Crisóstomo - Mateo 66

66

HOMILÍA LXVI (LXVII)

Al salir ellos de Jericó le seguía una gran multitud. Y dos ciegos, sentados a la vera del camino, como oyeron que pasaba Jesús, se pusieron a gritar: ¡Señor, Hijo de David, apiádate de nosotros (Mt 20,29-30).

ADVIERTE de qué lugar sale para Jerusalén; y en qué sitio estaba antes. Me parece de suma importancia investigarlo. ¿Por qué no fue antes a Galilea, sino que atravesó Samaría? Pero en fin dejemos eso a los que estas cosas estudian. Pues si alguno quisiere examinar cuidadosamente, hallará que Juan bien lo deja entender y pone el motivo. Por nuestra parte, estemos a lo que nos hemos propuesto, y escuchemos a estos ciegos, mucho mejores que muchos de los que ven. Pues sin tener guía, sin ver a Jesús que se acercaba, procuraban empeñosamente acercársele. Y comenzaron a clamar con grandes voces; y como se les ordenara callar, más aún clamaban.

Así es un alma perseverante: se aprovecha por medio de los mismos que procuran impedirla. Cristo permite que se les ordene callar para que resalte el fervor de ellos y conozcas que en realidad eran dignos de recibir la salud. Por lo mismo ni siquiera les pregunta si creen, como solía hacerlo, pues sus clamores y el anhelo de acercársele suficientemente manifestaban su fe. Por aquí conoces, carísimo, que aún cuando seamos viles y bajos en exceso, si nos acercamos anhelosos a Dios, podremos alcanzar por nosotros mismos lo que pedimos. Observa cómo estos ciegos, sin tener el patrocinio de ninguno de los apóstoles y por el contrario habiendo muchos que los detenían, pudieron pasar por sobre todos los obstáculos y acercarse a Jesús. Y aunque los evangelistas no testifiquen haber tenido ellos alguna confianza por su género de vida, pero el fervor les valió para todo.

Imitémoslos. Aunque el Señor dilate su don, aunque muchos se nos interpongan, no cesemos de pedir. Así nos conciliaremos especialmente a Dios. Advierte cómo a éstos por su fervor, para nada logra impedirlos ni la pobreza ni la ceguera, ni el que no sean oídos, ni el que las turbas los increpen. Así es un alma fervorosa y puesta en trabajos. ¿Qué hace Cristo?: Los hace llamar y les dice: ¿Qué queréis que haga con vosotros? Respóndenle: ¡Señor, que sé abran nuestros ojos! ¿Por qué les pregunta? Para que nadie pensara que El les daba una cosa distinta de la que ellos suplicaban. Pues suele Cristo ante todo poner de manifiesto la virtud de los que son curados y luego darles el remedio. Y esto así para inducir a los demás al mismo fervor, como también para dejar en claro que con todo derecho gozan del beneficio. Así procedió con la mujer cana-nea, así con el centurión, así con la mujer que padecía flujo de sangre. Incluso esta admirable mujer previno y se anticipó a la pregunta del Señor. Sin embargo, Jesús no la exceptuó, sino que después del milagro y ya dada la salud, luego hizo públicas sus virtudes y la hizo célebre. Así cuidaba de publicar las buenas obras de los que se le acercaban y aun declararlas mayores de lo que eran, como lo hace aquí.

Una vez que los ciegos declararon qué era lo que anhelaban, movido a compasión, Cristo los tocó. Esa compasión, causa de la curación, fue el motivo único de su venida al mundo. Sin embargo, aunque todo era obra de gracia y de misericordia, buscaba El que aquéllos fueran dignos del beneficio. Y que estos ciegos lo fueran, queda claro por los clamores que lanzaban y porque, habiendo obtenido el don, no hicieron lo que muchos hacen, sino que no se apartaron ya de Jesús. Porque muchos una vez obtenida la gracia se tornan desagradecidos. No eran ellos así, sino que antes de la curación tuvieron perseverancia y después de ella fueron agradecidos, pues siguieron a Jesús.

Cuando se acercaban a Jerusalén, y llegaron a Betfagé, en el monte de los olivos, despachó Jesús a dos de sus discípulos con este encargo: Llegad a la aldea de enfrente y luego hallaréis una asna atada y su pollino junto a ella. Desatadlos y traédmelos. Si alguno os dijere algo, respondedle: El Señor tiene necesidad de ellos y luego os los devolverá. Esto sucedió para que se cumpliera lo predicho por el profeta: Decid a la hija de Sion: Mira: Tu Rey viene a ti manso y montado sobre una asna y sobre un pollino que ella crió. Muchas veces había Jesús subido a Jerusalén, pero nunca lo había hecho con tan grande pompa. ¿Por qué fue esto? Porque las otras subidas eran apenas el principio de la nueva economía; ni él era suficientemente conocido; ni estaba próximo el tiempo de su Pasión. Por eso anteriormente se mezclaba entre las turbas y aun subía de incógnito. Además de que semejante modo de subir anteriormente no habría causado admiración y en cambio podría haber causado mayor ira a los fariseos. Pero una vez que ya había dado pruebas convincentes de su poder y estando ya la cruz a las puertas, se revela con mayor claridad y todo lo hace con solemnidad mayor, tal que pudiera luego herirlos a ellos.

