Crisóstomo - Mateo 30

30

HOMILÍA XXX (XXXI)

Pasando Jesús de ahí, vio a un hombre sentado al telonio, de nombre Mateo y le dijo: Sigúeme (Mt 9,9).

HECHO AQUEL milagro, no permaneció ahí Jesús para que con su presencia no se inflamara más la envidia, sino que se apartó por bien de los escribas y a fin de que se les mitigara su enfermedad. Procedamos igualmente nosotros, y no nos entretengamos con los que ponen asechanzas a la virtud, sino perdonemos sus llagas, cedamos, evitemos las querellas.

Mas ¿por qué Jesús no llamó a Mateo al mismo tiempo que a Pedro y a Juan? Así como en el caso de éstos se les acercó en el momento en que El sabía que habían de condescender, así cuando llamó a Mateo, lo hizo cuando El sabía que Mateo lo iba a seguir. Del mismo modo cogió en la red a Pablo, después de la resurrección. Quien conoce los corazones y ve lo más oculto de los pensamientos, sabía en qué momento corresponderían. Por tal motivo, no llamó a Mateo al principio, cuando éste aún no estaba maduro en su ánimo, sino después de innumerables milagros, cuando ya su fama había resonado largamente y a él lo veía más dispuesto para corresponder al llamamiento.

No será fuera del asunto admirar aquí la virtud de este apóstol, que no oculta en su narración su vida anterior, sino que pone su nombre propio, que los otros evangelistas ocultaron y se lo cambiaron. Y ¿por qué dice que estaba sentado al telonio o mesa de cambio? Para manifestar la fuerza del que lo llamaba; pues cuando aún no había renunciado a su oficio, sino que estaba firmemente apegado a su telonio, Cristo lo extrajo de en medio de semejantes males. Así como a Pablo lleno de ira y furor, lo convirtió, lo que igualmente significa la fuerza del que lo llamó, como lo dice él mismo escribiendo a los gálatas: Habéis oído mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, cómo con gran furia perseguía a la iglesia de Dios así a los pescadores los llamó de en medio de sus ocupaciones. Ejercían éstos un oficio no vituperable, pero sí propio de gente agreste, nada urbana, llena de simplicidad. En cambio, el oficio de Mateo era un modo de ganancia lleno de impudencia, de petulancia, de iniquidad y nada noble. Pero de ninguna de tales deficiencias se avergonzó el que lo llamaba.

Ni es admirable que no se avergonzara, cuando no se avergonzó de llamar a una meretriz y le permitió besarle los pies y regarlos con sus lágrimas. Pues no vino para curar solamente los cuerpos, sino para medicinar las enfermedades del alma. Como lo hizo con el paralítico. Una vez que claramente afirmó que podía perdonar los pecados, luego se acercó a Mateo, para que las turbas no se escandalizaran de ver que un publicano era recibido en el número de los discípulos. ¿Qué hay de admirable en que quien puede perdonar todos los pecados, a este pecador lo haga apóstol?

Pero, así como habéis aprendido el poder del que llama, aprended también la obediencia del que es llamado. Porque no se resistió, ni siquiera dudó, ni dijo: ¿Qué es esto? ¡A la mejor a mí que tal hombre soy me llama con astucia y fraude! Ciertamente semejante humildad habría sido extemporánea. Obedeció al punto. No pidió licencia para ir a su casa, para aconsejarse con los suyos, lo mismo que procedieron los pescadores. Así como éstos al punto abandonaron las redes, la barca, al padre, así Mateo abandonó el telonio y las ganancias para seguir a Jesús, mostrando un ánimo dispuesto a todo. Al punto cortó con todos los negocios seculares, y con su obediencia perfecta demostró cuan a punto estuvo el llamamiento.

Preguntarás: ¿por qué no hace mención el evangelista de cómo fueron llamados los otros sino únicamente de Pedro, Santiago, Juan, Felipe, y de los demás para nada? Porque eran éstos los que ejercían oficios humildes o vergonzosos, ya que nada había peor que un publicano, ni más vil y bajo que un pescador. Y que Felipe se contara entre los plebeyos consta por su patria. Tal es el motivo de que a éstos sobre todo enumeran los evangelistas y señalan sus oficios, enseñándonos así que a éstos, aun en las cosas más brillantes que nos narren, debemos darles crédito. No pasan ellos de largo lo que es vituperable y bajo, sino que eso sobre todo lo ponen de relieve, ya toque a los discípulos, ya al Maestro. ¿Cómo entonces serán sospechosos al referir los sucesos sobresalientes y de brillo, en especial cuando pasan en silencio muchos milagros y en cambio lo que toca a la crucifixión, cosa al parecer tan oprobiosa, cuidadosamente lo describen y publican, lo mismo que los oficios de los discípulos y su baja condición social y también quiénes fueron los progenitores del Maestro, unos nacidos de pecados, otros conocidos como de la plebe, y todo esto en altas voces lo declaran y publican? Manifiesto queda por aquí que tuvieron sumo cuidado de la verdad y que no escribieron para agradar ni por ostentación.

Como luego Mateo invitara a Cristo, éste grandemente lo honró acompañándolo a la mesa al punto; y de esta manera lo hizo concebir buenas esperanzas para lo futuro y lo hizo adquirir una mayor confianza. Porque no gastó Jesús mucho tiempo en curar su iniquidad, sino que lo hizo instantáneamente. Y no se puso a la mesa con él a solas, sino con otros muchos; y esto aunque ya lo acusaban de que no rechazaba a los pecadores. Y ni aun esto ocultan los evangelistas: cómo los judíos aprovechaban las ocasiones de acusarlo, examinando sus procederes. Se le juntan los publícanos como quien acompaña a uno de su oficio. Porque Mateo, estimando como un honor que Cristo fuera a su casa, los convidó a todos. Es que Cristo empleaba todos los medios de curar, y no sólo cuando predicaba, cuando daba la salud, cuando redargüía a los enemigos, sino también cuando asistía a los banquetes, enmendaba a muchos que andaban enfermos. Nos enseñó así que todo tiempo y toda obra puede traer utilidad.

Aun cuando las viandas y demás, en esa ocasión eran parto de la iniquidad y la injusticia, Cristo no rehusó el banquete con ellas, pues de eso se había de seguir grande fruto: se muestra compañero y convidado a comer por aquellos que a semejante iniquidad se habían entregado. Si no soporta este médico la podredumbre de los enfermos, no los curará de la enfermedad: aun cuando por eso se eche encima una fama no buena, como era la de comer con un publicano y en su casa y con otros muchos publicanos. Observa en qué forma le interpretan para mal esto que hace: Es un comelón y un bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores.

