Crisóstomo - Mateo 54

54

HOMILÍA LIV (LV)

Se fue Jesús a la región de Cesárea de Filipo; y preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? (Mt 16,13).

¿POR QUÉ el evangelista, juntamente con el nombre de la ciudad puso el de su fundador? Porque hay otra ciudad, que se llama Cesárea de Estratón. Pero no es en ésta, sino en aquella otra es en donde Jesús, habiendo llevado a sus discípulos lejos de los judíos, los interroga; a fin de que libres de toda preocupación, con entera libertad y confianza, le digan lo que sienten. Mas ¿por qué no les preguntó desde luego el propio parecer, sino el de la multitud? A fin de que, tras de exponer la opinión de los demás, luego, al ser preguntados: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? por la forma misma de preguntarles se levantaran a más altos pensamientos y no se apezgarán en el vulgar conocimiento que tenía la multitud.

Por tal motivo tampoco les hizo la pregunta al principio de la predicación, sino una vez que ya había hecho muchos milagros y había disertado sobre muchos y sublimes dogmas y había dado pruebas de su divinidad y de su concordia con el Padre. Finalmente, ahora les propone la pregunta. Y no les preguntó ¿qué dicen de mí los escribas y los fariseos? Aunque éstos con frecuencia se habían reunido para disputar con él, sino que les pregunta: ¿Quién dicen los hombres que soy? buscando así la opinión del pueblo que suele ser desinteresada. Pues aun cuando fuera muy inferior a la que convenía, pero no estaba imbuida en la perversidad, mientras que la de los fariseos sí redundaba de malicia y maldad.

Y demostrando lo mucho que quería que se confesara y aclarara la nueva economía de la Encarnación, dice: Hijo del hombre, llamando así a la divinidad, como con frecuencia lo hace en otros pasajes. Porque dice: Nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombreé- Y también: ¿Qué sería si vierais al Hijo del hombre subir ahí a donde estaba antes? Luego, como ellos respondieran: Unos que Juan Bautista, otros que Elías; otros que Jeremías u otro de los profetas, puesta ya en claro la falsa opinión del pueblo, El continuó: Y vosotros ¿quién decís que soy? Los excitaba con esta segunda pregunta a pensar de El algo más grande y les demostraba que las opiniones anteriores andaban muy lejos de su verdadera dignidad. Por esto inquiere de ellos otra opinión y les hace esta segunda pregunta, a fin de que no se fueran tras del sentir de las turbas. Estas, por haber visto portentos que ciertamente no correspondían a un hombre, aunque por tal lo tenían, pero pensaban que había resucitado de entre los muertos, como juzgó el mismo Herodes. Así El, quitándoles semejantes suposición, les pregunta: Y vosotros ¿quién decís que soy? Como si les dijera: vosotros que continuamente estáis conmigo y me veis obrando milagros y aun habéis hecho por mi medio muchos prodigios. ¿Qué respondió Pedro, el que era la boca del grupo de los apóstoles? Siempre fervoroso, corifeo del grupo, como se les preguntara a todos, respondió él. Guando Cristo preguntó la opinión de las turbas, contestaron todos; pero ahora que les pregunta a ellos acerca de sí mismo, Pedro sale al punto y se adelanta a todos y dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y ¿qué le contestó Cristo?: Bienaventurado eres, Simón Bar Joña, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado. Ciertamente, si Pedro no lo hubiera confesado como engendrado del Padre, no habría sido necesaria una revelación. Si lo hubiera juzgado como otro hombre, no habría sido digno de que se le llamara bienaventurado. Porque ya anteriormente los que estaban con Jesús en la nave cuando la tempestad, decían: En verdad, éste es hijo de Dios. Mas aunque decían verdad, no se les llamó bienaventurados; porque no dieron a la palabra hijo el sentido que le dio Pedro y con que lo confesó, sino que lo juzgaron como hijo de Dios, pero como uno de los muchos hijos, eximio en verdad, pero uno entre muchos y no de la misma substancia que el Padre.

También Natanael dijo: Maestro, tú eres hijo de Dios, tú eres rey de Israel. Y sin embargo, no sólo no se le llamó bienaventurado, sino que, como si hubiera dicho algo muy inferior a lo que convenía, fue corregido por Cristo, quien le respondió: ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores has de ver A Entonces ¿por qué a Pedro se le llama bienaventurado? Porque confesó ser Cristo el Hijo de Dios con toda propiedad. Tal es el motivo de que Cristo a los otros nunca les haya dicho nada semejante; mientras que en el caso presente incluso declaró quién era el que hacía la revelación. Para que no fueran muchos a creer que Pedro había pronunciado palabras de amor y adulación, llevado del fervor de su cariño y por simple afecto y favor, Cristo declara quién fue el que le inspiró lo que dijo; y para que entiendas que Pedro pronunció las palabras, pero fue el Padre quien se las dictó; y para que no creyeras que la sentencia era una simple opinión humana, sino un verdadero dogma divino.

Mas ¿por qué no habla el mismo Jesús, ni dice: Yo soy el Cristo? ¿Sino que por medio de preguntas va preparando todo, y así induce a los discípulos a proferir semejante confesión? Porque esto era para él más congruente y para ellos más necesario, de modo que así los atraía a mejor dar fe a lo que se decía. ¿Adviertes en qué forma el Padre revela al Hijo y el Hijo revela al Padre? Dice el mismo Cristo: Ni alguno conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar? De modo que no podemos por otro camino conocer al Hijo, sino por el Padre, ni al Padre sino por el Hijo. Por aquí se demuestra la igualdad de honor que se les debe y su consubstancialidad. Y ¿qué dice Cristo?: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú te llamarás Cejas. Como si le dijera: pues tú has predicado a mi Padre, Yo predicaré el nombre del que a ti te engendró. Es decir: Así como tú eres hijo de Jonás, así soy Yo Hijo de mi Padre. Porque sería cosa inútil decir: Tú eres hijo de Jonás. Mas como Pedro lo llamó Hijo de Dios, para demostrar que era Hijo de Dios como Pedro era hijo de Jonás, o sea de la misma substancia del Padre, añadió las dichas palabras.

Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; es decir, sobre esta confesión de fe. Con esto declara que muchos creerán, y así levanta los ánimos y juntamente a Pedro lo constituye Pastor. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Como si dijera: si no prevalecerán contra ella, mucho menos prevalecerán contra mí De manera que no te turbes cuando oigas que he sido entregado y crucificado. Enseguida proclama otro honor de Pedro: Yo te daré las llaves del reino de los cielos. ¿Qué significa esto de: Pero yo te daré las llaves del reino de los cielos? Que así como mi Padre te dio que me conocieras, así Yo te daré. Y no dijo: Yo rogaré a mi Padre, aunque ya eso fuera una gran demostración de poder y don inefable de grandeza; sino dijo: Yo te daré. Yo pregunto: ¿qué le darás? Las llaves del reino de los cielos; y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos; y cuanto desatares en la tierra será desatado en el cielo.

