Crisóstomo - Mateo 64

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HOMILÍA LXIV (LXV)

Entonces Pedro respondiendo le dijo: Ve que nosotros lo dejamos todo y te hemos seguido ¿qué habrá, pues, para nosotros? (Mt 19,27).

¡OH BIENAVENTURADO Pedro! ¿a qué llamas todo? ¿A la caña de pescar? ¿a la red? ¿a la navecilla? Contesta él: No digo eso por ambición alguna que tenga, sino para introducir, por medio de esta pregunta, a la multitud de los pobres en el reino. Como el Señor dijo: ¿quieres ser perfecto vende lodo lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, para que no fuera alguno de los pobres a decir: entonces si yo no tengo posesiones ¿no puedo ser perfecto? Pedro pregunta para que veas que tú, aun siendo pobre, no pierdes nada. Y es Pedro el que pregunta, para que no sucediera que si esto lo oyeras de boca de Pedro, entraras en dudas -puesto que él aún era imperfecto y vacío del Espíritu Santo- sino que, recibiendo la respuesta de boca del Maestro de Pedro, tengas confianza.

Lo que nosotros hacemos cuando discutimos en lugar de otros, que nos atribuimos las cosas, eso hace el apóstol al hacer esta pregunta a nombre del orbe entero. Que él, por su parte, supiera ya claramente lo que a él tocaba, es manifiesto por lo que anteriormente se dijo: quien recibió las llaves del reino de los cielos, mucho debió confiar acerca de las demás cosas de allá arriba. Advierte con cuánta exactitud responde a lo que Cristo buscaba. Porque Cristo dos cosas pedía al rico: que diera sus bienes a los pobres y que lo siguiera. Por esto Pedro alega las dos cosas: que ya lo dejaron todo y que ya lo han seguido: Ve que nosotros lo dejamos todo y te hemos seguido. Todo lo abandona para poder seguirlo y con mayor facilidad lo siguen una vez que lo abandonaron todo. Y el haberlo abandonado les produjo confianza y gozo.

¿Qué le contesta Jesús?: De verdad os digo que vosotros, los que me habéis seguido, al tiempo de la regeneración, cuando se sentare el Hijo del hombre en su trono glorioso, os sentaréis también vosotros., sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. ¿Qué, pues? Preguntarás: ¿entonces también Judas se sentará? ¡De ninguna manera! ¿Cómo es pues que dice: También vosotros os sentaréis sobre doce tronos? ¿Cómo se cumplirá semejante promesa? Oye cómo. Puso Dios una ley que fue promulgada al pueblo judío por Jeremías, la cual decía: De pronto hablo contra una nación o reino, de arrancar, derrocar y perder; pero se vuelve atrás de su mal aquella gente contra la cual hablé y yo también desisto del mal que pensaba hacerle. Y de pronto hablo tocante a una nación o reino, de edificar y plantar; pero hace lo que parece malo desoyendo mi voz, y entonces yo también desisto del bien que había decidido hacerle!

Como si dijera: así hago yo aun con los buenos. Aunque yo haya dicho que reedificaré, si se tornan indignos de mi promesa, no la cumpliré. Como sucedió con el primer hombre. Pues Dios le dijo: Infundiré temor y miedo a todos los animales de la tierra? Y sin embargo, no fue así; pues el hombre se hizo indigno de semejante principado. Y fue lo que le aconteció a Judas. Para que no algunos desesperando a causa de la amenaza del castigo se tornaran más endurecidos, ni otros por la promesa de los bienes se volvieran más perezosos, para ambos pone el remedio al decir: Si amenazo no desesperes, pues puedes hacer penitencia y así revocar mi sentencia, como los ninivitas; y si prometo algo bueno no te tomes perezoso a causa de la promesa, pues si te vuelves indigno de nada te servirá la promesa, sino que te será de mayor castigo; porque yo prometo al que es digno.

Por eso en esta ocasión, hablando a los discípulos no hace simplemente la promesa. Pues no dice simplemente: Vosotros, sino que añade: los que me habéis seguido. Esto para excluir a Judas y para atraer a los que en lo futuro lo siguieran. Pues no habló Jesús sólo para ellos ni para solo Judas, que se tornó indigno. Promete pues cosas futuras a los discípulos diciendo: Os sentaréis sobre doce tronos; pues levantados ya a mayores alturas, nada buscaban de lo de este mundo. En cambio a los demás les promete también bienes de este mundo diciendo: Y todo aquel que por mi causa dejare hermanos o hermanas o padre o madre o esposa o hijos o campos, recibirá el cien doblado en este siglo y poseerá la vida eterna. Para que no alguno, al oír aquello de: Vosotros, lo tomara como dicho únicamente para los discípulos (me refiero a las promesas supremas y a lo de los tronos), ahora amplía su discurso hasta a los que habían de recibir recompensa y extiende su promesa a todo el orbe, y por los bienes presentes confirma los futuros.

A los principios, como los discípulos aún eran imperfectos les hablaba de las cosas presentes. Así cuando los sacó de los negocios del mar y de su arte piscatoria y les ordenó abandonar su navecilla, no les puso delante ni tronos ni los cielos, sino sólo cosas presentes diciéndoles: Os haré pescadores de hombres? Pero una vez que ya los había elevado suficientemente, les habla también de las cosas celestiales. Mas ¿qué significa: Para juzgar a las doce tribus de Israel? Pues en realidad no se sentarán como jueces, sino que así como dijo de la reina del Austro, que condenaría a aquella generación y lo mismo aseveró de los ninivitas, así ahora dice de los apóstoles que a su vez condenarán. Y por eso no dijo: a las naciones y al orbe, sino: a las tribus de Israel.

Se habían criado tanto los judíos como los apóstoles con las mismas leyes y costumbres. Pues para que no alegaran los judíos que no habían podido creer en Cristo porque la Ley y los preceptos se lo impedían, los condena trayendo al medio a los que sí habían creído a pesar de haber recibido la misma Ley que ellos. Ya antes lo había dicho: Por eso ellos serán vuestros jueces. Pero dirás: ¿qué cosa grande fue prometerles lo mismo que tendrán la reina del Austro y los ninivitas? Ciertamente ya muchas otras cosas les había prometido antes y otras más les prometió después, ya que no era eso solamente el premio. Por lo demás también aquí dejó entender algo más precioso, pues de aquéllos simplemente dijo: Los ninivitas se levantarán y condenarán a esta generación; y: la reina del Austro condenará. Pero de estos otros no dijo simplemente eso, sino ¿qué?: Cuando se sentare el Hijo del hombre en su trono glorioso, entonces os sentaréis también vosotros sobre doce tronos, dando a entender y manifestando de este modo que ellos participarán de su reinado y serán copartícipes de su gloria. Pues dice Pablo: Si con él pacientemente sufrimos, también con él reinaremos. Pues los tronos no significan asientos, puesto que solo Cristo se sentará y solo él juzgará; sino que con esos tronos significó una gloria inefable y un honor excelso.

