Crisostomo Ev. Juan 76

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HOMILÍA LXXVI (LXXV)

Levantaos; vamos de aquí. Yo soy la vid verdadera; vosotros sois los sarmientos y mi Padre es el viñador (Jn 14,31 Jn 15,1).

LA IGNORANCIA vuelve al alma tímida y débil; así como la instrucción en los dogmas celestiales la hace magnánima y la levanta muy alto. Es porque si no se la instruye en los dogmas, será miedosa, no por su naturaleza, sino por determinación de su voluntad. Cuando yo veo a un hombre valiente que ahora se atreve, ahora se acobarda, no puedo decir que se trata de un defecto natural, pues lo natural no cambia. Y cuando veo a algunos ahora miedosos y enseguida atrevidos, procedo de igual modo; es decir que todo lo atribuyo al libre albedrío.

Los discípulos eran sobremanera tímidos antes de que fueran instruidos en los dogmas como convenía, y antes de recibir el Espíritu Santo. En cambio, después fueron más audaces que los leones. Pedro, quien no había antes soportado las amenazas de una criada, después, crucificado cabeza abajo, azotado y expuesto a mil peligros, no callaba; sino que como si todo eso lo padeciera en sueños, así de libremente predicaba. Pero esto no fue antes de la crucifixión del Señor. Por esto Cristo dice: Levantaos, vamos de aquí. Yo pregunto ¿por qué lo dice? ¿Ignoraba acaso la hora en que Judas llegaría? ¿Temía acaso que Judas se presentara y aprehendiera a sus discípulos; y que antes de terminar El aquella instrucción, los esbirros se echaran encima? ¡Lejos tal cosa! ¡Eso no dice ni de lejos con su dignidad! Entonces, si no temía ¿por qué saca de ahí a los suyos, y una vez terminado su discurso los lleva al huerto sabido y conocido de Judas?

Pero aun en el caso de que Judas se presentara, podía El cegar los ojos de los esbirros, como lo hizo luego, no estando presente Judas. Entonces ¿por qué sale del cenáculo? Lo hace para dar un respiro a sus discípulos. Pues es verosímil que éstos, por hallarse en un sitio tan público, temblaran y temieran, tanto por el sitio como por ser ya de noche. La noche había avanzado, y ellos no podían atender al Maestro, teniendo constantemente el pensamiento y el ánimo ocupados en los que los habían de acometer, sobre todo habiendo ya Jesús declarado que los males estaban inminentes.

Les dijo: Todavía un poco y ya no estaré con vosotros; y luego: Viene el príncipe de este mundo. Habiendo oído esto, y habiéndose turbado como si enseguida hubieran de ser aprehendidos, los lleva Cristo a otro lugar, con el objeto de que, creyéndose ellos ya en sitio seguro, finalmente escucharan sin temor. Por lo cual les dice: Levantaos, vamos de aquí. Luego añadió: Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos. ¿Qué quiere dar a entender con esta parábola? Que no puede tener vida quien no escucha sus palabras; y que los milagros que luego ellos harían provendrían del poder suyo.

Mi Padre es el viñador. ¿Cómo es eso? ¿Necesita el Hijo de auxilio? ¡Lejos tal cosa! La parábola no indica eso. Observa cuán exactamente va Cristo siguiéndola. No dice que la raíz goce de los cuidados del viñador, sino los sarmientos. La raíz aquí no se menciona; pero se asevera que los sarmientos nada podrán hacer sin el auxilio de su poder; y que por lo mismo deben permanecer unidos a El mediante la fe los discípulos. como los sarmientos a la vid. Todo sarmiento que en Mí no produce fruto lo cortará el Padre. Alude aquí al momento de vivir, y a que nadie puede sin buenas obras estar unido a El.

Y a todo el que produce fruto lo limpia. Es decir, procura que lleve fruto abundante. Ciertamente, antes que los sarmientos es la raíz la que necesita cuidado. Débesele cavar en torno y quitarle los impedimentos. Pero para nada trata aquí de la raíz, sino solamente de los sarmientos, con lo cual demuestra que se basta a Sí mismo; mientras que los discípulos necesitan de grandes cuidados, aun estando dotados de virtud. Por eso dice que al sarmiento que lleva fruto lo limpia. Al que no produce fruto alguno no lo mantiene en la vid ni puede El permanecer en él; y al que produce fruto lo torna más fructífero.

