Directorio presbiteros 61

La obediencia

61 Fundamento de la obediencia

La obediencia es un valor sacerdotal de primordial importancia. El mismo sacrificio de Jesús sobre la Cruz adquirió significado y valor salvífico a causa de su obediencia y de su fidelidad a la voluntad del Padre. Él fue « obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz » (
Ph 2,8). La carta a los Hebreos subraya también que Jesús « con lo que padeció experimentó la obediencia » (He 5,8). Se puede decir, por tanto, que la obediencia al Padre está en el mismo corazón del Sacerdocio de Cristo.

Al igual que para Cristo, también para el presbítero la obediencia expresa la voluntad de Dios, que le es manifestada por medio de los Superiores. Esta disponibilidad debe ser entendida como una verdadera actuación de la libertad personal, consecuencia de una elección madurada constantemente en la presencia de Dios en la oración. La virtud de la obediencia, intrínsecamente requerida por el sacramento y por la estructura jerárquica de la Iglesia, es claramente prometida por el clérigo, primeramente en el rito de la ordenación diaconal y, después, en el de la ordenación presbiteral. Con ésta el presbítero refuerza su voluntad de sumisión, entrando de este modo en la dinámica de la obediencia de Cristo, que se ha hecho Siervo obediente hasta la muerte de Cruz (cf Ph 2,7-8).(195)

En la cultura contemporánea se subraya el valor de la subjetividad y de la autonomía de cada persona, como algo intrínseco a la propia dignidad. Este valor, en sí mismo positivo, cuando es absolutizado y exigido fuera de su justo contexto, adquiere un valor negativo.(196) Esto puede manifestarse también en el ámbito eclesial y en la misma vida del sacerdote, si la fe, la vida cristiana y la actividad desarrollada al servicio de la comunidad, fuesen reducidas a un hecho puramente subjetivo.

El presbítero está, por la misma naturaleza de su ministerio, al servicio de Cristo y de la Iglesia. Éste, por tanto, se pondrá en disposición de acoger cuanto le es indicado justamente por los Superiores y, si no está legítimamente impedido, debe aceptar y cumplir fielmente el encargo, que le ha sido confiado por su Ordinario.(197)

(195) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis PO 15c; JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 27: o.c., 700-701.
(196) Cfr. JUAN PABLO II, Carta Enc. Veritatis splendor (6 agosto 1993 ), VS 31 VS 32 VS 106: AAS 85 (1993), 1159-1160; 1216.
(197) Cfr. C.I.C., can. CIC 274 §2.


62 Obediencia Jerárquica

El presbítero tiene una « obligación especial de respeto y obediencia » al Sumo Pontífice y al propio Ordinario.(198) En virtud de la pertenencia a un determinado presbiterio, él está dedicado al servicio de una Iglesia particular, cuyo principio y fundamento de unidad es el Obispo;(199) éste último tiene sobre ella toda la potestad ordinaria, propia e inmediata, necesaria para el ejercicio de su oficio pastoral.(200) La subordinación jerárquica requerida por el sacramento del Orden encuentra su actualización eclesiológico-estructural en referencia al propio Obispo y al Romano Pontífice; éste último tiene el primado (principatus) de la potestad ordinaria sobre todas las Iglesias particulares.(201)

La obligación de adherir al Magisterio en materia de fe y de moral está intrínsecamente ligada a todas las funciones, que el sacerdote debe desarrollar en la Iglesia. El disentir en este campo debe considerarse algo grave, en cuanto que produce escándalo y desorientación entre los fieles.

Nadie mejor que el presbítero tiene conciencia del hecho de que la Iglesia tiene necesidad de normas: ya que su estructura jerárquica y orgánica es visible, el ejercicio de las funciones divinamente confiadas a Ella — especialmente la de guía y la de celebración de los sacramentos —, debe ser organizado adecuadamente.(202)

En cuanto ministro de Cristo y de su Iglesia, el presbítero asume generosamente el compromiso de observar fielmente todas y cada una de las normas, evitando toda forma de adhesión parcial según criterios subjetivos, que crean división y repercuten—con notable daño pastoral — sobre los fieles laicos y sobre la opinión pública. En efecto, « las leyes canónicas, por su misma naturaleza, exigen la observancia » y requieren que « todo lo que sea mandado por la cabeza, sea observado por los miembros ».(203)

Con la obediencia a la Autoridad constituida, el sacerdote — entre otras cosas — favorecerá la mutua caridad dentro del presbiterio, y fomentará la unidad, que tiene su fundamento en la verdad.

