Crisóstomo - Mateo 40

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HOMILÍA XL (XLI)

Pasando de ahí, vino a la sinagoga de ellos, en donde había un hombre que tenía seca una mano (Mt 12,9).

DE NUEVO cura en sábado, justificando así y defendiendo lo que habían hecho sus discípulos. Los otros evangelistas dicen que este hombre fue puesto en medio de todos por Jesús, y luego El preguntó a los fariseos: ¿Es lícito en sábado hacer bien? Considera la misericordia de Jesús. Lleva al enfermo al medio para conmover a los judíos, siquiera por su aspecto; y que, así quebrantados, dejaran su perversidad; y por respeto a aquel hombre suavizaran su inhumanidad. Pero ellos, impertérritos e inhumanos, prefieren menoscabar la gloria de Cristo a ver al hombre sano, demostrando así, por ambos caminos, su ánimo perverso; pues por una parte impugnaban a Cristo y por otra lo hacían con tal furia que aún perturbaban los beneficios que a otros se hacían.

Dicen los otros evangelistas que Jesús preguntó. Mateo dice que El fue el preguntado. Y le preguntaron, dice, si acaso era permitido curar en sábado, para acusarlo. Es verosímil que ambas cosas sucedieran. Pues siendo ellos, como eran, malvados, y sabiendo que Jesús sin duda llegaría hasta la curación del enfermo, quisieron apresurarse y cogerlo de antemano, quizá esperando poder así impedir el milagro. Y así lo interrogan: Si es lícito curar en sábado. No preguntaban para saber, sino para tener de qué acusarlo. Aunque, cierto, si querían acusarlo, con el milagro les bastaba. Sin embargo se empeñaron en hallar ocasión en sus palabras con el objeto de tener mayor materia de acusación.

Por su parte, Cristo procede a obrar el milagro, pero al mismo tiempo les contesta enseñándonos la modestia y mansedumfare; y todo lo vuelve contra ellos y les demuestra que son inhumanos. Trae, pues, al medio al hombre, no porque temiera a los judíos, sino para utilidad de ellos y para llamarlos a misericordia. Y como ni así los doblegara, se contristó y se enojó por su dureza de corazón, y dijo: ¿Quién de vosotros, teniendo una oveja, si ésta cae en un pozo en día de sábado, no la coge y la saca? Pues ¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Por tanto, es lícito hacer bien en sábado. Les pone este ejemplo a fin de que no procedan impudentemente ni lo acusen como transgresor del sábado.

Considera con qué variedad y atingencia prepara en todas partes la defensa acerca de traspasar el sábado. Cuando curó al ciego, haciendo lodo, no se defendió aunque lo acusaban; pues bastaba el modo como ejecutó la obra para demostrar que era Señor de la ley. Cuando lo del paralítico que cargó con su litera, lo acusaron, pero El se defendió, ya como Dios, ya como hombre. Como hombre al decir: Si un hombre recibe la circuncisión en sábado, para que no quede incumplida la ley de Moisés (no dijo: para que el hombre sea ayudado) ¿por qué os irritáis contra mí porque he curado a todo el hombre en sábado? Como Dios cuando dijo: Mi Padre sigue obrando todavía y por eso yo obro también?

Acusado por lo que hacían sus apóstoles, dice: ¿No habéis leído lo que hizo David cuando tuvo hambre él y los que lo acompañaban? ¿Cómo entró en la casa de Dios y comieron los panes de la proposición? También alega como testigos a los sacerdotes. Y ahora también, de nuevo, preguntándoles: ¿Es lícito en sábado hacer bien en vez de mal? ¿Quién de vosotros tiene una oveja? Sabía bien que eran más codiciosos de dineros que amantes del bien del prójimo. Otro evangelista añade que los miró en torno, en cuanto los hubo interrogado, como para atraerlos con su aspecto, pero ni aun así se mejoraron.

En este caso solamente habla. En otra ocasión impone sus manos y da la salud. Pero nada atraía a los fariseos a la mansedumbre. Sanó el hombre, pero con su salud ellos empeoraron. Anhelaba Cristo sanarlos antes a ellos que al enfermo, y procuraba diversos caminos de curación, así con lo que antes había hecho como por lo que había dicho; pero como padecían de una enfermedad incurable, procedió a obrar el milagro. Entonces dijo al hombre: Extiende tu mano, y la extendió sana eomo la otra. Y ¿qué sucedió? Dice el evangelista que salieron, y entraron en consulta para darle muerte. Pues dice: Y los fariseos, habiendo salido, se reunieron en consejo contra El para ver cómo perderlo. Sin que El los hubiera dañado intentaban matarlo.

¡Tan grave mal es la envidia! Ella acomete no sólo a los extraños, sino también a los parientes continuamente. Marcos afirma que los fariseos deliberaban juntamente con los herodianos.

Y ¿qué hace el mansísimo Jesús? Como esto hubo sabido, se apartó, dice el evangelista: Jesús, noticioso de esto, se alejó de ahí. ¿Dónde están ahora los que exigen milagros? Con tales su cesos demuestra que un alma perversa ni a los milagros cede; y al mismo tiempo prueba que sin causa se acusa a sus discípulos. Conviene también advertir que los fariseos, a causa de los beneficios que Jesús hace a los prójimos, se enfurecen más aún; y que cuando ven a alguno sanado de su enfermedad o de su perversidad, entonces es cuando acusan, entonces se irritan con furor. Cuando iba a llevar el arrepentimiento a la meretriz, lo calumniaron; cuando comió con los publicanos, hicieron lo mismo; y lo mismo ahora que vieron la mano curada. Pero tú considera cómo, a pesar de todo, no desiste de curar a los enfermos, ni aun para amansar o al menos disminuir la envidia de los fariseos. Y lo siguieron grandes turbas y los curaba a todos, encargán doles que no lo descubrieran. Por todas partes las turbas lo si guen y lo admiran; pero los fariseos no desisten de su envidia.