Entonces ¿cómo no ha de serle propio suyo conceder el sentarse a su derecha o a su izquierda, siendo él quien dijo: Yo te daré? ¿Adviertes cómo levanta a Pedro a un mayor conocimiento suyo y se le revela a sí mismo, y mediante ambas promesas se le muestra Hijo de Dios? Porque lo que es exclusivo de Dios, o sea perdonar los pecados y hacer inconmovible a la iglesia en tan encontrados embates de las olas y hacer a un pescador más firme que una roca mientras el orbe todo lo acomete, esto El le promete a Pedro que se lo dará; del mismo modo que el Padre hablando con Jeremías, decía haberlo puesto como columna de bronce y como muro. Con la diferencia de que a Jeremías se le concedió para una sola nación, mientras que a Pedro, para todo el orbe de la tierra.

Con gusto preguntaría yo ahora a los que andan minimizando la dignidad del Hijo cuáles dones son mayores: los que dio el Padre o los que dio el Hijo a Pedro. El Padre dio al Hijo la revelación del Hijo; pero el Hijo a Pedro el enseñar y publicar por todo el orbe el conocimiento del Padre y del Hijo; y aunque era Pedro hombre mortal le confirió plena potestad en el cielo al entregarle las llaves a él, que extendió la Iglesia por toda la tierra y la demostró más firme que los mismos cielos. Pues dice Cristo: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. ¿Cómo pues será menor que el Padre quien tales potestades otorga y tales cosas obró? Y no digo esto separando las obras del Padre de las del Hijo, pues: Todas las cosas fueron hechas por El y sin El nada fue hecho sino para reprimir la lengua impudente de los que se atreven a proferir semejantes errores.

Tú advierte, por todo lo dicho, el poder de Cristo: Yo te digo: tú eres Pedro; yo edificaré mi iglesia; yo te daré las llaves del reino de los cielos. Y enseguida, tras de haber dicho eso, les ordenó que a nadie dijeran que El era el Cristo. ¿Por qué lo ordenó? Con el objeto de que una vez removidos los escándalos y consumada su crucifixión y sus demás padecimientos, y no habiendo ya nada que perturbara o impidiera la fe en El recibida ya por muchos, se imprimiera en los ánimos de los oyentes acerca de El una creencia sincera e inconmovible. Porque aún no había brillado su virtud en todo su esplendor. Deseaba por esto que ellos la predicaran cuando la manifiesta verdad de las cosas y la fuerza grande de los hechos, sirvieran de apoyo y patrocinio a la predicación.

Al fin y al cabo no era lo mismo verlo en Palestina ahora obrando milagros, ahora rechazado e injuriado, sobre todo teniendo que venir en pos de los milagros la cruz, que verlo después cuando ya la tierra entera lo adorara y floreciera la fe en El, y nada padeciera de cuanto antes había padecido. Tal es el motivo de que les ordene no decirlo a nadie. Lo que ya una vez echó raíces, si se arranca difícilmente puede de nuevo plantarse y arraigar entre muchos; pero lo que una vez ya plantado permanece sin que se le remueva, fácilmente, sin causar a nadie molestias, pulula y con mayor aumento crece.

Si quienes habían visto infinitos milagros y habían sido partícipes de tan inefables misterios se escandalizaron de solo oírlo; y no solamente ellos sino el mismo jefe y corifeo de todos, Pedro, quiero yo que consideres lo que habrían muchos experimentado, si entonces hubieran sabido que era el Hijo de Dios, y luego lo hubieran visto crucificado y escupido, sin conocer aún tan arcanos misterios, pues aún no habían recibido el Espíritu Santo. Si a los discípulos hubo de decirles: Muchas cosas tengo aún que deciros pero ahora no podéis llevarlas? con mucha mayor razón el resto de la multitud habría defeccionado si antes del tiempo oportuno se les hubiera revelado lo que formaba la cumbre y lo más alto de semejantes misterios. Por eso les prohíbe publicar lo de su divinidad.

Y para que veas cuan importante era que hasta después recibieran la plena doctrina, o sea una vez removidos los obstáculos que podrían estorbar, sábelo de boca del mismo corifeo. Pedro mismo, quien tras de tantos milagros todavía apareció tan débil que llegó hasta a negar al Maestro y se atemorizó ante una muchacha, en cuanto se hubo cumplido el misterio de la cruz y tuvo él claras pruebas de la resurrección, de modo que ya no tenía delante ningún tropiezo, en tal forma mantuvo inconmovible la doctrina del Espíritu Santo, que arremetió con mayor vehemencia que un león al pueblo judío, aun cuando lo amenazaban peligros y miles de muertes.

Muchas cosas, les dijo Jesús, tengo aún que deciros, pero ahora no podéis llevarlas. Más aún: ni siquiera entendían muchas de las ya dichas por El, porque antes de su crucifixión no 'as explicó. Una vez que El resucitó, ellos entendieron algunas de las que había dicho. Con razón, pues, con muchas palabras ordenó que no declararan aquello antes de que padeciera la cruz, puesto que El mismo no se atrevió a descubrir, antes de la cruz, todas las cosas, a los mismos que luego las habían de predicar.

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que padecer. ¿En qué tiempo? Guando ya los había imbuido en ese dogma; cuando inició e introdujo el principio de la admisión de los gentiles. Pero los discípulos ni aun así entendían lo que les decía. Pues dice el evangelista: Porque ellos no entendían nada de esto¡l Vivían como en medio de cierta oscuridad, sin caer en la cuenta de que El resucitaría. Por lo cual Jesús se alarga en estas cosas difíciles y amplía su conversación con el objeto de abrirles el entendimiento y comprendan lo que se les dice. Pero no entendieron, y eran para ellos cosas ininteligibles. Y no se atrevían a preguntarle, no si acaso habría de morir, sino cómo y por qué motivo.

¿Cuál era el misterio? Que no sabían qué era eso de resucitar, y juzgaban ser mucho mejor que no muriera. Por esto, mientras todos los otros andaban dudosos y perturbados, Pedro, fervoroso como era, fue el único que se atrevió a hablarle del asunto. Y no lo hizo en público sino aparte, es decir, separado de los otros discípulos. Y le dijo: No quiera Dios, Señor, que esto suceda. ¿Qué es esto? El que recibió la revelación, el que recibió el título de bienaventurado, éste de pronto ¿cayó y temió la Pasión? Mas ¿qué hay de admirable en que quien no había recibido revelación acerca de la Pasión sufriera eso? Pues para que veas que lo que antes dijo no lo dijo de su propia cosecha, observa cómo en lo que no le fue revelado se turba y es derrotado; y aunque infinitas veces lo oía, pero no lo entendía. Conoció ciertamente que Jesús era Hijo de Dios; pero qué sea el misterio de la cruz y de la resurrección, no lo conocía con claridad. Pues dice el evangelio: Pero ellos no entendían nada de esto. ¿Ves, pues, cómo justamente les ordenó que a nadie lo dijeran? Pues si de tal modo perturbó a aquellos a quienes era necesario decirlo ¿qué no habría sucedido a los demás? Jesús, para demostrar que no iba contra su voluntad a la Pasión, increpó a Pedro y aun lo llamó Satanás.

