Crisóstomo - Mateo 80

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HOMILÍA LXXX (LXXXI)

Habiendo venido Jesús a Betania a casa de Simón el leproso, se le aproximó una mujer con un frasco de perfume de subido precio y lo derramó sobre la cabeza de Jesús, que estaba a la mesa (Mt 26,6).

ESTA MUJER parece ser la misma en todos los evangelistas; pero en realidad no es una y la misma. Yo pienso que es una y la misma la que presentan tres de los evangelistas; pero no es la que presenta Juan, sino que ésta es otra mujer admirable, hermana de Lázaro. Y no sin motivo menciona el evangelista!a lepra de Simón, sino para poner en claro el por qué la mujer se acercó tan confiadamente a Jesús. Se creía que la lepra era una enfermedad inmunda y abominable; y la mujer había visto que Jesús había curado a ese hombre y lo había librado de la lepra (porque es cierto que si Simón aún hubiera estado leproso, jamás habría querido estar en casa de él ni hospedarse ahí); y por lo mismo confió ella en que fácilmente purificaría su alma de la inmundicia de sus pecados.

Y no sin motivo el evangelista puso el nombre de la villa, o sea Betania, sino para que entiendas que con gusto él se acercaba a su Pasión. El, que anteriormente huyó de los judíos cuando éstos ardían en ira, ahora, por el contrario, se les acerca mucho: como a quince estadios. De manera que por aquí se demuestra que la fuga anterior fue simplemente un plan providencial. Así pues, habiéndolo visto la mujer y habiendo por lo dicho tomado confianza, se le acercó. Si la otra que padecía flujo de sangre, aunque no tenía cómo ésta noticia de Jesús, se acercó temblando y temerosa a causa de aquella impureza, que de suyo provenía de causas naturales, sin duda es verosímil que mucho más temería esta otra mujer, pues tenía conciencia de sus faltas.

Se acerca pues tras de otras muchas, como la samaritana, la cananea, la hemorroísa y otras, pues tenía conciencia de su lascivia y grande impureza. Y no se le acerca en público, sino en la casa. Y mientras todos los demás se acercaban a Jesús en busca de salud corporal, ella lo hacía únicamente por honrarlo y para alcanzar la salud del alma. Porque no sufría enfermedad en su cuerpo. De modo que por todo esto parece ser en gran manera digna de admiración. Y no se le acerca como a mero hombre, pues no lo habría enjugado con sus cabellos; sino como a un personaje superior al hombre. Por esto humilló lo más noble que tenía, que era su cabeza a los pies de Cristo. Y dice el evangelista: Cuando esto vieron los discípulos, lo llevaron a mal y decían: ¿A qué viene este derroche? Podía este ungüento venderse a gran precio y repartirlo entre los pobres. Conociendo esto Jesús, díples: ¿Por qué incomodáis a esta mujer? Pues ha realizado una obra buena conmigo. Porque a los pobres los tendréis siempre con vosotros; pero a mí no siem. pre me tendréis. Al derramar ésta su perfume sobre mi cuerpo ha pretendido embalsamarme para la sepultura. De verdad os digo: Dondequiera que sea predicado este evangelio en el 'universo mundo, se proclamará también lo que ella hizo, para memoria suya.

Habían los discípulos oído decir ai Maestro: Misericordia quiero más que sacrificio; y también cómo increpaba a los judíos porque descuidaban lo principal, o sea la misericordia, el juicio y la fe; y también cómo en el monte había exhortado largamente a la limosna; y con estos datos discurrían y pensaban en su interior que si Jesús no admitía los holocaustos y el antiguo culto, mucho menos aprobaría aquella unción Así pensaban ellos, pero Jesús, atendiendo a la intención con que la mujer lo hacía, se lo permitió; pues lo hacía con mucha piedad y devoción inefable. Acomodándose El a semejante devoción, le concedió derramar sobre su cabeza aquel ungüento.

Si no rehusó hacerse hombre y ser llevado en el seno de una mujer y ser amamantado ¿por qué te admiras de que no rechazase a esta mujer? Como su Padre había aceptado el humo y olor de los sacrificios, así El recibió benigno a la meretriz, dando por buena su intención y anhelo. También Jacob ungió con óleo una estela en honor de Dios; y en los sacrificios se ofrecía óleo, y con óleo eran ungidos los sacerdotes. Pero los discípulos, que ignoraban la intención de aquella mujer, inoportunamente la acusaban. Pero al acusarla dejaban ver la liberalidad que ella usaba.

Al decir ellos: podía haberse vendido el óleo en trescientos denarios, dejan ver que la mujer había gastado gran cantidad en comprarlo y por lo mismo cuán grande era su munificencia. Jesús los reprende y les dice: ¿Por qué incomodáis a esta mujer? Y añade el motivo que ella tuvo, para recordar su Pasión: Ha pretendido embalsamarme para la sepultura. Y añadió otro argumento: Pues a los pobres siempre los tendréis entre vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Y finalmente: Dondequiera que fuere predicado el evangelio, también se proclamará lo que ella ha hecho.

¿Observas cómo anuncia de antemano la salida hacia los gentiles y cómo también por aquí consuela a los discípulos de la muerte de El? Porque después de la cruz será tan grande e] poder de El, que la predicación se extenderá por todo el orbe. ¿Quién habrá tan necio que niegue esta verdad? Lo que predijo ya se ha cumplido; y a cualquier parte del mundo a donde vayas, oirás las alabanzas de esta mujer. No era ella persona ilustre, ni estaban presentes numerosos testigos, ni se llevó a cabo el hecho en una amplia reunión, sino en el interior de una casa y casa de un leproso, y no estando ahí sino los discípulos. Entonces ¿quién lo divulgó y proclamó? El poder del que hablaba. A la verdad, aun de muchos reyes y capitanes cuyos monumentos se yerguen todavía, se ignoran sus hazañas; y aun cuando hayan fundado ciudades y hayan fabricado murallas y en las guerras hayan salido vencedores y erigido trofeos y hayan sujetado a servidumbre a numerosas naciones, ahora ya no nos son conocidos ni por la fama ni aun por sus nombres, a pesar de que levantaron estatuas y dieron leyes; pero que una meretriz en la casa de un leproso haya derramado óleo, estando presentes apenas diez varones, esto lo celebran todos por el universo entero; y a pesar del grande lapso, no decrece la fama: persas, indos, escitas, tracios, saurómatas, mauros, habitantes de las islas británicas, todos encomian lo que sucedió en Judea, en una casa particular y no en público, y fue llevado a cabo por una mujer meretriz.