Podría decirse que esto se refiere a las fatigas y trabajos que luego iban a venir. Pues lo limpiará quiere decir que lo podará, con lo que producirá mayor fruto. Declárase con esto que la tentación los toma más fuertes. Y para que no preguntaran a quiénes se refería, ni tampoco dejarlos solícitos, les dice:

Y vosotros estáis purificados por la fe en la doctrina que os he enseñado. ¿Adviertes cómo aquí se muestra viñador cuida doso de los sarmientos? Dice, pues, que El los ha purificado a pesar de que antes dijo que eso lo hizo el Padre; pero es que en esto no hay entre el Padre y el Hijo diferencia. Conviene que además vosotros pongáis en la purificación la parte que se debe.

Y para declararles que todo eso lo llevó a cabo sin la cooperación de ellos, dice: Así como el sarmiento no puede llevar fruto por sí mismo, así tampoco el que en Mí no permanece. Y con el objeto de que no quedaran separados de El por el temor, les conforta los ánimos y los une a Sí mismo y les concede la buena esperanza. Pues la raíz permanece; y el ser separado o arrancado de la vid es cosa no de ella sino de los mismos sarmientos. Y mezclando lo suave y lo amargo, y partiendo de ambas cosas, nos exige primeramente que nosotros hagamos lo que nos toca.

Quien permanece en Mí y Yo en él. ¿Adviertes cómo concurre a la purificación el Hijo no menos que el Padre? El Padre purifica y Cristo contiene en Sí. Y el permanecer unido a la raíz es causa de que el sarmiento produzca fruto. El sarmiento no podado, aunque produzca fruto, pero no da todo lo que debía; mas el que no permanece en la vid, ningún fruto produce. Ya se demostró antes que purificar es también obra del Hijo; y el permanecer unido a la raíz es cosa del Padre, que engendra esa raíz.

¿Notas cómo todo es común al Padre y al Hijo, así el purificar como el gozar el sarmiento del jugo de la raíz? Gran mal es no poder hacer nada; pero no para aquí el castigo, sino que va mucho más allá. Pues dice: Será echado fuera y ya no se le cultivará; y se secará. Es decir, que si algo tenía de la raíz, lo perderá: si alguna gracia y favor poseía, se le despojará y juntamente quedará sin auxilios y sin vida. Y ¿en qué acabará?: Será arrojado al fuego. No le sucede eso al que permanece en la vid. Declara luego qué sea el permanecer en la vid y dice:

Si mi doctrina permanece en vosotros. ¿Ves cómo con toda razón dije anteriormente que El busca la demostración del amor mediante las obras?

Porque habiendo dicho: Yo haré cuanto vosotros pidáis, añadió: Si permaneciereis en mí y mi doctrina permaneciere en vosotros, pedid cuanto queráis y se os concederá. Dijo esto para indicar que quienes les ponían asechanzas irían al fuego, pero ellos fructificarían. Pasado ya el miedo que sentían por los enemigos, tras de haber demostrado a los discípulos que ellos eran inexpugnables, añadió Jesús: En esto es glorificado mi Padre, en que fructifiquéis abundantemente, como corresponde a discípulos míos. Por aquí hace creíble su discurso, pues si redunda en gloria del Padre el que ellos fructifiquen, El no descuidará su gloria propia. Y os haréis mis discípulos. ¿Adviertes cómo aquel que lleva fruto ése es su discípulo? ¿Qué significa: En esto es glorificado mi Padre? Quiere decir que el Padre se goza de ver que permanecéis en Mí y hacéis fruto.

Como me amó el Padre, así os amo Yo. Ahora habla Cristo en forma más humana; puesto que semejante expresión tiene su propia fuerza, tomada como dicha a hombres. Puesto que quien quiso morir, quien en tal forma colmó de honores a los siervos, a los enemigos y a los adversarios ¿cuán grande amor no demuestra al hacer eso? Como si les dijera: Pues Yo os amo, tened confianza. Si es gloria del Padre que fructifiquéis, no temáis mal alguno. Y nuevamente, para no hacer que desmayen de ánimo, mira cómo los une consigo: Permaneced en mi amor.

Mas ¿cómo podremos hacerlo?: Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Otra vez el discurso procede al modo humano, puesto que el Legislador no está sujeto a preceptos. ¿Ves cómo lo que yo constantemente digo aparece aquí de nuevo a causa de la rudeza de los oyentes? Pues muchas cosas las dice Jesús acomodándose a ellos, y por todos los medios les demuestra que están seguros y que sus enemigos perecerán; y que todo cuanto tienen lo tienen del Hijo; y que si viven sin pecado, nadie los vencerá.

