Crisóstomo - Mateo 86

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HOMILÍA LXXXVI (LXXXVII)

Jesús compareció en presencia del Procurador; y le preguntó el Procurador: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y Jesús le contestó: Tú lo dices. Pero en cuanto a las acusaciones de los príncipes de los sacerdotes y ancianos del pueblo, nada respondió (Mt 27,11).

¿ADVIERTES CÓMO por primera vez se examina aquí lo que los judíos con suma frecuencia trataban? Como vieran éstos que Pilato no se cuidaba de las disquisiciones legalistas, acuden a los crímenes contra la nación y públicos. Lo mismo hacían con los apóstoles y continuamente les objetaban lo mismo; o sea que andaban por todas partes predicando a un tal Rey, Jesús, que ellos consideraban como simple hombre; y con esto echaban sobre los apóstoles la sospecha de que andaban queriendo establecer un reino y tiranía. Por donde se ve que aquel desgarrar sus vestiduras el pontífice y su estupor, fueron cosas simuladas y de comedia. En realidad todo lo revolvían y barajaban para darle muerte a Cristo.

Tal fue el motivo de que Pilato lo interrogara sobre esto entonces. ¿Qué respondió Cristo?: Tú lo dices. Confesó ser Rey, pero Rey celeste Con mayor claridad lo dijo a Pilato en otra parte, al responderle: Mi reino no es de este mundo, para que ni estos acusadores ni aquellos otros tuvieran excusa alguna. Y da Cristo ahí la razón incontrovertible: Si fuera de este mundo, los míos combatirían para que no fuera entregado. Y para quitar toda sospecha, había pagado el tributo y había dispuesto que los demás también lo pagaran; y cuando quisieron proclamarlo Rey, huyó.

Preguntarás: ¿por qué no alegó esto cuando fue acusado de ambicionar el poder? Porque teniendo ellos en sus manos infinitas demostraciones de su poder, mansedumbre y modestia, voluntariamente se cegaban, tramaban males contra El y tenían corrompido el juicio. Por tal motivo a nada responde, sino que calla. Alguna vez habla pero brevísimamente, para no echar sobre sí la opinión de arrogante a causa de su perpetuo silencio. Fue cuando el sumo pontífice lo conjuró y cuando el Procurador lo interrogó. En cambio, a los crímenes de que lo acusaban, nada responde, pues sabía que no los había de persuadir.

Ya lo había predicho el profeta: En su humildad se le privó de juicio. El Procurador se admiraba de esas cosas. Y en verdad era de admirar el mostrar tan grande modestia y silencio quien tantísimas cosas podía alegar. Pero no lo acusaban porque creyeran que tuviera alguna falta, sino únicamente llevados de la envidia y el odio. Pues si ya cuando presentaron testigos falsos nada tuvieron que acusar ¿por qué persisten en acusar? ¿Por qué, aun viendo expirar a Judas, y a Pilato lavarse las manos, no se compungieron? Pues en esas circunstancias, hizo Jesús muchas cosas que los podían llevar a compungirse; y sin embargo no se tornaron mejores.

¿Qué le dice Pilato a Jesús?: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Porque deseaba que se defendiera y así librarlo, le hablaba así. Mas como Jesús nada respondiera, Pilato urdió otro medio. ¿Cuál? Era costumbre que se dejara libre uno de los criminales; y Pilato intentó librar a Jesús por este camino. Como si les dijera: Si no queréis dejarlo libre como inocente, a lo menos libradlo como criminal en reverencia de la fiesta. ¿Observas cómo se ha invertido el orden? La costumbre era que el pueblo pidiera en favor de los reos ya condenados, y que el Procurador concediera la petición; mas ahora sucede al contrario: el Procurador pide al pueblo, que ni aun así se aplaca, sino que más se enfurece, y locos por la envidia, dan gritos. Pues nada podían objetar acusando; y aun callando El, quedaban redargüidos, pues tantas cosas había que declaraban justo a Jesús. Callando los derrotaba, mientras ellos, enfurecidos, barbotaban miles de cosas.

En estando él sentado en el tribunal, su mujer le envió este recado: No te metas con ese justo; pues he sufrido mucho hoy en sueños, por causa de él. Mira otra cosa que hubiera podido retraerlos de su propósito. Porque ese sueño, tras de la experiencia ya adquirida en el asunto, era de no poco peso. ¿Por qué no lo vio Pilato en persona? O porque su mujer era más digna de verlo; o también porque de haberlo visto él, no se le hubiera dado fe; o quizá hubiera cambiado algo del ensueño. Por esto la Providencia hace que sea su mujer quien lo vea y así llegue al conocimiento de todos. Y no solamente lo vio, sino que padeció muchas cosas, para que Pilato, por consolarla, procediera con mayor lentitud en decretar la muerte. Además, no interesaba poco el tiempo del ensueño, pues ella lo vio en esa misma noche. Mas Pilato no podía dar libre a Cristo sin peligro, pues los judíos le habían dicho: Se hace Rey. Se hacía pues necesario investigar pruebas, razones y señales de que Cristo buscaba el dicho reinado. Por ejemplo, si había reunido ejército, si había juntado dineros, si tenía fábrica de armas, o en fin si había intentado algo.