La benignidad inmensa del Señor permite que se le acerque una meretriz; una meretriz que le besa los pies; una meretriz que lo unge con ungüento y lo enjuga con sus cabellos; y El la aprueba; y reprende a quienes la increpaban, pues no debía ser reprendida ella por haber mostrado empeño tan noble. Considera, además, cómo ellos fueron luego tan inclinados a la misericordia y tan magnánimos. Mas ¿por qué Jesús no dijo simplemente: Ha hecho una obra buena? Sino que primero dijo: ¿Por qué incomodáis a esta mujer? Para que comprendieran que no se habían de pedir desde el principio cosas sublimes a los que son débiles. De modo que no se fija Jesús en la obra material, sino en conjunto con la persona que la ejecuta. Es evidente que si tratara de legislar no se referiría a la mujer. Quiere que entiendas que a ella en particular se refiere, para que no impidieran los discípulos la fe que en ella comenzaba a germinar, sino, al revés, la alentaran. Habla, pues, así para enseñarnos que hemos de acoger y alentar cualquiera obra buena que cualquiera realice, aunque él no sea tan perfecto; y que se le ha de conducir a mayor perfección en sus obras; y que a los principios no se ha de exigir toda exactitud y perfección.

Y es manifiesto ser esta la voluntad de Cristo, pues no teniendo El en dónde reclinar su cabeza, sin embargo ordenó que a todas partes se llevara la bolsa. El tiempo aquel no pedía que la cosa se enmendara, sino que se aceptara. Pues así como si antes de hacer aquello la mujer hubiera preguntado a alguien, éste le habría dicho que no lo hiciera, así ahora, pues la mujer ya lo había hecho, El mira únicamente a que la reprensión de los discípulos no la ponga en angustias, sino que confortada con su auxilio, con mayor fervor proceda en adelante a la perfección. En efecto, una vez que ella había vertido el ungüento, la reprensión que ellos le hacían ya no tenía lugar. Por tu parte, si ves a uno que adorna y ofrece los vasos sagrados o que pone orden y embellece cualquier otro objeto de ornato en los muros o en el pavimento de la iglesia, no vayas y vendas esos objetos, ni deshagas lo que ya se ha hecho, para que no le disminuyas al donante su fervor y prontitud de ánimo. Pero si antes de poner esos adornos te pide consejo ordénale que dé su precio a los pobres; puesto que Jesús, para no disminuir el fervor de aquella mujer, procedió así; y todo-cuanto dijo lo enderezó a consolarla. Luego, como había dicho: Ha pretendido embalsamarme para la sepultura, con el objeto de no poner en confusión a la mujer, haciendo mención-de su sepultura y muerte, mira cómo en seguida la consuela con estas palabras: Lo que ella ha hecho se proclamará en todo-el universo.

Esto servía al mismo tiempo de consuelo a los discípulos y de solaz y alabanza a la mujer. Como si dijera: En adelante todos la celebrarán y ahora se ha adelantado a anunciar mi Pasión, ofreciendo lo tocante a la sepultura; de modo que nadie tiene por qué reprenderla. Tan lejos estoy de condenarla como si hubiera hecho algo malo, o reprenderla como si hubiera delinquido, que no permitiré que su hazaña permanezca ignorada, sino que se sabrá en el universo entero lo que aquí dentro de la casa y en privado se ha verificado. Pues todo ha procedido de piedad, de su fe ardiente, de su ánimo contrito. Mas ¿por qué no le prometió también algún don espiritual, sino sólo esa perpetua memoria? Es que por este medio hizo que también esperara los dones espirituales. Puesto que hizo una obra buena, sin duda recibiría una digna recompensa.

Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote, se fue a los sumos sacerdotes y les dijo: ¿Qué me queréis dar y yo os lo entregaré? Entonces, ¿Cuándo? Cuando se decía lo que precede; cuando Jesús dijo: para la sepultura. Pero Judas no por eso temió, ni se arrepintió, ni tembló al oír que el evangelio se predicaría por todo el orbe. Lo que así se afirmaba era propio de un poder inefable. Al tiempo mismo en que todos, aun las mujeres, y mujeres meretrices, tan grandemente honraban a Jesús, Judas llevaba a cabo su crimen diabólico. ¿Por qué los evangelistas añaden el apellido de Judas? Porque había en el grupo apostólico otros Judas. Sin embargo, no dudan en afirmar que ese era del número de los doce. De modo que no ocultan nada de lo que podía parecer deshonroso. Podían haber dicho simplemente que fue uno del número de los discípulos, pues había otros discípulos además de los doce. Pero expresan: del número de los doce. Como si dijeran: del grupo primero que Jesús eligió como escogidos y óptimos y que estaban con Pedro y Juan. Es que sólo se preocupaban de decir la verdad y no oscurecían los hechos. Así pasan en silencio muchos milagros; mientras que nada omiten de lo que parecía ser deshonroso, ya sea en las palabras ya en. las obras o en otra cosa cualquiera: todo lo narran fielmente y con absoluta franqueza.

Y esto lo hacen no solamente los tres evangelistas, sino también Juan, el de los sublimes discursos. Este en especial refiere-las injurias y oprobios que Jesús toleró. Considera, además, la. enormidad del crimen de Judas; y cómo voluntariamente fue a los sumos sacerdotes, y celebró el contrato pecuniario por una cantidad tan mezquina. Lucas dice que celebró el contrato, con los oficiales del templo. Es que a causa de las sediciones de los judíos, habían los romanos puesto algunos oficiales que vigilaban el buen orden. Los judíos ya no gobernaban, según, la profecía.

