Crisóstomo - Mateo 52

52

HOMILÍA LII (LIII)

Salió de ahí Jesús y se retiró a los términos de Tiro y de Sidón. Una mujer cananea de aquellos contornos comenzó a gritar diciendo: Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David: Mi hija es malamente atormentada por el demonio. Marcos, por su parte, dice que él no pudo ocultarse cuando fue a una casa. ¿Por qué Cristo fue a aquellas partes? Una vez que liberó a las turbas de la falta de alimentos, siguiendo la misma linea de conducta fue para abrir la puerta del reino a los gentiles. Como lo hizo Pedro cuando se le ordenó derogar esa ley de los alimentos, pues enseguida fue enviado a Cornelio. Y si alguno preguntara: ¿cómo es que habiendo dicho Cristo a los apóstoles: No vayáis a los gentiles? ahora El va a ellos? le responderemos en primer lugar que Cristo no estaba obligado a guardar ese precepto, dado por El a los discípulos. En segundo lugar, que en realidad no fue allá precisamente para predicarles. Dando a entender esto, dice Marcos que no pudo permanecer oculto aun cuando se escondió.

Así como el orden de las cosas pedía que no fuera El el primero en acercárseles, así también no decía con su bondad rechazarlos cuando iban a El. Si era conveniente ir en busca de los que huían, mucho más conveniente era no huir de los que lo buscaban y seguían. Advierte cómo aquella mujer es digna de cualquier beneficio. No se atrevió a ir a Jerusalén por temor y por no creerse digna de ello. Pues si tal temor no la hubiera cohibido, sin duda habría ido allá, como parece claro por la urgencia que al presente demuestra, y porque salió de los términos de su país. Hay algunos que explican esto alegóricamente; y dicen que cuando Jesús salió de Judea, entonces se atrevió a acercárseles la Iglesia, saliendo ella misma de sus confines. Porque dice en un salmo: Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre? Salió Cristo de su país y también la mujer salió de su país, y así pudieron dialogar. Pues dice el evangelista: Una mujer cananea, habiendo salido de los términos de su país. Acusa el evangelista a esa mujer para hacer ver el milagro y para más enaltecerla. Porque al oír que es cananea debes recordar que aquella gente malvada había arrancado de raíz hasta los fundamentos mismos de la ley natural. Y al recordarlo, piensa en la virtud y fuerza del advenimiento de Cristo. Pues los que habían sido arrojados de en medio de los judíos para que a éstos no los pervirtieran, ahora se tornan mejores que los judíos, hasta el punto de salir de su país para acercarse a Cristo, mientras los judíos lo rechazaban, siendo así que para ellos había venido.

Se acercó, pues, la mujer y no dijo sino: ¡Compadécete de mí! y con su clamor suscitó un gran espectáculo. Porque gran espectáculo era contemplar a aquella mujer gritando con tan crecido afecto; ver a una madre suplicando por su hija; por su hija, repito, que tan intensamente sufría No se atrevió a llevar a la posesa a la presencia del Maestro, sino que la dejó en su casa y se presentó ella como suplicante, y únicamente representó el caso, sin añadir nada más. Tampoco se atrevió a llevar a su casa al Médico, como el príncipe aquel que decía: Ven e imponle las manos y baja antes de que muera mi hija; sino que, habiendo expuesto su desgracia y lo terrible del padecimiento, con grandes clamores implora la misericordia del Señor.

Y no dice: Compadécete de mi hija, sino: Compadécete de mí. Como si dijera: ella no se da cuenta de su enfermedad, pero yo estoy inmensamente atormentada y siento como propia su enfermedad y al verla enloquezco. Pero él no le contestó ni una palabra. ¡Cosa más nueva e inaudita! A los judíos Cristo los atrae aun siendo ellos ingratos; aun blasfemando ellos, les ruega. En cambio, a esta mujer que lo busca, le ruega, le suplica, y que no ha sido instruida en la Ley ni en los profetas, y que por otra parte demuestra tan gran piedad, ni siquiera se digna responderle. ¿Quién no se habría dado por ofendido al ver un comportamiento tan contrario a la fama de Cristo?

Había ella oído que Jesús recorría las villas curando las enfermedades; pero ahora, cuando ella se le acerca, él la rechaza. Por otra parte, ¿a quién no habría conmovido aquel padecimiento y aquellas súplicas que la mujer hacía en favor de su hija posesa del demonio? Porque no se acercó a Cristo como digna de aquel beneficio y como si exigiera una deuda, sino pidiendo misericordia y declarando su trágico padecer; y sin embargo, no reporta ninguna respuesta. Quizá muchos de los oyentes quedaron mal impresionados, pero ella no. ¿Qué digo muchos de los oyentes? Pienso que los discípulos mismos, impresionados por la desgracia de aquella mujer, se conturbaron. Sin embargo, ni aun así impresionados se atrevieron a decirle a El: Concédele ese beneficio; sino que se le acercaron y le rogaron diciéndole: Despídela, pues viene gritando detrás de nosotros. Porque sucede que nosotros, cuando queremos persuadir de algo, con frecuencia decimos cosas inoportunas.


522 Cristo en cambio dice: Yo no he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel.

¿Qué hace entonces la mujer? ¿decayó de ánimo al oír semejante respuesta? ¿se alejó? ¿abandonó su empeño y anhelos? ¡De ninguna manera! Al revés, instó con mayor fuerza. No lo hacemos así nosotros. Por el contrario, si no conseguimos lo que pedimos, desistimos al tiempo en que lo conveniente sería instar con mayor fuerza. ¿A quién no habría derrotado la palabra de Jesús? El silencio mismo del Maestro podía haberla hecho desesperar, pero mucho más semejante respuesta. Al ver que juntamente con ella eran rechazados los que por ella intercedían; y al oír que lo que pedía no era posible, podía esto haberla hecho desesperar. Pero no decayó de ánimo, sino que, viendo que sus abogados nada lograban, perdiendo laudablemente la vergüenza, tomó atrevimiento.

