Crisóstomo - Mateo 78

HOMILÍA LXXVIII (LXXIX) Entonces será semejante el reino de los cielos a diez vírgenes

78 que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. De ellas cinco eran prudentes y cinco necias, que no se proveyeron de aceite. Las prudentes a una con sus lámparas tomaron aceite en sus aceiteras. Como tardara el esposo, etc. (Mt 25,1-30).


781 ESTAS PARÁBOLAS son semejantes a la anterior del siervo fiel y el malvado que devoró los bienes de su amo. Cuatro son por todas, y todas cuatro nos exhortan a lo mismo aunque de diverso modo. Es decir, nos hablan de hacer limosna y de ayudar con lo nuestro, según nuestros posibles, al prójimo, como si no pudiéramos por otro camino alcanzar la salvación. Sólo que en las otras se trata de cualquier género de utilidades que podamos prestar al prójimo, mientras que ésta de las vírgenes trata directamente de la limosna, o sea de los donativos en dinero; y esto se hace con mayor fuerza que en la parábola anterior.

Porque en la anterior el Señor castiga al siervo que golpea y se embriaga y disipa y arruina los bienes de su amo; mientras que en ésta se castiga incluso a quien no ayuda a su prójimo ni comparte largamente lo suyo con los necesitados. Las vírgenes necias ciertamente tenían aceite, pero no abundante; y por esto se las castiga. Mas ¿por qué Jesús puso esta parábola en persona de las vírgenes y no de otra cualquiera? Había hecho grandes elogios de la virginidad. Por ejemplo: Hay inhábiles que a sí mismos se impusieron el celibato por causa del reino de los cielos! Y ahí mismo: Quien sea capaz de entender que entienda. Por otra parte sabía que entre los más había grande estima de la virginidad, pues es de suyo cosa ardua, como se ve en la Ley Antigua; pues ni aun los santos y esclarecidos varones la practicaron. Y en la Ley Nueva no se promulgó como necesaria. Puesto que Jesús no la ordenó, sino que la dejó a la libertad de los oyentes. Por lo cual Pablo dijo: Acerca de las vírgenes no tengo precepto del Señor. Alabo, dice, al que la guarda, pero no obligo a quien no quiere ni pongo precepto de ella.

En consecuencia, siendo la virginidad una cosa eximia y tenida por muchos en gran estimación, para que no sucediera que alguno la guardara y como si ya hubiera cumplido con todo descuidara lo demás, puso el Señor esta parábola, tal que pudiera persuadir de que la virginidad y cualesquiera otras buenas obras, si faltan los frutos de la limosna son rechazadas juntamente con los fornicarios; y que quien es inhumano y anda falto de misericordia, se cuenta entre ellos con toda razón, puesto que el fornicario es vencido por el amor de los cuerpos, pero las vírgenes necias lo fueron por el amor al dinero.

Ahora bien: no es lo mismo de poderosa la codicia de la hermosura corporal que la codicia del dinero; pues la de los cuerpos es mucho más ardiente y acre y tiránica. De manera que cuanto es más débil el enemigo, tanto menos merecen perdón las que de él se han dejado vencer. Por esto las llama necias, pues habiendo superado un trabajo mayor, en otro menor lo perdieron todo. Llama aquí lámpara al don mismo de la virginidad y a la pureza y santidad; y llama aceite a la benignidad, a la limosna, al auxilio que se presta al necesitado.

Como se tardara el esposo, se amodorraron todas y acabaron por dormirse. Indica con esto un lapso largo, quitando así a los discípulos la esperanza de que el reino va a llegar enseguida. Ellos así lo esperaban, por lo cual con frecuencia les quita semejante esperanza. Además deja entender que la muerte no es sino un sueño. Dice pues: Se durmieron. A la media noche se oyó el clamor. O bien insiste en la parábola, o quiere significar que la resurrección se verificará durante la noche. También Pablo menciona este clamor diciendo: Dada la orden de mando por la voz del arcángel y por la trompeta de Dios, al último toque bajará del cielo.

¿Qué significan la trompeta y el clamor? Dicen: ¡Llega el Esposo! Entonces dispusieron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite. De nuevo las llama necias, con lo que declara que nadie tan necio como los que amontonan riquezas en este mundo y marchan sin nada al otro en que nos es necesaria la benignidad y el abundante aceite. Y no fueron necias únicamente por no llevar más aceite, sino también por esperar que allá lo encontrarían y lo recibirían, y porque inoportunamente lo piden. Y eso que nada había más humano que las otras vírgenes, pues por eso merecieron el dictado de prudentes y fueron alabadas.

Y no pedían a las otras todo el aceite sino sólo una parte: Dadnos de vuestro aceite, y les mostraban la necesidad que de él padecían, diciendo: Pues nuestras lámparas se apagan. Pero aun así nada obtuvieron. Nada logró la benignidad de aquellas a quienes hacían la petición; nada la facilidad de lo que pedían; nada la necesidad en que se hallaban. ¿Qué aprenderemos de aquí? Que ninguno de nosotros, los que acá no nos ayudamos con las obras, podrá allá en la otra vida ser auxiliado. Y esto no porque no quieran, sino porque no podrán. Puesto que también las vírgenes prudentes se refugian en lo imposible del caso. Lo mismo hace el bienaventurado Abrahán cuando dice al rico: Entre nosotros y vosotros se atraviesa un inmenso abismo, de suerte que los que quieran cruzar de aquí a vosotros no puedan.

Id mejor a los que lo venden y compradlo. ¿Quiénes son esos vendedores? Los pobres. ¿En dónde están ahora? ¡Estaban acá! Acá se les debía haber buscado y no en esa otra ocasión. ¿Adviertes cómo podemos hacer negocio con los pobres? Si suprimes a los pobres nos privas de una gran esperanza de salvación. Es pues necesario comprar acá el aceite para que allá en la otra vida nos sea útil, cuando la ocasión nos lo pida. Porque allá no hay tiempo de compras. El tiempo es ahora. No gastes, pues, tus dineros vanamente en placeres y vanagloria. Mucha cantidad de aceite vas a necesitar en la otra vida.