Y luego, para que no te turbes por sus obras y de su increíble furor, alega el evangelista la voz del profeta que todo lo había anunciado de antemano. Porque fue tanto el cuidado y exactitud de los profetas que ni aun esto omitieron, sino que profetizaron sus caminos y sus traslados y aun la intención con que lo hacía; todo para que entiendas que hablaban movidos por el Espíritu Santo. Pues si no se pueden conocer las secretas intenciones de los hombres, mucho menos se pueden conocer las finalidades que a Cristo mueven, si no es por revelación del Espíritu Santo.

Y pone así lo que el profeta dijo: He aquí a mi siervo, a quien elegí; mi amado en quien mi alma se complace. Haré descansar mi Espíritu sobre él y anunciará el derecho a las gentes. No disputará ni gritará, nadie oirá su voz en las plazas. La caña cascada no la quebrará y no apagará la mecha que aún humea, hasta hacer triunfar el derecho; y en su nombre pondrán las naciones su esperanza? De este modo celebra su mansedumbre y su poder inefable; y abre a los gentiles una amplia y gran puerta, al mismo tiempo que predice males para los judíos, y demuestra su unión de voluntad con su Padre, pues dice: He aquí a mi siervo a quien elegí, mi amado en quien mi alma se complace. Ahora bien, si el Padre lo eligió, no abroga la ley contrariando a su Padre, pues no procede como enemigo del legislador, sino como quien va unánime y obrando juntamente con él. Y luego ensalzando su mansedumbre, dice: No disputará ni gritará. En efecto: El anhelaba sanar a los fariseos, pero como ellos lo rechazaron, no quiso ponerse a luchar contra ellos. Luego el profeta, manifestando el poder de Jesús y la debilidad de los fariseos, dice: La caña cascada no la quebrará. En realidad le era fácil quebrarlos a todos como a una caña; ni sólo como a una caña, sino caña ya cascada. Y no apagará la mecha que aún humea. Declara con esto la ira encendida de los fariseos y la fortaleza de Jesús, que podría acabar con sus furores y apagarlos con suma facilidad. Por donde se ve su gran mansedumbre.

Pero esto ¿será siempre así? ¿perpetuamente los soportará en sus furores y asechanzas? De ningún modo. Una vez que haya El demostrado sus virtudes y lo que a El atañe, luego procederá a lo otro, pues así lo significó el profeta diciendo: En su nombre pondrán las naciones su esperanza. Hasta hacer triunfar el derecho. Es lo mismo que dice Pablo: Prontos a castigar toda desobediencia. ¿Qué significa: hasta hacer triunfar el derecho? Como si dijera: una vez que El haya cumplido todo lo que le toca, entonces acometerá la venganza y castigo perfecto. Tormentos graves sufrirán una vez que Cristo haya completado su brillante victoria y venzan los juicios de El, y no dejará ni ocasión de que lo contradiga con impudencia. Porque suele en ese pasaje tomarse juicio en el sentido de justicia.

Pero no quedará en solo eso su providencia, es decir en que sean castigados los incrédulos, sino que atraerá hacia sí al orbe entero. Y por tal motivo añadió: Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza. Y para que veas que también esto es voluntad del Padre, desde el principio el profeta lo confirmó con estas palabras: Mi amado en quien mi alma se complace. Porque es manifiesto que el amado hizo todo conforme a la voluntad del que lo ama.

Entonces le trajeron un endemoniado ciego y mudo y lo curó, de suerte que el mudo hablaba y veía. ¡Oh malicia del demonio! Había cerrado los dos caminos por donde este hombre podía creer: la vista y el oído. Pero ambos los abrió Cristo. Y se maravillaban las turbas y decían: ¿No será éste el Hijo de David? Pero los fariseos que esto oyeron, dijeron: Este no echa los demonios sino por el poder de Beelzebul, príncipe de los demonios. ¡Qué cosa tan estupenda decían las turbas! Pero los fariseos no la soportaron. Hasta ese punto, como antes dije, siempre se violentaban por los beneficios hechos al prójimo: ¡nada les causaba tan gran dolor como la salud de los hombres!

Jesús se había apartado y había dado tiempo a que se amansaran las iras. Pero como de nuevo hizo un beneficio, de nuevo se encendió la maldad; y los fariseos se indignaban más aún que el demonio que había salido de aquel cuerpo y había huido sin pronunciar palabra. Los fariseos, en cambio, unas veces intentaban matar a Jesús, otras lo calumniaban. Y como lo de matarlo no adelantaba, se dedicaban a perjudicarlo en su gloria. Tal es la envidia: ¡no tiene par en los males! El fornicario algún deleite recibe y completa su pecado en breve tiempo; pero el envidioso se atormenta a sí mismo antes que al envidiado, y no acaba nunca de pecar y vive en su pecado. A la manera que el cerdo se goza en el fango y los demonios se alegran de nuestro daño, así el envidioso se goza en el mal del prójimo; y si a éste le sucede alguna cosa triste y desagradable, entonces es cuando él descansa y respira, y reputa placer suyo los sufrimientos ajenos y mal propio suyo los bienes de los otros. Nunca piensa en lo que a él le puede ser dulce, sino en lo que al prójimo le será molesto. ¿Acaso hombres de tal género no merecen ser lapidados y atormentados con suplicios graves, a la manera de canes rabiosos, de demonios enemigos, de las furias mismas del Averno?