Sin suficiente motivo Pilato se deja arrastrar por tales suposiciones, por lo cual Cristo le declara que no está exento de culpa, diciéndole: Por esto el que me ha entregado a ti comete mayor pecado. Cedió pues por debilidad y lo sujetó a los azotes. Pilato era débil y nada varonil; y en cambio los príncipes de los sacerdotes eran malignos y astutos. Y pues Pilato había pensado en otro modo de librar a Cristo, valiéndose de!a solemnidad y la ley que ordenaba dar libertad a uno de los presos con esa ocasión ¿qué es lo que traman los príncipes de los sacerdotes? Dice el evangelista: Persuadieron a la turba pedir a Barrabás.

¿Observas por cuántos medios procura Pilato librarlos de culpa y con qué empeño se esfuerzan ellos para que no les quede ni sombra de excusa? Porque ¿qué era lo que a ese tiempo convenía? ¿Dejar libre a alguno de los reos ya convictos, o a aquel de quien se dudaba si era o no culpable? Puesto que si convenía dejar libre a uno de los ya condenados, mucho más convenía dejar libre a aquel cuya falta aún no se comprobaba. Al fin y al cabo a ellos mismos no les parecía Jesús ser peor que los públicos y homicidas.

Por tal motivo dice el evangelista no únicamente que tenían en la cárcel a un ladrón, sino a un ladrón insigne, célebre por su perversidad y que había cometido infinitos homicidios. A pesar de todo, lo prefieren y anteponen al Salvador del mundo y no respetan ni el tiempo sagrado ni las leyes de lo humano ni nada semejante, sino que totalmente los ciega la envidia. Y no contentos con su propia maldad, corrompen al pueblo para merecer también por este engaño los extremos castigos. Como pidieran al Procurador la libertad de Barrabás, Pilato les dijo: Pues ¿qué haré de Jesús que se dice Cristo? Quería nuevamente por este otro medio doblegarlos, dejando en manos de ellos el que a lo menos por vergüenza pidieran libre a Jesús; y que así todo dependiera de la generosidad del pueblo. Pues si les hubiera dicho: No ha cometido crimen alguno, los habría vuelto más querellosos aún. En cambio, la petición de salvar a Jesús por las leyes de la humanidad, le parecía más apto. Pero ellos contestaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo! El les respondió: ¿Qué mal ha hecho? Pero ellos con desbordado furor vociferaban: ¡Sea crucificado! Viendo, pues, Pilato que nada adelantaba, se lavó las manos diciendo: Soy inocente.

Entonces ¿por qué lo entregas a la muerte? ¿Por qué no lo libraste como hizo el tribuno aquel con Pablo? Y eso que sabía que matando a Pablo les caía bien a los judíos; pues a causa de éste se habían levantado en sedición y alboroto; y sin embargo, fuertemente se opuso. No procedió así el Procurador, sino que se portó débil y cobardemente; de modo que la corrupción alcanzó a todos. Ni él resistió a la multitud, ni la plebe resistió a los judíos. Y así ninguna excusa les quedaba. Ellos vociferaban, o sea clamaban más y más: ¡Sea crucificado! Pues no querían simplemente dar muerte a Cristo, sino una muerte de criminal Por esto, aun repugnándolo el juez, perseveraban en sus clamores.

¿Ves cuántas cosas hizo Cristo para inducirlos al arrepentimiento? Así como a Judas con frecuencia lo reprimió, así lo hizo con éstos: a través de todo el evangelio procede así, y lo mismo ahora al tiempo del juicio. Cuando veían al que era Procurador y juez lavarse las manos y le oían decir: Yo soy inocente de la sangre de este hombre, lo propio era que se compungieran, tanto por las palabras como por lo que hacía; lo mismo que cuando vieron a Judas colgado con el lazo y también a Pilato que en persona les rogaba que escogieran a otro preso en vez de Jesús. Cuando el traidor y acusador se condena a sí mismo de falsedad; y el juez que sentencia, echa de sí la culpa; y en esa misma noche se realiza un tal ensueño; y en cierto modo Pilato en persona pide la liberación de Jesús ¿qué excusa pudieron tener los judíos? Al fin y al cabo, si no concedían que fuera inocente, a lo menos con toda certeza no debían anteponerle un ladrón; digo a un ladrón insigne y del que públicamente sabían qué clase de hombre era.

¿Qué hicieron los judíos? Como vieran al juez lavándose las manos y oyeran que decía: Yo soy inocente, gritaban: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Entonces, finalmente, pues ellos contra sí mismos dictaron la sentencia, Pilato cedió del todo. Pero tú considera en este paso la gran perversidad de los judíos. Porque así es el ímpetu temerario de la mala pasión: no deja ver nada bueno. Pase ¡oh judíos! que os maldijerais a vosotros mismos; mas ¿por qué atraéis la maldición también sobre vuestros hijos? El Señor, en cambio, benigno como es, mientras ellos así tan furiosamente enloquecían, tanto contra sí mismos como contra sus hijos, no confirmó la sentencia que lanzaban en propia contra y de sus hijos, sino que, por el contrario, a quienes de ellos hicieron penitencia los recibió en su amistad y los colmó de bienes. Del número de éstos era Pablo y muchos miles de creyentes de Jerusalén Pues Santiago decía: ¿Ves, hermano, cuántos millares hay de creyentes?

