Crisóstomo - Mateo 46

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HOMILÍA XLVI (XLVII)

Les propuso otra parábola diciendo: Es semejante el reino de los cielos a uno que sembró en su campo semilla buena. Pero mientras su gente dormía, vino el enemigo y sembró cizaña entre el trigo y se fue. Cuando creció la hierba y dio fruto, entonces apareció la cizaña. Acercándose los criados al amo, le dijeron: Señor ¿no has sembrado semilla buena en tu campo? ¿De dónde viene, pues, que haya cizaña? Y él les contestó: Eso es obra de un enemigo. Dijéronle: ¿Quieres que vayamos y la arranquemos? Y él les dijo: No, no sea que, al querer arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo. Dejad que ambos crezcan hasta la ciega. (Mt 13,24-30).

¿QUÉ DIFERENCIA hay entre esta parábola y la anterior? Que en la anterior habla de los que no atendieron, sino que rechazaron la simiente; mientras que en ésta se trata de los grupos de herejes. Antepuso aquélla para no perturbar a los discípulos, una vez que les hubo explicado por qué a los otros hablaba en parábolas. En la anterior decía que no se le recibía; en esta otra dice que hay corruptores recibidos juntamente con los discípulos. Porque es astucia propia del demonio mezclar siempre con la verdad el error coloreado con apariencias de verdad, de manera de poder por este medio engañar fácilmente a los sencillos. Por tal motivo, no nombró otra clase de simientes, sino sólo la cizaña, que es una semilla semejante al trigo.

Luego indica el modo de las asechanzas, diciendo: Mientras su gente dormía. Un precipicio y peligro no pequeño se propone aquí a los prelados, a quienes especialmente se ha encomendado el cuidado del campo; pero no sólo a ellos, sino también a los súbditos. Y se declara cómo el error vino en pos de la verdad, cosas que los sucesos han confirmado. Porque en pos de los profetas llegan los seudoprofetas; en pos de los apóstoles, los seudoapóstoles; en pos de Cristo, el Anticristo. Pues si el diablo no ve algo que imitar o algunos a quienes armar asechanzas, ni las pone ni sabe nada. En el caso, como ve que una simiente produjo el ciento por uno, otra el sesenta, otra el treinta, echa él por otro camino.

No pudiendo arrancar lo que ya ha arraigado, ni sofocarlo, ni quemarlo, se vale de otra astucia, y siembra en otros su propia simiente. ¿Preguntarás en qué se diferencian estos hombres que se duermen de aquellos que fueron significados por el camino? En que en éstos la simiente fue arrebatada al punto, pues el diablo ni siquiera la dejó echar raíces, mientras que en los otros tuvo necesidad de un mayor artificio. Esto dijo Cristo para enseñarnos que es necesario vigilar sin interrupción. Como si dijera: aun cuando huyas de aquel daño, todavía queda otro. Como allá el daño vino por la senda, las piedras, las espinas, así acá llega por el sueño. De modo que se hace necesaria una vigilancia continua. Por esto decía: Quien perseverare hasta el fin, ése será salvo. Algo parecido sucedió allá a los comienzos. Porque muchos prelados, habiendo dejado entrar en la Iglesia a malvados herejes, dieron amplio lugar a semejantes asechanzas. Porque ningún trabajo le queda al demonio, una vez que ha introducido a semejantes hombres. Preguntarás un medio para evitar el sueño. En cuanto al sueño natural, es imposible evitarlo; pero no así el de la voluntad. Por lo cual decía Pablo: Velad y estad firmes en la fe. Y demuestra que semejante obra del demonio es no sólo mala y dañosa, sino además superflua; puesto que cuando ya el campo está cultivado y ningún otro trabajo necesita, entonces viene el diablo a sembrar. Es lo que hacen los herejes, porque infiltran su veneno únicamente por vanagloria. Y describe Cristo toda la escena exactamente no sólo con estas palabras, sino también con las que siguen. Pues dice: Una vez que creció la hierba y dio fruto, entonces apareció la cizaña: que es lo que hacen los herejes. Al principio se ocultan: pero una vez que adquieren mayor confianza y facilidad para hablar, entonces derraman su veneno.

Mas ¿por qué causa mete Cristo en la escena a los hombres que cuentan lo sucedido? Para tener ocasión de decir que no se ha de matar a los herejes. Y al demonio lo llama Enemigo, a causa del daño que hace al hombre. Porque el daño es contra nosotros. El comienzo del daño no nació del odio a nosotros, sino del odio a Dios. De donde se sigue que más nos ama Dios a nosotros que nosotros a nosotros mismos. Pero también por otro camino puede verse la astucia del demonio. Nada sembró anteriormente porque nada tenía que perder. Esperó hasta que todo estuvo terminado, con el objeto de echar a perder todo el empeño del agricultor; de manera que todo lo hacía por odio contra él.