Oigan esto los que mediante el ayuno tratan de adquirir grande fama. Recuerden que el Señor nuestro fue llamado comelón y bebedor de vino y no se avergonzó, sino que despreció tales hablillas con tal de lograr lo que se había propuesto, como en efecto lo logró. Porque el publicano se convirtió y se hizo mejor. Y para que veas cuán grande bien se seguía a los que con él se sentaban a la mesa, oye lo que dice Zaqueo, otro publicano. Oyó a Cristo que le decía: Hoy me hospedaré en tu casa; y él lleno de gozo respondió: Doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguno he defraudado le devuelvo el cuádruplo. Y Jesús le dijo: Hoy ha venido la salud a tu casa. De este modo hay que enseñar a otros, aprovechándolo todo.

Dirás que ¿cómo Pablo ordena y dice: No os mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de hermano, sea fornicario, avaro: con éste ni comer? 4 Desde luego no está claro si lo manda también a los maestros o solamente a los hermanos. Además aquéllos no habían llegado aún a la perfección del crecimiento en la fe ni se contaban entre los hermanos. En tercer lugar, Pablo ordena a los ya contados en el número de los hermanos que se aparten de aquéllos si es que perseveran en su perversidad. Pero acá en nuestro caso ya éstos se habían convertido y dejado su perversidad.

Pero nada de esto contuvo a los fariseos, sino que acometen recriminando a los discípulos con estas palabras: ¿Por qué vuestro Maestro come con publicanos y pecadores? Y en otra ocasión en que les parece que los discípulos cometen falta, se dirigen los fariseos al mismo Cristo y le dicen: Mira que tus discípulos hacen lo que no es lícito en sábado. Pero en nuestro caso, acusan a Cristo delante de los discípulos. Todo eso era propio de gente maligna y que trataba de apartar a los discípulos del Maestro. Y ¿qué les contesta aquella Sabiduría infinita? No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos.

Observa cómo les retuerce el argumento. Ellos lo acusaban como de crimen porque convivía con los publícanos; pero El les asegura lo contrario, es decir, ser cosa contraria a su bondad el no convivir con ellos. Y que no sólo no era crimen el corregirlos, sino lo principal de todo y lo más necesario y digno de millones de alabanzas. Enseguida, para no parecer que avergonzaba a los convidados con aquellas palabras: los enfermos, advierte cómo las suaviza increpando a los fariseos: Id y aprended qué significa: Prefiero la misericordia al sacrificio. Y les hizo la cita, notándolos de ignorancia de las Escrituras. De manera que se expresa un tanto agriamente, pero no irritado: ¡esto jamás! Procedió así para que tampoco ellos perdieran el ánimo.

Desde luego, podía haberles dicho: ¿No recordáis cómo perdoné al paralítico sus pecados y cómo le devolví la salud? Pero nada de eso les dice: sino que primero los acomete con razones tomadas de la vida común y luego con las Escrituras. Porque, habiéndoles dicho: No necesitan los sanos de médico, sino los enfermos; y habiéndose así declarado como médico, luego añadió: Id y aprended lo que significa: Prefiero la misericordia al sacrificio. Lo mismo hace Pablo. Comienza con ejemplos de cosas comunes: ¿Quién apacienta el rebaño y no come de su leche? Luego alega la Escritura y dice: En la Ley de Moisés está escrito: no atarás la boca del buey que trilla. Y de nuevo: Así lo ha ordenado el Señor a los que anuncian el evangelio: que vivan del evangelio. En cambio, cuando Jesús habla con sus discípulos, procede al contrario, y les recuerda los milagros: ¿Acaso no habéis entendido ni os acordáis de los cinco panes para cinco mil hombres y cuántas espuertas recogisteis?

No procede así con los fariseos, sino que trae a la memoria las enfermedades comunes y de paso les recuerda que también ellos son enfermos y no saben las Escrituras y descuidan la virtud y lo ponen todo en los sacrificios. Queriéndoles dar a entender esto, resume en pocas palabras lo que todos los profetas habían dicho: Aprended qué significa: Prefiero la misericordia al sacrificio. Les demuestra de este modo no ser El sino ellos los que obran perversamente. Como si les dijera: ¿Por qué me acusáis? ¿porque corrijo a los pecadores? Entonces también acusaréis lo mismo a mi Padre. Porque en otra ocasión, pero con el mismo sentido, decía: Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también.- Y aquí les dice: Id y aprended qué significa: Prefiero la misericordia al sacrificio. Como el Padre lo quiere, así lo quiero Yo también.

¿Adviertes cómo torna superfluas las observancias legales y en cambio hace necesaria la misericordia? Porque no dijo: Quiero misericordia y sacrificio; sino: Prefiero la misericordia al sacrificio. De manera que confirma lo primero y repudia lo segundo; y al mismo tiempo demuestra que lo que ellos reprobaban no sólo no estaba reprobado, sino incluso estaba mandado por la Ley, con preferencia a los sacrificios, y presenta la Ley Antigua como ordenando y poniendo preceptos que consuenan con lo que El hace. Redargüidos, pues, por la razón y por las Escrituras, añadió: No he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia.

Parece que aquí habla en forma irónica, como allá cuando dijo: He aquí que Adán se ha hecho como uno de nosotros Y también: Si tuviere hambre no te lo diré a ti. Y que nadie en la tierra fuera justo, lo declaró Pablo con estas palabras: Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios. Esto era un consuelo aun para los convidados. Porque es cerno si dijera: Estoy tan lejos de juzgar abominables a los pecadores, que incluso por ellos solamente he venido. Luego, para no dejarlos un tanto decaídos con esa palabra pecadores, añadió -para no callarla- la penitencia. Porque no he venido para que continúen en sus pecados sino para que se conviertan y se tornen mejores.

Una vez que hubo cerrado la boca a los fariseos así con las Escrituras como con las razones naturales, de modo que ya ellos nada tuvieron que objetar, pues se les demostraba ser reos de los mismos crímenes que acusaban y además de contradecir a la Ley Antigua, ellos, dejando a un lado a Cristo, acusan a los discípulos. Lucas afirma que la recriminación la hicieron los fariseos; Mateo dice que los discípulos del Bautista. Pero es verosímil que la hicieran unos y otros. Estando los fariseos dudosos, es verosímil que se unieran a los discípulos de Juan, como más tarde lo hicieron con los herodianos. Porque los discípulos de Juan sentían siempre envidia de Jesús y hablaban contra El y no se hicieron más humildes hasta que el Bautista fue encarcelado. Entonces fueron a comunicárselo a Cristo; aunque más tarde reincidieron en sus antiguas envidias.

