Crisóstomo - Mateo 88

88

HOMILÍA LXXXVIII (LXXXIX)

Desde la hora sexta a la hora nona, la oscuridad se extendió sobre todo el país. Y cerca de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: Eli, Eli ¿Lema sabaktaní? Es decir: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado? Algunos de los presentes lo oyeron y decían: Este llama a Elías. Al punto corrió uno de ellos en busca de una esponja. La empapó de vinagre y habiéndola puesto en el extremo de una caña, le ofreció de beber (Mt 27,45-47).

ESTA ES LA SEÑAL que cuando anteriormente le pedían, prometió que daría diciendo: Esta generación perversa e infiel a Dios pide además una señal. Y la señal que se le dará no será otra que la del profeta Jonás,- significando con esto la cruz, la muerte, el sepulcro y la resurrección. También significaba la virtud de la cruz cuando dijo: Cuando levantéis al Hijo del hombre en alto, entonces conoceréis que yo soy? Como si dijera: Cuando me crucifiquéis y penséis haberme vencido, será cuando conozcáis mi poder.

En efecto: después de que Jesús fue crucificado, pereció la ciudad de los judíos, cesaron sus ritos y perdieron ellos su república y su libertad, floreció la predicación y el evangelio llegó hasta los términos extremos del orbe; y por todas partes publican el poder de Cristo la tierra, el mar, las regiones habitadas y las inhabitables. A esto, pues, se refiere y a lo que aconteció al tiempo mismo de la crucifixión. Porque fue más admirable que sucediera todo ello estando El en la cruz, que si hubiera sucedido cuando recorría el país. Ni era sólo en eso admirable el suceso, sino que entonces se verificó el signo y milagro que los judíos pedían a Cristo en el cielo, y se verificó en toda la región: cosa que anteriormente no había sucedido, sino allá cuando en Egipto estaban para celebrar la Pascua. Pues ella era tipo de estos otros acontecimientos.

Considera las circunstancias en que se verificó. Al medio día, para que todos se dieran cuenta en el orbe, pues entonces en todo él era de día: cosa que de por sí era suficiente para convertirlos, no tan sólo por la magnitud del suceso milagroso, sino además por el momento tan oportuno en que se verificaba. Puesto que tras de todas las locuras que ellos habían cometido, tras de aquellas burlas criminales, aconteció el milagro: es decir, cuando ya el furor se iba calmando y terminaban las risotadas y se habían hartado de lanzar improperios y habían dicho cuanto les vino en gana, entonces produjo El las tinieblas, para que así al menos, una vez satisfecha la ira de ellos, lograran por el milagro algún provecho espiritual.

Las obras llevadas a cabo en la cruz eran cosa más admirable que el bajarse Cristo de la cruz. Pues ya creyeran ellos que El las hacía, y por lo mismo era necesario darle fe y temerlo; ya creyeran que el Padre las hacía y no El, y por lo mismo era necesario que se arrepintieran, al fin y al cabo aquellas tinieblas eran causadas por la ira divina, motivada por lo crímenes de ellos. Que no se tratara de un eclipse, sino de la ira e indignación de lo alto, era manifiesto no sólo por lo dicho, sino además por el tiempo, pues duraron las tinieblas por tres horas, mientras que un eclipse total pasa en brevísimo tiempo, como lo saben los que los han visto. Porque también en nuestro tiempo ha habido un eclipse.

Preguntarás: ¿cómo fue pues que no se admiraron todos, ni pensaron que Cristo era Dios? Porque en esos tiempos todo el humano linaje vivía en negligencia y perversidad grande. Además, se trataba de un milagro solo, y éste pasajero y que apenas brilló y en seguida desapareció. Tampoco trató nadie de investigar la causa. Y las costumbres profundamente impías prevalecían y estaban en toda su fuerza. Ignoraban la causa de lo sucedido y quizá lo atribuían a simple eclipse o a otra causa natural. Mas ¿por qué te admiras de los gentiles que nada sabían y por su indolencia no se ocupaban en investigar lo sucedido, cuando los mismos habitantes de Judea, después de tantos milagros, aún perseveraban en injuriar a Cristo, aun cuando claramente les había demostrado ser El quien tal maravilla había llevado a cabo?

Por tal motivo, enseguida habla, para que vean que aún está vivo y que El ha hecho el prodigio y así, por esta causa al menos, se moderen un poco. Y dijo: Eli, Eli ¿Lema sabaktaní? para que vieran que hasta el último aliento honraba al Padre y no era enemigo de Dios. Por lo mismo lanzó la expresión de un profeta, para dar testimonio en favor de la Ley Antigua hasta la última hora; y no fue solamente expresión profética, sino en lengua hebrea de manera que de todos fuera conocida y entendida. Mostró así su acuerdo y concordia en todo con el Padre. Considera además la jactancia y locura de ellos. Porque dice el evangelio que pensaron que Cristo llamaba a Elías, y al punto le ofrecieron el vinagre. Hubo uno que le abrió el costado con su lanza. Pero ¿qué hay más inicuo ni más feroz que quienes llevaron su furor hasta injuriar el cuerpo muerto?

Considera cómo Cristo aprovechó los crímenes de ellos para salvación nuestra. Porque de esa llaga brotaron fuentes de salud. Y Jesús, clamando con voz fuerte, exhaló el espíritu. Es exactamente lo que había dicho: Tengo potestad para entregar mi vida y tengo poder para recobrarla. Y también: Yo la entrego voluntariamente. Por tal motivo lanzó aquella gran voz, demostrando que todo lo hacía por su voluntad. Marcos dice que Pila to se admiró de que Jesús hubiera muerto ya; y que el centurión sobre todo creyó en El porque murió dando señales de su poder. Ese grito de Cristo desgarró el velo del templo, abrió las tumbas, dejó el templo desierto. Y no lo hizo por deshonrar el templo (¿cómo habría hecho eso el que dijo: No hagáis la casa de mi Padre casa de negociaciones?), sino demostrando ser ya los judíos indignos de entrar y oficiar en él, como sucedió cuando antiguamente lo entregó en manos de los babilonios.

