DIRECTORIO GENERAL PARA LA CATEQUESIS - La comunidad cristiana y la responsabilidad de catequizar

La comunidad cristiana y la responsabilidad de catequizar


220. La catequesis es una responsabilidad de toda la comunidad cristiana. La iniciación cristiana, en efecto, "no deben procurarla solamente los catequistas o los sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles". (57) La misma educación permanente de la fe es un asunto que atañe a toda la comunidad. La catequesis es, por tanto, una acción educativa realizada a partir de la responsabilidad peculiar de cada miembro de la comunidad, en un contexto o clima comunitario rico en relaciones, para que los catecúmenos y catequizandos se incorporen activamente a la vida de dicha comunidad.

De hecho, la comunidad cristiana sigue el desarrollo de los procesos catequéticos, ya sea con niños, con jóvenes o con adultos, como un hecho que le concierne y compromete directamente. (58) Más aún, la comunidad cristiana al final del proceso catequético acoge a los catequizados en un ambiente fraterno "donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido". (59)


(57) . En este mismo sentido se expresa CTR 16: "La catequesis ha sido siempre y seguirá siendo una obra de la que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable". Cfr. también en MPD 12; RICA 12; CIC 774.1.

(58) "La catequesis debe apoyarse en el testimonio de la comunidad eclesial" (DCG 1971, 35); cfr. Cuarta Parte, cap. 2.

(59) CTR 24.



221. Pero la comunidad cristiana no sólo da mucho al grupo de los catequizandos, sino que también recibe mucho de él. Los nuevos convertidos, sobre todo los jóvenes y adultos, al convertirse a Jesucristo, aportan a la comunidad que los acoge una nueva riqueza humana y religiosa. Así, la comunidad crece y se desarrolla, ya que la catequesis no sólo conduce a la madurez de la fe a los catequizandos, sino a la madurez de la misma comunidad como tal.

Aunque toda la comunidad cristiana es responsable de la catequesis, y aunque todos sus miembros han de dar testimonio de la fe, no todos reciben la misión de ser catequistas. Junto a la misión originaria que tienen los padres respecto a sus hijos, la Iglesia confía oficialmente a determinados miembros del Pueblo de Dios, especialmente llamados, la delicada tarea de transmitir orgánicamente la fe en el seno de la comunidad. (60)


(60) "Además del apostolado que incumbe absolutamente a todos los fieles, los laicos pueden también ser llamados a una cooperación más inmediata con el apostolado de la jerarquía, como aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor" (LG 33). Esta doctrina conciliar ha sido recogida por CIC 228 y 759.


El Obispo, primer responsable de la catequesis en la Iglesia particular


222. El Concilio Vaticano II pone de relieve la importancia eminente que, en el ministerio episcopal, tiene el anuncio y la transmisión del Evangelio: "Entre las principales tareas de los obispos destaca la predicación del Evangelio". (61) En la realización de esta tarea los obispos son, ante todo, "pregoneros de la fe", (62) tratando de ganar nuevos discípulos para Cristo y son, al mismo tiempo, "maestros auténticos", (63) transmitiendo al pueblo que se les ha encomendado la fe que ha de profesar y vivir. En el ministerio profético de los obispos, el anuncio misionero y la catequesis son dos aspectos íntimamente unidos. Para desempeñar esta función los obispos reciben "el carisma cierto de la verdad". (64)

Los obispos son "los primeros responsables de la catequesis, los catequistas por excelencia". (65) En la historia de la Iglesia es patente el papel preponderante de grandes y santos obispos que marcan, con sus iniciativas y sus escritos, el período más floreciente de la institución catecumenal. Concebían a la catequesis como una de las tareas básicas de su ministerio. (66)


(61) LG 25; cfr. CD 12a; EN 68c.

(62) LG 25.

(63) Ibidem.

(64) DV 8.

(65) CTR 63b.

(66) Cfr. CTR 12a.



