Crisóstomo - Mateo 84

84

HOMILÍA LXXXIV (LXXXV)

Mas he aquí que uno de los discípulos de Jesús extendió su mano, desenvainó la espada e hirió al siervo del sumo pontífice y le cortó la oreja. Entonces le dijo Jesús: Envaina tu espada y vuélvela a su sitio. Pues cuantos empuñan espada, a espada morirán. ¿Acaso crees tú que no puedo rogar a mi Padre, y al instante pondría aquí a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Pero entonces ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así debe suceder? (Mt 26,51-54).

¿QUIÉN ES este único que cortó la oreja al siervo? Juan afirma que fue Pedro. Y es obra digna de su ánimo fervoroso. Pero es necesario investigar ¿por qué llevaban espada? Que la llevaban es claro no solamente por este sitio sino también porque preguntados dijeron a Jesús: Aquí hay dos espadas. ¿Por qué les permitió Jesús portar espadas? Lucas cuenta que el mismo Jesús les dijo: Cuando os envié sin bolsa, sin alforjas y sin sandalias ¿acaso os faltó algo? Y como ellos respondieran que nada, les dijo: Pues ahora, quien tiene bolsa tómela e igualmente alforja. Y el que no tenga venda su manto y cómprese una es-padal Y ellos le replicaron que ahí había dos espadas. Y él les dijo: ¡Basta ya!

En fin ¿por qué les permitió tener espadas? Para que así creyeran que de verdad iba a ser entregado. Por tal motivo les dijo: ¡Cómprense una espada! No lo dijo para que se armaran ¡lejos tal cosa! sino indicando con esto la realidad de la traición. Preguntarás también ¿por qué les ordenó tener alforjas? Los amonestaba con esto a vivir en adelante vigilando y atentos y a usar de gran diligencia. A los principios él los cuidaba y protegía con su gran poder; pero en adelante, como a polluelos ya salidos del nido, les ordena usar de sus propias alas. Y para que no pensaran que a causa de su debilidad anteriormente no los había dejado usar de sus propias fuerzas, pues ahora les ordenaba echar mano de sus propios medios, les recuerda aquella misión anterior, diciendo: Cuando os envié sin bolsa ¿acaso os faltó algo? Lo hizo para que por ambos caminos conocieran el poder de El: porque entonces los protegió y porque ahora poco a poco los va dejando solos.

¿De dónde se habían conseguido las espadas? Acababan de salir del cenáculo y de la cena pascual. Es verosímil que en el cenáculo hubiera cuchillos para cortar el cordero, y como oyeron los discípulos que algunos acometerían al Maestro, tomaron uno de los cuchillos para defenderlo; pero en esto procedieron por propia voluntad y determinación. Por tal motivo increpa Cristo a Pedro por el uso del cuchillo o espada, añadiendo una durísima conminación. Pedro acometió al siervo que se arrojaba contra Jesús y lo hizo ardorosamente, pero no en defensa propia sino luchando en favor de su Maestro.

No permitió Cristo que de eso se siguiera algún daño, sino que sanó al siervo e hizo un gran milagro, tal que podría declarar su poder lo mismo que su bondad y juntamente el cariño del discípulo y su mansedumbre: una cosa la hizo movido del amor y la otra por la obediencia. Pues habiendo oído que Jesús le decía: Mete la espada en su vaina? al punto obedeció y en adelante ya no lo volvió a hacer. Otro evangelista dice que Pedro preguntó a los otros discípulos: ¿Si acometemos?, pero Jesús lo prohibió y sanó al siervo. Y al discípulo lo increpó y añadióle una amenaza para que obedeciera. Porque le dice: Pues cuantos empuñan la espada, a espada perecerán. Y añadió la razón diciendo: ¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, y al instante pondría aquí a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas entonces ¿cómo se cumplirían las Escrituras? De esta manera aplacó el ardor de los discípulos, y declaró que todo estaba predicho en las Escrituras. Por tal motivo había rogado para que llevaran con mansedumbre lo acontecido, sabiendo que todo sucede según la voluntad de Dios. Así con dos cosas los consoló. Una con el castigo de los esbirros, puesto que cuantos empuñan la espada, a espada perecerán; otra con que todo lo padecía libremente y de su voluntad. Pues dice: Puedo rogar a mi Padre. ¿Por qué no dijo: pensáis acaso que no tengo yo poder para aniquilarlos? Porque aparecía, hablando como habló, más digno de fe; puesto que ellos aún no pensaban de El como convenía.

Poco antes les había dicho: Mi alma sufre tristeza de muerte; y luego: ¡Padre! ¡pase de mí este cáliz! Además lo habían visto en angustias y sudor de sangre y que fue confortado por un ángel. De modo que habiendo hecho muchas cosas que lo mostraban como hombre, verosímilmente no le habrían dado fe si hubiera dicho: ¿Pensáis acaso que no puedo destruirlos? Por tal motivo dijo: ¿Creéis que no puedo rogar ahora a mi Padre? Y con la misma humildad continúa diciendo: Pondría a mi disposición doce legiones de ángeles. Si un ángel dio muerte a ciento ochenta y cinco mil soldados armados ¿se necesitaban aquí doce legiones para un millar de hombres? ¡No es eso! Sino que Cristo atempera sus palabras conforme al miedo y debilidad de los discípulos, pues estaban muertos de terror. Por lo mismo les trae a la memoria las Escrituras, para mayor firmeza, y les dice: Pero entonces ¿cómo se cumplirían las Escrituras? Por otra parte los aparta así de la defensa y les pone un nuevo terror. Como si les dijera: Pues si así pareció bien a las Escrituras ¿por qué vosotros peleáis contra ellas?