Esto dijo para los apóstoles; y para todos los demás la vida eterna allá y el céntuplo acá. Pero si a los demás así les promete, mucho más a los apóstoles aun en este siglo. Como en efecto sucedió. Habiendo ellos abandonado la caña de pescar y las redes, tuvieron luego en su mano los bienes de todos y el precio de las casas y de los campos y aun la persona misma de los creyentes. Pues aun habrían dado su vida por ellos, como Pablo de muchos lo testifica cuando dice: Si hubierais podido aun os habríais arrancado los ojos para dármelos. Y cuando dice: quien dejare a la mujer, no quiere que se deshagan los matrimonios; sino que, así como cuando acerca de la vida decía: El que pierda su alma por mí, la encontrará? no quiso decir que nos diéramos la muerte, ni que separemos el alma del cuerpo, sino que antepongamos la religión a todo lo demás, así habla al referirse a la esposa y a los hermanos. Parece que además aquí deja entender que habrá persecuciones. Pues como muchos padres arrastran a sus hijos a la impiedad y muchas mujeres a sus esposos, es como si dijera: Cuando eso os ordenaren no tengáis en cuenta ni a las esposas ni a los padres, como luego dijo Pablo: El infiel si se apartare que se aparte.

De manera que para levantarles el ánimo y para persuadirlos que confiaran en sí y en el orbe todo, añadió: Pero muchos pasarán de primeros a postreros, y de postreros a primeros.

Estas palabras se refieren indefinidamente a muchos otros; pero también se dijeron de ésos y de los fariseos que no creyeron; de los cuales había ya anteriormente sentenciado: Muchos vendrán del Oriente y del Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob, mientras los hijos del reino serán echados fuera? Enseguida añadió una parábola con que inflamó el anhelo de los que llegaren tarde. Pues dijo: Es semejante el reino de los cielos a un amo que salió al romper el alba para asalariar jornaleros para su viña. Y luego de concertarse con los obreros por un denario al día, los envió a su viña. Como saliera hacia la hora de tercia, vio otros que se hallaban en la plaza desocupados, y les dijo: Id también vosotros a trabajar en mi viña y os pagaré lo que sea justo. Ellos fueron Salió de nuevo hacia la hora de sexta y hacia la de nona, e hizo otro tanto. Salió por fin a la hora undécima y a otros que halló por ahí, les dijo: ¿Por qué os estáis aquí sin trabajar todo el día? Respondiéronle: Porque nadie nos ha contratado. Dueles: Id también vosotros a mi viña. Al caer el sol ordena el dueño de la viña a su administrador: Llama a los jornaleros y págales el salario, comenzando por los últimos hasta los primeros. Se presentaron los que habían venido cerca de la hora undécima y cobraron cada uno un denario. Y al llegar la vez a los primeros creían que cobrarían más. Pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al cobrarlo murmuraban contra el amo de la viña. Y decían: Estos que llegaron a lo último del día, sólo han trabajado una hora, y los igualas con nosotros que hemos soportado el peso y el calor de la jornada. El, respondiendo a uno de ellos, le dijo: Amigo, no te hago agravio. ¿No te concertaste conmigo por un denario? Cobra, pues, lo que es tuyo y vete. Quiero dar a éste último lo mismo que a ti. ¿O es que en mis asuntos no soy libre de proceder como yo quiera? ¿O es malvado tu ojo porque yo soy bueno? Así los últimos pasarán a primeros y los primeros a últimos. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos?-

¿Qué significa esta parábola? Pues no parece concordar lo que se dice al principio con lo que se pone al fin de ella, sino que esto contradice a aquello. Pues en la parábola se muestra a todos aceptados y a ninguno rechazado, sino que todos reciben igual pago. Pero Jesús tanto al comienzo como al fin de la parábola dice lo contrario: Los últimos pasarán a primeros y los primeros a últimos. Es decir, que quedarán delante de los que eran primeros, de manera que éstos ya no serán primeros sino que quedarán pospuestos. Y que esto sea lo que significa, lo declara diciendo: Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos. De manera que de dos modos a aquéllos los punza y a éstos los consuela y exhorta. En cambio, la parábola no dice eso. Sino que esos últimos que trabajaron poco serán equiparados a los varones fatigados que trabajaron todo el día. Pues dicen éstos: Los has igualado con nosotros que soportamos el peso y el calor de la jornada.

¿Qué significa, pues, la parábola? Parece necesario ante todo declarar esto y luego resolveremos la dificultad. Llama Cristo viña a los mandatos de Dios; y tiempo de trabajar a la vida presente. Llama obreros a los que de varias maneras han sido llamados a cumplir esos mandatos; y por horas tercia, sexta, nona y undécima, se entienden los que en diversas edades se aprestaron y bien se condujeron. Pero se pregunta si acaso los que fueron primeramente aprobados por Dios y le agradaron y durante todo el día ejecutaron espléndidamente el trabajo, andaban enfermos y en el extremo de la perversidad que es la envidia que hace palidecer. Pues como vieran a los otros pagados con el mismo salario que ellos, dicen: Estos que llegaron a la última del día, sólo han trabajado una hora y los has igualado con nosotros que soportamos el peso y el calor de la jornada.

Ningún daño recibían, no se les mermaba su salario y sin embargo, llevaban pesadamente y con indignación el bien ajeno, lo cual procedía de envidia y perversidad. A esto el padre de familia justificándose ante ellos y respondiendo a uno que así hablaba, lo condena como envidioso y perverso en alto grado, con decirle: ¿No te concertaste conmigo por un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a éste último lo mismo que a ti. ¿O es malvado tu ojo porque yo soy bueno? ¿Qué se deduce de esta parábola? Porque también en otras parábolas puede observarse lo mismo. Así aquel hijo bueno parece haberse atoyado en esa misma enfermedad, cuando vio a su hermano el pródigo disfrutar de mayores honores que los que él había gozado. Pues así como aquí estos obreros recibían una mayor recompensa con ser llamados primero que los otros, así aquel hijo con la abundancia de los dones de su padre quedaba más honrado. Así se comprueba con lo de ese hijo bueno.

¿Qué podemos, pues, decir? Porque en el reino de los cielos, nadie disputa acerca de tales derechos; puesto que allá el cielo está libre de toda perversidad y envidia. Si acá los justos y santos en esta vida expusieron sus vidas por los pecadores, mucho más se gozan cuando los ven allá gozando de los bienes celestes, pues juzgan comunes a ellos los bienes de los otros. Entonces ¿por qué motivo Cristo usó de esta forma de hablar? Se narra la parábola, pero no conviene tomar todo a la letra en las parábolas, sino que una vez que hemos comprendido el fin de la parábola debemos cogerlo y no examinar con vana curiosidad el resto. Finalmente ¿por qué fue así dispuesta semejante parábola y qué es lo que quiere establecer?