Al modo de un perro, o de un escarabajo que se nutre de estiércol, así éstos se alimentan de las ajenas desgracias, y son enemigos y adversarios comunes de la humana naturaleza. Los otros animales, si ven a otros brutos degollados, se compadecen. Pero tú, en cambio, si ves a otro hombre a quien se haga un beneficio ¿te pones furioso, tiemblas y palideces? ¿Qué hay peor que ira semejante? Por esto, podrán entrar al reino los fornicarios y los publícanos; pero los envidiosos que ya estaban en él, hubieron de salir. Porque: los hijos del reino serán arrojados fuera. Aquéllos, arrancados a la perversidad, alcanzarán lo que nunca esperaron; estos otros pierden los bienes que ya poseían. Y con razón. Porque la envidia hace del hombre un demonio, lo hace demonio feroz.

Nació de aquí la muerte primera; de aquí nació que no se tuviera en cuenta la dignidad de la naturaleza humana; por aquí se manchó la tierra con la sangre de Abel; por aquí abrió la tierra su boca después, y sorbió y mató a Coré, Datan y Abi-rón y a todo aquel pueblo. Pero dirá alguno: cosa fácil es acusar la envidia; pero lo que se necesita es enseñar a los envidiosos el modo de librarse de semejante enfermedad. ¿Cómo, pues, nos libraremos? ¿cómo echaremos fuera semejante iniquidad? Si pensamos que, lo mismo que al fornicario, así también al envidioso no le es lícito entrar en la iglesia; y aun mucho menos le es lícito a éste que a aquél.

Semejante mal ahora parece ya cosa indiferente, y por lo mismo se descuida Pero si de una buena vez se advierte que es un mal, fácilmente nos libraremos. Llora, pues, y laméntate y suplica a Dios. Cae en la cuenta de que estás enfermo de mal gravísimo y arrepiéntete. Si así te dispones, pronto quedarás libre de la enfermedad. Preguntarás: pero ¿acaso alguno ignora ser mala ¡a envidia? Nadie lo ignora. Pero no creen que sea un mal tan grave como la fornicación y el adulterio. ¿Quién alguna vez se ha acusado de haberse dejado llevar de grave envidia? ¿Cuándo rogó alguno a Dios que le perdonara semejante pecado? Por cierto, nadie jamás. Con tal de que ayune o dé una pequeña limosna a un pobre, aun cuando esté comido de envidia no cree haber cometido nada grave, siendo así que se encuentra sujeto a la más grave de todas las enfermedades.

¿Cómo llegó Caín a ser tan perverso? ¿cómo Esaú? ¿cómo los hijos de Labán? ¿cómo Coré, Datan y Abirón? ¿cómo María la hermana de Moisés? ¿cómo Aarón? ¿cómo el demonio mismo? Considera además que no causas daño al que envidias. sino que vuelves contra ti mismo la espada. ¿En qué dañó Caín a Abel? Lo envió rápidamente, aun sin quererlo, al reino del cielo, mientras que él se envolvió en males sin cuento. ¿En qué dañó Esaú a Jacob? ¿Acaso éste no fue rico y gozaba de bienes innumerables, mientras que el otro hubo de abandonar la casa paterna y tras de haber puesto contra su hermano aquellas asechanzas, hubo de andar errante en tierras extrañas?

Y en cuanto a los hijos de Jacob ¿qué podemos decir? ¿Acaso arrojaron a José a peores condiciones que aquellas en que ellos se encontraron, cuando habían aun pensado en matarlo? ¿Acaso no sufrieron ellos el hambre y llegaron a peligros extremos, mientras que José fue rey de Egipto? Cuanto mayor sea tu envidia, tanto mayores bienes atraes para aquel a quien envidias. Porque Dios, que todo lo ve, cuando observa que es dañado aquel que ningún daño ha causado, lo levanta y lo hace más esclarecido y castiga al que lo envidió. Si a quienes se gozan en los males de sus enemigos no los deja sin castigo, pues dice: No te goces en la ruina de tu enemigo, no lo vea Dios y le desagrade, mucho menos dejará sin castigo a quienes envidian al que ningún mal les ha hecho.

En consecuencia, demos muerte a esta bestia feroz de tantas cabezas. Porque hay muchas clases de envidia. Y si quien ama a quien lo ama en nada se diferencia del publicano, quien odia a quien ningún mal le hace ¿en qué categoría lo pondremos? ¿cómo evitará la gehena habiéndose hecho peor que los gentiles? Por tal motivo, profundamente me duelo de que nosotros, a quienes se ha ordenado imitar a los ángeles, o mejor aún al Señor de los ángeles, imitemos al demonio. Porque aún dentro de la Iglesia mucha envidia se encuentra, y aun mucho mayor en nosotros que en nuestros súbditos. ¡Vuélvase, pues, el discurso a nosotros!