¿Qué es, pues, lo que dicen? ¿Cómo es que ayunando nos otros y los fariseos, tus discípulos no ayunan? Enfermedad es ésta que combatió ya antes Cristo cuando dijo: Cuando ayunes unge tu cabeza y lava tu cara. Lo ordenó porque sabía de antemano los males que de no hacerlo se seguirían. Cristo al responderles no los increpa ni les dice: ¡Oh ambiciosos de la vana gloria, hombres vanos! Sino que con toda mansedumbre les habla y dice: ¿Por ventura pueden los compañeros del novio llorar mientras está el novio con ellos? De modo que cuando hablaba en favor de otros, es decir de los publícanos, para consolar sus ánimos heridos, increpó con alguna mayor vehemencia a quienes los querellaban. En cambio, cuando lo acometían a El y a sus discípulos, les respondía, con toda mansedumbre.

Parece, pues, como si le dijeran: Bien está que tú como médico procedas así. Pero tus discípulos ¿por qué haciendo a un lado el ayuno, se sientan a estas mesas? Y para exagerar la acusación, se ponen ellos los primeros y luego a los fariseos, queriendo aumentar el crimen mediante la comparación. Porque dicen: nosotros y los fariseos ayunamos ampliamente. Cierto que ellos ayunaban enseñados por Juan y los fariseos enseñados por la Ley. Es como lo que el fariseo aquel decía: Yo ayuno dos veces en la semana.

¿Qué les contesta Jesús? ¿Por ventura pueden los compañeros del novio llorar mientras está con ellos el novio? Antes Cristo se llamó médico. Ahora se llama novio, revelando con esta palabra misteriosos secretos. Podía haberlos refutado agriamente y decirles: Vosotros no tenéis autoridad para poner leyes en esto. Porque ¿qué utilidad hay en el ayuno cuando el alma rebosa perversidad y se os acusa y condena de otros crímenes y cuando lleváis la viga en-el ojo y todo lo hacéis para ostentación? Porque antes que nada, convenía echar fuera la vanagloria y proceder en todo de una manera correcta en la caridad, en la mansedumbre, en el amor a los hermanos.

Pues bien: nada de eso les dice, sino únicamente, con absoluta mansedumbre: No pueden los compañeros del novio ayunar mientras está con ellos el novio. Recordó con esto las palabras del Bautista que dijo: El que tiene a la esposa, es el esposo; el amigo del esposo, que lo acompaña y lo oye, se alegra grandemente de oír la voz del esposoX1 Que es como si dijera: el tiempo presente es de gozo y alegría. No traigáis pues acá la tristeza. Triste cosa es el ayuno, no por su naturaleza, sino para los débiles en la virtud. Pero para quienes anhelan adelantar, es cosa dulce y muy deseable. Así como cuando está bien el cuerpo se siente mucha alegría, así también cuando está bien el alma hay mayor placer. Pero literalmente, les responde según ellos pensaban. Y así Isaías, hablando del ayuno, lo llama humillación del alma, y lo mismo Moisés.

Mas no por sólo este capítulo los reprime el Señor, sino además por otro, con estas palabras: Vendrán días en que les será quitado el esposo y entonces ayunarán. Con lo que declara que no por motivo de gula no ayunan, sino por cierta providencia admirable; y al mismo tiempo predice su pasión, y con la respuesta instruye a los discípulos y los ejercita en la meditación de las cosas que parecían gravosas y tristes. Luego, como era verosímil que los objetantes pensaran altamente acerca de la pasión y cárcel de Juan, también humilla esa soberbia. Sin embargo, nada dice aún acerca de la resurrección, pues aún no era tiempo oportuno. Según la naturaleza, pues se le tenía como hombre, debía morir; pero la resurrección pertenecía al orden sobrenatural.

Luego hace aquí lo que ya antes había hecho. Así como antes, cuando se esforzaban en demostrar que era culpable pues comía con los pecadores, El les demostró lo contrario, o sea, que aquello no era culpa, sino obra digna de alabanza, así ahora, cuando le quieren probar que no instruye convenientemente a sus discípulos, les pone en claro cómo los que tal afirmaban no sabían en qué forma había que tratar a sus seguidores, y que por lo mismo imprudentemente acusaban. Les dijo: Nadie echa una pieza de paño no abatanado en un vestido viejo.

De nuevo emplea en su discurso ejemplos tomados de la vida diaria. Es como si dijera: No están los discípulos fuertes aún en la virtud, por lo que es necesario mucha indulgencia, pues aún no han sido renovados por el Espíritu Santo. Y mientras están en este estadio no conviene imponerles la carga de onerosos preceptos. Decía esto, poniendo a sus discípulos leyes y dándoles reglas, para que cuando ellos a su vez hicieran discípulos a todos los hombres del universo, los trataran con suma mansedumbre.

Ni se echa el vino nuevo en odres viejos. ¿Observas cómo usa de ejemplos tomados del Antiguo Testamento, como son el vestido y los odres? Jeremías llama al pueblo ceñidor; y también acude a los odres y al vino. Y pues se trataba de la mesa y de la gula, toma de ahí sus ejemplos Cristo Lucas dice algo más: es a saber, que el paño nuevo se romperá si lo coses con el viejo. ¿Ves cómo de ahí no se sigue utilidad sino detrimento? Narra lo presente, pero en eso mismo predice lo futuro: o sea que los discípulos serán renovados y que entre tanto no se les mandará cosa que sea pesada ni dura. Como si dijera: quien antes de tiempo quiere imponer reglas elevadísimas, luego a su tiempo no encontrará idóneos a sus discípulos, porque él mismc ya los habrá inutilizado. Pero esto no proviene del vino ni de los odres que lo reciben, sino de las prisas de quienes ahí lo vaciaron.