Quiere hacer más fervorosos y diligentes a aquellos que se han convertido en su extrema ancianidad y en forma alguna que se les considere como inferiores a los demás. Para esto trae al medio a los que llevan pesadamente sus bienes espirituales; no precisamente para delatarlos como enfermos de envidia; sino para demostrar que aquellos otros tan gran honor gozan, que aún mueven a envidia a los demás. También nosotros solemos decir: aquél me acusó de que tan grande honor te he concedido. Y no lo decimos porque en realidad seamos acusados o porque queramos acusar al otro sino solamente para declarar de este modo la grandeza del don. Mas ¿por qué no contrató desde luego y al punto a todos los trabajadores? Por su parte y en cuanto le tocaba a todos los contrató. Si no todos lo obedecieron, su voluntad hizo ver la diferencia de los que fueron llamados. Por esto unos fueron llamados a la hora temprana., otros a la de tercia, otros a la de sexta o a la de nona, y otros aun a la de undécima, porque era entonces cuando obedecerían.

Esto lo indicó ya Pablo diciendo: Cuando le plugo a Dios que me segregó desde el seno materno. Y ¿cuándo le plugo? Precisamente cuando Pablo obedecería. Dios desde el principio lo quería; mas, como entonces Pablo no iba a obedecer, a Dios le plugo en el momento en que sí obedecería. Así llamó al ladrón, aunque hubiera podido llamarlo antes, pero antes el ladrón no habría obedecido. Si Pablo no habría obedecido desde el principio, mucho menos el ladrón. Y si los trabajadores dicen: Porque nadie nos ha contratado, dije ya que en las parábolas no hay que examinar curiosamente todo lo que en ellas se dice. Por lo demás, no es el padre de familia quien lo dice, sino ellos. Y él no los redarguye para no dejarlos perplejos, sino atraerlos. Puesto que la parábola misma está indicando que él, cuanto fue de su parte, los llamara; pues precisamente salió a buscar obreros y contratarlos.

De manera que por todos lados nos queda manifiesto que se dijo la parábola para quienes en su primera edad y para quienes más tardíamente y ya en la ancianidad siguen la virtud: para los primeros a fin de que no se ensoberbezcan ni se burlen de los que llegaron a la hora undécima; para los otros a fin de que comprendieran que podían en breve tiempo compensarlo todo. Pues hablaba Jesús del encendido fervor, de dejar las riquezas, de despreciar todas las cosas temporales; y para eso se necesitaba un ánimo juvenil y grande fervor, encendía en ellos la llama de la caridad y los preparaba para proceder con tenacidad y constancia y les ponía delante que quienes llegaron los postreros podían recibir el salario íntegro del día. Aunque esto no lo dice claramente para no arrojarlos a la soberbia, sino que deja entender que todo depende de su bondad, y que mediante su auxilio ellos no caerán sino que conseguirán los bienes inefables.

Y esta es la principal finalidad de la parábola. Si luego añade: Y serán primeros los últimos y últimos los primeros, y también: Pues muchos son los llamados y pocos los escogidos, no te admires. Pues no lo pone como deducción de la parábola, sino que solamente quiere decir: Así como sucedió aquello, así también sucederá esto otro. Pues en realidad no fueron primeros los últimos, sino que todos recibieron la misma recompensa, fuera de toda esperanza y expectación. Pues así como esto sucedió fuera de toda esperanza y expectación, de manera que los que llegaron postreros fueron igualados a los que llegaron primero, así sucederá también lo otro que es cosa mayor y más admirable: que los últimos sean antes que los primeros y los primeros después de los últimos. De modo que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Por lo demás, me parece que esto lo dice aludiendo a los judíos y también a los que al principio fueron fieles, pero luego, habiendo abandonado la virtud se quedaron atrás; y a los que, saliendo de su perversidad se aventajaron a muchos otros. Pues vemos en la vida cambios semejantes así en la fe como en el modo de vivir.

En consecuencia, os ruego que con todas nuestras fuerzas cuidemos de permanecer en la recta fe y demostremos ante todos un género de vida excelente Pues si no llevamos una vida digna de nuestra fe, sufriremos extremos castigos. Así lo declaró ya desde aquellos tiempos antiguos el bienaventurado Pablo cuando dijo: Todos comieron un mismo manjar milagroso. Y todos bebieron una misma bebida misteriosa pero añadió: Sin embargo, no todos lograron la salvación sino que quedaron tendidos en el desierto. Lo mismo declaró Cristo a los evangelistas, poniendo ejemplo en varios que habían echado los demonios y habían profetizado y sin embargo fueron condenados al suplicio. Y a lo mismo tienden todas sus parábolas, como la de las vírgenes, la de la red, la de las espinas, la del árbol que da fruto: en todas se exige juntamente con la fe la virtud puesta en práctica.

Raras veces diserta Jesús sobre los dogmas, pues éstos no necesitan trabajo; en cambio frecuentemente habla del género de vida, o mejor dicho, en todas partes: pues para eso se necesita de una guerra perpetua y consecuentemente de un trabajo continuo. Mas ¿para qué hablo del conjunto de la vida ordenada? Un poco que de ella se desordene acarrea graves males. Así por ejemplo, el descuido en hacer limosnas lleva a los perezosos a la gehena; aun cuando la limosna no sea la virtud íntegra, sino sólo una parte de ella. Así las vírgenes necias que no tenían el ornato de la limosna sufrieron el castigo. Por igual motivo fue atormentado el rico aquel; y los que no dieron de comer al hambriento por esa causa serán condenados con los demonios.

También el no maldecir es una parte de la virtud; y sin embargo a quienes de eso no se abstienen se les excluye del reino, pues dice: Quien a su hermano lo llamare fatuo será reo de la gehenna. Igualmente la continencia es parte de la virtud. Pero sin ella nadie verá a Dios, pues dice: Mirad de alcanzar la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie gozará del favor de Dios. También la humildad es parte de la virtud. Pero aun cuando alguno todo lo demás lo cumpla bien, pero no procura esta humildad, no será limpio delante de Dios. Claro aparece en el fariseo, que adornado de otros infinitos bienes, por aquí lo perdió todo. Pero yo tengo una cosa más que añadir. Pues no únicamente una sola parte de la virtud descuidada nos cierra la entrada en el cielo, sino que lo mismo acontece si esa parte no se practica con la conveniente diligencia y fervor. Pues dice el Señor: Si vuestra justicia no sobrepasa a la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos."

De manera que si no das limosna en cantidad mayor que ellos, no entrarás en el reino. Pero ¿cuánto daban ellos de limosna? Voy ahora a declararlo para excitar a que den los que no dan; y para que quienes dan no se ensoberbezcan sino que sean más generosos aún. ¿Qué daban ellos? El diezmo de todos sus haberes y luego otro diezmo y luego un tercer diezmo, de manera que daban casi la tercera parte de sus bienes; puesto que tres décimas casi la completan. Y luego además las primicias, los primogénitos de sus animales y otras muchas limosnas, por ejemplo para la purificación, por sus pecados y lo que daban en las fiestas y en los jubileos y en perdonar deudas y dar libertad a los siervos y en conceder préstamos sin cobrar réditos. Pues si quien da de limosna la tercera parte de sus bienes, o mejor dicho la mitad (pues reunidas todas esas partidas equivalen a la mitad), si el que da la mitad de sus bienes no hace obra notable, quien no da ni la décima parte ¿qué recompensa merecerá? Con razón dijo: Pocos son los que se salvan.

