Crisóstomo - Mateo 12

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HOMILÍA XII

Vino Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él (Mt 3,13).

SE ACERCA para ser bautizado entre los siervos el Señor, entre los reos el Juez. Pero no te espantes. Porque en estas humildes cosas es en donde más resplandece su alteza. Quien soportó ser llevado por tanto tiempo en el vientre virginal; y luego salió de ahí revestido de nuestra naturaleza; quien soportó ser herido con bofetadas y ser crucificado y padecer todo lo que padeció ¿por qué te admiras de que haya dignado bautizarse y acercarse a su siervo, juntamente con los demás? Lo estupendo fue que siendo Dios quisiera hacerse hombre; puesto que lo demás por correcta lógica se sigue.

Por esto Juan al punto exclamó que no era digno de desatar la correa de sus sandalias y añadió todo lo demás: que es Juez, que da a cada uno conforme a sus merecimientos y que dará con abundancia su Espíritu a todos. Y lo hizo para que cuando veas a Jesús acercarse al bautismo, no concibas sospechas de bajeza alguna. Y en cuanto lo tuvo presente, trató de detenerlo e impedírselo y decía: Yo soy quien debo ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí? Como su bautismo era para penitencia y llevaba consigo la acusación de los pecados, a fin de que no fuera a pensar alguno que por tales motivos se acercaba Jesús al Jordán corrige semejante pensamiento llamándolo Cordero y Redentor de los pecadores de todo el orbe. Porque quien puede borrar los pecados de todo el género humano, con mucha mayor razón él mismo debe ser impecable.

Y no dijo Juan: He aquí al impecable, sino lo que es mucho más: El que quita el pecado del mundo. Para que después de esto aceptaras tú también lo otro con plena certidumbre y vieras que él se acerca al bautismo llevando a cabo otros planes. Por esto al acercarse Jesús, le dice: Soy yo quien debe ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí? Y no dijo: ¿y tú eres bautizado por mí? Temió expresarse de ese modo. Sino ¿qué? ¿Y tú vienes a mí? Y ¿qué hace Cristo? Hizo entonces lo que más tarde haría con Pedro. Porque también Pedro lo apartaba de lavarle los pies. Pero cuando oyó: Lo que yo hago no lo sabes ahora, pero lo sabrás después, y no tendrás parte conmigo, al punto cesó en su oposición y cambió de parecer. Pues acá sucedió lo mismo. En cuanto Juan oyó: Déjame hacer ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia, al punto obedeció. Porque ni él ni Pedro eran rijosos ni pertinaces; sino que ambos juntaban el amor con la obediencia y cuidaban de obedecer en todo al Señor.

Pondera en qué forma lo induce a obedecer. Se vale de la misma razón por la que Juan creía no ser conveniente hacerlo. Pues no le dijo: esto es justo, sino: así conviene. Puesto que Juan pensaba ser del todo inconveniente que el Señor fuera bautizado por el siervo, Jesús le opuso esto mismo; como si le dijera: ¿No es verdad que lo rehúyes y me apartas por parecerte cosa indigna? Pues precisamente déjame, porque esto es lo más conveniente y honroso. Ni le dijo solamente déjame, sino que añadió ahora. Como diciendo: esto no será para siempre, pues me verás en el estado que deseas, pero por ahora has de esperar. Enseguida le demuestra por qué es conveniente. ¿Cómo pues es lo conveniente? Porque así cumplimos toda la ley, que es lo que significa al decir toda justicia.

Porque la justicia consiste en la observancia de todos los mandatos. Como si dijera: Puesto que ya hemos cumplido con todos los otros mandatos de la Ley y sólo falta éste, conviene que también éste se cumpla. He venido para deshacer la maldición impuesta a los transgresores de la Ley. Conviene, pues, que yo mismo, una vez que la haya cumplido íntegramente y os haya librado de la maldición, luego la abrogue. De manera que conviene que yo cumpla toda la ley, por ser necesario que borre la maldición escrita en la Ley contra vosotros. Para eso me encarné; para eso me presento.

Entonces Juan condescendió. Bautizado Jesús salió luego del agua. Y he aquí que vio abrírsele los cielos y al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre él. Como las turbas creían ser Juan superior a Jesús, por haber vivido perpetuamente en el desierto, por ser hijo de un sacerdote, por las formas de vestir, porque a todos llamaba al bautismo y porque había nacido milagrosamente de una mujer estéril; mientras que Jesús había nacido de una oscura doncella -pues el parto, quedando ella virgen, aún no era conocido de todos- y además se había criado en su casa y conversado con todos y andaba vestido al uso común, todos lo tenían por muy inferior a Juan, pues nada conocían aún de los secretos arcanos de Dios. Sucedió, pues, que fuera bautizado por Juan, cosa que confirmó a las turbas en su opinión, aun independientemente de las otras circunstancias enumeradas. Pensaban que era uno de tantos, ya que, de no serlo, no habría concurrido con las turbas para ser bautizado. Pero Juan pensaba ser aquél un ser superior y muy más admirable.

A fin de que no tomara cuerpo y fuerza entre muchos semejante creencia, cuando Jesús fue bautizado se abrieron los cielos y bajó el Espíritu Santo; y juntamente con el Espíritu Santo una voz que manifestaba la dignidad del Unigénito. Y porque semejante voz, que decía Este es mi Hijo, el amado, muchos creían que más convenía a Juan, pues no decía: Este que es bautizado, sino solamente este, con lo que cada uno de los oyentes podía sospechar que se había dicho en favor del bautizante y no del bautizado, ya por la dignidad misma de Juan, ya por las demás circunstancias apuntadas, por tal motivo bajó el Espíritu Santo en forma de paloma, para hacer que aquella voz se refiriera a Jesús y declarara a todos cómo la palabra este no se decía de Juan, que bautizaba, sino de Jesús que era bautizado.

Preguntarás por qué ni con todo esto creyeron. Pues también en tiempo de Moisés se obraron muchos milagros, aunque no tan brillantes, y sin embargo tras de todos ellos, tras del sonido de la trompeta y de los relámpagos y de los truenos, todavía se fabricaron un becerro y se iniciaron en los misterios de Baal-Fegor. Y los mismos que se hallaron presentes y vieron la resurrección de Lázaro, estuvieron tan lejos de creer en quien lo había resucitado, que aún intentaron matar a Lázaro varias veces. Si pues teniendo ante los ojos la resurrección de los muertos, tan incrédulos y perversos perseveraban ¿cómo te admiras de que no dieran crédito a la voz aquella bajada de lo alto? Cuando el alma es malvada y perversa y anda enferma de envidia, no cede ante ningún milagro; al contrario de cuando es buena, pues en este caso todo lo cree y todo lo acepta y ni siquiera necesita de milagros.