En esto nos expone el motivo de que frecuentemente al hablar con ellos, use de sencillísimas palabras. Pues a causa de la debilidad de ellos en la virtud, muchas cosas se las decía con menos alteza de lo que la dignidad de ellas requería. Juan el evangelista refiere que él mismo así se lo dijo: Muchas cosa', tengo aún que deciros, mas no las podéis llevar ahoral Para que no pensaran que ya lo había dicho todo y para que esperaran en su pensamiento cosas mucho mayores, recordó lo de su debilidad presente, prometiéndoles que más adelante, cuando ya estuvieran más fortalecidos, se las diría. ¿Qué es lo que aquí dice? Vendrán días en que les será arrebatado el esposo y entonces ayunarán.

Tampoco, pues, exijamos nosotros todo de todos y ya desde el principio, sino exijamos lo que es posible y luego rápidamente procedamos más adelante. Si haces presión y tienes prisa, por esto mismo no te apresures, para que puedas ir de prisa. Y si esto te parece enigmático, apréndelo de la naturaleza misma de las cosas, pues verás toda la fuerza que tiene esa sentencia. No te impresionen los acusadores inoportunos: también en este caso los fariseos acusaban y los discípulos del Bautista se querellaban. Pero nada de eso apartó a Cristo de su modo de proceder, ni dijo: Vergüenza es que éstos ayunen y nosotros no ayunemos. Sino que, como el buen patrón de una nave, puestos los ojos no en las olas alteradas, sino en su oficio, siguió en su procedimiento. Porque lo vergonzoso no era que no ayunaran, sino que, a propósito del ayuno recibieran heridas mortales y se los desgarrara y destrozara.

Pues bien, por nuestra parte, considerando estas cosas, portémonos así con nuestros vecinos. Si tienes una esposa que se entrega al ornato, a las pinturas y a los polvos, que anhela los placeres y es locuaz y en absoluto inútil, aunque es cosa difícil que todo esto se junte en una sola mujer, pero debemos imaginar que así es la tuya. Preguntarás: ¿por qué yo pinto a una mujer y no a un varón? Es verdad que los hay que son peores en esto que una mujer. Pero, pues a los hombres se les ha encomendado el oficio de gobernar, por de pronto describamos a una mujer. No porque haya en las mujeres mayor perversidad, pues muy grande se encuentra también en los varones, y tal que no existe entre las mujeres, como el homicidio, el violar los sepulcros, el luchar con las fieras en el circo y otros vicios semejantes. De modo que no vayáis a pensar que lo decimos por desprecio a ese sexo, ¡lejos de mí! sino que ahora, para las aplicaciones, .me viene bien esa pintura.

Supongamos, pues, una mujer como la dicha y que su esposo se empeña en enmendarla por todos los medios. ¿Cómo procederá? No imponiéndole de una sola vez todos los preceptos, sino al principio los más llevaderos y con que ella no se sienta ahogada. Si te apresuras a enmendarlo todo desde el comienzo, lo perderás todo. No le quites al momento los adornos de oro: déjala que por mientras los use y los tenga. Esto parece daño menor que los polvos y coloretes. Pues que éstos sean los primeros en desaparecer y no por amenazas, y a base del temor, sino por persuasión y dulzura, y lanzando la acusación contra otras mujeres y dejando ver tu parecer y gusto propios.

Dile con frecuencia: tu rostro con esos afeites no es amable: más aún, me disgusta; y persuádela de que por ese motivo te desagrada. Además de tu parecer, trae al medio el de otros y dile que esos afeites aun a las que son hermosas las van deformando, para que por tales medios quite de sí semejante enfermedad. Nada le digas entre tanto de la gehena ni del reino de los cielos: en vano le hablarías de tales cosas. Persuádela de que te gustaría más que ella dejara ver la plena obra de Dios, sin afeites; pues la mujer que así se frota la cara y la distiende y la pinta, muchos creen que lo hace porque no es bella.

Procura en suma con razones ordinarias y pareceres ordinarios de los hombres, alejar la enfermedad. Y una vez que con semejantes consideraciones la hayas ablandado, añade las otras sobrenaturales. Y si se las dices una vez, pero no la persuades, dícelo dos, tres, muchas veces. No te canses de repetir tales cosas; pero no en forma odiosa, sino plácida, ya apostrofando, ya adulando, ya amando y con cariño. ¿No has visto a los pintores que a veces borran, a veces añaden en su pintura para llegar a pintar una faz hermosa? No seas menos hábil que ellos. Si ellos, tratando de pintar el cuerpo usan de tan gran diligencia, mucho más conviene que nosotros, tratando de modelar el alma bellamente echemos mano de todos los artificios. Si llegas a modelar esa alma primorosamente, ya no verás la cara material deformada ni los labios dados de rojo, ni la boca semejante al hocico ensangrentado de una osa, ni las cejas sombrías como con el ollín de un cacharro, ni las mejillas enjalbegadas a la manera de las paredes de los sepulcros: porque todas esas cosas no son sino ollín, polvo y ceniza y señales de la más fea hediondez.

No sé cómo he venido a dar en este discurso. De manera que mientras exhorto a los demás a que corrijan con mansedumbre, yo mismo he caído en ira. Volvamos pues a una más mansa admonición, y soportemos todos los defectos de las mujeres, con tal de llegar a lo que de su enmienda pretendemos. ¿No has visto cómo toleramos a los niños en sus vagidos cuando hay que destetarlos? Todo lo sobrellevamos con tal de persuadirlos de una sola cosa: que ya desprecien la mesa anterior y los pechos. Procedamos del mismo modo acá: soportémoslo todo para lograr lo que queremos. Porque si aquello primero se enmienda, verás cómo luego se procede rectamente en lo demás; y así vendrás a los ornatos de oro; y para hablar de ellos, seguirás el mismo camino. De este modo, poco a poco, modelando a tu esposa, llegarás a ser pintor óptimo, siervo fiel, agrícola extremado.

Recuerda en seguida a las antiguas mujeres, como Sara, Rebeca: unas bellas, otras deformes. Y explícale a tu esposa cómo todas ellas fueron sobrias y temperantes. Lía, esposa del patriarca Jacob, no siendo hermosa, nunca pensó en afeites; y siendo deforme y no muy querida de su esposo, sin embargo no usó coloretes, ni polvos ni torturó su rostro, sino que conservó íntegros sus rasgos, y eso que había sido educada entre gentiles En cambio, tú, que eres cristiana, cuya cabeza es Cristo ¿vienes a introducir en el hogar artificios satánicos? ¿No recuerdas el agua bautismal que se derramó en torno a tu cara, ni el sacrificio santo que adornó tus labios, ni la sangre divina que tiñó tu lengua? Si todo esto consideraras, por mucho que estuvieras aficionada a semejantes ornatos, no te atreverías a usar ese polvo y ceniza.