Oigan esto los que se avergüenzan de la cruz de Cristo. Pues si el jefe de los apóstoles antes de que tuviera conocimiento completo de todos los misterios fue llamado Satanás a causa de aquella disposición de ánimo ¿qué perdón merecerán los que después de tantas pruebas todavía niegan la economía redentora? Cuando el hombre que fue llamado bienaventurado e hizo aquella excelente confesión, es llamado Satanás, considera lo que tendrán que sufrir de castigo los que después de tantas pruebas, desprecian el misterio de la cruz. Y no le dijo Cristo: por tu boca ha hablado Satanás; sino: Apártate de mí, Satanás. Es que Satanás anhelaba que Cristo no padeciera. Por eso Cristo lo increpó con vehemencia, pues bien sabía que Satanás y otros temían su Pasión y no fácilmente la admitían. Y así, descubriendo los secretos de los pensamientos de Pedro, le dice: Porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres.

¿Qué significa eso de no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres? Pedro, pensando el asunto conforme a razón humana y terrena, juzgaba ser vergonzoso y no conveniente que Cristo padeciera. Por esto, increpándolo, le decía Cristo: Ño es indecoroso que yo padezca, sino que tú, juzgando según la carne, así lo pienses; pero si hubieras prestado oído a las palabras de Dios y te hubieras despojado de tu modo carnal de sentir, sabrías que precisamente eso es lo que más conviene. Crees tú ser cosa indigna que yo padezca; pero yo te digo que es voluntad del diablo que yo no padezca. De este modo Cristo disipaba la preocupación de Pedro, alegando lo contrario.

Así como al Bautista que juzgaba no ser digno que Jesús fuera bautizado por él, lo obligó diciéndole: Así es necesario; y al mismo Pedro, cuando no quería éste que le lavara los pies, le dijo: Si no te lavare los pies no tendrás parte conmigo "L del mismo modo ahora atajó a Pedro, oponiéndole lo contrario y con la vehemencia de la increpación extinguió en él el temor de la Pasión. Que nadie, pues, se avergüence de los venerandos símbolos de nuestra salud, que en sí contienen el origen de todos los bienes, y por los que tenemos vida y existimos. Más bien llevemos en torno nuestro, a modo de corona, la cruz, pues por medio de ella se obra todo lo que nos interesa.

Si hemos de ser regenerados, ahí está la cruz; si nos hemos de nutrir con el místico alimento; si hemos de ser consagrados sacerdotes; si es necesaria otra cualquiera sagrada acción, en todas partes tenemos presente ese símbolo de victoria. Por eso la llevamos pintada en las mansiones, en los muros, en las ventanas, en la frente y en el pensamiento empeñosamente. Es ella señal de nuestra salvación, de la común libertad y de la mansedumbre del Señor que como oveja fue llevado a la muerte Así pues, cuando te persignas piensa en todo el significado de la cruz y apaga todo afecto de ira y todo anhelo perverso. Cuando te persignas, ocupa ampliamente tu frente toda y haz así libre a tu alma.

Sabéis bien qué cosas son las que nos engendran la libertad. Por eso Pablo, exhortándonos a lo mismo, es decir, a una congruente libertad, tras de haber hecho recuerdo de la cruz y de la sangre del Señor, dice luego: Habéis sido comprados a preció: no os hagáis siervos de los hombres. Como si dijera: piensa en el precio por ti pagado y nunca te harás esclavo de los hombres: y llama precio a la cruz. Es necesario que no sólo con los dedos la formemos, sino que primeramente lo hagamos con la voluntad y la fe grande. Si con esta condición la dibujas en tu casa, ningún demonio impuro podrá estar en tu contra, pues verá la espada con que fue herido con herida mortal. Si nosotros con sólo ver el lugar en donde dan muerte a los reos, sentimos horror ¿considera lo que sufrirán el diablo y los demonios todos, al ver el dardo con que Cristo venció todo su poder y cortó la cabeza del dragón.

No te avergüences pues de don tan grande, para que no se avergüence de ti Cristo cuando venga en su gloria y se vea esta señal que baja, más brillante que los rayos del sol, delante de Cristo. Porque vendrá entonces la cruz clamando con sola su presencia y defendiendo delante de todo el orbe la causa del Señor y demostrando que de parte de El nada faltó para salvarnos. Esta señal en tiempos de nuestros antepasados, y también en los actuales, abrió las puertas cerradas; esta señal destruyó los venenos; esta señal deshizo la fuerza de la cicuta; ésta curó las mordidas de las bestias venenosas. Pues si abrió las puertas infernales y abrió las puertas del cielo y renovó la entrada al paraíso; si destrozó la fuerza de los demonios ¿por qué ha de ser maravilla que venciera los venenos y las fieras y las demás cosas a éstas semejantes?

Graba esto en tu mente y abraza esa señal, salud de nuestras almas. Porque esta cruz salvó y convirtió al orbe, alejó el error, trajo la verdad, hizo de la tierra cielo y de los hombres hizo ángeles. Por virtud de la cruz ya no son temibles los demonios; la muerte ya no es muerte, sino un sueño; por la cruz todo cuanto nos era contrario quedó abatido, por tierra, pisoteado. De modo que si alguien te pregunta: ¿al Crucificado adoras? con franca voz, con rostro alegre, respóndele: ¡Lo adoro y nunca dejaré de adorarlo! Y si ese tal te burla, llora tú por su locura. Da gracias al Señor por tan inmensos beneficios que si no fuera por la revelación nadie podría ni siquiera conocerlos.

Ese que te burla, lo hace porque: El hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios. También los niños suelen reírse así cuando ven cosas grandes y maravillosas. Si introduces a un niño en la celebración de los misterios, del mismo modo se reirá. A semejantes muchachillos se parecen los gentiles: ¡más aún: son más imperfectos! Y por lo mismo son más miserables los que no en su puericia sino en su edad madura hacen lo mismo que los niños; y por lo mismo no merecen perdón. Por nuestra parte, con claras voces y con clamores grandes proclamamos (y con mayor libertad si hay gentiles presentes): ¡Nuestra gloria es la cruz, fuente de todos los bienes, confianza y corona nuestra! Yo quisiera poder decir con Pablo: Porque el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Pero no puedo, porque variados y múltiples afectos me detienen. Por lo cual, yo os exhorto -¡y antes que a vosotros a mí mismo!- a que nos crucifiquemos al mundo y no tengamos nada común con la tierra, sino que amemos la patria de allá arriba, la gloria aquella, los bienes celestes. Porque somos soldados del Rey celestial y estamos revestidos de armas espirituales. Entonces ¿por qué llevamos una vida propia de cantineros, charlatanes, o mejor dicho de gusanos? Pues en donde está el rey ahí conviene que esté el soldado. Somos soldados no de los que andan allá lejos, sino de los que asisten al Rey. Un rey terreno no permite que todos los soldados estén presentes en el palacio, ni ahí a su lado. En cambio, el Rey del Cielo quiere que todos estén en derredor de su trono.