782 Las vírgenes necias, cuando oyeron aquella respuesta, se marcharon; pero ya de nada les sirvió. Dice esto para completar la parábola; o también para demostrar que, aun cuando seamos benévolos después de la muerte, de ahí no recibiremos auxilio alguno para evitar el castigo. De modo que su empeño de nada les sirvió, porque no fueron a los vendedores acá, sino allá. Tampoco al rico Epulón le sirvió de algo el que allá se tornara benévolo en tal grado que aún se preocupó de sus parientes. El que acá despreciaba al pobre que yacía a su puerta, ahora se apresura a salvar de los peligros de la gehena a los que nunca había conocido, y suplica se les envíe alguien que los prevenga. Pero nada le vahó, como tampoco a las vírgenes necias.

Llegó el Esposo y las que estaban preparadas entraron con él; pero las necias quedaron excluidas. Tras de tantos sudores; tras de tan infinitos trabajos; después del tremendo certamen de la virginidad, después del trofeo que erigieron vencedoras de la naturaleza fieramente alborotada; finalmente, cubiertas de vergüenza, hubieron de apartarse cabizcaídas y con sus lámparas apagadas. Porque nada hay tan sin gloria y oscuro como la virginidad sin la limosna. Por esto muchos a los inmisericordes los llaman oscuros, sombríos. ¿Qué provecho sacaron de su virginidad, pues no lograron ni ver al Esposo?; ni llamando a la puerta consiguieron algo; sino que oyeron aquella palabra terrible: ¡Idos! ¡no os conozco! Y una vez que el Esposo pronuncia esa palabra, no queda ya sino la gehena y el sitio de los intolerables suplicios. Más aún: semejante palabra es más dolorosa que la misma gehena. Es lo equivalente de lo que dijo a los que obran la maldad.

Vigilad porque no sabéis el día ni la hora. ¿Has advertido cómo con frecuencia cierra su discurso con esas palabras, demostrando así cuan útil es la ignorancia de la partida de este mundo? ¿Dónde están los desidiosos durante toda su vida, que cuando nosotros los acusamos, responden: Cuando me llegue la hora de la muerte dejaré algo para los pobres? Oigan esas palabras de la parábola y enmiéndense. Porque muchos a la hora de la muerte ya nada pudieron hacer: arrebatados repentinamente, ni siquiera lograron declarar a los suyos su última voluntad.

De modo que esta parábola se refiere a la limosna hecha en dineros; y la que sigue es contra los que en forma alguna quieren ayudar al prójimo, ni con sus palabras, ni con su patrocinio, ni con sus dineros, ni con otra cosa alguna, sino que todo lo esconden. Mas ¿por qué esta nueva parábola nos presenta a un rey y la anterior a un esposo? Para que entiendas cuánto amó Cristo a las vírgenes que se han despojado de sus bienes. Esta es la propia y verdadera virginidad. Por lo cual Pablo la define así: la soltera se preocupa por las cosas del Señor, para ser modesta, como debe serlo la que perpetuamente se asienta al lado del Señor. Como si dijera: a esto os exhortamos.

En Lucas la parábola de los talentos se cuenta de otro modo (
Lc 19,12); pero debemos decir que se trata de parábolas distintas. En Lucas de una misma suma los lucros son diversos, puesto que de una mina un siervo entregó cinco, otro diez minas; y por esto no tuvieron la misma recompensa. Acá, en cambio, fue al contrario; y por esto las coronas fueron iguales. Pues así como el que recibió dos talentos entregó además otros dos, así el que recibió cinco entregó otros cinco. En cambio, en la otra parábola, con el mismo capital uno logró mayor rendimiento y otro menos; y por lo mismo, al premiarlos no es igual la recompensa.

Advierte cómo el dueño no exige al punto y desde luego la ganancia. Así también dio la viña a los vinicultores y se fue lejos. Y en esta parábola les dio a los siervos su capital, y él se marchó. Para que por aquí entiendas su gran paciencia. A mí me parece que aquí deja entender la resurrección. Sólo que aquí no hay distinción entre vinicultores y viña, sino que todos son operarios. Es porque aquí habla no a solos los príncipes y a los judíos, sino a todos los hombres.

Al entregar los resultados, los operarios ingenuamente confiesan y entregan en conjunto lo suyo y lo de su señor. Uno dice: Señor: cinco talentos me diste; otro dice dos; con lo que demuestran que pudieron proceder a su operación gracias a su Señor y que por lo mismo le están muy agradecidos, y todo lo estiman como de su Señor. ¿Qué les dice el Señor?: ¡Enhorabuena, siervo diligente y fiel! Porque es propio del hombre honrado reconocer las cualidades del prójimo. Has sido fiel en lo poco, yo te estableceré en lo mucho. Entra en el festín de tu Señor. Palabra que encierra toda la felicidad y bienandanza, No dijo lo mismo el otro siervo, sino ¿que?: Señor: yo sabía que eres severo. Siegas donde no has sembrado y allegas donde no has esparcido. Por esto, aterrorizado, fui y escondí en tierra tu talento. Mira: aquí tienes lo que es tuyo. ¿Qué le respondió el Señor? ¡Siervo malo y perezoso! Lo razonable era que llevaras mi dinero a los banqueros. Es decir, debiste acudir a ellos, hablarles, instarlos, consultarlos. ¿Dirás que ellos no hacen caso de eso? No te toca a ti. ¿Quién hay más manso que este Señor? Ciertamente los hombres no proceden así; sino que obligan a dar cuentas al mismo que colocó a rédito.