Advierte cómo habla con ellos con plena autoridad, pues no les dice: Permaneced en el amor del Padre, sino: En mi amor. Y para que no dijeran: Nos has hecho enemigos de todos, y ahora nos abandonas y te vas, les declara que El no se les aparta, sino que si quieren los tendrá unidos a Sí como el sarmiento lo está a la vid. Y para que no, por el contrario, por excesiva confianza, se tornen perezosos, les declara que semejante bien, si se dan a la desidia, no será permanente ni inmóvil. Y para no atribuirse todo a Sí mismo y con esto causarles una más grave caída, les dice: En esto es glorificado el Padre. En todas partes les demuestra su amor y el del Padre. De moda que no eran gloria del Padre las cosas de los judíos sino los dones que ellos iban a recibir. Y para que no dijeran: ya perdimos todo lo paterno y hemos quedado sin nada y abandonados, les dice: Miradme a Mí: Soy amado del Padre, y sin embargo tengo que padecer todo lo que ahora acontece. De modo que no os abandono porque no os ame. Si yo recibo la muerte, pero no la tomo como indicio de que el Padre no me ame, tampoco vosotros debéis turbaros. Si permanecéis en mi amoi, estos males en nada podrán dañaros por lo que hace al amor.

Siendo, pues, el amor algo muy grande e invencible, y no consistiendo en solas palabras, manifestémoslo en las obras. Jesús nos reconcilió consigo, siendo nosotros sus enemigos. En consecuencia nosotros, hechos ya sus amigos, debemos permanecer siéndolo. El comenzó la obra, nosotros a lo menos vayamos tras El. El no nos ama para propio provecho, pues de nada necesita; amémoslo nosotros a lo menos por propia utilidad. El nos amó cuando éramos sus enemigos; nosotros amémoslo a El, que es nuestro amigo.

Mas sucede que procedemos al contrario. Pues diariamente por culpa nuestra es blasfemado su nombre a causa de las rapiñas y de la avaricia. Quizá alguno de vosotros me diga: diariamente nos hablas de la avaricia. Ojalá pudiera yo hacerlo también todas las noches. Ojalá pudiera hacerlo siguiéndoos al foro y a la mesa. Ojalá pudieran las esposas, los amigos, los criados, los hijos, los siervos, los agricultores, los vecinos y aun el pavimento mismo y el piso lanzar continuamente semejantes voces, para así descansar nosotros un poco de nuestra obligación.

Porque esta enfermedad tiene invadido al orbe todo y se ha apoderado de todos los ánimos: ¡tiranía en verdad grande la de las riquezas! Cristo nos redimió y nosotros nos esclavizamos a las riquezas. A un Señor predicamos y a otro obedecemos. Y a éste en todo lo que nos ordena diligentemente procedemos: por éste nos olvidamos de nuestro linaje, de la amistad, de las leyes de la naturaleza y de todo. Nadie hay que mire al Cielo; nadie que piense en las cosas futuras. Llegará un tiempo en que ya no habrá utilidad en estas palabras, pues dice la Escritura: En el infierno ¿quién te confesará? Amable es el oro y nos proporciona grandes placeres y grandes honores. Sí, pero no tantos como el Cielo. Muchos aborrecen al rico y le huyen; mientras que al virtuoso lo respetan y ensalzan. Me objetarás que al pobre, aun cuando sea virtuoso, lo burlan, Sí, pero no son los que de verdad son hombres, sino los que están locos, y por lo mismo se han de despreciar. Si rebuznaran en contra nuestra los asnos y nos gritaran los grajos; y por otra parte nos ensalzaran los sobrios y prudentes, todos en forma alguna rechazaríamos las alabanzas de éstos para volvernos hacia el ruido y clamor de los irracionales.

Quienes admiran las cosas presentes son como los grajos y aun peores que los asnos. Si un rey terreno te alaba, para nada te preocupas del vulgo, aun cuando todos te burlen; y alabándote el Rey del universo ¿todavía anhelas los aplausos y encomios de los escarabajos y de los cínifes? Porque no son otra cosa tales hombres si con Dios se les compara; y aun son más viles que esos animalejos. ¿Hasta cuándo nos revolcaremos en el cieno? ¿Hasta cuándo dejaremos de buscar como espectadores y en-comiadores nuestros a los parásitos y dados a la gula? Tales hombres pueden encomiar a jugadores, a ebrios, a glotones; pero en cambio qué sea la virtud y qué el vicio no son capaces de imaginarlo ni en sueños.

Si alguno se burla de ti porque no sabes trazar los surcos en el barbecho, no lo llevarás a mal. Por el contrario, te burlarás tú de quien te reprenda por semejante impericia. Pero cuando quieres ejercitar la virtud ¿te atendrás al juicio y harás tus espectadores a quienes en absoluto la ignoran? Por esto nunca llegamos a lograr ese ejercicio y arte; porque ponemos nuestro interés no en manos de hombres peritos, sino de ignorantes. Ahora bien: tales hombres no lo examinan según las reglas del arte, sino según su ignorancia.