Todo eso pasó con los discípulos. Pero a los esbirros les dijo: Habéis salido a prenderme con espadas y palos, cual si fuera un bandolero. Cada día me sentaba en el templo y enseñaba y no me prendisteis. Observa cuántas cosas hace que podían levantarles los pensamientos. Los postró por tierra; curó la oreja del siervo; los amenazó con la muerte, pues dice: A espada perecerán los que empuñan la espada. Y lo confirmó todo con un milagro sanando la oreja, y les demostró su poder con las obras presentes y con los sucesos futuros. De este modo les demuestra también que el prendimiento ha tenido lugar por permisión de El. Luego, dejando a un lado lo de sus milagros, les habla de su doctrina, para no parecer que se jactaba. Mientras Yo enseñaba no me prendisteis; y ahora que he callado me habéis acometido. En el templo estaba y nadie se arrojó contra mí; ahora, en cambio, a deshora y a la media noche os echasteis encima, armados de espadas y palos. ¿Qué necesidad había de esas armas contra Mí, que continuamente andaba entre vosotros? Les enseñaba con esto que si El voluntariamente no se hubiera entregado, jamás hubieran podido aprehenderlo. Puesto que quienes, teniéndolo en la mano, no lo habían podido aprehender, tampoco ahora lo habrían hecho si El no lo hubiera querido.

Mas todo esto ha sucedido, les dice, para que se cumplan las Escrituras de los profetas. ¿Has visto cómo hasta la última hora, cuando ya era traicionado, ponía todos los medios para enmendar a los aprehensores, sanando, profetizando, amenazando (porque les dice: perecerán por la espada), demostrándoles que voluntariamente padece (porque les dice: cada día estaba con vosotros enseñando), y haciéndoles ver su concordia con el Padre (puesto que les dice: Para que se cumplan las Escrituras de los profetas)? ¿Por qué no lo aprehendieron en el templo? Porque allá no se habrían atrevido a causa de las turbas. Por tal motivo salió El dándoles libertad para prenderlo mediante las circunstancias de la hora y el sitio; y quitándoles toda excusa hasta el último momento. Quien se entregaba para obedecer a lo dicho por los profetas ¿cómo iba a enseñar lo contrario?

Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. A! tiempo del prendimiento estuvieron a su lado; luego, en tanto que así hablaba a las turbas, huyeron. Veían que habiéndose entregado voluntariamente Jesús a los esbirros, y habiendo declarado que aquello se hacía en cumplimiento de las Escrituras, ya no había lugar de que El se escapara. Huidos ellos, los esbirros condujeron a Jesús a Caifas. Pedro lo seguía de lejos y entró al palacio para ver el desenlace. Gran ardor el de este discípulo. Viendo que los demás huían, él no huyó, sino que se mantuvo y entró con los aprehensores. Juan había ya hecho lo mismo, pero era conocido del pontífice.

¿Por qué llevaron a Jesús a donde todos se habían congregado? Para proceder en todo conforme al parecer de los sumos pontífices. Porque entonces era Caifas sumo sacerdote. Y todos estaban ahí esperando a Jesús. Así vigilaban y se desvelaban en este negocio. Dice el evangelista que aún no habían celebrado la cena pascual, y por esto sin duda estaban vigilando. Porque Juan, después de haber dicho: Cuando amaneció, añadió luego: No entraron al pretorio para no contaminarse y poder comer la Pascua. Entonces ¿qué se puede decir de ellos? Que al día siguiente la comieron; y así, por el ansia de dar muerte a Cristo, violaron la Ley. Cristo ciertamente no violó el tiempo señalado para la cena pascual; pero ellos a todo se atrevieron y violaron gran cantidad de prescripciones legales, pues ardían en ansias locas; y habiendo ya intentado muchas veces esa muerte no habían podido consumarla. Y entonces, teniendo a Jesús cautivo y prisionero en una forma inesperada, prefirieron dejar para después la cena legal con tal de satisfacer su anhelo sanguinario.

Movidos de ese furor, se congregaron todos y fue aquello una junta de perversos. Y preguntaron por ahí a un cualquiera, para dar a sus asechanzas alguna forma de juicio. Pero sus testimonios no coincidían. ¡Tan fingido era aquel juicio y tan lleno de tumulto andaba todo! Unos testigos falsos dijeron: Este dijo: Destruiré el santuario de Dios y en tres días lo reedificaré. Había dicho Jesús ciertamente: En tres días lo reedificaré; pero no había dicho lo destruiré, sino: Destruid vosotros. Y tampoco se refería al templo, sino a su propio cuerpo.