223. Esta preocupación por la actividad catequética llevará al obispo a asumir "la alta dirección de la catequesis" (67) en la Iglesia particular, lo que implica entre otras cosas:

– Asegurar en su Iglesia la prioridad efectiva de una catequesis activa y eficaz, "promoviendo la participación de las personas, de los medios e instrumentos, así como de los recursos económicos necesarios". (68)
– Ejercer la solicitud por la catequesis con una intervención directa en la transmisión del Evangelio a los fieles, velando al mismo tiempo por la autenticidad de la confesión de fe y por la calidad de los textos e instrumentos que deban utilizarse. (69)
– "Suscitar y mantener una verdadera mística de la catequesis, pero una mística que se encarne en una organización adecuada y eficaz", (70) actuando con el convencimiento profundo de la importancia de la catequesis para la vida cristiana de una Diócesis.
– Cuidar de que "los catequistas se preparen de la forma debida para su función, de suerte que conozcan con claridad la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y prácticamente las leyes psicológicas y las disciplinas pedagógicas". (71)
– Establecer en la diócesis un proyecto global de catequesis, articulado y coherente, que responda a las verdaderas necesidades de los fieles y que esté convenientemente ubicado en los planes pastorales diocesanos. Tal proyecto ha de estar coordinado, igualmente, en su desarrollo, con los planes de la Conferencia episcopal.


(67) CTR 63c.

(68) CTR 63c; CIC 775,1.

(69) Cfr. CTR 63c; CIC 823,1.

(70) CTR 63c.

(71) CD 14 CIC 780.


Los presbíteros, pastores y educadores de la comunidad cristiana


224. La función propia del presbítero en la tarea catequizadora brota del sacramento del Orden que ha recibido. "Por el sacramento del Orden, los presbíteros se configuran con Cristo sacerdote, como ministros de la Cabeza, para construir y edificar todo su Cuerpo que es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal". (72) Por esta ontológica configuración con Cristo, el ministerio de los presbíteros es un servicio configurador de la comunidad, que coordina y potencia los demás servicios y carismas.

En relación con la catequesis, el sacramento del Orden constituye a los presbíteros en "educadores en la fe". (73) Tratan, por ello, de que los fieles de la comunidad se formen adecuadamente y alcancen la madurez cristiana. (74) Sabiendo, por otra parte, que su "sacerdocio ministerial" (75) está al servicio del "sacerdocio común de los fieles", (76) los presbíteros fomentan la vocación y la tarea de los catequistas, ayudándoles a realizar una función que brota del Bautismo y se ejerce en virtud de una misión que la Iglesia les confía. Los presbíteros llevan a cabo, de esta manera, la recomendación del Concilio Vaticano II, cuando les pide que "reconozcan y promuevan la dignidad de los laicos y la parte que les corresponde en la misión de la Iglesia". (77)

(72) PO 12a; cfr. PO 2 PO 6; Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), n. 12: l.c. 675-677.

(73) PO 6b.

(74) Cfr. CIC 773.

(75) LG 10.

(76) LG 10. Sobre los "dos modos de participar en el único sacerdocio de Cristo" cfr. CEC 1546-1547.

(77) PO 9b.



225. Más en concreto, destacan como tareas propias del presbítero en la catequesis, y particularmente del párroco, las siguientes: (78)

– suscitar en la comunidad cristiana el sentido de la común responsabilidad hacia la catequesis, como tarea que a todos atañe, así como el reconocimiento y aprecio hacia los catequistas y su misión;
– cuidar la orientación de fondo de la catequesis y su adecuada programación, contando con la participación activa de los propios catequistas, y tratando de que esté "bien estructurada y bien orientada"; (79)
– fomentar y discernir vocaciones para el servicio catequético y, como catequista de catequistas, cuidar la formación de éstos, dedicando a esta tarea sus mejores desvelos;
– integrar la acción catequética en el proyecto evangelizador de la comunidad y cuidar, en particular, el vínculo entre catequesis, sacramentos y liturgia;
– garantizar la vinculación de la catequesis de su comunidad con los planes pastorales diocesanos, ayudando a los catequistas a ser cooperadores activos de un proyecto diocesano común.