Y no sin causa se hacía eso, sino que era profecía de la futura desolación y de una conversión en mejor y más alta y además señal del poder de Cristo. Añádase que luego, por lo que se siguió, Cristo se manifestó a Sí mismo en su poder, resucitando los muertos, oscureciendo el sol, cambiando los elementos.

En tiempo de Elíseo, un cadáver tocó a otro y resucitó; pero ahora fue aquel grito de Cristo el que los despertó, cuando el cuerpo estaba aún clavado en la cruz. Por lo demás, aquella resurrección era figura de esta otra; y por eso se obró aquello, para que esto otro se hiciera creíble.

Y no sólo resucitan los muertos, sino que se rompen las rocas, se sacude la tierra, para que ellos comprendan que él puede cegarlos y desgarrarlos. Quien rompió las rocas y lanzó sobre la tierra las tinieblas, mucho más podía, si lo hubiera querido, hacer lo mismo con ellos. Mas no lo quiso, sino que echó su cólera sobre los elementos, al tiempo que cuidaba, por su bondad, de la salvación de los judíos. Pero ellos persistieron en su locura. Así es la envidia: no fácilmente se aplaca. Viendo aquellos prodigios, sin embargo no depusieron su impudencia. Más aún: cuando El resucitó a pesar de los sellos puestos en el sepulcro y de la custodia de los guardias (cosa que ellos supieron por los guardias mismos), los sobornaron con dineros para que dieran su testimonio contrario a la resurrección.

No te admires, pues, de que ante aquellos prodigios se portaran perversamente; pues muy de antemano se habían ido preparando para toda clase de impudencias. Considera los prodigios que Cristo hizo en el cielo, en la tierra y en el santuario mismo, mostrando a un tiempo mismo su indignación; y cómo ya podía entrarse a los sitios anteriormente inaccesibles; y que el cielo se abriría y que el culto pasaría al verdadero Santo de los santos. Y unos decían: Si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz; y Cristo les demostró ser Rey no solamente de Israel, sino de todo el orbe. Otros decían: El que destruye este templo y en tres días lo reedifica; pero El les declara que el santuario de ellos quedaría desierto para siempre. Otros decían: A otros salvó pero a sí mismo no puede salvarse; pero El estando en la cruz demostró, con gran poder en los cadáveres de sus siervos, que sí podía.

Si fue milagro grande que Lázaro, muerto ya de cuatro días, saliera del sepulcro, mucho mayor lo fue que salieran vivos todos aquellos santos sepultados tiempo había; y fue además símbolo de la universal resurrección. Porque dice el evangelista: Y muchos cuerpos de los santos, que reposaban, resucitaron. Y entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. Para que no se creyera que se trataba de una mera fantasmagoría, se presentaron a muchos en la ciudad. También el centurión glorificó a Dios diciendo: De verdad éste era hombre justo. Y las turbas que habían concurrido al espectáculo se volvían dándose golpes de pecho. Tan grande es el poder del crucificado que, tras de tantas burlas y dicterios, se compungían el centurión y el pueblo. Y cuentan algunos que este centurión, confirmado más tarde en la fe, sufrió con fortaleza el martirio.

Estaban ahí muchas mujeres presenciándolo a distancia; eran las que habían acompañado a Jesús desde Galilea, sirviéndolo. Entre ellas, María la Magdalena y María madre de Santiago y José y la madre de los hijos del Zebedeo. Contemplaban estas mujeres aquellos acontecimientos: ellas, que son las que sobre todo lloran y se duelen. Considera su grande constancia. Lo seguían sirviéndolo y lo acompañaban hasta en los peligros. Por eso están ahí y oyen cómo clama Jesús y ven cómo expira y cómo las rocas se desgarran y todo lo demás que sucede. Y son las primeras en ver a Jesús resucitado. Este sexo, tan reciamente castigado, es el primero en gozar del espectáculo de los bienes adquiridos por Cristo. Esto enaltece grandemente la fortaleza de ellas. Huyeron los discípulos; estuvieron presentes las mujeres. ¿Cuáles? La Madre de Jesús, María a la cual llama la Madre de Santiago, y las demás.

Otro evangelista dice que hubo muchos que lloraron y se golpearon el pecho al ver tales sucesos: cosa que pone de manifiesto la crueldad de los judíos, pues se gloriaban de aquello mismo de que otros se dolían y gemían: ni los conmovía la misericordia, ni el temor los cohibía. Pues aquellas señales no eran únicamente prodigios, sino también demostraciones de grande ira y cólera: las tinieblas, las rocas hechas pedazos, el velo abierto de medio a medio, el terremoto, todo declaraba una indignación.

Y se presentó José y pidió el cuerpo del Señor. Era éste aquel José que anteriormente se había ocultado. Ahora, en cambio, tras de la muerte de Cristo, se atreve a grandes cosas. No era ni plebeyo ni un desconocido, sino uno de los miembros esclarecidos del Sanedrín. Razón por la cual es muy de ponderar su fortaleza, pues se ponía a peligro de muerte y echaba sobre sí el odio de todos, por demostrar su benevolencia para con Jesús, al pedir el cadáver con audacia y sin miedo, y sin desistir hasta alcanzar lo que pedía. Ni únicamente lo tomó y sepultó haciendo los gastos, sino que lo depositó en un sepulcro nuevo suyo. Declaró de esta manera su cariño al Señor y su fortaleza de ánimo. Y no sucedió esto al acaso y sin especial providencia divina, sino para que ni la menor sospecha quedara de que el resucitado era otro diverso de Cristo.