Dime: ¿por qué motivo envidias a tu prójimo? ¿Porque lo ves que goza de celebridad y de honores? ¿No piensas en la cantidad de males que atraen los honores sobre los que no reflexionan? Estos honores levantan a vanagloria, al fausto, a la arrogancia y soberbia, y vuelven al hombre más negligente. Y aparte de los males que acarrean, sucede que fácilmente se marchitan. Y lo más grave de todo es que esos males no mueren y perecen en el alma, sino que son inmortales; y en cambio el placer que los honores producen, apenas ha aparecido cuando ya se desvanece.

¿Y por eso lo envidias? Pero tiene, me dirás, grande cabida con el emperador, y todo lo maneja y revuelve a su gusto. Se venga de los que se le oponen. Colma de bienes y beneficios a quienes lo adulan. Tiene gran poder. Tales son las cosas que dicen los hombres del siglo. En cambio, a los varones espirituales nada les puede causar dolor. ¿En qué puedes dañarlo? ¿Lo echas abajo de su dignidad? Pero esto ¿qué tiene que ver? Si con justicia lo haces, será útil para él, pues nada disgusta a Dios tanto como el que indignamente se ejerza el sacerdocio. Si injustamente, la pena recaerá sobre el que lo depone y no sobre el depuesto. Pues quien padece algo injustamente, si lo sufre con fortaleza, alcanza con ello ante Dios mayor confianza, mayor libertad. De manera que, en conclusión, nunca tengamos como finalidad el disfrutar del poder o de la honra, de la autoridad o del mando, sino el vivir virtuosamente y con piedad y sabiduría.

Las dignidades conducen a ejecutar muchas cosas que a Dios le disgustan; y se necesita de mucha grandeza de alma para usar rectamente del poder y de las dignidades. El que es derribado de una dignidad, quiera o no quiera, ejercita la virtud. En cambio, a quien la disfruta le sucede algo así como a quien, habitando con una joven hermosa, por una ley se le prohíbe verla jamás con ojos lascivos. Así es el poder. De ahí que a muchos, casi contra su voluntad, los ha llevado a injuriar, los ha incitado a la ira, les ha quitado el freno de la lengua, trayendo y llevando su alma por todas partes, hasta que sumerge la barquilla en el abismo de todos los males. Pero en tan grave peligro ¿qué es lo que encuentras digno de admiración y de envidia? ¿qué locura de ti se apodera?

Pero además de lo dicho, piensa cuántos enemigos, cuántos acusadores, cuántos aduladores tiene el dignatario que por todos lados lo sitian. Pregunto yo: ¿son acaso tales cosas dignas de que se las designe con el nombre de felicidad? ¿Quién se atreverá a decirlo? Dirás que sin embargo el pueblo lo aplaude.

Pero esto ¿qué significa? El pueblo no es Dios a quien hayas de dar cuenta de tu vida. Al decir, pues, tú el pueblo, no haces sino recordar dificultades, estorbos, escollos, estrechos arrecifes ocultos. Porque esa celebridad ante el pueblo, cuanto más brillante vuelve, tanto más expone a mayores peligros, cuidados y tristezas. El hombre en esas circunstancias no puede estar quieto ni aun respirar, dominado por tan cruel señor.

Pero ¡qué digo estar quieto, respirar! Aun cuando esté colmado de buenas obras, difícilmente entra en el reino. Porque nada suele así derribar de la virtud como la estima de muchos, pues es fábrica de tímidos, cobardes, aduladores e hipócritas. ¿Por qué causa los fariseos acusaban a Cristo como endemoniado? ¿Acaso no fue porque anhelaban el aura popular? ¿Por qué muchos sentían bien de El y lo juzgaban rectamente? ¿No fue acaso porque no padecían semejante enfermedad? ¡Nada, nada en verdad torna a los hombres tan inicuos y tan necios, como el andar anhelando la vana estima de la multitud; y nada los torna tan esforzados y diamantinos como el desprecio de la fama! De manera que todos tenemos necesidad de un ánimo esforzadísimo para poder resistir el empuje de un huracán tan impetuoso. Cuando el poderoso sale con bien, se antepone y eleva sobre todos; cuando le va mal, anhela que se lo trague la tierra. Y esto constituye a la vez su reino y su gehena, cuando se encuentra dominado por semejante enfermedad.

Pregunto, pues: ¿son dignas de envidia tales cosas? ¿no lo son más bien de llanto y de lágrimas? Esto es claro para todos. Pero cuando envidias al así celebrado, tú haces exactamente lo mismo que quien, viendo a un hombre atado y azotado y destrozado por infinitas bestias feroces, lo envidiara por sus llagas y sus golpes. Al fin y al cabo, el constituido en dignidad tiene acá tantas cadenas, tantos señores cuantos son los que habitan en su ciudad. Y lo que es aún más grave, cada uno de éstos tiene su propio parecer y piensa lo primero que a la mente le viene acerca de quienes le sirven, sin examinar nada por sí mismo, sino tomando por bueno y confirmado lo que a éste o al otro le parece. Pero a cosas tales ¿habrá tempestad, habrá oleaje que las supere?

El poderoso fácilmente se hincha, llevado del placer; y también con facilidad se sumerge y hunde y vive perpetuamente en una inestabilidad de la vida, pero nunca en paz. Antes de presentarse para hablar en público, antes de comenzar su trabajoso discurso, anda en agonías y temblores; y una vez disuelta la reunión, o por la tristeza se abate, o sin medida se alegra, cosa que le resulta peor que cualquier dolor. Y se ve que la excesiva alegría no es un mal menor que el dolor, por la forma en que afecta al alma, puesto que vuelve el ánimo ligero, alzado, como si tuviera alas, como puede observarse en los antiguos varones.