Pero considera también la diligencia de los siervos. Quieren arrancar pronto la cizaña, aunque en esto no proceden con suficiente prudencia. Se manifiesta la solicitud que tienen respecto de la simiente y se confirma que ellos sólo atienden a una cosa: no a que el hombre enemigo sea castigado, puesto que por el momento eso no apremia, sino a que no perezca la buena simiente. Piensan pues en ello, pero para que rápidamente se corte la enfermedad. Y no proceden enseguida a su empeño, porque no se arrogan semejante derecho, sino que esperan el parecer de su señor y dicen: ¿Quieres? Y ¿qué les responde el dueño? Se lo prohíbe diciendo: No sea que arranquéis juntamente el trigo. Lo decía para prohibir las guerras y matanzas, porque no se debe dar muerte al hereje. De lo contrario, brotaría en el orbe una guerra irreconciliable.

Con dos razones mueve a los discípulos a que se abstengan de tal cosa: la primera para que no vayan a dañar al trigo; la segunda, que al fin los herejes, enfermos de enfermedad incurable, serán castigados. De manera que si quieres castigarlos sin daño del trigo, espera el tiempo oportuno. ¿Qué otra cosa sino ésta quiere el dueño cuando clama: No sea que arranquéis juntamente el trigo? Si empuñáis las armas para matar a los herejes, morirán juntamente muchos santos. Y aun es verosímil que muchos de esos herejes se conviertan en trigo. De manera que si los arrancáis antes hacéis daño al fruto futuro, destruyendo a quienes podrían cambiar y ser buenos.

No es, pues, que vede reprimir a los herejes, cerrarles la boca, quitarles la libertad de hablar, combatir sus reuniones, rechazar sus componendas: lo que veda es matarlos. Advierte, por otra parte, su mansedumbre, pues no solamente así sentencia y ordena, sino que añade la razón. Pero ¿qué sucederá si se deja la cizaña hasta el fin? Entonces diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en manojos para que sea quemada. Les trae a la memoria las palabras de Juan el Bautista, aquellas con que él mismo fue presentado como Juez; y dice: mientras están juntos el trigo y la cizaña, es necesario dejarla, pues puede suceder que se convierta en trigo. Pero cuando sin haberse aprovechado de nada, se aparten y sean separados, entonces les espera un inevitable castigo. Pues dice: Ordenaré a los cegadores: Recoged primero la cizaña. ¿Por qué primero? Para que no se espanten ellos, no sea que el trigo se vaya con la cizaña. Y atadla en gavillas para que sea quemada; pero al trigo congregadlo en el granero.

Otra parábola les propuso diciendo: Es semejante el reino de los cielos a un grano de mostaza. Pues había dicho que de la simiente las tres partes perecieron y sólo una se salvó y que a ésta que se salvó la amenazaban tan grandes y numerosos males, para que no fueran a decir: entonces ¿quiénes y cuántos serán los que permanezcan fieles? Les quita semejante temor, y les vuelve la confianza mediante la parábola del grano de mostaza, y les demuestra que la predicación penetrará por doquiera. Tal es el motivo de que traiga al medio la comparación con esa legumbre, que viene siendo tan oportuna en esta materia. Con ser, dice, la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido es la más grande de todas las hortalizas y llega a hacerse árbol, de manera que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas. Quiso dar así un indicio de su grandeza, diciendo que de igual manera sucedería con la predicación. Los discípulos eran los más débiles de todos los hombres y los más pequeños; mas, por haber en ellos una virtud grande, la predicación se difundió por toda la tierra.

Enseguida de esa comparación, puso la del fermento, diciendo: Es semejante el reino de los cielos al fermento que una mujer toma y pone en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta. Pues así como el fermento penetra la mucha harina, así vosotros convertiréis a todo el mundo. Observa la prudencia. Trae comparaciones de las cosas de la naturaleza para dar a entender que así como en éstas todo sucede por el orden natural, así sucederá en la predicación. Como si dijera a los apóstoles: No me vayáis a argüir diciendo: ¿qué podemos nosotros, doce hombres, metiéndonos entre tan inmensas multitudes? Porque eso mismo hará resplandecer mucho más vuestra virtud: que mezclados con semejante muchedumbre, no temáis ni huyáis. Así como el fermento no fermenta la masa hasta que se mezcla con la harina, y no cuando únicamente se le acerca, sino cuando se mezcla con ella, pues no dice Jesús simplemente puso, sino mezcló, así vosotros, mezclados y juntos con los que os impugnan, los venceréis. Y así como el fermento se mete en la masa, empero no se pierde, sino que lentamente comunica a toda la masa su fuerza y virtud, así sucederá con la predicación.