Y estaban ahí María Magdalena y la otra Marta, sentadas frente al sepulcro. ¿Por qué permanecen ahí sentadas? Pues aún nada sublime ni grande sabían de Jesús, y por eso acudieron luego con ungüentos. Lo hacían en espera de que, si se aplacaba el furor de los judíos, podrían ellas acercarse y saciar su anhelo de embalsamarlo. ¿Observas la fortaleza de estas mujeres? ¿Adviertes su cariño a Cristo? ¿Ves su liberalidad en los gastos, hasta ponerse en peligro de muerte? ¡Imitémoslas, oh varones! No abandonemos a Jesús en las pruebas. Gastaron ellas de sus haberes generosamente para embalsamar aquel cadáver, llegando hasta poner en peligro su vida. En cambio, nosotros (pues repetiré lo mismo) ni lo alimentamos cuando está hambriento, ni lo vestimos cuando está desnudo; y si lo vemos que pide limosna, pasamos de largo y aprisa.

Ciertamente, si viéramos a Cristo en persona, sin duda cada cual le daría de lo suyo en abundancia. Pues bien: ahora es El mismo. Porque dijo: Yo soy. Entonces ¿por qué no le das lo tuyo todo? Ahora lo oyes que dice: Conmigo lo hacéis. No interesa que des a éste o a ese otro; pues no harás menos que las mujeres aquellas que entonces sustentaban al Señor, sino mucho más. No os conturbéis por esto. Claro que no es lo mismo alimentar al Señor presente en persona (pues aun un corazón de piedra se movería a ello), a ayudar, por solas las palabras de Cristo, a un pobre mutilado y encorvado. En el caso de Cristo aun la sola dignidad y aspecto del que se nos presenta, nos atrae; en cambio en el caso del pobre se te da íntegro el premio de la misericordia.

Por lo demás, mayor prueba es de respeto y reverencia para con Cristo el ayudar en todo a un consiervo por solas las palabras de Cristo. Ayuda, pues, a los pobres y fíate del que recibe y dice: A mí lo diste. Si no fuera a El a quien lo das, no te recompensaría ni te retribuiría con el reino. Tampoco te echaría a la gehena, si no fuera a El a quien tú desprecias en el pobre, cuando desprecias a un hombrecillo vil cualquiera. Pero como El es el despreciado, por esto el pecado es muy grave. En su caso Pablo a El perseguía, por lo cual Cristo le dice: ¿Por qué me persigues?

En consecuencia, cuando damos limosna, pensemos que la damos a Cristo; porque sus palabras merecen más fe que lo que por los sentidos percibimos. Cuando veas a un pobre acuérdate de que dijo que era El mismo el alimentado. Aunque aquel que pide no sea personalmente Cristo, pero bajo su disfraz El es el que pide y recibe. Avergüénzate cuando no des al que te pide: es cosa de vergüenza, y merece pena y castigo. Que El pida es fruto de su bondad, del que convendría que nos gloriáramos. Que tú no le des es fruto de tu crueldad. Si tú ahora no crees que lo pasas de largo cuando desprecias a uno de los fieles pobres, ya lo creerás cuando El te saque al medio y te diga: Cuando no lo hicisteis con uno de éstos, conmigo no lo hicisteis. Pero ojalá nunca oigas semejantes expresiones. Ojalá que ahora creyendo en sus palabras, fructifiquéis y oigáis entonces aquella otra palabra que os introduzca en el reino.

Quizá diga alguno: Todos los días nos hablas de la limosna y de la misericordia. Pues bien: ¡no cesaré de hacerlo! Aun en el caso de que entre vosotros todo eso anduviera bien, no convendría cesar de hablaros de ello, para que no por eso cayerais en alguna negligencia. Sin embargo, si todo anduviera bien, yo insistiría menos. Pero siendo así que no habéis llegado ni a la mitad de lo que conviene, echaos la culpa a vosotros mismos y no a mí. Al quejaros de esto, procedéis como un niño que oye continuamente alfa, pero no aprende esa letra; y luego se queja ante el maestro de que continuamente y sin descanso se la esté repitiendo. ¡Vamos! ¿Quién por mis exhortaciones se ha vuelto más diligente en dar limosna? ¿quién ha derrochado sus dineros? ¿quién ha distribuido entre los pobres

la mitad, la tercera parte de sus haberes? ¡Nadie! Entonces ¿cómo no sería absurdo que, pues vosotros no aprendéis, os empeñarais en que nosotros nos abstuviéramos de enseñar? Debería hacerse lo contrario: que si nosotros quisiéramos abstenernos, vosotros nos detuvierais diciendo: ¡todavía no aprendemos esto! ¿por qué dejas de enseñarnos y amonestarnos?

Si alguno estuviera enfermo de los ojos y yo fuera su médico; y al no aprovechar con emplastos, ungüentos y demás remedios aplicados, me marchara ¿acaso el enfermo no se acercaría a las puertas de mi clínica y me daría voces y me acusaría de grave descuido, pues continuando la enfermedad yo me apartaba?

Ysi así acusado, yo respondiera: Ya os puse una cataplasma, ya te ungí ¿lo soportaría el enfermo? Sin duda que no. Sino que al punto me diría: ¿Qué utilidad saco yo de eso, pues continúo enfermo? Pensad del mismo modo acerca del alma.