En consecuencia, os ruego, despreciemos el juicio del vulgo. O mejor aún, no ambicionemos las alabanzas ni los dineros ni los haberes. No tengamos la pobreza como un mal. La pobreza es maestra de la prudencia, de la paciencia y de todas las virtudes. En pobreza vivió el pobre Lázaro y recibió la corona. Jacob no pedía a Dios sino su pan. José, puesto en extrema pobreza, no solamente era esclavo, sino además cautivo; pero precisamente por esto más lo encomiamos. No lo admiramos tanto cuando distribuye el grano, como cuando vive encarcelado; no lo ensalzamos más ceñido con la diadema, como ceñido con la cadena; no lo encumbramos más cuando se asienta en su solio que cuando es acometido de asechanzas y vendido.

Pensando todas estas cosas, y también las coronas que para estos certámenes están preparadas, no alabemos las riquezas, los honores, los placeres, el poder, sino la pobreza, las cadenas, las ataduras, la paciencia, todo lo que se emplea para adquirir la virtud. Al fin y al cabo, el término de aquellas cosas está repleto de tumultos y perturbaciones y todas se acaban con la vida. En cambio, el fruto de estas otras son el cielo y los bienes celestiales, que ni el ojo vio, ni el oído oyó. Ojalá nos acontezca a todos alcanzarlos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA LXXVII (LXXVI)

Esto os digo a fin de que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros tal como Yo os he amado (Jn 15,11-12).

TODOS LOS bienes entonces tienen su recompensa cuando han obtenido su finalidad; pero si se interceptan y estorban, sobreviene el naufragio. Así como la nave cargada de infinitas riquezas, si no llega al puerto, sino que en mitad de los mares naufraga, ningún provecho produce de su larga travesía, sino que tanto es mayor la desgracia cuanto mayores fueron los trabajos sufridos, así les sucede a las almas que descaecen antes de obtener el fin cuando se han lanzado en mitad de los certámenes. Por lo cual Pablo afirma que alcanzan gloria, honra y paz los que con paciencia ejercitan las buenas obras. Esto mismo deja ahora entender Cristo a los discípulos. Cristo los había acogido y de ello se alegraban; pero luego la Pasión y las conversaciones sobre cosas tristes tenían que interrumpir aquel gozo, y una vez que con muchas razones los había consolado, les dice: Esto os digo a fin de que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea colmado. Es decir: no os apartéis de mí ni desistáis de la empresa. Os habéis alegrado en mí abundantemente, pero luego ha venido la tristeza. Yo ahora la echo fuera para que al fin venga el gozo. Les manifiesta así que los acontecimientos presentes no eran dignos de llanto, sino más bien de alegría.

Como si les dijera: Yo os he visto turbados, pero no por eso os desprecié ni os dije: ¿Por qué no permanecéis con ánimo noble y esforzado? Al contrario, os he hablado cosas que podían consolaros. Y deseo conservaros perpetuamente en este cariño. Oísteis acerca del reino y os alegrasteis. Pues bien, ahora os he dicho estas cosas para que vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros tal como Yo os he amado. Advierte cómo el amor de Dios está enlazado con el nuestro y como vinculado con una cadena. Por lo cual Jesús unas veces lo llama un solo precepto y otras dos. Es que quien ha abrazado el uno no puede no poseer el otro.

Unas veces dice: En esto se resumen la Ley y los profetas. Otras dice: Todo cuanto quisiereis que con vosotros hagan los hombres, hacedlo también vosotros con ellos? Porque esta es la Ley y los profetas. Y también: La plenitud de la Ley es la caridad? Es lo mismo que dice aquí Jesús. Si ese permanecer en El depende de la caridad, y la caridad depende de la guarda de los mandamientos, y el mandamiento es que nos amemos los unos a los otros, entonces permanecer en Dios se consigue mediante el amor mutuo. Y no indica únicamente el amor, sino también el modo de amar, cuando dice: Como Yo os he amado. Les declara de nuevo que el apartarse de ellos no nace de repugnancia, sino de cariño. Como si les dijera: precisamente porque ese es el motivo, debía yo ser más admirado, pues entrego mi vida por vosotros. Sin embargo, en realidad, nada de eso les dice, sino que ya antes al describir al excelentísimo Pastor, y ahora aquí cuando los amonesta y les manifiesta la grandeza de su caridad, sencillamente se da a conocer tal como es.