En consecuencia, no hagamos poco caso del cuidado de una vida virtuosa. Pues si una parte de la virtud si se descuida, tan grave daño acarrea, ¿cómo escaparemos del castigo, estando rodeados por todas partes de cosas que merecen juicio y condenación? ¿qué penas no se nos impondrán? Preguntarás: entonces ¿qué esperanza nos queda de salvación? Porque cada una de las cosas que hemos enumerado nos amenaza con la gehena. A mí me toca decíroslo. Pero en realidad, si cuidamos podemos alcanzar la salvación; por medio de la limosna podemos curar nuestras llagas. Porque no fortalece tanto al cuerpo la unción con el óleo, como la misericordia torna al alma firme e invencible en todo. Ella la hace inexpugnable al demonio, pues ungida con ese óleo, de cualquier parte que el diablo la quiera tomar, el aceite no se lo permite, sino que al punto se le resbala: el óleo no le permite al demonio cogerla por los hombros ni retenerla con sus manos.

Unámonos frecuentemente con este óleo; pues él es motivo de salud, y confiere luz y esplendor. Instarás diciendo: pero es que aquel otro posee tantos más cuantos talentos de oro y nada da. ¿Qué te interesa esto? Así serás tú más admirable, si de ttr pobreza te muestras más generoso que él. Por esto Pablo admiraba a los macedonios: no porque daban, sino porque daban de su pobreza. Ni mires, pues, a esos ricos, sino al común doctor de todos, que no tenía en dónde reclinar su cabeza. Insistirás: pero ¿por qué fulano y fulano no lo hacen así? No condenes a los otros, sino tú procura estar libre de acusación: mayor será tu castigo si acusas a los demás y tampoco das nada. Serás reo del mismo crimen de que los acusas. Si Cristo no permite ni aun a los buenos juzgar de los demás, mucho menos a los pecadores.

No juzguemos, pues, de los otros ni nos fijemos en los desidiosos, sino en Cristo Señor nuestro y de ahí tomemos ejemplo. ¿Acaso yo fui el que te colmó de dones? ¿fui yo el que te redimió para que hacia mí vuelvas tus miradas? Es otro el que te ha dado todo. ¿Por qué, dejando a un lado al Señor, vuelves tus ojos al consiervo? No lo has oído que dice: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y también: Quien de vosotros quiera ser el primero sea esclavo de todos; y luego: Como el Hijo del hombre que no vino a ser servido sino a servir. Y para que, si acaso topas con consiervos perezosos, no te hagas negligente, te aparta de ellos diciendo: Os he dado ejemplo para que como lo he hecho con vosotros, así vosotros lo hagáis. ¿Es que entre los vivos no hay alguien que te pueda servir de maestro y llevarte a esa virtud? Pues mayor gloria y encomio será para ti, por llegar a ser admirable sin preceptor: y esto se puede alcanzar y con facilidad, si queremos, como se comprueba con los que primeramente lo llevaron a cabo. Así Noé, Abrahán, Melquisedec, Job y otros a éstos semejantes. Vale la pena mirar hacia ellos diariamente; y no hacia esos otros a quienes diariamente emuláis y de quienes en vuestras reuniones habláis.

Porque yo por todas partes no oigo sino palabras como éstas: Aquél posee tantas y tantas yugadas de campo; aquel otro es rico; el de más allá construye edificios. Pero ¡oh hombre! ¿por qué tan reciamente anhelas las cosas exteriores? ¿por qué te fijas en otros? Si quieres fijarte en otros, considera a los hombres probos e ilustres que cuidadosamente guardan todos los mandamientos; pero no a quienes los quebrantan y viven en desdoro perpetuo. Si a éstos miras, sacarás de ahí muchos males, y caerás en arrogancia y desidia y harás daño a los demás. Pero si consideras a los probos, por ahí lograrás humildad, diligencia, compunción y otros mil bienes. Oye lo que le sucedió al fariseo porque habiendo hecho a un lado a los hombres buenos, se fijó en el pecador: óyelo y teme. Observa cuan admirable fue David por haber puesto sus ojos en sus mayores que habían brillado por la virtud: Extranjero soy, dice, y peregrino, como todos mis padres. Y esto porque él y cuantos eran como él, dejando a un lado a los pecadores, pensaban en los varones conspicuos por la virtud. Pues haz tú lo mismo. Tú no estás sentado como juez de los hechos ajenos ni estás deputado para examinar las culpas de otros. Se te ha ordenado examinar tus pecados y no los ajenos. Pues dice Pablo: Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos castigados; si bien cuando el Señor nos castiga, nos quiere enseñar. Pero tú has invertido el orden cuando no te exijes cuenta de tus culpas graves o leves, y en cambio andas cuidadosamente investigando las culpas de los demás. No lo hagamos ya más, sino que, echando a un lado semejante perturbación del Orden, establezcamos en nuestro interior un tribunal acerca de nuestros pecados y seamos a la vez jueces, acusadores y verdugos. Si quieres examinar los hechos ajenos, fíjate no en los pecados sino en las buenas obras; para que por medio del recuerdo de nuestras culpas y la emulación de los buenos y la presencia del incorruptible tribunal, cada día, como aguijoneados por el estímulo de la conciencia, y excitándonos a mayor humildad y diligencia, consigamos los bienes futuros, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILÍA LXV (LXVI)

Mientras subían a Jerusalén tomó consigo a solas a los doce; y les decía por el camino: Mirad que subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte. Y lo entregarán a los gentiles para ser vilipendiado y azotado y crucificado. Y al tercer día resucitará (Mt 20,17-19).

No SUBE directamente y al punto de Galilea a Judea, sino tras de haber obrado diversos milagros y haber confundido a los fariseos y haber hablado a los discípulos claramente acerca de la pobreza. Pues dice: Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes; y acerca de la virginidad: El que pueda entender que entienda; y acerca de la humildad: Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis al reino de los cielos; y de la recompensa en esta vida: Quienquiera que dejare casas, o hermanos, o hermanas, recibirá el ciento tanto en esta vida; y finalmente también de la recompensa futura: Y poseerá en herencia la vida eterna. Finalmente se dirige a la ciudad de Jerusalén; y habiendo de llegarse a ella, de nuevo habla de su Pasión.

Era verosímil que quienes no querían que tales cosas sucedieran, las hubieran echado en olvido; por lo cual frecuentemente se las recuerda, para ejercitar continuamente su ánimo y aminorarles la pena. Y necesariamente tenía que hablarles aparte, pues no era conveniente que aquello se divulgara ni claramente se dijera, ya que de ello ningún bien se habría seguido. Si los discípulos al oírlo se perturbaron, mucho más se habría perturbado el vulgo. Preguntarás: pero ¿acaso no se le dijo esto al pueblo? Cierto que sí, pero no tan claramente.