Y si acaso cuando una mano enferma, entorpecida, contraída, no hubiera logrado sanar mediante continuos fomentos ¿acaso no se me acusaría de modo semejante? Pues ahora en nuestro caso, estamos medicinando y atendiendo una mano contraída y seca. Por consiguiente, hasta que no la veamos extendida, no desistiremos de atenderla. Y ojalá también vosotros no habléis ni tratéis de otra cosa en el hogar, en el foro, en la mesa, en la noche; más aún, hasta entre sueños. Porque si continuamente meditáramos con cuidado en esto durante la vigilia, aun entre sueños en esto nos ocuparíamos.

Pero en fin, ¿qué es lo que dices? ¿Que yo continuamente predico acerca de la limosna? Bien quisiera yo que entre vosotros ya no fuera necesaria una exhortación semejante, sino predicar combatiendo contra los judíos y gentiles y contra los herejes. Pero a quienes aún están débiles, ¿quién podrá revestirles la armadura y sacarlos a la batalla, cuando aún están heridos y cubiertos de llagas? Si yo os viera en plena salud, ya o? hubiera conducido a la lucha; y apoyados en la gracia de Dios, habríais contemplado los infinitos montones de cadáveres y muchas cabezas cortadas.

Por lo demás, ya en otros tratados abundantemente hemos escrito acerca de esa materia; y a pesar de todo, tampoco acá podemos celebrar una completa victoria a causa de vuestra desidia que reina entre muchos. Pues los enemigos, largamente vencidos en la explicación de los dogmas, nos echan en cara y nos reprenden el modo de vivir de muchos de los que nos rodean y las heridas y las enfermedades de las almas de éstos. ¿Cómo, pues, podemos sacaros confiadamente al combate, cuando a nosotros mismos nos causáis molestias al ver cómo los enemigos os hieren y os burlan?

Tiene uno su mano enferma y contrahecha para dar limosna. ¿Cómo podrá sostener el escudo y herir sin que lo hieran los adversarios con crueles sarcasmos? Otros andan cojos de los pies, como son los que se van al teatro y a las casas de asignación de mujeres perdidas. ¿Cómo podrán éstos presentarse a la batalla sin que se les hiera echándoles en cara acusaciones de lascivia? Otro anda enfermo de los ojos y casi ciego y no ve correctamente, sino que anda harto de lascivia y acometiendo el pudor de las mujeres y poniendo asechanzas a los matrimonios. ¿Cómo podrá éste tal clavar los ojos en los enemigos, vibrar la lanza, lanzar los dardos, cuando de todos lados a él lo hieren con dicterios?

Los hay que se duelen del vientre no menos que los hidrópicos, pues están entregados a la gula y a la embriaguez. ¿Cómo podré yo sacar a la batalla a esos ebrios? Al otro se le ha podrido la boca, como son los iracundos, los pleitistas, los blasfemos. Pero quien tal es ¿cuándo podrá lanzar el grito valeroso de guerra en el combate y llevar a cabo alguna hazaña grande y generosa, estando, como está, ebrio con cierto género de embriaguez y da a los adversarios abundante materia de burla.

Por tal motivo yo cada día recorro todo este ejército, curando las heridas y procurando sanar las llagas. Si alguna vez al fin estáis despiertos y aptos y prontos para herir al enemigo, entonces os enseñaré el arte táctico y os instruiré sobre cómo manejar estas armas. O mejor dicho, vuestras obras mismas serán las armas, y todos los adversarios rápidamente sucumbirán si fuereis mansos, modestos, misericordiosos; si olvidáis las injurias, si demostráis poseer las demás virtudes. Y si algunos contradicen, entonces haremos lo que esté de nuestra parte y os sacaremos al medio a la pelea. Por ahora incluso nos vemos impedidos en semejante carrera, por lo que toca a vosotros.

Te ruego que consideres esto. Decimos nosotros que Cristo llevó a cabo grandes cosas, puesto que de los hombres hizo ángeles. Pero cuando los adversarios exigen pruebas y nos piden que íes mostremos algún ejemplar de los de este rebaño, que sea tal como ángel, tenemos que enmudecer. Pues temo yo no sea que en vez de ángeles, saque, como de una zahúrda, cerdos o garañones alborotados que corren en pos de las yeguas. Sé bien que esto os molesta. Pero no lo digo por todos, sino por los que son reos de pecados semejantes. Más aún en contra de ellos, pues si se enmiendan lo digo en favor de ellos. Por ahora, todo se ha arruinado, todo está corrompido y en nada difiere el templo de un establo de bueyes o de asnos o de camellos: ¡voy en torno buscando una oveja, y no logro ver ni una sola! En tal forma todos tiran coces, como si fueran caballos u onagros; y llenan este sitio y lo colman de estiércol: ¡tan sucias son sus conversaciones! ¡Si tú pudieras saber todo lo que en cada reunión platican hombres y mujeres, encontrarías que tales pláticas son más inmundas, con mucho, que el estiércol!

Os suplico que corrijáis esta mala costumbre, a fin de que el templo respire aroma de ungüento. Porque ahora ponemos en la iglesia sensibles timiamas, pero no ponemos mucho cuidado en esa otra espiritual inmundicia, para purificarla y echarla de aquí. ¿Qué utilidad se sigue entonces? No mancharíamos tanto el templo amontonando en él estiércol, como lo manchamos con semejantes mutuas conversaciones acerca del lucro, de las negociaciones, de las ventas, de cuantas cosas para nada nos interesan, cuando convenía que aquí asistieran coros de ángeles y hacer de la Iglesia un cielo, y que solamente se escucharan aquí súplicas, oraciones continuas, y silencio y atención se prestara.