¿Cuándo fue probo David? ¿cuándo andaba henchido de gozo o cuando vivía entre angustias? ¿Cuándo el pueblo judío fue bueno? ¿cuando gemía invocando al Señor Dios, o cuando alegre bailaba en el desierto y adoraba al becerro? Por tal motivo Salomón, conocedor como nadie de lo que es el placer, dice: Mejor es ir a la casa en luto que ir a la casa en fiesta!? Y Cristo llama felices a los que viven en llanto cuando dice: Bienaventurados los que lloran. En cambio, a los que gozan de deleites los llama míseros: ¡Ay de vosotros los que reís, porque lloraréis! Y con razón. Porque el placer vuelve muelle al alma y la deja sin fuerzas, mientras que en el luto ella se recoge y se vuelve sabia, y se libra de la montaña de enfermedades espirituales, y se eleva a lo alto y se robustece.

Sabiendo todo esto, huyamos de esa vana estimación de las multitudes y del placer que ella origina, para conseguir la verdadera y permanente gloria Ojalá todos lo consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

CVIII




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HOMILÍA XLI (XLII)

Penetrando él sus pensamientos les dijo: Todo reino en sí dividido será desolado; y toda ciudad o casa en sí dividida no subsistirá. Si Satanás arroja a Satanás, está dividido contra sí: ¿cómo, pues, subsistirá su reino? (Mt 12,25-26).

YA ANTES habían acusado a Jesús de que lanzaba los demonios en nombre de Beel-zebul. Pero en esa otra ocasión no los increpó, sino que mediante muchos milagros les dio facilidad para llegar a comprender su poder y mediante su doctrina les demostró su excelsa grandeza. Pero como perseveraban en repetir lo mismo, finalmente los increpa; y con un primer argumento les prueba su divinidad; es a saber: descubriendo los secretos arcanos de sus corazones. Luego, con otro más, que fue la facilidad con que arrojaba los demonios.

Por lo demás, la acusación era demasiado impudente. Pues como anteriormente dije, la envidia no examina lo que dice, sino que habla a la ventura. A pesar de esto, Cristo no disimula, sino que, con la moderación debida se justifica, enseñándonos la mansedumbre para con los enemigos, aun cuando nos acusen de cosas de que no tenemos conciencia; y que no nos perturbemos, sino que con tranquilidad les expongamos nuestros motivos. Así lo hizo entonces El, procediendo preclaramente, y dando así un testimonio excelentísimo de que ellos hablaban falsedades: puesto que no era propio de un endemoniado dar muestras de tan profunda mansedumbre. Ni tampoco era propio de un poseso conocer los arcanos secretos de las conciencias.

Por ser tan impudente la acusación y porque temían al pueblo, los judíos no se atrevían a proferirla en público, sino que la mantenían en su pensamiento. Pero Jesús, demostrándoles que la conocía, a pesar de todo, no comienza por declarar esa acusación que ellos le hacían en su interior, ni hace pública la perversidad de ellos, sino que procede a dar la solución, dejando a sus conciencias el aplicarse la refutación. Todo porque el único cuidado que tenía era el de ayudar a los pecadores y no el de sacar al público sus pecados. Si hubiera querido alargar su discurso y ponerlos en ridículo y aun sujetarlos a peores castigos, nada se lo impedía. Pero haciendo a un lado todo eso, no llevaba más finalidad que la de no tornarlos más querellosos, sino más mansos y así disponerlos mejor a la enmienda.

¿Cómo se justifica? Nada alega tomado de las Escrituras (pues ni le habrían atendido y aun lo habrían interpretado perversamente), sino que les habla de cosas vulgares y que a diario suceden: Todo reino dividido en sí, será desolado; y toda ciudad o casa en sí dividida, no subsistirá. Porque no dañan tanto las guerras externas con los extraños, como las disensiones internas. Así sucede en los cuerpos y en todas las cosas. Pero desde luego, les pone ejemplos de cosas más conocidas. ¿Qué hay sobre la tierra más poderoso que un reino? ¡Nada! Y sin embargo, las internas disensiones lo destruyen. Y si en el reino deja entender Jesús que la causa es la mole de negocios, ya que pelea el reino contra sí mismo ¿qué se habrá de decir acerca de una ciudad y de una casa? Pues ya sea grande la casa, ya sea pequeña, si contra sí misma pelea, perece.

Es como si les dijera Jesús: si yo, por estar poseso, con el auxilio de los demonios arrojo los demonios, hay entre ellos pugna y disensión y andan en divisiones y enemistades. De modo que unos luchan contra otros y entonces su poderío se ha acabado, se ha derrumbado. Por esto dice: Si Satanás arroja a Satanás (y advierte que no dijo arroja los demonios, para dar a entender que hay entre ellos concordia), está dividido contra sí, Y si se ha dividido, se ha debilitado; y si ha perecido ¿cómo puede arrojar a otros? ¿Observas lo ridículo de la acusación, lo necio, lo contradictorio? Porque nadie puede lógicamente afirmar que Satanás al mismo tiempo permanece firme y arroja los demonios; ni que porque los arroja permanece firme, cuando ya él mismo se derribó.