Pues bien: a éstos se acercó Judas y les dijo: ¿Qué me queréis dar y yo os lo entregaré? Ellos le fijaron treinta sidos de plata. Y desde aquel momento, buscaba ocasión oportuna para entregarlo. Porque también él temía a la multitud y no pensaba ni procuraba otra cosa, sino prenderlo. ¡Oh necedad! ¿Cómo lo cegó a tal punto la codicia del dinero? Había visto a Jesús muchas veces pasar por entre los judíos sin que éstos lo aprehendieran; y lo había visto dar repetidas pruebas de su poder divino; y sin embargo, esperaba que podría capturarlo; y esto sobre todo cuando Jesús le había dicho tantas palabras, tan terribles unas y tan mansas otras, para que abandonara su mal propósito. En la cena no omitió nada para cuidar de él; y hasta el último día le hacía referencias a lo que iba a hacer. Pero a Judas nada le aprovechó. Sin embargo, el Señor no desistió en poner cuanto estaba de su parte.

Sabiendo esto nosotros, pongamos todos los medios para convertir a los pecadores y a los tibios, amonestándolos, adoctrinándolos, rogándoles, exhortándolos, aconsejándolos, aun cuando nada aventajemos. Sabía Jesús de antemano que Judas jamás se enmendaría; y sin embargo no cesaba de poner lo que estaba de su parte, amonestándolo, amenazándolo, llamándolo infeliz, y haciendo esto nunca abierta sino veladamente. Al tiempo mismo de la traición soportó que lo besara, pero Judas de nada se aprovechó. ¡Tan grande mal es la avaricia! Esta lo hizo traidor y sacrilego. Oídlo todos los avaros que sufrís esa misma enfermedad de Judas: oídlo y guardaos de esa dolencia. Si aquel que vivía con Cristo, que había hecho milagros, que de tan grande instrucción y doctrina gozaba, por no haberse librado de semejante enfermedad se despeñó en un abismo tan profundo, mucho más os sucederá a vosotros que ni escucháis las Escrituras, sino que constantemente habéis estado apegados a las cosas presentes: fácilmente quedaréis prisioneros y enfermos si no vigiláis a la continua.

Vivía Judas siempre al lado de Jesús, que no tenía ni en dónde reclinar su cabeza; y con obras y palabras diariamente era instruido acerca de que no conviene poseer oro ni plata ni dos túnicas; y sin embargo no se enmendó. Entonces ¿cómo esperas librarte tú de semejante dolencia, si no pones mucho cuidado y empeño? Terrible, por cierto, terrible es esta fiera. Pero si quieres, con facilidad la vencerás. Porque la codicia no nace por necesidad natural, como es manifiesto por los que no la han experimentado; puesto que lo que procede de la naturaleza es común a todos, mientras que esta pasión tiene su origen únicamente en la desidia: de ahí brota, por ahí se aumenta; y a quienes una vez captura y la anhelan los hace vivir como seres no humanos. Porque desconocen a sus conciudadanos, a sus amigos, a sus hermanos y demás parientes; y en una palabra, a todos y aun a sí mismos. ¿Cómo pues no ha de ser esto vivir fuera de la humana naturaleza? De modo que es manifiesto que su enfermedad perversa es algo que está fuera de la naturaleza humana y es dolencia de avaricia: es en la que cayó Judas y se hizo traidor.

Preguntarás: ¿cómo pudo ser que llegara hasta eso, habiendo sido llamado por Cristo? Es que la vocación divina a nadie obliga, ni violenta la voluntad de quienes no quieren escoger el camino de la virtud, sino que solamente exhorta y aconseja y lo hace todo para persuadirnos a ser buenos; pero si algunos se le resisten, no los fuerza. Si quieres, pues, saber cómo llegó Judas a ser lo que fue, encontrarás que se perdió por la codicia de los dineros. Instarás: ¿cómo quedó preso de una pasión? Por haber sido descuidado y perezoso. Por este camino se llega a esos cambios de conducta, así como por la diligencia vienen los cambios contrarios. Así por ejemplo: ¿cuántos que eran sumamente iracundos son ahora más mansos que las ovejas? ¿Cuántos lascivos antes, fueron luego castos? ¿Cuántos avaros antes y ladrones, son ahora dadivosos?

De modo que lo contrario nace de la desidia. Vivía Giezí con un varón santo, pero él se tornó malvado y enfermó de esta misma dolencia, la más terrible de todas. De ella nacen los violadores de sepulcros; de ella, los homicidas; de ella, las guerras y disensiones; de ella, toda clase de males. Un hombre así enfermo en todas partes resulta inútil: no es para capitanear ejércitos ni para desempeñar magistraturas civiles; y no sólo es inútil en las cosas de la república, sino también en las privadas y domésticas. Si ha de desposar a una joven, no desposará a una virtuosa sino a la peor de todas; si ha de comprar una casa, no la compra tal que convenga a un hombre libre, sino la que mayores ganancias le proporcione. Si ha de adquirir esclavos u otra cosa cualquiera, optará siempre por lo de más vil precio.

Pero ¿a qué hablar de capitanes de ejércitos ni de magistrados ni de asuntos domésticos? Aun cuando se trate de un rey, será el más miserable de todos, daño del universo, pobre más que todos. Su disposición de ánimo en nada se diferencia del vulgo; no porque piense que están en sus manos los bienes de todos, sino porque es él uno de tantos. De modo que al mismo tiempo que arrebata los bienes de todos, todavía estimará que posee menos que todos. Comparando lo que posee con lo que ambiciona y no ha alcanzado aún, estimará que todo es nada si con esto se compara. Por esto dijo alguno: Nadie es más inicuo que el avaro. Quien es tal, a sí mismo se ha vendido y cruza por todas partes como enemigo común de todos, doliéndose de que la tierra no produzca en vez de espigas oro y las fuentes en vez de agua y los montes en vez de rocas. Se queja de los años fértiles, pues se ve constreñido a ayudar al bien público; se fastidia de todo negocio que no produce plata; todo lo soporta con tal de ganar dos óbolos.

Aborrece a todo el mundo: pobres y ricos. A los pobres, no sea que se le acerquen a pedir; a los ricos, porque no posee aún tanto como ellos. Cree que todos poseen lo que a él pertenece. Como si todos lo dañaran, se enfurece contra todos. Ignora lo que es plenitud, no sabe lo que es saciedad, es 'el más miserable de todos. En cambio, quien está lejos de ese vicio, es el hombre más feliz que todos los filósofos. El hombre virtuoso, aun cuando sea un esclavo, aun cuando se encuentre encadenado, es el más feliz de todos. Nadie le hace mal alguno, aun cuando el mundo entero se congregue en armas contra él y venga con ejércitos y lo combata. En cambio, el vicioso y que es tal como lo acabamos de describir, aun cuando sea rey, aunque se adorne con millares de diademas, de cualquiera padecerá lo peor: hasta tal punto es débil la maldad; hasta tal punto es fuerte la virtud.