Entonces les dejó libre a Barrabás; y a Jesús, tras de haberlo hecho azotar, se lo entregó para que lo crucificaran. ¿Por qué lo mandó azotar? O bien fue como a ya sentenciado, o para guardar cierta forma de juicio en el asunto, o para dar gusto a los judíos. Lo conveniente y necesario era que resistiera. Pues anteriormente les había dicho: Tomadlo allá vosotros y según vuestra ley juzgadlo. Muchas cosas había capaces de apartar a Pilato y a los judíos de tan grave crimen: los milagros y prodigios, la inmensa mansedumbre de la víctima, su profundo silencio. Pues así como se mostró verdadero hombre tanto en lo que dijo en su defensa como por las súplicas al Padre, así demostró también su alteza divina y su magnanimidad, tanto por el silencio como por el desprecio de lo que contra El se decía; de modo que a todos los dejaba admirados. Pero por nada quisieron ceder.

Es que cuando ya una vez la razón queda coartada como con una embriaguez y locura, es muy difícil arrepentirse de la caída, a no ser que se esté dotado de un ánimo esforzado y generoso. Cosa grave, por cierto, cosa grave es dar entrada a esa clase de pasiones; por lo cual se hace necesario cerrarles del todo la puerta; pues en cuanto han invadido a un alma y la han llenado, a la manera del fuego que cae sobre leña, se enciende gran llamarada. Os suplico, en consecuencia, que pongamos todos los medios para impedirle la entrada; y que no suceda que, prevalidos de un frío raciocinio, nos consolemos con éste, e introduzcamos en el alma toda perversidad, diciendo: ¿Qué importa esto? ¿qué importa esotro? Brotan de aquí males sin cuento. El demonio, perverso como es, usa de su astucia, perseverancia y adaptación, para ruina del hombre; y comienza su batalla por cosas mínimas.

Pon atención, te lo ruego. Quería enredar a Saúl en las vaciedades y delirios de una pitonisa. Pero si desde el principio se lo hubiera propuesto, ciertamente Saúl lo habría desechado. ¿Cómo lo habría aceptado cuando él mismo había expulsado a las pitonisas? Por tal motivo el demonio lo fue llevando poco a poco. Desobedeció Saúl a Samuel y se atrevió a ofrecer el sacrificio de holocausto, ausente el profeta. Acusado de esto, respondió que la llegada de los enemigos lo había puesto en aquella necesidad grande. Y siendo así que convenía llorar aquella falta, procedió como si en nada hubiera faltado. Luego el Señor le ordenó pelear contra los amalecitas, y también acá quebrantó lo ordenado por Dios. Siguiéronse sus crímenes contra David. Y así, poco a poco, ya no se detuvo en la pendiente de su ruina, hasta que fue a dar al abismo de su perdición.

Lo mismo le sucedió a Caín. El demonio no lo empujó repentinamente al asesinato de su hermano, pues no se lo habría persuadido. Sino que primero le presentó el asunto como si no fuera pecado; luego lo inflamó en cólera y envidia y lo persuadió de que ningún mal se seguiría; en tercer lugar le persuadió el homicidio y el negar que lo hubiera perpetrado; y no se apartó de él el demonio, hasta que por fin puso Caín el colofón a todos los males. En consecuencia, se hace necesario rechazarlo sobre todo a los comienzos. Sobre todo teniendo en cuenta que dichos comienzos, aun cuando no pasen adelante, son ya pecado que no se ha de despreciar; y que en cambio, si el alma se descuida un poco, pasan a cosas graves. Hay, pues, que tomar todos los medios para combatir los malos principios.

No consideres el pecado como cosa pequeña, sino piensa, pues debes pensar que con el descuido se convierte en raíz de mayores caídas. Si se ha de decir una paradoja, no requieren tanta diligencia para evitarlos los pecados grandes como los pequeños. En los grandes la naturaleza misma del pecado hace que lo aborrezcamos, mientras que en los menos graves, aun por el hecho de serlo, nos arrastran a la negligencia y no dejan que con fortaleza se luche contra ellos. Con lo cual, mientras andamos descuidados, ellos crecen. Lo mismo puedes ver en las cosas corporales. Por este camino se originó en Judas el grave daño de la traición. Si no se hubiera persuadido de que el robar los bienes destinados a los pobres era cosa leve, nunca habría llegado hasta la traición. Asimismo, si los judíos no se hubieran persuadido de que entregarse a la vanagloria era cosa leve, nunca habrían llegado a dar muerte a Cristo.