Esta es la primera solución. La segunda trata de los discípulos. Porque Jesús no resuelve las dificultades de solo un modo, sino de dos y de tres, pues quiere reprimir abundantemente y en absoluto la impudencia de los judíos acusadores. Lo mismo hizo cuando se trataba del sábado, trayendo al medio a David y a los sacerdotes y el testimonio de la Ley que dice: Prefiero la misericordia a los sacrificios, y finalmente la causa de haberse instituido el sábado: Porque el sábado, dice, ha sido instituido para el hombre! Lo mismo hace ahora. Tras de la primera solución procede a la segunda con mayor claridad. Porque dice: Si yo arrojo los demonios con el poder de Beelzebul ¿con qué poder los arrojan vuestros hijos? Advierte también aquí su mansedumbre. Porque no dice: mis discípulos ni mis apóstoles, sino vuestros hijos, para que si quieren levantarse hasta esta dignidad, de aquí tomen ocasión; o si, como ingratos, persisten en sus mismas acusaciones, no puedan presentar excusa alguna aun cuando ella fuera impudente. Quiere, pues, decir: ¿Con qué poder los apóstoles echan los demonios? Porque ya los habían arrojado cuando El les confirió esa potestad, y sin embargo a los apóstoles no los acusan. Es que no combatían la cosa sino a la persona de Jesús. Para demostrarles, pues, que únicamente por envidia decían lo que decían, trae al medio el asunto de los apóstoles. Como si dijera: si yo en esa forma echo los demonios, mucho más lo harán así los que de mí han recibido ese poder; y sin embargo, nada habéis dicho de ellos. Entonces ¿cómo me acusáis a mí que les he dado ese poder y no a ellos, sino que los hacéis libres del crimen? Esto no os librará a vosotros del castigo, antes bien os sujetará a mayor tormento.

Por esto añadió: Por tal motivo serán ellos vuestros jueces. Puesto que de vosotros han nacido y tales obras hacen y a mí me obedecen y se sujetan, es manifiesto que condenarán a los que dicen y hacen lo contrario de ellos. Pero si yo arrojo los demonios con el Espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios. ¿Qué es ese reino? Mi advenimiento. Observa cómo de nuevo los atrae y medicina y los empuja a su conocimiento y les demuestra que pelean contra su propio bien y litigan en contra de su salvación. Como si les dijera: cuando convenía gozarse y dar saltos de júbilo, pues ha venido el que os dará aquellos bienes inefables y grandes que antiguamente anunciaron los profetas y ha llegado para vosotros el tiempo de la bienandanza, vosotros hacéis lo contrario y no sólo no recibís los bienes, sino que os dedicáis a calumniar y a revolver y a lanzar culpas que no existen.

Mateo dice: Pues si yo arrojo los demonios en el Espíritu de Dios. Lucas en cambio dice: Si yo arrojo los demonios en el dedo de Dios? Pone así en claro que semejante obra es propia del sumo Poder, o sea el echar los demonios, y de una no vulgar gracia. Y de aquí quiere deducir por raciocinio que siendo eso así, luego vino ya el Hijo de Dios. Pero no lo dice claro, sino oscuramente; a fin de que a los judíos no les resulte molesto, lo deja entender diciendo: Luego ha llegado a vosotros el reino de Dios. ¿Observas su eximia sabiduría? Por las mismas cosas que le objetaban, les declara manifiestamente su venida.

Luego, para atraerlos, no dice simplemente: Ha llegado el reino, sino que añade: a vosotros. Como si dijera: llegan para vosotros los bienes. Entonces ¿por qué tratándose de vuestros propios bienes no tenéis cordura? ¿por qué lucháis contra vuestra salvación? Este es el tiempo que los profetas predijeron; esta es la señal del advenimiento por ellos celebrado, es a saber: las obras llevadas a cabo con el divino Poder. Que sean hechas, vosotros lo sabéis; que lo sean por el divino Poder, las obras mismas ló proclaman. Porque no puede ser que ahora Satanás sea más poderoso, sino que necesariamente es más débil, pues uno que sea débil no podrá echar al demonio que es fuerte. Decía esto para manifestar la fuerza de la caridad y la debilidad de los litigantes y adversarios. Por tal motivo El con frecuencia exhorta a los discípulos a la caridad y declara cómo el demonio hace cuanto puede para hacerla desaparecer.

Tras de la segunda solución introduce una tercera diciendo: ¿Cómo podrá entrar uno en la casa de un fuerte y arrebatarle sus enseres, si no logra primero sujetar al fuerte? Ya entonce:, podrá saquear su casa. Que no sea posible que Satanás arroje a Satanás, queda claro por lo que precede; y que en absoluto nadie pueda arrojarlo si de antemano no lo vence no necesita demostración. Entonces ¿qué se deduce de aquí? Lo mismo que ya se dijo, pero con mucha mayor fuerza. Como si dijera Jesús: Tan lejos está eso de que yo me valga del demonio para que me ayude, que, por el contrario, yo lo ato y lo combato; y la prueba y señal es que arrebato sus enseres. Observa cómo se demuestra lo contrario de lo que los judíos antes trataban de establecer. Porque ellos querían demostrar que Cristo no arrojaba los demonios por virtud propia. El en cambio les prueba que no sólo a los demonios sino al príncipe de ellos lo tiene atado, y que El, con su propio poder, primero lo venció.