¿Qué hace el sumo pontífice? Para obligarlo a responder y poder cogerlo por sus propias palabras, le dice: ¿No oyes lo que éstos testifican en tu contra? Pero él callaba. Al fin y al cabo, era inútil responder en donde nadie quería oír. Aquello era únicamente una ficción de juicio; pero en la realidad era un conjunto apasionado de ladrones que acometían lo mismo en un antro que en plena vía. Por esto Jesús callaba. Pero el pontífice perseveraba en su pregunta y decía: Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Respondióle Jesús: Tú lo has dicho. Pero yo os anuncio que a partir de ahora, veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Omnipotente y venir sobre las nubes del cielo. Entonces el príncipe de los sacerdotes rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado. Lo dijo para acentuar más la gravedad del crimen y confirmar con los hechos sus palabras. Puso así terror en los oyentes; y entonces hicieron éstos lo que después, cuando lo de Esteban: se taparon los oídos.

Pero ¿en qué consistía la blasfemia? Porque en otra ocasión a ellos congregados les había dicho: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta tanto que pongo a tus enemigos como escabel de tus pies; y les explicó lo que decía; y ellos no se atrevieron a replicar, sino que guardaron silencio y en adelante tampoco lo contradijeron. Entonces ¿por qué ahora llaman blasfemia a lo que dijo? Pero en fin: ¿por qué Cristo respondió de esa manera? Para quitarles toda posible defensa. Porque hasta el último momento siempre enseñó que El era el Cristo, que está sentado a la derecha del Padre y que finalmente vendría a juzgar al universo. Lo cual indicaba suma concordia con el Padreé

Rasgadas, pues, sus vestiduras, dice Caifas: ¿Qué os parece? No profiere su sentencia, sino que, como si se tratara de un pecado manifiesto y una clara blasfemia, solamente les pide su parecer. Sabiendo que si la cosa se hacía pública y se examinaba a Cristo, saldría libre de tales acusaciones, lo condenan ahí entre ellos mismos y se adelantan a los oyentes y dicen: Vosotros habéis oído la blasfemia: ¡que sólo faltó que obligaran y violentaran a sentenciar en ese sentido¡ ¿Qué dicen ellos?: ¡Reo es de muerte!, para presentarlo como ya condenado y obligar a Pilato a sentenciar en el mismo sentido. Con tales pensamientos y a sabiendas de lo que hacían, dicen: Es reo de muerte. De modo que ellos acusaban, ellos condenaban, ellos sentenciaban y hacían en el tribunal todos los oficios. ¿Por qué no lo acusaron de transgredir el sábado? Porque en esto ya muchas veces los había refutado. Aparte de que intentaban cogerío en palabras y condenarlo conforme a lo que ahí se decía. Así pues, Caifas, adelantándose en el asunto, una vez oído el parecer de los otros, tras de atraer a sí los ánimos de todos con el acto de rasgar sus vestiduras, condujo a Cristo a Pilato, como un hombre ya sentenciado y condenado. Así arregló todo en la sesión. Pero ante Pilato nada de eso dijeron los sacerdotes, sino ¿qué?: Si éste no fuera un malhechor no te lo habríamos entregado,! con el objeto de que fuera condenado como reo de crímenes públicos. ¿Por qué no le dieron muerte a ocultas? Querían crearle mala fama. Puesto que muchos lo habían escuchado y sobremanera lo admiraban, los sacerdotes se esforzaban públicamente y ante la multitud en que fuera muerto.

Cristo no lo impidió, sino que aprovechó la ocasión de la perversidad de ellos para confirmar la verdad, de modo que su muerte fuera a todos manifiesta. Y sucedió lo contrario de le que ellos pretendían. Anhelaban infamarlo para colmarlo de desdoro; pero este mismo camino sirvió para que resultara más brillante y honrado. Así como en lo que decían: Démosle muerte para que no vengan los romanos y destruyan nuestra ciudad y nación, sucedió precisamente eso, una vez que le dieron muerte, así ahora lo crucificaron públicamente para dañarlo en su honra, y aconteció lo contrario.

Que ellos tuvieran potestad para darle por sí mismo la muerte, oye cómo Pilato lo asegura al decirles: Tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestra ley. Pero ellos no quisieron eso, para que pareciera que moría como tirano, inicuo y revoltoso. Y por el mismo motivo lo crucificaron juntamente con dos ladrones. Y además decían: No escribas: El Rey de los judíos, sino que él dijo Rey soy de los judíos. Todo aconteció en favor de la verdad y para que a ellos no les quedara ni sombra de defensa, aunque fuera impudentísima. Y en el sepulcro, los sellos y los guardias hicieron brillar la virtud; y lo mismo se ha de decir de las burlas, dicterios e injurias. Tal es la mentira: por los medios que pone para sus asechanzas, por esos mismos queda deshecha, como sucedió en este caso. Los que creían haber reportado una victoria, quedaron grandemente en vergüenza y vencidos perecieron; y el que parecía vencido, brilló espléndidamente y obtuvo la victoria.