Preguntarás: ¿cómo puede ser que, viviendo acá en la tierra, estemos en torno de aquel solio regio? Pues como Pablo, quien viviendo en la tierra, sin embargo estaba allá en donde están los querubines y los serafines; y aún más cerca de Cristo que los guardias lo están del emperador. Porque éstos con frecuencia andan mirando a una y otra parte. Pablo en cambio no era arrastrado por ninguna fuerza de la imaginación, sino que estaba adherido a Cristo con toda su mente. De modo que si queremos, también nosotros lo podremos. Si Cristo distara por el lugar interpuesto, razonablemente pondrías esa objeción; pero estando él presente en todas partes, en verdad cercano se halla para todos los que viven vigilando.

Por esto decía el profeta: No temo mal alguno porque tú estás conmigo. Y también el mismo Dios: Yo soy Dios que está cerca y no lejos. Pues así como los pecados nos separan de él, así la justicia nos junta con él. Porque dice: Estando tú aún hablando te diré: aquí estoy. ¿Qué padre oirá así a sus hijos y a sus nietos? ¿Qué madre estará tan preparada y a punto si los hijitos la llaman? Ni el padre ni la madre, sino solamente Dios atiende tan asiduamente para ver si alguno de sus allegados lo invoca, y jamás ha dejado de oír cuando lo llamamos como conviene.

El mismo dice: Estando tú aún hablando. Como si dijera: ni siquiera espero a que termines, sino que al punto te escucho. Invoquémoslo, pues, como él quiere ser invocado. Y ¿cómo quiere? El lo dice: Rompe las ataduras de iniquidad, deshaz los haces opresores, deja libres a los oprimidos y quebranta todo yugo. Parte tu pan con el hambriento, alberga al pobre sin abrigo, viste al desnudo, no vuelvas tu rostro al hermano. Entonces brotará tu luz como la aurora y pronto germinará tu curación e irá delante de ti tu justicia y detrás la gloria de Yavé. Entonces llamarás y el Señor te oirá; lo invocarás y él te dirá: Heme

Preguntarás tal vez: pero ¿quién será capaz de hacer todo eso? Pero más bien debes preguntar quién es el que no puede hacerlo. Porque ¿qué hay en lo dicho que sea difícil? ¿qué hay que sea laborioso? ¿qué que no sea fácil? De tal modo son esas cosas no sólo posibles, sino fáciles, que muchos las han sobrepasado; y no sólo han desgarrado las escrituras injustas, sino que aún se han despojado de sus bienes; no sólo han recibido en hospedaje y a su mesa a los pobres, sino que se han tomado grandes trabajos y sudores para alimentarlos; y esto no sólo a los parientes sino a los enemigos los han colmado de beneficios.

¿Qué hay de difícil en lo que acabo de decir más arriba? Porque no dijo el Señor: traspasa los montes, cruza los mares, cava tantas más cuantas yugadas de tierra, haz largos ayunos, vístete el saco de penitencia; sino únicamente comparte de tus bienes con el prójimo, da a los pobres de tu pan, rompe las escrituras injustas. Pregunto, pues: ¿qué cosa habrá más fácil que eso? Y si te parece difícil, piensa en el premio y se te hará fácil. Al modo como los reyes en los hipódromos ponen delante de los concursantes los premios, coronas y mantos, así Cristo a su vez pone en medio del estadio los premios; y mediante los profetas, como si se valiera de muchas manos, los despliega.

Y por cierto, los reyes, aun cuando sean mil veces reyes, como hombres que son no tienen sino riquezas perecederas y ostentan una liberalidad que se consume, es decir, cosas que son en verdad de poco valor, pero que ellos procuran que se estimen en mucho, y por esto dan cada cosa a uno de los ministros para que la vaya exhibiendo ahí al medio. Nuestro Rey, por el contrario, lo reúne todo; y, pues abunda en riquezas, no hace ostentaciones, sino que pone en medio cosas que cuando se desplieguen serán de inmenso valor, y que necesitarán de muchas manos para exhibirlas.

Y para que lo comprendas, ve recorriendo una por una. Entonces brotará tu luz como la aurora. ¿No es verdad que esto parece ser un solo don? Pero no es uno, pues encierra en sí muchos premios, coronas y recompensas. De modo que si os place, los desplegaremos y pondremos a la vista en cuanto está en nuestra posibilidad, con tal de que no os fatiguéis. Y en primer lugar veamos lo que significa ese brotará. Porque no dijo aparecerá, sino brotará, mostrándonos con esto la abundancia y presteza y en cuan gran manera anhela nuestra salvación y cuántas ansias tiene de sacar a luz esas riquezas, y que nada hay que pueda impedir su ímpetu inexplicable: con todo lo cual se da a entender la inmensa abundancia de bienes.

Y ¿qué significa eso de la aurora? Quiere decir que los premios vendrán no tras de los combates y tentaciones, ni después de las oleadas de males, sino aun adelantándose a ellos. Así como tratándose de los frutos llamamos matutinos a los que aparecen antes del tiempo propio, así aquí con esa palabra da a entender la presteza, lo mismo que cuando anteriormente decía: Estando aún hablando tú, te diré: Aquí estoy. Y eso que llama luz ¿de qué luz se trata? No es de esta sensible, sino de otra mucho más excelente, mediante la cual veremos el cielo y los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y Serafines, los Principados y las Potestades, los Tronos y las Dominaciones y el ejército entero celeste y aquellos palacios reales y aquellas mansiones.

Si logras esa luz, verás todo esto y estarás libre de la gehenna y del gusano venenoso y del rechinar de dientes y de las indestructibles ataduras y de la angustia y tribulación y de la oscurísima cárcel, y de los tormentos y torrentes de fuego, y de la maldición y de los sitios de castigo; e irás a donde no existe el dolor, no hay tristeza sino gozo abundante, paz, caridad, alegría, deleites; a donde hay vida eterna, gloria inefable, hermosura indecible; a donde están las eternas mansiones y la imponderable gloria del Rey; y en fin aquellos bienes que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre? Allá están el espiritual Esposo y los tálamos celestes y las vírgenes con sus brillantes lámparas y todos los que poseen las vestiduras nupciales. Allá están las abundantes riquezas de Dios y los regios tesoros.

¿Observas cuan grandes premios y cuan abundantes encerró en sola aquella palabra? De modo que si examinamos cada palabra, encontraremos abundantísimos tesoros y un mar inmenso de ellos. Ahora yo pregunto: ¿dudaremos aún y no estaremos prestos a ser misericordiosos con los demás? ¡De ningún modo, os lo ruego! Aun cuando sea necesario dejarlo todo y echarlo al fuego y arrojarnos en medio de las espadas y saltar contra las puntas de ellas, o sea preciso sufrir otra cosa cualquiera, toleremos con facilidad todo, para conseguir el vestido propio para el reino de los cielos y para aquella gloria inexplicable. Ojalá que todos la consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

CXXII


55

HOMILÍA LV (LVI)

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: el que quiera venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16,24).