En consecuencia, no temáis por el hecho de haberos yo pre-dicho inmensos trabajos, pues por ese camino brillaréis y superaréis. En cuanto a los tres modios o medidas, tienen aquí muy rico significado. Porque ese número de tres suele usarse para significar muchedumbre. Y no te extrañes de que tratando del reino traiga a cuento el trigo y el fermento, pues hablaba a hombres imperitos e ignorantes, a quienes era necesario alentar en esta forma. Eran tan sencillos, que enseguida necesitaron una larga explicación. ¿Dónde están los gentiles? Vengan y conozcan la virtud de Cristo, con ver la verdad de los sucesos. Adórenlo por ambos motivos: por haber predicho cosa tan grande y por haberla realizado. Porque es El quien dio su fuerza al fermento. Para esto mezcló con las multitudes a los que ya creían en El: para que mutuamente nos comuniquemos nuestros conocimientos. Que nadie, en consecuencia, acuse su propia debilidad: mucha es la fuerza de la predicación; y lo que una vez ha sido fermentado, se convierte en fermento para los demás. Lo mismo que una chispita de fuego si cae sobre los leños, al quemarlos los convierte en llama y por este medio inflama otros maderos: así sucede con la predicación.

Sin embargo, Cristo no dijo llama, sino fermento. ¿Por qué? Porque en la llama no todo brota de solo el fuego, sino que también algo nace de los leños encendidos, mientras que acá todo lo hace por sí solo el fermento. Y si doce hombres fermentaron todo el orbe, piensa cuán grande sea nuestra perversidad, pues siendo en tan gran número no podemos, a pesar de eso, enmendar a los hombres que pecan, cuando deberíamos bastar para fermentar a mil mundos que hubiera. Objetarás: pero ellos eran apóstoles. Mas esto ¿qué vale? ¿Acaso no eran de tu misma condición? ¿no vivían en medio de las ciudades? ¿no tenían la misma suerte que los demás? ¿no ejercitaban los oficios? ¿eran acaso ángeles? ¿habían bajado del cielo? Alegarás que ellos hacían milagros. Pero no fueron los milagros los que los hicieron admirables. ¿Hasta cuándo abusaremos de sus milagros para encubrir nuestra pereza? ¡Atiende al coro de los santos que no hicieron semejantes milagros! Muchos de los que habían arrojado demonios, porque luego obraron la iniquidad, no sólo no fueron admirables, sino que fueron condenados al eterno suplicio.

Preguntarás: entonces ¿qué fue lo que los hizo grandes? El desprecio de las riquezas, el desprecio de la vanagloria, el apartarse de los bienes del siglo. Si esto no hubieran tenido, sino que se hubieran dejado vencer por las enfermedades del alma, aun cuando hubieran resucitado a infinitos muertos, no sólo no habrían sido útiles para nada, sino que se les habría tenido por mentirosos y engañadores. De modo que su manera de vivir es la que por doquiera brilla y lo que les atrajo la gracia del Espíritu Santo. ¿Qué milagros obró el Bautista, que tantas ciudades se atrajo? Oye al evangelista que afirma no haber hecho milagro alguno: Juan no obró milagros. ¿Por qué fue admirable Elías? ¿Acaso no por la fortaleza con que amonestó al rey? ¿acaso no por el celo de la gloria de Dios? ¿acaso no por su pobreza, su manto de piel de camello, su cueva, sus montes? Los milagros fueron a consecuencia y después de esas cosas. ¿Qué milagros vio el demonio en Job para quedar estupefacto? Ningún milagro por cierto, sino una vida excelente y una paciencia más firme que cualquier diamante. ¿Qué milagro obró David, hijo de Jesé, varón según el corazón de Dios que dijo de él: He hallado a David, hijo de Jesé, varón según mi corazón? ¿Qué muertos resucitaron Abrahán, Isaac, Jacob? ¿a qué leproso limpiaron? ¿Ignoras acaso que los milagros, si no estamos vigilantes, más bien dañan que aprovechan?