Por lo menos ahora practiquemos esto, tanto para que se purifiquen nuestras vidas, como para conseguir los bienes eternos que nos están prometidos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

CLV


89

HOMILÍA LXXXIX (XC)

Al día siguiente, es decir, después de la Pascua, los sumos sacerdotes y los fariseos se presentaron corporativamente ante Pilato, y le dijeron: Señor, nos hemos acordado de que aquel impostor dijo en vida: Al cabo de tres días resucitaré. Ordena, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día. No sea que vengan sus discípulos y lo hurten, y digan al pueblo que resucitó de entre los muertos y sea esta impostura peor que la primera (Mt 27,62-64).

EN TODAS partes el error choca contra sí mismo y se contradice y aun involuntariamente da testimonio de la verdad. Lo conveniente era creer en Cristo, que murió y fue sepultado y resucitó, pues todo esto lo hacían creíble las hazañas de sus enemigos. Pues bien: advierte ahora las palabras de ellos que, en absoluto, lo confirman todo: Nos hemos acordado de que aquel impostor dijo cuando aún vivía (por consiguiente confiesan que verdaderamente ha muerto): Al cabo de tres días resucitaré. Ordena, pues, que se asegure el sepulcro (luego fue sepultado); no sea que vengan sus discípulos y lo hurten.

¿De modo que si el sepulcro queda asegurado y sellado, ya no será posible ni habrá fraude? ¡Ninguno! Queda, pues, demostrada con certidumbre la resurrección, como se ve por las precauciones que tomáis. Puesto que habiendo sido sellado el sepulcro, no hay fraude. Pero si no hay fraude alguno, y por otra parte el sepulcro está vacío, es claro e indiscutible que El resucitó. ¿Adviertes cómo luchan, aun sin quererlo, en favor de la verdad? Considera por otra parte cuan amantes de la verdad son los discípulos y cómo nada ocultan de cuanto dijeron los enemigos, por más penoso que sea. Estos llaman a Jesús impostor y aquéllos no lo callan. Por aquí éstos demuestran su crueldad pues ni aun después de la muerte de Cristo deponen su ira; ya la vez se demuestra la sinceridad y verdad de los discípulos.

Vale la pena investigar en qué parte dijo Jesús: Después de tres días resucitaré. No se ve que claramente lo haya dicho, sino únicamente de un modo velado, con el ejemplo de Jonás. Sabían pues los criminales judíos lo que Jesús había asegurado y voluntariamente procedían con malicia. ¿Qué les responde Pi-Jato?: Disponéis de guardia. Haced cuanto sabéis para asegurarlo. Y ellos aseguraron el sepulcro y sellaron la piedra y pusieron guardia. No permite que sean solos los soldados los que pongan los sellos; pues, como enseñado en lo tocante a Cristo, no quiere seguir tratando con los judíos; sino que, para librarse de ellos, les permite que procedan, y les dice: Sellad como queréis, para que luego no acuséis a otros. Si sólo los soldados hubieran puesto los sellos, los judíos, aun cuando fuera falso e increíble, podrían, como en otras ocasiones con impudencia lo habían hecho, decir que los soldados habían entregado el cadáver a los discípulos para que se lo llevaran; y que habían dado a los discípulos ocasión para fingir la resurrección. Ahora, en cambio, habiendo ellos mismos asegurado el sepulcro, nada podían decir.

¿Observas cómo sin quererlo se esfuerzan en asegurar la verdad? Porque ellos se acercaron a Pilato; ellos pidieron, ellos sellaron, ellos pusieron guardia: de modo que a sí mismos se acusan y se refutan. Pero ¿cuándo los discípulos habrían robado el cadáver en día sábado, o cómo? Pues, por la Ley, no podían salir. Y aun en el caso de traspasar la Ley ¿cómo se habrían atrevido, siendo ellos tan tímidos, a acercarse al sepulcro? ¿Cómo habrían podido luego persuadir a las turbas? ¿qué habrían dicho? ¿qué habrían hecho? ¿con qué ánimo podían haber estado en favor de un muerto? ¿qué recompensa habrían esperado? ¿qué premio? Viviendo El, cuando lo vieron preso, huyeron; y después de muerto ¿habrían hablado en su favor con tan grande audacia, si de hecho no hubiera resucitado? Pero ¿cómo es posible ni concebir esto? Pues que no habrían podido ni habrían querido fingir la resurrección, si ésta no era verdad, se ve por aquí: Cristo con frecuencia les había hablado de su resurrección y dicho muchas cosas, como ellos mismos lo referían. Después de tres días resucitaré. Luego, si no hubiera resucitado, es claro que ellos, como quienes habían sido engañados, y además acometidos por todo el pueblo a causa de él, y echados de ciudades y casas, se habrían apartado de su culto, nunca habrían querido rodearlo de tan gran glorificación, puesto que habrían sido engañados por él, y por él habrían incurrido en peligros de muerte.

Por otra parte, es muy probable, que si la resurrección no hubiera sido verdadera, ellos no habrían podido fingirla. ¿En qué habrían puesto su confianza para esforzarse en eso? ¿En el peso de sus propios discursos? Pero eran hombres los más imperitos en eso. ¿En la abundancia de sus riquezas? No tenían ni bastón ni calzado. ¿En la nobleza de su linaje? Eran plebeyos y de padres plebeyos descendían. ¿En el brillo de su patria? Habían nacido en oscuros villorrios. ¿En su muchedumbre? No pasaban de once y andaban dispersos en varias regiones. ¿En las promesas del Maestro? Si no hubiera de verdad resucitado, ninguna confianza habrían tenido en ellas.

Y ¿cómo habrían hecho frente al pueblo enfurecido? Su corifeo no soportó las palabras de una portera. Y si los demás, en cuanto lo vieron atado, se dispersaron ¿cómo se habrían determinado a emprender su carrera hasta los extremos del orbe, para implantar el dogma ficticio de la resurrección? Si el corifeo no afrontó las amenazas de una mujer, ni los otros la vista de las ataduras ¿cómo habrían podido enfrentarse a los reyes, a los príncipes y a los pueblos? ¿Y esto delante de las sartenes hirviendo, de los hornos encendidos y de miles de géneros de muertes, si no los hubiera auxiliado el poder y la gracia del resucitado?