Antes no se había atrevido a presentarse de frente, pues los discípulos dicen: Clama detrás de nosotros. Pero cuando lo verosímil era que ella, dudosa ya en su ánimo, se apartara, entonces se acercó mucho más, y adorándolo le dijo: ¡Señor, ayúdame! ¿Qué es esto, oh mujer? ¿Tienes acaso una confianza mayor que la de los apóstoles? ¿Tienes mayor fortaleza? ¡No! responde: ni mayor confianza, ni mayor fortaleza. Más aún: estoy llena de vergüenza. Pero echo mano de la audacia para suplicar. El se compadecerá de mi atrevimiento. Mas ¿por qué lo haces? ¿no has oído que dijo: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel?

Responde la mujer: ¡Sí, lo he oído! Pero él es el Señor. Porque por este motivo ella no le dijo: ruega, suplica; sino ¡ayúdame! Y ¿qué hace Cristo? No se contentó con la prueba, sino que la aumentó, diciendo: No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los canes. Jesús con tal respuesta la colmó de tristeza más aún que con el anterior silencio. Ya no pasa el negocio a otro, ni dice: Yo no he sido enviado. Sino que cuanto más ella insiste pidiendo, tanto mayor repulsa recibe. Ya no llama él ovejas a los judíos, sino hijos, y a ella can.

¿Qué hace la mujer? De las mismas palabras de Cristo saca su argumento Como si dijera: ¡si perro soy, a lo menos ya no soy extranjera! Con razón Cristo decía: Yo he venido al mundo para juicioA Aquella mujer, aun injuriada, muestra virtud, muestra perseverancia y fe grande; mientras que los judíos, cultivados cuidadosa y honorablemente, se portan de modo contrario. Como si ella dijera: bien sé yo que el alimento es necesario para los hijos, por lo cual yo no por eso debo ser rechazada. Si en absoluto está prohibido recibir alguna cosa, será necesario abstenerse aun de las migas; pero si en alguna cosilla se puede participar, aun cuando yo sea un can, no se me prohíbe, sino al revés, por eso mismo se me debe dar alguna partecilla.

Bien sabía Cristo que ella iba a responderle así, y por eso difería el beneficio, para que apareciera públicamente la virtud de aquella mujer Pues si no pensara en concederlo, tampoco luego lo hubiera concedido ni a ella de nuevo la hubiera reprendido. Lo que hizo en el caso del centurión cuando le dijo: Yo iré y lo curaré, con el objeto de que conociéramos la piedad del centurión y lo oyéramos decir: No soy digno de que entres bajo mi techo; y lo que hizo con la mujer que padecía el flujo de sangre, cuando dijo: Yo he conocido que una virtud ha salido de mí, y lo que hizo con la samaritana para dejar ver que ella ni aun refutada desistía, eso mismo hace ahora. Porque no quería que tan gran virtud de aquella mujer permaneciera oculta. En realidad lo que él le decía no era para reprenderla, sino para instarla a más acercarse y para ir descubriendo aquel oculto tesoro.

Por tu parte, considera juntamente la fe y la humildad de aquella mujer. El a los judíos los llamó hijos; ella, no contenta con eso, los llamó señores: ¡tan lejos estuvo de dolerse por las alabanzas ajenas! De modo que respondió: ¡Cierto, Señor! Pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. ¿Observas la prudencia de esta mujer? ¿Cómo no se atreve a contradecir ni envidia las alabanzas ajenas ni se entristece o irrita por la injuria? ¿Ves su perseverancia? El le dice: No esta bien; ella responde: ¡Cierto, Señor! El a los judíos los llama hijos; ella, señores. El a ella la llama can; ella arguye con la costumbre de los canes. ¿Observas su humildad? Compara esto con la jactancia de los judíos. ¡Somos linaje de Abrahán y de nadie hemos sido siervos jamás; y hemos nacido de Dios! (
Jn 8,33) No así la mujer, sino que se llama can y a ellos señores; y por esta humildad fue constituida hija. ¿Qué le responde Cristo?: ¡Oh mujer! ¡grande es tu fe! Por esto difería el don, para que brotara semejante expresión de aquellos labios, y por este camino coronar a aquella mujer. Hágase como quieres Como si dijera: tu fe puede hacer aun cosas mayores que ésta. Hágase, pues, como tú quieres. Esta palabra tiene afinidad con aquella otra: Hágase el cielo, y el cielo fue hecho (Gn 1,3). Y su hija desde aquella hora quedó sana.


523 Considera cómo esta mujer ayudó no poco a la curación de su hija. Por esto no dice Cristo: Sea sana tu hija, sino: Grande es tu fe: hágase como quieres. Para que veas que no fueron palabras de adulación, sino que hubo ahí una excelentísima virtud de fe. Y dejó Cristo que los sucesos dieran una exacta prueba y demostración de la verdad. Pues dice el evangelista que al punto quedó sana la hija. Advierte cómo, venciendo a los apóstoles y sin que ellos hicieran nada de su parte, fue la mujer la que todo lo hizo. Tan gran cosa es la perseverancia en la oración. Prefiere Dios, cuando se trata de nuestros propios intereses, que seamos nosotros mismos los que le supliquemos, a que otros lo hagan por nosotros.

Pues en el caso, los apóstoles tenían una mayor confianza, pero la mujer tuvo mucho mayor perseverancia. Por lo demás, con el feliz éxito del negocio, Jesús como que se justificó delante de los discípulos de haber retardado el milagro; y que, con razón, cuando ellos le rogaban, El no había accedido. Y partiendo de ahí Jesús vino al mar de Galilea; y habiendo subido a una montaña se asentó ahí. Y se le acercó una gran muchedumbre, en la que había cojos y mancos, ciegos y mudos y muchos otros que se echaron a sus pies y los curó. Y la muchedumbre se admiraba viendo que hablaban los mudos, los mancos sanaban, los cojos andaban y veían los ciegos. Y glorificaban al Dios de Israel. Unas veces va por las aldeas, otras se asienta en espera de los enfermos y lleva a los cojos hasta la montaña. Ahora no tocan sus vestidos; sino que llevados a lo alto, se arrojan a sus pies y demuestran así su doble fe. Porque cojos, suben al monte y no necesitan otra cosa, sino arrojarse a los pies de Jesús. Y era cosa de maravilla ver andar, sin que nadie les ayudara, a quienes antes eran llevados por otros; y que los ciegos veían, sin necesidad de lazarillos.