Por ese camino los corintios en gran número sufrieron disensiones; por ése, muchos de los romanos se ensoberbecieron; por ése Simón el Mago fue arrojado de la Iglesia. Y el joven que anhelaba seguir a Cristo fue desechado cuando oyó aquello de: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo, nidos. Todos ellos porque buscaban o las riquezas o la gloria de hacer milagros cayeron y perecieron. En cambio, la auténtica santidad de vida y el amor a las virtudes, no engendran semejantes codicias, sino que, por el contrario, si las hay las arrojan fuera. Cristo mismo, al dar sus leyes a los discípulos ¿qué les decía? ¿Acaso que hicieran milagros a fin de que los hombres los vean? ¡De ninguna manera! Sino ¿que?: Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

Tampoco dijo a Pedro: Si me amas, haz milagros; sino: Apacienta mis ovejas? Lo antepone siempre a los otros, juntamente con Santiago y Juan. Pero, pregunto: ¿por qué lo antepone? ¿acaso por los milagros? Mas todos los discípulos curaban a los leprosos y resucitaban a los muertos, y a todos por igual les concedió semejante don y poder. Entonces ¿por qué se les anteponían aquellos tres? A causa de su virtud. ¿Observas cómo en todos los casos son necesarias la vida virtuosa y las buenas obras? Porque dice Jesús: Por sus frutos los conoceréis. ¿Qué es lo que propiamente constituye nuestra vida? ¿Son acaso los milagros o más bien la exactitud de un excelente modo de vivir? Es claro ser lo segundo. Los milagros de eso toman ocasión y a eso se encaminan. Quien lleva una vida excelente se atrae la gracia de los milagros; y el que tal gracia recibe, para eso la recibe, para enmendar la vida de los demás. Cristo mismo para eso hizo los milagros, para hacerse digno de fe y atraer así a los hombres e introducir en el mundo el ejercicio de la virtud. Por lo mismo de esto es de lo que sobre todo cuida, pues no se contenta con hacer milagros, sino que amenaza con el infierno y promete el reino; y por este camino establece aquí sus leyes inesperadas, y nada deja por hacer para igualarnos a los ángeles. Pero ¿qué digo que Cristo lo hacía todo por este motivo? Dime, si alguno te diera a escoger entre resucitar a su nombre a los muertos o morir por su nombre ¿qué escogerías? ¿No es cosa clara que optarías por lo segundo? Pues bien: lo primero es milagro; lo segundo, obras buenas. Si alguno te diera el poder de convertir el heno en oro y te pusiera la disyuntiva entre eso y conculcar el oro como si fuera heno ¿acaso no elegirías lo segundo? Y por cierto, con toda justicia, porque esto segundo atraería a todos los hombres. Si vieran el heno convertido en oro, todos querrían tener un poder semejante, como le sucedió a Simón Mago; y así se acrecentaría la codicia de las riquezas. En cambio, si vieran que todos despreciaban el oro como si fuera heno, hace tiempo estarían libres de aquella codicia y enfermedad.

¿Adviertes cómo la vida virtuosa es lo que más ayuda? Y digo la vida virtuosa. No el ayuno, ni el saco, ni la ceniza por lecho, sino el desprecio de las riquezas en la forma en que es conveniente despreciarlas, el amor del prójimo, la limosna, el suministrar el pan al hambriento, el aplacar la ira, el alejar la vanagloria, el echar fuera la envidia. Esto nos enseñó Cristo cuando decía: Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón. No dice: aprended de Mí que he ayunado, aunque podía alegar sus cuarenta días de ayuno. Pero no los alega, sino que dice: que soy manso y humilde de corazón. Y cuando envió a los discípulos a predicar no les dijo ayunad, sino: Comed lo que os fuere servido En cambio, en lo referente a la riqueza, estableció una ley severa diciendo: No os procuréis oro ni plata ni cobre para vuestro cinto.

Y no digo esto en vituperio del ayuno ¡lejos de mí tal cosa! Por el contrario, lo alabo. Pero me aflijo cuando veo que vosotros, dejando a un lado las demás virtudes, creéis que basta con el ayuno para vuestra salvación, siendo así que el ayuno, en el conjunto de las virtudes, ocupa el último lugar. Las virtudes principales son la caridad, la justicia, la limosna, que incluso es superior a la virginidad. De modo que si quieres llegar a ser igual a los apóstoles, nada lo impide. Si semejante vida virtuosa emprendes, eso te basta para que nada tengas menos que aquéllos.

En conclusión: que nadie se detenga esperando milagros. Se entristece el demonio cuando se le arroja de los cuerpos; pero mucho más se entristece cuando ve al alma libre de pecados. Y en esta liberación consiste la mayor virtud del alma. Por el pecado murió Cristo, para destruirlo; porque el pecado introdujo la muerte, y por él vino todo el desorden. Si quitas el pecado habrás quebrantado las fuerzas del demonio, habrás destrozado su cabeza, habrás deshecho toda su fortaleza, habrás dispersado su ejército, habrás hecho el milagro más grande de todos los milagros. No es esto palabra mía sino del bienaventurado Pablo. Porque habiendo él dicho: Aspirad a los mejores dones, pues os he demostrado un camino mejoré no dijo que fuera el de los milagros, sino la caridad, raíz de todos los bienes.

