santo.

Que ellos echen mano de la ciencia pagana, no es cosa de admirarse, sino de reírse; ya que echan mano de tan necios maestros. Estos nada cuerdo pudieron encontrar ni acerca de Dios ni acerca de las creaturas: lo que entre nosotros sabe una pobre viuda, ellos lo ignoran. Lo ignoró Pitágoras en absoluto. Afirman que el alma se convierte en un árbol, en un pez, en un can. Pero yo pregunto: ¿de tales maestros vas a fiarte? ¿por qué motivo? Grandes son en sus villas, cultivan su cabello en hermosos rizos, se revisten de mantos: ¡hasta ahí llega su sabiduría! Pero si los miras por dentro, son ceniza, polvo y nada tienen de sano, sino que: Sepulcro abierto es su garganta. Todos están repletos de inmundicia y podre, y sus doctrinas bullen de gusanos.

El primero de ellos aseguró ser el agua un dios; el siguiente, ser el fuego; otro dijo que el aire; y todos se fijaron solamente en los cuerpos materiales. Y yo pregunto: ¿a éstos los admirarás cuando ni noticia tienen de un Dios incorpóreo? Si algo alcanzaron después fue más tarde, cuando en Egipto hablaron con los nuestros. Pero en fin, para no perturbaros más aún, terminaremos aquí nuestro discurso. Porque si comenzamos a exponer sus doctrinas y lo que afirmaron de Dios y de la materia, del alma y del cuerpo, seguiráse aquí una gran risotada, y no necesitarán de que los refutemos, puesto que ellos entre sí mismos se destrozan. Por ahí uno de ellos escribió un libro contra nosotros acerca de la materia, pero él mismo se contradice. 19 En resolución, para no entreteneros más ni formar un laberinto con el discurso, dejaremos eso aparte y os diremos sólo una cosa: es necesario atender y aplicarse a la lectura de los Libros sagrados, y no entablar discusiones de palabras sin fruto alguno. Ya Pablo instruía en esto a Timoteo, aunque éste poseía gran ilustración y tenía el don de hacer milagros. Obedezcamos a Pablo; y haciendo a un lado las vanidades y juegos de palabras, empeñémonos en las buenas obras. Me refiero a la caridad fraterna, a la hospitalidad y a tener mucha cuenta con la limosna. Así conseguiremos los bienes que nos están prometidos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA LXVII (LXVI)

El que ama su vida, la pierde; el que aborrece su vida en este mundo, la guarda para la vida eterna. Quien quiera servirme que me siga (Jn 12,25-26).

DULCE es la vida presente y llena está de abundante placer;, pero no para todos, sino solamente para quienes a ella se afe-rran. Si alguno alza sus ojos al Cielo y a los bienes allá preparados, al punto la despreciará y la tendrá por nada. También la belleza corporal se estima mientras no aparece otra superior; pero una vez que se ve algo más bello, entonces aquélla se desprecia. En consecuencia, si queremos fijarnos en aquella hermosura de allá arriba, en aquella belleza del reino celeste, romperemos al punto las ataduras presentes. Porque ataduras son el amor y cariño a las cosas de acá.

Escucha lo que dice Cristo, persuadiéndonos lo mismo: El que ama su vida, la pierde; el que aborrece su vida en este mundo, la guarda para la vida eterna. Quien quiera servirme, que me siga; y donde Yo estoy ahí estará también mi servidor. Todo esto parece un enigma, pero no lo es, sino cosa repleta de gran sabiduría. Mas ¿cómo es eso que quien ama su vida la pierde? Es decir, quien obedece a las perversas concupiscencias y a ellas se entrega; quien les concede más de lo conveniente.

Por tal motivo, un sabio amonesta: No vayas detrás de tus pasiones. Porque de este modo perderás tu vida, puesto que te desviarás del camino que lleva a la virtud. Y al contrario: El que aborrece su vida en este mundo, la guarda. ¿Qué quiere decir: el que la aborrece? El que le resiste cuando le pide cosas dañinas. Y no dijo: El que no se fía; sino: El que aborrece. Así como a quienes odiamos no podemos ni oírlos ni verlos plácidamente, así conviene contrariar al alma enérgicamente cuando pide y exige lo que contraría la voluntad de Dios.