Porque ya les había dicho: Destruid este templo y en tres días lo reedificaré; y también: Esta generación pide una señal y no se le dará otra señal que la de Jonás profeta; y además: Aún estoy con vosotros por un poco de tiempo y me buscaréis y no me encontraréis. En cambio, a los discípulos no les habla así, sino que, del mismo modo que con toda claridad les había dicho las otras cosas, así también lo hizo con ésta.

Mas ¿por qué se las decía si al fin y al cabo no entendían la fuerza de sus palabras? Para que más tarde comprendieran que él iba a la Pasión con plena presciencia y plena libertad y no sin saberlo ni obligado. En cambio, a los discípulos, no solamente se las predijo por ese motivo, sino además, como ya dije, para que en esa expectación se ejercitaran y así lo soportaran con mayor facilidad; no fuera a ocurrir que si sucedía sin que la esperaran sufrieran excesiva perturbación. Por esto al principio únicamente les predijo su muerte; y cuando ya en eso se habían ejercitado y lo habían meditado, añadió lo demás. Por ejemplo: Será entregado a los gentiles para ser vilipendiado y lo azotarán. Y esto para que también cuando presenciaran cosa tan triste esperaran la resurrección. Y pues no les había ocultado lo que era triste y penoso, le dieran fe en lo glorioso.

Advierte cómo espera la oportunidad. No les habló de esto a los comienzos, para no turbarlos; ni tampoco les dijo todo en una misma ocasión, para no entristecerlos; sino tras de haber ellos tenido experiencia de su poder y haberles hecho grandes promesas acerca de la vida eterna. Entonces por fin les mete conversación sobre esto; y lo hace una y dos y muchas veces, tejiéndola entre los milagros y las enseñanzas. Otro evangelista añade que alegó a los profetas. Y otro dice que no entendieron sus palabras y que se les ocultaba el sentido y que lo seguían estupefactos. Dirás que con eso se perdió el fruto de la predicción. Pues si no entendían lo que se les decía y habían oído, en vano podían esperar; y no pudiendo esperar, tampoco se les podía avivar la esperanza. Pero yo te voy a proponer algo más difícil aún. Si no entendían ¿por qué se entristecían? Y sin embargo, otro evangelista dice que se entristecieron. Repito pues: si no entendían ¿por qué se entristecían? ¿Por qué Pedro prorrumpió y dijo: ¡Salvo seas, Señor! ¡eso no será jamás! si no comprendía? ¿Qué podemos responder?

Respondemos que sí comprendía que Jesús iba a morir, aun cuando la economía completa de semejante misterio no la comprendía con claridad ni tampoco lo de la resurrección ni las consecuencias tan grandes que de ella se iban a seguir. Esto estaba oculto a ellos. Y por esto se dolían. Habían visto que otros muertos habían sido resucitados por él; pero que él se resucitara y que de tal modo se resucitara que ya jamás hubiera de morir, esto no lo habían visto. Y esto era lo que aún habiéndoseles dicho repetidas veces no lo comprendían; ni sabían con claridad qué género de muerte ni cómo le había de sobrevenir al Maestro. Por tal motivo quedaron estupefactos y así lo iban siguiendo. Y no sólo por eso, según me parece, sino además porque al hablarles de la Pasión les ponía terror.

Semejantes cosas no les inspiraban confianza, aun cuando muchas veces oyeran lo de la resurrección. Pues aparte de lo referente a su muerte, los perturbaba sobre todo el oír que sería vilipendiado y azotado y otras cosas semejantes. Cuando por una parte pensaban en los milagros, en los posesos liberados, en los muertos resucitados y los demás hechos maravillosos; pero luego oían esas otras cosas, quedaban estupefactos, de que quien tales cosas había llevado a cabo tales otras hubiera de padecer. Por aquí caían en grandes dudas, y unas veces creían y otras no creían y no atinaba con el sentido de sus palabras. Y tan es así que no las entendían con claridad, que al punto se acercaron los hijos del Zebedeo y le trataron acerca de los primeros puestos en el reino. Pues le dijeron: Queremos que uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a la izquierda.

Preguntarás: pero ¿cómo es que aquí el evangelista dice que fue la madre la que se acercó? Es verosímil que sucedieran las dos cosas. Pues ellos tomaron consigo a su madre para mayor eficacia en la súplica y para de este modo doblegar a Cristo. Y que su súplica fuera sincera y que por cierta vergüenza recurrieran a su madre, observa cómo se desprende de las palabras que Cristo les dirige. Pero, mejor, sepamos antes qué es lo que piden, con qué fines y de dónde les vino impulso semejante. ¿De dónde les nació el impulso? Veían que Cristo los honraba más que a los otros y así esperaban conseguir lo que pedían. Pero ¿qué piden? Oye a otro evangelista que con claridad lo expone. Como se iban acercando a Jerusalén, dice, y pensaban ellos que ya iba a establecerse el reino de Dios, hicieron su petición. Pensaban que ya estaba cerca ese reino y que era un reino sensible y que si alcanzaban lo que pedían ya en adelante nada triste les acontecería ni sufrirían. Pues no suplicaban únicamente por el reino, sino por verse libres de trabajos.

Por esto Cristo ante todo les quita semejante pensamiento y les ordena esperar muertes, peligros y toda clase de sufrimientos extremos. Les dice: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Que ninguno de vosotros se perturbe por ver así de imperfectos a los apóstoles, pues aún no había llegado la cruz, aún no se había dado la gracia del Espíritu Santo. Si quieres conocer su virtud contémplalos después de esos misterios: los encontrarás superiores a toda enfermedad y vicio del alma. Por eso el evangelista descubre sus imperfecciones, para que veas cuáles fueron luego por obra de la gracia. Por su petición se descubre que no buscaban nada espiritual y ni noción tenían del reino de allá arriba. Pero veamos cómo se acercan y qué es lo que piden. Le dicen: Queremos que nos concedas cualquier cosa que te pidamos. Cristo les responde: ¿Qué queréis? No lo hizo porque lo ignorara, sino para que ellos quedaran obligados a contestar y así descubrieran su llaga, y ponerle remedio.