De manera que si ésta ejercitamos y el demás consiguiente ejercicio de la virtud, no necesitamos milagros; así como por el contrario, si no nos ejercitamos en las virtudes, de nada nos servirán los milagros. Considerando todas estas cosas, por las que los apóstoles fueron grandes, imitémoslas. ¿Cómo se hicieron ellos grandes? Oye a Pedro que dice: He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido: ¿qué tendremos de premio? Oye a Cristo que le responde: Os sentaréis sobre doce tronos; y todo el que dejare hermanos o hermanas o padre o madre o hijos o campos, recibirá el céntuplo en este siglo y heredará la vida eterna.

En consecuencia, apartémonos nosotros de todos los negocios seculares, consagrémonos a Cristo, para así igualarnos a los apóstoles, según esa sentencia de Cristo; y para así disfrutar de la vida eterna. La cual ojalá que todos alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

CXIV




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HOMILÍA XLVII (XLVIII)

Todas estas cosas dijo Jesús en parábolas a las muchedumbres, y no les hablaba nada sin parábolas, para que se cumpliera el anuncio del profeta que dice: Abriré en parábolas mi boca, declararé las cosas ocultas desde la fundación del mundo. (Mt 13,34-35).

MARCOS, POR SU PARTE, dice que les habló en parábolas según podían entender.'1- Y para demostrar que Cristo al proceder así no hacía ninguna novedad, alega al profeta que predijo este modo de enseñanza. Y para darnos a entender que no les hablaba así porque quisiera mantener las turbas en la ignorancia, sino para obligarlas a preguntar, añadió: Y sin parábolas nada les decía. Pues aun cuando dijo muchas cosas sin usar de parábolas, pero en esa ocasión, no. A pesar de todo, nadie le hizo preguntas, siendo así que anteriormente con frecuencia interrogaban a los profetas, como por ejemplo a Ezequiel y a otros muchos. Pero aquellas turbas procedieron al contrario, aunque lo dicho por Jesús podía causarles dudas e impelerlos a preguntar. Porque las parábolas amenazaban con graves castigos. Pero ni por eso se conmovieron las turbas. Tal fue el motivo de que las abandonara y se fuera de ahí.

Porque dice el evangelista: Entonces, dejando a la muchedumbre, se vino a su casa. No lo acompaña ninguno de los escribas; de donde se deduce que no lo seguían sino para tener ocasión de acusarlo. Y él, puesto que no entendían lo que había dicho, los dejó. Entonces se le acercaron los discípulos y le preguntaron acerca de la parábola de la cizaña. Antes, aunque ansiosos de saber, no lo interrogan. ¿De dónde, pues, les nace ahora esa confianza? Le habían oído decir: A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, y de aquí les nació la confianza. Así pues, le preguntan aparte, no porque quieran que no lo sepa la muchedumbre, sino porque quieren guardar el precepto del Señor, pues les había dicho: A éstos no ha sido dado.

Mas ¿por qué dejando a un lado las parábolas del fermento y la mostaza le preguntan acerca de ésta? Pasaron por alto esas otras por ser más claras; mientras que acerca de ésta, por tener afinidad con la anterior y añadir algo más, querían ser enseñados. No es que pretendan investigar si acaso era una repetición de la anterior, pues bien veían que en esta otra había una fuerte amenaza. Por eso él no los reprende, sino que les explica las cosas que había dicho. Como ya indiqué, las parábolas no han de tomarse a la letra, pues de eso se derivarían infinitos absurdos. Y para darnos a entender esto, explica la parábola de esta manera Desde luego, no dice quiénes eran los siervos que se acercaron al dueño del campo. Sino que, para dar a entender que sólo porque lo pedía el orden de los sucesos y la perfección de la imagen los había introducido en la narración, ahora, omitiendo eso, explica lo que sobre todo hacía al caso, y era el motivo de haber dicho la parábola. Es a saber, que él era el Juez y Señor del universo.

Y respondiendo les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el diablo; la siega es la consumación del mundo; los segadores son los ángeles. A la manera, pues, que se recoge la cizaña y se quema al fuego, así será en la consumación del mundo. Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles y recogerán de su reino todos los escándalos y a todos los obradores de iniquidad y los arrojarán en el horno de juego donde habrá llanto y crujir de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. De modo que siendo El quien siembra y de su reino recoge, claro es que este mundo le pertenece.