(198) Cfr C.I.C., can.
CIC 273.
(199) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium LG 23a.
(200) Cfr. ibid., LG 27a, C.I.C, can. CIC 381 § 1.
(201) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Christus Dominus CD 2a; Const. dogm. Lumen gentium LG 22b; C.I.C., can. CIC 333 §1.
(202) Cfr. JUAN PABLO II, Const. ap. Sacrae disciplanae leges (25 enero 1983): AAS 75 (1983) Pars II, XIII; Discurso a los participantes del Symposium Internationale « IUS in vita et in missione Ecclesiae » (23 abril 1993), en « L'Osservatore Romano », 25 abril 1993.
(203) Cfr. JUAN PABLOII, Const. Ap. Sacrae disciplinae leges (25 enero 1983): AAS 75 (1983) Pars II, XIII.


63 Autoridad ejercitada con caridad

Para que la observancia de la obediencia sea real y pueda alimentar la comunión eclesial, todos los que han sido constituidos en autoridad — los Ordinarios, los Superiores religiosos, los Moderadores de Sociedades de vida apostólica —, además de ofrecer el necesario y constante ejemplo personal, deben ejercitar con caridad el propio carisma institucional, bien sea previniendo, bien requiriendo con el modo y en el momento oportuno — la adhesión a todas las disposiciones en el ámbito magisterial y disciplinar. (204)

Tal adhesión es fuente de libertad, en cuanto que no impide, sino que estimula la madura espontaneidad del presbítero, quien sabrá asumir una postura pastoral serena y equilibrada, creando una armonía en la que la capacidad personal se funde en una superior unidad.

(204) Cfr. C.I.C., can.
CIC 392.


64 Respeto de las normas litúrgicas

Entre varios aspectos del problema, hoy mayormente relevantes, merece la pena que se ponga en evidencia el del respeto convencido de las normas litúrgicas.

La liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo,(205) « la cumbre hacia la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de la que mana toda su fuerza ».(206) Ella constituye un ámbito en el que el sacerdote debe tener particular conciencia de ser ministro y de obedecer fielmente a la Iglesia. « Regular la sagrada liturgia compete únicamente a la autoridad de la Iglesia, que reside en la Sede Apostólica y, según norma de derecho, en el Obispo ».(207) El sacerdote, por tanto, en tal materia no añadirá, quitará o cambiará nada por propia iniciativa.(208)

Esto vale de modo especial para los sacramentos, que son por excelencia actos de Cristo y de la Iglesia, y que el sacerdote administra en la persona de Cristo y en nombre de la Iglesia, para el bien de los fieles.(209) Éstos tienen verdadero derecho a participar en las celebraciones litúrgicas tal como las quiere la Iglesia, y no según los gustos personales de cada ministro, ni tampoco según particularismos rituales no aprobados, expresiones de grupos, que tienden a cerrarse a la universalidad del Pueblo de Dios.

(205) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Const. Sacrosanctum ConciIium,
SC 7.
(206) Cfr. ibid. SC 10.
(207) C.I.C., can. CIC 838.
(208) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Const. Sacrosanctum ConciIium, SC 22.
(209) Cfr. C.I.C., can. CIC 846 § 1.


65 Unidad en los planes pastorales

Es necesario que los sacerdotes, en el ejercicio de su ministerio, no sólo participen responsablemente en la definición de los planes pastorales, que el Obispo — con la colaboración del Consejo Presbiteral (210) — determina, sino que además armonicen con éstos las realizaciones prácticas en la propia comunidad.

La sabia creatividad, el espíritu de iniciativa propio de la madurez de los presbíteros, no sólo no serán suprimidos, sino que podrán ser adecuadamente valorados en beneficio de la fecundidad pastoral. Tomar caminos diversos en este campo puede significar, de hecho, el debilitamiento de la misma obra de evangelización.

(210) Cfr. S. CONCREGACIÓN PARA EL CLERO, Carta circular Omnis Christifideles (25 enero 1973), 9.


66 Obligación del traje eclesiástico

En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero — hombre de Dios, dispensador de Sus misterios — sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público.(211) El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel—más aún, por todo hombre (212) — su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia.