Cristo va ya a hablar a sus discípulos acerca de su muerte y prevé que caerán en tristeza, por lo cual trata el asunto en forma más elevada. Como si dijera: No digo Yo que si no lleváis con fortaleza mi muerte, sino si vosotros mismos no morís, no tendréis ganancia alguna. Advierte cómo mezcla en sus palabras el consuelo. Muy duro y desagradable era eso de oír serle necesario al hombre, que tantísimo ama su vida, que ha de morir. ¿Para qué voy a traer testimonios antiguos de esta verdad, cuando aun ahora encontramos a muchos que gustosos lo sufren todo con tal de disfrutar de la vida presente, aun creyendo en la futura? Y cuando contemplan los edificios, las construcciones, las invenciones, con lágrimas exclaman: ¡Cuántas cosas inventa el hombre que luego se torna en polvo! ¡Tan grande es el anhelo de vivir!

Pues bien, rompiendo semejante atadura, dice Cristo: El que aborrece su vida en este mundo, la guarda para la vida eterna. Por lo que sigue, advierte cómo esto lo dijo para amonestarlos y quitarles el miedo: Donde Yo estoy ahí estará el que me sirve. Habla de la muerte y exige que con obras se le siga. El servidor en absoluto debe acompañar a aquel a quien sirve. Observa cuándo dice esto. Cuando aún no están perseguidos sino plenamente confiados y pensaban estar en seguro porque muchos los seguían, honraban y veneraban; cuando podían estar animosos y capaces de oír que se les decía: Tome su cruz y sígame. Como si les dijera: Estad continuamente preparados a los peligros, a la muerte, a salir de esta vida.

Tras de exponer lo que era molesto y pesado, añadió el premio. ¿Cuál es? Que lo siga, que esté junto con él. Declaraba con esto que a la muerte se seguiría la resurrección. Pues dice: Donde Yo estoy ahí estará mi servidor. Pero ¿en dónde está Cristo? En el Cielo. Entonces, aun antes de la resurrección trasladémonos allá con el alma y el pensamiento. A quien sea mi servidor lo honrará mi Padre. ¿Por qué no dijo: lo honraré Yo? Porque aún no tenían ellos la debida opinión de El, sino que la tenían mayor acerca del Padre. ¿Cómo podían tener de El tan alto concepto cuando ni siquiera sabían que resucitaría?

Por esta razón dijo a los hijos del Zebedeo: No me pertenece a mí el concederlo, sino a aquellos para quienes está destinado por el Padre. Pero ¿acaso no es El quien juzga? Es que mediante esas palabras se declara genuino Hijo del Padre. Ahora mi alma está conturbada. Y ¿qué diré? ¡Padre, sálvame de esta hora! Estas palabras no son propias de quien persuade sufrir la muerte, al parecer; y sin embargo más aún son propias de quien exhorta a ello. Pues para que no dijeran que con facilidad hablaba de la muerte porque no experimentaba los humanos dolores, y que a ella nos exhortaba hallándose El fuera de peligro, demuestra aquí que, aun temiéndola, no la rehúsa por ser cosa útil. Todo esto lo habla en su carne que asumió y no en su divinidad. Por esto dice: Ahora mi alma está conturbada. Si no fuera este el sentido ¿cómo podía lógicamente seguir diciendo: ¡Padre! ¡sálvame de esta hora!? Y fue tan grande su turbación que llegó a suplicar se le librara, si es que podía escapar de la muerte.

¡Tanta es la debilidad de la humana naturaleza! Es como si dijera: Sin embargo, nada tengo que decir, pues Yo mismo pido la muerte. Mas para esto he venido a esta hora. O sea que aún cuando sintamos turbación y estemos consternados, no huyamos de la muerte. Pues Yo mismo, dice El, así de perturbado como estoy, digo que no se ha de huir: hay que llevar las cosas tal como acontecen. Yo no digo: Líbrame de esta hora, sino: ¡Padre! ¡glorifica tu nombre! Es decir: ¡crucifícame! Así declara cuál sea el afecto humano y que la naturaleza rehuye la muerte y quiere conservar la vida, y manifiesta que Jesús no carece de las humanas afecciones. Así como no se atribuye a pecado el tener hambre ni el dormir, tampoco es pecado el desear la vida presente.