¿Por qué lloras por hallarte en pobreza? ¿Por qué lloras si vives en fiesta? Porque ese tiempo es tiempo de festival. ¿Poi qué lloras? La pobreza es una fiesta si tú eres moderado y sabio. ¿Por qué lloras, oh niño? Porque a un hombre que por eso llora, lo conveniente es llamarlo niño. ¿Te ha azotado alguien? ¿Qué importa? Te ha hecho adelantar en la virtud de la paciencia. ¿Es que te robó tus dineros? Te ha quitado una gran carga. ¿Te hirió en tu fama? Pues bien: con eso me estás diciendo que posees un nuevo género de libertad. Oye cómo filosofan los gentiles: Tú nada has sufrido si sabes disimular. ¿Es que te robó aquella gran mansión circuida de muros? Pues mira que tienes delante toda la tierra y los edificios públicos, ya los quieras para tu descanso, ya para tu utilidad. ¿Hay algo más agradable y bello que el firmamento de los cielos? ¿Hasta cuándo os consideraréis mendigos y pobres? No puede ser rico quien no lleva la riqueza en el alma; lo mismo que no puede ser pobre quien no lleva la pobreza en su ánimo.

Más excelente es el alma que el cuerpo, y por esto las cosas que son menos preciosas que ella no pueden atraerla. En cambio ella, como señora que es, atrae a sí y cambia en sí aun las cosas que no le son propias. Cuando el corazón sufre algún daño, hace que lo sufra todo el cuerpo; si se descompensa, destruye todo el cuerpo. Pero si, por el contrario, se encuentra bien compensado, resulta útil a todo el cuerpo. Si cualquier otro órgano se enferma, mientras el corazón permanece interiormente sano, fácilmente echa del cuerpo cualquier enfermedad. Para mayor claridad en expresarme, pregunto: ¿De qué sirve el verdor de las ramas si la raíz del árbol está seca? ¿Qué daño se le sigue de que las hojas superiores se le sequen, si la raíz permanece sana y vigorosa? Pues igualmente, a nuestro propósito, si el alma está pobre, ninguna utilidad acarrean las riquezas; y ningún daño acarrea la pobreza si el alma está rica.

Preguntarás: ¿cómo puede ser que el alma esté rica si faltan las riquezas? Respondo que es entonces cuando más rica se halla: entonces suele enriquecerse. Siendo verdad, como muchas veces lo hemos demostrado, que el rico se conoce en el desprecio de las riquezas, por el cual de nada necesita; y el pobre se conoce en que anda necesitado; y que es más fácil despreciar las riquezas siendo pobre que poseyéndolas, queda manifiesto que la pobreza es la que engendra mayores riquezas. Que el rico codicie riquezas más que el pobre es cosa que todos lo saben; así como más sed sufre el ebrio que quien ha usado moderadamente de la bebida. No es tal la codicia que se extinga con la abundancia, sino más bien se inflama con mayor fuerza. El fuego, cuanto mayor alimento recibe, tanto más se aviva. Lo mismo es la codicia del dinero: cuanto más oro se recibe, tanto más aquella se acrecienta.

Si pues anhelar más es verdadera pobreza, quien en las riquezas más anhela es sobre todos pobre. ¿Adviertes cómo el alma entonces es más pobre cuando el hombre es más rico; y por el contrario, entonces se enriquece cuando el hombre es pobre de dineros? Pues bien, si quieres que esto lo examinemos en dos personas, preséntense dos individuos de los cuales uno posea

diez mil talentos y otro en cambio solamente diez. Ahora despojémoslos. ¿Cuál de los dos se dolerá más? ¿No será por ventura el que perdió los diez mil? Pero es claro que no se dolería más si no los amara más. Y si más los ama, más los codicia; y si más los codicia, es más pobre. Porque es un hecho que codiciamos más aquello de que tenemos más necesidad: de la necesidad nace la codicia. En donde hay saciedad no puede haber codicia. Padecemos más la sed cuando necesitamos beber. Todo esto lo he dicho para demostrar que si estamos vigilantes y despiertos, nadie puede causarnos daño. El daño no nos viene de la pobreza, sino de nosotros mismos. Os ruego, en consecuencia, que echemos lejos esa enfermedad de la avaricia con toda diligencia, para que seamos ricos en este mundo y además consigamos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

CXLVII


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HOMILÍA LXXXI (LXXXII)

El día primero de los ázimos se llegaron a Jesús los discípulos y le dijeron: ¿Dónde quieres que te dispongamos para que comas la cena pascual? El les dijo: Id a la ciudad, a casa de cierto hombre y decidle: El Maestro dice: Mi hora está cercana. Celebraré la Pascua en tu casa con mis discípulos (Mt 26,17-18).

LLAMA EL EVANGELISTA día primero de los ázimos al que precedía a los ázimos, porque suelen los judíos contar el día comenzando de la tarde. Menciona aquí el día en cuya tarde se había de inmolar el cordero pascual. Porque se acercaron a Jesús el quinto día de la semana, antes del sábado. Otro evangelista a este día lo llama antecedente a los ázimos, para indicar el tiempo en que los discípulos se acercaron a Jesús Otro dice: Llegóse el día de los ázimos, cuando era necesario inmolar el cordero pascual. De modo que la expresión llegóse significa: estaba próximo, estaba a la puerta; es decir que se refiere a la dicha tarde. Porque comenzaban desde la víspera; por lo cual todos añaden: Cuando se inmolaba el cordero pascual.

Y dicen los discípulos: ¿En dónde quieres que te dispongamos para que comas la cena pascual? Por aquí se ve claro que no tenía él en Jerusalén ni casa ni hospedaje; y yo creo que tampoco lo tenían los discípulos. De otro modo, le habrían rogado acogerse ahí. Pero no tenían casa: habían ya renunciado a todas las cosas. ¿Por qué Jesús celebró la Pascua? Para demostrar que hasta el último día de su vida jamás fue adversario de la Ley. ¿Por qué remite los discípulos a un hombre desconocido? Para demostrar también con esto que si hubiera querido no habría padecido. Quien con solas unas palabras dispuso el ánimo de ese ignoto para que recibiera a los discípulos ¿no habría podido cambiar el ánimo de los que lo crucificaban, si no hubiera querido padecer?