De modo que no investigues por qué no creyeron. Tendrías que investigarlo si no se hubieran dado tantas pruebas que debían llevarlos a creer. Dios por boca del profeta, además de todas las cosas que tenía en su favor, añadió esta defensa. Pues habían de perecer los judíos y de ser condenados a eternos castigos, con el objeto de que algunos de ellos por su perversidad no acusaran a la divina providencia, dijo: ¿Qué más podía yo hacer por mi viña que no lo hiciera? La misma consideración se aplica aquí: ¿Qué más era necesario hacer que no se hiciera? Y si alguna vez te hablan contra la providencia de Dios, usa tú de este modo de defensa contra los que se empeñan en acusarla por los crímenes de muchos. Pondera bien qué cosas tan admirables se llevan a cabo y son ya como el principio de lo que sucederá en lo futuro. Pues no se abre el paraíso, sino el cielo mismo.

Pero, en fin, dejemos este discurso contra los judíos para otra ocasión. Ahora, con el auxilio divino, vuelva la explicación a la materia de que veníamos tratando. Y bautizado Jesús, salió luego del agua. Y he aquí que vio abrirse los cielos. Para que aprendas que lo mismo sucede cuando tú eres bautizado, pues Dios te llama a la patria celestial y te persuade a que ya nada de común tengas con la tierra. Y aunque no lo veas, no le niegues tu fe. A los principios siempre se muestran visiones de cosas admirables y espirituales, que impresionan los sentidos, y milagros como los ya referidos. Esto se hace por motivo de ser los hombres cerrados a esas materias y tener necesidad de las visiones sensibles Porque no pueden concebir alguna idea de la naturaleza incorpórea, sino sólo admiran lo que les llega por los sentidos. De manera que aún cuando más adelante semejantes, visiones ya no tengan lugar, sin embargo, las que se les mostraron al principio y otras a ésas semejantes, los llevan a dar fe a las cosas incorpóreas.

Así sobre la cabeza de los apóstoles se produjo un ruido penetrante de viento y aparecieron figuras como de lenguas de fuego; y esto no por los apóstoles únicamente, sino también por los judíos que estaban presentes. Pero aunque ahora ya no seden esos signos sensibles, nosotros creemos las verdades que por los que se hicieron quedaron demostradas. En nuestro caso, se dejó ver una paloma, para demostrar como con el dedo a Juan y a los que se hallaban presentes que Jesús era Hijo de Dios; pero también para que tú creyeras que sobre ti, al ser bautizado, desciende el Espíritu Santo.

Para nosotros, en resumidas cuentas, no hay necesidad de visiones sensibles, pues la fe basta en lugar de ellas: los milagros se hacen en bien de los infieles y no de los que ya creen. Preguntarás: ¿por qué el Espíritu Santo desciende en figura de paloma? Pues por ser la paloma un animal manso y puro. Siendo el Espíritu Santo Espíritu de mansedumbre, se apareció en esa figura. Por lo demás, con eso nos trae a la memoria una historia antigua. Cuando allá en otro tiempo, por haber caído el orbe en un universal naufragio, estaba en peligro todo el género humano, entonces se mostró esta ave y dio a entender el fin de la tempestad; y portando un ramo de olivo, anunció la tranquilidad a todo el orbe de la tierra. Pues bien: todo ello era figura de lo futuro.

En aquel tiempo los hombres eran de peor condición y merecían un castigo mucho mayor. En cambio ahora, para que no desesperes, la paloma te trae a la memoria esa historia antigua. Entonces, cuando ya no había esperanza alguna, sin embargo se obtuvo un éxito de enmienda. Pues lo que entonces se obró mediante el castigo, ahora se hace mediante la gracia y con un don inefable. Por esto aparece la paloma, no portando en su pico un ramo de olivo, sino demostrándonos al Liberador de todos los males y trayéndonos la buena esperanza. Ni saca del arca a un solo hombre; sino que, al mostrarse levanta al cielo a todo el mundo y trae al orbe no un ramo de olivo, sino la adopción de hijos de Dios.

Considerando, por tanto, la grandeza del don, no porque en tal figura se presente vayas a creer que es menor en dignidad. porque oigo a algunos que dicen haber tan gran diferencia entre el hombre y la paloma, cuanta hay entre Cristo y el Espíritu Santo. Porque Cristo se manifestó habiendo tomado nuestra figura, pero el Espíritu Santo lo hizo en forma de paloma. ¿Qué responderemos a esto? Que ciertamente Jesús asumió la naturaleza humana; pero el Espíritu Santo no asumió la naturaleza de la paloma. Por eso dijo el evangelista no que apareció en naturaleza de paloma sino en figura. Ni fue visto en semejante figura en alguna otra ocasión, sino sólo en ésta.

Si te empeñas en que por eso era menor, con semejante argumento también serán mayores que él los querubines; y tanto más cuanto más lo es una águila grande a una paloma. Porque en el Antiguo Testamento, los querubines tomaron figura de águila. Y aun los ángeles le serían superiores en excelencia, ya que éstos frecuentemente se mostraron en figura de hombres. Pero ¡no! ¡no van por ahí las cosas! Pues una es la verdad de las divinas disposiciones y otra la concesión de las temporales visiones. No seas, pues, ingrato a tu Bienhechor, ni le resultes con pagos contrarios a sus intentos, a quien te dio la fuente de la bienaventuranza; puesto que en donde se encuentra la dignidad de la adopción de hijos, de ahí se excluyen todos los males y es el regalo de todos los bienes.

Por eso queda abrogado el bautismo judío y comienza el nuestro. Lo que sucedió en la Pascua eso mismo sucedió en el bautismo. Celebró Jesús ambas Pascuas, abrogando una y dando comienzo a la otra. Y cuando cumplió con el bautismo judío, abrió las puertas al de la Iglesia. Y así como allá en una mesa hizo todo, así acá en un solo río, imitando la sombra y figura antigua, pero añadiéndole la verdad y realización. Solamente el nuevo bautismo contiene la gracia del Espíritu Santo. El bautismo de Juan no contenía semejante don.