No busquemos el triunfo en todo ni temamos siempre quedar vencidos. Hay ocasiones en que la victoria daña y en cambio es útil la ruina. Entre los que andan irritados, parece vencedor el que lanzó más injurias; y sin embargo, éste es el vencido por esa gravísima enfermedad y ha quedado herido; y el que con fortaleza soportó las injurias es el que vence y queda por encima. El primero no pudo ni siquiera extinguir su propia ira y enfermedad, mientras que el otro del todo se la curó. Aquél quedó vencido por su propio mal; éste otro triunfó incluso de la enfermedad ajena; y no sólo no fue inflamado, sino que apagó en el otro la llama que se levantaba. Si hubiera querido gozar de la victoria aparente, también él habría quedado vencido y habría inflamado más aún y dañado a su adversario; y ambos habrían sido derrotados por la ira, mísera y vergonzosamente, como sucede con las mujeres cuando riñen. En cambio, en el otro supuesto, el que cultivó la moderación quedó libre de semejante desdoro y levantó un trofeo espléndido en sí y en su adversario contra la ira, mientras aparentemente quedaba vencido.

Repito, pues: no busquemos en todo la victoria. Ciertamente el que hirió venció al herido, pero fue con una mala victoria que acarreó daño al vencedor. El herido y al parecer vencido, si lo lleva con moderación es quien en realidad ha ganado la corona. Con frecuencia es mejor ser vencido; y este es el modo más excelente de victoria. ¿Pero qué digo en la rapiña y en la envidia? El que es arrastrado al martirio, encadenado, azotado, destrozado, degollado es como vence. En las guerras se dice vencido al que cae por tierra; entre nosotros, al contrario, eso es lo que se llama victoria. Nunca vencemos con obrar el mal, sino siempre sufriendo males. Espléndida en sumo grado es la victoria en que padeciendo vencemos a quienes nos dañan. Por aquí se ve que la victoria es de Dios, pues tiene un modo contrario al de la victoria profana. Además, es claro argumento de fortaleza. Así las rocas marinas heridas por las olas, a éstas las deshacen; así los santos todos alcanzaron la corona y son celebrados; y erigieron espléndidos trofeos, consiguiendo el triunfo precisamente con no querellarse.

Dice el Señor: No te muevas, no te fatigues. Es Dios quien te ha infundido la fortaleza, tal que con ella venzas, no entrando en la liza, sino solamente padeciendo. No entres en la batalla y conquistarás el triunfo; no luches cuerpo a cuerpo y serás coronado. Eres aún mucho más fuerte y poderoso que tu adversario. ¿Por qué te deshonras? No le des ocasión para decir que peleó contigo y te venció, sino déjalo estupefacto de tu invencible virtud y proclamando delante de todos que tú sin batalla lo venciste. Por este camino aquel bienaventurado José en todas partes es ensalzado, pues soportando los males venció a quien le hacía mal. Asechanzas le pusieron sus hermanos y también la mujer egipcia; pero él a todos los superó.

No me alegues la cárcel en donde fue encerrado; ni el palacio en que la mujer pasaba la vida, sino muéstrame quién fue el vencido y quién el vencedor; quién quedó en tristeza y quién en gozo. La mujer no sólo no pudo vencer al justo José, pero ni aun su propia pasión y enfermedad, mientras que él a ella y su pésima enfermedad las venció. Si quieres escucha las propias palabras de la mujer y verás el trofeo: Nos has traído un hebreo para que se burle de nosotros. No fue él quien te burló, oh mísera, sino el demonio que te afirmó que podrías vencer al diamante. No introdujo tu esposo al hebreo para ponerte asechanzas: fue el Maligno quien te infiltró la impura lascivia, fue él quien te burló.

¿Qué hace José? Calla y es condenado, como lo fue Cristo. Todo aquello era figura de esto otro. José quedó en cadenas; la mujer, en su palacio. Pero él, aun cargado de cadenas, era más brillante que cualquier rey coronado; mientras que ella era más mísera que todos, aun sentada en su tálamo regio. También puede verse la victoria y la ruina por el éxito. ¿Cuál de los dos consiguió lo que quería: el encadenado o la reina? El procuró guardar su castidad; aquélla, quitársela. ¿Cuál de ambos consiguió lo que quería? ¿el que soportó los males o la causadora de los males? Claro es que quien soportó los males. De modo que éste fue el vencedor.

Sabiendo esto, procuremos la victoria por medio de la paciencia; huyamos de la otra, propia de quienes injurian. Así pasaremos esta vida sin dificultades y tranquila; y conseguiremos los bienes futuros, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

CLI




85

HOMILÍA LXXXV (LXXXVI)

Entonces lo escupieron en el rostro y lo abofetearon. Otros le daban golpes en su rostro y le decían: ¡Ea! ¡Cristo! ¡adivina quién te ha golpeado! etc. (Mt 26,67-68).

¿POR QUÉ LE hacían esto, si luego, lo habían de matar? ¿A qué venía esa burla, si no es para que de todo en todo conozcas las altaneras costumbres de ellos? Como quien ha logrado una pieza de caza, se mostraban petulantes, y llenos de necedad celebraban el caso como una fiesta, acometiendo a Cristo, llenos de placer y demostrando sus costumbres sanguinarias. Por tu parte, admira la moderación y virtud de quienes con tanta minuciosidad narran las cosas. Por aquí queda en claro su amor a la verdad, puesto que refieren con toda sinceridad lo que parecía ser tan oprobioso, y no ocultan nada ni se avergüenzan; sino que juzgan ser suprema gloria, como lo es, que el Señor del universo padeciera tales injurias para bien nuestro.