Hizo aquí lo que ya había hecho cuando lo de la pollina. Porque entonces dijo: Si alguno os dice algo, le diréis: El Señor la necesita? Y lo mismo ahora: El Maestro dice: celebraré la cena pascual en tu casa. Por mi parte no sólo me admiro de que haya escogido a un desconocido, sino además de que, esperando que se levantaría contra él un furor tan grande y una guerra sin cuartel, despreciara el odio de la multitud. A los discípulos que lo ignoraban dio una señal como la del profeta a Saúl: Encontrarás un hombre que lleva un odre de vino? Aquí Jesús dice: Que lleva un cántaro.

Advierte aquí también una demostración de su poder, pues no sólo dijo: Celebraré la cena pascual, sino además: Mi hora está cercana. Lo dijo para recordar con frecuencia a los discípulos su Pasión; y para que con el frecuente recuerdo meditaran de nuevo el suceso que se avecinaba; y para declarar, como ya varias veces lo he dicho, tanto al que lo recibía en el cenáculo como a todos los judíos, que no iba por fuerza a padecer. Y añadió: Con mis discípulos, para que fuera suficiente lo que se preparara, y que viera el anfitrión que no procuraba ocultarse.

Al atardecer se puso a la mesa con sus discípulos. ¡Oh impudencia de Judas! Porque ahí se hallaba presente y había venido a participar de los misterios y de la cena; y se le convencía de traición en la mesa misma de modo que aún cuando hubiera sido una fiera se habría ablandado. El evangelista indica que mientras comían, Cristo habló de la traición de Judas, para declarar por aquí, por las circunstancias del tiempo y de la comida, la perversidad del traidor.

Habiendo procedido los discípulos como Jesús les había ordenado, llegada la tarde se puso a la mesa con ellos. Y mientras comían, dijo: En verdad os digo que uno de vosotros me entregará. Pero antes de la cena le lavó los pies. Observa en qué forma se abstiene de designar al traidor. Porque no lo señaló, ni dijo: Ese es el que me va a entregar, sino: Uno de vosotros. con el objeto de que permaneciendo oculto, tuviera lugar de arrepentirse; y prefirió Jesús aterrorizar a todos para salvar a éste. Como si les dijera: Uno de vosotros, los doce que a todas partes me acompañáis y a quienes he lavado los pies y a quienes tantos bienes he prometido.

Entonces el pesar acometió a todo aquel sagrado coro. Juan afirma que se conturbaron y se miraron unos a otros; y que uno por uno le preguntaron, temiendo de sí mismos, aunque no tenían conciencia de crimen. Dice, pues, Juan: Y contristados sobremanera, se pusieron a preguntarle cada uno de ellos: ¿Acaso soy yo, Maestro? El respondiendo dice: Aquel a quien yo diere el bocado que voy a mojar, ése es. Advierte cuándo por fin lo descubrió: cuando quiso librar a los demás de las ansiedades de ánimo; pues por el pavor estaban como muertos, y por esto lo apretaban a preguntas. Pero lo hizo no únicamente por librar del terror a los otros, sino además para procurar la enmienda del traidor. Pues cuando Judas oía en general lo de la traición y no se conmovía, Jesús acaba por desenmascararlo para más tocarle el corazón.

Así pues, cuando los otros, llenos de tristeza, preguntaban: ¿Acaso soy yo, Señor? El, respondiendo, dijo: El que mete conmigo la mano en el plato es quien me entregará. Y cierto, el Hijo del hombre marcha conforme a lo que de El está escrito. Pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado! Más le valiera a tal hombre no haber nacido. Hay quienes refieren que Judas fue tan petulante que sin reverencia al

Maestro metió la mano en el plato del Señor. Por mi parte, yo pienso que fue Cristo quien lo hizo, para más avergonzar a Judas y traerlo a mejores sentimientos.

Hay aquí algo más profundo y que no se ha de pasar a la ligera, sino enclavarlo en vuestro ánimo, a fin de que jamás cedamos a la ira. Porque ¿quién que medita en aquella cena y ve al traidor sentado a la mesa junto al Salvador de todos, junto al Señor que iba a ser traicionado, usando de tan manso lenguaje, no echará muy lejos todo el veneno de su ira y furor? Mira desde luego con cuánta mansedumbre habla Jesús: Y cierto, el Hijo del hombre marcha conforme a lo que de El está escrito.

Dijo esto para confirmar a los discípulos y que no tomaran aquello a debilidad; y también para enmienda del traidor. Pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado! Más le valiera a tal hombre no haber nacido. Nota de nuevo la suavidad inefable en la forma de argüirle. No usa expresiones acres, sino más bien de conmiseración y todavía en modo oscuro: y eso que no sólo la perversidad precedente, sino también la subsiguiente impudencia merecían se le tratara con alta indignación.

Porque Judas, aun convicto ya de su crimen, todavía pregunta: ¿Acaso soy yo, Señor? ¡Oh descaro! Teniendo conciencia de su crimen, lo pregunta. El evangelista, admirado de aquella desvergüenza, cita esas palabras. ¿Qué le contesta el mansísimo y dulcísimo Jesús? Tú lo has afirmado. Podía haberle dicho: ¡Execrable criminal y malvadísimo! Tras de andar engendrando por tanto tiempo esta fechoría; tras de celebrar el pacto diabólico de entrega; tras de recibir el bien pesado dinero, ahora tú, por mí convencido, ¿todavía te atreves a preguntarlo? Pero nada de eso le dijo Jesús, sino ¿qué?: Tú lo has dicho, con lo que nos marcó la ley acerca de cómo hemos de tolerar las injurias.

Dirá tal vez alguno: Si estaba escrito que Cristo había de padecer en esa forma ¿por qué se acusa a Judas? Pues al fin y al cabo él se redujo a llevar a cabo lo que ya estaba escrito. Respondo: no procedió Judas con esa intención, sino como criminal. Y a la verdad, si no examinas las intenciones, al mismo demonio lo librarás de culpa. Pero ¡no, no van las cosas por ese camino! El diablo y Judas merecen infinitos castigos, aun cuando por ese medio se haya salvado el orbe. En fin de cuentas, ni nuestra salvación la operó el traidor Judas, sino la sabiduría de Cristo, quien con habilidad suma aprovechó los crímenes ajenos para salvación nuestra.