Por esto, aunque todos se bautizaban, no hubo en ellos aquella visión, sino en Aquel que había de darnos el don del Espíritu Santo. Y esto para que además de las dichas enseñanzas aprendas también esta otra: que aquel milagro no lo obró la pureza del que bautizaba sino la virtud del bautizado. Y entonces se abrieron los cielos y descendió el Espíritu Santo. Ahora Jesucristo nos aparta del antiguo modo de vivir y nos traslada a otro nuevo; abriendo las puertas del cielo y enviando desde allí para nosotros el Espíritu Santo que nos llama hacia la patria aquella; y que no sólo nos llama, sino que lo hace con suma dignidad. No nos hizo ángeles ni arcángeles, sino hijos amados de Dios; y de este modo nos atrae a semejante herencia.

Considerando todo esto, se hace necesario que lleves una vida digna del amor del que te llama y de aquella celestial compañía y del honor que te confiere: muéstrate crucificado al mundo; y teniendo al mundo crucificado en ti, lleva una forma de vivir celestial diligentísimamente. No pienses que algo de común con lo terreno tienes acá por el hecho de que tu cuerpo viva aún sobre la tierra y no ha sido aún trasladado al cielo. Ya está en el cielo tu cabeza y tiene allá su trono. Por esto el Señor, cuando acá vino, trajo consigo ángeles; y luego, tomada tu naturaleza, se regresó allá, para que aprendas que bien puedes vivir en la tierra como si fuera el cielo.

Procuremos conservar nuestra nobleza, la que desde los comienzos recibimos; y busquemos diariamente los palacios reales de allá arriba y reputemos todo lo presente como sombras y ensueños. Si un rey terreno de pronto a ti, mendigo y pobre, te adoptara por hijo, no volverías más los ojos a la choza y su vileza, aun cuando la choza y el palacio no distaran mucho entre sí. Pues del mismo modo, no vuelvas ya para nada tu pensamiento a las cosas pasadas: estás llamado a otras mucho mejores. Y el que te llama es el Señor de los ángeles, y los bienes que ya te ha conferido superan a toda razón y entendimiento. No te pasa de una región terrestre a otra, como el rey que suponíamos, sino de la tierra al cielo, de tu naturaleza mortal a la gloria inmortal e inefable, que sólo entonces podremos contemplar en su claridad cuando la disfrutemos.

Y habiendo de conseguir tan grandes bienes ¿me sales con que los dineros, y te aferras a las pompas terrenas? ¿No piensas en que todo esto que cae bajo los sentidos son cosas más viles que el pan que comen los mendigos? Pero entonces ¿cómo serás tenido por digno de honra tan grande? ¿Qué podrás alegar en tu defensa? O mejor dicho: ¿qué castigos no sufrirás si tras de tan inmenso don, te vuelves al vómito antiguo? Sufrirás la pena de tus pecados debida no a un hombre sino a uno que había sido hecho hijo de Dios. La alteza del honor te abrirá camino para un suplicio mayor. Nosotros no sujetamos a un castigo igual cuando delinquen a los criados y a los hijos, ya que éstos han recibido de nosotros los más grandes beneficios.

Si Adán, que había recibido en propiedad el paraíso, por haber pecado una vez sufrió, después de tan alto honor, males tan tremendos, nosotros que recibimos en herencia el cielo y hemos sido hechos coherederos del Unigénito Hijo de Dios ¿qué perdón tendremos, si abandonamos la paloma y corremos tras la serpiente? Por cierto, no oiremos que se nos dice: Polvo eres y al polvo volverás; ni tampoco: Labrarás la tierra, ni alguna otra de aquellas maldiciones en otro tiempo lanzadas; sino cosas mucha más duras que ésas, como id a las tinieblas exteriores y a las cadenas indisolubles y al gusano venenoso y al rechinar de dientes. Y con justa razón. Porque quien no mejora ni aun después de tan grande beneficio, justo es que sea con gravísimas penas castigado.

En otro tiempo Elías abrió y cerró los cielos, de tal modo que podía a su voluntad dejar hacer o estorbar la lluvia. En cambio para ti el cielo no se abre en esa forma, sino para que subas a él; y, lo que más es, no únicamente para que subas, sino para que lleves a otros contigo, si quieres; pues tan enteramente se fió de ti y te dio poder sobre todo lo suyo Siendo, pues, allá nuestro hogar, depositemos allá nuestros haberes: nada dejemos acá para no perderlo. Acá, aun cuando uses la llave y cierres la puerta y le pongas barras atravesadas y coloques un sin fin de siervos que vigilen y escapes de todos los que te asechan y evites las miradas de todos los que te envidian y la polilla y el daño de la vejez (cosa que en realidad no puedes lograr), sin embargo, no podrás escapar de la muerte; y en un solo momento serás despojado de todo. Ni sólo se te despojará de tus cosas, sino que muchas veces irán a manos de tus enemigos. Pero si las colocas en aquella eterna habitación, habrás superado todos los peligros. Allá no hay que usar de llaves, ni de puertas, ni de travesanos: tan segura y fortificada está aquella ciudad; tan inexpugnable es el lugar; tan inasequible a cuanto significa corrupción o perversidad.

¿No es acaso el colmo de la locura acumular todos nuestros bienes en un sitio en que sabemos que se van a corromper y destruir; y en cambio no depositar ni siquiera una mínima parte allá en donde permanecen intactos y aun se aumentan; sobre todo teniendo en cuenta que allá habremos de vivir para siempre? Los gentiles niegan por esto su fe a lo que les decimos, porque exigen de nosotros las pruebas mediante los hechos y no por solas palabras. Cuando ven que nos construimos espléndidas casas, huertos, baños, y compramos campos, en forma alguna se persuaden de que estemos nosotros preparando nuestra marcha hacia otra ciudad. Si fuera así, dicen, se adelantarían a colocar allá cuanto poseen reduciéndolo a plata: y lo conjeturan por lo que acá suele suceder.

Observamos, en efecto, que los más ricos se procuran casas, campos y las demás comodidades que desean, allá en las poblaciones en donde quieren establecerse. Pero nosotros procedemos al contrario. Nos aferramos empeñosamente en poseer una tierra que muy pronto tendremos que abandonar; y no sólo dineros, sino la sangre misma la derrochamos peleando por unas cuantas yugadas de terreno y algunas casas; mientras que para ganar el cielo no queremos emplear ni aun lo superfluo; y eso que a bajo precio se compra el cielo, mientras que si lo adquirimos es posesión eterna. Por tal motivo, sufriremos los más graves castigos si llegamos allá pobres y desnudos de buenas obras; y más aún que por nuestra pobreza, por haber arrojado a la misma miseria a otros, caeremos en intolerables calamidades.