Llenó así de admiración a todos tanto la gran multitud de los que fueron curados, como la facilidad con que lo fueron. ¿Adviertes cómo a la hija de la mujer cananea la curó tras de larga espera, mientras que acá a estos enfermos los curó al punto? No fue porque éstos fueran mejores, sino porque la fe de aquélla fue más fervorosa. Por eso en el caso de la mujer, dio largas para hacer ver su perseverancia; mientras que a estos enfermos los cura al punto, para cerrar la boca al judaismo incrédulo, y quitarle toda justificación y excusa. Pues cuanto son mayores los beneficios que alguno ha recibido, a tanto mayor castigo se le condena, en el caso de que se muestre ingrato, y ni por el honor que se le ha concedido se torne mejor. Por esto los ricos son con mayor rigor castigados que los pobres, si son malvados; puesto que ni por la mayor abundancia de bienes se tornaron más mansos.

Ni me vayas a argüir diciendo que los ricos hicieron limosnas. Pues si no las hacen conforme a las riquezas que poseen, tampoco escaparán del castigo. Porque el valor de la limosna no se estima por la cantidad que se da, sino por la generosidad del alma. Pero si tales ricos así sufren castigo, mucho más serán castigados los que andan anhelando lo superfluo; los que se construyen casas de tres y cuatro pisos y en cambio desprecian a los pobres, y se entregan a la avaricia y descuidan hacer limosnas. Y, pues hemos mencionado la limosna ¡ea! ¡volvamos hoy al discurso sobre la beneficencia que hace tres días dejamos sin terminar!

Recordáis que hace poco os hablé del cuidado excesivo en el calzado; es decir, de la vanidad que hay en eso y de la molicie de los jóvenes. En esa ocasión, habiendo empezado a tratar de la limosna, fuimos a dar en el calzado. Pues bien: ¿de qué tratábamos entonces? Dijimos que la limosna es un arte que tiene su oficina en el cielo, y que su maestro no es un hombre, sino Dios. Y luego, inquiriendo en lo que puede llamarse arte y en lo que no, fuimos a tratar de las artes perversas y vanas, y en esa parte hablamos del calzado. ¿Acaso lo recordáis? Pues bien: tomemos de nuevo el hilo y demostremos cómo la limosna es un arte y por cierto el arte más excelente de todos.

Porque si es propio del arte tener como fin algo útil, y no hay cosa más útil que la limosna, queda claro que ella es arte y el arte más excelente de todas las artes. No nos prepara ella calzado, no nos teje vestidos, no nos construye casas de barro, sino que nos alcanza la vida eterna, nos arranca de las manos de la muerte y nos hace resplandecer en esta vida y en la otra; y nos edifica las celestiales mansiones y aquellos eternos tabernáculos. Ella no deja que nuestras lámparas se extingan, ni que entremos al convite nupcial con los vestidos manchados y sucios; sino que nos lava y torna más blancos que la nieve. Pues dice el profeta: Aunque vuestros pecados fueran como la grana, quedarán blancos como la nieve$

La limosna no permite que vayamos a caer en el sitio a donde fue a dar el rico Epulón, ni oír la terrible sentencia, sino que nos lleva al seno de Abrahán. En las artes seculares, cada una tiene su objeto: el de la agricultura es nutrir; el del arte textil, vestir. Pero ni aun eso pueden conseguir, porque no basta ninguna por sí sola para habilitarnos en lo que a ella le toca. Si te parece, comencemos por la agricultura. Si no la acompaña la herrería, que proporciona azadones, rejas, hoces, hachas y otros muchos instrumentos; si no la acompaña la carpintería, que construye arados, yugos, carretas y trillos; si no la acompaña la talabartería, que hace las coyundas; y la arquitectura, que fabrica los establos para los bueyes y casas para los agricultores; y el arte de cortar la madera; y aun el de la panadería, que suministra los panes, en absoluto no puede ejercitarse.

Pero también el arte textil, para valerse necesita de muchas artes que le ayuden; y si no lo hacen, permanece inútil. De modo que en resumen, todas las artes necesitan unas de otras. En cambio, si queremos ejercitar la misericordia, no necesitamos sino de la voluntad. Si alegas que además se necesitan casas, dineros, vestidos, calzado, lee las palabras que Cristo dijo acerca de la viuda, y echa fuera ese cuidado. Si eres pobre y más necesitado que los mismos mendigos, con tal de que des los dos cornadillos, todo lo has logrado; y aun cuando no des sino la masa que para tu alimento posees, habrás logrado la finalidad de este arte. Acojámonos, pues, a esta asignatura, a este arte, y ejercitémoslo. Es preferible poseerlo a ser un rey y portar diadema. Porque eso de no necesitar él de otras artes, no es la única prerrogativa suya, sino que además lleva a cabo muchas otras y variadas obras.

Porque él construye en el cielo mansiones que para siempre permanecen; y a quienes lo cultivan les enseña el modo de huir de la muerte eterna, les adquiere tesoros que nunca se acaban y que no están expuestos a pérdidas. No temen al ladrón ni a los gusanos ni a la polilla ni al tiempo. Si alguien te enseñara un arte tal acerca de la conservación del trigo, ¿qué no darías por poder guardar por muchos años tu trigo? Pues bien, la limosna te apronta la guarda no sólo del trigo, sino de todos tus haberes; y te enseña el modo de que tus bienes, tu cuerpo y tu alma, permanezcan sin daño. Mas ¿para qué voy recorriendo parte por parte las obras que la limosna lleva a cabo?

Ella te enseña de qué modo te has de llegar a ser semejante a Dios, que es el resumen de todos los bienes.

¿Adviertes cuan variadas son sus obras y cuan abundantes? Ella, sin auxilio de otras artes, edifica mansiones, teje vestidos, conserva tesoros seguros, hace vencedores de la muerte, manda sobre los demonios, hace semejantes a Dios. Entonces ¿qué cosa habrá más útil que este arte? Las demás artes, aparte de lo ya dicha, pasan con la vida presente; cesan cuando el artífice enferma; sus obras no son permanentes; necesitan de mucho tiempo y trabajo y de otras muchas cosas. Esta, en cambio, será al fin del mundo cuando más brille y demuestre su obra. Ni necesita de tiempo ni de trabajo, ni de otra cosa alguna. Porque, aun estando tú enfermo o consumido por la ancianidad, ella trabaja y pasa contigo a la vida futura y jamás te abandona y te hace superior a todos los retóricos y sofistas.