Instarás. Pero, bueno: si Judas no hubiera traicionado, ¿habría traicionado algún otro? Respondo que eso nada tiene que ver con lo que investigábamos. Dirás: Pues si Cristo había de ser crucificado, era necesario que por alguien lo fuera. Y si por alguien, sin duda por Judas. Porque si todos hubieran sido buenos, por aquí se habría impedido el negocio de nuestra salvación. Respondo: ¡de ninguna manera! Porque El, sapientísimo como es, sabía perfectamente con qué providencia y economía había de ordenar nuestros intereses, aun cuando las cosas no hubieran acaecido como acaecieron. Al fin y al cabo su sabiduría es poderosa e incomprensible. Y para que nadie pensara que Judas había sido ministro de la actual providencia salvadora, Jesús lo llamó infeliz y miserable.

Insistirás todavía: Si fue mejor que semejante hombre no existiera ¿por qué permitió Dios que naciera; y no solamente éste sino todos los que son perversos? Respondo: cuando convenía que tú acusaras a todos los perversos, pues pudiendo obrar de un modo distinto, sin embargo se tornaron perversos, tú, dejándolos a un lado, te pones a examinar con vana curiosidad lo tocante a Dios, a pesar de que sabes que nadie es por necesidad perverso. Dirás todavía: Sin embargo, hubiera convenido que sólo nacieran los buenos y entonces no habría habido necesidad ni de la gehena ni de penas y castigos ni rastro de maldades. De modo que lo mejor hubiera sido que los malos o no hubieran nacido, o bien si hubieran nacido, que inmediatamente murieran.

Pues bien, antes que nada, debo repetirte aquello del apóstol: ¡Vamos, hombre! ¿Quién eres tú para que pidas cuentas a Dios? ¿Acaso dirá la obra modelada al que la modeló: Por qué me hiciste así? Pero si buscas razones, ie diríamos que mayor causa hay para admirarse de que existan los buenos mezclados con los malos; puesto que así brilla mejor la paciencia y virtud de aquéllos. En cambio tú, al afirmar lo que dices, suprimes toda ocasión de batallas. Pero entonces dirás: ¿para que unos se hagan mejores otros han de ser castigados? ¡Lejos tal cosa! Los malos son castigados por su perversidad. Pues no son malos por haber nacido, sino por su desidia, y por eso se les castiga. ¿Cómo no han de ser dignos de castigo quienes tantos maestros tienen para la virtud, pero ningún provecho sacan de eso? Así como los buenos son dignos de recompensa por dos motivos, por ser buenos y porque no permitieron que los malos los dañaran, así los malos son dignos de doble castigo, por ser malos habiendo podido ser buenos (como se demuestra por .el caso de los que son buenos), y también porque no se aprovecharon del ejemplo de los buenos.

Pero veamos ya qué responde el mísero Judas, una vez que lo ha corregido el Señor. ¿Acaso soy yo, Señor? ¿Por qué no lo preguntó desde un principio? Creyó quedar encubierto por haber dicho Jesús: Uno de vosotros. Ahora, una vez ya des. cubierto, se atreve a preguntar, confiando en la mansedumbre del Maestro y esperando que Jesús no lo redargüiría Por tal xnotivo lo llamó Rabí. ¡Oh ceguedad! ¡hasta dónde llevó a Judas! Pero así es la codicia del dinero: hace petulantes, hace necios, de hombres hace canes. Es decir, peores que los canes, pues de canes los torna en demonios. Judas seguía al demonio que lo acechaba; y traicionó a Jesús su bienhechor, cuando ya por su determinación perversa se había convertido él mismo en demonio. En esto transforma a los hombres el insaciable anhelo del dinero: en locos furiosos, necios, totalmente entregados a las riquezas, como lo fue Judas.

Mas ¿cómo es que Mateo y los otros evangelistas dan a entender que el diablo se apoderó de Judas cuando éste tramó la traición con los príncipes de los sacerdotes; y en cambio Juan dice que tras del bocado fue cuando entró en él Satanás? Y esto sabiendo con certeza lo otro, puesto que antes dijo: Y durante la cena, como el diablo ya hubiese inspirado al corazón de Judas el propósito de entregarlo? ¿Cómo es pues que -dice: Tras del bocado entró en él Satanás? Es que el demonio no entra de lleno y precipitadamente, sino que primero hace sus experimentos con diligencia, como en este caso. Al principio va poco a poco, y sin ser sentido se acerca y comienza plácidamente la batalla; y cuando ve que el alma está dispuesta a recibirlo, finalmente se introduce en Judas a la manera de un aliento y en absoluto lo dominó.

Pero ¿por qué comían la Pascua obrando contra la Ley? Porque era necesario comerla antes de sentarse a la mesa. ¿Qué se puede responder? Que primero comieron el cordero pascual y luego se sentaron a cenar. Otro evangelista dice que en esa tarde no sólo comió la Pascua, sino que dijo: Con ardiente anhelo he deseado comer con vosotros esta cena pascual, es decir, este año. ¿Por qué? Porque en ella estaba la salud del orbe, y en ella se entregarían los misterios, y por medio de la muerte se acabaría la tristeza: hasta tal punto anhelaba Cristo la crucifixión.

Pero a Judas, fiera descomunal, nada lo conmovió, nada lo doblegó. Cristo lo amenazó con estas palabras: ¡Ay de aquel! Además le puso terror diciendo: Más le valiera no haber nacido. Y provocándole vergüenza, dice: Aquel a quien yo diere el bocado que estoy mojando. Mas nada lo hizo cejar en su traición: quedó cogido por la locura que produce la avaricia y por otra más grave enfermedad. Porque la ira furiosa es más grave aún. En efecto: ¿cuándo un hombre furioso hizo lo que éste? No arrojaba espumarajos por la boca, pero respiraba ira contra el Señor; no retorcía las manos, pero las extendía para vender la sangre preciosa. Por esto era mayor su furor, pues estando en sus sentidos así enloquecía. Dirás: ¡sí! pero no hablaba palabras ininteligibles. ¿Hay palabras más ininteligibles que aquellas: Qué queréis darme y yo os lo entregaré? El demonio clamaba por su boca. ¡Sí! pero no golpeaba la tierra pateando. ¡Cuánto mejor hubiera sido que pateara, a perma. necer erecto en semejante situación! ¡Sí! pero no se golpeaba a sí mismo contra las piedras. ¡Cuánto mejor le hubiera estado esto que no el emprender crimen semejante!