De modo que ya ves cómo de ese principio han nacido todos los males. Nadie repentinamente se hace malo. Tiene, por cierto, nuestra alma un nativo pudor del mal y una reverencia al bien, y no puede suceder que repentinamente se incline a la impudencia y lo eche a rodar todo juntamente: ¡se corrompe poco a poco por su negligencia! Así la idolatría comenzó por ser los hombres, ya vivos ya muertos, excesivamente tenidos en honor; así se llegó al culto de las esculturas; así entró la fornicación y los demás pecados. Atiende en este punto. ¿Qué cosa más leve que reír? ¿qué mal se puede seguir de eso? Pues bien, la risa es el origen de la obscenidad, las chocarrerías, las palabras torpes, y finalmente de las torpes acciones.

Acusado alguno de que calumnia al prójimo, de que lo injuria, de que lo maldice, se descuida y alega: maldecir es cosa leve. Pero de ahí nacen los odios profundos, las enemistades irreconciliables e infinitas palabras injuriosas; y de las palabras injuriosas se procede a los golpes, y de los golpes con frecuencia se llega al asesinato. De modo que el demonio maligno va llevando de lo leve a lo grave. Y de lo grave arrastra a la desesperación; porque también ha encontrado este otro camino, no menos pernicioso que el anterior. No arruina tanto el pecado como la desesperación. Al fin y al cabo, el que ha pecado puede pronto, mediante la penitencia, corregir lo que hizo, si anda vigilante. Pero quien desespera y no se corrige, deja de enmendarse porque ya no echa mano del medio de la penitencia.

Tiene todavía el demonio un tercer medio y forma de asechanzas gravísimo, que es cuando envuelve el pecado en apariencias de piedad. Preguntarás: ¿cómo ha tomado tanta fuerza el demonio que llegue hasta ese engaño? Óyelo y guárdate de su astucia. Ordena Cristo, por medio de Pablo, que el esposo no se separe de su mujer; y añade que no deben defraudarse en el débito conyugal mutuamente, si no es de común consentimiento. Pues bien, algunas mujeres, por amor a la continencia, se han separado de sus maridos, como si hicieran una obra piadosa, y a sí mismas se han precipitado luego en el adulterio. Piensa cuan perverso trabajo fue el que se tomaron y que sufrirán penas extremas por haber introducido un mal tan grave y haber precipitado a sus esposos en el abismo de la perdición.

Otros, absteniéndose de los alimentos, apoyados en el precepto del ayuno, poco a poco han llegado hasta abominar de la comida, cosa que les causa grandes padecimientos. Sucede esto cuando se aferran a sus propias opiniones, formadas sin tener en cuenta las Sagradas Escrituras. Entre los corintios hubo algunos que pensaron ser cosa indiferente comer de toda clase de manjares, aun prohibidos; y que en esto había algo más de perfección. Y sin embargo, no era eso perfección alguna, sino el colmo de la iniquidad. Por lo cual Pablo con vehemencia los reprende y les afirma ser reos de extremo castigo. Piensan otros ser cosa de piedad el cultivo de la cabellera; y sin embargo esto está prohibido y es cosa de mucha vergüenza. Otros hay que creen ser ganancia espiritual el dolor excesivo de los pecados; pero también esto pertenece a las diabólicas astucias, como sucedió en el caso de Judas, quien por esa causa se ahorcó.

Por este mismo motivo temía Pablo que aquel fornicario de Corintio cayera en una desesperación semejante a la de Judas; y exhorta a los corintios a que lo más pronto posible lo libren de eso: Para que no lo consuma una excesiva tristeza Y enseguida, declarando cómo esto último proviene de astucias del demonio, añade: Para que no nos envuelva Satanás en sus astucias, pues no desconocemos sus ardides. Como si dijera: él pelea contra nosotros con dolo crecido. Si luchara a campo abierto, fácil sería nuestra victoria. Pero aun ahora es fácil con tal de que vivamos vigilantes Porque para todos y cada uno de sus caminos ya nos armó Dios.

Oye cómo nos exhorta a no despreciar las cosas leves: Quien dijere fatuo a su hermano, será reo de la gehena. Y también : el que ve con ojos lascivos es perfecto adúltero. A los chocarreros los llama míseros. Y en todas partes va cortando y arrancando los principios y semillas del mal. Dice que de toda palabra ociosa tendremos que dar cuenta. Por esto Job purificaba no únicamente las acciones, sino aun los pensamientos de sus hijos. Y acerca de la desesperación dice: ¿Acaso el que ha caído no se levantará? Y también: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y vival Además: Hoy, si oyereis su voz. Y luego: Hay gozo en el cielo por un pecador que hace penitencia. Abundan en las Sagradas Escrituras otras muchas sentencias y ejemplos. Y para que no perezcamos bajo el pretexto de piedad, oye a Pablo que dice: Para que no lo consuma la tristeza excesiva.