Pudo todo hacerlo desde el principio, pero no habría tenido utilidad. Advierte por tu parte cuántos milagros se verifican y cuántas profecías se cumplen. Les dijo: Encontraréis una asna; les predijo que nadie se les opondría, sino que quienes tal oyeran guardarían silencio. No es pequeña condenación de los judíos todo esto de que Jesús a hombres desconocidos y que nunca había visto los persuada a que le entreguen lo que les pertenece, sin contradecirlo. En cambio los judíos, cuando El por medio de sus discípulos obraba milagros, estando ellos presentes no creyeron. Ni pienses que fue cosa pequeña lo que sucedió. Porque ¿quién les persuadió a los dueños que, al ver cómo les llevaban lo suyo, sobre todo siendo pobres y probablemente agricultores, no lo impidieran? Pero ¿qué digo no lo impidieran, pero ni siquiera altercaran o si altercaron en seguida los persuadió a retirarse? Ambas cosas eran admirables: que nada dijeran cuando les llevaban los animalitos; y que en oyendo que el Señor los necesitaba, se apartaran y no contradijeran, sobre todo cuando no veían delante al Señor en persona, sino a sus discípulos. Por aquí declara que bien podía impedir a los judíos en su obra aunque ellos se resistieran, al tiempo en que lo iban a prender y dejarlos mudos; pero que no quiso hacerlo. Enseña, por otra parte, a los discípulos que cuando El pida se le debe dar, aun cuando ordene que se le entregue la vida; y que no se le ha de contradecir. Pues si lo obedecieron los desconocidos, mucho más debían ellos abandonarlo todo.

Además cumplía entonces otra doble profecía: una con sus obras, otra cosa con sus palabras. Pues Zacarías predijo que El se asentaría en una asna como rey, y así al asentarse ahora cumplió esa profecía. Al mismo tiempo, comenzaba a cumplir otra, que con sus hechos El presignificaba. ¿Cómo? Prefigurando la vocación de las naciones impuras con el sentarse en el asna y cumplir la profecía de Zacarías, pues había de suceder que El se asentara en ellas y ellas se llegaran a él y lo siguieran. Así se enlazó una profecía con otra. Pero a mí me parece que no fue esta la única causa de que se asentase en la pollina, sino además para darnos ejemplo de virtud. Porque no únicamente cumplía las profecías, ni únicamente iba injertando los dogmas verdaderos, sino que además nos enseñaba el recto modo de ordenar nuestra vida. Por dondequiera nos iba dejando reglas para el diario uso y para llevar continuamente una vida virtuosa.

Por esto al nacer no se procuró una mansión espléndida, ni una madre rica e ilustre, sino pobre y desposada con un artesano; y nació en un tugurio, y fue recostado en un pesebre. Y cuando escogió a sus discípulos no los tomó de entre los retóricos y sabios filósofos ni de entre los ricos, opulentos y nobles, sino de entre los pobres e hijos de pobres y plebeyos. Y cuando ha de poner la mesa a las turbas, sólo presenta panes de cebada o manda a los discípulos que vayan a la plaza y los compren; y cuando dispone los lechos del triclinio, usa únicamente de heno. Se viste de paños vulgares y que usan los del pueblo. Casa no la llega a tener. Y si necesita ir de un sitio a otro, camina a pie y se fatiga. Cuando se asienta, no necesita de trono ni de almohadones, sino que toma asiento en la tierra, unas veces en el monte y otras junto a la fuente; ni solamente al lado del pozo, y solo y sin cortejo, y así habla a la samaritana.

También puso términos definidos al dolor, y cuando se hace necesario llorar, derrama algunas lágrimas, siempre proponiéndonos la regla y modo de hasta dónde debemos ir y en dónde conviene detenernos en semejantes manifestaciones. Y como acontece que algunos, por ser más débiles, necesitan de cabalgadura, aquí nos puso la medida, demostrándonos no ser necesarios los corceles y ni los mulos, sino que se ha de usar del asno y no más y que con eso basta para el diario uso. Pero veamos también la profecía expresada con las palabras y con los hechos. ¿Cuál es?: He aquí que tu rey viene a ti manso y montado sobre un asno, en un pollino, cría de asna)- no conduciendo una carroza como los otros reyes, no exigiendo tributos, no metiendo pavor, no circundado de guardias, sino en todo esto mostrando su modestia grande.

Pregunta, pues, a los judíos: ¿qué rey montado en un asno penetró en Jerusalén? No podrán señalar a otro, sino a éste. Y, como ya dije, esto lo hacía Jesús prefigurando lo futuro. Pues aquí por el pollino es significada la Iglesia y el nuevo pueblo, el antes impuro, purificado una vez que Jesús se asentó entre él. Observa la exactitud de la imagen. Son los discípulos quienes desatan el asna. Pues mediante los apóstoles los pueblos y nosotros hemos sido llamados y traídos a Jesús. Y pues nuestra vocación enciende la emulación de ellos, por ser gloriosa, por esto el asna sigue al pollino. Y una vez que Cristo se asiente entre las naciones, entonces vendrán también los judíos, pero inflamados en perversos propósitos, como lo declara Pablo con estas palabras: Una parte de Israel cayó en ceguedad, hasta que ingrese la totalidad de los gentiles. Entonces todo Israel será salvo?

Que esto fuera una profecía, es manifiesto por lo ya dicho; pues si no fuera profecía no habría el profeta declarado con tanta diligencia la edad del pollino. Ni solamente se significa eso con lo dicho antes, sino además que los apóstoles con facilidad traerán los pueblos. Así como en este caso nadie contradijo ni quiso detener el asna, así en la conversión de las naciones, nadie de los que antes las habían poseído pudo impedirlas ahora. Y no se asienta Jesús sobre el asna en pelo, sino sobre los mantos de los apóstoles. Pues ya habían recibido el pollino, arrojan todo lo demás. Así dijo Pablo: Por lo que a mí hace, con sumo gusto gastaré y me desgastaré yo todo, en bien de vuestras almas? Por tu parte, considera también la mansedumbre del pollino, que siendo aún sin domar y sin haber experimentado el freno, no recalcitra, sino que quietamente era llevado. Y también esto era profecía de lo futuro; y significaba la mansedumbre futura de los pueblos y el pronto cambio de las costumbres. Todo lo llevó a cabo aquella palabra: Desatadlo y traédmelo; de manera que lo desordenado se ordenara y lo inmundo se purificara finalmente.