ENTONCES. ¿Cuándo? Después de que Pedro había dicho: No quiera Dios que esto suceda, y había oído aquel Retírate de mí, Satanás. No le pareció suficiente a Jesús con increpar a Pedro; sino que anhelando demostrar con abundancia lo absurdo de sus palabras y la utilidad que de su Pasión se seguiría, dijo: Tú, Pedro, me dices: No quiera Dios que esto suceda; mas Yo te digo que no sólo sería dañoso para ti el impedirme padecer, aun cuando te pese mi Pasión, sino que ni siquiera podrías alcanzar tu salvación, si tú mismo no estás preparado para morir. Y para que no pensara que el padecer era indigno de Cristo, no sólo con las anteriores palabras, sino también con las que siguen, le enseña la utilidad de su Pasión.

En Juan dice: Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho frutos-Pero ahora, tratando más largamente del asunto, habla no únicamente de su acabamiento por la muerte, sino que extiende la doctrina a sus discípulos. Como si les dijera: tan grande es la ganancia de la Pasión que si vosotros no queréis morir, os será perjudicial; mas sucederá lo contrario si estáis preparados para ese bien. Así lo declara con lo que sigue. Pero ahora lo examina por un solo lado. Observa cómo impone una obligación estricta. Pues no dice: Queráis o no, es necesario que padezcáis semejante Pasión. Sino ¿qué es lo que dice? Si alguno quiere venir en pos de mí. No lo obligo; no le impongo una necesidad; lo dejo al arbitrio de cada uno. Y por esto digo: Si alguno quiere. Os invito a bienes y no a males, ni a cosas difíciles, ni a suplicios y penas, para que fuera necesario obligaros. La naturaleza misma de la cosa es suficiente para atraer. Y con decirles esto, más los animaba. Quien pone obligación, con frecuencia más bien aparta de la obra; pero quien la deja al arbitrio del oyente, más lo atrae. Puesto que más fuerza tiene la simple exposición de la empresa que no la violencia Por eso les decía: Si alguno quiere. Como si les dijera: grandes son los bienes que os ofrezco, y tales que espontáneamente se corre hacia ellos.

A la verdad, si alguno ofreciera oro y un tesoro tal vez, no llamaría con violencia. Pues si a esas cosas se va sin violencia, mucho más se irá a los bienes celestes. Si la naturaleza misma de la cosa no te persuade a que corras a ella, ya no eres digno de recibirla; y si la recibes, no sabrás apreciar lo que recibes. Por eso Cristo no obliga, sino exhorta y es indulgente con nosotros. Y como los discípulos murmuraban mucho, comentando lo dicho y se turbaban, les dice: no es el caso de turbarse y comentar. Si creéis que lo que dije, si os aconteciere, no es fuente de bienes innumerables, yo no os obligo, no os hago violencia, solamente invito al que quiera.

No penséis que seguirme es hacer eso que ahora hacéis al seguirme. Necesitaréis de muchos trabajos y pasar por muchos peligros, si habéis de seguirme. No por haberme confesado ahora, oh Pedro, vayas a pensar que sólo te esperan coronas y que con solo pensar lo que has pensado te basta para la salvación y que en adelante has de vivir contento como si ya todo estuviera acabado. Como Hijo de Dios que soy, puedo eximirte de experimentar los males, pero por bien tuyo no quiero hacerlo, para que tú pongas algo de tu parte y así seas mejor probado. Ningún Prefecto de juegos, cuando estima mucho a un atleta quiere coronarlo gratis, sino que anhela que éste lo gane con su propio trabajo, sobre todo porque lo estima. Así Cristo quiere que aquellos a quienes especialmente ama brillen con su propio mérito y por sola su gracia.

Advierte, además, cómo hace un discurso en nada pesado. Puesto que no circunscribe los males a solos los discípulos, sino que, extendiendo su enseñanza a todo el orbe, dice: Si alguno quiere, ya sea mujer o varón, príncipe o súbdito, quienquiera que por este camino echare. Al parecer dice una sola cosa, pero en realidad son tres: negarse a sí mismo, tomar su cruz, seguirlo. Junta dos cosas, en tanto que la otra la pone aparte. Veamos en primer lugar qué sea negarse a sí mismo. Pero ante todo qué sea negar a otro. Y así sabremos qué sea negarse a sí mismo. Quien niega a otro, ya sea su hermano o su criado u otro cualquiera, no se presenta, no lo auxilia, no se entristece, no se aflige, puesto que se trata de uno que le es extraño.

Quiere, pues, Cristo que en esa forma, es decir, en forma alguna, perdonemos a nuestro cuerpo; de modo que aún cuando lo azoten, lo empujen, lo quemen o le hagan otra cosa cualquiera no lo perdonemos. Porque esto es verdaderamente perdonarlo. Así los padres, cuando entregan sus hijos a los maestros, es cuando verdaderamente los perdonan, advirtiendo al profesor que nada les perdone a los niños. Así, Cristo no dijo que no se perdone uno a sí mismo, sino lo que es más duro: Niegúese a sí mismo. Es decir, que sea para sí como un extraño, de manera que se entregue a los peligros y certámenes, y esté en tal disposición como si fuera otro el que padeciera. No dijo simplemente negarse, sino abnegarse. Y con este pequeño aditamento da a la sentencia una gran fuerza. Porque abnegarse es mucho más que simplemente negarse.

Y tome su cruz. Es una consecuencia de lo anterior. No vayas a pensar que conviene abnegarse únicamente cuando se trate de palabras, injurias y oprobios. Por eso dice hasta dónde conviene negarse a sí mismo: es decir hasta la muerte, y muerte la más oprobiosa. Y para significarlo no dijo: niegúese a sí mismo hasta la muerte, sino tome su cruz, o sea hasta la muerte más vergonzosa; y no una ni dos veces, sino por toda la vida. Como si dijera: lleva contigo perpetuamente semejante muerte y permanece cada día dispuesto a morir. Puesto que muchos despreciaron las riquezas, los placeres, la gloria, pero no despreciaron la muerte, sino que tuvieron temor a los peligros, Yo, dice Cristo, quiero que mi atleta luche hasta la muerte y que soporte el certamen hasta derramar su sangre. De modo que conviene llevar con fortaleza la muerte, si es necesario morir, y aun la muerte más oprobiosa y execrable, y aunque sea por vanas sospechas: y en tales casos grandemente gozarse.

Y sígame. Como puede suceder que el que padece no siga a Cristo, no padece por El (así como los ladrones, los robadores de sepulcros, los hechiceros sufren y graves padecimientos), para que no creas que basta con soportar los dolores, añadió el motivo de soportarlos. ¿Cuál es? Que al sufrir todo eso, vayas en seguimiento de Cristo y por causa de El lo padezcas y así ejercites todas las virtudes. Porque eso significa: Sígame. De manera que no sólo demuestres fortaleza de ánimo en los padecimientos, sino además continencia, equidad y toda clase de virtudes. Esto es seguir a Cristo como conviene: procurar las demás virtudes y padecer por El todo Hay quienes siguen al demonio y padecen las mismas cosas y por él aceptan la muerte; pero nosotros lo hacemos por Cristo y aun por nosotros mismos y por nuestro bien. Ellos lo hacen dañándose a sí mismos aquí y en la otra vida; pero nosotros lo hacemos para lucrar ambas vidas.