Muchos milagros se obraron, pero de ninguno hicieron caso los judíos, sino que crucificaron a Jesús. Y tales hombres ¿iban a creer en la resurrección sólo porque los discípulos la narraban? ¡No, no van las cosas por ese camino! ¡no van! Fue el poder del resucitado el que obró esas maravillas. Y advierte la astucia en exceso ridícula de los judíos. Dicen: Nos hemos acordado de que aquel impostor dijo en vida: Al cabo de tres días resucitaré. Pues bien, a ése, si era impostor, si mentía, ¿por qué lo teméis y andáis corriendo de un lado para otro y ponéis tan gran empeño?

Responden: es que tememos a los discípulos, no sea que ío roben y engañen al pueblo. Pero ya queda demostrado que eso no era razonable, sino locura. Mas la perversidad, pleitista como es e impudente, aun lo no razonable lo intenta. Y ordenan que el sepulcro sea custodiado por tres días, como si pugnaran por la defensa del dogma. Y así llevan su malicia hasta el mismo sepulcro, para demostrar que Cristo anteriormente había sido impostor. Por tal motivo Cristo se apresuró a resucitar, para que no pudieran decir que había mentido y que su cadáver había sido sustraído. Al fin y al cabo el adelantarse no estaba expuesto a ninguna sospecha; mientras que el retrasarse estaba expuesto a innumerables sospechas.

Si no hubiera resucitado mientras los guardias estaban ahí custodiándolo, sino que ellos se hubieran retirado después de los tres días, podría contradecirse el hecho aunque fuera neciamente. Se adelantó, pues, a resucitar para que no les quedara ocasión alguna de sospecha sobre lo sucedido, ni aun impudente. Convenía que la resurrección se verificara estando ellos presentes y custodiando el sepulcro. Convenía que resucitara al tercer día. Si la resurrección se hubiera verificado idos ya los guardias, podía caber sospecha sobre lo sucedido. Por el mismo motivo permitió que el sepulcro fuera sellado como los judíos querían y que los soldados lo custodiaran. No se cuidaron de que esto se hacía en sábado y trabajando, pues solamente atendían a lo que su maldad les aconsejaba, creyendo que por ese camino triunfarían: efecto de su extrema locura y del temor que violentamente los sacudía. Los que vivo lo habían aprehendido, ahora muerto lo temen.

Si Cristo era sólo hombre, lo conveniente era tener ánimo confiado. Mas, para que conocieran que cuando vivía, voluntariamente había padecido cuanto padeció, ahí están los sellos y la roca y los guardias, que a pesar de todo no logran retener al muerto en el sepulcro, sino que logran únicamente que se publique su sepultura y que por aquí se diera fe a la resurrección. Puesto que ahí estaban de guardia los soldados; ahí estaban presentes los judíos.

Transcurrido el sábado, cuando alboreaba el primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. De pronto sobrevino un fuerte terremoto. Pues un ángel del Señor bajó del cielo; y acercándose a la piedra, la hizo rodar y se sentó en ella. Era su aspecto como relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Tras de la resurrección vino el ángel. ¿Por qué vino y por qué removió la piedra? En bien de las mujeres. Ellas habían visto el cadáver en el sepulcro; y ahora han de ver el sepulcro sin el cadáver para que crean en la resurrección. Para esto quitó la piedra el ángel; para esto vino el terremoto: para que ellas se avivaran y despertaran.

Habían venido para ungir el cuerpo sagrado. Esto sucedía siendo aún oscura la noche; y es verosímil que algunas de ellas dormitaran. Mas ¿por qué les dice el ángel: Vosotras no temáis? Primeramente las libra del temor y hasta después les habla de la resurrección. Esa palabra vosotras lleva consigo grande honor y está indicando que quienes tan horrendo crimen cometieron sufrirán el castigo extremo si no hacen penitencia. Como si les dijera: No os toca a vosotras temer, sino a quienes lo crucificaron. Una vez que el ángel con su aspecto y sus palabras las libró del temor (pues se presentaba festivo, como nuncio de tan fausto acontecimiento), continuó diciéndoles: Sé que buscáis a Jesús que fue crucificado.

No se avergüenza de llamarlo crucificado, porque precisamente en esto se encierran y resumen todos los bienes. Resucitó. ¿Cómo se demuestra? Como El lo dijo. De modo que aún cuando a mí no me creáis, acordaos de sus palabras, y ya no me negaréis vuestro asentimiento. Añade otra prueba: Venid y ved el sitio en donde estaba puesto. Para esto había removido la losa, para tomar de ahí una demostración. Y anunciad a sus discípulos: Lo veréis en Galilea. Esto las ayudaba todavía más a creer. Y bellamente dijo: En Galilea, librándolas así del temor, cuidados y peligros; y para que el temor no perturbara su fe. Y salieron del sepulcro con temor y gozo. ¿Por qué? Porque habían visto algo estupendo e inaudito: habían visto vacío el sepulcro en donde antes el cadáver había sido puesto.

De modo que fueron llevadas a ese espectáculo para que dieran testimonio de ambas cosas.: del sepulcro vacío y de la resurrección. Ellas pensaban que nadie podía haberlo sustraído, estando de guardia tan gran número de soldados; sino que El mismo habría resucitado. Por esto se gozan y se admiran y reciben la recompensa de su mucha perseverancia. Y el premio fue ser las primeras en ser y anunciar no sólo lo que habían oído, sino también lo que habían visto.