¿Por qué continuamente ensalza la caridad? Por ser ella el sello de sus discípulos y la que alimenta la virtud. Pablo, que la había experimentado como verdadero discípulo de Cristo, habla del mismo modo de ella: Vosotros sois mis amigos. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe los secretos de su señor. A vosotros os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que mi Padre me confió. Pero entonces ¿por qué dice: Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero no podéis ahora comprenderlas? Cuando dice: todo lo que he oído sólo quiere decir que no ha tomado nada ajeno, sino únicamente lo que oyó del Padre. Y como sobre todo se tiene por muy íntima amistad la comunicación de los secretos arcanos, también, les dice, se os ha concedido esta gracia. Al decir todo, entiende todo lo que convenía que ellos oyeran.

Pone luego otra señal no vulgar de amistad. ¿Cuál es? Les dice: No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros. Yo ardientemente he buscado vuestra amistad. Y no se contentó con eso, sino que añadió: Y os puse, es decir, os planté (usando la metáfora de la vid), para que recorráis la tierra y deis fruto, un fruto que permanezca. Y si el fruto ha de permanecer, mucho más vosotros. Como si les dijera: No me he contentado con amaros en modo tan alto, sino que os he concedido grandes beneficios para que se propaguen por todo el mundo vuestros sarmientos.

¿Adviertes de cuántas maneras les manifiesta su amor? Les da a conocer sus arcanos secretos, es el primero en buscar la amistad de ellos, les hace grandes beneficios; y todo lo que padeció, por ellos lo padeció. Por este modo les declara que permanecerá perpetuamente con ellos y que también ellos perpetuamente fructificarán. Porque para fructificar necesitan de su auxilio. De suerte que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo otorgue. A aquel a quien se le pide le toca hacer lo que se le pide. Entonces, si es al Padre a quien se le pide ¿por qué es el Hijo quien lo hace? Para que conozcas que el Hijo no es menor que el Padre.

Esto os ordeno: Amaos los unos a los otros: Como si les dijera: Esto no os lo digo por reprenderos; o sea, lo de que Yo daré mi vida, pues fui el primero en buscar vuestra amistad; sino para atraeros a la amistad. Luego, como resultaba duro y no tolerable el sufrir de muchos persecuciones y reprimendas, aparte de que esto podía echar por tierra aun a un hombre magnánimo, Jesús, tras de haber expuesto primero bastantes razones, finalmente acomete también ésta. Y eso después de haberles suavizado el ánimo y haberles abundantemente demostrado que todo era para su bien, lo mismo que las demás cosas que ya les había manifestado.

Pues así como les dijo no ser motivo de pena, sino incluso de gozo, que El fuera a su Padre, ya que no lo hacía por abandonarlos, sino porque mucho los amaba, así ahora les declara que no hay por qué dolerse sino alegrarse. Advierte en qué forma lo demuestra. Pues no les dijo: Ya sé yo que eso de sufrir es cosa molesta, pero soportadlo por amor a Mí, pues por Mí lo sufrís. En aquellos momentos, esto no los habría consolado suficientemente. Por lo cual Jesús deja ese motivo y les propone otro. ¿Cuál es? Que semejante cosa sería señal y prueba de la anterior virtud; de modo que, al contrario, sería cosa de dolerse, no el que ahora fuerais motivo de odio, sino el que fuerais amados.

Esto es lo que deja entender cuando dice: Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo que es suyo. Es decir: si fuerais amados del mundo daríais testimonio de perversidad. Pero como con aquellas palabras aún nada aprovecharan, prosigue: No es el siervo mayor que su Señor. Si a Mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros. Con lo que sobre todo da a entender que ellos serán sus imitadores. Mientras Cristo vivió en carne mortal, peleaban contra El; pero una vez que fue llevado al Cielo, se luchó contra sus discípulos.

Y como ellos se perturbaran pensando tener que luchar con un pueblo tan numeroso, siendo ellos tan pocos, les levanta el ánimo diciéndoles que esa es sobre todo la causa de alegrarse: el que todos los otros los aborrezcan. Como si les dijera: Así seréis compañeros míos en los sufrimientos. De modo que conviene que no os conturbéis, ya que no sois mejores que Yo; pues como dije: No es el siervo de mejor condición que su Señor.

Síguese un tercer consuelo: que juntamente con ellos será injuriado el Padre. Les dice: Todo esto harán con vosotros por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. O sea que también a El lo injurian en eso. Además, declarando indignos a ésos de todo perdón, pone otro motivo de consuelo con estas palabras: Si Yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; con lo cual hace manifiesto que procederán injustamente contra El y contra los discípulos. Luego, como si éstos le dijeran: ¿Entonces por qué nos arrojaste a semejantes males? ¿Acaso no preveías las guerras y odios?, añade respondiendo: El que me odia a Mí, odia también a mi Padre. No es pequeño el castigo que de antemano les anuncia. Puesto que continuamente alegaban que por amor al Padre lo perseguían. Con lo dicho les quita El toda defensa. No les queda ya excusa alguna. El los adoctrinó con sus palabras y los confirmó con palabras y obras, conforme a la Ley de Moisés; y El mismo a quien tal hace y dice, si sus palabras llevan a la piedad y están apoyadas en grandes milagros, ordena que se le obedezca como a El mismo en persona.