Observa también el ánimo abyecto de los judíos. Muchos milagros hizo Jesús y nunca lo admiraron como ahora; pero como vieron a las turbas que afluían, quedaron espantados: Y se conmovió toda la ciudad y se decían: ¿Quién es éste? Y las turbas respondían: Este es Jesús el profeta de Nazaret de Galilea. Les parecía con eso decir algo grande, pero en eso mismo su sentencia era rastrera, baja, abyecta. Por su parte Cristo procedía así no por ostentación, como ya dije, sino para cumplir una profecía y enseñarnos la virtud y para consolar a los discípulos que se dolían de que iba a morir; y al mismo tiempo demostrando que todo lo iba a padecer voluntariamente.

Advierte lo exacto del profeta y cómo todo lo predijo. Unas cosas las profetizó David, otras Zacarías. Procedamos nosotros de igual manera: celebrémoslo con himnos y demos nuestros vestidos a los que lo traen. ¿De qué perdón seremos dignos si otros cubren con sus mantos el asno en donde El se asentaba y otros arrojaban sus vestidos a sus pies y nosotros viéndolo a El desnudo y cuando no se nos ordena despojarnos de todo, sino solamente gastar un poco, ni siquiera esa pequeña generosidad demostramos? Aquéllos lo siguen delante y en pos, mientras que nosotros aun acercándose El lo rechazamos y lo injuriamos. ¿De qué castigo, de qué venganza no es digno todo esto?

Se acerca a ti el Señor necesitado y ni siquiera quieres escuchar su súplica, sino que lo acusas, lo increpas; y lo haces tras de haber escuchado las palabras de este pasaje. Pues si con dar una miseria de pan o una mezquindad de dinero, todavía te muestras tan agarrado, tan avaro, tan tardo, ¿qué sería si tuvieras que dar todo lo que tienes? ¿No has observado cómo allá en el teatro aquellos hombres generosos derrochan cantidades para las meretrices? Pero tú ¿ni siquiera la mitad de lo que ellos dan, mejor aún, ni aun una mínima parte, gastas? El demonio por su parte ordena dar a quienesquiera que sean, y con eso nos acarrea la gehena y sin embargo tú así das. Cristo ordena dar a los pobres y promete el reino de los cielos; y tú, no sólo no das, sino que además injurias; y prefieres obedecer al demonio para ser atormentado antes que a Cristo pueda conseguir tu salvación. ¿Qué habrá peor que semejante estulticia? Aquél te acarrea la gehena, éste el reino; y sin embargo dejas a éste y corres hacia aquél. A éste que se acerca lo rechazáis; a aquél que anda lejos, lo llamáis. Es como si un rey vestido de púrpura y ornado con la diadema no te persuadiera, y en cambio un ladrón que vibra la espada y te amenaza con la muerte fácilmente te persuadiera.

Pensando estas cosas, carísimos, por fin abramos los ojos y estemos vigilantes. Ya me da vergüenza hablaros de la limosna, habiendo con tanta frecuencia tocado este punto, sin conseguir mayor fruto de mis admoniciones. Ciertamente dais ya un poco más que antes, pero no cuanto yo quisiera. Os veo que sembráis, pero no con generosidad; por lo cual temo que recogeréis poco. Examinemos, si os parece, cómo es poco lo que damos; y si hay en la ciudad más pobres que ricos y los que ni son pobres ni ricos, sino que tienen un lugar intermedio. Pongamos la décima parte que son ricos, la décima que son pobres que nada tienen, los demás pongámoslos en la clase intermedia. Dividamos la multitud entera de la ciudad entre el número de los pobres y observaréis cuánto sea el desdoro.

Abundantemente ricos hay pocos; los que vienen enseguida, son muchísimos; los pobres con mucho en menor número. Y sin embargo, siendo tantos los que pueden alimentar a los pobres, todavía hay muchos que van al lecho hambreados; y no porque no pueden los opulentos suministrarles lo necesario, sino porque éstos son en exceso duros e inhumanos. Si dividen entre sí los ricos y los que gozan de mediano bienestar a los que necesitan de pan y de vestido, apenas se encontrará que a un pobre lo tengan que alimentar cincuenta y aun cien de aquéllos. Y sin embargo, habiendo tan grande abundancia de quienes pueden suministrar lo necesario, diariamente andan los pobres llorando su penuria. Y para que comprendas su inhumanidad y dureza, advierte que la Iglesia apenas si posee lo que uno de esos ricos y uno de bienestar medio; y sin embargo a Cuántas viudas y a cuántas doncellas alimenta cada día: su número sube a unas tres mil. Y añade a los que están detenidos en las cárceles, a los enfermos en los hospitales, y a los demás que aunque de buena salud, son peregrinos, o están mutilados de alguno de sus miembros, y a otros que adventiciamente socorre día por día. Y sin embargo sus haberes no se han disminuido. De manera que con diez ricos que quisieran suministrar tanto como la Iglesia, no quedaría pobre alguno sin socorro.

Preguntarás: entonces ¿qué queda para nuestros hijos? Siempre queda el capital y además se aumentan los réditos si colocas en el cielo tus haberes. Pero si no queréis dar tanto, a lo menos dad la mitad, o la tercera parte o la cuarta o la quinta o en fin al menos la décima. Podría así nuestra ciudad alimentar a los pobres de diez ciudades. Si os place hagamos las cuentas. Pero en realidad esto no necesita de cuentas, pues es patente lo fácil que eso sería. Observad cuántas y cuan grandes alcabalas con frecuencia tiene que pagar una sola casa para los gastos urbanos sin grave detrimento y casi sin sentir semejante gasto. Si cada uno de los ricos quisiera tomar sobre sí este servicio en favor de los pobres, en un momento se ganaría el cielo.

Entonces ¿qué perdón, qué sombra de excusa nos queda si ni siquiera lo que aquí tenemos que abandonar al partir de esta vida lo damos a los pobres con la generosidad con que otros gastan en los teatros, sobre todo teniendo que coger tan abundante fruto de semejante obra? Aunque hubiéramos de permanecer aquí para siempre no convendría omitir gastos tan bellos. Pero siendo así que dentro de un poquito de tiempo nos hayamos de partir, y tengamos que ser arrebatados de aquí sin cosa alguna ¿qué defensa tendremos si no damos limosna de nuestras entradas a los pobres? No te obligo yo a que disminuyas tus posesiones; no porque yo no lo quisiera, sino porque te veo en exceso desidioso. De manera que no te obligo a eso; pero de ellas toma algo de los frutos y dalo y no reúnas con eso dineros. Te basta con que como de una fuente fluyan a ti los réditos de tus riquezas: haz a los pobres partícipes de ellos. Sé buen administrador de los bienes que Dios te ha concedido.