Recuerda que te has desposado con Cristo y aborrece semejante deshonor. No se deleita El con semejantes coloretes, sino que busca otra belleza, a la cual ama con vehemencia; es a saber, la belleza del alma. Esta te manda el profeta que busques con estas palabras: Prendado está el rey de tu hermosura. No busquemos pues lo superfluo e indecoroso: la obra de Dios no es algo tan imperfecto que necesite ser corregida. Si alguno intentara añadir algo de su invención a la estatua regia levantada en su pedestal, su atrevimiento no estaría exento de peligro, sino al revés, estaría expuesto al máximo castigo. A esta estatua, obra de hombres, tú no le añadirías nada; y ¿a ésta, que es obra de Dios, la vas a enmendar? ¿No piensas en el fuego de la gehena? ¿no piensas en el desprecio que haces de tu alma? ¡La has descuidado porque todo el cuidado lo pusiste en la carne!

Pero ¿qué digo del alma, cuando a la misma carne le resultan dañosas artes semejantes y contrarias a lo que anheláis? Atiende. ¿Quieres aparecer hermosa? Pues esos afeites te hacen aparecer deforme. ¿Quieres agradar a tu esposo? Pues precisamente eso lo entristece, y convierte en acusadores tuyos no sólo a él, sino también a los extraños. ¿Quieres aparecer más joven? Pues esos afeites te llevarán más pronto a parecer anciana. ¿Quieres andar adornada? Pues eso te resulta algo indecoroso. Porque una mujer así, avergüenza no sólo a sus iguales, sino además a las criadas y a los domésticos que lo saben, y mucho más a ella misma.

Pero ¿a qué detenerme en esto? He pasado en silencio lo más grave de todo; es decir, que ofendes a Dios, socavas la virtud de la castidad, enciendes la llama de los celos, imitas en tu hogar a las mujeres prostituidas. Considerando todo esto, desprecia esa pompa demoníaca, ese artificio diabólico; y haciendo a un lado semejantes ornatos, o mejor dicho, desvergüenzas, disponed en vuestras almas la hermosura que ya dije, amable a los ángeles, anhelada de Dios, dulce para los compañeros, a fin de que consigáis la gloria presente y también la futura. Ojalá ésta consigamos todos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

XCVIII


31

HOMILÍA XXXI (XXXII)

Mientras hablaba, llegóse un jefe, y acercándosele se postró ante El, diciendo: Mi hija acaba de morir: pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús lo siguió con sus discípulos (Mt 9,18-19).

A LOS DISCURSOS siguió la obra, de manera que más aún quedara cerrada la boca de los fariseos. Porque el que se acercó era un príncipe de la sinagoga y su pena era grave; porque la jovencita era hija única, tenía unos doce años, o sea que estaba en la flor de su edad. Pero él al punto la resucitó. Aunque Lucas refiere que llegó alguien diciendo al jefe: Tu hija ha muerto, no molestes ya al Maestro.- Diremos que ese hace poco ha muerto, se refiere al tiempo conjeturado por el que hizo el camino, o bien se dijo para exagerar la desgracia. Porque es costumbre de quienes suplican, exagerar con palabras sus males y decir algo más de lo verdadero, a fin de alcanzar más fácilmente lo que imploran.

Considera cuan rudo es aún en la fe este jefe. Porque dos cosas pide a Cristo: que vaya a su casa y que imponga sobre la joven sus manos. Esto indica que al salir de su casa había dejado a la niña ya expirando. Es lo mismo que el siró Naamán pedía al profeta cuando se decía: Saldrá y pondrá sobre mí sus manos. Los que son aún rudos en la fe, necesitan ver señales sensibles. Marcos refiere que Jesús tomó consigo a tres de los discípulos; y lo mismo dice Lucas. Mateo dice sencillamente: a sus discípulos. Mas ¿por qué no lleva consigo a Mateo, recientemente contado entre ellos? Para ponerle mayores deseos y porque aún era un tanto imperfecto. Honra a los otros tres para que los restantes los imiten. En cuanto a Mateo, le bastaba con haber visto a la mujer que padecía flujo de sangre y haberse dignado Jesús estar a su mesa, participando de sus alimentos.

Y cuando se levantó para ir, muchos lo siguieron, como quien va a presenciar un gran milagro, y también por la dignidad de Cristo, y finalmente porque muchos, un tanto rudos en la fe, buscaban de El no tanto la salud del alma como la del cuerpo.

De modo que se arremolinaban, unos empujados por sus propias enfermedades y otros anhelando presenciar la curación de terceros. Pero con el anhelo de escuchar su doctrina, todavía se le acercaban pocos. Y no les permitió entrar en la casa, sino a sólo los discípulos, y aun no a todos ellos. Enseñábanos así a huir continuamente la estimación del vulgo.

He aquí que una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: Con sólo que toque su vestido seré sana.

¿Por qué no se le acercó confiadamente? Porque le daba ver güenza su enfermedad, pues se juzgaba inmunda conforme a la Ley. Si la que padecía su regla o menstruación era tenida como inmunda, mucho más pudo creerlo así la que padecía tan mortal enfermedad; pues según la Ley semejante impureza se tenía por muy grande. Tal es el motivo de que se oculte y esconda. Por lo demás, esta mujer aún no tenía acerca de Jesús la debida y perfecta opinión; pues de lo contrario no habría pensado que podía ocultársele. Y es esta la primera mujer que públicamente se le acerca.

Sin duda oyó que El también curaba a las mujeres y que iba hacia una niña que acababa de fallecer. No se atrevió a llamarlo a su casa, aun cuando era rica; ni se le acercó a la vista de todos; sino que a ocultas tocó con fe sus vestidos. No ¿udó ni se dijo: ¿quedaré libre de mi enfermedad o no? Sino que, segura de que sanaría, se acercó. Porque: decía para sí: Con sólo que toque su vestido seré sana. Sabía ella de qué casa acababa de salir Jesús, o sea de la de un publicano; y quiénes eran los que lo seguían, o sea pecadores y publícanos. Y estas cosas le ponían fe. Y ¿qué hace Cristo? No dejó que ella se ocultara, sino que la sacó al medio, y por muchos motivos quiso que fuera conocida. No han faltado necios que afirmen haberlo hecho por su amor a la publicidad y vanagloria. Si no, dicen ¿por qué no dejó que se ocultara? Pero, hombre execrable: ¿qué es lo que dices? El que ordena callar a los que reciben sus beneficios y pasa en silencio infinitos milagros ¿anda en busca de la vanagloria?