Cristo poseyó un cuerpo exento de pecado, pero no de las naturales necesidades: de otro modo no habría sido cuerpo. Pero además con eso nos dio otra enseñanza. ¿Cuál? Que si alguna vez nos encontramos tristes y acobardados, no por eso abandonemos nuestros propósitos. ¡Padre! ¡glorifica tu nombre! Declara que muere por la verdad al llamar a tal muerte gloria de Dios. Así aconteció después de la cruz. Iba a suceder que el mundo se convirtiera y conociera a Dios y lo sirviera; es decir, no únicamente al Padre, sino también al Hijo; pero esto segundo lo calla.

Se oyó entonces una voz venida del Cielo: Ya lo he glorificado y todavía lo glorificaré. ¿Dónde lo glorificó? En todo lo que precede. Y todavía lo glorificaré después en la cruz. Y ¿qué dice Cristo?: No ha venido por Mí esta voz, sino por vosotros. Las turbas pensaban que se trataba de un trueno o que un ángel le había hablado. ¿Por qué pensaron eso? ¿Acaso la voz no fue clara y manifiesta? Sí, pero pronto se les escapó por ser carnales, rudos, desidiosos. Unos solamente recordaban un sonido; otros cayeron en la cuenta de que era voz articulada, pero no supieron lo que significaba. ¿Qué les dice Cristo?: No ha venido por Mí esta voz, sino por vosotros. ¿Por qué les dice esto? Atendiendo a que ellos continuamente decían que El no venía de Dios. Pero, quien es glorificado por Dios ¿cómo puede ser que no venga de Dios siendo glorificado por Dios? Tal fue el motivo de que viniera aquella voz; y también de que El dijera: No ha venido por Mí esta voz, sino por vosotros.

Es decir, no ha venido para que por ella Yo aprenda algo que ignoraba, pues conozco todo lo de mi Padre; sino por vosotros. Porque decían que le había hablado un ángel o que había sido un trueno; y no caían en la cuenta de lo que era, les dice El: Por vosotros ha venido esta voz, para que por ella os excitarais a preguntar qué fue lo que dijo. Pero ellos, atontados, ni aun así lo preguntaron, a pesar de oír que por ellos había venido la voz. Con razón aquella voz no parecía notable a quienes ignoraban por quién se decía. Por vosotros ha venido la voz. ¿Adviertes cómo las cosas que Cristo obra como hombre se verifican en bien de ellos, pero no porque el Hijo necesite recurrir a otro para hacerlas?

Es la hora de la condenación de este mundo. Es la hora en que el príncipe de este mundo será arrojado fuera. ¿Cómo se compagina esto con aquello otro: Lo glorifiqué y todavía lo glorificaré? Muy bien y lógicamente. Pues dijo: Lo glorificaré. Y declarando Jesús el modo dice: El príncipe de este mundo será arrojado fuera. ¿Qué significa: es la hora de la condenación del mundo? Como si dijera: Vendrá la condenación y la venganza. ¿En qué forma? Ese príncipe mató primero al hombre pues lo encontró reo de pecado y por el pecado entró la muerte. Pero en Mí no encontró pecado. Entonces ¿por qué se me echó encima y me entregó a la muerte? ¿Por qué entró en el ánimo de Judas para darme la muerte?