Habiendo, pues, partido del sepulcro con temor y gozo, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¡Paz a vosotras! Y ellas abrazaron sus pies. Con enorme alegría se acercaron a El y por el tacto recibieron un claro argumento de la resurrección. Y lo adoraron. ¿Qué les dice El?: ¡No queráis temer! De nuevo también él les quita el pavor y las prepara así para la fe. Sino id y anunciad a mis hermanos que vayan a Galilea, y ahí me verán. Advierte cómo El se anuncia a los hermanos valiéndose de estas mujeres; y elevando así, como ya lo tengo dicho, a gran honor y buena esperanza el sexo menospreciado, robusteciendo de este modo lo que era débil.

Tal vez alguno de vosotros desearía, a la manera de aquellas ilustres mujeres, abrazar los pies de Jesús. Pues bien: también vosotros podéis ahora hacerlo, si queréis; y no sólo los pies, sino además las manos; y tocar aquella sagrada cabeza, siendo partícipes de los sagrados misterios con pura conciencia. Y no sólo ahora aquí, sino en aquel día último lo veréis venir en gloria inefable y con multitud de ángeles, con tal de que ahora queráis ser misericordiosos. Y escucharéis no esa sola palabra: Paz a vosotros, sino también aquellas otras: Venid, benditos de mi Padre. Tomad posesión del reino que está preparado para vosotros desde el principio del mundos. Sed misericordiosos para que escuchéis esas palabras también vosotras las mujeres adornadas de oro, que habéis contemplado el camino que llevaron aquellas ilustres mujeres; y aunque sea tardíamente, echad lejos esa enfermedad: digo la codicia del oro. Si queréis imitar a esas bienaventuradas mujeres, vended esos adornos y adornaos de limosnas. Yo pregunto: ¿qué utilidad hay en esas piedras preciosas y en esos vestidos recamados de oro? Diréis que con ellos se alegra y regocija el alma. Pero yo te pregunto acerca de la utilidad, y tú me respondes con el daño. Nada hay peor que ocuparse en semejantes cosas, apegarse a ellas, gozarse en ellas. Su servidumbre es amarga más todavía cuando el que la sufre se goza en servir en ella. ¿Cuándo se ocupará como conviene o en qué obra espiritual? ¿Cuándo se burlará como conviene de las cosas humanas la que piensa ser digno de gozo el estar encadenada al oro?

Quien halla gozo en vivir encarcelado, jamás querrá salir de la cárcel. Exactamente lo mismo que esa mujer que, cautiva de esa malvada codicia, ni siquiera tolera oír con gozo a quien le habla de cosas espirituales, ni mucho menos ponerlas por obra. ¿Qué ganancia hay en semejante ornato y en molicie semejante? Respondes: Me deleito. Otra vez me traes a cuento la ruina y el daño. Dirás: Pero es que así disfruto de grandes honores entre los que me ven. Y ¿qué vale eso? Eso demuestra otro género de corrupción, puesto que te elevas con fausto y soberbia.

¡Ea, pues! Ya que tú no pudiste señalarme las ganancias, permíteme, te ruego, que yo te exponga los daños. ¿Qué daños se siguen de ornarte? Son mayores las solicitudes que eso engendra que el gozo que produce Tal es el motivo de que más se deleiten los rudos que te ven que tú misma que llevas ese ornato. Tú pasas cuidados para adornarte; y ellos sin cuidados apacientan sus miradas. Otro daño hay: el decaimiento de ánimo que la tal mujer sufre, pues por todas partes suscita la envidia; y las vecinas envidiosas se arman contra sus maridos y suscitan graves querellas.

Añádase que en ese adornarse se consume todo el descanso y se emplean todos los cuidados. Con lo cual se pone menos atención a las cosas espirituales; y semejante mujer queda llena de fausto, arrogancia y vanagloria, y toda adherida a las cosas terrenales, porque ha perdido sus alas, y en vez de águila viene a ser un cerdo o un can. Dejas de ver hacia el cielo y volar a él; y ahora, a la manera de los cerdos, miras al suelo, y tornas tu alma muelle y esclavizada, por andar investigando curiosamente los metales y las cavidades de la tierra. Pero ¿es que te ostentas en el foro y atraes a ti todas las miradas? Pues precisamente por eso convenía que no llevaras oro, para no hacerte espectáculo común de todos y abrir así la boca a infinitos acusadores.

Ninguno de los que te ven te admira, sino que te burla como a codiciosa de ornatos, arrogante y carnal. Y si entras en

la iglesia, ningún fruto llevas al salir, sino al revés: infinitos dicterios, injurias y maldiciones, no sólo de los que te miran; sino también del profeta. Porque al punto Isaías, con clara y sonora voz, al verte clamará: Esto dice el Señor a las altaneras hijas de Sión: Porque andan con el cuello erguido y guiñando los ojos y a pasos menudos y arrastrando hasta el meló sus túnicas y haciendo tintinear las ajorcas con sus pies, descubrirá el Señor la desnudez de ellas; y en vez de suave olor, polvo; y en vez de ceñidor, te fajará una cuerda. Ese será tu adorno. Porque esto se escribió no únicamente para las judías, sino para todas las que las imitan.

Y enseguida de Isaías acusa Pablo, escribiendo a Timoteo que ordene a las mujeres: Que no anden con artificiosos peinados, ni joyas de oro o perlas o vestidos fastuosos adornadas. Pernicioso es andar portando el oro por todas partes, pero sobre todo cuando entras en la iglesia y tienes que pasar por en me dio de los pobres. Si tú misma anhelaras que con vehemencia te reprendieran, no necesitarías otro vestido, sino ese disfraz de inhumana crueldad. Piensa cuántos estómagos hambrientos dejas a un lado cuando vas con ese vestido y cuántos cuerpos desnudos al lado de tu satánico adorno.