La experiencia atestigua que la calidad de la catequesis de una comunidad depende, en grandísima parte, de la presencia y acción del sacerdote.


(78) Cfr. CIC 776-777.

(79) CTR 64. Respecto a esta orientación de fondo que los presbíteros han de dar a la catequesis, el Concilio Vaticano II indica dos exigencias fundamentales: "no enseñar la propia sabiduría sino la Palabra de Dios" (PO 4) y "exponer la Palabra de Dios no de modo genérico y abstracto sino aplicándola a las circunstancias concretas de la vida" (ibidem).


Los padres de familia, primeros educadores de la fe de sus hijos (80)


226. El testimonio de vida cristiana, ofrecido por los padres en el seno de la familia, llega a los niños envuelto en el cariño y el respeto materno y paterno. Los hijos perciben y viven gozosamente la cercanía de Dios y de Jesús que los padres manifiestan, hasta tal punto, que esta primera experiencia cristiana deja frecuentemente en ellos una huella decisiva que dura toda la vida. Este despertar religioso infantil en el ambiente familiar tiene, por ello, un carácter "insustituible". (81)

Esta primera iniciación se consolida cuando, con ocasión de ciertos acontecimientos familiares o en fiestas señaladas, "se procura explicitar en familia el contenido cristiano o religioso de esos acontecimientos". (82) Esta iniciación se ahonda aún más si los padres comentan y ayudan a interiorizar la catequesis más sistemática que sus hijos, ya más crecidos, reciben en la comunidad cristiana. En efecto, "la catequesis familiar precede, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis". (83)


(80) Cfr. en el capítulo 3 de esta Parte el número dedicado a "La familia como ámbito o medio de crecimiento en la fe", donde se analizan las características de la catequesis familiar. Este número se ha centrado más en la consideración de los padres como agentes de catequesis; cfr. CIC 774.2.

(81) CTR 68.

(82) CTR 68.

(83) Ibidem.



227. Los padres reciben en el sacramento del matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana de sus hijos, (84) a los que testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos. Esta acción educativa, a un tiempo humana y religiosa, es un "verdadero ministerio" (85) por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y escuela de vida cristiana. Incluso, a medida que los hijos van creciendo, el intercambio es mutuo y, "en un diálogo catequético de este tipo, cada uno recibe y da". (86)

Por ello es preciso que la comunidad cristiana preste una atención especialísima a los padres. Mediante contactos personales, encuentros, cursos e, incluso, mediante una catequesis de adultos dirigida a los padres, ha de ayudarles a asumir la tarea, hoy especialmente delicada, de educar en la fe a sus hijos. Esto es aún más urgente en los lugares en los que la legislación civil no permite o hace difícil una libre educación en la fe (87) En estos casos, la "iglesia doméstica" (88) es, prácticamente, el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis.


(84) CL 62; cfr. FC 38.

(85) FC 38 CTR 68.

(86) CTR 68; cfr. EN 71b.

(87) Cfr. CTR 68.

(88) LG 11; cfr. FC 36b.