Cuando vean los gentiles a los que andan empeñados en semejantes anhelos que disputan acerca de los misterios sublimes, se aferrarán más a las cosas presentes y aumentarán sobre nosotros y nuestras cabezas un fuego ingente. Porque si nosotros, que debemos enseñarles el desprecio de las cosas presentes, andamos anhelándolas más que todos los otros ¿cómo procuraremos la salvación de los demás, cuando al revés, deberemos sufrir las penas por la ruina de los demás? ¿No oyes a Cristo que dice que nos ha dejado en este mundo como sal de la tierra y como lámpara para que amonestemos a quienes se entregan a los placeres e iluminemos a los que andan ciegos con el ansia de las riquezas? Pues si los lanzamos a más oscuras tinieblas, si los tornamos más muelles ¿qué esperanza nos queda de salvación? ¡Ninguna! Sino que deshechos en llanto, rechinando los dientes, ligados de pies y manos, seremos lanzados al fuego de la gehena, tras de habernos consumido totalmente la solicitud de las riquezas.

Considerando todo esto, rompamos los lazos de semejante engaño, no sea que demos en lo que nos ha de entregar al fuego inextinguible. Quien sirve a las riquezas con cadenas estará atado en esta vida y con cadenas estará atado en la otra. Quien está libre de semejantes codicias, poseerá aquí y allá ambas libertades. Libertades que para poder conseguirlas se hace necesario romper el pesado yugo de la avaricia y esforzarse en levantar el vuelo hacia los cielos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

LXXXI


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HOMILÍA XIII

Entonces fue llevado Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo (Mt 4,1).

ENTONCES. ¿Cuándo? Después de haber descendido el Espíritu Santo; después de aquella voz venida de las alturas, que decía: Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias. Y lo que es más estupendo: fue llevado por el Espíritu Santo, porque fue el Espíritu mismo quien lo llevó al desierto. Venía Cristo a enseñarnos y para esto hacía y padecía todo. Por esto quiso ser llevado allá y entrar en esta batalla con el demonio, para que cada uno de los bautizados, si tras del bautismo padece mayores tentaciones, no se perturbe, como si experimentara lo inesperado; sino que permanezca firme en padecer, pues todo le sucede conforme al recto orden de las cosas. Para esto tomaste las armas; no para estarte ocioso, sino para combatir.

Dios no impide las tentaciones que se nos echan encima, en primer lugar para que veas que te has hecho mucho más fuerte. Además, para que no te estimes en exceso y no te ensoberbezcas por la grandeza del don que se te ha conferido, puesto que las tentaciones te mantienen en humildad. Añádese para que el demonio maligno que duda si es verdad que has renunciado a él, por la experiencia de las tentaciones se confirme en que del todo te le has apartado. En cuarto lugar, para que así te forjes más duro que el hierro y más fuerte. En quinto lugar, para que tengas con esto la demostración del gran tesoro que te ha sido confiado. No te acometería el demonio si no te viera colocado en los más altos honores.

Tal fue el motivo por el que allá a los principios se levantó contra Adán, pues lo veía disfrutando de suma dignidad. Por igual razón se levantó contra Job, al verlo premiado y alabado por el Dios de todos. ¿Por qué dice: Orad para que no caigáis en la tentación? Por eso no nos presenta a Jesús yendo espontáneamente a la tentación, sino llevado según una razonable providencia, dándonos a entender que no debemos exponernos, pero que si somos llevados a la tentación, la resistamos con fortaleza.

Considera a dónde lo llevó el Espíritu Santo: no a la ciudad, ni a la plaza, sino al desierto. Como el demonio quería halagarlo y atraerlo, el Espíritu Santo le presenta la ocasión, no únicamente por el lado del hambre sino también por el sitio mismo. El demonio especialmente nos acomete cuando nos ve solos y que andamos aparte de los demás. Así acometió a la mujer allá a los principios, llegándose a ella cuando estaba sola, sin su marido. Cuando ve a varios reunidos, no se atreve a acometer. Por esto conviene que con frecuencia nos congreguemos, para que no seamos presa fácil del diablo.

Encontró, pues, el demonio a Jesús en el desierto y en una región sola y sin caminos. Que así fuera aquel paraje lo significa Marcos diciendo: Y moraba entre las fieras. Pero advierte con cuánta astucia y perversidad se le acerca y qué ocasión escoge. No acomete a Jesús mientras éste ayuna, sino cuando tuvo hambre. Para que aprendas cuán grande bien es el ayuno y qué arma tan poderosa contra el demonio; y que después del bautismo no te has de entregar a los placeres ni a la embriaguez ni a los manjares, sino al ayuno. Por esto ayunó Jesús, no porque él lo necesitara, sino para instruirnos. Pues la crápula, antes del bautismo, había inducido al pecado, Jesús procedió como el que a un enfermo, ya vuelto a la salud, le ordena no volver a lo mismo de que la enfermedad le provino. Por esto tras del bautismo ayunó.

La intemperancia echó a Adán del paraíso; y en tiempo de Noé acarreó el diluvio; y arrojó sobre los sodomitas los rayos del castigo. Pues aun cuando en estos dos últimos casos el pecado fue de fornicación, pero la raíz del castigo brotó de la intemperancia. Así lo indicó Ezequiel al decir: Mira cuál fue la impiedad de Sodoma: tuvo grande soberbia, hartura de pan y mucha ociosidad? Y lo mismo fue con los judíos: obraron la maldad en gran escala y cayeron en la perversidad a causa de la embriaguez y de las delicias del alimento.

Por esto Jesús ayuna cuarenta días, declarándonos así cuál es el remedio para la salvación. Ni pasa de los cuarenta días, no sea que el exceso del milagro obste a la fe en la nueva economía divina. Ahora ya no hay que temer aquello del Antiguo Testamento, cuando Moisés y Elías, sostenidos por el poder divino, pudieron llegar a tan largo ayuno. Si Jesús lo hubiera prolongado a muchos más días, sin duda que a muchos les habría parecido por esto increíble el misterio de la Encarnación.

Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre, dando así ocasión al demonio para acercársele; y para darnos en el encuentro el modo con que hay que superarlo y vencerlo. Esto mismo hacen los atletas, pues para enseñar a sus discípulos cómo han de vencer, espontáneamente traban luchas con otros en la palestra, mostrándoles en otros la forma, para que aprendan la manera de obtener la victoria. Así sucedió acá. Quería Jesús atraer al demonio al combate, y por esto le dejó ver su hambre y no lo esquivó cuando se le acercaba: y habiéndolo enfrentado una y dos y tres veces, lo venció con la facilidad que le convenía.