Los que en éstas florecen están expuestos a muchas envidias; pero los que en aquella otra sobresalen, son ayudados con las oraciones de muchos. Retóricos y sofistas se presentan en los tribunales y defienden a quienes sufren injusticias; pero la limosna está presente ante el tribunal de Cristo, y no sólo te patrocina, sino que convence al Juez mismo a que se torne en patrono del que es juzgado y sentencie en su favor; y aun cuando éste haya pecado millones de veces, ella lo corona y lo ensalza. Pues dice el Señor: Dad limosna y todo será puro para vosotros. Pero ¿qué digo para la vida futura? Si en esta presente vida se preguntara a los hombres qué escogerían entre que hubiera muchos retóricos y sofistas o muchos benignos y misericordiosos, sin duda que preferirían esto último; y con razón. Porque si se suprime la facilidad oratoria, ningún mal se sigue para nuestra vida, ya que ésta ha permanecido desde mucho antes que aquélla existiera. En cambio, si se suprimiera la misericordia, perecería todo. Así como no podéis navegar por los mares si se cierran todos los puertos y estacionamientos, así tampoco podría nuestra vida mantenerse si se suprimen la misericordia y el perdón y el amor de los prójimos.

Por tal motivo Dios no dejó esto en manos del simple raciocinio humano, sino que lo instiló en la fuerza misma de la naturaleza humana bajo muchos aspectos. Así los padres y las madres son misericordiosos para con sus hijos y los hijos para con sus padres; y esto no únicamente tratándose del hombre, sino también de los animales; y del mismo modo están dispuestos los hermanos y los parientes y los afines y aun unos hombres respecto de otros. Pues por ley natural tenemos inclinación a compadecernos. Por esto nos indignamos contra los iracundos, nos dolemos de los asesinados, lloramos si vemos que otros lloran. Queriendo Dios que se observe la misericordia, ordenó que la naturaleza llevara consigo ese afecto y tuviera mucho de eso, manifestando así ser este uno de sus más grandes anhelos.

Considerando esto, instruyámonos en el arte de la limosna, e instruyamos en él a nuestros hijos y parientes. Que sea esto lo primero que se aprenda, porque esto es sobre todo ser hombre: Gran cosa es el hombre, y el varón misericordioso no tiene precio. Entonces, si esto no tiene el hombre, deja de ser hombre. Esto es lo que hace sabios. Pero ¿por qué te admiras de que ser misericordioso sea ser hombre? Es más: es ser Dios. Dice el Señor: Sed misericordiosos como vuestro Padre que está en los cielos.- Aprendamos a ser misericordiosos, tanto por el bien común, como porque nosotros necesitamos de mucha misericordia. Todo el tiempo en que no somos misericordiosos pensemos que en realidad no vivimos. Claro está que hablo de la limosna cuando está limpia de avaricia y de rapiña. Pues si quien, contento con poseer los bienes propios, nada da a los demás, no es misericordioso, mucho menos lo será el que roba lo ajeno: ¿cómo será misericordioso, aun cuando reparta dones infinitos? Si el que sólo disfruta de sus bienes y nada da, no es misericordioso, mucho menos lo será el que roba lo ajeno. Si quienes ningún daño hicieron al prójimo, sin embargo son castigados por no haber dado nada, mucho más lo serán los que robaron lo ajeno.

No alegues que fue uno el que recibió la injusticia del robo y otro es el que recibe la limosna. Porque precisamente aquí está lo perverso. Lo justo sería que recibiera la limosna el mismo que fue dañado. En cambio, en el caso, andas hiriendo a unos y curando a otros a quienes no heriste, cuando lo propio sería que curaras a los mismos que heriste; y mejor aún, no haberlos herido. Porque no es benigno el que hiere aunque luego cure, sino quien cura a los que otros han herido. Cuida de los males que tú has causado y no de los ajenos; o mejor aún, no hieras ni eches por tierra a nadie (pues eso sería propio de quienes están jugando), sino levanta a los caídos. Al fin y al cabo no puedes curar el mal que causó tu avaricia, con una medida igual de misericordia.

Si robaste un óbolo, no basta con que des de limosna un óbolo para que sanes la herida de la rapiña, sino que se necesita un talento. Por eso el ladrón, cuando se le atrapa, tiene que pagar el cuádruplo. Pero el plagiario es peor que el ladrón. Pues si al ladrón se le exige el cuádruplo, conviene que el secuestrador restituya el décuplo y aun más; y es cosa deseable que siquiera así se pueda aplacar a Dios, a causa de la injusticia. De otro modo no se conseguirá el fruto de la limosna. Por esto dijo Zaqueo: Señor: doy la mitad de mis bienes a los pobres; y si a alguno he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo Si en el tiempo de la Ley era necesario devolver el cuádruplo, mucho más lo será en el de la gracia.

Si es necesario que el ladrón restituya en proporción tan grande, mucho más lo es que lo haga el secuestrador, puesto que además del daño está la injuria. De modo que aún cuando dieres el céntuplo, aún no has dado lo que se debía. ¿Ves cómo no en vano dije que si has arrebatado un óbolo debes devolver un talento? Porque apenas así habrás curado la herida que causaste. Y si procediendo así apenas si logras curarla, cuando inviertes el orden y arrebatas posesiones enteras y en cambio das muy poco y no a quienes dañaste, sino a otros ¿qué defensa podrás tener? ¿qué perdón? ¿qué esperanza de salvación?

¿Quieres saber cuán grande es el mal que haces cuando en esa forma das limosna? Oye a la Escritura que dice: Como quien inmola al hijo a la vista de sus padres, así es el que ofrece sacrificios de lo robado a los pobres. Salgamos, pues, de aquí llevando escrita esta amenaza en la mente: escribámosla en los muros, en las manos, en la conciencia, en todas partes; a fin de que a lo menos este temor, viviendo en el alma, reprima nuestras manos de las diarias matanzas, ciertos de que la rapiña es peor que el asesinato, puesto que lentamente va consumiendo al pobre.