Los religiosos en la catequesis


228. La Iglesia convoca particularmente a las personas de vida consagrada a la actividad catequética y desea "que las comunidades religiosas dediquen el máximo de sus capacidades y de sus posibilidades a la obra específica de la catequesis". (89)

La aportación peculiar de los religiosos, de las religiosas y de los miembros de sociedades de vida apostólica a la catequesis brota de su condición específica. La profesión de los consejos evangélicos, que caracteriza a la vida religiosa, constituye un don para toda la comunidad cristiana. En la acción catequética diocesana, su aportación original y específica nunca podrá ser suplida por la de los sacerdotes y laicos. Esta contribución original brota del testimonio público de su consagración, que les convierte en signo viviente de la realidad del Reino: "La profesión de estos consejos en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la vida consagrada a Dios". (90) Aunque los valores evangélicos deben ser vividos por todo cristiano, las personas de vida consagrada "encarnan la Iglesia deseosa de entregarse a la radicalidad de las bienaventuranzas". (91) El testimonio de los religiosos, unido al testimonio de los laicos, muestra el rostro total de la Iglesia que es, toda ella, signo del Reino de Dios. (92)


(89) CTR 65 CIC 778.

(90) CEC 915 LG 44.

(91) EN 69; cfr. VC 33.

(92) Cfr. VC 31 acerca de "las relaciones entre los diversos estados de vida del cristiano"; cfr. CEC 932.



229. "Muchas familias religiosas, masculinas y femeninas, nacieron para la educación cristiana de los niños y de los jóvenes, particularmente los más abandonados". (93) Ese mismo carisma de los fundadores hace que muchos religiosos y religiosas colaboren hoy en la catequesis diocesana de adultos. En el curso de la historia siempre "se han encontrado muy comprometidos en la acción catequética de la Iglesia". (94)

Los carismas fundacionales (95) no quedan al margen cuando los religiosos participan en la tarea catequética. Manteniendo intacto el carácter propio de la catequesis, los carismas de las diversas comunidades religiosas enriquecen una tarea común con unos acentos propios, muchas veces de gran hondura religiosa, social y pedagógica. La historia de la catequesis demuestra la vitalidad que estos carismas han proporcionado a la acción educativa de la Iglesia.


(93) CTR 65; cfr. RMi 69.

(94) CTR 65.

(95) Cfr. 1Co 12,4 LG 12b.


Los catequistas laicos


230. La acción catequética de los fieles laicos tiene, también, un carácter peculiar debido a su particular condición en la Iglesia: "el carácter secular es propio de los laicos". (96) Los laicos ejercen la catequesis desde su inserción en el mundo, compartiendo todo tipo de tareas con los demás hombres y mujeres, aportando a la transmisión del Evangelio una sensibilidad y unas connotaciones específicas: "esta evangelización… adquiere una nota específica por el hecho de que se realiza dentro de las comunes condiciones de la vida en el mundo". (97)

En efecto, al vivir la misma forma de vida que aquellos a quienes catequizan, los catequistas laicos tienen una especial sensibilidad para encarnar el Evangelio en la vida concreta de los seres humanos. Los propios catecúmenos y catequizandos pueden encontrar en ellos un modelo cristiano cercano en el que proyectar su futuro como creyentes.


(96) LG 31. En CL 15 se analiza con detalle este "carácter secular".

(97) LG 35.



231. La vocación del laico para la catequesis brota del sacramento del Bautismo, es robustecida por el sacramento de la Confirmación, gracias a los cuales participa de la "misión sacerdotal, profética y real de Cristo". (98) Además de la vocación común al apostolado, algunos laicos se sienten llamados interiormente por Dios para asumir la tarea de ser catequistas. La Iglesia suscita y discierne esta llamada divina y les confiere la misión de catequizar. El Señor Jesús invita así, de una forma especial, a hombres y mujeres, a seguirle precisamente en cuanto maestro y formador de discípulos. Esta llamada personal de Jesucristo, y la relación con El, son el verdadero motor de la acción del catequista. "De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de evangelizar, y de llevar a otros al "sí" de la fe en Jesucristo". (99)

Sentirse llamado a ser catequista y recibir de la Iglesia la misión para ello, puede adquirir, de hecho, grados diversos de dedicación, según las características de cada uno. A veces, el catequista sólo puede ejercer este servicio de la catequesis durante un período limitado de su vida, o incluso de modo meramente ocasional, aunque siempre como un servicio y una colaboración preciosa. No obstante, la importancia del ministerio de la catequesis aconseja que en la diócesis exista, ordinariamente, un cierto número de religiosos y laicos, estable y generosamente dedicados a la catequesis, reconocidos públicamente por la Iglesia, y que —en comunión con los sacerdotes y el Obispo— contribuyan a dar a este servicio diocesano la configuración eclesial que le es propia. (100)


(98) AA 2b; cfr. Rituale Romanum, Ordo Baptismi Parvulorum, n. 62, Editio Typica, 1969; RICA 224.