Mas, no sea que pasando de ligero sobre semejantes victorias algo quitemos a vuestra utilidad espiritual, comencemos por el primer encuentro, y enseguida examinaremos los otros dos con toda diligencia. Y pues Jesús sufría el hambre, acercándose ci tentador le dijo: Si eres hijo de Dios di a estas piedras que se conviertan en pan. Como había oído la voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy amado; y había escuchado a Juan que tan grandes cosas testificaba; y luego lo ve hambriento, al fin quedó en duda. No lo podía creer solo hombre por lo que de él se había dicho; pero tampoco admitía que fuera el Hijo de Dios, pues lo veía padecer hambre. Dudoso en su ánimo, traduce sus dudas en sus palabras. Y al modo como acercándose a Adán allá al principio fingió lo que no había para cerciorarse de lo que en realidad había, así ahora, ignorando el secretísimo misterio de la nueva economía y no sabiendo en concreto quién era el que ahí presente se encontraba, procura fabricar nuevas redes, mediante las cuales creía poder llegar a saber lo que en la oscuridad estaba escondido.

¿Qué dice, pues? Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. No le dijo: puesto que tienes hambre, sino: si eres el Hijo de Dios, pensando que así lo halagaría. Calló lo del hambre para que no pareciera que se lo echaba en cara y lo avergonzaba. Ignorando la alteza de las cosas que se iban llevando a cabo, pensaba que hablarle del hambre le sonaría a injuria; por lo cual, al modo de los que adulan, única pero dobladamente se refiere a su dignidad. Y ¿qué hace Cristo? Humillándole su hinchazón y demostrándole que de ninguna manera resultaba vergonzoso lo que le acontecía, ni era indigno de su sabiduría, echa por delante precisamente lo que el diablo había callado y le dice: No de solo pan vive el hombre.

Comienza, pues, por la necesidad del vientre. Pero, considera la astucia maligna del demonio y por dónde da principio al combate y cómo no se olvida de sus artes. Teje su engaño con lo mismo con que había derrotado al primer hombre hasta rodearlo de calamidades sin cuento. Es decir, con la intemperancia. Actualmente oímos a muchos decir que por el vientre nos han venido males sin número. Pero Cristo, demostrando que a quienes están dotados de virtud, semejante tiranía no puede obligarlos hasta el punto de imitar algo que sea contra la decencia, por una parte sufre el hambre y por otra no obedece al mandato del demonio; con lo que además nos enseña a no obedecer en nada al demonio. Y pues el primer hombre por este camino había ofendido a Dios y le había quebrantado su ley, ahora Cristo te enseña a pasar más adelante: de modo que aún cuando lo que el diablo ordena no sea pecado, ni aun así se le ha de obedecer.

Pero ¿qué digo pecado? Ni aun cuando ordenen los demonios algo útil, dice Cristo, se les ha de obedecer ni dar oídos. Por este motivo, a los demonios que lo predicaban y decían que El era el Hijo de Dios, El mismo les prohibió que hablaran. Y Pablo a su vez increpó a los demonios a pesar de que lo que decían le resultaba útil. Al revés, más y más humillándolos y apartando de nosotros sus asechanzas, los rechazó aun cuando ellos predicaban verdades saludables; y les cerraba la boca y les imponía silencio. Tal es el motivo de que ahora Cristo no obedezca. Pues ¿qué es lo que responde?: No de solo pan vive el hombre. Como si dijera: puede Dios alimentar al hambriento aun con una palabra; y trae para ello el testimonio del Antiguo Testamento y nos enseña que aún oprimidos por el hambre o por otra cosa cualquiera que suframos, jamás debemos dejar de recurrir a Dios.

Y si alguno alegara que sería conveniente haberle demostrado eso mismo al demonio, le responderé: ¿Por qué? ¿por cuál motivo? Pues a Jesús no se lo dijo para que lo creyera, sino para, según él pensaba, acusarlo y convencerlo de incrédulo. Habiendo el demonio engañado por este camino a los primeros hombres, demostró así que ellos no le creían suficientemente a Dios. Porque él les prometió exactamente todo lo contrario de lo que Dios les había dicho, hinchándolos con una vana esperanza y arrojándolos a la incredulidad, con lo que incluso los hizo perder los bienes que ya poseían.

Cristo, por su parte, no se muestra anuente a lo que el diablo quiere, ni tampoco a los judíos que anhelaban lo mismo que el diablo; enseñándonos por doquiera que aún cuando nos sea lícito hacer alguna cosa, sin embargo no debemos proceder a la ventura y sin motivo; y que aún en el caso de que la necesidad nos apriete, no debemos obedecer al demonio. ¿Qué hace, pues, aquel execrable vencido? Una vez que no pudo persuadir a Cristo de que lo obedeciera, aun oprimido por el hambre, ataca por otro lado y le dice: Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues está escrito: A sus ángeles encargará que te tomen en sus manos.

¿Por qué el demonio en cada una de las tentaciones echa por delante eso de: si eres el Hijo de Dios? Lo hizo antes y lo repite ahora. Porque ya antes había difamado a Dios, al decir aquellas palabras: El día en que de él comiereis se os abrirán los ojos, con las que les daba a entender que Dios los había engañado y que ningún beneficio habían recibido. Y subindicando lo mismo, dice ahora: en vano Dios te ha llamado hijo suyo y te ha engañado con ese don. Y si esto no es verdad, entonces es necesario que demuestres que ciertamente posees ese poder. Luego, como Cristo lo había refutado con un texto de

la Escritura, ahora él aduce a su vez el testimonio de un profeta.

Y ¿por qué Cristo, ni indignado ni exasperado, le responde con gran mansedumbre y acudiendo de nuevo a las Sagradas Escrituras? Le dice: No tentarás al Señor tu Dios. Para enseñarnos que al demonio no se le ha de vencer mediante milagros, sino con la paciencia; y que nada debe hacerse por vana ostentación. Pero advierte la necedad del demonio, aun por el texto mismo que alega. Porque los textos aducidos por el Señor, ambos son oportunísimos para el caso; mientras que los alegados por el demonio, se disparan a la ventura y fuera de propósito y no cuadran con la cosa de que se trata.