Además, esto comprueba la providencia inefable de Dios, al mismo tiempo que la perversidad de ellos, indigna de perdón, pues a tales cosas se atrevían contra el mansísimo y dulce Señor; y esto mientras El les hablaba palabras capaces de convertir en un cordero hasta a un león. Porque ni en obras ni en palabras omitieron nada, ni El de mansedumbre, ni ellos de injurias y crueldades. Todo lo había ya profetizado Isaías, describiendo en breves expresiones todos los oprobios: Así como se asombraron de ti muchos -tan desfigurado tenías el aspecto que no parecías hombre-, así se admirarán muchos entre los hombres de tu gloriad ¿Qué injuria habrá que a ésta se iguale? Escupían en aquella faz, la faz por la que al verla el mar se calmó lleno de reverencia, por la que al verla el sol en la cruz, volvió a otra parte sus resplandores. Y lo abofeteaban y lo herían en su cabeza, arrebatados de una excesiva locura. Porque le infligieron los golpes más injuriosos de todos. Lo golpeaban a bofetadas, lo herían y añadían a los golpes el desprecio de escupirlo. Y le lanzaban expresiones colmadas de burlas diciendo: ¡Oh Cristo! profetízanos y adivina quién te ha golpeado. Lo decían porque la multitud lo llamaba profeta.

Otro evangelista refiere que le cubrían el rostro con un velo, y así lo herían, como si tuvieran delante a un hombre infame y vulgar. Y esto hicieron con El no sólo los hombres libres sino también los esclavos, en forma altanera. Leamos con frecuencia esto; oigámoslo con la reverencia debida; grabémoslo en nuestra mente: ¡esto es para nosotros el máximo honor! Aquí es en donde yo me deleito profundamente y no sólo de los muertos que resucitó, innumerables por cierto, sino también de los tormentos que padeció. Esto es lo que Pablo frecuentísimamente trata: digo lo relativo a la cruz, la muerte, los tormentos, las injurias, los oprobios, los dicterios. Unas veces dice: Salgamos a El, llevando su ignominia; otras dice: El cual a la vista del gozo que se le ofrecía como galardón, soportó la cruz sin atender a la ignominia.

Pedro entretanto estaba sentado fuera en el atrio. Y se le acercó una criada y le dijo: También tú estabas con Jesús el Galileo. Lo negó él en presencia de todos diciendo: No sé de qué hablas. Y como se hubiese dirigido al portal, lo vio otra criada y dijo a los ahí presentes: También éste andaba con Jesús el Nazareno. Y de nuevo lo negó con juramento. Después de un poco se acercaron los que por ahí estaban y dijeron a Pedro: Sin lugar a duda tú eres de ellos, porque aún tu modo de hablar te delata. Entonces comenzó a aseverar con imprecaciones y juramentos: No conozco a ese hombre. En aquel punto cantó el gallo. Pedro recordó la palabra que le había dicho Jesús: Antes que el gallo cante me negarás tres veces. Y salióse afuera y lloró amargamente.

¡Ah, cosas novedosas e increíbles! Cuando solamente vio al Maestro aprehendido, se envalentonó tanto que desenvainó la espada e hirió al siervo del pontífice y le cortó la oreja; y cuando más convenía envalentonarse e indignarse, al oír tan graves injurias, entonces niega al Maestro. Pero ¿a quién no habrían inflamado en ira las cosas que ahí entonces se llevaban a cabo? Pero el discípulo, vencido del miedo, no sólo no muestra indignación, sino que niega al Maestro y no soporta las amenazas de una mísera y vulgar muchacha. Y no lo hace solamente una vez, sino dos y tres; y esto en breve tiempo. Y no fue delante de los jueces, pues él estaba afuera. Lo interrogaron cuando él había salido del vestíbulo. Y no sintió inmediatamente su caída.

Lucas lo afirma. O sea, que "hubo de mirarlo Cristo; con lo cual demuestra que no solamente lo negó, sino que aún cantando el gallo, no sintió él su pecado, sino que fue menester que el Maestro se lo avisara. La mirada de Cristo le sirvió de palabras: ¡tan lleno estaba de terror! Marcos advierte que después de la primera negación, cantó el gallo; y que después de la tercera, el gallo cantó segunda vez: tan cuidadosamente va refiriendo la debilidad del discípulo, que andaba como muerto del terror Esto lo supo Marcos de Pedro, pues era discípulo de éste. Y es en esto muy de admirar, pues no sólo no ocultó la caída de su maestro, sino que la refirió más claramente que los otros, por ser su discípulo.

Mas ¿cómo entonces será verdadero lo que Mateo refiere, o sea que Cristo le había dicho: En verdad te digo, antes de que cante el gallo me negarás tres veces, siendo así que Marcos afirma haber cantado el gallo por segunda vez tras de la tercera negación? Ambas narraciones son verdaderas y consuenan entre sí. Puesto que el gallo acostumbra cantar en cada tiempo tres y cuatro veces. Marcos se expresa así para declarar que a Pedro ni el primer canto lo contuvo ni le trajo a la memoria las palabras de Jesús. De modo que ambas cosas son verdaderas. Pues antes de que el gallo completara sus primeros cantos, Pedro negó a Cristo tres veces. Y cuando Cristo lo amonestó con la mirada acerca de su pecado, Pedro no se atrevió a llorar en público, para que sus lágrimas no lo descubrieran, sino que: Habiendo salido afuera, lloró amargamente.