(99) CEC 429.

(100) El Código de Derecho Canónico establece que la autoridad de la Iglesia puede encomendar un oficio o servicio eclesial a los laicos, prescindiendo de si ese servicio es o no un "ministerio" no ordenado formalmente instituido como tal: "Los laicos que sean considerados idóneos tienen capacidad de ser llamados por los sagrados Pastores para aquellos oficios eclesiales y encargos (officia ecclesiastica et munera), que puedan cumplir según las prescripciones del derecho" (CIC 228.1); cfr. EN 73 CL 23.


Diversos tipos de catequista, hoy especialmente necesarios


232. El tipo o figura del catequista en la Iglesia presenta modalidades diversas, ya que las necesidades de la catequesis son variadas.

– "Los catequistas de tierras de misión", (101) a quienes se aplica por excelencia el título de catequista: "sin ellos no se habrían edificado Iglesias hoy día florecientes". (102) Los hay que tienen "la función específica de la catequesis" (103) y los hay también que "cooperan en las distintas formas de apostolado". (104)
– En algunas Iglesias de antigua cristiandad, con gran escasez de clero, se deja sentir la necesidad de una figura en cierto modo análoga a la del catequista de tierras de misión. Se trata, en efecto, de hacer frente a necesidades imperiosas: la animación comunitaria de pequeñas poblaciones rurales, carentes de la presencia asidua del sacerdote; la conveniencia de una presencia y penetración misioneras "en las barriadas de las grandes metrópolis". (105)
– En aquellas situaciones de países de tradición cristiana que reclaman una "nueva evangelización", (106) la figura del catequista de jóvenes y la del catequista de adultos se hacen imprescindibles para animar procesos de catequesis de iniciación. Estos catequistas deben atender también a la catequesis permanente. En estos menesteres el papel del sacerdote será, igualmente, fundamental.
– Sigue siendo básica la figura del catequista de niños y adolescentes, con la delicada misión de inculcar "las primeras nociones de catequesis y preparar para los sacramentos de la Reconciliación, primera Comunión y Confirmación". (107) Esta tarea se hace hoy aún más imperiosa cuando esos niños y adolescentes "no reciben en sus hogares una formación religiosa conveniente". (108)
– Un tipo de catequista que conviene promover es el del catequista para encuentros presacramentales, (109) destinado al mundo de los adultos, con ocasión del Bautismo o de la primera Comunión de los hijos, o con motivo del sacramento del Matrimonio. Es una tarea con una originalidad propia en la que con frecuencia pueden confluir la acogida, el primer anuncio y la posibilidad de un primer acompañamiento en la búsqueda de la fe.
– Sectores humanos de especial sensibilidad necesitan urgentemente de otros tipos de catequista. Dichos sectores son: las denominadas personas de la tercera edad, (110) que necesitan una presentación del Evangelio adaptada a sus condiciones; las personas desadaptadas y discapacitadas, que necesitan una pedagogía catequética especial, junto a su plena integración en la comunidad; (111) los emigrantes y las personas marginadas por la evolución moderna. (112)

Otras figuras de catequista pueden ser igualmente aconsejables. Cada Iglesia particular, al analizar su situación cultural y religiosa, descubrirá sus propias necesidades y perfilará, con realismo, los tipos de catequista que necesita. Es una tarea fundamental a la hora de orientar y organizar la formación de los catequistas.