¡Cuánto mejor sería alimentar a los hambrientos, que andar con el lóbulo de las orejas perforado y colgando de ahí inútilmente el alimento de millares de pobres! ¿Es acaso para ti una gloria el enriquecerte? ¿Es una alabanza andar cargada de oro? Aun cuando todo eso fuera producto justo de tus trabajos, aun así sería cosa digna de culparse gravemente Pero cuando lo es de injusticias, piensa cuan grave pecado es. ¿Amas la alabanza y la gloria? Pues despójate de ese vestido ridículo. Entonces te admirarán todos; entonces disfrutarás de verdadera gloria y sana alegría, así como ahora estás expuesta a los dicterios, y te andas procurando muchas ocasiones de tristeza.

Y si algo de ese adorno se te pierde, piensa en los abundan tes males que de eso se siguen: cuántas esclavas azotadas, cuántos hombres perturbados, cuántos echados de casa, cuántos remitidos a vivir en la cárcel. Y luego tribunales y acusaciones oficiales y por todas partes infinitas maldiciones y querellas del esposo contra la esposa, del hombre contra sus amigos y del alma contra sí misma. Dirás que a lo menos estas riquezas no perecen. ¡Sí! pero tampoco es fácil conservarlas. Mas aun cuando se guarden perfectamente, causan graves solicitudes, cuidados y molestias, sin provecho alguno. ¿Qué ganancia sacas de eso en el hogar? ¿Qué utilidad tiene ahí el adorno mujeril? Ninguna por cierto, sino gran desdoro y acusaciones de todos lados.

¿Cómo podrás besar los pies de Cristo y abrazarlo con semejantes adornos? El aborrece tales adornos. Por eso quiso nacer en la casa de un artesano; más aún, ni siquiera en la casa, sino en un tugurio, en un pesebre ¿Cómo podrás pues verlo si llevas ese bello adorno que no le es grato y que aún aborrece? Quienes visitan a Cristo han de llevar no semejantes vestidos, sino el adorno de las virtudes. Considera lo que es ese oro. No es otra cosa sino tierra y ceniza. Pónlo en agua y se tornará en lodo. Considera esto y avergüénzate de hacer señor tuyo ese lodo; y de que, echando a un lado todo lo demás, permanezcas adherida a él, y a todas partes lo lleves y lo pasees.

Pero sobre todo cuando entras en la iglesia, convendría que en absoluto te despojaras de él. No se construyó la iglesia para que vinieras a ostentar en ella tus riquezas terrenas, sino para que manifestaras aquí tus riquezas espirituales. Pero tú, como si fueras a un desfile, así te adornas e imitas a las mujeres del teatro al traer contigo tan pomposamente esas ridículas inmundicias. Te haces así partícipe de la ruina de muchos; y cuando se termina la reunión eclesial, allá en la mesa y en el hogar oirás que muchos reprenden semejante ornato; y en lugar de decir: Esto y esto dijo el profeta, esto y esto otro dijo el apóstol, platican acerca del lujo en los vestidos, de la magnitud de las piedras preciosas y de otras parecidas inmundicias de las que acá se presentan.

Semejante lujo os imposibilita a vosotras y a vuestros maridos para hacer limosna; y no fácilmente recortará alguno de ese oro para alimentar al hambriento. Cuando tú misma prefieres verte en estrecheces, antes que quitar algo de ese adorno ¿cómo alimentarás a otro sustrayendo de él? Porque hay mujeres tan adheridas al adorno como si sejxatara de seres vivientes y aun no menos que a sus hijos. ¡Lejos tal cosa! diréis. Demostradlo, probadlo con las obras. Yo veo todo lo contrario. ¿Hay alguna de las que padecen fuertemente esta enfermedad que gastando esos áureos ornatos haya salvado la vida de un niño? Pero ¿qué digo la vida de un niño? ¿Cuál de ellas redimió por ese medio su propia alma que perecía? Al revés: por causa de esos arreos muchas diariamente venden su alma.

En cambio, si se presenta una enfermedad corporal, no omiten medio alguno; pero si el alma anda muerta y corrompida, no hacen lo mismo, sino que descuidan las almas de sus hijos, de sus nietos y aun la propia. ¡Todo con tal de conservar esos arreos, para que luego los arruine la herrumbre! Te revistes de mil talentos de oro, mientras los miembros de Cristo ni siquiera gozan del necesario alimento. El común Señor de todos te pone delante aquella mesa espiritual repleta de dones del cielo; y tú en cambio ni siquiera haces partícipe al pobre de estas cosas corporales y perecederas; y prefieres permanecer atada con esas pesadas cadenas. De aquí se siguen males sin cuento: celotipias, adulterios de los esposos a quienes no incitáis a la virtud, sino que al revés los enseñáis a deleitarse con esos arreos con que se embellecen las prostitutas. Y por ese camino ellos muy pronto quedan atrapados.

Si tú hubieras educado a tu esposo en el desprecio de estas cosas, ahora se gozaría en la castidad, en la piedad, en la humildad, y no habría sido tan fácilmente atrapado por el apetito de la fornicación. Con semejantes arreos, y aún más costosos, puede engalanarse una meretriz, pero con los de la virtud en modo alguno. Acostúmbralo tú a gozarse con el adorno de la virtud. Pero ¿cómo lograrás hacerlo a semejante costumbre? Si tú misma te despojas de esos atavíos y te revistes de las virtudes Así estará tu esposo en seguridad y tú en honor; y Dios os será propicio y todos los hombres os admirarán. Y además de todo eso, conseguiréis los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

CLVI



Crisóstomo - Mateo 88