Entonces ¿cómo no sería el colmo de la desidia el no tener tan gran fortaleza cuanta muestran esos que perecen, cuando vamos a recibir tantas coronas? Y eso que a nosotros nos auxilia Cristo y a ellos nadie. Por otra parte, este fue el precepto que dio Cristo a los apóstoles cuando los envió a misión, di-ciéndoles: No vayáis a los gentiles. Os envío como ovejas en medio de lobos. Seréis llevados a los gobernadores y reyes? Pero ahora lo enunció más solemnemente y con mayor reciedumbre. Porque entonces hablaba sólo de la muerte, mientras que aquí menciona la cruz y una cruz perpetua. Puesto que dice: Tome su cruz, es decir: llévela siempre.

Tenía Cristo por costumbre poner los mandatos más importantes no al principio y como exordio de sus discursos, sino poco a poco y sin sentir, a fin de que los oyentes no se perturbaran con lo duro de las cosas. Aquí, como lo que decía parecía ser cosa difícil y molesta, observa cómo la hace fácil en lo que sigue, estableciendo premios superiores a los trabajos. Y no sólo premios, sino además castigos para los perversos. Y en los castigos se detiene más que en los premios, porque a muchos los hace prudentes más la amenaza de los castigos que los bienes del premio.

Sin embargo, advierte cómo en este pasaje comienza y acaba con lo mismo. Pues dice: El que quiera salvar su vida la perderá; y el que quiera perder su vida por mí, la hallara. Y también ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? Y no es que no os tenga compasión, sino que, por el contrario, os compadezco cuando tal cosa ordeno. Pues quien condesciende con su hijo lo pierde, mientras que quien no le deja pasar nada, ése lo salva. Que es lo mismo que dijo el sabio: Si castigas a tu hijo con la vara, no morirá; antes librarás su alma de la muerte? Y también: El que ama a su hijo tiene siempre dispuesto el azote para que al fin pueda complacerse en él. Y lo mismo se hace en el ejército. Pues si el capitán, por no molestar a sus soldados los mantiene siempre en el campamento, destruye a los mismos soldados y a otros muchos.

Pues bien: a fin de que tal cosa no os acontezca, dice Jesús, os conviene estar siempre preparados para una muerte continua. Porque vendrá luego una guerra terrible. No te estés quieto en casa. Sal al campo y pelea; y si caes en la pelea, habrás encontrado la vida. Si en estas guerras sensibles y de acá, quien está pronto y preparado para la muerte, es tenido como preclaro entre los demás y como invicto y temible para los enemigos; y sin embargo, si muere no puede el general resucitarlo, el general por quien pelea, mucho más en las batallas espirituales en que se tiene la esperanza de la resurrección, quien exponga a la muerte su vida, la encontrará: desde luego porque no será vencido prontamente; y además, porque, aun estando postrado lleva su alma una vida mejor.

Luego pues había dicho: Quien quiera salvar su alma la perderá y quien la pierda la salvará; y en ambos casos habló de la salud y de la perdición, para que nadie piense que aquella perdición y esta otra, ni aquella salud ni esta otra son iguales, sino que vea con claridad que hay tan gran diferencia entre aquella y esta salud cuanta hay entre aquella y esta perdición, la demuestra mediante los contrarios diciendo: Porque ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿Observas cómo la salvación que se logra fuera de lo conveniente es perdición, y perdición la peor de todas, como que ya no tiene remedio, pues nada hay que pueda redimirla?

Como si dijera Cristo: No pienses que quien así guarda su alma, evadiendo los peligros, la ha salvado; añádele si quieres que ha guardado todo el orbe y lo ha ganado. Porque ¿qué ganancia saca de todo eso, si ha perdido su alma? Si vieras tú a tus criados en delicias mientras tú estás entre males extremos ¿pensarías que por ser señor de ellos tú algo lograbas? ¡De ningún modo! Pues piensa así respecto de tu alma cuando mientras tu carne vive entre delicias y riquezas a ella le espera la muerte futura. ¿Qué dará el hombre a cambio de su alma? Insiste en lo mismo. Como si dijera: ¿tienes acaso otra alma que des a cambio de la tuya? Si pierdes tus riquezas, las puedes suplir con otras; y lo mismo si pierdes tu casa o tus esclavos u otra cualquiera posesión que tengas. Pero si pierdes tu alma no podrás dar otra. Aun cuando poseas el mundo y seas rey del universo; aunque pongas en la balanza todas las cosas del orbe y al orbe mismo íntegro, no puedes redimir una sola alma.

Pero ¿es acaso admirable que así suceda respecto del alma, cuando aun en las corporales cosas lo mismo se puede observar? Aun cuando estés con mil diademas coronado, si tu cuerpo estuviere enfermo de una dolencia incurable, no lograrías, ni aun dando de regalo todo el reino, alcanzar la salud; y esto aun cuando añadieras otros muchos cuerpos y ciudades y riquezas. Pues piensa lo mismo acerca de tu alma; y con mayor razón tratándose del alma. Dejando, pues, todo lo demás, ocúpate de ella con todas tus fuerzas. No te preocupes de las cosas de los demás con descuido de ti mismo y de tus intereses, cosa que ahora todos hacen, pareciéndose a los que trabajan en las minas que ninguna utilidad ni riqueza sacan de semejante trabajo, sino muy grave daño, pues en vano se exponen a los peligros en bien de otros, sin obtener para sí ganancia de los sudores y aun de la muerte que muchas veces les acontece. Y actualmente tienen éstos muchos imitadores que andan en busca de riquezas para otros. Y hasta son más miserables que los dichos mineros, pues al fin de sus muchos trabajos les espera la gehena. A los mineros la muerte les acarrea el término de sus sudores, pero a los otros les resulta el comienzo de sus padecimientos.

Y si dices que tú, siendo rico ya disfrutas de tus trabajos, muéstrame la alegría y gozo de tu alma y entonces te lo creeré. El alma es lo principal de todo lo que poseemos; y si el cuerpo engorda mientras ella enferma, de nada te sirve toda tu abundancia. Pues así como cuando la esclava se goza, su gozo de nada sirve a su ama que está moribunda, y así como en nada ayuda el ornato de los vestidos al cuerpo enfermo, así tampoco la riqueza al alma; sino que de nuevo te repetirá Cristo: ¿Qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? y continuamente ordenará que te ocupes en salvarla y que de sólo eso tengas cuidado.

Una vez que con tales palabras ha puesto terror, consuela a sus discípulos con estas otras: Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloría de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras ¿Observas desde luego cómo una misma es la gloria del Padre y del Hijo? Pero si la gloria es una y la misma, queda claro que también la substancia es una. Pues si en una substancia la gloria es diferente, como dice Pablo que una es la gloria y resplandor del sol, y otra la de la luna y otra la de las estrellas y una estrella difiere de otra en claridad, siendo ellas de la misma substancia ¿cómo podría creerse que aquellos cuya gloria es una tengan una substancia diferente? Porque no dijo Cristo: en una gloria como la del Padre, para que por aquí tú sospecharas una diferencia de substancia; sino que con todo cuidado dice que vendrá en la mismísima gloria del Padre, de manera que creamos que es una y la misma de ambos. Entonces, oh Pedro ¿por qué temes la muerte cuando de ella oyes hablar? Porque en aquel día me verás en la gloria del Padre. Y si yo estaré en la gloria también vosotros estaréis en la gloria. Porque vuestras cosas no están circunscritas a los límites de la vida presente, sino que os espera una suerte mejor.