Alegarás que tienes que pagar contribuciones. Entonces ¿desprecias al pobre sólo porque no hay quien te exija? Y por cierto, no te atreves a resistir al cobrador que te obliga y te urge, ya produzca frutos tu campo, ya no los produzca; y en cambio al pobre que nada te exige y solamente te pide cuando tu campo ha producido ganancias ¿ni siquiera le diriges una palabra? Pero ¿quién te librará de aquellos intolerables suplicios? ¡Nadie, en verdad! Si aquí en la tierra cuidadosamente pagas tus contribuciones porque para quien no las satisfaga hay decretadas gravísimas penas, quisiera yo que medites qué mayores castigos se te preparan por este otro lado: no porque vayas a ser puesto en cadenas, ni porque vayas a ser encarcelado, sino porque serás arrojado al fuego eterno. Consecuentemente, paguemos antes que nada estas otras contribuciones. Son más fáciles de pagar, tienen mayor recompensa, es más abundante la negociación, y más grave el castigo si perversamente nos portamos. Porque caeremos en un castigo que no tendrá fin.

Y si me objetas los soldados que luchan contra los bárbaros en tu defensa, hay acá también otro ejército que hace la guerra y lucha en tu favor; pues cuando reciben tu limosna, con sus oraciones aplacan a Dios para contigo; y aplacándolo apartan de ti no a los bárbaros sino las asechanzas de los demonios: no dejan que te acometa el Maligno fuertemente ni que con frecuencia se levante contra ti, sino que le debilitan sus fuerzas. Pues viendo diariamente a este ejército que con sus preces y oraciones lucha en tu favor contra el demonio, exígete a ti mismo este bello tributo que consiste en suministrarle alimentos. Manso como es este Rey no te ha impuesto cobradores pues quiere que tú voluntariamente des; y aunque des una nonada la recibe. Y si por no ser tú tan rico dejas de dar durante mucho tiempo, no obliga al que no tiene.

Pues no abusemos de su paciencia. Atesoremos para nosotros, no ira sino salvación; no muerte, sino vida; ni suplicios ni castigos, sino honores y coronas. No hay aquí que pagar a los conductores de lo que ha de darse; no hay que trabajar para sacar la plata. Si tú la entregas, Dios se encarga de llevarla al cielo; él mismo te prepara la negociación sumamente productiva. No hay que andar buscando algún hombre que lleve lo que damos. Da y al punto tu dádiva sube al cielo; y no para que con ella otros soldados se alimenten, sino para guardártela con grandes réditos. Porque acá, si algo das ya no te es lícito retirar tu dádiva; en cambio allá en el cielo, la recibirás de nuevo con grandes honores y fructificando mayores ganancias espirituales. Lo que acá pagas son exacciones; pero allá se te convierte lo que des en aumento, en réditos, en deuda que te pagarán. Dios te ha hecho una escritura, pues dice: Quien se apiada del pobre, presta al Señor, el cual le dará su recompensad Aun siendo Dios te ha dado arras y fiador.

¿Qué arras son ésas y qué fiador? Los bienes de la vida presente, los bienes espirituales, los bienes sensibles, las primicias y comienzos de los bienes futuros. Entonces ¿por qué tardas, por qué dudas cuando ya recibiste tantos y tan excelentes bienes y tantos otros esperas? Los que ya recibiste son el cuerpo que te formó, el alma que inspiró, la razón de que a ti en la tierra solo te dotó, el uso de todas las cosas que caen bajo los sentidos que te proporcionó. Además te dio el conocimiento de Sí mismo, entregó por ti a su Hijo; te concedió el bautismo repleto de bienes tantos y también la mesa sagrada; y finalmente te ha prometido el reino y bienes inefables. Pues habiendo recibido tantos bienes y habiendo de recibir tantos otros -pues lo repetiré de nuevo- ¿serás tacaño respecto de riquezas que perecen? ¿Qué perdón tendrías?

Es que atiendes a tus hijos y por causa de ellos te rehúsas a dar limosna. Más bien edúcalos para que sepan ganar semejantes lucros. Si tuvieras dineros puestos a rédito y tu deudor fuera un hombre probo, preferirías dejar a tus hijos antes las escrituras de contrato, que el dinero mismo, para que ellos de ahí fueran recibiendo grandes frutos y no se vieran obligados a andar buscando otro con quien colocarlo. Pues en nuestro caso pásales a tus hijos esa escritura de Dios y déjales a El como deudor. No vendes tus campos, sino que los heredas a tus hijos, para que se conserven sus frutos y de ahí se les aumente su caudal. Y ¿temes dejarles esta escritura más fructuosa que cualquier campo y cualesquiera entradas y que tan grandes frutos produce? ¿Qué estulticia, qué locura es ésta? Y eso aun sabiendo que aunque dejes la escritura a tus hijos, sin embargo al partir de este mundo la llevas contigo. Porque así son las cosas espirituales y gozan de amplia largueza. No seamos pues tan apocados ni resultemos tan inhumanos con nosotros mismos; sino tomemos esta valiosa mercancía, para que al salir de esta vida la llevemos con nosotros y sin embargo la heredemos al mismo tiempo a nuestros hijos, y consigamos los bienes futuros, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, al cual, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

CXXXIV




67

HOMILÍA LXVII (LXVIII)

Entró Jesús en el templo y arrojó a todos los que en el templo compraban y vendían; y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían palomas. Y los amonestó diciendo: Escrito está: Mi casa será llamada casa de oración, mas vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones (Mt 21,12-13).