Y eso se comprueba con los hechos. Si Satanás es el príncipe y los demonios son sus súbditos;cómo podía suceder que éstos no fueran robados si su príncipe no hubiera sido vencido y hubiera dejado el campo? Paréceme que hay aquí una profecía en lo que dice. Porque enseres de Satanás son no solamente los demonios, sino también los hombres que obran conforme a las leyes de Satanás. De modo que claramente en este pasaje se dice que Cristo no sólo echa los demonios, sino que eliminará del orbe entero el error v acabará con las hechicerías del demonio e inutilizará todas las artimañas que ahora usa. Y no dijo arrebatará, sino saqueará, indicando que lo hace con plena potestad. Llama al demonio fuerte, no porque lo sea por naturaleza contra el hombre: ¡lejos tal cosa!, sino para significar la anterior tiranía sostenida e impuesta por nuestra desidia.

El que no está conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama. He aquí la cuarta respuesta. Como si dijera: ¿Qué es lo que yo quiero? Acercar a Dios, enseñar la virtud, anunciar el reino. ¿Qué es lo que quieren Satanás y los demonios? Todo lo contrario. Entonces ¿cómo el que no recoge conmigo ni está conmigo, obrará junio conmigo? Mas ¡qué digo obrar junto conmigo! Al contrario: lo que anhela es disipar lo mío. En consecuencia, quien no sólo no obra conmigo, sino que desparrama lo que Yo junto ¿podría tener tan gran concordia conmigo que hasta arrojara conmigo los demonios? Es verosímil que esto lo afirmara no únicamente del diablo, sino también de sí mismo, pues su lucha es contra el diablo y va desparramando éste lo que El amontona.

Preguntarás: ¿cómo es eso de que quien no está conmigo está contra mí? Pues por el hecho mismo de que no recoge. Siendo esto verdad, mucho más lo será que quien está en su contra no obra juntamente con El. Si quien no obra juntamente con El es su enemigo, mucho más lo será quien además lo combate.

Todo esto lo dice para demostrar que hay una enemistad máxima entre El y Satanás. Yo te pregunto: si cuando se hace necesario pelear, alguno se niega a ayudar ¿acaso por el mismo hecho no está en contra de ti? Y si en otra parte dice: El que no está contra vosotros, está con vosotros? esto no contradice a lo dicho. Porque aquí se trata de un adversario absoluto y en todo; mientras que en Lucas habla de los que sólo lo son en parte. Porque dice: En tu nombre echan los demonios. Más aún, creo que en nuestro caso se refiere a los judíos, a quienes pone en el bando de Satanás. Pues también los judíos le eran adversos e iban desparramando y disgregando lo que El iba congregando. Y que dejara entender que a ellos se refería se ve por las siguientes palabras: Por esto os digo: Todo pecado y blasfemia les será perdonado a los hombres.

Así, una vez que les hubo contestado y resuelto su objeción, y les hubo demostrado que en vano e impudentemente procedían, ahora por fin les pone terror. Parte, y no despreciable, de quien aconseja y corrige es no sólo responder a lo que se le objeta y tratar de persuadir al oyente, sino además amenazar: cosa que Cristo con frecuencia hace cuando legisla y cuando da consejos. Lo que acaba de decir parece oscuro; pero si atendemos, la solución es fácil. Ante todo debemos escuchar sus palabras: Todo pecado y blasfemia les será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Quien hablare contra el Hijo del hombre será perdonado; pero quien hablare contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero. ¿Qué quiere decir con esto? Muchas cosas habéis dicho contra Mí. Me habéis llamado engañador y enemigo de Dios. Si os arrepentís os lo perdono y no os castigo. Pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no se perdona ni aun a los que se arrepienten.

Pero ¿cómo puede sostenerse semejante sentencia? Porque aún este pecado se ha perdonado a los arrepentidos. Muchos que dijeron iguales cosas, fueron perdonados una vez que creyeron. ¿Qué es, pues, lo que dice? Que semejante pecado es el que, por encima de todos, menos merece perdón. ¿Por qué? Porque los que así blasfemaban ignoraban quién era Cristo, mientras que ya tenían suficiente noticia del Espíritu Santo, pues por El habían hablado los profetas y todos habían recibido muchos datos acerca de El en el Antiguo Testamento. Quiere, pues, decir Cristo: Pase que os hayáis escandalizado en Mí a causa de mi carne que tomé; pero ¿diréis que tampoco habéis conocido al Espíritu Santo? Por esto no se os perdonará la blasfemia contra El, sino que aquí y en lo futuro seréis castigados.

Muchos a la verdad sólo aquí han sido castigados como el fornicario aquel, como entre los corintios los que se habían acercado indignamente a los sagrados misterios. Pero vosotros aquí y allá seréis castigados; de modo que todo lo que habéis blasfemado contra Mí, antes de ser Yo crucificado, os lo perdono, y aun a los que me crucificarán, y no serán condenados por sola la incredulidad. Pues los mismos que antes de la crucifixión creyeron no tenían plena fe. Y El mismo en muchos sitios amonesta a los beneficiados a que declaren quién es El, antes de la Pasión; y en la cruz suplicaba que a ésos se les perdonara. Pero, como si dijera, lo que contra el Espíritu Santo habéis dicho, no os será perdonado.

Y que lo entienda de lo que se dijo antes de la crucifixión, lo declara al añadir: Quien hablare contra el Hijo del hombre, será perdonado; pero quien hablare contra el Espíritu Santo, no.