Por esta razón, el clérigo debe llevar « un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legitimas costumbres locales ».(213) El traje, cuando es distinto del talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones de derecho universal.

Por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legitimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente.(214)

Exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia.(215)

(211) Cfr. JUAN PABLO II, Carta al Card. Vicario de Roma (8 septiembre 1982): « L'Osservatore Romano », 18-19 octubre 1982.
(212) Cfr. PABLO VI, Alocuciones al clero ( 17 febrero 1969; 17 febrero 1972; 10 febrero 1978): AAS 61 (1969), 190; 64 (1972), 223; 70 (1978), 191; JUAN PABLO II, Carta a todos los sacerdotes en ocasión del Jueves Santo de 1979 novo incipiente (7 abril 1979), 7: AAS 71, 403-405; Alocuciones al clero (9 noviembre 1978; 19 abril 1979): Insegnamenti, I (1978), 116, II (1979), 929.
(213) C.I.C., can.
CIC 284.
(214) Cfr. PABLO VI , Motu Proprio Ecclesiae Sanctae, I 25 §2d: AAS 58 (1966), 770; S. CONCRECACIÓN PARA LOS OBISPOS, Carta circular a todos los representantes pontificios Per venire incontro (27 enero 1976); S. CONCRECACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Carta circular The document (6 enero 1980): « L'Osservatore Romano » supl., 12 de abril de 1980.


Espíritu sacerdotal de pobreza

67 Pobreza como disponibilidad.

La pobreza de Jesús tiene una finalidad salvífica. Cristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos por medio de su pobreza (cf
2Co 8,9).

La carta a los Filipenses nos enseña la relación entre el despojarse de si mismo y el espíritu de servicio, que debe animar el ministerio pastoral. Dice San Pablo que Jesús no consideró « un bien codiciable el ser igual a Dios, sino que se humilló a Sí mismo tomando forma de Siervo » (Ph 2,6-7). En verdad, difícilmente el sacerdote podrá ser verdadero servidor y ministro de sus hermanos si está excesivamente preocupado por su comodidad y por un bienestar excesivo.

A través de la condición de pobre, Cristo manifiesta que ha recibido todo del Padre desde la eternidad, y todo lo devuelve al Padre hasta la ofrenda total de su vida.

El ejemplo de Cristo pobre debe llevar al presbítero a conformarse con Él en la libertad interior ante todos los bienes y riquezas del mundo.(216) El Señor nos enseña que Dios es el verdadero bien y que la verdadera riqueza es conseguir la vida eterna: « De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si después pierde la propia alma? Y qué podría dar el hombre a cambio de su alma? » (Mc 8,36-37).

El sacerdote, cuya parte de la herencia es el Señor (cf Nb 18,20), sabe que su misión — como la de la Iglesia — se desarrolla en medio del mundo, y es consciente de que los bienes creados son necesarios para el desarrollo personal del hombre. Sin embargo, el sacerdote ha de usar estos bienes con sentido de responsabilidad, recta intención, moderación y desprendimiento: todo esto porque sabe que tiene su tesoro en los Cielos; es consciente, en fin, de que todo debe ser usado para la edificación del Reino de Dios,(217) y por ello se abstendrá de actividades lucrativas impropias de su ministerio (Lc 10,7 Mt 10,9-10 1Co 9,14 Ga 6,6).(218)

Recordando que el don, que ha recibido, es gratuito, ha de estar dispuesto a dar gratuitamente (Mt 10,8 Ac 8,18-25); (219) Y a emplear para el bien de la Iglesia y para obras de caridad todo lo que recibe por ejercer su oficio, después de haber satisfecho su honesto sustento y de haber cumplido los deberes del propio estado.(220)

El presbítero — si bien no asume la pobreza con una promesa pública — está obligado a llevar una vida sencilla; por tanto, se abstendrá de todo lo que huela a vanidad; (221) abrazará, pues, la pobreza voluntaria, con el fin de seguir a Jesucristo más de cerca.(222) En todo (habitación, medios de transporte, vacaciones, etc.), el presbítero elimine todo tipo de afectación y de lujo.(223)

Amigo de los más pobres, él reservará a ellos las más delicadas atenciones de su caridad pastoral, con una opción preferencial por todas las formas de pobreza — viejas y nuevas —, que están trágicamente presentes en nuestro mundo; recordará siempre que la primera miseria de la que debe ser liberado el hombre es el pecado, raíz última de todos los males.