Ellos por su parte, avergonzados de haberse dejado llevar hasta ese punto del afecto humano, lo interrogaron aparte de los otros discípulos. Pues dice el evangelista que se les adelantaron para no ser oídos de los otros; y así le expusieron su petición. Pienso yo que, como habían oído aquello de: os sentaréis sobre doce tronos, querían obtener los primeros puestos. Sabían que antecedían a los demás, pero temían de Pedro. Le dicen pues a Jesús: Ordena que se siente uno de nosotros a tu diestra y el otro a la izquierda. Y le urgen diciendo: Ordena. ¿Qué les contesta? Para demostrarles que ni pedían cosa alguna espiritual, y que si supieran lo que pedían, jamás lo habrían pedido, les dice. No sabéis lo que pedís. Es decir, cuan alta cosa sea, cuan admirable, cuan por encima de las mismas Potestades del cielo. Luego añade: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber y ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado? ¿Observas cómo inmediatamente los aparta de aquella opinión hablándoles de cosas enteramente contrarias? Como si les dijera: vosotros me habláis de honores y coronas; pues yo os hablo de certámenes y trabajos y sudores. No es este tiempo de premios ni ahora aparecerá aquella mi gloria: sino que la vida presente es de muerte, guerras y peligros.

Advierte cómo por el modo de preguntarles al mismo tiempo los exhorta y atrae. Porque no les dice: ¿Podéis soportar la muerte? ¿podéis derramar vuestra sangre? Sino ¿qué? ¿Podéis beber el cáliz? Y luego alentándolos y atrayéndolos añade: que yo voy a beber, con el objeto de darles mayor prontitud por razón de su compañía. Y lo llama bautismo para indicar que de ahí vendría gran purificación a todo el orbe. Ellos le dicen: ¡Podemos! Lo prometen al punto, llevados del fervor de su alma, sin saber lo que dicen, pero esperando de este modo conseguir lo que pedían. ¿Qué les dice él? Beberéis en verdad mi cáliz y seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado. Grandes bienes les profetiza. Pues significa: Seréis dignos del martirio y padeceréis lo que yo voy a padecer; terminaréis vuestra vida con una muerte violenta y en esto seréis mis compañeros. Pero sentaros a mi diestra y a mi izquierda, no está en mi poder otorgarlo, sino a aquellos a quienes está reservado por mi Padre.

Una vez que les hubo levantado el ánimo y llevado a regiones más altas y los hizo vencedores de la tristeza, finalmente corrige su petición. Mas ¿qué significa lo que ahora se dice? Porque muchos hacen una doble pregunta: en primer lugar si el sentarse a la derecha de Cristo le está reservado a alguno; y en segundo lugar, si acaso el que es Señor de todos no puede concederlo a quienes está reservado. En suma, qué significa lo dicho. Si resolvemos la primera cuestión la segunda quedará clara para esos que preguntan. ¿Qué significa, pues? Ninguno se sentará ni a la diestra ni a la siniestra de El, pues su trono es inaccesible a todos: no digo únicamente a los hombres ya sean santos y aun apóstoles, pero aun a los ángeles, los arcángeles y todas las Potestades del cielo. Pablo eso lo pone como prerrogativa del Unigénito cuando dice: Porque ¿a cuál de los ángeles dijo jamás: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies? A los ángeles dice: El hace a sus ángeles vientos y a sus ministros llama de fuego; pero respecto del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos. Entonces ¿cómo dice: Sentarse a mi diestra y a mi izquierda no está en mi poder otorgarlo? ¿Es porque ya están determinados los que ahí se han de sentar? ¡De ninguna manera! ¡lejos tal cosa! Sino que responde según el pensamiento de los que le preguntaban, atemperándose a su debilidad. Porque ellos nada sabían de aquel trono sublime ni del trono a la diestra del Padre, pues no alcanzaban ni siquiera las cosas más bajas con mucho de que cada día eran instruidos. Lo único que ellos buscaban era sentarse en los primeros lugares y preceder a los otros y que nadie allá con El estuviera antes que ellos. Pues, como ya dije, habían oído lo de los doce tronos e ignorando qué fuera eso, pidieron el primer lugar.

Así que lo que Cristo dice es esto: Ciertamente moriréis por mí, os inmolaréis en aras de la predicación, seréis partícipes de mi Pasión. Pero eso no basta para que os adquiera los primeros lugares y estéis en los puestos delanteros. Si llega algún otro que haya padecido el martirio y haya alcanzado la virtud con mayor perfección que vosotros, aunque yo os amo y os prefiero a otros, no por eso rechazaré al otro a quien ensalzan sus virtudes y os daré el puesto de preferencia. Aunque para no causarles dolor, no se lo dijo con estas palabras, sino que como en enigma lo dejó entender con decirles: Mi cáliz ciertamente lo beberéis y seréis bautizados con el bautismo con que yo lo seré; mas el sentarse a mi diestra o a mi izquierda no está en mi poder otorgarlo, sino a aquellos a quienes está reservado por mi Padre.

Pero ¿para quiénes está preparado? Para aquellos que por sus obras pueden llegar a ser sobresalientes. Por eso no dijo: no puedo darlo yo, sino mi Padre, para que no fuera a suceder que alguno, débil aún en la fe, lo tomara a debilidad de Cristo y dijera que no podía éste retribuir. ¿Qué fue lo que dijo? No está en mi poder, no me toca, sino a aquellos para quienes está preparado. Para que esto que digo quede más claro, lo explicaré con un ejemplo. Supongamos un prefecto de certámenes y que muchos bajan a las competencias, atletas eximios. Pero que dos de esos atletas se acercan al prefecto de certámenes y son muy especiales amigos suyos, y le dicen: Haz que seamos proclamados y coronados, porque se apoyan en la dicha amistad y benevolencia. Y aquél les contesta: No me toca ni está en mi poder concedéroslo, sino sólo a aquellos para quienes está eso preparado a causa de sus trabajos y sudores. ¿Pensaremos y diremos que ese prefecto está destituido de todo poder? De ninguna manera. Al revés: lo alabaremos por su sentido de justicia y equidad.

Pues bien, así como no diríamos que él no concede la corona por falta de poder, sino porque no quiere violar las leyes de las competencias, ni perturbar el orden jurídico, del mismo modo, creo yo, se expresó Cristo, de todas maneras levantándoles el ánimo para que pongan la esperanza de su salvación, después de Dios, en sus buenas obras. Por esto dice: A aquellos para quienes está preparado. Como si dijera: pues ¿qué si aparecen otros mejores que vosotros? ¿que mejores obras practican? ¿Acaso vosotros, por haber sido mis discípulos vais a ocupar los primeros asientos, si no es que se os juzgue dignos de ellos? Por esto de tener El la plena potestad de juzgar se ve claro ser El dueño del universo. Así dice a Pedro: Te daré las llaves del reino de los cielos. Y Pablo significando lo mismo, decía: En el término, me está reservada una corona de justicia, con la que me retribuirá en aquel día el Señor como Justo Juez; y no sólo a mí, sino a los que habrán deseado con amor su advenimiento? Se refiere al advenimiento que ya tuvo realización. Y a todos es manifiesto que nadie se aventajará a Pablo. Ni te admires de que Cristo estas cosas las haya dicho en forma un tanto oscura. Pues Jesús los despide, de tal modo disponiendo las cosas que ellos no se preocupen ni turben por eso de los primeros asientos, pues aquello les había acaecido por humanas afecciones; y así, para no entristecerlos, logra ambas cosas mediante esta oscuridad.