Llegada la mañana, conducen a Jesús de Caifas a Pilato. Querían darle muerte, pero a causa de la fiesta no podían; y así lo llevaron a Pilato. Considera el modo como se desarrollaron los acontecimientos, para que precisamente en la fiesta muriera Cristo; pues así estaba decretado de antemano en los cielos. Cuando Judas, el que lo entregó, supo que Jesús había sido condenado a muerte, arrepentido, devolvió las treinta monedas de plata. Esto agranda el crimen de él y de ellos. El de Judas, no porque se haya arrepentido, sino por haberlo hecho tardíamente y haberse condenado por su propio juicio, pues confesó que había entregado a Jesús. El de ellos, porque pudiendo haber hecho penitencia y arrepentirse, no se arrepintieron.

Advierte cuándo se arrepiente Judas. Cuando el pecado estaba completamente cumplido. Así es el demonio. A quienes no están vigilantes, no los deja ver su pecado; no sea que ya cogidos en su red una vez, luego hagan penitencia. Con tantas palabras como Jesús le dirigió, no se doblegó su ánimo. Pero una vez que el pecado estuvo perfectamente cumplido, entonces se arrepintió, pero sin provecho. Porque el condenarse a sí mismo, el tirar el dinero en el templo, el no temer a los judíos, todo eso habría merecido alabanza; pero el desesperar y ahorcarse, no admite perdón y es obra del demonio perverso. Lo arrancó de la verdadera penitencia, para que con tal penitencia ningún fruto pudiera conseguir; y lo acabó con una muerte torpísima, de todos conocida, persuadiéndolo al suicidio.

Considera por tu parte cómo de todos lados brilla la verdad, aun por lo que hacen y padecen los adversarios. La muerte del traidor cierra la boca a los que condenaron a Cristo y no les deja ni sombra de defensa. ¿Qué pueden alegar cuando se refiere que el traidor pronunció contra sí mismo sentencia semejante? Pero oigamos lo que dicen. Devolvió Judas los dineros a los príncipes de los sacerdotes y les dijo: Pequé al entregar sangre inocente. Pero ellos le respondieron: ¿Qué nos interesa? Allá tú lo veas. Y él, tras de arrojar las monedas de plata en el santuario, se fue y se ahorcó. No soportó los remordimientos de su conciencia.

Considera cómo lo mismo hicieron los judíos. Pues debiendo enmendarse con lo que ya habían padecido, no se detuvieron hasta tener perfectamente cumplido su pecado. El pecado de Judas que fue la traición ya estaba cometido; pero el pecado de ellos aún no se consumaba. Cuando ya crucificaron a Jesús y completaron su crimen, entonces les vino la turbación también a ellos. Y unas veces dicen: No escribas que éste es el Rey de los judíos. Pero ¿qué es lo que teméis? ¿por qué os perturbáis cuando ya Jesús pende muerto en la cruz? Otras veces dicen, al poner guardias en el sepulcro: No sea que vengan sus discípulos y lo hurten y digan al pueblo que ya resucitó; y será peor la postrera impostura que la primera. Por cierto que si eso dijeran y no fuera verdad, fácilmente se les demostraría lo contrario. Porque ¿cómo lo iban a robar quienes ni siquiera pudieron permanecer con él una vez que fue aprehendido? El corifeo de ellos tres veces lo negó y no pudo soportar las amenazas de una muchacha Pero, en fin, como ya dije, el hecho es que se conturbaban. Que conocieron ser pecado la obra, es claro por lo que a Judas dijeron: ¡Allá tú lo veas!

Oíd ahora, oh avaros; y meditad lo que aconteció a Judas; y cómo perdió los dineros y cayó en pecado. No sacó fruto de su avaricia y perdió su alma. Así es la tiranía de la avaricia: ni goza del dinero en la vida presente ni en la futura. Judas lo perdió todo y juntamente quedó con mala fama ante los judíos y luego se estranguló. Pues, como ya dije, algunos no ven el pecado hasta que está todo concluido. Considera cómo los judíos no quieren claramente darse cuenta del gravísimo crimen, sino que dicen: ¡Allá tú lo veas! Pero esto acrecienta su culpa, pues son palabras de quienes testifican su crimen horrendo; pero ebrios con la enfermedad que llevan en el alma, no quieren desistir del satánico pecado ya emprendido, sino cubrirse con los velos de una fingida ignorancia. Si esto lo dijeran después de la crucifixión, cuando Cristo ya había muerto, aun entonces lo dirían sin razón alguna, aunque no sería tan condenable; pero ahora, mientras Cristo vive y está ahí en vuestro poder y podéis darlo libre ¿cómo os atrevéis a decirlo? Semejante defensa es vuestra máxima acusación.

¿Por qué? ¿cuál es el motivo? Porque vosotros queréis echar toda la culpa sobre Judas, al decir: ¡Allá tú lo veas! siendo así que aún podéis desistir de dar muerte a Cristo y dejarlo libre.