ESTO MISMO refiere Juan, pero lo hace al principio de su evangelio, mientras que Mateo lo hace al fin. Por esto es verosímil que haya sucedido dos veces y en diversas fechas. Y esto parece claro así por el tiempo, como por la respuesta. Pues la primera vez sucedió en el tiempo de Pascua; ahora en la Pascua misma. Entonces dijeron los judíos a Jesús: Qué señal nos das. Acá, en cambio, callan aun cuando El los reprende, porque ya todos admiraban a Jesús. Pero de aquí resulta una más grave acusación contra los judíos, pues perseveraron en semejante comercio a pesar de que Jesús procedió contra él una y dos veces. Y lo llamaban adversario del Padre, cuando lo conveniente era aprender que El daba al Padre el debido honor y que poseía un gran poder. Porque ya había hecho muchos milagros y veían que sus obras estaban de acuerdo con sus palabras. Pero ni así se dieron por vencidos, sino que se indignaban a pesar de oír al profeta que así clamaba y traía al medio a los niños de muy corta edad que lo proclamaban. Por esto Jesús al reprocharlos, les presenta a Isaías, que dice: Mi casa será llamada casa de oración. Y manifestó su poder no únicamente con este hecho, sino con curar a diversos enfermos. Pues dice el evangelista: Se le acercaron los cojos y los ciegos y los curó: así demostró su fuerza y poder. Pero ellos, ni así dieron su brazo a torcer, sino que, al oír a los niños que lo ensalzaban y vieran sus milagros, se ahogaban de ira y le decían: ¿No oyes lo que éstos dicen? Esto podía Cristo haberles dicho a ellos: ¿No oís lo que estos niños dicen? Porque los niños lo ensalzaban como a Dios. ¿Qué hace Cristo? Como contradecían lo que era evidente, más acremente los reprende diciendo: ¿No habéis leído nunca que: De la boca de los pequeños y de los niños de pecho te procuraste alabanza?

Bellamente dijo: De la boca, pues aquellas palabras no procedían de la mente y pensamiento de ellos, sino la lengua aún tierna de los niños era dirigida por la virtud de El. Era eso figura de los gentiles que apenas balbucía, pero luego con ánimo y su fe grandemente lo ensalzaron y fue un consuelo grande para los apóstoles; pues para que no dudaran de cómo unos hombres rudos podrían llevar adelante la predicación, estos niños se adelantaron y les quitaron del ánimo semejante angustia; y les dieron esperanzas de que quien dio a los niños capacidad, para cantar himnos, también a ellos les daría la facilidad para expresarse. Aparte de que con aquel milagro se demostró que era El el creador de la naturaleza. De manera que los niños, a pesar de su tierna edad, hablaban cosas de buen augurio y que decían bien con lo celestial; mientras los judíos hablaban cosas redundantes en locura y furor. Así es la perversidad. Muchas cosas había que podían conmoverlos: las turbas, el haber arrojado a los vendedores, los milagros, los niños que cantaban; pero El los abandona para dar lugar a que se aplaque su hinchazón y su rabia; y no quiso enseñar entonces para que no llevaran pesadamente su doctrina, pues estaban ardiendo en ira y envidia.

Al amanecer, mientras hacía el camino de retorno a la ciudad, sintió hambre. ¿Cómo fue que tuviera hambre al amanecer? Pues cuando El se lo permitió a la carne, entonces se manifestó esa hambre. Y viendo una higuera cerca del camino se llegó a ella. Y no le encontró sino hojas. Otro evangelista añade que aún no era tiempo del fruto. Pero entonces ¿cómo es que otro evangelista dice: Se acercó por si acaso encontraba en ella fruto? Aquí es cosa clara que el evangelista habla de lo que pensaban los discípulos, pues con frecuencia los evangelistas exponen las opiniones de los discípulos. Eran éstos aún un tanto imperfectos. Y así como pensaban lo anterior, así les sucedía al creer que Jesús maldecía la higuera porque no llevaba fruto. Mas ¿por qué fue maldecida? Por razón de los discípulos, a fin de que tuvieran confianza.

En efecto: Jesús por dondequiera dispensaba beneficios y a nadie castigaba; y sin embargo, era necesario dar un ejemplo de su potestad para castigar, para que supieran tanto los discípulos como los judíos que El, pudiendo acabar con los que lo crucificaron, sin embargo de buena gana les permitió que lo crucificaran y no los destruyó. Pero no quiso hacer demostración en los hombres, sino que dejó ejemplo de su poder de castigar en un árbol. Pero cuando tales demostraciones se llevan a cabo en algunos sitios, o árboles o animales irracionales, no te eches a inquirir con vana curiosidad, ni preguntes: ¿Con qué justicia fue secada la higuera, no siendo tiempo de que llevara fruto? Tal pregunta es vanísima. Atiende mejor al milagro, admíralo, glorifica al autor de los milagros. Lo mismo preguntaron muchos con ocasión de las piaras ahogadas en el lago, inquiriendo la justicia de lo hecho. Pero no hay que hacerles caso: al fin y al cabo los cerdos carecían de razón, lo mismo que la higuera carecía de alma.

Pero en fin: ¿por qué se llevó a cabo así la cosa y por qué la ya dicha fue la razón de la maldición aquella? Como ya indiqué, todo eso era lo que pensaban los discípulos. Sin motivo dicen algunos que en eso de no ser el tiempo de llevar fruto, se significa la Ley; pues al fin y al cabo, el fruto de la Ley era la fe; y ya había llegado el tiempo de la fe, fruto venido de la Ley. Pues dice Jesús: Ya las regiones están blanqueando para la siega; y también: Yo os he enviado a segar lo que vosotros no habéis trabajado. Pero nada se deja entender aquí acerca de la Ley, sino que el hecho declara la potestad vindicativa de Jesús. Al decir: Aún no era tiempo, se significa que Cristo vino a la higuera no precisamente porque tuviera hambre, sino por razón de los discípulos, los cuales se admiraron grandemente, aun cuando ya habían visto señales más maravillosas. Pero este caso era insólito, ya que por vez primera Cristo manifestaba su potestad de castigar.

