Denzinger 349

 De las dos naturalezas de Cristo (2)

 [Del tomo de Gelasio Necessarium, sobre las dos naturalezas en Cristo, 492]



(2) Th 532 s; Jf 670.


355 Dz 168 (3)Como quiera, digo, que acerca de la Encarnación de nuestro Señor que, si bien en modo alguno puede explicarse, debe, sin embargo, creerse piadosamente con esta confesión: los eutiquianos dicen que sólo hay una naturaleza, esto es, la divina; y no menos Nestorio recuerda una sola naturaleza, es decir, la humana; si contra los eutiquianos hemos de afirmar dos, porque ellos toman una sola; consiguientemente, contra Nestorio que dice también una sola, predicaremos sin duda alguna haber existido no una sola, sino dos unidas desde su principio. Contra Eutiques que se empeña en afirmar una sola, esto es, la divina, añadimos convenientemente la humana, de suerte que le mostramos que allí permanecen las dos naturalezas de que consta este misterio singular; y contra Nestorio, que habla también de una sola, es decir, de la humana, no menos hemos de añadir la divina. Para que, por modo igual,, contra la una sola de él, mantengamos con veraz definición que en la plenitud de este misterio existieron dos naturalezas con los efectos primordiales de su unión y a unos y a otros, que, por modo diverso, declaman cada uno la suya, los vencemos, no a uno de ellos afirmando sólo una naturaleza, sino a los dos, por la unida propiedad de las dos naturalezas, de la humana y de la divina, la cual desde su principio permanece sin confusión ni defecto alguno.

 (4) Porque, si bien es uno solo y el mismo Señor Jesucristo, y todo Dios hombre y todo el hombre Dios, y cuanto hay de humanidad Dios hombre se lo hace suyo y cuanto; hay de Dios, lo tiene el hombre Dios; sin embargo, para que permanezca este misterio y no pueda disolverse por ninguna parte, así todo el hombre permanece lo que Dios es, como todo Dios permanece cuanto el hombre es (1)...


(1) Ver todo el tratado en Thiel. quien seguidamente añade Testimonia veterum de duab. nat. in Christo, p. 544 ss.


 SAN ANASTASIO II, 496-498

 De las ordenaciones de los cismáticos (2)

 [De la Carta 1, Exordium Pontificatus mei, a Anastasio Agusto, de 496]


(2) Th 620 s; Jf 744 c. Add.; Msi VIII 190 E s; CIC Decr. I, 19, 8; frdbg I 63; Rcht I 56.


356 Dz 169 (7) Según la costumbre de la Iglesia Católica, reconozca el sacratísimo pecho de tu serenidad que a ninguno de estos a quienes bautizó Acacio [obispo cismático], o a quienes ordenó según los cánones sacerdotes o levitas, les alcanza parte alguna de daño por el nombre de Acacio, en el sentido de que acaso parezca menos firme la gracia del sacramento por haber sido trasmitida por un inicuo... Porque si los rayos de este sol visible, al pasar por los más fétidos lugares, no se mancillan por mancha alguna del contacto; mucho menos la virtud de Aquel que hizo este sol visible, puede constreñirse por indignidad alguna del ministro...

 (9) Por eso, pues, también éste, administrando mal lo bueno, a sí solo se dañó. Porque el sacramento inviolable que por él fué dado, obtuvo para los otros la perfección de su virtud.

 Sobre el origen de las almas y sobre el pecado original (3)

 [De la Carta Bonum atque iucundum, a los obispos de Francia , de 23 de agosto de 498]


(3) Th 634 ss; Jf 751 c. Add.; BR(T) App. I 342 b ss. Se duda de la autenticidad de esta Carta.


360 Dz 170 (1) ... [Piensan algunos herejes en Francia] que pueden razonablemente persuadirse que así como los padres trasmiten los cuerpos al género humano de la hez material, de modo semejante dan también el espíritu del alma vital... ¿Cómo, pues, contra la divina sentencia, con inteligencia demasiado carnal, piensan que el alma hecha a imagen de Dios se difunda por la unión de los hombres, siendo así que la acción de Aquel que al principio hizo esto no deja de ser hoy la misma, como El mismo dijo: Mi padre sigue trabajando y yo también trabajo (cf. Jn 5,17) ? Y entiendan también lo que está escrito: El que vive para siempre, lo creó todo de una vez (Si 18,1).