Para quedar libres de semejante mancha, meditemos estas cosas y tratémoslas con los demás. De este modo nos encontraremos algo más inclinados a la misericordia y lograremos limpios premios, y bienes eternos, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

cxx




53

HOMILÍA LIII (LIV)

Jesús llamó a sus discípulos a sí y dijo: Tengo compasión de la muchedumbre, porque hace ya tres días que están conmigo y no tienen qué comer; no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino (Mt 15,32).

EN EL CASO anterior primero curó a los enfermos del cuerpo, y ahora hace lo mismo: tras de la curación de los ciegos y cojos, procede de igual manera. Mas ¿por qué entonces los discípulos dijeron: Despacha las turbas, y ahora en cambio nada dicen, aunque han pasado ya tres días? Pues o porque ya habían adelantado en la perfección, o porque advirtieron que ahora las turbas no estaban tan oprimidas por el hambre, sino que estaban empleadas en glorificar a Dios por los milagros.

Observa, sin embargo, cómo tampoco ahora procede Jesús simplemente a obrar el milagro, sino que llama la atención y provoca a los discípulos. Las turbas que habían venido en busca de la curación corporal no se atrevían a pedir panes; pero él, próvido y benigno, lo dio a quienes no lo pedían; y dijo a sus discípulos: Tengo compasión de la muchedumbre y no quiero enviarlos en ayunas. Y para que nadie dijera que llevaban bastimento consigo, dice: Ha ya tres días que están conmigo. De modo que aún cuando hubieran llevado bastimento ya lo habían consumido. Por lo mismo no hizo Cristo el milagro el primer día ni el segundo, sino cuando ya faltaba todo, a fin de que puestos en la necesidad recibieran el milagro con mayor anhelo.

Y dice: No sea que desfallezcan en el camino, indicando con esto que vivían lejos y que ya habían consumido sus provisiones. Pero ¿si no quieres enviarlos ayunos, por qué no haces desde luego el milagro? Para que mediante esta pregunta y la subsiguiente respuesta, los discípulos pusieran mayor atención y así manifestaran su fe y dijeran: Haz panes. Pero ellos ni por la pregunta entendieron el motivo ni le preguntaron nada. Por lo cual después dijo, como refiere Marcos: ¿Aún está obcecado vuestro corazón? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? Si no fue ese el motivo ¿para qué les decía esto a los discípulos? ¿para qué les manifestaba ser las turbas dignas de aquel beneficio y añadía estar conmovido de compasión?

Por su parte, Mateo dice que después los increpó con estas palabras: ¡Hombres de poca fe! ¿Aún no entendéis ni os acordáis de los cinco panes para cinco mil hombres y cuántas espuertas recogisteis? ¿ni de los siete panes y los cuatro mil hombres y cuántos canastos recogisteis? Tan concordes entre sí están los evangelistas. ¿Y los discípulos? Aún se arrastran sobre la tierra. Y aunque Cristo tomó todos los medios para que conservaran en la memoria el milagro anterior, ya preguntándoles, ya constituyéndolos servidores y distribuyéndoles las espuertas, no caían en la cuenta: eran aún imperfectos. Por esto le dijeron: ¿De dónde vamos a sacar en el desierto panes para tantos? Tanto en el milagro anterior como en éste, traen a cuento el desierto; pero hablando así a causa del embotamiento de su ánimo, libraban el milagro de toda sospecha. Para que, como anteriormente dije, nadie pudiera alegar que Cristo había traído tantos panes de algún pueblo vecino, se declara la naturaleza del lugar, a fin de que se dé crédito al milagro. Tal fue el motivo de hacer tanto el milagro anterior como también éste en lugar desierto y lejos y a distancia de los poblados.

Nada de esto entendían los discípulos, sino que decían: ¿De dónde vamos a sacar en el desierto tantos panes? Pues pensaban que lo decía con el fin de ordenarles luego que ellos alimentaran a las turbas. Pero lo pensaban con grande estulticia. En el milagro anterior sí les dijo: Dadles de comer vosotros, para ponerlos en oportunidad de pedir el milagro. Pero ahora no les dice: Dadles de comer, sino ¿qué?: Tengo compasión de la turba y no quiero despedirlos ayunos. Con esto los mueve más apretadamente y los excita a que caigan en la cuenta y vean que han de pedir el milagro. Pues por sus mismas palabras declaraba Cristo que podía no despedir a las turbas en ayunas y así declaraba a la vez su omnipotencia. Porque el no quiero tiene ese sentido.

Y porque ellos trajeron a cuento la multitud, el lugar y la soledad, pues dicen: ¿De dónde vamos a sacar en el desierto panes para tan gran muchedumbre? y no entendieron las palabras de Cristo. Finalmente El procede a su obra, y les dice: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos contestaron: siete y algunos pececillos. Ahora ya no añaden, como en el milagro anterior: Pero esto ¿qué es para tantos? De modo que aún cuando no todo lo comprendieran, pero poco a poco se iban levantando. Y El elevándoles los pensamientos por estos medios, les preguntaba exactamente como antes, para traerles a la memoria, al menos por el modo de preguntar, el suceso anterior. Por tu parte, así como ves aquí la imperfección de ellos, así comprende también su prudencia y su veracidad; pues al escribir estas cosas no ocultaron su ceguedad, aunque fue tan notable.

Quiero además que consideres otro modo de virtud de ellos: cuan poco se cuidaban del vientre y cómo Cristo los iba instruyendo para que en absoluto se descuidaran del alimento. Puesto que estando en el desierto ya tres días, no tenían sino sólo los siete panes. Todo lo demás Cristo lo dispone como en la vez anterior. Ordena que se sienten en tierra, y en manos de los discípulos multiplica los panes. Pues dice el evangelista: Y ordenó a la multitud que se recostara en tierra. Y tomó los siete panes y los peces; y dando gracias, los partió y los dio a los discípulos, y éstos a la muchedumbre. El fin del milagro fue como el del anterior. Y comieron todos y se saciaron, y se recogieron de los pedazos que quedaron siete espuertas llenas. Los que comieron eran cuatro mil hombres sin contar las mujeres y los niños.