¿Queréis que ahora traigamos al medio a los posesos y los comparemos con los avaros? Pero que ninguno de vosotros se dé por aludido y lo tome a injuria. No acusamos a la humana naturaleza, sino a la pasión. El poseso nunca está vestido, se golpea contra las piedras, corre por lugares ásperos y abstrusos, agitado fuertemente por el demonio. ¿Acaso no es horrendo este espectáculo? Pues ¿qué si os mostramos ser los avaros peores aún y que en su alma cometen cosas peores, tales que las de los posesos parecen cosas de juego? ¿No huiréis de semejante enfermedad? Pero, en fin, veamos cuál de entrambos parezca más tolerable.

En la realidad en nada se diferencian, pues ambos son intolerables. Son más repugnantes que infinitos hombres desnudos. Porque al fin y al cabo es mucho mejor andar sin vestido que no vestido de rapiñas, como lo hacen los bacantes de Dionisos. Lo mismo que éstos, también los avaros y los posesos llevan máscaras y trajes propios de locos. Y así como en los posesos la desnudez es efecto de su locura, del mismo modo, creo yo, el traje del avaro se ha de atribuir a su locura. Traje que es peor que la desnudez misma. Y voy a procurar demostrarlo. ¿A quién llamamos más loco? ¿al que a sí mismo se destroza o al que juntamente destroza a todos cuantos encuentra? ¡Claro es que a éste último! De modo que el poseso arroja sus vestidos, pero los avaros desnudan a cuantos topan. Pero ¿es que los posesos desgarran los vestidos? Pues cuánto más preferirían los demás que les desgarraran los vestidos a ser despojados de todos sus haberes ¿Es que no hieren en el rostro? Precisamente eso es lo que más practican los avaros y ladrones, aunque no todos. Pero, en fin, golpean el estómago ajeno y le causan los más graves dolores con el hambre y la pobreza. Ojalá mordieran con los dientes y no con los dardos de su rapacidad, que son más duros que los dientes.

Porque dice la Escritura: Sus dientes son lanzas y saetas. ¿Quién se duele más: el que sólo una vez es mordido y enseguida se cura, o el que continuamente se encuentra roído por los dientes de la pobreza? Porque la pobreza involuntaria es más cruel que los hornos y las bestias feroces. ¡Sí! Pero los avaros no andan vagando por sitios desiertos como los posesos. Ojalá vagaran por los desiertos y no por las ciudades ¡pues con esto vivirían tranquilos todos los que habitan las ciudades.

Ahora, en cambio, los avaros les resultan más intolerables que los mismos posesos, puesto que practican en las ciudades lo que aquéllos en los desiertos; y las convierten en desiertos y roban a cuantos encuentran, como si se hallaran en pleno desierto, en donde nadie puede impedirlos.

Pero no lapidan a los que encuentran. ¿Qué importa eso? Al fin y al cabo, es fácil cuidarse de las piedras. En cambio, las heridas que con pluma y tinta se infieren a los infelices pobres, redactando documentos henchidos de golpes ¿quién de aquellos con quienes se topan los puede evitar? Veamos ahora cuánto mal se hacen a sí mismos. Caminan desnudos por el mundo, pues no llevan el vestido de las virtudes. Y si esto a ellos no les parece vergonzoso, nace de su gran locura, que no les permite contemplar su ignominia: ¡se avergüenzan de llevar desnudo el cuerpo y de llevar el alma desnuda se glorían!

Y si quieres te diré la razón de su insensibilidad. ¿Cuál es? Entre muchos otros desnudos se desnudan y por eso ya no se avergüenzan, como sucede con nosotros en los baños. Si hubiera muchos vestidos de virtud, sentirían ellos más pudor. Pero ahora, lo más digno de lágrimas es que como abundan los perversos, ya no se tiene pudor de la perversidad. El demonio entre otros daños ha causado también éste: que ya ni siquiera sientan su perversidad y que haya perecido el pudor a causa de la multitud de los perversos: si el vicioso se encontrara en una re. unión de hombres virtuosos, mejor conocería su propia desnudez. De modo que es cosa manifiesta que ellos andan más desnudos que los mismos posesos. Y que anden vagando por sitios desiertos, nadie habrá que lo niegue. Porque la senda ancha y el camino espacioso, en realidad son más solitarios que cualquiera de los desiertos. Pues aun cuando abunden en caminantes, no hay entre ellos un solo hombre, sino sólo serpientes, escorpiones, lobas, víboras y áspides, pues todo eso son los que practican la maldad.

Semejantes caminos no únicamente están desiertos, sino qu" además son ásperos. Se ve claro por aquí: no desgarran tanto, a quienes van subiendo a una cumbre las piedras, los precipicios cortados a pico, como desgarra la avaricia a las almas que a ella se entregan. Y que los avaros vivan entre sepulcros, a la manera de los endemoniados, y más aún, que ellos mismos sean sepulcros, también se ve claro. ¿Qué cosa es un sepulcro? Una piedra que contiene los cuerpos de los que han muerto. Ahora bien ¿en qué se diferencian los avaros de esas piedras? Por el contrario, son más miserables ellos que ellas. Porque el avaro no es una piedra que contiene un cadáver, sino un cuerpo más insensible que las piedras y que lleva dentro de sí un alma muerta. De modo que no errará quien los llegue a llamar sepulcros. Así llamó el Señor a los judíos. Y por eso añadió: Por dentro están repletos de rapiñas y avaricia.