783 Pero este Señor no procede del mismo modo. Sino que dice al siervo: A ti te tocaba poner mi dinero a rédito y a mí dejarme eso de exigir cuentas. Yo habría exigido mi dinero con sus réditos. Llama réditos a la exhibición de las obras que se siguen de escuchar la predicación.

Es como si le dijera: A ti te tocaba lo más fácil, dejándome a mí lo más difícil. Pues bien, como no lo hiciste: Quitadle el talento y dadlo al que tiene diez talentos. Porque a todo el que tiene se le dará y sobreabundará; mas al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quitará. ¿Qué quiere decir esto? Que quien ha recibido el don de la palabra y la doctrina para utilidad de los demás, pero no lo ha usado, perderá ese don; pero quien puso su empeño se atraerá un don mayor, mientras que el otro perderá lo que había recibido. Mas al siervo desidioso no le aconteció solamente esa calamidad, sino además se le impuso un intolerable castigo y juntamente con el castigo una sentencia rebosante de justa recriminación. Pues dice el Señor: Y en cuanto al siervo perezoso, arrojadlo a las tinieblas exteriores. Ahí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Adviertes cómo no únicamente el ladrón y el criminal, sino también el que simplemente no obra el bien, sufren el extremo suplicio?

Pues bien: escuchemos nosotros estas palabras; y mientras es tiempo aún, aseguremos nuestra salvación. Tomemos aceite juntamente con nuestras lámparas y coloquemos a rédito el ta-lento recibido. Pues si acá fuéramos desidiosos y perezosos, en la otra vida nadie se compadecerá de nosotros, aun cuando miles de veces lloremos. También el que entró en el banquete con los vestidos astrosos y manchados, muchas veces se condenó a sí mismo por eso, pero sin utilidad alguna. Este otro siervo devolvió el talento que se le había entregado, y a pesar de eso fue condenado. Las vírgenes necias rogaron, se acercaron, llamaron, pero todo en vano y para nada.

Sabiendo esto, pongamos a disposición de los pobres nuestros dineros, nuestro empeño, nuestro patrocinio. Porque en la parábola se llama talento a lo que cada cual posee, ya sea capacidad de patrocinar, ya dineros, ya doctrina, ya otra cosa cualquiera parecida. Que nadie diga: Yo no tengo sirio un talento y nada puedo hacer; pues con solo un talento puedes proceder como se debe. No eres más pobre que la viuda aquella del evangelio, ni más ignorante que Pedro y que Juan, que lo eran totalmente y no tenían letras algunas. Y sin embargo, obtuvieron el cielo porque pusieron empeño y todo lo hicieron para común utilidad.

Nada hay tan grato a Dios como el que tú consagres tu vida a la común utilidad. Para eso nos dotó de la facultad de hablar y de pies y manos y de fuerzas corporales, de mente, inteligencia; para que todo lo usemos para utilidad común y salvación nuestra. Se nos dio el habla, no únicamente para que cantemos himnos y demos gracias a Dios, sino que sirva también para enseñar y amonestar. Si para esto la usamos, a Dios imitamos; si para lo contrario, imitamos al demonio. Así, cuando Pedro confesó a Cristo se le llamó bienaventurado, como a quien hablaba enseñado del Padre; pero en cambio, cuando se horrorizó de la crucifixión y la rechazó, recibió una reprensión fuerte, como a quien tenía sentimientos diabólicos. Pues si hablando él así por ignorancia, con tanta fuerza se le respondió; cuando voluntariamente pecamos en muchas cosas ¿qué perdón tendremos? Hablemos, pues, cosas tales que por ahí se vea claramente que nuestras palabras son de Cristo.

Porque no hablo palabras de Cristo únicamente cuando repito: ¡levántate y anda!§ o bien: Tabita: ¡levántate sino mucho más cuando, injuriado, bendigo a mis injuriantes; o bien cuando me hieren, y ruego por el que me hiere. Hace poco se decía que nuestra lengua es una mano que alcanza hasta los pies de Dios; pero ahora os digo algo más: que nuestra lengua imita la lengua de Cristo si procura hablar lo que El quiere que hablemos. Y ¿qué es lo que El quiere que hablemos? Palabras llenas de modestia y mansedumbre, como las hablaba El. Decía a quienes lo injuriaban: Yo no tengo demonio y también: Si he hablado mal, demuéstralo? y al discípulo que lo entregaba: Amigo ¿a qué has venido? Si tú hablas así, si lo haces para enmendar al prójimo, tienes una lengua como la de Cristo.

Esto mismo dice Dios: El que separa lo precioso de lo vil será como mi boca.U Cuando tu lengua sea como la lengua de Cristo y tu boca como la boca del Padre y tú fueres templo del Espíritu Santo ¿qué honor podrá igualarse a ése? No brillaría tanto tu boca si la tuvieras fabricada de oro, ni si fuera hecha de piedras preciosas, como resplandece con el ornato de la modestia. ¿Qué cosa hay más deseable que una boca que no sabe lanzar injurias y que solamente se empeña en bendecir? Y si no puedes bendecir al que habla mal de ti, a lo menos calla. Por de pronto haz esto; y luego, adelantando en la virtud, si es que te empeñas como debes, llegarás a lo otro, y vendrás a tener una boca como la que veníamos diciendo.

No pienses ser lo que digo una audacia mía: benigno es el Señor y don es ese de su bondad. La audacia sería tener una boca semejante a la del diablo; tener una lengua como la del maligno, sobre todo quien es participante de tan grandes misterios y comulga la carne misma del Señor. Pensando en esto, imítalo según tus fuerzas. Si te haces como él, ya no podrá el demonio ni mirar hacia ti. Porque conoce bien el distintivo regio; conoce las armas de Cristo con que fue vencido. ¿Cuáles son? La modestia, la mansedumbre.