Por eso hizo el milagro no en otro árbol, sino en ese que es abundantísimo en savia, para que por aquí apareciera ser un milagro mayor. Y para que veas que por ellos fue hecho, para que se les acrecentara la fe, oye lo que sigue. ¿Qué es lo que dice? Vosotros si queréis creer haréis milagros mayores y si confiáis en la oración. ¿Adviertes cómo todo fue hecho por razón de ellos, a fin de que no temieran las asechanzas? Por esto lo repite para persuadirlos a que insten en la oración y confiadamente crean. En cambio los judíos, arrogantes e hinchados de soberbia, para poner mácula en su doctrina le preguntan: ¿Con qué autoridad haces esto? No pudiendo negar los milagros, le objetan el echar del templo a los vendedores y haberlos reprendido.

Del mismo modo aunque no con las mismas palabras le preguntan, según Juan, y expresan la misma sentencia. Porque le dicen: ¿Qué señal nos presentas que te acredite para proceder así? Pero allá les responde: Destruid este templo y en tres días lo reedificaré. Mientras que acá los deja en duda. Por aquí se ve que aquel suceso se verificó al principio cuando comenzaba a hacer milagros y esto otro ya al fin. Y lo que le quieren decir es lo siguiente: ¿Te has convertido en maestro? ¿has sido consagrado sacerdote, pues tanta potestad has demostrado? Cierto que El nada exigió con arrogancia sino únicamente miró por el honor y decoro del templo. Pero ellos, no teniendo ninguna otra cosa que achacarle, aprovechan esta ocasión de acusarlo. Y al tiempo en que arrojaba del templo a los vendedores, nada le dijeron ni se atrevieron, pues acababa de hacer milagros; pero después, cuando lo encontraron, comenzaron a increparlo.

¿Qué hace El? No responde directamente a lo que le preguntan, ni les pone de manifiesto que ellos mismos, si quisieran, podían ver su poder; sino que les opone otra pregunta a su vez: ¿El bautismo de Juan de dónde procedía? ¿Del cielo o de los hombres? Preguntarás que tal pregunta qué tiene que ver con lo que se trataba. Pero perfectamente viene bien. Pues si decían que del cielo, les replicaría: Entonces ¿por qué no creísteis en él? Puesto que si hubieran creído no le habrían ellos hecho su pregunta. Pues Juan había afirmado de El: No soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Y también: He aquí el Cordero de Dios que carga sobre sí el pecado del mundo; y también: El es el Hijo de Dios; y además: El que viene de arriba es superior a todos; y: Trae en su mano el bieldo, y limpiará su era.

Si pues hubieran creído en Juan, nada les podía impedir que vieran con qué potestad Jesús hacía lo que hacía. Mas como ellos, con maligna intención, le contestaron: No lo sabemos, no les respondió El: Pues tampoco yo sé; sino ¿qué?: Pues tampoco yo os diré con qué potestad hago esto. Si ignoraban convenía enseñarlos; pero como procedían con malicia, con todo derecho nada les responde. Y ¿por qué no dijeron que el bautismo de Juan venía de los hombres? Dice el evangelista que temían a las turbas. ¿Adviertes lo perverso de su corazón? Siempre desprecian a Dios y todo lo hacen por humanos respetos. A causa de los hombres temían a Juan, no porque lo reverenciaran, sino únicamente por motivo de los hombres. Y por causa de los hombres tampoco querían creer en Jesucristo, lo que fue para ellos origen de todos los males.

Luego les dijo Jesús: ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Y dijo al primero: Anda hoy a trabajar en la viña. Pero él le respondió: No quiero. Mas después, arrepentido, fue. Y dijo al segundo lo mismo Y éste le contestó: Voy, pero no fue, ¿Quién de los dos hizo la voluntad de su padre? Le responden: El segundo. De nuevo mediante parábolas los confunde, dando a entender tanto la perversidad de ellos, como la obediencia d-; las gentes reprobadas. Porque estos dos hijos significan lo que sucedió con los gentiles y con los judíos. Los gentiles, que no habían prometido obediencia ni conocían la Ley se mostraron obsecuentes con sus obras. En cambio los judíos, tras de haber dicho: Todo lo que ha dicho el Señor Dios lo escucharemos y lo haremos? con las obras no obedecieron Pues para que no creyeran que la Ley les servía de algo, les demuestra que ella misma los condena. Así lo dice también Pablo: No los que oyen la Ley son justos ante Dios, sino los que cumplen la Ley serán justificados. De modo que para que ellos mismos por su propio juicio se condenen, Jesús de tal manera maneja el negocio que pronuncien su propia sentencia.

Lo mismo hace en la siguiente parábola de la viña. Y para mejor conseguirlo introduce otra persona sobre la cual recaiga la acusación. Puesto que no querían directamente confesar ser ellos el hijo desobediente, mediante otra parábola los lleva a donde El quiere. Y cuando ellos, por no entender a dónde se dirigía lo que les decía, sentenciaron, entonces El les declaró lo que detrás de la parábola se ocultaba. Pues les dijo: Los publícanos y las meretrices se os adelantarán en el reino de los cielos. Vino Juan a vosotros predicando el camino de la justicia y no le creísteis; pero los publícanos sí le creyeron. Y vosotros ni aun viendo esto os habéis después arrepentido ni creído en él.

Si solamente hubiera dicho: las meretrices os precederán, esa palabra les habría parecido dura: ahora, en cambio, una vez que ellos mismos pronunciaron la sentencia, parece más suave. Por esto añadió el motivo. ¿Cuál fue? Les dice: Vino Juan a vosotros y no a los publicanos y meretrices. Y no sólo eso, sino que vino predicando el camino de la justicia. Y no!o podéis acusar de haber sido ni tardo ni inútil, pues su vida estuvo libre de culpa en absoluto y disfrutó de una singular providencia; y sin embargo no le hicisteis caso. Además hay otra acusación contra vosotros: que los publicanos sí lo escucharon, y de aquí se sigue una tercera, pues vosotros, ni aun después de ver eso le creísteis. Convenía que vosotros fuerais los primeros en creer; pero que no lo hicierais ni aun después de ellos, no merece perdón: la eximia alabanza que ellos merecen aumenta vuestra culpa. A vosotros vino y no lo recibisteis; no vino a ellos y ellos lo recibieron: ni siquiera admitís a éstos como maestros.