Pero Cristo, tras de anunciar esos bienes, no se detuvo ahí, sino que aún en esto mezcló cosas terribles y trajo a la memoria el juicio y la cuenta inevitable y la sentencia sin acepción de personas y el Juez que no se engaña. Mas no permitió que su discurso fuera solamente de cosas tristes, sino que mezcló con ellas la buena esperanza. Porque no dijo: entonces castigará a los pecadores, sino: Entonces dará a cada uno según sus obras. Y lo dijo no únicamente para recordar el castigo a los pecadores, sino también las coronas y premios a los buenos. De manera que dijo esto para alegrar y confortar a los buenos. Sin embargo, yo, cuando oigo esto, siempre me lleno de terror, pues no pertenezco al número de los que serán coronados; y pienso que hay también otros que comparten conmigo semejantes angustias y terrores. Pero ¿a quién no atemorizarán estas cosas si entran en su conciencia? ¿a quién no pondrán miedo, hasta persuadirlo de que necesitamos vestirnos de saco y cilicio, mucho más que el pueblo de los ninivitas? Puesto que no se nos habla de la destrucción de la ciudad ni de una común desgracia, sino del eterno suplicio y del fuego que jamás se extingue.

Por este motivo yo alabo y admiro a los monjes que viven en el desierto: es decir, además de otras causas, también por estas palabras. Porque los monjes, después de la comida, mejor dicho después de la cena, pues no conocen la comida, pues saben que el tiempo presente es de luto y de ayuno, en una palabra, después de la cena, cuando dan gracias a Dios, repiten la dicha sentencia. Y si queréis oír el himno que cantan, para que también vosotros lo recitéis con frecuencia, os repetiré su íntegro canto, que es como sigue: Bendito seas, oh Dios, que me alimentas desde mi juventud y das alimento a toda carne. Llena de gozo y alegría nuestro corazón a fin de que teniendo siempre suficiencia de todas las cosas, abundemos en toda buena obra en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien contigo sea la gloria, el honor y el poder, juntamente con el Espíritu Santo, por todos los siglos. Amén. Gloria a ti, oh Señor. Gloria a ti, oh Santo. Gloria a ti, oh Rey que nos has concedido el alimento en alegría. Llénanos del Espíritu Santo, para que seamos aceptos en tu presencia y no quedemos avergonzados el día en que darás a cada uno según sus obras.

Semejante himno debe causar admiración todo él, pero sobre todo su final. Puesto que la mesa y los alimentos hacen pesados y disolutos, semejante sentencia la pusieron los monjes como un freno del alma en ese tiempo de esparcimiento, trayendo así a la memoria el día del juicio. Lo aprendieron sin duda de lo que sucedió a los hijos de Israel, tras de la mesa aquella bien abastecida: Comió y engordó y dio coces el amado J Por lo cual dijo Moisés: Cuando hayas comido y bebido y estés harto acuérdate del Señor tu Dios. Porque tras de comer se atrevieron a lo más inicuo. Cuídate, pues, tú de que no te suceda lo mismo. Pues aun cuando no inmoles a dioses de piedra y oro ovejas y terneros, guárdate de inmolar tu alma a la ira ni tu salud a la fornicación y a otras semejantes enfermedades del alma.

Temerosos los monjes de semejante precipicio, también por esto, en terminando su comida, o mejor dicho su ayuno -ya que su mesa es un ayuno continuo-, traen a la memoria aquel día tremendo y aquel juicio. Pues si ellos que continuamente se atormentan con saco, los ayunos, el dormir en el suelo y otras innumerables formas de penitencia, sin embargo, necesitan de semejante amonestación ¿cuándo podremos nosotros vivir con moderación, siendo así que colmamos nuestras mesas con infinitas ocasiones de naufragio espiritual, y ni al principio ni al fin hacemos oración?

Pues bien: para quitarnos esas ocasiones de naufragio, tomemos de nuevo ese himno y expliquémoslo por sus partes a fin de que cayendo en la cuenta del gran fruto que nos reporta, con frecuencia lo entonemos en la mesa y así reprimamos los asaltos del vientre y metamos en el hogar las costumbres y prácticas de los ángeles. Habría sido lo conveniente que vosotros, usándolo ya desde antes, hubierais sacado ya ese fruto. Pero, pues no lo anheláis, a lo menos oíd de nuestra boca esa melodía espiritual; y que cada cual, una vez terminada la comida, dé gracias comenzando de esta manera: ¡Bendito Dios! Así cumpliréis desde luego con la ley apostólica en que se nos manda: Y todo cuanto hacéis de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por élS> Y luego, para que la acción de gracias no sea solamente para ese día, sino de toda la vida, se dice: Que me alimentas desde mi juventud.

También aquí hay una enseñanza para la virtud. Pues quien es alimentado por Dios no debe andar solícito. Si tú, prometiéndote el rey darte el cotidiano alimento de su propia despensa, vivirías del todo confiado, mucho más debes estarlo pues es Dios quien te lo da y de El te viene todo como de una fuente: debes pues estar en absoluto libre de toda solicitud Los monjes lo cantan para dejar ellos toda solicitud e inducir a lo mismo a sus discípulos. Y para que no creas que sólo por sí mismos dan esas acciones de gracias, añaden: Que da alimento a toda carne. Así dan gracias por el orbe entero; y como padres de todo el universo, alaban a Dios en lugar de todos y se incitan a la verdadera fraternidad. Puesto que no pueden aborrecer a aquellos por quienes dan gracias a Dios por el alimento que les ha proporcionado. ¿Observas la caridad introducida mediante la acción de gracias, que quita todo cuidado del siglo, tanto por lo que precede como por lo que sigue? Pues si da Dios alimento a toda carne, mucho más lo dará a quienes le están adheridos. Si a quienes andan envueltos en los cuidados del siglo alimenta, mucho más lo hará con los que están libres de tales cuidados.

Cristo confirma esto cuando dice: Vosotros valéis más que muchos pájaros Con semejantes palabras nos enseña que no hay que poner la confianza en las riquezas, ni en la tierra, ni en las simientes; porque no son ellas las que nos nutren, sino la palabra de Dios. Palabras son éstas con que se refuta a los maniqueos y valentinianos y a los que piensan como ellos. Porque no puede ser un Dios malo el que a todos, aun a los que de él blasfeman, les da bienes. Sigue luego la petición: Llena de gozo y alegría nuestros corazones. ¿De qué gozo habla? ¿acaso del secular? ¡No, de ninguna manera! Si semejante gozo quisieran los monjes, no habitarían las cumbres de las montañas ni los desiertos, ni se vestirían del saco de penitencia. Hablan de otro gozo que nada tiene de común con el de la vida presente, sino del gozo de los ángeles, del gozo de allá arriba. Y no lo piden así simplemente, sino con abundancia. Pues no dicen danos, sino: llena. Ni dicen a nosotros, sino: a nuestros corazones. Porque este gozo lo es sobre todo del corazón. Pues los frutos del Espíritu son caridad, gozo, paz.