(215) Cfr. PABLO VI, Catequesis en la Audiencia general del 17 de septiembre de 1969; Alocución al clero (1 marzo 1973): Insegnamenti VII (1969), 1065; XI (1973),176.
(216) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II , Decr. Presbyterorum Ordinis PO 17PO 20-21
(217) Cfr.ibid., PO 17 a.c.; JUAN PABLO II, Catequesis en la Audiencia general del 21 de julio de 1993, n. 3: « L'Osservatore Romano », 22 julio 1993.
(218) Cfr. C.I.C., can. CIC 286 CIC 1392.
(219) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis PO 17 d.
(220) Cfr. ibid. PO 17c; C.I.C., can. CIC 282 CIC 222 § 2, CIC 529 § 1.
(221) Cfr. C.I.C., can. CIC 282 § 1.
(222) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr.Presbyterorum Ordinis PO 17 d.
(223) Cfr.ibid. PO 17 e.


Devoción a María

68 Las virtudes de la madre

Existe una « relación esencial ( ... ) entre la Madre de Jesús y el sacerdocio de los ministros del Hijo », que deriva de la relación que hay entre la divina maternidad de María y el sacerdocio de Cristo.(224)

En dicha relación está radica da la espiritualidad mariana de todo presbítero. La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar a Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención.

Como a Juan al pie de la Cruz, así es confiada María a cada presbítero, como Madre de modo especial (cf
Jn 19,26-27).

Los sacerdotes, que se cuentan entre los discípulos más amados por Jesús crucificado y resucitado, deben acoger en su vida a María como a su Madre: será Ella, por tanto, objeto de sus continuas atenciones y de sus oraciones. La Siempre Virgen es para los sacerdotes la Madre, que los conduce a Cristo, a la vez que los hace amar auténticamente a la Iglesia y los guía al Reino de los Cielos.

Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio: ya que Ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal; la Virgen, pues, sabe y quiere proteger a los sacerdotes de los peligros, cansancios y desánimos: Ella vela, con solicitud materna, para que el presbítero pueda crecer en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres (cf Lc 2,40).

No serán hijos devotos, quienes no sepan imitar las virtudes de la Madre. El presbítero, por tanto, ha de mirar a María si quiere ser un ministro humilde, obediente y casto, que pueda dar testimonio de caridad a través de la donación total al Señor y a la Iglesia.(225)

Obra maestra del Sacrificio sacerdotal de Cristo, la Virgen representa a la Iglesia del modo más puro, « sin mancha ni arruga », totalmente « santa e inmaculada » (Ep 5,27). La contemplación de la Santísima Virgen pone siempre ante la mirada del presbítero el ideal al que ha de tender en el ministerio en favor de la propia comunidad, para que también ésta última sea « Iglesia totalmente gloriosa » (ibid.) mediante el don sacerdotal de la propia vida.

(224) Cfr. JUAN PABLO II, Catequesis en la Audiencia General del 30 junio 1993: « L'Osservatore Romano », 30 junio - 1 julio 1993.
(225) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis; PO 18b.


Capitulo III - FORMACION PERMANENTE


69 Necesidad actual de la formación permanente

La formación permanente es una exigencia, que nace y se desarrolla a partir de la recepción del sacramento del Orden, con el cual el sacerdote no es sólo « consagrado » por el Padre, « enviado » por el Hijo, sino también « animado » por el Espíritu Santo. Esta exigencia, por tanto, surge de la gracia, que libera una fuerza sobrenatural, destinada a asimilar progresivamente y de modo siempre más amplio y profundo toda la vida y la acción del presbítero en la fidelidad al don recibido: « Te recuerdo — escribe S. Pablo a Timoteo — de reavivar el don de Dios, que está en ti » (
2Tm 1,6).

Se trata de una necesidad intrínseca al mismo don divino,(226) que debe ser continuamente « vivificado » para que el presbítero pueda responder adecuadamente a su vocación. Él, en cuanto hombre situado históricamente, tiene necesidad de perfeccionarse en todos los aspectos de su existencia humana y espiritual para poder alcanzar aquella conformación con Cristo, que es el principio unificador de todas las cosas.