Sabiendo estas cosas, opongamos la prudencia de las Escrituras a todos los caminos por donde pueden caer los desidiosos. Ni digas: pero ¿qué si curiosamente miro a una mujer hermosa? Porque si adulteras en tu corazón, pronto te atreverás a adulterar en las obras. Tampoco digas: pero ¿qué si a este pobre lo paso de largo? Si a éste pasas, luego pasarás a otro y a otro. Tampoco digas: pero ¿y qué si codicio los bienes ajenos? Esto fue lo que perdió a Acab, aunque luego pagara el precio del viñedo, pues lo tomó contra la voluntad de su sueño. El comprador no ha de obligar sino persuadir. Pues si ese que pagó el justo precio fue condenado por haber tomado los bienes de quien no quería dárselos, quien no sólo hace eso, sino que realmente se los arrebata al renuente, y esto ahora en la Ley de Gracia ¿de qué castigo no será digno?

Pues para que no seamos castigados, conservémonos limpios de toda violencia y rapiña; guardémonos no sólo de los pecados, sino del principio de ellos, y cultivemos con diligencia la virtud. Así gozaremos de los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

CLIII


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HOMILÍA LXXXVII (LXXXVIII)

Entonces los soldados del Procurador tomaron a Jesús y lo condujeron al pretorio; y reunieron ahí a toda la cohorte. Y habiéndolo desnudado, le echaron encima una clámide de púrpura. Y trenzaron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza; y una caña en su mano derecha. Y doblando la rodilla ante El, lo zaherían diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! (Mt 27,27-29).

DANZAS CELEBRABA entonces el demonio, como si hubiera hecho con todos un pacto. Parece como si los judíos, consumidos de cólera y envidia, se dedicaran a burlarse de Cristo. Mas ¿por qué razón, por qué motivo habían de hacer otro tanto los soldados? ¿Acaso no aparece claramente que el demonio entonces andaba de bacanal entre ellos? Porque las injurias hechas a Cristo eran para ellos un placer, por crueles e inhumanos. Cuando convenía que se reportaran y lloraran, cosa que diríamos ser oportuna aun tratándose del vulgo, ellos no lo hicieron. Por el contrario, injuriaban e insultaban, quizá para congraciarse con los judíos, o llevados de sus costumbres depravadas.

Y las injurias fueron de diversas clases. Porque unas veces herían a bofetadas aquel divino rostro; otras añadían el ceñir la cabeza con la corona de espinas; otras la golpeaban con la caña: hombres malvados y execrables. Pero ¿qué excusa tendremos en adelante, si por las injurias nos encolerizamos, cuando Cristo tales cosas padeció? Lo que entonces le hacían era el colmo y extremo de las injurias. Porque no era injuriada una sola parte de su cuerpo sacratísimo, sino todo El: la cabe/a con la corona de espinas; el rostro con las bofetadas y salivazos; las mejillas con las bofetadas; el cuerpo todo con azotes, desnudez, la clámide, las adoraciones fingidas; las manos con la caña que se les puso como cetro; y aun la boca luego con el vinagre.

¿Qué pudo haber más duro que esto? ¿qué más injurioso? Sobrepasa esto todo discurso. Pues como si temieran que fuera a faltar algo en tan horrendo crimen, a los profetas los mataban por sus propias manos; a Cristo, por sentencia del juez. Pero ellos lo hacen aquí todo: matan por sus propias manos, condenan y sentencian, y aun ante Pilato dicen: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Insultan, injurian, atan, arrastran al tribunal, aconsejan a los soldados las vejaciones, lo crucifican, lo golpean, lo escupen, lo burlan. Nada puso aquí de su parte Pilato, sino que todo lo hicieron ellos: fueron a la vez acusadores, jueces, verdugos; ejercitaron todos los oficios.

Esto se lee aquí entre nosotros cuando vienen todos a la reunión. Todo para que no digan los gentiles que presentamos a los pueblos en plena luz las cosas brillantes de Cristo, como sus milagros y prodigios, pero ocultamos las injurias y penas. Inspiró el Espíritu Santo esto de que en la máxima de las festividades, cuando en gran número están presentes hombres y mujeres, y en absoluto se juntan todos en la víspera grande la Pascua, se lea todo esto; y que estando presentes todos en todas las partes de la tierra, con gran voz se predique; y que así leídas y conocidas todas estas cosas, creamos en Cristo Dios, y que por sus demás hechos, pero también por éstos, sea adorado; ya que se dignó rebajarse hasta tal punto por nosotros, y padecer afrentas tales a fin de enseñarnos toda clase de virtudes.

Leamos continuamente esto, pues hay en ello grande ganancia, utilidad máxima. Cuando veas al que con palabras y obras es adorado, burlado y afrentado en tal manera y destrozado y que sufre lo más que puede sufrirse, aun cuando seas de roca te tornarás más blando que la cera y echarás de tu alma toda hinchazón. Oye, pues, lo que sigue. Una vez que lo burlaron. lo condujeron a ser crucificado. Y se apoderaron de las vestiduras del que habían desnudado, y sentados aguardaban a que muriera. Y se repartieron los vestidos de El, como suele hacerse con los ajusticiados viles y de baja condición, y que no tienen a nadie que mire por ellos. Se dividen aquellas vestiduras con que tantos milagros se llevaron a cabo. Pero entonces ninguno hacían, pues Cristo inhibía la virtud inefable de ellas. Pero era esto un fómite no pequeño para el furor de los judíos; pues todo lo ejecutaban como si se tratara, lo he dicho antes, de un infame, abyecto y el más vil de los hombres. No habrían hecho cosa igual con unos ladrones, pero con Cristo a todo se atrevían. Y lo crucificaron entre dos ladrones para que fuera partícipe de la deshonra de ellos.