Y porque el pecado introdujo en el mundo la tristeza, piden que mediante el gozo entre en ellos la justicia, pues de otro modo no se engendraría en ellos el gozo. Para que teniendo siempre suficiencia de todo, abundemos en buenas obras. Mira cumplida aquí aquella sentencia del evangelio. Danos hoy nuestro pan de cada día. Y buscan que se cumpla el efecto de su petición en vista de los bienes espirituales, pues dicen: para que abundemos en toda buena obra. No dicen para hacer sólo lo que debemos, sino aun mucho más de lo que ordenan los preceptos. Porque esto quiere decir lo de abundemos. Piden a Dios lo suficiente en las cosas necesarias; pero en cambio ellos no quieren obedecer en sólo lo que es suficiente, sino en todo con sobreabundancia. Esto es lo propio de los hombres de recto corazón, esto es lo propio de hombres dados a la virtud: obedecer en todo y siempre con plena generosidad.

Y luego, recordando su debilidad y confesando que sin el auxilio de lo alto nada perfecto pueden llevar a cabo, una vez que dijeron: Para que abundemos en toda buena obra, añaden: En Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien contigo sea la gloria, el honor, y el poder por todos los siglos. Amén. Ponen fin, como dieron principio, con la acción de gracias. Después, parece como si comenzaran de nuevo, pero continúan con el mismo discurso. Así lo hace Pablo al principio de su carta, como si terminara con la glorificación de Dios, diciendo: Por voluntad de Dios y Padre nuestro a quien sea la gloria por los siglos. Amén. Y luego introduce la materia de que va a tratar. Y también en otra parte: Y adoraron y sirvieron a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén.

Pero no termina aquí su discurso, sino que sigue adelante. De manera que no acusemos pues a estos ángeles como si obraran mal cuando, una vez que han terminado con la glorificación, Y de nuevo comienzan un himno sagrado. No hacen sino seguir las tradiciones apostólicas al comenzar con la glorificación y terminar con ella y comenzar en seguida un himno nuevo.

Por esto dicen: ¡Gloria a ti, oh Señor! ¡Gloria a ti, oh Santo! ¡Gloria a ti, oh Rey que nos has dado el alimento con alegría. Porque es necesario dar gracias no únicamente por los beneficios grandes sino también por los pequeños. Y dan gracias por éstos para poner en vergüenza a los maniqueos y a todos los que aseguran que esta vida es mala. Porque no vayas a pensar que quienes se ejercitan en lo más alto de la virtud y desprecian el vientre, abominan de los alimentos, a la manera de los que a sí mismos se estrangulan; sino que te persuaden con sus oraciones suplicantes que de muchas cosas se abstienen, no porque aborrezcan a las criaturas de Dios, sino por ejercicio de virtud.

Observa, además, cómo tras de dar gracias por el alimento que se les ha concedido, piden cosas mayores y no se detienen en las del siglo, sino que traspasan los cielos y dicen: Llénanos del Espíritu Santo. Porque nadie puede proceder en modo preclaro, si no está lleno de esa gracia; así como no puede llevar a cabo nadie nada generoso y grande, si no disfruta de la gracia de Cristo. En consecuencia, así como una vez que dijeron: para que abundemos en toda buena obra, añadieron: en Cristo Jesús, así ahora, tras de decir: Llénanos del Espíritu Santo, añaden: para que seamos aceptos en tu presencia. ¿Observas cómo nada piden de las cosas de la tierra, tocantes a la vida presente, sino que por éstas tan sólo dan gracias, y en cambio acerca de las cosas espirituales no sólo dan gracias sino que añaden las súplicas? Porque dijo Cristo: Buscad primero el reino de los cielos y lo demás se os dará por añadidura!

Considera, además, otra virtud de los monjes. Pues dicen: Para que seamos aceptos en tu presencia y no seamos avergonzados. Porque no nos preocupamos de que algunos todo eso lo juzguen en desdoro nuestro; porque ni siquiera advertimos lo que los hombres burlando o reprendiendo dicen de nosotros, sino que una sola cosa anhelamos: que no seamos confundidos en el último día. Y después de eso traen a la memoria el río de fuego y los premios y recompensas. Y no dicen: para que no seamos castigados, sino para que no seamos confundidos. Porque para nosotros esto es más terrible que la gehena: el aparecer como ofensores de Dios. Pero como a muchos de los más ignorantes esto no suele aterrorizarlos, añaden: Cuando des a cada uno según sus obras.

¿Observas en qué forma y cuánto nos ayudan esos ciudadanos del desierto, extraños y peregrinos, o mejor dicho, ciudadanos del cielo? Nosotros acá somos peregrinos y extraños del cielo y ciudadanos de la tierra; pero ellos al contrario. Y terminado ese himno, penetrados de compunción y derramando abundantes y fervorosas lágrimas, van a tomar el sueño; y no duermen sino tanto cuanto es necesario para un pequeño descanso. De las noches hacen días y pasan su vida en acciones de gracias y en el canto de los salmos. Ni sólo lo hacen los varones, sino también las mujeres que ejercitan ese mismo modo de vivir, superando su natural debilidad con la grandeza de su ánimo.

Avergoncémonos nosotros, los varones, al ver en ellas tan gran contingencia; y dejemos ya de impresionarnos con la codicia de las cosas presentes, que no son sino sombra, humo, sueño. Porque la mayor parte de nuestra vida parece carecer de sentido. La edad primera redunda en estulticia; la que ya se inclina a la ancianidad, embota nuestros sentidos. El tiempo intermedio es corto y en él gozamos de los deleites. Más aún: ni siquiera en este corto tiempo intermedio gozamos como se debe del placer, pues se interponen infinitos cuidados y trabajos que lo destruyen.

Os ruego, en consecuencia, que busquemos los bienes perdurables y eternos y aquella vida exenta de ancianidad. Porque también el que habita en la ciudad puede imitar la virtud de los monjes. Puede, aunque tenga mujer y viva en su casa, orar, ayunar, dolerse. Los primeros discípulos de los apóstoles vivían en ciudades y mostraban la misma piedad que quienes luego se retiraron al desierto; y aun otros que presidían oficinas como Priscila y Aquila. También los profetas tenían esposa y casa, como Isaías, Ezequiel, el gran Moisés. Pero eso en nada les impidió el ejercicio de la virtud. Pues también nosotros, imitando a éstos, demos continuas gracias a Dios, celebrémoslo con himnos continuos, cultivemos la continencia y las demás virtudes, y traigamos a la ciudad ese ejercitar las virtudes que florece en los montes, para que seamos aceptos ante Dios y aparezcamos como hombres honorables y alcancemos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, el honor y el poder, juntamente con el Espíritu Santo y vivificante, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

CXXIII





Crisóstomo - Mateo 54