Entonces se indignaron los otros diez contra ambos hermanos. Entonces. ¿Cuándo? Cuando Jesús los increpó. Pues mientras Cristo daba su parecer no se indignaban; sino que aún cuando veían que los dos hermanos eran preferidos, por honra y reverencia del Maestro callaban, aunque en su ánimo sintieran dolor, pues no se atrevían a manifestarlo. Ya antes habían sufrido lo mismo respecto de Pedro, es decir, ese afecto humano, allá cuando la didracma: no se indignaron, sino que solamente preguntaron: ¿Quién es mayor? Acá, cuando vieron lo que los dos discípulos pedían, se indignaron. Pero no se indignaron al hacer aquéllos su petición, sino cuando Cristo los increpó y les advirtió que no ocuparán los primeros asientos, sino en el caso de que se mostraran dignos de ello.

¿Observas cuan imperfectos eran aún todos, tanto los que intentaban preceder a los diez, como los diez que sentían envidia de los otros dos? Pero, como ya dije, tráelos al medio más tarde y los verás desnudos de toda esa clase de afecciones. Mira cómo el mismo Juan, que ahora con el motivo dicho se acercó a Jesús, luego en todo daba la primacía a Pedro, tanto cuando éste predicaba, como cuando hacía milagros. Así se ve en los Hechos de los Apóstoles. Tampoco oculta sus hechos preclaros, sino que narra la confesión hecha por Pedro, mientras todos callaban, y cómo entró al sepulcro, y lo antepone a sí mismo. Ambos habían estado presentes a la crucifixión, pero Juan, omitiendo las alabanzas propias se contenta con decir: El discípulo aquel era conocido del pontífice. Santiago sobrevivió poco tiempo, pues desde el principio ardía en sumo fervor, de manera que habiendo renunciado a todas las cosas, llegó a tan alta cumbre que desde luego sufrió el martirio. Luego todos por el ejercicio de todas las virtudes se hicieron egregios. Pero entonces se indignaron.

¿Qué hace Cristo? Habiéndoles llamado a sí, les dijo: Sabéis que los jefes de las naciones dominan despóticamente sobre ellas. Pues los veía turbados, con llamarlos antes de hablarles los apaciguó tanto con el llamamiento mismo como con acercarlos a Sí. Porque los dos dichos, separados del resto de ellos, estaban ahí cerca hablando en privado. Por eso los llama también a ellos cerca de sí, y de esta manera y también con poner de relieve lo que los otros habían dicho y comunicarlo con los otros, consoló los ánimos de todos que andaban agitados. Pero no los apacigua ahora como lo había hecho anteriormente. Porque entonces trajo al medio a un niño y les ordenó imitar su humildad y sencillez. Ahora en cambio más acremente los reprende por ejemplos contrarios.

Les dice: Los jefes de las naciones dominan despóticamente sobre ellas y sus magnates ejercen sobre ellas un poder tiránico. No debe ser así entre vosotros, sino que quien aspire entre vosotros a ser grande sea servidor de todos; y quien quiera ser el primero, será esclavo y el último de todos. Demostró así que el anhelar los primeros puestos era cosa que se acercaba a los usos de los gentiles. La ambición es una pasión tiránica que con frecuencia agita a los grandes hombres. Por lo cual necesitan de mayor castigo. Por lo cual también él aplica un mayor castigo al avergonzar a los ánimos llenos de hinchazón mediante la comparación con los gentiles; y con esto corta la envidia de los diez y la arrogancia de los otros dos. Como si dijera: No os indignéis como si se os hiciera injuria Quienes ambicionan los puestos primeros, a sí mismos se hacen daño y se causan desdoro, pues por eso mismo ocupan el último lugar. Porque las cosas no van por el mismo camino entre nosotros y entre los gentiles. Los jefes de las naciones dominan despóticamente sobre ellas; pero acá conmigo, el último es el primero. Ni penséis que lo digo sin razón, sino tomad ejemplo de mis obras. Porque yo hice todavía algo más. Siendo Rey de las Potestades del cielo, quise hacerme hombre y ser vilipendiado y sufrir improperios. Y no contento con esto, me presenté a la muerte.

Por tal motivo dice: El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida por la redención de muchos. Que es como decir: no paré aquí, sino que di mi vida para redención. Y ¿por quiénes? Por enemigos. Mientras que tú, si fueres humillado, en tu favor lo llevas; yo en cambio lo hice por ti. No temas, pues, como si fueras a perder tu honra. Pues por más que te humilles, no puedes abajarte tanto cuanto se abajó tu Señor. Pero ese abajarse fue ascensión para todos y manifestó así su gloria. Pues antes de hacerse hombre, solamente era conocido de los ángeles; pero una vez que se hizo hombre y fue crucificado, no sólo no disminuyó su gloria, sino que recibió además una nueva por el conocimiento que de El tuvo el orbe. No temas como si se te arrebatara tu honra por el hecho de humillarte; pues, al contrario, de ese modo, se te aumenta mucho más y se te hace mayor.

En consecuencia, no echemos por el otro camino, para dañarnos a nosotros mismos y hacernos guerra. Si queremos aparecer grandes, no seremos grandes, sino al revés, seremos vilísimos. ¿Observas cómo continuamente los exhorta a lo contrario y sin embargo concediéndoles lo que desean? Ya muchas veces lo hemos demostrado anteriormente: así lo hizo, por ejemplo, cuando se trataba de los avaros y de los codiciosos de vanagloria. Pues decía: ¿Por qué das limosna delante de los hombres? ¿Para gozar de gloria? ¡No lo hagas! ¡alcanzarás gloria! ¿Por qué amontonas riquezas? ¿para enriquecerte? No amontones riquezas y serás rico. Y lo mismo ahora: ¿por qué anhelas los primeros puestos? ¿para preceder a otros? Puea escoge el último lugar y obtendrás el primero, puesto que ambicionar aquéllos es propio de los ínfimos. Si quieres ser grande, no busques ser grande y entonces serás grande. Pues, lo otro es ser de verdad el último.

¿Adviertes la manera con que los aparta de semejante enfermedad, demostrándoles que de ese modo caen y del otro consiguen lo que anhelan; para que aquello lo huyan y busquen lo otro? Y trajo a colación los gentiles para declarar que semejante anhelo está lleno de desdoro y es abominable. Es ne-cesario que el arrogante se humille y que el humilde sea elevado. Pues esta es la auténtica y verdadera elevación, que no consiste únicamente en el nombre y apelativo. La elevación simplemente en lo externo, es fruto del temor y la necesidad; pero la otra elevación es una semejanza de la alteza de Dios. El que con ella es excelso, aun cuando a nadie cause admiración permanece excelso. Por el contrario el soberbio, aun cuando todos lo adulen y reverencien, es el más bajo de todos. Su honor se apoya en la fuerza y en la necesidad y por lo mismo fácilmente cae; el otro nace del propósito de la voluntad y por lo mismo permanece firme.