(101) CTR 66b; cfr. GCM.

(102) CTR 66b.

(103) GCM 4.

(104) Ibidem.

(105) CTR 45; cfr. RMi 37 ad b, 2o.

(106) RMi 33.

(107) CTR 66a.

(108) CTR 66a; cfr. CTR 42.

(109) Cfr. DCG (1971) 96 ad c.

(110) Cfr. CTR 45; DCG (1971) 95.

(111) Cfr. DCG (1971) 91; CTR 41.

(112) CTR 45a; cfr. CTR 45a.




CAPITULO II

La formación para el servicio de la catequesis


La pastoral de catequistas en la Iglesia particular


233. Para el buen funcionamiento del ministerio catequético en la Iglesia particular es preciso contar, ante todo, con una adecuada pastoral de los catequistas. En ella varios aspectos deben ser tenidos en cuenta. Se ha de tratar, en efecto, de:

– Suscitar en las parroquias y comunidades cristianas vocaciones para la catequesis. En los tiempos actuales, en los que las necesidades de catequización son cada vez más diferenciadas, hay que promover diferentes tipos de catequistas. "Se requerirán, por tanto, catequistas especializados". (113) Conviene determinar los criterios de elección.
– Promover un cierto número de "catequistas a tiempo pleno", que puedan dedicarse a la catequesis de manera más intensa y estable, (114) junto a la promoción de "catequistas de tiempo parcial", que ordinariamente serán los más numerosos.
– Establecer una distribución más equilibrada de los catequistas entre los sectores de destinatarios que necesitan catequesis. La toma de conciencia de la necesidad de una catequesis de jóvenes y adultos, por ejemplo, obligará a establecer un mayor equilibrio respecto al número de catequistas que se dedican a la infancia y adolescencia.
– Promover animadores responsables de la acción catequética, que asuman responsabilidades en el nivel diocesano, zonal o parroquial. (115)
– Organizar adecuadamente la formación de los catequistas, tanto en lo que concierne a la formación básica inicial como a la formación permanente.
– Cuidar la atención personal y espiritual de los catequistas y del grupo de catequistas como tal. Esta acción compete, principal y fundamentalmente, a los sacerdotes de las respectivas comunidades cristianas.
– Coordinar a los catequistas con los demás agentes de pastoral en las comunidades cristianas, a fin de que la acción evangelizadora global sea coherente y el grupo de catequistas no quede aislado de la vida de la comunidad.


(113) GCM 5.

(114) El Concilio Vaticano II distingue dos tipos de catequistas: los "catequistas con plena dedicación" y los "catequistas auxiliares" (cfr. ). Esta distinción es retomada en GCM 4, con la terminología de "catequistas a tiempo pleno" y "catequistas a tiempo parcial".

(115) Cfr. GCM 5.


Importancia de la formación de los catequistas


234. Todos estos quehaceres nacen de la convicción de que cualquier actividad pastoral que no cuente para su realización con personas verdaderamente formadas y preparadas, pone en peligro su calidad. Los instrumentos de trabajo no pueden ser verdaderamente eficaces si no son utilizados por catequistas bien formados. Por tanto, la adecuada formación de los catequistas no puede ser descuidada en favor de la renovación de los textos y de una mejor organización de la catequesis. (116)

En consecuencia, la pastoral catequética diocesana debe dar absoluta prioridad a la formación de los catequistas laicos. Junto a ello, y como elemento realmente decisivo, se deberá cuidar al máximo la formación catequética de los presbíteros, tanto en los planes de estudio de los seminarios como en la formación permanente. Se recomienda encarecidamente a los Obispos que esta formación sea exquisitamente cuidada.


(116) Cfr. DCG (1971) 108a.