Ciertamente cuando en el monte Cristo, al ser acometido por él, lo venció y derribó, no fue conocido como Cristo. Pero en cambio, Cristo con solas las palabras cogió al demonio como en una red; lo cogió con la modestia; lo ahuyentó con la mansedumbre. Pues bien: haz tú lo mismo. Si ves a un hombre convertido en un demonio y que te acomete, véncelo del mismo modo. Cristo te ha proporcionado energías para que, según tus posibles, te le hagas semejante. No temas oyendo esto. Lo que-es de temer es que no te le asemejes. Habla como él y serás, en eso semejante a él, en cuanto el hombre puede serlo.

Quien así habla es mayor que un profeta; pues profetizar es-un don gratuito y totalmente de gracia; mientras que en lo otro, entran tus sudores y trabajos. Enseña a tu alma a conformar así tu boca, para que se asemeje a la boca de Cristo. Puede hacerlo, si quiere. Sabe cómo ejercitar este arte, con tal de que no sea tibia. ¿En qué modo se conforma así la boca? preguntarás. ¿Con qué colores, con qué material? Ni con colores, ni con materiales algunos, sino la virtud, la modestia, la humildad.

Pero veamos también cómo se conforma una boca diabólica, para que no conformemos así la nuestra. ¿Cómo se hace? Con maldiciones, injurias, perjurios, envidias. Porque cuando alguna profiere esas expresiones propias del diablo, toma la lengua del diablo. Pero ¿qué perdón alcanzaremos? O mejor dicho ¿qué castigo no sufriremos cuando dejamos que hable palabras diabólicas la lengua con que gustamos la carne del Señor? ¡No se lo permitamos, os lo suplico! Pongamos todo empeño en enseñarla el modo con que imitará a su Señor. Si así la educamos, ella nos presentará con gran confianza ante el tribunal de Cristo. A quien no aprenda a hablar así, aquel Juez no le dará oídos.

Cuando sucede que el juez sea un romano, éste no entiende al defensor de una causa porque no se le habla en latín; pues del mismo modo Cristo, si no le hablas a su modo, no te entenderá. Aprendamos, pues, a hablar en la forma en que acostumbra escuchar nuestro Rey: procuremos imitar su lenguaje. Si te sobreviene un duelo, cuida de que la tiranía de la tristeza no domine tu lengua. Habla entonces como habló Cristo. También él lloró a Lázaro y a Judas. Si caes en temor o miedo, procura hablar así como Cristo hablaba. Pues también El sufrió temor y miedo por ti, según lo que pedía la economía de la encarnación. Di también tú: Pero no como yo quiero, sino como tú quieres. Si lloras, derrama lágrimas con moderación, como El. ¿Te rodean asechanzas o caíste en dolores? Recibe esas cosas como Cristo. También El sufrió asechanzas y padeció dolores, y dijo: Triste está mi alma hasta la muerte. Para todo te dio ejemplo a fin de que lo imites y no traspases las reglas que El te dejó.

Podrás así tener una boca como la suya. Estando acá en la tierra podrás mostrarnos una lengua semejante a la del que se asienta allá en el cielo, conservando la moderación en la tristeza, en la ira, en el duelo, en las angustias. ¿Cuántos de vosotros deseáis contemplar su figura? Pues bien: se puede no sólo contemplarlo a El sino hacerse semejante a El, con tal de que nos empeñemos. No lo difieras. No besa El con más cariño el rostro de los profetas que la faz de los hombres modestos y llenos de mansedumbre.

Dice El: Muchos me dirán: ¿Acaso no profetizamos en tu nombre? Y les responderé: No os conozco. En cambio, por ser Moisés modesto y manso, pues dice: Era Moisés el más manso de cuantos hombres hay sobre la tierra, en tal forma el Señor besaba su rostro y tanto lo amaba, que le hablaba frente a frente y como un amigo habla a otro amigo. Si tienes una boca semejante a la de Cristo, no imperarás ahora sobre los demonios, pero en lo futuro imperarás sobre la gehena de fuego, y le dirás: ¡Calla, enmudece! Y luego, muy confiadamente subirás a los cielos y disfrutarás del reino. Ojalá todos lo consigamos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

CXLV


79

HOMILÍA LXXIX (LXXX)

Cuando viniere el Hijo del hombre en la gloria de su Padre, y todos los ángeles y santos con El, entonces se sentará sobre el trono de su gloria ¡y separará las ovejas de los cabritos; y a unos los aceptará porque lo alimentaron cuando estaba hambriento y cuando tenía sed le dieron de beber, y lo recibieron en hospedaje y estando desnudo lo vistieron y lo visitaron cuando estaba encarcelado; y les dará el reino. A otros por los crímenes contrarios los enviará al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles].! (Mt 25,31-41)

ESTAS DULCÍSIMAS palabras que ahora traemos en la boca, escuchémoslas con empeño y todos compungidos; en especial las últimas con que cierra Jesús su discurso. Muchísimo cuida El de la mansedumbre y de la misericordia. Por esto anteriormente habló mucho y de variadas maneras acerca de ess virtudes; y ahora lo hace finalmente con mayor claridad y fuerza, y trayendo al medio no a dos o tres personas o a cinco, sino al orbe todo. Cierto es que en lo anterior, cuando presentaba a dos personas, no quería significar a sólo ellas, sino propiamente a dos bandos: uno el de los que obedecen sus mandatos y otro el de los que no lo obedecen. Pero ahora, en forma más tremenda trata la materia y lo hace con mayor claridad.

Por esto no comienza diciendo: Es semejante el reino de los cielos; sino que se muestra a sí mismo y se proclama diciendo: Cuando viniere el Hijo del hombre en la gloria de su Padre. Porque esta vez vino en ignominia, en injurias y oprobios; pero en esa otra, se sentará en el trono de su gloria Y con frecuencia menciona la gloria. Como estaba cerca la crucifixión, que parecía el colmo de todos los vituperios, levanta el ánimo de los oyentes y les pone delante el juicio mismo y el orbe todo. Pero no con sólo esto vuelve tremendo su discurso, sino también porque muestra los cielos vacíos. Pues estarán con El todos los ángeles testimoniando cuanto hicieron como enviados del Señor para bien en el ministerio de la salvación de los hombres. De manera que por todos modos aquel día estará lleno de horror.