El texto que dice: Pues escrito está: a sus ángeles encargará que te tomen, de ninguna manera es para persuadir a nadie a echarse de cabeza al precipicio, ni se profetizó tal cosa acerca de Cristo. Sin embargo, aunque el diablo lo usó así fraudulentamente, Jesús no lo contradijo; y eso que el diablo lo usaba en un sentido del todo contrario al verdadero. Semejante cosa, nadie la pide al Hijo de Dios. El echarse de cabeza al abismo es consejo del diablo y de los demonios. En cambio, lo propio de Dios es levantar al caído. Y si era cuestión de manifestar su poder, lo habría hecho no precipitándose él, ni echando abajo a otros, sino salvándolos. Eso de lanzarse uno a despeñaderos y precipicios es propio de las legiones diabólicas. Pero así suele proceder en todo ese antiguo engañador.

A pesar de todo, Cristo no le revela su naturaleza, sino que en todo le habla como si fuera simple hombre. Porque aquello de: No de solo pan vive el hombre y aquello de: No tentarás al Señor tu Dios, no eran tales palabras como para manifestar Cristo demasiadamente su divinidad, sino más bien para declararse como uno de tantos hombres. Ni te extrañes de que el demonio, hablando con Cristo, se vuelva a una parte y a otra. Procede como los púgiles cuando han recibido heridas mortales: que aún chorreando sangre por todos lados, llevados como de un vértigo, voltijean sin parar. Del mismo modo el diablo, oscurecida su mente con la primera y la segunda herida, ya simplemente profiere lo primero que se le ocurre; y así avanza para el tercer encuentro.

Y habiéndolo llevado a un monte muy alto y habiéndole mostrado todos los reinos del mundo, le dijo: Todo esto te lo daré si de hinojos me adoras. Entonces le dijo Jesús: Apártate, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás cuitad Como el diablo pecaba ya contra el Padre, al decir que todas las cosas le pertenecían, como si fuera el Creador del universo, finalmente Jesús lo rechaza, y no con airadas expresiones, sino sencillamente ordenándole: Apártate, Satanás. Era esto más una orden que no una reprensión.

Preguntarás: ¿Cómo es que Lucas dice: acabado todo género de tentaciones? Yo pienso que fue para abarcar en resumen, por lo que dijo: todo género. Es decir, como abarcando en esto todas las demás. Puesto que las dichas abarcan otras innumerables: es decir, el estar sujeto a la gula, el obrar por vanagloria y el estar atado por el loco amor a los dineros. Como ese malvado sabía muy bien esto, puso al fin la más poderosa de las tentaciones, que es la codicia insaciable de riquezas. Ya desde el principio andaba tras de ésta, pero vino a sacarla a luz hasta el fin y para entonces la guardó, como la más fuerte que las otras. Porque es ley de esta clase de certámenes: que los medios que se consideran mejores para vencer se reservan para el fin. Así procedió el demonio en el caso de Job; y lo mismo hizo aquí. Habiendo comenzado por lo que le parecía más débil, avanzó luego a lo más poderoso.

Pero ¿cómo se podrá vencer esta pasión y mal? Como nos enseñó Cristo: recurriendo a Dios. De manera que ni por el hambre desfallezcamos, confiados en Aquel que con sola una palabra nos puede apacentar; ni con los bienes que hemos recibido tentemos al dador; sino que contentos con la gloria de allá arriba, despreciemos la humana y en todo rechacemos lo superfluo. Nada hay que mejor nos sujete al demonio como la avaricia y la insaciable codicia de poseer. Y podemos verlo por lo que actualmente sucede. Hay quienes nos digan: todo esto te lo daré si postrándote me adoras. Hombres son los que lo dicen según su naturaleza, pero se han convertido en instrumentos del diablo.

Porque en aquel tiempo el demonio no acometió a Cristo únicamente por sí mismo, sino también por medio de otros instrumentos, como lo indicó Lucas al decir: Se apartó de él hasta el tiempo determinado. Da a entender de este modo que más tarde acometió de nuevo mediante sus propios instrumentos. Y llegaron los ángeles y le servían. Mientras duraba el combate, no permitió que ellos se presentaran, para que no aterrorizaran al que él iba luego a vencer; pero una vez que en todo y por todo lo hubo derrotado y puesto en fuga, entonces se presentan los ángeles. Esto fue para que conozcas que también a ti, una vez que a ejemplo de Cristo hayas vencido, te recibirán con aplausos los ángeles y te rodearán por todas partes. Así a Lázaro, después del horno de la pobreza, el hambre y las aflicciones, los ángeles lo tomaron y lo llevaron consigo. Pues como ya lo tengo dicho, Cristo ahora va declarando muchos de los bienes de que luego disfrutaremos.

Y, puesto que todo se hizo por tu bien, imita, emula semejante victoria. Si se te acerca alguno de esos ministros del demonio con siniestras intenciones, y se burla de ti, y te dice: Tú eres grande, tú eres admirable, haz que este monte pase a otro lugar, no te turbes, no te impresiones, sino que con toda calma respóndele como has oído que le respondió Cristo: No tentarás al Señor tu Dios. Y si te ordena que lo adores y te ofrece gloria, poder, riquezas inmensas, permanece firme. Porque el demonio ha procedido así no únicamente con el común Señor de todos nosotros, sino que cada día mueve contra cada uno de los siervos de Cristo esta clase de armas; y esto no sólo en los montes y en los desiertos, sino también en las ciudades, en las plazas, en los tribunales; y no lo hace únicamente por sí solo, sino además por medio de hombres que son nuestros parientes.

¿Qué es, pues, lo que debemos hacer? No creerle, no prestarle oídos, aborrecerlo como adulador que es; y cuanto mayores cosas promete, tanto más conviene que nos le opongamos. A Eva precisamente cuando mayor promesa le hacía, fue cuando la derribó y le causó el daño más terrible. Es en realidad un enemigo inexorable y ha emprendido contra nosotros una guerra implacable. No nos empeñamos nosotros tanto en nuestra salvación, como él en nuestra perdición. Apartémoslo, pues, y aborrezcámoslo, no sólo con las palabras, sino con las obras; no con sólo el pensamiento, sino con los hechos. Nada hagamos de cuanto a él le da gusto; y así en cambio haremos todo lo que a Dios agrada. Muchas cosas promete el demonio, pero no es para dárnoslas, sino para sacar su ganancia.