Pero no, sino que llevaron el crimen comenzado hasta su cumplimiento, añadiendo a la traición el tormento de la cruz. ¿Qué les impedía, pues decían: Allá tú lo veas, desistir del crimen? Pero hacen todo lo contrario y añaden la muerte; y con palabras y con hechos se envuelven en males inevitables. Porque en seguida, como Pilato se lo permitiera, prefirieron que se diera libertad a un ladrón convicto de infinitos crímenes; y lo declararon inocente, mientras a Cristo, que ningún mal les había hecho, sino que al contrario los había colmado de beneficios, le dieron muerte.

¿Qué hizo Judas? Cuando vio que inútilmente trabajaba y que ellos no querían recibir el dinero, arrojó las monedas en el templo y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes recogieron las monedas, y dijeron: No podemos meterlas en las arquillas de las limosnas, puesto que son precio de sangre. Y tomaron el acuerdo de comprar con ellas el campo de un alfarero para sepultura de extranjeros. Por esto se llamó aquel campo, campo de sangre, hasta el día de hoy. Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: Y tomaron las treinta monedas de plata, precio del tasado. Y las destinaron para el campo del alfarero conforme lo ordenó el Señor.

¿Observas de nuevo cómo su propia conciencia los condena? Pues sabiendo que habían comprado con aquellos dineros la sangre de un hombre, no los echaron en la alcancía de las limosnas, sino que compraron el campo de un alfarero para sepultura de extranjeros. Esto fue un testimonio contra ellos, a la vez que un argumento de la traición. Porque el nombre del campo proclamó más alto que una trompeta delante de todos el asesinato que cometieron. Y no procedieron así buenamente, sino tras de reunir el concejo y en todo proceder en la forma dicha, para que ninguno quedara inocente del crimen, sino todos inodados.

Así lo predijo la profecía citada anteriormente. ¿Ven cómo no sólo los apóstoles, sino también los profetas refieren cuidadosamente los oprobios de Cristo y por todas partes predicen de antemano y anuncian la Pasión? Los judíos, por no entender esto, insistieron en lo comenzado. Si hubieran echado los dineros en la arquilla de las limosnas, el hecho criminal no habría quedado tan claro; pero ellos, con la compra del campo, publicaron todo ante las siguientes generaciones.

Oíd esto todos cuantos creéis hacer beneficios de lo proveniente de muertes, y recibís el precio de la vida de las almas. Semejantes limosnas son judaicas, o, por mejor decir, son satánicas. Porque hay también ahora, hay quienes, tras de robar los haberes ajenos sin cuento, se creen absolutamente excusados con dar de limosna diez o cien monedas de oro. De estos tales dice el profeta: Cubríais con lágrimas mi altaré No quiere Cristo ser alimentado con rapiñas: no admite semejante alimento. ¿Para qué injurias al Señor con ofrecerle cosas inmundas? Sería preferible dejarlo consumido de hambre a alimentarlo con semejantes alimentos. Lo primero sería propio de un hombre cruel: lo segundo lo es de uno cruel y que injuria.

Mejor es no dar que dar de lo ajeno. Porque dime: si tú vieras a dos hombres de los cuales uno no tuviera vestido y el otro sí tuviera vestido; y luego al que anda vestido lo despojaras, para cubrir al desnudo ¿no obrarías injustamente? ¡Mucho que sí! Pues si dando a otro todo lo que robaste inicuamente, no es limosna lo que das: cuando solamente das una parte de lo robado y a eso lo llamas limosna ¿qué castigo no sufrirás? Si los que ofrecían para el sacrificio animales lisiados, eran considerados como criminales ¿qué perdón obtendrás tú que haces cosas peores? Si quien es ladrón y restituye a aquel a quien robó exclusivamente lo robado, obra inicuamente, hasta el punto de que apenas logre expiar su pecado dándole el cuádruplo, y esto en la Ley antigua, quien no solamente roba sino que roba haciendo violencia y nada restituye al que robó, sino a otro, y no el cuádruplo y ni siquiera la mitad, y esto no en la antigua sino en la nueva Ley, piensa el terribilísimo fuego que amontona sobre su cabeza.

Y si acá aún no sufre el castigo, llóralo por esto mismo, pues se atrae un mayor monto de ira del cielo, si no hace penitencia. Pues dice Cristo: Creéis que sólo eran pecadores aquellos sobre los que se desplomó la torre? No, os lo aseguro. Si vosotros no os convertís, todos de igual modo pereceréis? Hagamos, pues, penitencia y demos limosnas libres de rapiña y démoslas generosamente. Piensa en que los judíos antiguamente alimentaban a ocho mil levitas, a las viudas y pupilos y a otros que andaban ocupados en ministerios diversos; y juntamente se ocupaban en la milicia; y aun ahora, a causa de vuestra crueldad, la Iglesia tiene en sus manos campos, casas, rentas de edificios, coches, mulos y otras muchas cosas de ese jaez. Convendría que este tesoro de la Iglesia estuviera en vuestras manos y que las entradas de ella dependieran de vuestro empeño animoso. Pero ahora, de aquí se siguen dos absurdos: que vosotros perdéis ese fruto espiritual, y que los sacerdotes de Dios tengan que ocuparse en asuntos que no son de su competencia.