Admiramos a los santos porque siendo ellos los más eximios de todos, se mostraron los más humildes de todos. Y por eso permanecen exaltados hasta el día de hoy y la muerte nada les quitó de su excelsitud. Pero si os place demostraremos esto mismo mediante el raciocinio. Acá llamamos alto al que sobresale por la estatura de su cuerpo o porque está en lugar levantado; y llamamos humilde a lo contrario. Pues bien: veamos quién es de verdad alto, si el soberbio o el humilde, para que conozcas que nada hay más alto que la humildad y nada más bajo que la soberbia. El arrogante y soberbio quiere ser el más alto que todos y dice que nadie hay digno de él; y por más honores que consiga, siempre ambiciona y busca otros mayores y piensa que aún nada ha conseguido. Desprecia a los hombres y anda buscando que lo honren: ¡cosa la más irracional de todas! Pues parece cosa enigmática. Busca que lo glorifiquen aquellos a quienes desprecia. ¿Ves cómo el que se levanta más alto, cae y yace por tierra? Pues eso de que juzgue que todos los demás hombres con él comparados nada son, queda condenado por el nombre mismo de arrogancia. Entonces ¿por qué corres tras de quienes, según tú, nada son? ¿por qué buscas que te honren? ¿por qué traes y llevas semejantes acompañamientos y turbas? ¿Adviertes, carísimo, a ese bajo y sobre bajos apoyado?

Pero ¡ea! ¡examinemos al que de verdad es eximio! Este conoce bien lo que es el hombre. Sabe que el hombre es un ser elevado y él se juzga el último; por lo mismo, por mínimo que sea el honor de que disfruta, lo juzga grande. Por lo mismo, es constante, es eximio, no cambia de pareceres] porque juzga ser honores grandes los que provienen de aquellos que él juzga grandes, aun cuando parezcan pequeños los hombres, pues para él son grandes. El arrogante al revés: juzga hombrecillos de nada a los que le tributan honores y en cambio juzga grandes los dichos honores. Además el humilde no sufre enfermedades del ánimo: no lo conmueve la ira ni el amor de la vanagloria ni la envidia. Pero ¿qué habrá más excelso que un alma libre de tales enfermedades? El arrogante está pleno de ellas y se revuelca en el cieno a la manera de un gusano, pues constantemente lo excitan la envidia, la ira y el rencor. Entonces ¿quién es más excelso? ¿el que está por encima de las enfermedades del alma o el que es esclavo de ellas? ¿el que las teme y tiembla de ellas o el que permanece invicto y jamás ellas se apoderan de él? ¿Qué ave diríamos que vuela más alto: la que está por encima de las manos y lazos del cazador o la otra para coger la cual el cazador no necesita ni de trampas, pues anda rastrera y no puede levantarse a lo alto? Este es el arrogante: cualquier lazo fácilmente lo coge, pues anda arrastrándose sobre la tierra.

Y si quieres, examina esto mismo por el lado del demonio. ¿Quién más abatido que el demonio por haberse ensoberbecido? ¿quién más excelso que el hombre si quiere ser humilde? El demonio se arrastra puesto bajo nuestras plantas, pues dice la Escritura: Caminad sobre las serpientes y los escorpiones. El humilde en cambio vive con los ángeles. Y si quieres conocer lo mismo por los hombres soberbios, piensa en aquel bárbaro que llevaba consigo tan numeroso ejército, pero no conocía ni siquiera lo que todos conocen; como por ejemplo que la piedra es piedra y que los ídolos, ídolos son; y por lo mismo era inferior a los mismos ídolos. Pero los que son fieles y piadosos, ascienden sobre el sol; y ¿qué puede haber más elevado que ellos? Traspasan incluso las bóvedas celestes, y pasando de vuelo a los ángeles, se presentan ante el trono mismo regio de Dios. Y para que por otro camino conozcas la vileza de los arrogantes, te pregunto: ¿quién podrá ser humillado y abatido: aquel a quien Dios auxilia o aquel a quien Dios combate? Sin duda éste último. Pues oye lo que dice la Escritura acerca de ambos: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes.

Voy a ponerte otra pregunta: ¿quién es más elevado: el que sacrifica a Dios y le ofrece víctimas; o el que apartado de Dios no pone en él su confianza en absoluto? Dirás: ¿qué sacrificio puede ofrecer el humilde? Pues oye a David que dice: Mi sacrificio es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias. ¿Has visto la pureza del humilde? Pues mira ahora la impureza del otro: Impuro es delante de Dios todo el que tiene un corazón arrogante. Añádese que en aquél descansa el Señor: ¿En quién voy a fijarme? En el humilde y contrito, que tiembla de mi palabra. Este en cambio es arrastrado juntamente con el diablo, porque el arrogante sufrirá los tormentos del demonio. Por lo cual decía Pablo: No sea que infatuado caiga en la condenación del diablo. Y además siempre le sucede lo contrario de lo que anhela. Se ensoberbece para ser honrado y resulta el más despreciado de todos. Porque los arrogantes son la gente más ridícula, odiados de todos, fácil presa de sus enemigos, inclinados a la ira, impuros delante de Dios. Pero ¿qué habrá peor que esto? Es el colmo de todos los males.

En cambio ¿qué hay más dulce que los hombres humildes? ¿qué hay más feliz? Son amables y queridos de Dios y ante los hombres disfrutan de suma gloria; y todos los honran como a padres, los reciben como a hermanos, los abrazan como a miembros propios. Seamos, pues, humildes para que seamos excelsos. La arrogancia abaja demasiado. Ella fue la que echó por tierra al Faraón. Dijo: No conozco a ese Señor. Y quedó inferior a las ranas, a los mosquitos y a las langostas y finalmente con armas y caballos fue sumergido en el mar. En cambio, Abrahán dijo: Yo soy polvo y ceniza H y así venció a millares de bárbaros; y habiendo ido a dar en mitad de Egipto, regresó tras de lograr un trofeo más espléndido aún; y ejercitando la humildad, siempre salió cada vez más elevado. Por eso en toda la tierra es celebrado, en todas partes es coronado y ensalzado. El Faraón en cambio no es sino tierra y ceniza u otra cosa fi la hay más vil que ésas.

Nada aborrece Dios tanto como la soberbia. Por esto desde el principio puso todos los medios para desterrar esta enfermedad. Para ello fuimos hechos mortales, y vivimos entre dolores y gemidos, y entre trabajos y miserias. Por la arrogancia pecó el primer hombre, pues esperaba ser igual a Dios y el resultado fue que ni siquiera conservó lo que ya poseía, sino que todo lo perdió. Esa es la naturaleza de la arrogancia: que no sólo nada nos ayuda para la vida, sino que nos priva aun de lo que ya tenemos. En cambio la humildad no nos priva de bien alguno, sino que nos aporta los que no poseíamos. Pues bien: insistamos en esta virtud, ejercitémosla para que juntamente disfrutemos de la vida presente y consigamos la eterna, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, junto con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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Crisóstomo - Mateo 64