Las rápidas y difundidas transformaciones y un tejido social frecuentemente secularizado, típicos del mundo contemporáneo, son otros factores, que hacen absolutamente ineludible el deber del presbítero de estar adecuadamente preparado, para no perder la propia identidad y para responder a las necesidades de la nueva evangelización. A este grave deber corresponde un preciso derecho de parte de los fieles, sobre los cuales recaen positivamente los efectos de la buena formación y de la santidad de los sacerdotes.(227)

(226) Cfr. JUAN PABLO II, Ex. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis, PDV 70: o.c., 778-782.
(227) Cfr. ibid. PDV 70


70 Continuo trabajo sobre sí mismos

La vida espiritual del sacerdote y su ministerio pastoral van unidos a aquel continuo trabajo sobre sí mismos, que permite profundizar y recoger en armónica síntesis tanto la formación espiritual, como la humana, intelectual y pastoral. Este trabajo, que se debe iniciar desde el tiempo del seminario, debe ser favorecido por los Obispos a todos los niveles: nacional, regional y, principalmente, diocesano.

Es motivo de alegría constatar que son ya muchas las Diócesis y las Conferencias Episcopales actualmente empeñadas en prometedoras iniciativas para dar una verdadera formación permanente a los propios sacerdotes. Es de desear que todas las Diócesis puedan dar respuesta a esta necesidad. De todos modos, donde esto no fuera momentáneamente posible, es aconsejable que ellas se pongan de acuerdo entre sí, o tomen contacto con instituciones o personas especialmente preparadas para desempeñar una tarea tan delicada.(228)

(228) Cfr. ibid.,
PDV 79: o.c., 797.


71 Instrumento de santificación

La formación permanente es un medio necesario para que el presbítero de hoy alcance el fin de su vocación, que es el servicio de Dios y de su Pueblo.

Esta formación consiste, en la práctica, en ayudar a todos los sacerdotes a dar una respuesta generosa en el empeño requerido por la dignidad y responsabilidad, que Dios les ha confiado por medio del sacramento del Orden; en cuidar, defender y desarrollar su específica identidad y vocación; en santificarse a sí mismos y a los demás mediante el ejercicio del ministerio.

Esto significa que el presbítero debe evitar toda forma de dualismo entre espiritualidad y ministerio, origen profundo de ciertas crisis.

Está claro que para alcanzar estos fines de orden sobrenatural, deben ser descubiertos y analizados los criterios generales sobre los que se debe estructurar la formación permanente de los presbíteros.

Tales criterios o principios generales de organización deben ser pensados a partir de la finalidad, que se han propuesto o, mejor dicho, deben ser buscados en ella.


72Impartida por la Iglesia

La formación permanente es un derecho y un deber del presbítero e impartirla es un derecho y un deber de la Iglesia. Por tanto, así lo establece la ley universal.(229) En efecto, como la vocación al ministerio sagrado se recibe en la Iglesia, solamente a Ella le compete impartir la específica formación, según la responsabilidad propia de tal ministerio. La formación permanente, por tanto, siendo una actividad unida al ejercicio del sacerdocio ministerial, pertenece a la responsabilidad del Papa y de los Obispos. La Iglesia tiene, por tanto, el deber y el derecho de continuar formando a sus ministros, ayudándolos a progresar en la respuesta generosa al don, que Dios les ha concedido.

A su vez, el ministro ha recibido también, como exigencia del don, que recibió en la ordenación, el derecho a tener la ayuda necesaria por parte de la Iglesia para realizar eficaz y santamente su servicio.

(229) Cfr. C.I.C, can.
CIC 279.


73 Formación permanente

La actividad de formación se basa sobre una exigencia dinámica, intrínseca al carisma ministerial, que es en sí mismo permanente e irreversible. Aquella, por tanto, no puede nunca considerarse terminada, ni por parte de la Iglesia, que la da, ni por parte del ministro, que la recibe. Es necesario, entonces, que sea pensada y desarrollada de modo que todos los presbíteros puedan recibirla siempre, teniendo en cuenta las posibilidades y características, que se relacionan con el cambio de la edad, de la condición de vida y de las tareas confiadas.(230)

(230) Cfr. JUAN PABLO II, Ex. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis,
PDV 76: o.c., 793-794.