No me vayas a decir que fue simple disposición de Dios; porque esa muerte no fue obra del diablo, sino de la sabiduría de Dios. Explórese el pensamiento del Maligno. ¿En qué forma el mundo es condenado en mi muerte? Es como si, constituido el tribunal, se le dijera al Maligno: ¡Pase que hayas dado muerte a todos los hombres, puesto que los encontraste reos de pecado! Pero a Cristo ¿por qué lo mataste? ¿Acaso no fue eso una total injusticia? Ahora mediante Cristo todo el mundo se venga. Para que esto se vea más claro, usaré de un ejemplo. Sea algún tirano furioso que a todos cuantos caen en sus manos los colma de males infinitos. Este tal, si entrando en batalla contra el rey lo mata injustamente, la muerte del tirano puede constituir una venganza para los demás. Supongamos un hombre que a todos los deudores les exija, los azote, los encarcele; y luego, con la misma arrogancia, ejecute eso mismo con un inocente. Pagará entonces la pena debida por lo que hizo con los otros. Porque ese inocente será para él la muerte.

Esto sucedió en el caso del Hijo de Dios. Por lo que se atrevió el diablo contra Cristo, sufrirá el castigo de lo que hizo con vosotros. Y que esto sea lo que se deja entender, óyelo: Ahora el príncipe de este mundo será echado juera; es decir, mediante mi muerte. Y cuando yo fuere levantado de la tierra, atraeré a Mí a todos. Es decir, incluso a los gentiles. Y para que no diga alguno ¿cómo es eso de que será echado fuera, si lo vence? Responde: ¡No me vencerá! ¿Cómo ha de vencer a quien atrae a todos los demás?

No habla de la resurrección, sino de algo más elevado que ella, pues dice: A todos los atraeré a Mí. Si hubiera dicho: Resucitaré, no aparece claro que ellos lo hubieran creído. Pero cuando dice: Creerán, declara ambas cosas y confirma así que resucitará. Si hubiera permanecido muerto y fuera puro hombre, nadie habría creído en El. Los atraeré a todos a Mí. En tonces ¿por qué asevera ser el Padre quien atrae? Porque atrayendo el Hijo, también atrae el Padre. Los atraeré, dice. Los libraré como a cautivos de un tirano, que no pueden por sí mismos librarse y escapar de las manos de ese tirano que se opone. En otra parte a esto lo llama rapiña diciendo: No puede nadie robar los bienes de un valiente, si primero no ata a ese valiente y luego le arrebata sus bienes. Significa esto la violencia. Pues bien, lo que ahí llama rapiña, aquí lo llama atracción.

Sabiendo esto, enfervoricémonos, glorifiquemos a Dios no únicamente con nuestra fe, sino también con nuestro modo de vivir: lo contrario no sería glorificarlo, sino blasfemarlo. Porque tanto blasfema de Dios el gentil execrándolo, como el cristiano corrompiéndose. Os ruego, pues, que todo lo hagamos para glorificación de Dios. Pues dice la Escritura: ¡Ay del siervo aquel por quien el nombre de Dios es blasfemado! Y ese ¡ay! encierra toda clase de tormentos y castigos. En cambio, bienaventurado aquel por quien su nombre es glorificado. No caminemos como en tinieblas. Huyamos de todo pecado, pero sobre todo de los pecados que llevan consigo la ruina común de los demás, pues en tales pecados sobre todo es Dios blasfemado.

¿Qué perdón podemos obtener si cuando se nos ordena hacer limosna, nosotros, al revés, robamos lo ajeno? ¿Qué esperanza nos queda de salvación? Si no alimentas al hambriento serás castigado. Pero si al que anda vestido lo despojas ¿qué perdón alcanzarás? No nos cansaremos de repetir esto mismo con frecuencia. Quizá los que hoy no obedecen, obedecerán mañana; los que mañana no obedezcan, lo harán al día siguiente. Pero si hay algunos que del todo sean intratables, a lo menos nosotros seremos inocentes de eso y no sufriremos condenación, pues cumplimos con lo que era nuestro deber. Ojalá que ni nosotros tengamos que avergonzarnos de nuestras palabras, ni vosotros de vuestras obras; sino que todos podamos presentarnos confiados ante el tribunal de Cristo; y que nosotros podamos gloriarnos de vosotros y tener algún consuelo en nuestros sufrimientos, con ver que sois vosotros aprobados en Cristo Jesús, Señor nuestro, con el cual sea al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, la gloria, por los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 65