¿Por qué? Porque el Espíritu Santo ya os es conocido, de modo que procedéis impudentemente contra una verdad conocida. Al fin y al cabo, si decís que no me conocéis, cierto no ignoráis que el echar los demonios y el curar a los enfermos es obra propia del Espíritu Santo. De modo que no me injuriáis a Mí sólo, sino también al Espíritu Santo. Por lo cual sin perdón alguno sufriréis el castigo en esta vida y en la otra Porque unos hombres sufren castigo aquí y allá; otros tan sólo aquí; otros tan sólo allá; otros ni aquí ni allá. Los hay, pues, que sufrirán el castigo aquí y allá, como esos judíos blasfemos.

Los judíos sufrieron aquí el castigo cuando hubieron de pasar por los horrores indecibles de la destrucción de Jerusalén. Y en el siglo futuro soportarán gravísimos tormentos, como los sodomitas y otros muchos. Otros sufren sólo allá, como el rico Epulón, que puesto en el tormento de las llamas, no tuvo ni el refrigerio de una gota de agua. Otros lo sufren acá, como aquel que fornicó entre los corintios. Otros, en fin, ni aquí ni allá sufren castigo, como los apóstoles, los profetas y el bienaventurado Job; porque lo que éstos padecieron no era castigo, sino combate y certamen.

Procuremos, pues, estar entre éstos; o si no entre éstos, a lo menos entre los que acá expiaron sus pecados. Porque el juicio aquél es terrible y las penas son intolerables y el suplicio inevitable. Si no quieres sufrir aquí el castigo, júzgate a ti mismo, exígete cuentas a ti mismo. Oye a Pablo que dice: Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos condenados. Si así procedes, poco a poco avanzando, llegarás a la corona. Preguntarás: ¿en qué forma vamos a juzgar de nosotros mismos y a tomarnos cuentas? Llora, gime amargamente, humíllate, aflígete, recuerda tus pecados en particular. Esto te será no pequeña angustia para el alma. Quien haya ejercitado la compunción, sabe por experiencia que semejante recuerdo es grande pena para el alma. Si alguno ha hecho memoria de sus pecados, conoce ya el dolor que de esto el alma concibe. Por tal motivo, a este género de penitencia Dios le asignó como premio la justificación, diciendo: Habla tú y di el primero tus pecados para que seas justificad o fi Porque no es, no, no es pequeño motivo para enmendarse el que revuelvas y consideres en tu ánimo en particular el conjunto de tus pecados. Quien lo haga se compungirá hasta tal punto que aún se juzgará indigno de vivir. Y quien llegue a estimarse así, se ablandará más que una cera.

Ni me hables únicamente de las fornicaciones o de los adulterios o de otros pecados como ésos, que todos ven y confiesan ser graves; sino reúne también las ocultas asechanzas al prójimo, las calumnias, maldiciones, vanagloria, envidias y todos los demás. Tales pecados serán castigados con grave suplicio. El querelloso caerá en la gehena; el ebrio nada tiene que ver con el reino de los cielos; el que no ama al prójimo, ofende a Dios en tal grado que aún el martirio de nada le sirve. El que olvida a sus parientes cercanos, ha negado la fe; el que desprecia al pobre, será arrojado al fuego. Así pues, no tengáis por pequeños esos pecados; sino reunidlos en un haz, escribidlos como en un libro. Si tú los escribes, Dios los borra; si no, Dios los tendrá contados y te impondrá el castigo. Pero es mucho mejor que nosotros los escribamos y se borren allá arriba, que no el que los ocultemos nosotros y Dios los ponga ante nuestros ojos el día del juicio.

Para que esto no suceda, cuidadosamente recojamos en un haz todas nuestras faltas; y hallaremos que somos reos de muchas. ¿Quién se halla libre de avaricia? Ni te excuses diciendo que sólo eres medianamente avaro, pues también por lo poco seremos castigados. Piensa en esto y haz penitencia. ¿Quién no es reo de alguna injuria? Pues también eso lleva a la gehena. ¿Quién no ha hablado mal a ocultas de su prójimo? También esto echa del reino. ¿Quién no se ha hinchado con la soberbia? Pues esto es Jo más inmundo. ¿Quién no ha mirado con ojos no castos? Pues este tal ciertamente ha caído en la fornicación. ¿Quién no se ha irritado sin motivo contra su hermano? Pues es reo que ha de llevarse al Consejo. ¿Quién no ha jurado? Pues esto proviene del Malo. ¿Quién no ha servido a las riquezas? Pues ese tal cayó de la servidumbre de Cristo. ¿Quién no ha perjurado? Pues esto mucho más proviene del Malo.

Podría yo decir otras cosas más graves que éstas; pero con e-Has basta para llevar a la compunción aun a quien tenga un corazón de piedra y carezca de todo sentimiento de vergüenza. Pues si cada uno de esos pecados conduce a la gehena ¿qué no harán todos reunidos? Preguntarás: pero entonces ¿cómo podremos conseguir la salvación? Pues empleando los remedios que a tales pecados se oponen, como son la limosna, las oraciones, la compunción, la penitencia, la humildad, el corazón contrito, el desprecio de las cosas presentes. Porque Dios nos ha abierto infinitos caminos de salvación, con tal de que pongamos atención. Apliquemos, pues, la mente y el ánimo; y mediante todos esos recursos, curemos las heridas, haciendo limosna, conteniendo la cólera contra los que nos han hecho algún daño, dando gracias a Dios por sus beneficios, ayunando según nuestras fuerzas, suplicando de todo corazón, procurándonos amigos con las riquezas de la iniquidad. Así podremos alcanzar la remisión de nuestros pecados y los bienes prometidos. Ojalá a todos se nos concedan, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

CIX





Crisóstomo - Mateo 40