74 Completa.

Tal formación debe comprender y armonizar todas las dimensiones de la vida sacerdotal; es decir, debe tender a ayudar a cada presbítero: a desarrollar una personalidad humana madurada en el espíritu de servicio a los demás, cualquiera que sea el encargo recibido; a estar intelectualmente preparado en las ciencias teológicas y también en las humanas en cuanto relacionadas con el propio ministerio, de manera que desempeñe con mayor eficacia su función de testigo de la fe; a poseer una vida espiritual profunda, nutrida por la intimidad con Jesucristo y del amor por la Iglesia; a ejercer su ministerio pastoral con empeño y dedicación.

En definitiva, tal formación debe ser completa: humana, espiritual, intelectual, pastoral, sistemática y personalizada.


75 Humana.

Esta formación es extremadamente importante en el mundo de hoy como, por otra parte, siempre lo ha sido. El presbítero no debe olvidar que es un hombre elegido entre los demás hombres para estar al servicio del hombre.

Para santificarse y para conseguir resultados en su misión sacerdotal, deberá presentarse con un bagaje de virtudes humanas, que lo hagan digno de la estima de sus hermanos.

En particular, deberá practicar la bondad de corazón, la paciencia, la amabilidad, la fortaleza de ánimo, el amor por la justicia, el equilibrio, la fidelidad a la palabra dada, la coherencia con las obligaciones libremente asumidas, etc.(231)

También es importante que el sacerdote reflexione sobre su comportamiento social, sobre la corrección en las variadas formas de relaciones humanas, sobre los valores de la amistad, sobre el señorío del trato, etc.

(231) Cfr. CONC. ECUM. VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis
PO 3.


76 Espiritual

Teniendo presente cuanto ya ha sido ampliamente expuesto acerca de la vida espiritual, sólo se presentarán algunos medios prácticos de formación.

Sería necesario, en primer lugar, profundizar en los aspectos principales de la existencia sacerdotal haciendo referencia, en particular, a la enseñanza bíblica, patrística y hagiográfica, en la cual el presbítero debe estar continuamente al día, no sólo mediante la lectura de buenos libros, sino también participando en cursos de estudio, congresos, etc.(232)

Algunas sesiones particulares podrían estar dedicadas al cuidado de la celebración de los Sacramentos, así como también al estudio de cuestiones de espiritualidad, tales como las virtudes cristianas y humanas, el modo de rezar, la relación entre la vida espiritual y el ministerio litúrgico, etc.

Más concretamente, es deseable que cada presbítero, quizás con ocasión de los periódicos ejercicios espirituales, elabore un proyecto concreto de vida personal — a ser posible de acuerdo con el propio director espiritual — para el cual se señalan algunos puntos: 1) meditación diaria sobre la Palabra o sobre un misterio de la fe; 2) encuentro diario y personal con Jesús en la Eucaristía, además de la devota celebración de la Santa Misa; 3) devoción mariana (rosario, consagración o acto de abandono, coloquio intimo); 4) momento de formación doctrinal y hagiográfica; 5) descanso debido; 6) renovado empeño sobre la puesta en práctica de las indicaciones del propio Obispo y de la propia convicción en el modo de adherirse al Magisterio y a la disciplina eclesiástica; 7) cuidado de la comunión y de la amistad sacerdotal.

(232) Cfr. ibid.
PO 19; Decr. Optatam totius OT 22; C.I.C can. CIC 279 § 2; CONGREGACION PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA , Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis ( 19 marzo 1985),101.


77 Intelectual

Teniendo en cuenta la gran influencia que las corrientes humanístico-filosóficas tienen en la cultura moderna, así como también el hecho de que algunos presbíteros no han recibido la adecuada preparación en tales disciplinas, quizás también porque provengan de orientaciones escolásticas diversas, se hace necesario que, en los encuentros, estén presentes los temas más relevantes de carácter humanístico y filosófico o que, en cualquier caso, « tengan una relación con las ciencias sagradas, particularmente en cuanto pueden ser útiles en el ejercicio del ministerio pastoral ». (233) Estas temáticas constituyen también una valiosa ayuda para tratar correctamente los principales argumentos de teología fundamental, dogmática y moral, de Sagrada Escritura, de liturgia, de derecho canónico, de ecumenismo, etc., teniendo presente que la enseñanza de estas materias no debe ser problemática, ni solamente teórica o informativa, sino que debe llevar a la auténtica formación, es decir, a la oración, a la comunión y a la acción pastoral.

Debe hacerse de tal manera que, en los encuentros sacerdotales, los documentos del Magisterio sean profundizados comunitariamente, bajo una guía autorizada, de modo que se facilite en la pastoral diocesana la unidad de interpretación y de praxis que tanto beneficia a la obra de la evangelización.