Observa con qué cantidad de razones se justifica la alabanza de aquéllos y se demuestra la culpa de estos otros. A vosotros vino y no a ellos. Vosotros no le creísteis pero eso no fue obstáculo para los publicanos y meretrices. Ellos le creyeron, pero en nada os aprovechó a vosotros. Porque la palabra OÍ precederán no se dice como si los judíos los hubieran de seguir, sino como una esperanza que les queda con tal que quieran. Porque a los que son rudos nada los excita tanto como la emulación. Por lo cual dice constantemente: Los primeros serán últimos > los últimos serán primeros. Y así hace memoria de los publica-nos y las meretrices para inflamarlos en celo de emulación. Porque dos son los pecados nacidos del defecto de fervor: el excesivo amor de los bienes del cuerpo y el excesivo de los bienes de fortuna y dineros. Y así les demuestra que esto es de verdad obedecer a la ley de Dios, el dar fe al Bautista. Y que las meretrices entren al reino de los cielos, no es cosa simplemente de gracia, sino también de justicia; porque no entran permaneciendo meretrices, sino obedeciendo y creyendo y limpias y habiendo cambiado de vida.

¿Adviertes cómo mediante la parábola y el haber hecho mención de las meretrices convierte el discurso en más breve y menos molesto? Porque no dijo al punto: ¿Por qué no creísteis al Bautista? sino, lo que era más picante aún, lo dijo solamente tras de haber conmemorado a los publicanos y a las meretrices; y así por el orden mismo de la materia los acusa de indignos de perdón y les demuestra que en todo proceden por temores humanos y ansias de la gloria vana. Puesto que ellos no confesaban a Cristo por temor de ser expulsados de la sinagoga; ni tampoco se atrevían a reprender al Bautista, no por piedad con él, sino por miedo a las turbas. Todo eso lo probó con lo dicho antes; pero luego les causó una más grave herida al decirles: Y vosotros, viendo aquello no hicisteis penitencia ni le creísteis. Porque cosa mala es no escoger desde luego lo bueno; pero mayor pecado es no cambiar más adelante. Esto fue lo que sobre todo a muchos los hizo malvados, como lo advierto en cantidad de hombres, a causa de su extrema necedad. Os ruego que no seáis así vosotros, sino que aún cuando hayáis caído en lo más profundo de la maldad, no desesperéis de poder volver a lo que es mejor: cosa fácil es, al fin y al cabo, salir de las profundidades de la perversidad.

¿Ignoráis acaso cómo aquella meretriz que a todas las mujeres superaba en lascivia, luego las venció a todas en piedad? Y no me refiero a aquella de la cual habla el evangelio, sino a la otra que en nuestros días fue la más malvada de cierta ciudad de Fenicia. Esta meretriz entre nosotros vivía y sobresalía en las representaciones teatrales y su fama en todas partes era celebrada y no en sola nuestra ciudad, sino también entre los de Cilicia y Capadocia. Consumió las riquezas de muchos, acabó con muchos pupilos y se decía que usaba de malas artes y que tendió sus redes no únicamente con la belleza de su cuerpo sino además con sus maleficios. Enredó al hermano de la emperatriz, pues tenía gran fuerza para tiranizar. Pero de pronto, no sé cómo -o por mejor decir lo sé perfectamente- espontáneamente cambió de vida, alcanzó gracia de Dios, despreció toda aquella maldad; y habiendo hecho a un lado los atractivos demoníacos, corrió hacia los cielos.

Esto a pesar de que nadie había más torpe que ella cuando se mostraba en el teatro. Pero luego superó a muchas en la castidad y todo el tiempo lo pasaba ceñida de cilicios. No faltaron algunos que presionaran al prefecto de la ciudad, con el objeto de volverla al antiguo modo; pero ni aun los soldados con armas pudieron llevarla a la escena ni apartarla del coro de vírgenes que la habían recibido. Se hizo digna de los sagrados misterios y mediante la gracia alcanzada de Dios, tras de haber demostrado un empeño en la virtud digno de aquel favor, así terminó su vida. Borró todos sus pecados con la gracia y después del bautismo demostró muy grande virtud. Jamás quiso ya recibir a sus antiguos amantes sino que a sí misma se encerró y pasó muchos años como en una cárcel. Así serán últimos los primeros y los primeros serán últimos. Y así necesitamos nosotros de un ánimo fervoroso, pues nada impide que nos tornemos grandes y dignos de admiración.

En conclusión, que nadie, aunque viva en maldad, desespere; que nadie dormite en el ejercicio de las virtudes. Pero que tampoco se confíe, pues con frecuencia sucederá que la meretriz se le adelante. Ni el otro desespere pues podrá adelantarse aun a los primeros. Oye lo que dice el Señor a Jerusalén: Yo dije, una vez que fornicó en todas las cosas: Vuélvete, y no se convirtió. Es que cuando vamos al Señor con un fervor ardiente, él ya no se acuerda de las culpas pasadas. No es Dios como!os hombres; no echa en cara lo pasado ni dice: ¿Por qué anduviste lejos tanto tiempo? con tal de que hagamos penitencia. Nos ama en cuanto nos volvemos a El, con tal de que nos acerquemos en forma conveniente. Unámonos pues a El intensamente y traspasemos nuestros corazones con su santo temor. Esto se ve no solamente en la Ley nueva, sino también en la Antigua.

¿Quién peor que el rey Manases? Y sin embargo, pudo aplacar a Dios. ¿Quién más feliz que Salomón? Y sin embargo se descuidó y cayó. Más aún: puedo demostrar ambas cosas en su padre, pues fue bueno y malo. ¿Quién más feliz que Judas?