El demonio promete dar de lo que no es suyo, para arrebatarnos el reino y la virtud. Promete en la tierra tesoros, o por mejor decir lazos y redes, para privarnos de los tesoros tanto de acá como de los celestiales: quiere que acá seamos ricos para que en la vida futura no lo seamos. Y si no puede despojarnos de la herencia del cielo mediante las riquezas, lo intenta mediante la pobreza, esperando lograr por este otro camino la victoria. Pero ¿qué podrá haber más necio? Pues quien es capaz de llevar las riquezas sin caer en intemperancia, también sabrá llevar la pobreza con ánimo firme. Quien no anhela las riquezas presentes sin duda que no buscará las ausentes, como lo hizo el bienaventurado Job, quien por la pobreza resultó más esclarecido.

Pudo el Maligno despojarlo de sus riquezas, pero en cambio respecto de la caridad con Dios, no sólo no pudo arrancársela, sino que se la devolvió más ardiente; y sólo logró que aquel varón, despojado de todo, brillara con bienes de todo género. Ante semejante resultado, no sabía ya el demonio qué camino tomar. Pues cuanto más graves heridas le causaba, tanto más valeroso lo encontraba. Y como tras de intentarlo todo en nada aprovecha, recurrió a su arma antigua, es decir a la mujer de Job. Esta, ocultando bajo la apariencia de providencia de Dios el ataque, describe en forma dolorosa y trágica sus desgracias y finge un consejo dañino con el que, según ella, se libraría Job de todos sus males. Pero ni aun así venció el demonio. Porque aquel varón admirable cayó en la cuenta del cebo que le tendía y con gran prudencia cerró la boca de su mujer, que hablaba movida por el demonio.

Es lo que conviene que hagamos nosotros. Aunque nos hable y diga lo que no nos conviene disfrazado de hermano, o amigo o esposa, es necesario que lo rechacemos, no por razón de la persona que nos habla, sino por razón del mal consejo que nos da. Porque actualmente en muchas cosas procede así: se disfraza bajo el título de conmiseración; y apareciendo como benévolo deja caer palabras peores que cualquier veneno. Es propio del demonio adular y engañar y dañar; y es propio de Dios corregir para mejorar. No nos dejemos engañar y no busquemos a cualquier precio una vida de comodidades; pues dice la Escritura: Al que Dios ama, lo corrige.

Debemos dolemos sobre todo cuando vivimos permanentemente y disfrutamos en todo de prosperidad; pues quien vive en pecado ha de estar en constante temor; pero de modo especial cuando no sufre ningún pesar. Cuando Dios va imponiendo la pena, por partes, es señal de que quiere aminorar el castigo Pero cuando aguanta con paciencia cada pecado, nos reserva, si en pecar perseveramos, grandes castigos. Si los pesares son necesarios para los buenos, lo son mucho más para los pecadores.

Advierte la gran paciencia que tuvo Dios con el Faraón; y cómo finalmente hubo éste de soportar extremos castigos por todos sus pecados; y también de cuántos crímenes se hizo reo Nabucodonosor, pero al fin llevó la pena de todos ellos. Lo mismo sucedió al rico Epulón: puesto que en esta vida no había tenido sufrimientos, en la otra cayó en extrema miseria. Lleno de delicias en la vida presente, fue a pagar la pena de todas allá en donde no le era posible conseguir consuelo alguno para sus males.

Pero hay algunos tan necios y frívolos, que siempre andan buscando las cosas presentes únicamente; y aun profieren expresiones tan ridículas como éstas: Por ahora gocemos de todo lo presente y ya después veremos acerca de esos futuros inciertos; por ahora me daré a la gula, a los deleites y agotaré los placeres de esta vida. Deja en mi mano el día presente, que ese otro futuro yo te lo regalo. ¡Oh necedad sin término! Los que tal dicen ¿en qué se diferencian de los chivos y de los cerdos? Si el profeta no permite que a quienes anhelan en pos de la mujer de su prójimo se les dé el nombre de hombres ¿quién podrá acusarnos si nosotros los tenemos por estultos chivos y más que éstos, y por cerdos y asnos? Lo que es más claro que las cosas que vemos con los ojos lo juzgan dudoso e incierto.

Si a nadie quieres dar crédito, acércate a los demonios mientras son azotados: a esos que nada dejan por hacer en tratándose de nuestro daño. Porque no negarás que ellos hacen cuanto pueden por acrecentar nuestra desidia, quitarnos el temor de la gehena y lograr que no creamos en el juicio futuro. Y sin embargó, ellos que tal desean, muchas veces gimiendo y lamentándose anuncian acá los tormentos que allá en la gehena se usan. Mas ¿por qué los anuncian y aun contra su voluntad los dicen? No por otro motivo sino porque son atormentados con más grandes castigos. Pues cierto que voluntariamente no querrían confesar que son atormentados por hombres que ya murieron; y ni aun siquiera decir que algo grave padecen. ¿Por qué motivo he dicho lo que acabo de decir? Porque esos mismos demonios que no quieren que creamos en la gehena, la anuncian; y en cambio, tú, que tan grandes honores has recibido, y te haces partícipe de los divinos misterios, ni siquiera los imitas en eso, sino que te has vuelto peor que ellos. Preguntarás: pero ¿es que alguien ha venido del infierno para anunciárnoslo? Respondo: ¿acaso ha venido alguien y ha dicha que Dios todo lo ha creado? Pero bueno: ¿cómo se prueba que tenemos alma? Yo digo que si sólo has de creer lo que cae bajo los sentidos y dudas de la existencia de Dios, de los ángeles, del pensamiento y del alma, entonces se han hundido todos los dogmas. Ahora bien si sólo quieres creer en las cosas que caen bajo los sentidos, lo razonable es que des más crédito a lo que no se ve que a lo sensible.

Si te parece paradójico lo que acabo de decir, sin embargo, es verdadero y manifiesto para quienes tienen entendimiento. Porque los ojos con frecuencia se engañan no únicamente respecto de lo invisible (pues esto ni siquiera lo conocen), sino en las cosas mismas que les parece que ven. Los imposibilitan la distancia, el aire interpuesto, la distracción, la ira, los cuidados y mil obstáculos que les impiden el fijarse bien. En cambio, el ojo del alma, si lo ilustra la luz de las Sagradas Escrituras, juzga más certeramente y con mayor exactitud de las cosas que el ojo corporal. No nos engañemos, pues, en vano, ni además del castigo que lleva consigo la desidia originada de semejantes opiniones, acumulemos sobre nosotros un castigo y fuego mayor, proveniente de sostener proposiciones tan falsas. Cierto es que de no haber juicio, tampoco seremos castigados ni premiados. Pero advertid hasta dónde apuntan vuestros blasfemos principios, pues llegáis a decir que Dios justo y manso en nada tiene tan grandes trabajos y sudores. Ahora bien: semejantes dislates ¿cómo pueden ser conformes con la recta razón?