Pero no sólo se refirió Jesús a sus milagros, sino a que eran tales cuales nunca ningún otro llevó a cabo. Y testigos de esto eran los mismos judíos, pues decían: Jamás se vio cosa parecida en Israel; y también: Nunca jamás se oyó decir que alguien abrió los ojos a un ciego de nacimiento. Y lo mismo fue cuando lo de Lázaro. Y se podrían citar muchos milagros y también el modo de verificarlos, pues todo ahí era nuevo y estupendo. Entonces ¿por qué dices que a ti y a nosotros nos perseguirán?: Porque no sois de este mundo. Si fuerais de este mundo, el mundo amaría lo que es suyo.

Les trae desde luego a la memoria las palabras que ya había El dicho a sus hermanos; aunque allá las dijo más cautamente para no ofenderlos, mientras que acá lo revela todo. Pero ¿cómo se demuestra que por causa de El se nos persigue? Por lo que conmigo han hecho, les dice. ¿Cuál de mis palabras o de mis obras que pudieron acusar no utilizaron para no recibirme? Y como esto mismo fuera para nosotros increíble y admirable, añade la razón: es a saber, la perversidad de ellos. Y no se contentó con eso, sino que adujo al profeta, haciendo ver que éste, ya de antiguo, había anunciado y había dicho: Me odiaron gratuitamente.

Lo mismo hace Pablo. Pues como muchos se admiraran de la incredulidad de los judíos, les pone delante los profetas que ya antiguamente predijeron eso y pusieron el motivo de semejante incredulidad, que fue la arrogancia y perversidad de los mismos judíos. Pero entonces, Señor, si no obedecieron tus palabras, tampoco creerán en las nuestras; y si a Ti te persiguieron, también nos perseguirán a nosotros; y si presenciaron milagros tales como nadie nunca los hizo iguales; y si escucharon discursos como nunca se habían escuchado; y todo eso de nada sirvió, sino que odiaron a tu Padre y también a Ti ¿cómo podremos ser testigos fidedignos? ¿cuál de nuestros conciudadanos nos prestará oídos?

Para que semejantes pensamientos no los perturbaran, advierte el consuelo que les da. Cuando viniera el Paráclito que Yo os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, El dará testimonio de Mí. Y también vosotros daréis testimonio, ya que desde el principio estáis conmigo. El será fidedigno, puesto que será Espíritu de la verdad. Por tal motivo no lo llama Espíritu Santo, sino Espíritu de la verdad. Que procede del Padre quiere decir que todo lo conoce con exactitud, lo cual afirma también el mismo Cristo de Sí: Yo sé de dónde vengo y a dónde voy, lo dice hablando de la verdad.

Al cual Yo enviaré. De modo que no lo envía el Padre solo, sino juntamente lo envía el Hijo. Y también vosotros seréis fidedignos, pues habéis estado conmigo y no oísteis la doctrina de boca de otro. Los mismos apóstoles más tarde lo aseveran y dicen: Los que con El comimos y bebimos. Y que no les dijera eso únicamente por adulación, lo testifica el mismo Espíritu. Estas cosas os digo para que no desfallezcáis, cuando veáis que muchos no creen y que vosotros soportáis duros trabajos. OÍ echarán de las sinagogas. Ya habían decretado los judíos que si alguno confesaba a Cristo, fuera arrojado de la sinagoga.

Llega ya la hora en que todo el que os dé muerte crea que rinde un servicio a Dios. Tramarán vuestra muerte como quien piadosamente procede y agradando a Dios. Luego nuevamente los consuela diciendo: Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a Mí. Os sirve de suficiente consuelo que lo sufriréis por el Padre y por Mí. De modo que les trae a la memoria aquella bienaventuranza que profirió allá a los principios: Seréis bienaventurados cuando os insultaren y persiguieren y dijeren falsamente todo género de maldad contra vosotros, por causa mía. Gózaos y alegraos porque vuestra recompensa será grande en los Cielos.