Ante todo, Cristo quita el temor a la mujer para que no la agiten los remordimientos, como si hubiera robado a ocultas aquel beneficio y tuviera ese escrúpulo. Luego, la corrige de pensar que podía ocultársele. En tercer lugar descubre a todos la fe de aquella mujer, para que otras la imiten. Y manifiesta un milagro no pequeño al demostrar que todo lo sabe, cuando cura a la mujer de su flujo sanguíneo. Finalmente, confirma en la fe, mediante aquella mujer, al archisinagogo, cuya fe peligraba, con lo que habría perdido todo. Porque acababan de llegar algunos que le decían: No molestes al Maestro, porque la joven ha muerto ya.

Y los que estaban en la casa del jefe se burlaban de Jesús, porque dijo que la joven estaba dormida. Y es verosímil que también el padre de la joven se inclinara a burlarse. Y para curarlo de semejante debilidad, desde luego lleva al medio a la mujer. Y como el padre estaba aún muy rudo en las cosas de la fe, oye qué le dice: No temas; cree tan sólo y será sana tu hija. Porque de propósito iba dando largas para llegar cuando ya hubiese muerto ella, de modo que la resurrección quedara de manifiesto. Va pues caminando algo lento y habla largamente con la mujer, a fin de que mientras tanto la doncella expirara; y se acercaron los que comunicaron al jefe su muerte y le dijeron: No molestes al Maestro, porque la joven ha mu,erto ya.

Deja entender esto el evangelista cuando dice: Aún estaba luz-blando cuando llegaron de la casa unos que dijeron al jefe: Ha muerto tu hija. No molestes al Maestro. Quería Jesús que la muerte se divulgara y la creyeran, a fin de que no recayera sospecha alguna sobre la verdad de la resurrección. En todas partes procede lo mismo. Así, cuando la muerte de Lázaro, no llegó allá sino al cabo de uno, dos y tres días. Por igual motivo saca al público a la mujer hemorroísa y le dice: Hija, ten confianza: tu fe te ha sanado. Temerosa estaba la mujer; por esto le dice: Confía, y la llama hija. La fe la había hecho hija. Y luego, en su alabanza añade: Tu fe te ha sanado. Lucas nos cuenta muchas otras cosas acerca de esta mujer. Porque dice que una vez que ella se acercó y quedó sana, no la llamó al punto Jesús, sino que preguntó: ¿Quién me ha tocado? Pedro y los otros le dijeron: Maestro: las turbas te rodean y te oprimen. Y tú dices: ¿quién me ha tocado? Esto es argumento de que Cristo verdaderamente estaba vestido de nuestra carne y había pisoteado todo fausto; ya que no lo seguían a distancia, sino que de todos lados lo oprimían.

Pero él persistía en preguntar y decía: Alguien me ha tocado, porque yo he conocido que una virtud ha salido de mí. Que fue una respuesta acomodada a la rudeza de concepción que aún tenían los oyentes y a lo que creían. Y lo decía para dar confianza a la mujer y que confesara la verdad de todo. Por esto no la descubre al punto, con el objeto de que manifestando él conocerlo todo, la persuadiera a declarar espontáneamente lo que había sucedido y a publicarlo; no fuera a suceder que si El lo decía pareciera sospechoso el caso.

¿Observas cómo esta mujer es superior al archisinagogo? No retuvo al Maestro, no lo tomó aparte, solamente lo tocó con la punta de sus dedos; y habiendo llegado en segundo lugar, fue sanada la primera. Aquél llevó al médico a su casa; a ésta le bastó el contacto; pues aunque la enfermedad la deprimía, la fe le daba alas y la levantaba. Considera en qué forma la consuela Cristo diciéndole: Tu fe te ha hecho sana. Ciertamente, si la hubiera sacado al público por ostentación, no habría añadido eso. Pero lo dijo para instruir al archisinagogo en el modo de creer y en alabanza de la mujer; y también para con estas palabras darle utilidad y gozo, no menos que con la curación corporal.

Y que todo esto lo hiciera para alabanza de aquella mujer y para enmienda de los demás, y no por ostentación, queda claro por aquí, puesto que aún sin ese milagro no sería él en lo futuro menos brillante, ya que los milagros llovían en torno suyo con mayor abundancia que los copos de nieve en una tempestad invernal; y los había hecho y aún los haría con mayor esplendor. Por lo que hace a la mujer, sin esto se habría alejado oculta y privada de tan altas alabanzas. Tales fueron, pues, los motivos de que la sacara al medio y la celebrara y le quitara todo temor. Porque dice el evangelista que ella se acercó temblando. Jesús le infundió confianza y juntamente con la salud corporal le dio otros viáticos para su camino, al decirle: ¡Vete en paz!

Cuando llegó Jesús a la casa del jefe, viendo a los flautistas y a la muchedumbre de plañideras, dijo: Retiraos, que la niña no está muerta: duerme. Y se reían de él. Muestra bella de lo que eran los archisinagogos, pues que, tras la muerte, necesitaban para conmover el llanto valerse de flautas y címbalos. Y ¿qué hace Cristo? Echa fuera a todos los demás, y solamente introduce a los padres, para que no fueran a decir que otro la había sanado; y antes de resucitarla, indicó ya el milagro cuando dijo: No está muerta la niña, sino duerme.

En muchas otras ocasiones lo hizo así. Allá en el mar, primero increpó a los discípulos. Así ahora comienza por alejar de la mente de los circunstantes el terror; y al mismo tiempo manifiesta serle cosa fácil resucitar a los muertos; como lo hizo cuando lo de Lázaro diciendo: Nuestro amigo Lázaro duerme A Juntamente enseñaba que no se ha de temer la muerte, porque en adelante ya no será muerte sino sueño. Teniendo él que morir, al resucitar los cuerpos muertos preparaba a los discípulos para que luego tuvieran confianza y llevaran su muerte con mayor suavidad. Puesto que una vez venido El al mundo, la muerte ya no era sino un sueño. Y lo burlaban. Y se burlaban de El, pero El no se indignó, pues sabía que tampoco creerían en los milagros que más adelante obraría. Tampoco increpó a los que se reían, a fin de que sus risas, lo mismo que las flautas y los címbalos, fueran testimonios de que la niña ciertamente había muerto.