Pero en fin, si por otras fuentes no, a lo menos por lo que en tu casa misma sucede, pondera esas afirmaciones y verás hasta

qué punto son absurdas. Aunque seas el hombre más inhumano y cruel y aún más feroz que las fieras mismas, no querrás morir sin premiar a un criado que te ha servido bien, sino que le darás la libertad y aun le añadirás dineros; y puesto que tú vas a morir, ya no podrás en adelante hacerle beneficios; pero lo procuras mediante tus herederos y suplicas de todas maneras que tu siervo no quede sin paga. Ahora bien: si tú, hombre perverso, tan humano y benévolo te muestras con tu criado ¿la bondad inmensa de Dios, su inefable benignidad, su gran mansedumbre, a siervos suyos como Pedro, Pablo, Santiago y Juan, que día por día padecieron hambres, estuvieron encadenados, fueron azotados, padecieron naufragios, a éstos los dejará sin coronas?

Al vencedor en los juegos olímpicos, el que los preside lo proclama y lo corona; el señor a su siervo; el rey a sus soldados los colman de honores; y en fin quienquiera que es bien servido al que bien lo sirvió con los dones que puede lo remunera: ¿y sólo Dios, tras de tan abundantes sudores y grandes trabajos, no dará a sus siervos premio alguno ni grande ni pequeño; sino que esos excelentes y piadosos varones que acometieron toda clase de virtudes, habrán de quedar en la condición misma que los adúlteros, los parricidas, los homicidas y los violadores de sepulcros? ¿Es esto razonable? Si nada hay tras de la partida de este mundo; si todo lo nuestro está circunscrito a los límites de la vida presente, aquellos justos y estos pecadores se encuentran en la misma situación. Pero ¡no! ¡ni siquiera en la misma! Aunque según tú, tras de esta vida estarían en la misma situación, pero no lo estuvieron acá, pues unos pasaron su vida en perpetua tranquilidad, mientras los otros vivían en perpetuos suplicios. Pero ¿hay algún tirano monstruoso, hay alguien tan cruel, tan inhumano que así trate a sus siervos?

¿Adviertes lo enorme de semejante absurdo? ¿Ves a dónde conduce tu raciocinio? En consecuencia, si no convencido por otras razones, a lo menos por ésta, rechaza tan pésimas opiniones, huye de su malicia, emprende el trabajo de la virtud: verás luego cómo nuestras cosas no están circunscritas a los límites de la vida presente. Y si alguno te pregunta si alguien vino de la otra vida a comunicarnos esto, respóndele: De los hombres, nadie; pues si un hombre hubiera venido, muchos no le habrían dado crédito, puesto que dirían: exagera, amplifica. Pero ahora es el Señor de los ángeles quien vino para anunciárnoslo. ¿Qué necesidad tenemos, pues, de un hombre, cuando aquel mismo que te ha de imponer el castigo, diariamente clama que ha preparado la gehena y que premiará con el reino y nos ha dado claras pruebas de que así son las cosas? A la verdad si nunca hubiera de entrar en juicio, tampoco acá hubiera amenazado castigos.

Por otra parte ¿cómo es lógico que de entre los criminales a unos se les castigue y a otros no en absoluto? Si Dios no es aceptador de personas, como no lo es ¿por qué a uno lo castigó y a otro lo dejó vivir en la impunidad? Esto presenta una dificultad mayor que las ya enumeradas. Pero si quieres oírme con benevolencia, también a esta dificultad responderemos. ¿Qué solución tiene? Que ni castiga aquí a todos para que no pierdas la esperanza de la resurrección y el juicio futuro, como si durante la vida todos hubieran ya sido castigados, ni los deja a todos impunes para que no pienses que las cosas proceden sin providencia alguna. La realidad es que hace ambas cosas: castiga y deja de castigar.

Cuando castiga, demuestra que aún a los que aquí castigó allá de nuevo los castigará. Cuando deja impune, es para llevarte a creer que hay, tras del apartamiento de esta vida, un tribunal terrible. De manera que si en absoluto no hiciera caso de las obras de acá, a nadie castigaría en esta vida, a nadie haría beneficios. Mas por el contrario, observas cómo en beneficio tuyo desplegó los cielos, encendió el sol, afirmó la tierra, derramó los mares, expandió los aires, dispuso los giros de la luna, estableció leyes firmes para las estaciones del año e hizo que todos los demás seres llevaran a cabo, bajo su mirada e impulso, con exactitud, sus evoluciones.

Nuestra naturaleza y la de los irracionales, como las serpientes, los semovientes, los volátiles, los peces, los que viven en los estanques, en las fuentes, en los ríos, en los montes, en los barrancos, en los bosques, en las casas, en los aires, en los campos, las plantas, las simientes, los árboles ya silvestres ya cultivados, los que llevan fruto y los que no, en una palabra todos los seres, movidos por la incansable mano de Dios, ayudan para nuestra vida, y no sólo para lo necesario, sino para lo abundante, y nos ofrecen sus servicios a la manera de siervos. Pues quien ve tan excelente orden en todas las cosas, aun cuando nosotros apenas hayamos indicado una pequeñísima parte de ellas, ¿se atreverá a decir que Aquel que por nosotros hizo tantas y tan excelentes obras, allá al fin nos olvidará y nos dejará hechos cadáveres, confundidos con los asnos y los cerdos?

El que te honró con un don excelentísimo como es la religión y la piedad y con ello te igualó a los ángeles ¿te abandonará tras de haber tú sufrido infinitos trabajos y sudores? ¿Hay algo más ilógico? Si nosotros lo calláramos, las piedras lo gritarían: ¡tan claro, tan manifiesto es, mucho más que los rayos del sol! Pensando estas cosas y estando firmísimos en nuestro ánimo acerca de que tras del término de la vida tendremos que presentarnos delante del terrible tribunal para dar cuenta de todo lo nuestro y recibir el castigo y experimentar la divina venganza si permanecemos en nuestros pecados, o por el contrario, recibir el premio de las coronas y bienes inefables, con tal de que durante este breve tiempo tengamos temperancia, cerremos la boca de quienes se atreven a asegurar lo contrario. Tomemos el camino de la verdad para que con la conveniente confianza nos acerquemos al dicho tribunal y consigamos los bienes prometidos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

LXXXII



Crisóstomo - Mateo 12