Y le daban a beber vinagre, igualmente como a un ajusticiado con una nueva injuria. Pero El no quiso beberlo. Otro evangelista dice: Y habiéndolo gustado, dijo: ¡Todo está consumado! ¿Qué quiere decir: Todo está consumado? Se ha consumado la profecía que dice: Me dieron hiél por comida y en mi sed me han abrevado con vinagre? No dice Juan que lo bebiera; porque en realidad gustarlo solamente y no beberlo no se diferencian en nada: ambas expresiones significan lo mismo. Pero no terminó con esto el furor de aquellos hombres. Después de que lo desnudaron y lo crucificaron, le ofrecieron el vinagre y pasaron adelante. Viéndolo pendiente de la cruz, lo injuriaban ellos y los que por enfrente pasaban: penas todas gravísimas, pues las sufría como si fuera un embaucador, arrogante y jactancioso. Por eso lo crucificaron públicamente, para que lo reprendieran cuantos lo veían. Y por lo mismo lo hicieron por manos de los soldados, a fin de que, llevándose, a cabo todo públicamente y por pública sentencia, se mostrara mejor el furor de ellos.

¿A quién no habría conmovido la turba que lo seguía con lágrimas? Pero no conmovió a aquellas bestias feroces. Por esto Cristo se dignó responder a la turba, pero no a ellos. Y una vez que hicieron cuanto en gana les vino, se esforzaban en dañarlo en su fama, temerosos de que resucitara. Por tal motivo, le lanzan públicamente sus acusaciones, lo crucifican entre ladrones; y para declarar que era un embaucador, le decían: Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, bájate de la cruz. Y como al rogar a Pilato que quitara la inscripción de la causa, que decía: Rey de los judíos, nada consiguieron, sino que el Procurador insistió y dijo: Lo que escribí, escrito está, ellos entonces con sus burlas intentaron demostrar que no era tal Rey. Por lo cual le decían aquello, y también esto otro: Si es Rey de Israel, baje ahora de la cruz; y además: A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Con lo cual intentaban infamar sus anteriores milagros. Y todavía más: Si es el Hijo de Dios y El lo ama, que lo salve.

¡Ah, perversos, totalmente perversos! ¿Acaso los profetas no eran profetas? ¿Acaso los justos no eran justos porque Dios no los liberó de los peligros? ¡Sí que lo eran, aun cuando hayan padecido! ¿Qué habrá que iguale a vuestra locura? Pues si los males y los peligros en que se vieron aquéllos nada quita a su gloria, sino que los profetas siguieron siendo profetas a pesar de lo que padecían, con mucha mayor razón no deberíais escandalizaros de Jesús, quien con sus obras y palabras refutó esa falsa opinión vuestra. Y sin embargo, a pesar de lo que decían y hacían, nada pudieron en ese mismo tiempo.

A la verdad, el que estaba completamente corrompido con toda clase de perversidades y había pasado su vida asesinando y violando sepulcros, al tiempo en que los judíos así se burlaban de Jesús, él lo confesó y mencionó su reino; y la turba misma lo lloraba. Y esto a pesar de que lo que iba sucediendo, parecía significar todo lo contrario para quienes no conocían el misterio de la economía de la redención, pues ahí parecía Jesús ser un hombre débil y que ningún poder tenía. Pero también en esta ocasión venció la verdad por caminos a ella contrarios.

Oyendo estas cosas, armémonos contra la ira y la cólera. Si adviertes que tu corazón se hincha y enardece, ármalo con la señal de la cruz sobre tu pecho; trae a la memoria lo que sucedió en el Calvario; y con este recuerdo sacudirás como polvo toda ira. Considera las palabras y los hechos de Cristo; piensa que El es el Señor y tú su siervo; y que El padeció por ti y tú padeces por tus culpas; El por quienes, colmados de beneficios de su mano, lo crucificaron, y tú por culpas tuyas; El por quienes lo colmaron de golpes e injurias, y" tú en cambio por quienes con frecuencia heriste; El en presencia de toda la ciudad y aun de todo el pueblo judío y de los peregrinos y de los nativos del país, para los cuales tuvo siempre palabras de bondad, y tú apenas ante unos pocos; y lo que parece el colmo de las injurias, abandonado de sus discípulos.