Debe darse particular importancia, en la formación intelectual, al tratamiento de temas, que hoy tienen mayor relevancia en el debate cultural y en la praxis pastoral, como, por ejemplo, aquellos relativos a la ética social, a la bioética, etc.

Un tratamiento especial debe ser reservado a los problemas presentados por el progreso científico, particularmente influyentes sobre la mentalidad y la vida de los hombres contemporáneos. Los presbíteros no deberán eximirse de mantenerse adecuadamente actualizados y preparados para responder a las preguntas, que la ciencia puede presentar en su progreso, no dejando de consultar a expertos preparados y seguros.

Es del mayor interés estudiar, profundizar y difundir la doctrina social de la Iglesia. Siguiendo el empuje de la enseñanza magisterial, es necesario que el interés de todos los sacerdotes — y, a través de ellos, de todos los fieles — en favor de los necesitados no quede a nivel de piadoso deseo, sino que se concrete en un empeño de la propia vida. « Hoy más que nunca la Iglesia es consciente de que su mensaje social encontrará credibilidad por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna » (234)

Una exigencia imprescindible para la formación intelectual de los sacerdotes es el conocimiento y la utilización, en su actividad ministerial, de los medios de comunicación social. Éstos, si están bien utilizados, constituyen un providencial instrumento de evangelización, pudiendo llegar no sólo a una gran cantidad de fieles y de alejados, sino también incidir profundamente sobre su mentalidad y sobre su modo de actuar.

A tal efecto, seria oportuno que el Obispo o la misma Conferencia Episcopal preparasen programas e instrumentos técnicos adecuados a este fin.

(233) C.I.C, can.
CIC 279 § 3.
(234) Cfr. JUAN PABLO II, Enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), CA 57: AAS 83 (1991), 862-863.


78 Pastoral

Para una adecuada formación pastoral es necesario realizar encuentros, que tengan como objetivo principal la reflexión sobre el plan pastoral de la Diócesis. En ellos, no debería faltar tampoco el estudio de todas las cuestiones relacionadas con la vida y la práctica pastoral de los presbíteros como, por ejemplo, la moral fundamental, la ética en la vi da profesional y social, etc.

Deberá prestarse especial atención a conocer la vida y la espiritualidad de los diáconos permanentes — donde existan —, de los religiosos y religiosas, así como también de los fieles laicos.

Otros temas a tratar, particularmente útiles, pueden ser los relacionados con la catequesis, la familia, las vocaciones sacerdotales y religiosas, los jóvenes, los ancianos, los enfermos, el ecumenismo, los « alejados », etc.

Es muy importante para la pastoral, en las actuales circunstancias, organizar ciclos especiales para profundizar y asimilar el Catecismo de la Iglesia Católica,que — de modo especial para los sacerdotes — constituye un precioso instrumento de formación tanto para la predicación como, en general, para la obra de evangelización.


79 Sistemática

Para que la formación permanente sea completa, es necesario que esté estructurada « no como algo, que sucede de vez en cuando, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla en etapas y se reviste de modalidades precisas » (235) Esto comporta la necesidad de crear una cierta estructura organizativa, que establezca oportunamente los instrumentos, los tiempos y los contenidos para su concreta y adecuada realización.

Tal organización debe estar acompañada por el hábito del estudio personal, ya que también resultarían de escasa utilidad los cursos periódicos si no estuvieran acompañados de la aplicación al estudio.(236)

(235) JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis
PDV 79: o.c., 797.
(236) Cfr. ibid. PDV 79


80 Personalizada

Si bien es impartida a todos, la formación permanente tiene como objetivo directo el servicio a cada uno de aquellos, que la reciben. De este modo, junto con los medios colectivos o comunes, deben existir además todos los demás medios, que tienden a concretar la formación de cada uno.

Por esta razón debe ser favorecida, sobre todo entre los responsables directos, la conciencia de tener que llegar a cada sacerdote personalmente, haciéndose cargo de cada uno, no contentándose con poner a disposición de todos las distintas oportunidades.

A su vez, cada presbítero debe sentirse animado, con la palabra y el ejemplo de su Obispo y de sus hermanos en el sacerdocio, a asumir la responsabilidad de la propia formación, siendo el primer formador de sí mismo.(237)

(237) Cfr. ibid.
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