Y acabó en traidor. ¿Quién más mísero que Pablo? Pero se hizo apóstol. ¿Quién más pecador que Mateo? Y fue evangelista. ¿Quién más digno de alabanza que Simón? Y cayó más miserablemente que todos. Y ¿cuántos cambios semejantes puedes contemplar antiguos y recientemente sucedidos? Por lo cual repito: no desespere ni el comediante, pero tampoco se fíe quien está en la iglesia. A éste se le dice: El que crea estar en pie, vea no caiga. Y al otro: ¿Acaso el que cae no se levantará?

Y también: Robusteced las manos tardas y las rodillas débiles.l2 De nuevo a aquéllos se les dice: ¡Vigilad!; y a éstos: Despierta tú que duermes y levántate de entre los muertos.

Porque aquéllos deben conservar lo que poseen; y estos otros tornarse lo que no son. Aquéllos deben cuidar y conservar su salud; éstos deben librarse de su enfermedad: están enfermos, pero muchos enfermos han recobrado la salud; y los sanos, si se descuidan caen en enfermedad.

Por eso dice Cristo a éstos: Mira, estás curado: no peques más, no sea que te suceda algo peor; mientras que a los otros dice: ¿Quieres ser sano? Toma tu camilla y vete a tu casal Porque ciertamente es grave parálisis el pecado, es grave. Ni es solamente parálisis, sino algo más grave. Porque el pecador no únicamente se priva de bienes, sino que anda ejercitando él mal. Pero aunque en ese estado te encuentres, si tienes una poca de voluntad de salir de él, se remediarán todos los males. Aunque lleves ya treinta y ocho años de enfermedad, si quieres recuperar la salud, nada lo impide. Todavía ahora se presenta Cristo y te dice: Toma tu camilla. Con tal que quieras, levántate y no desesperes. No tienes un hombre que te baje a la piscina, pero tienes a Dios. No tienes quien te ponga en la piscina, pero tienes al que puede no permitir que necesites de la piscina No tienes quien te baje, pero tienes al que puede ordenarte tomar tu camilla.

Aquí no puedes decir: Para cuando yo desciendo ya otro ha bajado antes que yo. Porque si lo quieres, nadie te impide que bajes a la fuente; porque es fuente que perpetuamente mana y de su plenitud todos recibimos la salud de alma y cuerpo. La gracia no se consume, no se gasta. Acerquémonos, pues, también ahora. Meretriz era Raab y fue conservada; homicida era el ladrón y fue hecho ciudadano del paraíso. Judas, compañero de Jesús, fue a la perdición. El ladrón, estando en la cruz, se convirtió en discípulo. Tales son las maravillas de Dios. Así fueron aceptos los magos; así el publicano quedó hecho evangelista; así Pablo, el blasfemo, fue hecho apóstol.

Advierte a tales hechos y nunca desesperes, sino siempre confía y excítate a ti mismo. Lo único que has de hacer es comenzar el camino que a eso conduce y apresurar el paso. No cierres las puertas, no tapies la entrada Breve es el tiempo presente y pequeño el trabajo. Pero ni aunque fuera grande deberías desesperar. Aunque ahora no tomes sobre ti el bellísimo trabajo que consigo llevan la penitencia y la virtud, ciertamente en el mundo tendrás que trabajar y sudar de otro modo. Pero si en la virtud y en lo mundano hay trabajos, ¿por qué no tomas el que produce gran fruto y lleva consigo excelente recompensa? Aunque a decir verdad, no es igual el trabajo en lo uno y en lo otro. Porque en las cosas mundanas hay frecuentes peligros, daños continuos que se suceden unos a otros, es incierta la esperanza, mucha la sujeción y dispendios de dineros, de fuerzas corporales y del alma y la cantidad de frutos es mucho menor de lo que se esperaba, si es que algunos se logran, pues los sudores en los negocios seculares no siempre fructifican.

Pero aun cuando no fracasen, aun cuando produzcan abundante fruto, permanecen por poco tiempo. Pues cuando envejezcas y no puedas ya disfrutar de ellos a tu talante, será cuando recibas el pago y recompensa. De manera que el trabajo se toma cuando el cuerpo está en su vigor, mientras que el placer y deleite viene cuando el cuerpo está ya debilitado por la ancianidad y el tiempo ha amortecido los sentidos aunque no los haya destruido en absoluto, de manera que el temor de la muerte no deja ya disfrutar de los dichos placeres. En cambio en los negocios del espíritu las cosas van por otro camino: el trabajo está en la corruptibilidad y muerte del cuerpo, pero la corona totalmente se encuentra en la inmortalidad que nunca se termina. Precede el trabajo y es breve; viene luego la recompensa y es ingente, para que ya libremente descanses, sin temor de nada desagradable.

Porque allá no hay que temer cambio alguno, desgracia ninguna, como sucede en este mundo. Por lo demás ¿qué clase de bienes son éstos de acá, ni seguros ni duraderos y terrenos y que apenas han aparecido cuando desaparecen y se poseen con infinitos trabajos? ¿Qué bienes habrá iguales a aquellos otros que son inmutables, jamás envejecen, no dan trabajo y te proporcionan las coronas debidas al tiempo mismo de los certámenes? Porque quien desprecia las riquezas recibe ya desde acá su recompensa, pues queda libre de cuidados, envidias, falsas delaciones, asechanzas, iras. Quien es ordenado y vive moderadamente, es coronado y vive entre delicias aun antes de su muerte, libre de desdoro, acusaciones, burlas, peligros, y de todos los demás males. Y cualquier otro género de virtudes nos acarrea ya desde acá de igual modo la recompensa.

Así pues, para que consigamos los bienes futuros y presentes, huyamos de la perversidad y ejercitemos la virtud. Por este medio pasaremos esta vida con placer y lograremos los bienes futuros. Ojalá que todos los alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.



cxxxv





Crisóstomo - Mateo 66