Les que antes lo veneraban se le apartaron; en cambio los adversarios y enemigos lo rodearon difamándolo con injurias, risotadas y burlas; y esto lo hicieron los judíos y los soldados desde abajo y los ladrones desde lo alto, pues a ambos lados los tenía. Porque los dos ladrones lo herían con oprobios y afrentas. ¿Cómo es que Lucas afirma que uno de ellos reprendió al otro? Ambas cosas sucedieron. Pues al principio ambos lo injuriaban, pero después ya no. Y para que no creas que se hizo así por un común acuerdo o que el ladrón no era de verdad ladrón, el evangelista te lo declara precisamente por esas injurias. Puesto en la cruz, ladrón era y enemigo de Cristo, pero de pronto cambió. Considerando esto en conjunto, medita. ¿Padeces acaso tú tanto como tu Señor? ¿Te han injuriado así tan públicamente? A lo menos no lo han hecho con tan gran número de oprobios. ¿Te han azotado? A lo menos no ha sido en todo el cuerpo, ni te han desnudado y azotado tanto como a El. Y si te han abofeteado, no ha sido en esa forma.

Añade las circunstancias: por quiénes, por qué, cuándo, y lo que resulta durísimo, que entre tantos, nadie reprendía, nadie increpaba a nadie por lo que se hacía; sino que, por el contrario, todos alababan y juntamente se burlaban; y como a un soberbio engañador que no puede comprobar con sus obras sus palabras, lo colmaban de improperios. Y él callaba, preparándonos así el remedio grande para ejercitar la paciencia. Nosotros, en cambio, aunque esto oímos, no soportamos ni siquiera a nuestros criados, sino que, peores que asnos salvajes, nos alborotamos, pateamos y somos crueles e inhumanos en lo que nos toca y en nada estimamos lo que toca a Dios.

Lo mismo nos portamos con los amigos. Si alguno nos ofende, no lo soportamos. Si nos injuria, nos tornamos más feroces que una bestia cualquiera, a pesar de que cada día leemos los tormentos de Cristo. Un discípulo lo traicionó, los demás lo abandonaron y huyeron; otros, a quienes había colmado de beneficios, lo escupieron; un criado del pontífice lo abofeteó; los soldados lo hirieron con golpes de sus manos; los que pasaban delante de El se burlaban y lo insultaban; los ladrones le echaban en cara la culpa. Y El no pronunció en contra una sola palabra, sino que a todos los superó mediante el silencio. Todo para enseñarte con las obras que cuanta mayor mansedumbre tuvieres, más fácilmente vencerás a quienes te hacen mal y serás admirado de todos.

¿Quién no admira a quien con facilidad tolera las afrentas? Así como sucede que muchos juzguen que justamente padece aquel que, aun justamente padeciendo, sabe llevar sus padecimientos con mansedumbre, así quien sufre injustamente, pero se enfurece, causa sospechas de que justamente padece y cae en ridículo, a la manera de un hombre cautivo que llevado de la cólera pierde toda su nobleza. Semejante hombre no merece ni el dictado de libre, aun cuando tenga a sus órdenes a miles de siervos. Dirás que el otro te irritó sobremanera. Pero esto ¿qué importa? Es ese precisamente el momento oportuno para mostrar tu virtud; pues cuando nadie las irrita, aun las fieras mismas vemos que son mansas, puesto que no se enfurecen continuamente, sino sólo cuando alguien las incita. Si nosotros también solamente estamos pacíficos cuando nadie nos irrita ¿en qué superamos a las fieras? Por otra parte, las fieras siempre se irritan por algún motivo y se las puede excusar, puesto que se enfurecen cuando se las punza y se les despierta la ira; aparte de que carecen de razón y son por su naturaleza feroces. Pero tú, si te enfureces ¿cómo podrás alcanzar perdón?

¿Cuál es el daño que has padecido? ¿Te robaron? Conviene que lo lleves con paciencia, pues con esto tienes mayor ganancia. ¿Es que te dañaron en la fama? ¿Qué importa? Nada pierdes por eso si eres virtuoso. Y pues nada pierdes ¿por qué te irritas contra quien en nada te daña, sino que aún te aprovecha? Los que nos honran nos vuelven más muelles, si no vigilamos; pero quienes nos injurian y nos desprecian, si estamos atentos, nos vuelven más firmes en la virtud. Los desidiosos, si los alaban, sufren heridas mayores con eso que si los injurian. Los que nos hacen daños, si estamos vigilantes, nos dan ocasión de virtud; los que nos alaban nos tornan soberbios, ambiciosos de vanagloria, desidiosos, muelles.

Testigos me son de esto los padres que reprenden más que alaban a sus hijos, temerosos de que de las alabanzas reciban daño. También los maestros usan este método. De modo que en realidad, si fuera conveniente odiar a alguien, sería odiar a quien nos adula más bien que a quien nos carga de oprobios. Porque el atractivo de la adulación trae mayor ruina a los descuidados que el desprecio; y resulta más difícil vencer aquélla que no éste. Aparte de que de lo segundo se nos siguen alabanzas mayores y más grande admiración y recompensa. Es cosa admirable ver a un hombre que injuriado no se irrita, mucho más que a un hombre que herido con heridas mortales no cae por tierra.