Considera su inefable misericordia y su ánimo presto para hacer beneficios y cuan lejos se halla de aplicar castigos. Cuando siembra, por su mano siembra; cuando castiga, lo hace por manos ajenas, o sea las de sus ángeles.- Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. No lo dice porque hayan de brillar exactamente como el sol y no más, sino porque no conocemos astro más brillante usó de este ejemplo de todos conocido. En otro sitio dice que la mies ya está presente, como cuando dice de los samaritanos: Alzad vuestros ojos y contemplad los campos que ya están blanquecinos para la siega? y también: La mies es mucha pero son pocos los operarios. Entonces ¿cómo es que ahí dice que ya está la mies delante, mientras que acá afirma que vendrá en lo futuro? Es que la toma en diversos sentidos. Y ¿por qué motivo habiendo dicho en otro sitio que uno es el que siembra y otro el que cosecha, aquí afirma ser el mismo el que siembra? Porque en el otro sitio, comparando a los apóstoles con los profetas o con los judíos o con los samaritanos y no consigo, así se expresaba. Pues también mediante los profetas era El quien sembraba. Y aun hay algún sitio en que a lo mismo llama simiente y cosecha, pero no bajo el mismo aspecto.

Cuando habla de oyentes bien dispuestos y obedientes, los llama mies, para indicar que la obra está completa; cuando busca el fruto de la predicación, llama simiente y cosecha a la misma consumación. Y ¿por qué en otra parte dice que los justos serán los primeros en ser levantados? Serán por cierto los primeros en ser levantados en los aires al venir Cristo; pero luego los perversos serán entregados al suplicio y después los justos marcharán al reino de los cielos. Puesto que los justos han de estar en el cielo y él ha de venir a juzgar a todos los hombres, y a sentenciar acerca de ellos, entonces, a la manera de un rey que se levanta rodeado de sus vasallos y amigos, los conducirá a la bienaventurada herencia y suerte feliz.

¿Adviertes el doble suplicio: que por una parte se quemen en el fuego y por otra pierdan aquella gloria? Mas ¿por qué, aun habiéndose apartado las turbas, a los apóstoles mismos les habla en parábola? Por las anteriores explicaciones, ya se habían vuelto algo más sabios y ya entendían. Por esto, como enseguida les preguntara: ¿Habéis entendido todo esto?, respondiéronle: Sí, Señor. De este modo la parábola, juntamente con otras cosas, hizo que en adelante fueran más perspicaces. Y ¿qué dijo enseguida?: Es semejante el reino de los cielos a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. Es también semejante el reino de los cielos a un mercader que busca perlas preciosas y hallando una de gran precio, vende todo cuanto tiene y la compra.

Así como el grano de trigo y el fermento difieren poco entre sí, lo mismo sucede aquí con el tesoro y la perla preciosa. Con ambas parábolas quiere significar que la predicación debe anteponerse a todo. Las parábolas del fermento y del grano de mostaza se refieren a la fuerza de la predicación e indican que ésta vencerá a todo el universo; estas otras dos se refieren al precio y dignidad de la predicación. Puesto que ésta se extiende como el grano de mostaza y vence a la manera del fermento y es de altísimo precio como la perla o margarita y trae consigo ornatos y bienes sin cuenta, como el tesoro.

Pero en este pasaje no aprendemos únicamente que es conveniente despojarse de todo para atender a la predicación, sino además que lo hemos de hacer gozosos. Quien renuncia a todas las cosas ha de saber que esto no es pérdida, sino ganancia. ¿Ves cómo la predicación está escondida para el mundo y cuan grandes bienes hay en ella? Si no vendes tus cosas, no la comprarás; si no la buscas con ansia, no la encontrarás. De manera que dos cosas son necesarias: la renuncia de todo lo del siglo y la suma vigilancia. Porque dice: Es semejante al que busca perlas preciosas; y habiendo encontrado una de gran precio, va, vende todo lo que tiene y la compra.

La verdad es una y no se halla dividida en partes. Y así como aquel que posee una perla sabe y conoce que es rico; pero muchas veces, aun teniéndola en la mano otros no la aprecian puesto que no es notable por su tamaño; así sucede con la predicación: los que la guardan, saben que son ricos; los incrédulos, en cambio, por desconocer lo que vale ese tesoro ignoran también nuestras riquezas. Y luego, a fin de que no nos fiemos de sola la predicación, para nuestra salud, ni pensemos que basta con la fe para salvarnos, añade Jesús otra parábola tremenda: ¿Cuál es? La de la red. Es semejante el reino de los cielos a una red barredera que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y una vez llena, la sacan sobre la playa, y sentados, recogen los peces buenos en canastos, y los malos los tiran.