Continúa: Se congregarán todas las gentes, es decir, toda la humana naturaleza. Y los separará por clases a la manera que lo hace un pastor con las ovejas. Porque actualmente no están separados sino todos mezclados. Pero entonces se hará una cuidadosísima clasificación. Desde luego, por el sitio mismo los diversifica y señala. Además, por los nombres demuestra las costumbres de cada cual, pues a unos llama cabritos, para indicar su esterilidad, y a otros, ovejas. De los cabritos no se obtiene fruto alguno, mientras que el fruto de los otros es abundante, como el que se percibe de las ovejas; es a saber la lana, las crías, la leche, cosas todas de que carecen los cabritos. Sólo que los animales irracionales, por su misma naturaleza producen fruto o no lo producen; mientras que en los hombres esto depende de su propia voluntad; y por esto los unos son castigados y los otros coronados.

Pero no los castiga sin que primero entre en juicio con ellos. Y así, una vez que los ha colocado en su sitio, trae al público sus crímenes. Ellos responden ahora modestamente, pero de eso ya no se les sigue ninguna utilidad. Y con razón, pues descuidaron las obras que sobre todo quería el Juez que practicaran. Ya los profetas en todas partes y siempre clamaban: Misericordia quiero y no sacrificio? Y el Legislador exhorta a lo mismo con obras y palabras, y así lo enseña la ley natural. Advierte cómo ellos descuidaron no una ni dos, sino todas las obras de misericordia. Pues no sólo no dieron de comer al hambriento, ni vistieron al desnudo, pero ni siquiera visitaron al enfermo, que era la cosa más fácil y ligera.

Advierte además qué cosas tan suaves ordena. Pues no dijo: Estaba en la cárcel y me librasteis, enfermo y me sanasteis. Sino: Me visitasteis, vinisteis a verme. Tampoco acerca del hambriento ordena nada pesado y molesto; pues no buscaba una mesa abundante, sino únicamente que se le diera el necesario alimentó; y lo pedía de modo suplicante. En resolución, que todo el comportamiento de ellos exige un castigo: la facilidad de lo que pedía, pues era solamente pan; la magnitud de la recompensa prometida, que era el reino de los cielos; la condición mísera del que pedía, pues era mendigo; la natural compasión, pues el que pedía era un hombre; el terror del castigo, pues se amenazaba con la gehena; la dignidad del que recibía la limosna, pues era Dios quien por medio del mendigo la recibía; el honor altísimo, pues tanto se dignaba El abatirse; lo justo del gasto, pues al fin y al cabo recibía de los mismos bienes que El había concedido.

Pero por encima de todo esto, los cegó el amor al dinero; y esto tras de tan tremendas amenazas. Porque anteriormente había dicho que quienes rechazan al pobre padecerán más atroces suplicios que los sodomitas. Y ahora dice: En la medida en que dejasteis de hacerlo con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo dejasteis de hacerlo. ¿Qué dices? Si son tus hermanos ¿cómo los llamas pequeños? Ciertamente, dice, son mis hermanos, porque son humildes, pobres, despreciados. Pues a éstos en especial llama a su fraternidad: a los oscuros y despreciados. Y no se refiere únicamente a los monjes y a los que habitan en las montañas, sino a cada uno de los fieles, aunque sean seglares, si andan hambrientos, desnutridos, desnudos, sin hospedaje: a todos quiere que se les atienda en absoluto con todo cuidado. El bautismo hace hermanos de Cristo y participantes de los divinos misterios.

Enseguida, para que también por otra parte veas lo justo de la sentencia, alaba a los otros que se portaron como debían; y dice: Venid, benditos de mi Padre. Tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Pues tuve hambre y me disteis de comer, y todo lo demás que sigue. Y para que no alegaran el no haber tenido de dónde dar, los condena con el ejemplo de los consiervos, como condenó a unas vírgenes con el ejemplo de las otras, y al siervo ebrio y glotón con el del siervo fiel, y al que enterró el talento con eJ de quien devolvió dos talentos: en fin, a cada uno de los pecadores con el ejemplo de los justos. Esta comparación se toma unas veces de otro igual, como aquí y en la parábola de las vírgenes; otras de mayor a menor, como cuando dice: Los ninivitas se alzarán el día del juicio contra esta raza y la condenarán, pues se convirtieron con la predicación de Jonás. Y mirad: el que está aquí es mayor que Jonás. Y la reina del mediodía se levantará el día del juicio contra esta raza y la condenará, pues vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón. Y mirad: el que está aquí es superior a Salomón? Otras veces se toma la comparación de otro igual, como cuando dice: Ellos serán vuestros jueces; y nuevamente de mayor a menor, como: ¿No sabéis que juzgaremos a los ángeles, cuanto más los asuntos temporales? En nuestro caso se toma de igual a igual, o sea de ricos para ricos y de pobres para pobres.

Pero no es esto lo único que demuestra lo justo de la sentencia; o sea el que los consiervos en igualdad de circunstancias cumplieron con su deber; sino además porque los perversos no obedecieron ni en las cosas en que la pobreza para nada les impedía, como era en dar de beber al sediento, en visitar al encarcelado, en visitar al enfermo. Y una vez que ensalzó a los justos, manifiesta con cuán grande amor los abrazó desde el principio. Porque dice: Venid, benditos de mi Padre. Tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Ahora bien: que sean benditos, y benditos del Padre, es una expresión que a cuantísimos bienes puede equipararse. ¿Cómo alcanzaron honor tan eximio? ¿cuál fue el motivo? Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber, etc. ¡Oh palabras tan honoríficas! ¡oh palabras repletas de bienaventuranza! No dice: Recibid, sino: Tomad posesión en herencia, o sea del reino que es vuestro, propio, paterno, debido a vosotros desde antiguo. Porque desde antes que existierais, dice, todo esto os estaba preparado, pues ya sabía Yo que vosotros seríais así, justos.