Preguntarás: ¿cómo es posible no irritarse? Mira: si alguno te injuria, haz la señal de la cruz en tu pecho; trae a la memoria todo lo sucedido en el Calvario; y al punto se apagará tu cólera. No te fijes únicamente en las injurias: trae también a tu recuerdo lo bueno que hayas recibido del injuriante, y al punto tendrás mayor mansedumbre. Pero mejor aún: ten ante todo en tu mente el temor de Dios y desde luego te encontrarás más moderado y ecuánime. Aprende también de tus siervos. Cuando te veas injuriándolos mientras ellos callan, piensa en que tú podrías tener virtud, y condena tu exasperación. Aprende a no responder oprobio con oprobio al tiempo en que te injurian; y por aquí, cuando te injurien, vendrás a no dolerte. Considera que quien injuria es que está furioso y no os dueño de sí, pues está loco; y de este modo no te indignarás por las injurias: también los posesos nos azotan, pero no sólo no nos irritamos contra ellos, sino que los compadecemos.

Procede tú así. Compadécete del injuriante. A la fiera cruel se la contiene con mostrarle ánimo; al demonio pernicioso, con mostrarle ira. Desata a ese energúmeno agitado del feroz demonio y que en breve tiempo se corrompe. Pues tal es la naturaleza de esta enfermedad: no necesita de largo lapso para arruinar a aquel de quien se ha apoderado. Por lo cual dijo alguno: El momento de su furor es causa de su ruinad En esto sobre todo se muestra su tiranía: que en tan breve tiempo causa tan graves males y no tarda en su obra. De modo que si continuara en toda su fuerza, a duras penas se la podría dominar.

Quisiera yo ahora poneros delante quién sea el que injuria y quién el injuriado y hombre de virtud; y poneros aquí al desnudo las almas de ambos. Verías cómo la del primero es a manera de un mar agitado por las olas; la otra es como un puerto tranquilo, que no lo perturban los vientos perniciosos, sino que fácilmente los aplaca. Los injuriantes no omiten medio alguno de molestar; pero si no lo logran, al fin también ellos se aplacan y quedan enseñados. Porque es imposible que quien se irrita no se condene luego a sí mismo; así como es imposible que quien se domina en su ira se condene a sí mismo. Si acaso fuera necesario reprender a alguno, puede hacerse sin ira y es más fácil y más prudente que hacerlo con ira; aparte de que con eso nada desagradable sufriremos. Pues si queremos, tendremos con nosotros todos los bienes y con el auxilio de la gracia divina nos bastaremos para nuestra propia defensa y honra.

¿Para qué buscas gloria de parte de otro? Tú mismo hónrate y nadie podrá infamarte. Pero si tú mismo te deshonras, aun cuando todos juntos te honrasen, serás un hombre sin honra. Así como si nosotros mismos no nos dejamos dominar por una mala pasión, nadie puede hacerlo en nosotros; así, si nosotros mismos no nos deshonramos, nadie puede arrebatarnos la honra. Pongamos el caso de un hombre grande y admirable, y que todos lo llamen adúltero, ladrón, violador de sepulcros, homicida, ratero; y que él no se irrite por eso ni se indigne por no tener conciencia de ninguno de tales crímenes: ¿qué aírenla recibe con eso? ¡Ninguna en absoluto! Preguntarás: bueno, pero ¿si muchos se forman de él esa opinión? Ni aun así recibe afrenta: son ellos los que se deshonran, pues falsamente lo tienen por malo. Yo te pregunto: si alguno cree que el sol es oscuro ¿daña eso al sol o se daña a sí mismo? Sin duda que a sí mismo, pues adquiere fama de ciego o de loco. Lo mismo sucede con los que creen que los buenos son malos: ellos mismos pierden su fama y decoro.

Por lo demás, es necesario que con el mayor empeño limpiemos nuestra conciencia y no demos ocasión alguna para que se sospeche mal de nosotros. Si a pesar de todo algunos quieren proceder como locos furiosos, nosotros no nos preocupemos ni nos dolamos porque ellos anden así. Quien es bueno, pero alguno lo tiene por perverso, nada pierde por ello; mientras que el otro que falsamente anda sospechando y a la ligera, acabará miserablemente en ruina. Lo mismo que el malvado que sea tenido por bueno, nada ganará con eso, sino que será reo de mayores penas y caerá en peores tristezas.

Quien es malo y tenido por malo, quizá con esa humillación reconozca sus pecados; pero si es malo a ocultas, caerá en desidia. Si los pecadores, reprendiéndolos todo el mundo, apenas si se excitan a compunción, cuando no solamente no los acusen sino que incluso algunos los alaben ¿cómo podrán abrir los ojos, esos que viven en perversidad? ¿No oyes a Pablo acusar a los corintios de que no solamente dejaron que el fornicario aquel no reaccionara de su pecado, pues lo honraban y aun lo aplaudían, sino que hasta lo conservaban por ese camino en su maldad?

En consecuencia, os ruego que haciendo a un lado lo que piense la multitud, las injurias, las alabanzas, nos apliquemos a sólo una cosa: a no tener nosotros conciencia de pecado y a no deshonrarnos a nosotros mismos. Así gozaremos de gran gloria tanto en este siglo como en el futuro. Ojalá todos la alcancemos, por gracia y benignidad del Señor Nuestro Jesucristo, al cual, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

CLIV



Crisóstomo - Mateo 86