¿En qué difiere esta parábola de la de la cizaña? Porque también en ésta unos se salvan y otros perecen. Pero en la primera es por causa de la herejía y sus dogmas depravados; y en los que antes se traen a cuento es porque no atienden a la predicación; en esta última, en cambio, es por causa de su vida pecadora, y son los más miserables de todos, puesto que han tenido noticia de la verdad y han entrado en la red de los pescadores, pero ni aún así han logrado su salvación. Dice en otro lugar que el pastor mismo discrimina su rebaño; pero aquí dice que lo hacen los ángeles, como sucedió en la parábola de la cizaña. ¿Qué diremos a esto? Que unas veces habla a las turbas en una forma más llana y otras en forma más elevada. Por lo que hace a la presente parábola, sin que nadie le ruegue, espontáneamente la explica. Es decir, sólo en parte la explica y aumenta el temor. Pues a fin de que tú, al oír que los peces malos fueron arrojados fuera, no pienses que eso ningún peligro tae, hace con su explicación resaltar el castigo, diciendo: Los arrojarán al horno de juego y trae a la memoria el rechinar de dientes y el indecible dolor.

¿Observas cuántos caminos hay para la perdición? Por las piedras, por las espinas, por la senda ancha, por la ceniza y la red. En consecuencia, no sin razón dijo: Espaciosa es la senda que lleva a la perdición y son muchos los que entran por ella? Y habiendo dicho esto y puesto fin a su predicación en esa forma terrible, y habiendo dicho otras muchas cosas más, pues gastó en eso mucho tiempo, dijo a los apóstoles: ¿Habéis entendido todo esto? Respondiéronle: Sí. Y luego los alaba, por haber entendido, con estas palabras: Así, todo escriba instruido en la doctrina del reino de los cielos, es como el amo de casa que de su tesoro saca lo nuevo y lo viejo. Por lo cual en otra parte dice: Os enviaré sabios y escribas.

¿Adviertes cómo no rechaza el Antiguo Testamento, sino más bien lo alaba y ensalza y lo llama tesoro? En consecuencia, todos los que ignoran las Escrituras divinas, no serán padres de familia, puesto que ni poseen ellos algo ni de otros reciben, sino que se descuidan a sí mismos y perecen de hambre. Y no solamente ellos, sino también los herejes están sin parte en esta felicidad, puesto que no sacan cosas nuevas ni viejas. No teniendo cosas antiguas, tampoco pueden tener presente nuevas, del mismo modo que quienes no tienen cosas nuevas carecen de las antiguas y están privados de ambas: porque antiguas y nuevas se encuentran unidas y enlazadas.

Oigamos esto cuantos descuidamos la lectura de las Sagradas Escrituras: ¡cuan grave daño sufrimos y cuánta pobreza padecemos! ¿Cuánto concordamos la vida con las obras si ni siquiera conocemos las leyes que debemos observar? Los ricos, locos por la codicia de las riquezas, con frecuencia sacuden con el objeto de que no las corroa la polilla; mientras que tú, en tanto que el olvido, más destructor que cualquier polilla, va echando a perder tu alma ¿no lees los Libros Sagrados, no apartas la peste, no adornas tu alma, no contemplas con asiduidad la imagen de la virtud ni la examinas de pies a cabeza?

Porque tiene la virtud cabeza y miembros más bellos que el más hermoso de los cuerpos. Preguntarás: ¿cuál es la cabeza de la virtud? Es la humildad. Por tal motivo Cristo empezó por ella diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu. Esta cabeza no tiene cabellos ni rizos, sino una belleza tan grande que atrae a Dios. Pues dice El: A este es al que yo miro, al humilde y abatido de espíritu. Y también: Mis ojos sobre los mansos de la tierra. Y luego: Yavé está próximo a los contritos de corazón. Esta cabeza, en lugar de cabellera y guedejas, ofrece a Dios sacrificios gratos. El ara es de oro, el altar es espiritual. Pues dice el profeta: Mi sacrificio, oh Dios, es en espíritu contrito y humillado. Esta humildad es madre de la sabiduría. Si alguno la posee, poseerá las demás virtudes.

¿Has observado esta cabeza tal cual nunca viste otra? ¿Quieres ahora ver su faz o mejor dicho conocerla? Comienza por su color: es rubicundo, florido, muy agraciado. Examina de qué está compuesto. ¿De qué cosas se compone? De pudor y vergüenza. Por eso dijo alguien: A la modestia precede la gracia.-La modestia infunde gran belleza a los otros miembros también. Aun cuando mezcles miles de colores, no obtendrás tan gran hermosura. Y si deseas observar sus ojos, mira cuan cuidadosamente presentan la modestia y la pureza. Por eso poseen una penetración tan aguda que logran ver a Dios. Pues dice El: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Su boca es sabiduría y entendimiento y canto de himnos espirituales. Su corazón es pericia en las Escrituras, conservación de los dogmas verdaderos, benignidad y clemencia. Y así como no podemos vivir sin corazón, así sin ese otro no podemos alcanzar la vida eterna Porque de él dimanan todos los bienes. Y tiene también la humildad sus pies y sus manos, que son los ejemplos de las buenas obras. Su alma es la piedad. Su pecho de oro es más firme que el diamante, y es la fortaleza. Con mayor facilidad expugnarás otro castillo cualquiera, que llegar a romper este pecho. Y su Espíritu, que vive en su cerebro y en su corazón, es la caridad.