Mas ¿por qué en la vez anterior, siendo cinco mil, sobraron doce canastos, y ahora, siendo cuatro mil sobran siete espuertas? ¿Por qué el sobrante fue menor, habiendo sido menos los que comieron? Habrá que responder o que las espuertas eran mayores que los canastos o bien que para que la igualdad del número no engendrara olvido del milagro. Con esa disparidad numérica excitó Cristo la memoria de ellos, de manera que, con tales diferencias recordaran ambos milagros. Por esto en la primera ocasión igualó el número de los canastos con el de los discípulos, mientras que ahora iguala con el de los panes el de las espuertas. Y también en esto demuestra su inefable poder y la facilidad para ordenar, pues puede obrar los milagros ya de un modo ya de otro.

Y no fue muestra de pequeño poder el poder conservar en ambos casos el mismo número de reliquias, tanto cuando comieron cinco mil como ahora que comieron cuatro mil, haciendo que no sobrara ni más ni menos, sino exactamente los mismos fragmentos en número, que podían contener entonces los canastos y ahora las espuertas, aun no siendo igual el número de los comensales. Y la forma de acabar el milagro, en el caso anterior y en el presente, fue igual. Porque entonces, despachadas las turbas, se apartó en una barca, y ahora hizo ¡lo mismo. Porque no había milagro que así indujera a las turbas a seguir a Cristo como ese de multiplicar los panes; y seguirlo de tal forma que aún quisieran constituirlo rey. Pero El, para quitar toda sospecha de ambicionar el reinado, tras del milagro se aparta de las turbas. Y lo hace en una barca, a fin de que no pudieran seguirlo a pie. Pues dice el evangelista: Y habiendo despedido a la turba, subió a la barca y vino a los confines de Magadán. Y se le acercaron los fariseos y los saducea para tentarle, y le rogaron que les mostrara una señal del cielo. El respondiendo les dijo: Por la tarde decís: Buen tiempo, si el cielo está arrebolado. Y a la mañana decís: Hoy habrá tempestad, si en el cielo hay arreboles oscuros. Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no sabéis discernir las señales de los tiempos. Esta generación mala y adúltera, busca una señal; mas no se le dará sino la señal de Jonás profeta. Y los dejó. Marcos dice: Habiéndosele acercado, como le preguntaran, gimió en su espíritu y dijo: ¿Por qué esta generación busca una señal? Aunque la pregunta podía excitar la ira e indignación, sin embargo el mansísimo Señor no se irrita, sino que se compadece de ellos como de gente que sufre una enfermedad incurable y que a pesar de tan grandes demostraciones de su poder, todavía se acerca para tentarlo Porque no se acercaban para creer, sino para acusarlo y reprenderlo. Si se hubieran acercado para creer, sin duda que El les habría concedido la señal que pedían. Pues quien dijo a la mujer cananea: No es bueno, etc., y luego le concedió el milagro, con mayor razón se lo habría concedido a ellos. Mas como no lo pedían porque quisieran creer, en otra parte los llama hipócritas, porque decían una cosa y sentían otra. En realidad, si "hubieran creído, no habrían pedido la señal.

También por otro camino se hace manifiesto que no creían. Puesto que reprendidos y refutados no insistieron ni dijeron: No sabemos, pero queremos saber. Y ¿qué señal del cielo pedían? Que detuviera el curso del sol o enfrenara la luna o enviara rayos o mudara la condición de la atmósfera, o algo semejante. Y El ¿qué les dice?: Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no sabéis discernir las señales de los tiempos. ¿Observas la mansedumbre y moderación? Porque no se negó simplemente, como en otra ocasión, ni dijo: No se le dará, sino que pone el motivo de no darles la señal, a pesar de que ellos no preguntaban para saber.

Y ¿cuál es el motivo? Pues así como en el cielo, les dice, una señal es de tempestad y otra de bonanza; y nadie, cuando ha visto señales de tempestad espera la bonanza, ni tampoco en la bonanza espera una tempestad, así se ha de juzgar respecto de mí. Porque un tiempo es el del advenimiento presente y otro el del advenimiento futuro. Ahora es el propio tiempo de las señales que se dan en la tierra; pero las que se darán en el cielo quedan reservadas para lo futuro. Ahora he venido como médico; luego vendré como Juez. Ahora he venido a buscar a los que andan errantes; luego vendré para juzgar. Por esto ahora he venido a ocultas; pero luego vendré públicamente, abiertamente, y conmoveré los cielos y oscureceré el sol y no permitiré que la luna dé su luz. Entonces se conmoverán los Poderes celestes y mi venida se parecerá al relámpago, que a todos al punto se manifiesta. Pero ahora no es tiempo de semejantes señales. Ahora he venido a morir y padecer terribles humillaciones. ¿No oís al profeta que dice: No gritará ni hablará recio ni hará oír su voz en las plazas? y también: Descenderá como la lluvia sobre el césped.

Y si alegaren los milagros que se verificaron en el tiempo del Faraón, responderemos que en aquel entonces con toda razón se verificaban, pues eran necesarios para librar a Israel de sus enemigos; mientras que ahora, viniendo Jesús a sus amigos, ya no son necesarios. Por otra parte, es como si dijera: ¿Cómo les daré aquellas señales mayores, cuando no caen en la cuenta de las menores? Es decir, pequeñas cuanto al brillo, pues como obras de su poder son mayores que aquellas otras. ¿Qué cosa hay mayor que el perdón de los pecados? ¿qué hay más admirable que resucitar a los muertos, echar los demonios, restituir los miembros del cuerpo y volver a poner todo en orden?