Finalidad y naturaleza de la formación de los catequistas


235. La formación trata de capacitar a los catequistas para transmitir el Evangelio a los que desean seguir a Jesucristo. La finalidad de la formación busca, por tanto, que el catequista sea lo más apto posible para realizar un acto de comunicación: "La cima y el centro de la formación de catequistas es la aptitud y habilidad de comunicar el mensaje evangélico". (117)

La finalidad cristocéntrica de la catequesis, que busca propiciar la comunión con Jesucristo en el convertido, impregna toda la formación de los catequistas. (118) Lo que ésta persigue, en efecto, no es otra cosa que lograr que el catequista pueda animar eficazmente un itinerario catequético en el que, mediante las necesarias etapas: anuncie a Jesucristo; dé a conocer su vida, enmarcándola en el conjunto de la Historia de la salvación; explique su misterio de Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros; y ayude, finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse con Jesucristo en los sacramentos de iniciación. (119) En la catequesis permanente, el catequista no hace sino ahondar en estos aspectos básicos.
Esta perspectiva cristológica incide directamente en la identidad del catequista y en su preparación. "La unidad y armonía del catequista se deben leer desde esta perspectiva cristocéntrica, y han de construirse en base a una familiaridad profunda con Cristo y con el Padre en el Espíritu" (120)


(117) DCG (1971) 111.

(118) Cfr. CTR 5. Este texto define la finalidad cristocéntrica de la catequesis. Este hecho determina el cristocentrismo del contenido de la catequesis, el cristocentrismo de la respuesta del destinatario, el sí a Jesucristo y el cristocentrismo de la espiritualidad del catequista y de su formación.

(119) Se señalan aquí las cuatro etapas del catecumenado bautismal con una perspectiva cristocéntrica.

(120) GCM 20.



236. El hecho de que la formación busque capacitar al catequista para transmitir el Evangelio en nombre de la Iglesia confiere a toda la formación una naturaleza eclesial. La formación de los catequistas no es otra cosa que un ayudar a éstos a sumergirse en la conciencia viva que la Iglesia tiene hoy del Evangelio, capacitándoles así para transmitirlo en su nombre.

Más en concreto, el catequista —en su formación— entra en comunión con esa aspiración de la Iglesia que, como esposa, "conserva pura e íntegramente la fe prometida al Esposo" (121) y, como "madre y maestra", quiere transmitir el Evangelio en toda su autenticidad, adaptándolo a todas las culturas, edades y situaciones. Esta eclesialidad de la transmisión del Evangelio impregna toda la formación de los catequistas, confiriéndole su verdadera naturaleza.


(121) LG 64.


Criterios inspiradores de la formación de los catequistas


237. Para concebir de manera adecuada la formación de los catequistas hay que tener en cuenta, previamente, una serie de criterios inspiradores que configuran con diferentes acentos dicha formación:

– Se trata, ante todo, de formar catequistas para las necesidades evangelizadoras de este momento histórico con sus valores, sus desafíos y sus sombras. Para responder a él se necesitan catequistas dotados de una fe profunda, (122) de una clara identidad cristiana y eclesial (123) y de una honda sensibilidad social. (124) Todo plan formativo ha de tener en cuenta estos aspectos.
– La formación tendrá presente, también, el concepto de catequesis que hoy propugna la Iglesia. Se trata de formar a los catequistas para que puedan impartir no sólo una enseñanza sino una formación cristiana integral, desarrollando tareas de "iniciación, de educación y de enseñanza". (125) Se necesitan catequistas que sean, a un tiempo, maestros, educadores y testigos.
– El momento catequético que vive la Iglesia invita, también, a preparar catequistas integradores, que sepan superar "tendencias unilaterales divergentes" (126) y ofrecer una catequesis plena y completa. Han de saber conjugar la dimensión veritativa y significativa de la fe, la ortodoxia y la ortopraxis, el sentido social y eclesial. La formación ha de ayudar a que los polos de estas tensiones se fecunden mutuamente.
– La formación de los catequistas laicos no puede ignorar el carácter propio del laico en la Iglesia y no debe ser concebida como mera síntesis de la formación propia de los sacerdotes o de los religiosos. Al contrario, se tendrá muy en cuenta que "su formación recibe una característica especial por su misma índole secular, propia del laicado, y por el carácter propio de su espiritualidad".
– Finalmente, la pedagogía utilizada en esta formación tiene una importancia fundamental. Como criterio general hay que decir que debe existir una coherencia entre la pedagogía global de la formación del catequista y la pedagogía propia de un proceso catequético. Al catequista le sería muy difícil improvisar, en su acción catequética, un estilo y una sensibilidad en los que no hubiera sido iniciado durante su formación.


