CONVERSACIONES CON MARIA SCJ-Teresa del Niño Jesús 930

Septiembre

Ocho días antes de su muerte, yo había estado llorando durante toda la recreación de la noche, pensando en su próxima partida. Ella se dio cuenta y me dijo: Has estado llorando. ¿Lo has hecho en la concha (25)?

No podía mentirle..., y mi confesión la entristeció. Continuó: Me voy a morir, y no me quedaré tranquila respecto a ti si no me prometes que vas a seguir fielmente mi consejo. Lo considero de capital importancia para tu alma. No tuve más remedio que rendirme, y le di mi palabra, pidiéndole sin embargo, como una gracia, permiso para llorar libremente su muerte (26).

* El día de su muerte, después de Vísperas, fui a la enfermería, donde encontré a las Sierva de Dios sosteniendo, con ánimo invencible, las últimas luchas de la más terrible agonía. Tenía las manos completamente amoratadas, las juntaba angustiosamente y exclamaba con una voz que la sobreexcitación de un intenso sufrimiento hacía clara y fuerte: ¡Dios mío..., ten compasión de mí...! ¡María, venid en mi ayuda...! ¡Ay, Dios mío, cuánto sufro...! El cáliz está lleno... ¡Lleno hasta los bordes...! ¡Nunca voy a saber morir...! - ¡Animo!, le dijo nuestra Madre, estás llegando al final. Un poco más y todo habrá terminado. - ¡No, Madre, todavía no ha terminado...! Estoy segura de que seguiré sufriendo así durante meses. - Y si fuera la voluntad de Dios dejarte así un largo tiempo en la cruz, ¿lo aceptarías? Con un acento de extraordinario heroísmo contestó: ¡Lo acepto! Y su cabeza volvió a caer sobre la almohada con una expresión tan tranquila y resignada, que no podíamos contener las lágrimas. Era exactamente idéntica a una mártir a la espera de nuevos suplicios. Yo abandoné la enfermería, incapaz de soportar por más tiempo tan doloroso espectáculo. Ya sólo volví con la comunidad para los últimos momentos, y fui testigo de su hermosa y prolongada mirada extática en el momento en que murió, el jueves 30 de septiembre de 1897 a las 7 de la tarde (27).


(25) Una concha de mejillón que Teresa utilizaba para sus trabajos de pintura. Había mandado a su novicia, sor María de la Trinidad, que cada vez que le vinieran ganas de llorar recogiera en ella las lágrimas.

(26) Conseils et Souvenirs, de la Histoire d'une âme, 1899, pp. 280-281 (UC p. 701).

(27) PO p. 472 (UC II, p. 581s).



SOR TERESA DE SAN AGUSTÍN

Junio

- Dime si has tenido luchas interiores.

- Pues sí, las he tenido. Tenía un temperamento nada fácil; no lo parecía, pero yo lo sabía muy bien. Y puedo asegurarle que no he pasado un solo día sin sufrir, ni uno solo.

- Pues creen que no los has tenido.

- ¡Ay, los juicios de las criaturas! Si no ven, no creen (28).

* - Hay hermanas que piensan que sufrirás los espantos de la muerte.

- Todavía no han llegado. Si llegan, los soportaré; pero si los sufro, no bastarán para purificarme, no pasarán de ser una simple lejía... Lo que necesito es el fuego del amor (29).


(28) Souvenirs d’une sainte amitié, p. 12; UC p. 706.

(29) Ibid. (UC p. 354).


SOR MARÍA DE LOS ÁNGELES

La madre Inés de Jesús le decía, un día en que la comunidad estaba reunida en torno a su lecho: "¿Y si arrojaras flores a la comunidad?". No, mamaíta -respondió-, no me pidas eso, por favor; no quiero arrojar flores a las criaturas. Quiero, sí, arrojárselas a la Santísima Virgen y a san José, pero no a las demás criaturas (30).

* Algunos días antes de la muerte de la Sierva de Dios, habían llevado la cama, que tenía ruedas, al claustro. Sor María del Sagrado Corazón, jardinera del patio, que estaba a su lado, le dijo: "Mira este retoño de rododendro que se está muriendo, voy a arrancarlo". Sor María del Sagrado Corazón -le contestó, con voz lastimera y suplicante-, no te entiendo... Te pido por mí, que voy a morir, que perdones la vida a ese pobre rododendro. Tuvo que seguir insistiendo, pero su deseo fue respetado (31).


(30) PO p. 415 (UC p. 708).

(31) Hojas sueltas añadidas al NPPA (UC p. 466s).


SOR AMADA DE JESÚS

En los últimos días de septiembre de 1897, en que la debilidad de nuestra querida Santa no le permitía ya moverse, tuvimos que colocarla momentáneamente en una cama provisoria, para arreglar su cama de enferma. Viendo el apuro de las enfermeras, que temían hacerle daño, dijo: Creo que sor Amada de Jesús podría cogerme fácilmente en brazos. Es alta y fuerte, y muy tierna con las enfermas. Llamamos, pues, a la hermana, que levantó a la santa enfermita como si fuese una ligera carga, sin darle la menor sacudida. En aquel momento, con los brazos alrededor de su cuello, nuestro ángel le dio las gracias con tal sonrisa de cariñosa gratitud, que la hermana no olvidó nunca aquella sublime sonrisa. Y hasta llegó a ser para ella una especie de compensación por el pesar que sintió de haber sido la única que no oyó la campana de la enfermería que convocaba a las hermanas en el momento supremo de la muerte más bella que jamás se vio en el Carmelo de Lisieux (32)


(32) Circular de sor Amada de Jesús, 17 de enero de 1930; cfr. PO p. 573 y PA p. 408 (UC p. 481s).


ANÓNIMO

Le preguntaban bajo qué nombre habría que invocarla cuando estuviese en el cielo.

Me llamaréis Teresita, respondió humildemente (33).


(33) Conseils et Souvenirs, de la Histoire d'une âme, 1953, p. 248.




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