Considera la ceguedad y dureza de aquellos corazones; pues habiendo oído que no se les dará otra señal sino la de Jonás profeta, ya nada preguntan. Y sin embargo, convenía que ellos, conociendo bien al profeta y todo lo que sucedió y oyéndolo citar ya por segunda vez, investigaran y aprendieran el motivo por el que tal cosa se les decía. Pero, como ya dije, no pedían la señal por deseos que tuvieran de aprender. Por esto Jesús los abandonó y se partió de ahí. Continúa el evangelista: Yendo los discípulos a la otra ribera, se olvidaron de tomar consigo pan. Jesús les dijo: Ved bien de guardaros del fermento de los fariseos y saduceos. ¿Por qué no les dijo: Guardaos de la doctrina de los fariseos? Porque quiere traerles a la memoria los sucesos de esos días, porque conocía que ya los habían olvidado. Pero no parecía oportuno en esa ocasión simplemente echárselos en cara: tomar ocasión de lo que ellos dijeran y así increparlos hacía más llevadera la acusación.

¿Por qué no los increpó cuando ellos dijeron: De dónde vamos a sacar en el desierto tantos panes? Porque esa parecía buena ocasión. Fue para no parecer que tenía ansia de hacer el milagro. Por otra parte, no quería reprenderlos delante de las turbas, ni hacer ostentación de sí mismo. En cambio ahora la acusación resulta más oportuna, pues tales se mostraban ellos tras del doble milagro. Tal es la causa de que, después del segundo milagro, los increpe y saque al medio los pensamientos de ellos. ¿Qué era lo que pensaban?: Es porque no hemos traído panes, dice el evangelista. Todavía estaban adheridos a las purificaciones judaicas y a la discriminación de alimentos; y por lo mismo los increpa Jesús con mayor vehemencia y les dice: ¿Qué pensamientos son los vuestros, hombres de poca fe? ¿Que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni recordáis? Como si les dijera: Obcecado está vuestro corazón, y teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís. ¿Aún no habéis entendido ni recordáis los cinco panes para cinco mil hombres y cuántos canastos recogisteis? ¿De los siete panes para cuatro mil hombres cuántas espuertas recogisteis?

¿Adviertes su gran indignación? En ninguna otra parte, según parece, los increpó en tal forma. ¿Por qué lo hace? Para de nuevo desterrar la discriminación en los alimentos. Por esto anteriormente sólo les dijo: No entendéis, no comprendéis. En cambio ahora añade: Hombres de poca fe, increpándolos con vehemencia. Porque no siempre conviene echar mano de la mansedumbre. Así como antes les había infundido confianza, así ahora los increpa, siempre buscando con esta variedad su salud espiritual. Pero observa cómo al mismo tiempo que los increpa, les muestra su gran mansedumbre. Pues enseguida, como justificándose de haberlos reprendido con aspereza, les dice: ¿Aún no habéis entendido ni os acordáis de los cinco panes para cinco mil hombres y cuántos canastos recogisteis? ¿Ni de los siete panes para los cuatro mil hombres y cuántas espuertas recogisteis? Recuerda el número así de los que comieron como de los sobrantes, tanto para traerles a la memoria los milagros pasados, como para hacerlos más atentos a los que van a seguirse.

Y para que veas cuánto pudo aquella increpación y cómo despertó la mente soñolienta de los discípulos, oye lo que dice el evangelista. Pues como Cristo nada más dijera, sino solamente los hubiera increpado, añadiendo: ¿Cómo no habéis entendido que no os hablaba del pan? Guardaos digo del fermento de los fariseos y saduceos, el evangelista prosigue: Entonces cayeron en la cuenta de que no les había dicho que se guardaran del fermento del pan, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos; aunque él claramente los increpó para eso.

Considera cuántos bienes se siguieron de esa increpación. Pues por una parte los retrajo de las observancias judaicas; por otra, como ellos antes estuvieran soñolientos los volvió más atentos y los fortificó en la fe, de manera que no teman ni se atemoricen si les acontece tener pocos panes, ni se afanen por cuidarse del hambre, sino que desprecien todas las cosas. En consecuencia, tampoco nosotros querramos adular a los súbditos y caerles bien siempre, ni querramos que quienes nos gobiernan nos den continuamente gusto en todo. El alma humana necesita de ese doble remedio. Y este es el motivo por el que Dios administra así las cosas humanas, procediendo a veces de un modo y a veces de otro, sin permitir que los bienes ni los males sean inmutables.

Así como unas veces es de día y otras es de noche, y unas veces hay invierno y otras verano, así en las cosas humanas: unas veces hay alegría y otras tristeza; unas veces enfermedad y otras salud. No nos espantemos, pues, si caemos enfermos, siendo así que aún deberíamos admirarnos de estar con salud. No nos turbemos cuando nos aprieta el dolor, pues aun al tiempo en que gozamos, lo conveniente sería que nos perturbáramos. En conclusión: todo viene según el orden natural de las cosas. ¿Cómo puedes admirarte de que así suceda cuando vemos que aún a los santos iguales cosas les han acontecido?

Y para que lo comprendas ¡ea! ¡traigamos al medio la vida de alguno que tú pienses estar más lejos de los negocios y más lleno de delicias! ¿Te parece que examinemos desde el principio la vida de Abrahán? ¿Qué fue lo primero que se le ordenó?: Sal de tu tierra y de tu parentela.fi ¿Observas cómo semejante mandato está pleno de dolor? Pues advierte cómo se le sigue una prosperidad: Y ve a la tierra que yo te mostraré Yo te haré un gran pueblo. Y ¿qué sucedió? ¿Acaso una vez que llegó a la tierra aquella y tomó puerto ahí, ya no hubo más tristezas? De ninguna manera. Cayó en cosas más amargas: hambre, peregrinación, rapto de su mujer. Mas luego hubo bienes de nuevo: el castigo del Faraón, el salir libre, el honrarlo aquéllos con dones abundantes y el retorno a su casa. Y en fin, todo lo que sigue es una cadena de bienes y de males, entremezclados.

También a los apóstoles acontecieron cosas semejantes. Por esto Pablo decía: El que nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que podamos consolar nosotros a todos los atribulados. Dirás: pero a mí eso ¿qué me importa, pues vivo en perpetuo dolor? No seas malagradecido ni olvides los beneficios. No es posible que alguien viva solamente en perpetuos dolores, pues la naturaleza no lo podría tolerar. Porque quisiéramos vivir en perpetuo gozo, creemos que vivimos en perpetuo dolor. Y no es este el único motivo, sino que al punto nos olvidamos de las cosas buenas y de la prosperidad, mientras que, por el contrario, continuamente nos acordamos de lo que aflige; y por esto decimos que pasamos la vida en perpetuo dolor. Si os place, examinemos la vida de quien la pasa entre continuas delicias; es decir, la de un hombre delicado, que tiene abundancia de todo, sin aflicciones, sin tristezas, sin molestias. Os probaremos que ni éste está del todo libre del dolor, ni aquel otro de alguna tranquilidad. Pero no os conturbéis.