Y como con frecuencia los hombres no creen en los milagros, los prepara para eso utilizando sus mismas respuestas, como lo hizo con lo de Lázaro y lo de Moisés. A Moisés le dijo: ¿Qué es lo que tienes en tu mano? para que cuando viera la vara hecha serpiente, no se olvidara de que primero ella fue vara; sino que, recordando su propia respuesta, quedara estupefacto de lo sucedido. Y en lo de Lázaro, dice: ¿En dónde lo pusisteis? para que los que le respondieron: Ven, ve; y luego: Ya hiede, pues lleva cuatro días, ya no puedan dudar de que El había resucitado a uno de verdad muerto.

De modo que cuando vio los címbalos y las turbas, los echó a todos fuera; y el milagro se operó en presencia de los padres de la niña; y no fue el milagro introduciendo en el cadáver otra alma, sino aquella misma que de ahí había salido y volviéndola a su cuerpo, así como quien despierta de un sueño. Y la tomó de la mano, para que los espectadores mejor certificaran; y para preparar con este ejemplo la fe en su propia resurrección. El padre le había dicho: Pon tus manos sobre ella; pero él hace más, pues no la pone sino que toma a la niña por la mano, y a la ya muerta la resucita, demostrando que todas las cosas están prontas y preparadas para obedecerlo.

Y no sólo la resucita, sino que ordena que le den alimento, para que no crean que se trata de un fantasma. Y no se lo da El, sino que ordena que otros se lo den. Lo mismo que en el caso de Lázaro, cuando dice: Saltadlo y dejadlo ir; y luego lo hizo participante en el banquete. Porque suele siempre comprobar cuidadosísimamente la muerte lo mismo que la resurrección Pero tú no te fijes únicamente en la resurrección, sino en que ordenó que a nadie lo contaran, para que en todo aprendas que el fausto y la vanagloria en absoluto se deben evitar. Y además para que aprendas que El a los lamentadores los echó de la casa y en cierta forma los declaró indignos de presenciar el milagro.

Pero tú no te salgas junto con los flautistas, sino permanece ahí con Pedro, Juan y Santiago. Y si entonces Jesús los echó fuera, mucho más lo hará ahora. Porque entonces aún no era manifiesto que la muerte se había reducido a un sueño; en cambio, eso ahora brilla más claro que el sol. Dirás que no ha resucitado a tu hija ahora. Pero la resucitará y con mayor gloria. Porque aquella niña, aun resucitada, tenía que volver a morir; pero tu hija, cuando resucitará, será inmortal. Y así, en adelante, nadie llore, nadie se lamente, nadie niegue la victoria de Cristo.

Venció El a la muerte. Entonces ¿por qué lloras en vano? La muerte se ha convertido en un sueño: ¿por qué te lamentas y gimes? Si lo hicieran los gentiles, deberían ser burlados. Pero cuando neciamente lo hace un cristiano ¿qué excusa tendrá? ¿qué perdón habrá para los que estultamente lo hagan, tras de tanto tiempo y tan claras demostraciones de la futura resurrección? Tú, en cambio, como si quisieras agrandar más aún el pecado, nos presentas a las mujeres helenas cantatrices de lamentaciones, para así excitar mejor el llanto y mejor inflamar el horno. Y no oyes a Pablo que dice: ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿qué parte del creyente con el infiel? Los gentiles, a pesar de que nada saben acerca de la resurrección, sin embargo encuentran razones para consolarse, y dicen: ¡Llévalo con fortaleza! ¡no podrás deshacer lo ya hecho ni cambiar las cosas mediante tus lamentos! Y en cambio, tú que sabes y has oído los preceptos de una más alta y útil sabiduría ¿no te avergüenzas de hacer cosas más vergonzosas que aquéllos? Nosotros no decimos: ¡Llévalo con fortaleza! ¡No podemos deshacer lo ya hecho! Nosotros decimos: ¡Llévalo con fortaleza! ¡certísimamente resucitará! Duerme ¡a joven, no está muerta. Descansa, no ha perecido. Allá la recibirán la resurrección y la vida sempiterna, la inmortalidad y la suerte de los ángeles.

¿No oyes al salmista que dice: Vuelve, alma mía a tu quietud, porque Dios fue generoso contigo? A la muerte Dios la llama beneficio ¿y tú la lloras? ¿Qué más harías si fueras enemigo del difunto y adversario? Si se ha de llorar, al demonio le toca llorar. Llore él, laméntese él, porque nosotros vamos a bienes superiores. Digna es su perversidad de semejantes lamentos: pero no tú, que eres llamado a la corona y al descanso. La muerte es un puerto tranquilo. Considera cuan llena de males está la vida presente y cuántas la has maldecido. Acá las cosas siempre van de mal en peor; y desde el principio tu suerte es una no pequeña cadena y condena. Dijo el Señor a Eva: Parirás con dolor los hijos. Y a Adán: Con el sudor de tu rostro comerás el pan. Y a los apóstoles: En el mundo habéis de tener tribulación. En cambio, acerca de las cosas futuras nada de eso dice, sino en absoluto todo lo contrario: Huirán la tristeza y los llantos y vendrán del Oriente y del Occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob. Allá está el espiritual Esposo; allá, las brillantes lámparas; allá, el trasladarse a los cielos.

¿Por qué entonces ultrajas a la muerte? ¿por qué metes en otros el miedo y el terror de la muerte? ¿por qué das a muchos ocasión de acusar a Dios como autor de un mal tan grande? Más aún: ¿por qué después llamar a los pobres y rogar al sacerdote que eleve preces? Respondes: para que descanse en paz el que murió y encuentre propicio al Juez. Pero ¿por tal motivo lloras y gimes? Entonces te contradices, preparando tempestades para quien ya está en el puerto. Preguntarás: Entonces ¿qué hago? ¡Así lo exige la naturaleza! No es la muerte culpa de la naturaleza ni del natural curso de las cosas, sino culpa nuestra que todo lo ponemos en desorden, somos demasiado muelles, traicionamos nuestra nobleza y nos hacemos peores que los paganos. Porque ¿cómo podremos disertar con otro acerca de la inmortalidad? ¿cómo persuadiremos a un gentil de que ella existe, cuando nosotros tememos la muerte y nos horrorizamos por ella más que el mismo gentil?