Esto os he dicho para que cuando llegue la hora de estos sufrimientos, os acordéis de esto que Yo os predije; y así también todo lo demás lo tengáis por digno de fe. No podréis decir que Yo por adulación o por conseguir vuestro favor he dicho estas cosas, ni que mis palabras eran falaces. Si alguien quisiera engañaros, no os haría estas predicciones que podrían aterrorizaros. Os las he predicho para que no os tomen de repente y os conturben; y también no podáis decir que Yo no supe de antemano lo futuro. Acordaos, pues, de que os lo predije. Los judíos constantemente propalaban como causa de perseguir a los apóstoles el mal que éstos hacían, por lo cual los echaban fuera como a gente perniciosa. Pero esto ya no perturbaba a los discípulos, pues habían oído que así sucedería y sabían el motivo por el que padecían, motivo que era suficiente para levantarles el ánimo. Por esto en todas partes lo presenta Jesús diciendo: No me han conocido; y por mi causa lo harán; y por mi nombre sufrirán los discípulos y por mi Padre; y también: Yo el primero he padecido; y además: al hacer eso los perseguidores obran con injusticia.

Pues bien, al tiempo de las pruebas y tentaciones, meditemos estas cosas, sobre todo cuando algo padezcamos de parte de los malos. Atendamos a nuestro jefe y consumador de nuestra fe; ya que lo sufrimos de parte de los perversos, lo sufrimos por la virtud y por Cristo. Si esto meditamos, todo nos será fácil y tolerable. Si cualquiera se gloría de lo que ha sufrido por aquellos a quienes ama, ¿qué pena puede sentir por sus males aquel que los sufre por Dios? Cristo, por amor nuestro, a la cruz, cosa llena de oprobio, la llama gloria; pues mucho más debemos nosotros estimarla así.

Si de este modo podemos despreciar los sufrimientos, mucho más podremos después despreciar los dineros y la avaricia. De modo que es conveniente, cuando habernos de sufrir alguna cosa pesada, que pensemos no únicamente en el trabajo, sino además en las coronas. Así como los mercaderes piensan no sólo en los peligros del mar, sino también en las ganancias, así conviene que nosotros pensemos en el Cielo y tengamos la confianza según Dios. Si las riquezas te parecen agradables, piensa que Cristo no las quiere, y al punto dejarán de agradarte. Lo mismo, si te es molesto hacer limosna a los pobres, no pienses únicamente en lo que das, sino levanta tu ánimo rápidamente de la siembra a la cosecha. Si te parece duro abstenerte del amor a la mujer ajena, medita en la corona que esto te adquiere, y fácilmente apartarás el fuego y soportarás el trabajo. Dura cosa es la virtud, pero rodeémosla de las grandes promesas de bienes futuros. Los buenos tienen por hermosa la virtud por sí misma, haciendo a un lado las demás consideraciones, y por eso la ejercitan; y proceden en eso correctamente, no atendiendo a la recompensa sino al beneplácito divino. Estiman sobremanera la continencia no para evitar el castigo, sino porque ella es un mandato de Dios.

Mas, si alguno es más débil, piense en los premios. Y lo mismo procedamos respecto de la limosna y compadezcámonos de nuestros conciudadanos, y no los despreciemos al verlos muertos por el hambre. ¿Cómo no ha de ser absurdo estar nosotros sentados a la mesa riendo y entre placeres, mientras escuchamos a otros que lloran en las calles y ni siquiera los miramos, sino que se lo tomamos a mal y los llamamos mentirosos? ¿Qué dices, oh hombre? ¿Hay acaso alguno que por un pan teja mentiras? Pues bien, de éstos en especial debes moverte a compasión, si dices que sí los hay. A éstos sobre todo hay que librarlos de su necesidad. Y si nada quieres darles, a lo menos no los cargues de injurias. Si no quieres librarlos del naufragio, a lo menos no los precipites al abismo. Cuando rechazas a quien te pide, considera lo que tú podrás conseguir cuando ruegas a Dios. Porque El dice: Con la medida que midiereis seréis medidos. Considera cómo ese pobre a quien rechazaste se aparta con la cabeza inclinada, llorando y llevando una doble herida: la de la pobreza y la de la injuria. Si piensas que pedir limosna es una maldición, piensa también cuán grave tempestad se levanta en el alma de quien pide y no recibe y ha de apartarse cargado de injurias.

¿Hasta cuándo seremos semejantes a las fieras? ¿hasta cuándo, a causa de nuestra avaricia, despreciaremos nuestra propia naturaleza? Muchos de vosotros ahora lloráis. Pero yo deseo que no únicamente ahora, sino perpetuamente obtenga ella de vosotros esa misericordia. Piensa en aquel día en que nos presentaremos ante el tribunal de Cristo y cómo necesitaremos entonces de misericordia. ¿Qué será cuando nos diga: por un pan o por un óbolo suscitasteis en éstos tan horrible tempestad? ¿Qué responderemos? ¿qué defensa hallaremos? Y que El nos presentará así en público, óyelo con sus mismas palabras: Cuando no lo hicisteis con uno de estos pequeñuelos tampoco conmigo lo hicisteis. !!