Veamos a un esclavo y a un rey joven y a un pupilo que ha logrado una enorme herencia. Consideremos a un operario que todo el día trabaja y a otro que vive en continuos placeres. ¿Te parece que ante todo describamos los dolores del que vive entre continuos placeres? Pues considera cuánto es necesario que se agite y fluctúe al anhelar una gloria mayor que la que puede alcanzar; y cuando lo desprecian sus criados; y cuando los inferiores lo injurian; y cuando ve que tiene infinitos acusadores que lo calumnian acerca de que hace gastos enormes; y cuando le acontecen infinitas otras cosas que suelen acaecer en medio de la abundancia de riquezas, como son las enemistades, los enojos, las acusaciones y reproches, los daños, la cantidad de asechanzas de parte de los envidiosos que no pudiendo apoderarse de sus riquezas, por todas partes lo acometen, lo desgarran y le levantan infinitas tempestades.

¿Quieres que ahora te enumere los deleites de aquel obrero mercenario? Se halla libre de todo lo dicho. Aun cuando alguno lo injurie, no se duele; a nadie teme ni tiene por superior a él; no tiembla por causa de las riquezas; toma con placer sus alimentos, duerme gozoso. No se alegran como él los que beben el vino de la isla de Tasos, cuando va a las fuentes de agua

para beber de sus raudales. Cierto que no es como ésta la condición del que antes dijimos. Pero, si aún no estás satisfecho, para quedar yo más victorioso ¡ea! comparemos al rey que yo decía con el esclavo. Verás con frecuencia a éste saltar de gozo, jugar, mientras el otro, adornado de púrpura y diadema, anda triste y comido de infinitos cuidados y muerto de miedo.

Porque en conclusión, ¡no se puede! ¡no, no se puede encontrar una vida sin dolor ni tampoco privada en absoluto de algún placer! Pues, como ya lo dije, no podría la naturaleza nuestra soportar eso. Que uno goce más que otro, se duela más que otro, eso nace del mismo que vive en el dolor porque es de poco ánimo, pero no de la naturaleza de las cosas. Si queremos gozarnos con frecuencia, muchas ocasiones tenemos. Desde luego, si nos dedicamos a la virtud, ya nada podrá causarnos dolor. Pues la virtud es causa en el alma de la buena esperanza en quien la ejercita; lo hace agradable a Dios y bien visto de los hombres y nos aporta un inefable gozo. Si la virtud es trabajosa en su ejercicio, pero está llena la conciencia de abundante alegría, pone en lo interior tanto gozo cuanto no puede explicarse. Porque ¿qué es lo que en la vida presente parece más deleitable? ¿La mesa opípara, la buena salud corporal, la gloria, las riquezas? Pues bien: si eso que te parece agradable lo comparas con la virtud, encontrarás ser lo más amargo de todo. Porque nada hay más dulce que la buena conciencia y la buena esperanza.

Si queréis todavía mejor comprenderlo, vayamos a un moribundo o a un anciano. Recordémosle las mesas opíparas bien abastecidas que tuvo, y la gloria y los honores, y las buenas obras que practicó durante su vida; y preguntémosle de cuáles más se goza. Observaremos que de aquellas primeras se ruboriza y avergüenza, mientras que de estas últimas se regocija y alegra. Así el rey Ezequías, cuando cayó enfermo, no recordó la gloria, ni el reino, ni la mesa suculenta, sino su justicia: Acuérdate, dice, oh Señor, de que he andado en tu presencia. Mira cómo también Pablo se regocija por lo mismo y exclama: He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la je? Preguntarás: pero ¿qué otras cosas podía enumerar Pablo? Muchas otras: honores, greyes de amigos, muchos servidores.

¿No lo oyes que dice: Me recibisteis como a un ángel del Señor, como a Cristo Jesús; y si hubiera sido posible os habríais arrancado los ojos y me los habríais dado? Y además, que expusieron su cabeza por salvarle la vida. Pero nada de eso alega, sino únicamente sus trabajos, sus peligros y los triunfos en esa materia conseguidos. Y con razón. Pues aquellas otras cosas aquí se quedan; pero éstas van con nosotros. De aquéllas tendremos que dar razón; de estas otras .esperamos recompensa. ¿Ignoráis acaso cómo los pecados afligirán al alma en aquel último día y cómo punzarán el corazón? Pero entonces el recuerdo de las buenas obras, a la manera de una bonanza en plena tempestad, consolarán al alma en su turbación. Si vigilamos y vivimos con sobriedad, durante la vida toda nos acompañará ese santo temor; pero como vivimos descuidados, se nos echará encima cuando salgamos de aquí. El encadenado más se duele cuando lo sacan y carean con los jueces; entonces más tiembla, cuando se acerca al tribunal, cuando ha de dar razón de sus hechos.

Por eso muchos cuentan horrendas visiones que en semejante ocasión se les presentaron; y no pudiendo soportarlas los moribundos, tendidos en el lecho, se sacuden grandemente con ímpetu; y a los presentes los miran con torvas miradas, porque interiormente el alma se agita y no quiere apartarse del cuerpo ni puede soportar la presencia de los ángeles que se acercan. Si cuando vemos a hombres temibles temblamos, cuando veamos a los ángeles amenazantes y a las tremendas Potestades ¿qué no sufriremos, arrancada ya el alma del cuerpo y doliéndose grandemente, pero en vano? Porque aquel rico del evangelio, Epulón, una vez que hubo muerto lloró, lloró mucho; pero no le sirvió.

Imaginando, pues, todo esto y meditándolo, guardemos el santo temor para que no padezcamos otro tanto y para que escapemos de aquel eterno suplicio y consigamos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien con el Padre sea la gloria, juntamente con el santo y vivificante Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

CXXI



Crisóstomo - Mateo 52