¿Quieres que te muestre esta imagen en obras? Piensa en el mismo evangelista Mateo. No tenemos por escrito su vida toda; pero, por lo que resta de ella, podemos contemplar su imagen esplendente. Que fuera varón contrito y humilde, oye cómo él mismo en el evangelio se llama publicarlo. Que fuera misericordioso, se ve claro, pues despojado de todo, sigue a Jesús. Que fuera piadoso, se ve manifiesto por sus sentencias. Y su inteligencia y su caridad podemos verlas en el evangelio que escribió, pues cuidó de ayudar al orbe entero. Prueba de sus buenas obras la tienes en el trono en que ha de sentarse; y de su fortaleza, en que volvía del Consejo de los escribas y fariseos lleno de gozo.

Entreguémonos, pues, al ejercicio de la virtud y en especial, sobre todas, al de la humildad y misericordia, sin las cuales no podemos alcanzar la salud, como se demuestra por el caso de las cinco vírgenes y el del fariseo. Sin la virginidad, podemos entrar en el reino de los cielos; pero sin la misericordia y la limosna, no. La misericordia es en absoluto necesaria y se cuenta entre las principales y que encierran en sí todas las demás. Por lo cual, no sin motivo hemos dicho que es ella el corazón de la virtud. Pero el corazón mismo si no influye vida en todos los miembros, él mismo pronto perece. Al modo de la fuente que si continuamente no mana los ríos, se corrompe; lo mismo que los ríos, si se guardan sus riquezas, así es ese corazón. Por esto decimos vulgarmente: fulano tiene gran suciedad y corrupción de riquezas; y no decimos gran abundancia, grande tesoro. Pues son ellas podredumbre no sólo de quienes las poseen, sino en sí mismas. Los vestidos guardados se apolillan; el oro guardado es comido del orín; el grano es devorado por los gusanos. Y el alma del rico, más que los otros objetos, es roída y se pudre con los cuidados.

Si quieres sacar al público el alma del avaro, como se hace con un vestido corroído de infinita polilla y nada sano, la encontrarás igualmente comida por todas partes por los cuidados, podrida con los pecados, derruida por la herrumbre. No así el alma del pobre; digo del pobre voluntario, pues resplandece como el oro, brilla como una margarita preciosa, florece como una rosa. No hay ahí polilla; no hay ladrón; no hay solicitudes terrenas, sino que vive en conversación con los ángeles. ¿Quieres ver la hermosura de semejante alma? ¿Quieres conocer las riquezas que su pobreza encierra? El pobre no impera sobre los hombres, pero manda sobre los demonios; no asiste delante del rey pero asiste delante de Dios; no compite con los hombres, pero compite con los ángeles. No tiene una arca, ni dos, ni tres, ni veinte, pero tiene tan gran abundancia que estima en nada todo el universo. No tiene un tesoro, pero posee el cielo. No necesita de siervos, pero tiene sujetas como siervos las enfermedades del alma. Tiene como siervos esos apetitos que dominan a los reyes. Porque esos afectos carnales que dominan aun a los que andan vestidos de púrpura, miran al pobre con respeto y no se atreven a mirarlo a la cara.

El pobre se ríe de los reinos como de juegos de niños, y lo mismo del oro y cosas semejantes; y juzga que todo eso se ha de despreciar como se hace con las ruedecillas, los astrágalos, las bellotas de encina, los balones. Porque lleva él consigo un ornato que ni siquiera se atreven a mirar los que en aquellos juegos se ocupan. ¿Qué cosa habrá de mayor precio que esta pobreza? Tiene ella como pavimento los cielos. Y si tal es el pavimento, piensa qué tales serán los techos. Dirás que no tiene caballos ni carruajes. Pero ¿qué necesidad tienen de ellos los que van a ser llevados en las nubes y vivirán con Cristo?

Pensando estas cosas, oh hombres y mujeres, busquemos aquellas riquezas y aquella abundancia que no se consumen, a fin de que así alcancemos el reino de los cielos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

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Crisóstomo - Mateo 46