Y ¿a cambio de qué reciben cosas tan eximias? A cambio de hospedaje, del vestido, del pan, del agua fresca, de la visita, de la ida a la cárcel Porque en todas partes exige que al pobre se le provea de lo necesario y aun alguna que otra vez de lo que no es precisamente necesario. Pues, como ya dije, el enfermo, el encarcelado anhelan no únicamente ser visitados, sino además el uno sanar de su enfermedad y el otro salir de sus cadenas. Pero el Señor, como es tan manso, no pide sino lo que está en nuestra mano y podemos hacer; y aun pide menos de lo que está en nuestra mano, dejando a nuestra voluntad el ser más generosos.

En cambio, a los perversos les dice: Apartaos de mí, malditos, no de mi Padre, pues el Padre no los maldijo, sino las propias obras de ellos. Al fuego eterno, preparado, no para vosotros sino: para el diablo y sus ángeles. Cuando hablaba del reino decía: Venid, benditos de mi Padre. Tomad posesión en herencia del reino; y añadió: preparado para vosotros desde el principio del mundo. Pero ahora, acerca del fuego, no se expresa así, sino que dice: preparado para el diablo y sus ángeles. Como si dijera: Yo preparé el reino para vosotros, pero el fuego no para vosotros, sino para el diablo y sus ángeles. Mas vosotros os habéis precipitado a vosotros mismos en él: con-taos entre ellos.

Pero no sólo aquí, sino también en lo que sigue, como justificándose delante de ellos, les echa la culpa y dice: Porque tuve hambre y no me disteis de comer. Aun cuando hubiera sido el pobre un enemigo tuyo que se te acercaba ¿acaso no bastaban sus padecimientos para doblegar al más inmisericorde y quebrantar su dureza, o sea el hambre, el frío, las cadenas, la desnudez, la enfermedad, el andar vagando sin techo en donde refugiarse? Tales miserias bien podían haber deshecho la enemistad. Pero vosotros no auxiliasteis ni al amigo, ni al bienhechor, ni al Señor vuestro.

Si vemos un can hambriento, con frecuencia nos compadecemos; más aún, si a las fieras las vemos con hambre, nos dolemos y doblegamos. Pero cuando ves así a tu Señor ¿no te doblegas? ¿Cómo puede excusarse esto o con qué razón? ¿Acaso el solo hecho de proceder con benevolencia no es ya una recompensa? No digo ya el oír, estando presente todo el orbe, aquella sentencia de parte del que está sentado en el solio y conseguir el reino, sino el solo haber hecho lo que hiciste ¿acaso no sería suficiente recompensa? Ahora, en cambio, presente todo el orbe y brillando aquella gloria inefable, el Juez te corona, te ensalza y proclama como su nutricio y hospedador. Y no se avergüenza de confesarlo para hacerte más espléndida la corona.

La corona se te da por generosidad de gracia para contigo. De modo que los perversos con justicia son castigados; mientras que los buenos, por gracia son coronados. Pues aun cuan, do hubieran precedido infinitas obras buenas, la recompensa es liberalidad de la gracia, ya que por tan pequeñas obras tan gran cielo y tan eximio reino se da en recompensa.

Cuando concluyó Jesús todas estas instrucciones, dijo a sus discípulos: Sabéis cómo de aquí a dos días se celebra la Pascua y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado. Otra vez muy oportunamente habla de su Pasión, habiendo disertado antes del reino, de la recompensa futura y de los tormentos eternos. Como si dijera: ¿Por qué teméis los males temporales cuando tenéis preparados bienes tan eximios? Considera cómo lo que más los angustiaba, Jesús, con un arte nuevo, lo fue dejando entrever y lo describió en las palabras que preceden. Porque no les dijo: Sabéis que dentro de dos días seré entregado; sino ¿qué?: Sabéis que de aquí a dos días se celebra la Pascua y el Hijo del hombre va a ser entregado; y finalmente concluyó: para ser crucificado. Declaró así ser un misterio lo que se realizaba; y que la festividad y celebración de la Pascua sería para salud de todo el orbe; y que él padecería; y que todo esto lo sabía de antemano. Y como esto bastara por entonces para consolarlos, nada les dice de la resurrección. Habría resultado superfluo, una vez que ya tanto y tantas veces les había mencionado ese misterio, el referirse a ella de nuevo. Por lo demás, como ya dije, declara que su misma Pasión librará a los hombres de males infinitos, al conmemorar los antiguos beneficios hechos por medio de la Pascua a los israelitas en Egipto.

Entonces se congregaron los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos del pueblo en el palacio del sumo sacerdote, llamado Caifas; y acordaron apoderarse fraudulentamente de Jesús y darle muerte. Pero decían: No en el día de la fiesta, no fuera a suceder que el pueblo se alborotara. ¿Has advertido la corrupción en los negocios de los judíos? Acometen iniquidades, van al sumo sacerdote y quieren tener facultades para el crimen de parte del mismo que debía impedirlo. ¿Cuántos eran los sumos sacerdotes? La Ley dice que sea uno. Pero entonces había muchos. Por donde queda claro que los asuntos de los judíos ya habían comenzado a corromperse.