Porque no serán entonces ellos quienes nos lo dirán, sino el mismo Cristo quien nos lo reprochará. El rico Epulón vio a Lázaro, pero Lázaro nada le dijo. Fue Abrahán quien habló en favor de Lázaro. Lo mismo sucederá con los pobres que ahora despreciamos. No los veremos extendiendo su mano, con míseros vestidos, sino ya puestos en descanso. Y seremos nosotros quienes nos vestiremos de sus hábitos; y ojalá sea solamente de sus hábitos y no, lo que es cosa más grave, nos revista el castigo. Porque el rico Epulón ahí no anhelaba saciarse de las migajas, sino que sufría el fuego y era horriblemente atormentado; y le dijeron: Recibiste bienes en tu vida y Lázaro

No pensemos que las riquezas son alguna cosa grande, puesto que nos servirán de viático que nos llevará al suplicio si no nos cuidamos; así como si nos cuidamos, la pobreza será para nosotros un complemento de quietud y de gozo. Si la llevamos con acciones de gracias, lavaremos nuestros pecados y lograremos ante Dios grande confianza. En conclusión: no busquemos siempre y en todo el descanso, sino emprendamos los trabajos de la virtud. Cortemos lo superfluo y no busquemos más. Todo lo que poseemos démoslo a los pobres. ¿Qué excusa podemos alegar cuando Cristo nos promete el Cielo y nosotros en cambio ni siquiera un pan le suministramos; y eso que El hace nacer cada día el sol para ti?

El pone a tu servicio todas las criaturas y tú en cambio no le suministras ni siquiera un vestido, ni lo alojas bajo tu techo. Pero ¿qué digo el sol y las demás creaturas? Te ha dado su cuerpo y su sangre preciosa, ¿y tú no le das ni siquiera de beber? Dirás que ya le diste una vez. Pero eso no es misericordia. Mientras teniendo tú algo que dar no lo dieres, todavía no has cumplido con El. También las vírgenes necias tenían sus lámparas y tenían su aceite, pero no era suficiente en cantidad. Convenía que dieras de lo tuyo y no fueras tan parco en dar. Ahora, en cambio, cuando no das de lo tuyo, sino de lo que a Dios pertenece ¿por qué eres tan corto en dar, tan tenaz en retener?

¿Queréis que os exponga el motivo de semejante inhumanidad? Los que por avaricia amontonan riquezas, son siempre lentos para dar; porque quien ha aprendido ese modo de amontonar ganancias, no sabe gastar. Mas ¿cómo se convertirá quien así se halla dispuesto para la rapiña? El que anda arrebatando lo ajeno ¿cómo podrá dar de lo suyo? El perro que ya se acostumbró a devorar carne no puede en adelante ser guardián del rebaño. Por tal motivo los pastores a tales perros los matan. Pues bien, nosotros, para que eso no nos acontezca, abstengámonos de semejante alimento. Se alimentan de carne quienes causan la muerte por hambre al necesitado.

¿No adviertes cómo Dios todas las cosas las hizo comunes para todos? Si permitió que hubiera pobres fue en gracia de los ricos, para que éstos pudieran mediante la limosna redimir sus pecados. Pero tú te vuelves inhumano y cruel. Por donde se ve que si tuvieras esa potestad en cosas mayores, cometerías cantidad de asesinatos y habrías privado de la luz del día y de la vida a todos. Para que esto no sucediera, cortó el Señor, mediante esa tendencia insaciable, el camino para aquello.

Si os molestáis con estas cosas, mucho más me molesta a mí el verlas. ¿Hasta cuándo serás tú rico y el otro será pobre? Hasta la tarde de la vida. Más allá es imposible. Tan corta es la existencia de acá. Todo lo futuro está ya a las puertas y todo lo hemos de juzgar como el breve tiempo de una hora. ¿Qué necesidad tienes de una despensa rebosante, ni de rebaños de criados y de administradores? ¿Por qué, en vez de eso, no te apañas miles de pregoneros tuyos mediante la limosna? La despensa repleta sin lanzar voces atrae a cantidad de ladrones; en cambio la despensa dedicada a los pobres sube hasta Dios, suaviza la vida presente, libra de todos los pecados y logra gloria ante Dios y honra ante los hombres.

¿Por qué, pues, te privas de bienes tan numerosos y grandes? Más que a los pobres a ti mismo te beneficias, puesto que a ellos tú les proporcionas bienes de la vida presente, y en cambio te apañas la gloria futura y la confianza ante Dios. Ojalá todos la consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sean la gloria y el poder por los siarlos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 76