Muchos de los gentiles que no creían en la inmortalidad, al saber la muerte de sus hijos se coronaron la cabeza, y se vistieron de blanca túnica: todo para alcanzar gloria en esta presente vida; y tú ¿ni por la futura gloria cesas de lamentarte y de llorar de un modo afeminado y mujeril? ¿Es que muerto él no tienes herederos ni sucesor de tu hacienda? Pero dime: ¿preferirías tener heredero de tus bienes a tener heredero del cielo? ¿Qué es lo que más deseas? ¿que tu heredero reciba los bienes perecederos que muy pronto tendrá que abandonar, o que herede los bienes eternos e inconmovibles?

No lo tienes tú como heredero, pero lo tiene Dios. No ha sido coheredero de sus hermanos, pero lo es de Cristo. Objetarás: pero ¿a quién voy a dejar los vestidos, la casa, los siervos, los campos? Ciertamente a él mismo, y así los colocarás más seguros, que si él acá viviera, cosa que nadie te impide. Si los bárbaros acostumbran quemar juntamente con el difunto lo que le pertenecía, mucho más conveniente es que tú envíes al difunto lo que le pertenece, y no para que eso se reduzca a cenizas, sino para que le adquiera una gloria mayor; y si murió como pecador, se le borren sus pecados; y si como justo, para que le sirva de aumento en el premio y recompensa.

¿Es que deseas verlo? Pues lleva una vida como la suya y pronto gozarás de aquella sagrada visión; y piensa además que si ahora no sigues nuestros consejos, jamás llegarás en lo futuro a experimentar esa contemplación. Y además perderás la recompensa, porque con el transcurso del tiempo te consolarás tú mismo. En cambio, si ahora eres sabio, y prudente, lucrarás dos cosas: te verás libre de los males presentes y te dará Dios una más espléndida corona. El soportar con mansedumbre las calamidades supera al dar limosna y a otras muchas virtudes. Considera que el Hijo mismo de Dios murió y que murió por ti, mientras que tú mueres por ti mismo.

Dijo Cristo: Si es posible pase de mí este cáliz. Y aun acometido por la tristeza y puesto en agonía, sin embargo no rehuyó la muerte; y atormentado con muchos padecimientos sufrió una muerte no vulgar sino llena de dolor y afrentosísima. Y antes de la muerte sufrió azotes, querellas, burlas, injurias, enseñándonos a soportar todas las cosas con fortaleza. Pero después de su muerte, después de dejar en el sepulcro su cuerpo, lo volvió a tomar con mayor gloria, confirmándote en la buena esperanza. Si tales cosas no son fábula, ya no llores. Si las juzgas dignas de fe, no viertas lágrimas. Pero si lloras ¿cómo podrás persuadir a los gentiles de que de verdad crees?

¿Aún así te parece insoportable semejante desgracia? Pues no debes llorar a quien ya está libre de todas las desgracias. No lo aborrezcas ni odies. Porque anhelarlo tras de su muerte, que tú consideras prematura, llorarlo porque ya no vive para sufrir tan duras aflicciones, propio es de quien aborrece. No pienses en que jamás volverá a tu casa, sino en que en breve irás tú a juntarte allá con él. No pienses en que nunca regresará, sino piensa en que estas cosas visibles no permanecerán para siempre como ahora son, sino que se transformarán. Cielo, tierra, mares, todo se cambiará; y entonces recibirás a tu hijo coronado con una gloria mayor.

Si partió de esta vida siendo pecador, ya el curso de la iniquidad quedó interceptado; puesto que si Dios hubiera previsto que se convertiría no se lo hubiera llevado antes de que hiciera penitencia, Y si partió como justo, ya posee ahora con seguridad sus bienes. De modo que queda claro que tus lágrimas no son de caridad, sino de un afecto no razonable. Si amaras al difunto, convendría que te alegraras y gozaras de que ya fue liberado de las presentes olas y tempestades. Al fin y al cabo, te pregunto: ¿qué más hay que ver? ¿qué cosa insólita y nueva? ¿No vemos acaso que diariamente giran en torno las mismas cosas? La noche recibe al día y el día de nuevo a la noche; el verano al invierno, y el invierno al verano: ¡y no hay más! Y por cierto, estas cosas son siempre las mismas, mientras que las desgracias son siempre insólitas y nuevas. ¿Querrías tú entonces que tu difunto cada día agotara estos sufrimientos y que enfermara y llorara y temiera y temblara y que unos males los padeciera y otros los temiera? Porque no te atreverás a decir que atravesando él este mar inmenso, estaría libre de solicitudes y angustias.

Considera que no engendraste tú a un inmortal sino a uno que de no haber muerto ya, tendría que morir poco después. Dirás que no te habías hartado aún de su conversación y convivencia. Pues allá en el cielo gozarás perpetuamente de ella. ¿Quisieras verlo acá? ¿Qué te lo impide? Si eres prudente y sabio, puedes acá verlo, porque la esperanza de lo futuro tiene una visión más clara que la de los ojos. Cierto que tú, si él estuviera en un palacio y ahí viviera floreciente, no buscarías traerlo acá para verlo. Y una vez que se ha marchado a un mucho mejor destino ¿te entristeces por una ausencia de breve tiempo, en especial teniéndolo como compañero de un mismo destino?

¿Perdiste a tu marido? Pero tienes como consolador al Padre de los huérfanos y Juez de las viudas. Oye a Pablo cómo ensalza semejante viudez: La que de verdad es viuda y desamparada, ponga en Dios su confianza. Porque la que muestre mayor paciencia será la más aprobada. No llores, pues, por aquello que te prepara una más bella corona y por lo que mereces recompensa. Si has entregado lo que se te había confiado, has devuelto el depósito. No estés, pues, con solicitud, puesto que el tesoro que poseías lo colocaste ya en un sitio inviolable. ¡Oh; si llegas a comprender lo que es la vida presente y lo que es la futura; y que ésta no es sino una tela de araña y una sombra, mientras que todo lo de allá arriba es inmortal e inmutable, no necesitarás ya de otras exhortaciones! Ya tu hijo ha sido liberado de toda mutación. Si hubiera quedado acá, quizá habría sido bueno, quizá malo. ¿No has visto cuántos hombres reniegan de sus hijos? ¡Y cuántos otros se ven obligados a retener en su casa a hijos peores que los despedidos!

Considerando todo esto, seamos prudentes y sabios. Así agradaremos al difunto y gozaremos de grande alabanza entre los hombres; y alcanzaremos alta recompensa ante Dios por la paciencia, y conseguiremos los bienes eternos. Ojalá que todos podamos lograrlos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

XCIX





Crisóstomo - Mateo 30