Como ya dije, Moisés estableció que fuera uno solo el sumo sacerdote; y que muerto éste, se eligiera otro; y que en vida de éste se terminara el destierro de quienes involuntariamente hubieran cometido homicidio. Preguntarás: entonces ¿cómo es que en tiempo de Jesús eran muchos los sumos sacerdotes? Es que más tarde lo fueron por solo un año. Esto significó el evangelista cuando al hablar de Zacarías, dijo: Del tumo de Abías. De modo que llama príncipes de los sacerdotes a los que habían sido sumos sacerdotes. Y ¿cuál fue la determinación que tomaron? ¿Aprehenderlo dolosamente o bien darle muerte? Ambas determinaciones. Pero temían al pueblo; por lo cual querían dejar pasar la fiesta, pues decían: No en el día de la fiesta. El diablo no quería que Jesús fuera muerto en la Pascua, a fin de que la Pasión no fuera pública. Los judíos querían lo mismo, para que no hubiera tumulto en el pueblo.

Advierte cómo el temor de los judíos no nacía del temor de Dios ni de que el crimen se hiciera mayor a causa de las circunstancias del tiempo sagrado, sino que continuamente los dominaba el temor humano. Pero a causa de su apasionamiento, enseguida cambiaron de parecer. Habían dicho: No sea en el día festivo. Mas como encontraron al traidor, ya no se cuidaron del tiempo; sino que dieron muerte a Jesús el mismo día de la fiesta. ¿Por qué lo aprehendieron en esa ocasión? Por su apasionamiento, como ya dije; y porque esperaban en esa ocasión encontrarlo. De modo que procedían en todo a la manera de ciegos.

Aunque Cristo se aprovechara de la perversidad de ellos para su plan y providencia, no por eso quedaban ellos justificados; sino que por sus determinaciones merecían mil castigos. Al tiempo en que por celebrarse la Pascua convenía dar libertad a todos los encarcelados, aun cuando fueran culpables, entonces ellos dieron muerte al inocente que les había hecho infinitos beneficios; y que por de pronto, por favorecerlos, parecía dejar a un lado a los gentiles. Pero ¡oh benignidad! a esos hombres tan criminales y cargados de miserias, de nuevo los salva Cristo enviándoles apóstoles; apóstoles a quienes ellos matarán; y rogó por ellos. Por eso dice Pablo: Tenemos un mensaje en nombre de Cristo.

Pues bien, teniendo delante de los ojos tales ejemplos, no digo yo que muramos por nuestros enemigos (aunque también esto convendría), sino que, pues somos débiles, a lo menos os pido que no nos dejemos llevar de la envidia respecto de nuestros amigos; no envidiemos a nuestros bienhechores. Aún no os pido que colméis de beneficios a quienes os hacen mal; pero aunque yo eso anhelo de vosotros, a lo menos no os venguéis. Pues qué: ¿acaso nuestros dogmas son cosas de teatro y de histriones? ¿Por qué procedéis en modo del todo contrario a las verdades que profesáis? No sin motivo se ha escrito todo lo de Cristo, pero especialmente lo que hizo al tiempo de estar en la cruz, que fue tal que bien podía llevar a los judíos al arrepentimiento; sino que se escribió para que tú imites su bondad y mansedumbre. El los derribó por tierra; El curó la oreja del criado, El respondió modestamente; y ya levantado en la cruz obró grandes milagros, oscureciendo el sol, quebrantando las rocas, resucitando los muertos, atormentando en sueños a la mujer del juez, mostrando, cuando se le juzgaba, suma mansedumbre y dulzura, tal que no menos que los milagros podía convertirlos; y prediciendo muchas cosas durante el juicio y clamando desde la cruz misma: Padre, perdónales este pecado.

Y una vez puesto en el sepulcro ¿cuántas cosas obró para la salvación de los judíos? Apenas resucitado, ¿acaso no llamó inmediatamente a los judíos? ¿No dio la facultad de perdonar los pecados? ¿No hizo infinitos beneficios? Pero ¿puede haber algo más admirable que esto? Los mismos que lo crucificaron y que respiraban muertes, después de haberlo crucificado se hicieron hijos de Dios. ¿Qué habrá que a semejante providencia se iguale? Oyendo esto, ocultémonos de pura vergüenza, pues tan lejos estamos de El, a quien se nos ordena imitar. Advirtamos cuan enorme es la distancia intermedia, para que a lo menos nos acusemos a nosotros mismos, pues combatimos contra aquellos por quienes Cristo dio su vida; y no queremos hacer las paces con aquellos por quienes El no rehusó morir para reconciliarlos.

¿Se trata acaso de gastos y derroche de dineros en lo que das de limosna? Piensa en cuan gravemente estás sujeto a rendición de cuentas, y ya no sólo no rehusarás perdonar a quienes te ofenden, sino que correrás a hacerles beneficios para alcanzar el perdón de tus culpas y encontrar un consuelo en tus propios males. Muchas veces los gentiles -y eso que nada grande esperaban para después de la vida presente- procedieron en esa forma; y tú, en cambio, que has de ir a gozar tan grandes esperanzas ¿lo rehúyes y tardas? Lo que de suyo hace el tiempo ¿tú no quieres hacerlo antes, para cumplir con la ley de Dios y prefieres a extinguir con mérito tu apasionamiento el que él solo, sin mérito, de por sí se apague? Pues aunque sea el tiempo el que al fin y al cabo lo apague, eso ningún provecho te acarrea, sino grave castigo, puesto que lo que pudo hacer el tiempo, no lo logró la ley de Dios persuadirte a que lo hicieras.

Si alegas que con solo recordar la injuria te enciendes en cólera, recuerda el bien que tal vez te ha hecho aquel que te injuria y piensa en los graves males que tú a otros has causado. ¿Es que te maldijo? ¿Es que te colmó de oprobios? Considera que también tú has maldecido a otros. Y ¿cómo alcanzar un perdón que tú a los otros no concediste? Dirás que a nadie has maldecido; pero prestaste oídos cuando escuchabas a otra que maldecía, y diste tu asentimiento. Esto no está libre de culpa.