¿Queréis finalmente que os demuestre en qué manera se dan de cabeza los avaros contra las piedras? ¿Por dónde lo demostraremos?. . Mas primero dime tú si quieres conocer esto por las cosas presentes o por las futuras. Ellos no hacen gran caso de lo futuro. Tratemos pues de las cosas presentes. ¿Más duros que cualesquiera peñas no son los cuidados que no hieren las cabezas sino que roen las almas? Temen ellos que vuele de su casa lo que injustamente adquirieron. Temen lo peor. Se irritan. Se enfurecen contra propios y extraños. En olas se suceden en ellos la tristeza, el temor, la cólera; y como si fueran saltando de un precipicio en otro, día por día esperan lo que aún no poseen.

Por esto, ni lo que poseen les engendra placer, pues no confían en poderlo conservar seguro, y porque con toda el alma anhelan lo que aún no poseen. Al modo como uno que sufre perennemente de sed, aunque se beba fuentes enteras, no siente placer, pues no puede saciarse, así los avaros, no sólo no se deleitan, sino que tanto más son atormentados cuanto más es lo que poseen, porque su codicia es insaciable. Esto por lo que se refiere a las cosas presentes. Pero hablemos ahora del futuro día del juicio, pues aun cuando a ellos no les importe vale la pena hablar de él. En eso futuro día, de todos lados sufrirán tormentos. Porque cuando el Juez dice: Tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber, con semejantes palabras los castiga; y cuando dice: Id al juego eterno preparado para el diablo, envía en efecto allá a los que abundaron en mal habidas riquezas. Y el siervo aquel malvado que no distribuye entre sus consiervos los bienes de su amo, está incluido entre los avaros; y también el que enterró el talento; y también las vírgenes necias. Y por donde quiera que vayas verás que los ricos son castigados. Unas veces oirás que se les dice: Hay un grande abismo entre nosotros y vosotros; otras oirás: Apartaos de mí al fuego eterno que está preparado para vosotros. Entonces, partido por medio, irán a donde hay rechinar de dientes; y se verán echados de todas partes y que no tienen sitio, si no es en la gehena.

¿De qué nos servirá entonces el haber tenido la recta fe para salvarnos, cuando esa sentencia escuchemos? Ahí habrá rechinar de dientes, tinieblas exteriores, fuego preparado para 'el demonio y el ser partido por medio y el ser rechazado y empujado. Acá en la vida presente hay enemistades, calumnias, peligros, cuidados, asechanzas, odio de todos, abominación universal, aun de parte de quienes parecen ahora adularnos. Pues así como a los buenos los admiran todos, incluso los malvados, así a los perversos los aborrecen no únicamente los buenos, sino también los otros perversos. Tan verdadero es esto, que yo preguntaría de buena gana a los mismos avaros si no es un hecho que mutuamente se envidian, si entre sí no son tan enemigos como si mutuamente se hubieran ofendido, si no se recriminan mutuamente, si no estiman ser una injuria aquello mismo que están practicando, cuando alguno les arroja a la cara ese oprobio. Porque la avaricia es un oprobio, y oprobio-extremo, y prueba clara de suma perversidad. Si no puedes despreciar las riquezas ¿cómo podrás vencer la concupiscencia de la carne, la vanagloria, la cólera, la ira? ¿Cómo podrá cual, quiera de esos avaros moderarse en cosas como éstas?

Los médicos atribuyen a la complexión del cuerpo la ira, y la cólera furiosa y la violencia de esas pasiones y movimientos; y piensan que una complexión más cálida y húmeda constituyen al lascivo, mientras que una más seca constituye al furioso e iracundo y colérico. En cambio, la avaricia a nada de eso la atribuyen. De manera que esta enfermedad nace únicamente del descuido y la desidia.

Os ruego, pues, que todo eso lo enmendemos; y cambiemos en las virtudes contrarias las demás enfermedades del aúna que ocurren según las edades. Si navegando por los varios tramos de la vida, evitamos los trabajos anexos a la virtud; y a través de una serie continua de naufragios llegamos al puerto con las barcenas espirituales vacías, sufriremos los castigos más tremendos. Amplio mar es la vida presente. Y así como en el mar material hay diversidad de golfos, y cada cual tiene sus propias tempestades, pues el mar Egeo está plagado de vientos fuertes, el Tirreno de angosturas, el vecino a Libia es peligroso por los escollos, y la Propóntide, fuera del Euxino, lo es por la vehemencia de sus corrientes, y el más allá de Cádiz lo es por estar inexplorado y ser poco frecuentado, y las demás regiones marinas lo son por diversas causas, así sucede en el mar de nuestra vida.

El primer golfo y seno es la edad pueril, expuesta a tempestades sin cuento a causa de la imprudencia, la excesiva facilidad y maleabilidad y por no estar aún fijo y maduro el carácter. Por esto constituimos pedagogos y maestros para los niños, a fin de que éstos suplan lo que aún falta a la naturaleza, como se hace en el mar mediante el arte de navegar. Viene después la adolescencia, mar de vientos vehementes, como los del Egeo, a causa del desarrollo de la concupiscencia. En esta edad las enmiendas son muy raras, no únicamente por ser más violentas las sacudidas, sino también porque no hay quien corrija las faltas, una vez que ya se apartaron el maestro y el pedagogo. Pues soplando en ella más furiosos los vientos, si el piloto es más débil y no hay quien le preste auxilio, piensa tú cuán grande será la magnitud de la tormenta.

Y luego viene la otra edad, que es la viril, en la que se toma la administración de los haberes domésticos, se toma esposa, se procrean hijos, se cuida de la casa y se echan encima infinitas solicitudes. Es entonces cuando sobre todo florecen la avaricia y la envidia. Ahora bien, si cada parte de la vida la cruzamos entre naufragios ¿cómo llegaremos al término? ¿Cómo evitaremos el futuro castigo? Si en la edad pueril nada aprendemos de bueno: si en la adolescencia vivimos no castamente; si llegados a la edad viril no vencemos la avaricia, si arrojados finalmente a la senectud, como a una sentina, tras de haber debilitado la navecilla del alma con toda esa clase de estorbos y deshecha ya la tablazón entramos en el puerto de la muerte llevando en vez de mercaderías espirituales, abundante lodo, nos prepararemos burlas del diablo, llantos propios, suplicios intolerables.

Pues bien, para que nada de esto nos acontezca, defendámonos por todos los medios, estemos firmes contra todas las pasiones, echemos fuera la codicia de riquezas, para conseguir los bienes eternos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloría por los siglos de los siglos. Amén.

CXLVIII



Crisóstomo - Mateo 80