¿Acaso en tiempo de los apóstoles no podía cada cual quedarse con su casa y sus campos? Entonces ¿por qué los vendían y ponían el precio a los pies de los apóstoles y lo distribuían en limosnas? Porque esto era lo mejor. Ahora, en cambio, el temor se ha apoderado de vuestros prelados, no sea que perezcan de hambre los coros de las viudas, de los pupilos, de las doncellas, a causa de haberse apoderado de vosotros la furiosa codicia de las cosas del siglo, pues os dedicáis a aumentar y no a repartir. Tal es el motivo de verse ellos precisados a esta forma de administración.

-No querían echar sobre sí' esta vergüenza; sino que anhelaban que fuera para ellos renta y entrada la determinación generosa de vuestra voluntad, y de eso coger los frutos, mientras se entregaban exclusivamente a la oración. Pero ahora vosotros los obligáis a imitar a quienes andan manejando los negocios del siglo; y así andan las cosas revueltas. Empeñados vosotros y nosotros en los mismos negocios ¿quién queda para aplacar a Dios? Por lo mismo, no nos atrevemos a hablar con franqueza, pues la Iglesia ya en nada se diferencia de los hombres del siglo.

¿No habéis oído cómo los apóstoles no quisieron encargarse de la distribución de los dineros recogidos, sin trabajo alguno? Pero en la actualidad ya los obispos superan en solicitud por tales asuntos a los procuradores, ecónomos y mesoneros. Y cuando convenía que se ocuparan en el" cuidado de vuestras almas, se ven obligados a ocuparse en lo mismo que los cobradores, los cuestores, los racioneros y los administradores de dineros: ¡todos los días andan en semejantes solicitudes!

No en vano deploro todo esto, sino con la esperanza de que se siga algún cambio y enmienda, para que nosotros, los oprimidos por esa pesada carga, alcancemos alguna misericordia; y seáis vosotros el tesoro y las entradas de la Iglesia. Si lo rehusáis, ahí tenéis ante vosotros a los pobres: alimentaremos a los que podamos; y a los que no podamos los dejaremos a cargo vuestro, para que los alimentéis, no sea que en aquel día último oigáis las tremendas palabras: Me visteis hambriento y no me alimentasteis. Semejante crueldad nos deja en ridículo a vosotros y a nosotros; pues habiendo abandonado la oración, la doctrina y los demás ejercicios santos, todo el tiempo nos vemos mezclados unos entre los vendedores de vino, otros entre los de grano, otros entre los de otras cosas, siempre litigando. De aquí se siguen riñas, disputas, injurias cotidianas; y a cada uno de los sacerdotes se le ponen ciertos apodos que sonarían mejor en las mansiones de los seglares. Convendría que se les dieran otros nombres, como lo establecieron los apóstoles, ya por el alimento repartido a los pobres, ya por el patrocinio prestado a los dañados en sus derechos, o por la hospitalidad o el auxilio a los oprimidos y el cuidado de los pupilos o la defensa -de las viudas o la protección a las vírgenes; y poner en manos de los sacerdotes esta clase de ministerios y no la administración de predios y casas.

Estos son los fundamentos de la Iglesia; estos los tesoros que le competen y que a nosotros nos proporcionan gran facilidad en el desempeño y a vosotros gran utilidad y aun facilidad para aprovecharlos. Pues por la gracia de Dios, creo que los aquí congregados alcanzan la cifra de cien mil.l° Si cada uno a cada cual de los pobres le suministrara un pan, todos los pobres estarían en abundancia. Si cada uno les diera un óbolo, no habría un solo pobre, ni tendríamos que tolerar tantos dicterios y tantas injurias y solicitudes a casa de los predios.

Aquella sentencia: Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y ven y sigúeme, también se dice oportunamente de los que presiden las iglesias y de las posesiones de la Iglesia. Puesto que de otro modo, no podremos seguirlo como conviene, si no dejamos toda solicitud de cosas vanas y viles. Ahora, en cambio, los sacerdotes de Dios andan ocupados en vendimias y cosechas, ventas y compras de frutos. Los sacerdotes de la Antigua Ley que servían a lo que era sombra de las realidades presentes, aunque estaban consagrados a un ministerio material, andaban libres de todas estas cosas; mientras que nosotros, llamados al interior de los cielos y que penetramos al verdadero Santo de los santos, nos cargamos de cuidados propios de comerciantes y de hosteleros.

Con esto se descuida mucho el estudio de las Sagradas Escrituras, y las oraciones se hacen con desidia, y todos los demás ejercicios piadosos se desprecian. Porque es imposible que nos dividamos y ocupemos en ambas cosas con empeño diligente. Os ruego en consecuencia y os suplico que de todas partes manen muchas fuentes hacia nosotros; y que vuestras eras y vuestros lagares nos sirvan de estímulo. De este modo más fácilmente serán alimentados los pobres y Dios será glorificado; y vosotros creciendo cada vez más en obras humanitarias de caridad, gozaréis de los bienes eternos Ojalá a todos nos acontezca conseguirlos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

CLII



Crisóstomo - Mateo 84