¿Quieres ver cuan bueno sea el olvido de las injurias y cuánto alegra a Dios? Advierte que El castiga justamente a quienes se alegran de ver castigados a los que El castiga, puesto que aún cuando El justamente los castigue, tú no debes gozarte de ello. El profeta, tras de acusar a los tales de muchas otras cosas, añade: No se afligen por el desastre de José. Y también: No salió la vecina a lamentarse por la casa cercana a ella. Aunque José, o sea la tribu de él nacida, y los a ella vecinos, fueron justamente castigados por voluntad del Señor, a pesar de eso quiere El que tengamos compasión.

Si nosotros, aun siendo pecadores, cuando vemos, mientras castigamos a alguno de nuestros criados, que otro de los consiervos se ríe, nos irritamos más aún y volvemos nuestro enojo contra el consiervo, con mayor razón Dios castigará a quienes se alegran de los ajenos castigos. De modo que si lo conveniente es no levantarnos contra aquellos a quienes Dios castiga, sino condolerlos, mucho más debemos compadecernos de quienes a nosotros nos ofenden. Esto es prueba de caridad; y Dios prefiere a todo la caridad. Así como en la púrpura regia se estiman en mucho las flores y los colores que en ella se entretejen y la adornan, así se estiman preciosas sobre todo aquellas virtudes que llevan embebida la caridad. Y nada hay que así conserve la caridad como el olvido de las ofensas que se nos han hecho.

¿Acaso no cuidó Dios de la otra parte y envió al injuriante al injuriado y hasta después de reconciliarse lo admitió al altar? Pero tú no esperes a que venga a ti quien te injurió, pues perderás todo el mérito. Para eso te prometió el Señor una inefable recompensa, para que te adelantaras a tu ofensor; porque si te reconcilias con él a causa de que te ruega, ya la amistad no es fruto del precepto divino, sino empeño del otro. Por eso quedarás sin recompensa, mientras él recibe su premio. Pero ¿qué es lo que dices? ¿Tienes un enemigo y no te avergüenzas? Pues qué ¿no te basta con tener por enemigo al demonio para que te eches encima además la enemistad de nuestros congéneres? ¡Ojalá que ni aun el demonio quisiera luchar contra nosotros! Más aún: ¡ojalá ni siquiera él fuera acusador nuestro! ¿Ignoras cuan dulce es el placer que se sigue a la reconciliación y cuan grande? Bueno: pero ¿qué si durante la enemistad eso no se ve claro? Hermosamente conocerás, cuando hayan desaparecido las enemistades, cuan dulce es amar a quien nos injuria: lo es mucho más que aborrecerlo.

Entonces ¿por qué imitamos a los locos furiosos que mutuamente se despedazan y contra su propia carne se encolerizan? Oye cuánto cuidado se tuvo con esto en la Ley Antigua: El camino de los rencorosos lleva a la muerte Y también: Hombre que a hombre le guarda ira ¿cómo espera del Señor curación? Dirás que sin embargo permitió sacar ojo por ojo y diente por diente; y que por consiguiente ¿cómo es que ahora acusa por eso? Porque lo concedió no para que unos con otros lo practiquemos, sino para que temiendo semejante venganza, lo omitamos. Por otra parte, ahí se refiere a iras y cóleras pasajeras; mientras que la ira rencorosa con el recuerdo de las ofensas es propia del alma que medita perversidades.

Pero ¿es que el otro te causó un mal? No te lo ha hecho tan grave como el que tú mismo te causas si guardas memoria de la injuria. Por otra parte, es un hecho que un hombre probo no puede sufrir daño alguno. Supongamos un hombre que tiene esposa e hijos, que es virtuoso, que tiene muchas ocasiones de padecer daño, muchos dineros, muchos amigos y alcanza grandes honores; pero, en fin, que sea virtuoso, porque esto sobre todo ha de presuponerse. Imaginemos que se le echa encima la desgracia; que un hombre perverso vaya y le cause daño en sus haberes. ¿Qué significa eso para el que tiene en nada las riquezas? Que le mate a sus hijos. ¿Qué significa eso para quien espera la resurrección? Que le degüelle a la esposa. ¿Qué significa eso para quien está enseñado a no llorar a los que mueren? Que le cause deshonras. ¿Qué daño le sigue a él, que juzga todo lo presente como flor de heno?

Si quieres añadamos que personalmente lo hiera y lo eche en la cárcel. ¿En qué daña esto a quien sabe que si nuestro hombre exterior se corrompe, sin embargo el interior se renueva; y que la tribulación hace probados en la virtud? Yo os aseguro que semejante hombre en nada es dañado. Más aún: nuestro discurso, al ir adelantando, ha venido a demostrar que de todos aquellos padecimientos saca provechos grandes y se renueva en su interior y queda más bien probado. En consecuencia, no nos quejemos delante de otros ni manifestemos dolor, pues con esto a nosotros mismos nos causamos daño y nos volvemos cada vez más pusilánimes. Al fin y al cabo, nuestro dolor no procede tanto de la perversidad del prójimo como de nuestra propia desidia. Por eso, cuando alguien nos injuria, lloramos y decaemos de ánimo. Nos sucede, cuando alguno arrebata lo que nos pertenece, lo mismo que a los muchachillos a quienes otros muchachos más astutos y más acostumbrados a la ciudad, los excitan y enfurecen y por cosas de nada los hacen entristecer; y si los ven enfurecidos, no cesan de incitarlos; pero si ven que toman la cosa a risa, los dejan en paz.

Pues bien, nosotros, más necios que esos muchachillos, nos dolemos de Jo que. deberíamos reírnos. Os ruego, pues, que haciendo a un lado ese ánimo pueril, ganemos el cielo. Cristo nos quiere varones y varones perfectos. Así nos lo ordena también Pablo cuando dice: Hermanos: no seáis niños en la prudencia, sino en la malicia sed niños pequeños. Seamos niños en la malicia; huyamos de la perversidad; practiquemos la virtud, para que consigamos los bienes eternos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

CXLVI



Crisóstomo - Mateo 78