(122) DCG (1971) 114.

(123) Cfr. GCM 7.

(124) Cfr. GCM 13.

(125) DCG (1971) 31.

(126) CTR 52; cfr. CTR 22.


Las dimensiones de la formación: el ser, el saber, el saber hacer


238. La formación de los catequistas comprende varias dimensiones. La más profunda hace referencia al ser del catequista, a su dimensión humana y cristiana. La formación, en efecto, le ha de ayudar a madurar, ante todo, como persona, como creyente y como apóstol. Después está lo que el catequista debe saber para desempeñar bien su tarea. Esta dimensión, penetrada de la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana, requiere que el catequista conozca bien el mensaje que transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que lo recibe y al contexto social en que vive. Finalmente, está la dimensión del saber hacer, ya que la catequesis es un acto de comunicación. La formación tiende a hacer del catequista un educador del hombre y de la vida del hombre. (127)


(127) Cfr. CTR 22d.


Madurez humana, cristiana y apostólica de los catequistas


239. Apoyado en una madurez humana inicial, (128) el ejercicio de la catequesis, constantemente discernido y evaluado, permitirá al catequista crecer en equilibrio afectivo, en sentido crítico, en unidad interior, en capacidad de relación y de diálogo, en espíritu constructivo y en trabajo de equipo. (129) Se procurará, sobre todo, hacerle crecer en el respeto y amor hacia los catecúmenos y catequizandos: "¿De qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el amor de un padre: más aún, el de una madre. Tal es el amor que el Señor espera de cada anunciador del Evangelio, de cada constructor de la Iglesia". (130)

La formación cuidará, al mismo tiempo, que el ejercicio de la catequesis alimente y nutra la fe del catequista, haciéndole crecer como creyente Por eso, la verdadera formación alimenta, ante todo, la espiritualidad del propio catequista, (131) de modo que su acción brote, en verdad, del testimonio de su vida. Cada tema catequético que se imparte debe nutrir, en primer lugar, la fe del propio catequista. En verdad, uno catequiza a los demás catequizándose antes a sí mismo.
La formación, también, alimentará constantemente la conciencia apostólica del catequista, su sentido evangelizador. Para ello ha de conocer y vivir el proyecto de evangelización concreto de su Iglesia diocesana y el de su parroquia, a fin de sintonizar con la conciencia que la Iglesia particular tiene de su propia misión. La mejor forma de alimentar esta conciencia apostólica es identificarse con la figura de Jesucristo, maestro y formador de discípulos, tratando de hacer suyo el celo por el Reino que Jesús manifestó. A partir del ejercicio de la catequesis, la vocación apostólica del catequista, alimentada con una formación permanente, irá constantemente madurando.


(128) Cfr. GCM 21.

(129) Las cualidades humanas que sugiere GCM son las siguientes: facilidad de relaciones humanas y de diálogo, idoneidad para la comunicación, disponibilidad para colaborar, función de guía, serenidad de juicio, comprensión y realismo, capacidad para consolar y hacer recobrar la esperanza.. (cfr. 21).

(130) EN 79.

(131) Cfr. CL 60.



DIRECTORIO GENERAL PARA LA CATEQUESIS - La comunidad cristiana y la responsabilidad de catequizar