 Si, pues, antes de que la Escritura dispusiera el orden y modo siguiendo cada especie en cada clase de criaturas, obraba al mismo tiempo potencialmente -- cosa que no puede negarse -- y causalmente en la obra pertinente a la creación de todas las cosas, de cuya consumación descansó el día séptimo, y ahora sigue obrando visiblemente en la obra conveniente según el curso de los tiempos (1); luego aténganse a la santa doctrina, de que Aquel infunde las almas, que llama lo que no es, como lo que es (cf. Rm 4,17).


(1) S. AUGUST., De Gen. ad litt. VI, 4, 5 (PL 34, 341)


361
 (4)... En lo que acaso piensan que hablan piadosa y exactamente, es decir, que con razón afirman que las almas son trasmitidas por los padres, como quiera que están enredadas en pecados, deben con esta sabia separación distinguir: que ellos no pueden transmitir otra cosa que lo que ellos con extraviada presunción cometieron, esto es, la pena y culpa del pecado que pone bien de manifiesto la descendencia que por transmisión se sigue al nacer los hombres malos y torcidos. Y claramente se ve que en eso solo no tiene Dios parte ninguna, pues para que no cayeran en esta fatal calamidad, se lo prohibió y predijo con el ingénito terror de la muerte. Así, pues, por la transmisión, aparece evidentemente lo que por los padres se entrega, y se muestra también qué es lo que desde el principio hasta el fin haya obrado o siga aún Dios obrando.

 SAN SIMACO, 498-514

 SAN HORMISDAS, 514-523

 De la infalibilidad del Romano Pontífice (2)

[Memorial de profesión de la fe, añadido a la Carta Inter ea quae, a los obispos de España, de 2 de abril de 517]


(2) Th 795 s; Jf 788; W. HAACKE, Die Glaubensformel des Papstes Hormisdas im Acacianischen Schisma (Roma 1939) 10 ss.-- Esta regla de fe, propuesta a los obispos que habían tomado parte en el cisma de Acacio, fué firmada por todos los obispos de Oriente, por el emperador Justiniano, por los patriarcas de Constantinopla Epifanio, Juan y, finalmente, en el VIII Concilio ecuménico (IV de Constantinopla), sesión I, por los Padres griegos y latinos [cf. 1833 y Bar(Th) ad 869, 19 (15, 153 a s)]. Este memorial se halla casi con las mismas palabras en varias cartas de aquella época. La fórmula aquí transcrita es la que Hormisdas propuso a los obispos de España para recibir en la comunión de la Iglesia a los clérigos orientales. Poco más o menos, concuerda con la que Juan, patriarca de Constantinopla, remitió firmada a Hormisdas [CSEL 35, 608 ss, cf. ibid. 338, 340, 520, 800].


363 Dz 171 Primordial salud es guardar la regla de la recta fe y no desviarse en modo alguno de las constituciones de los Padres. Y pues no puede pasarse por alto la sentencia de nuestro Señor Jesucristo que dice: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, etc. (Mt 16,18), tal como fué dicho se comprueba por la experiencia, pues en la Sede Apostólica se conservó siempre inmaculada la religión católica.

364 No queriéndonos separar un punto de esta esperanza y de esta fe, y siguiendo las constituciones de los Padres, anatematizamos todas las herejías, señaladamente al hereje Nestorio, que en otro tiempo fué obispo de Constantinopla, condenado en el Concilio de Efeso por el bienaventurado Celestino, Papa de la ciudad de Roma, y por el venerable varón Cirilo, obispo de Alejandría. Igualmente anatematizamos también a Eutiques y a Dióscoro Alejandrino, condenados en el santo Concilio de Calcedonia, que seguimos y abrazamos, el cual, siguiendo al santo Concilio de Nicea predicó la fe apostólica. Detestamos también al parricida Timoteo, por sobrenombre Eluro («Gato»), y a su discípulo y secuaz en todo, Pedro Alejandrino. Condenamos y anatematizamos también a Acacio, obispo en otro tiempo de Constantinopla, condenado por la Sede Apostólica, cómplice y secuaz de ellos o a los que permanecieron en la sociedad de su comunión; porque Acacio mereció con razón sentencia de condenación semejante a la de aquellos en cuya comunión se mezcló. No menos condenamos a Pedro de Antioquía con sus secuaces y los de todos los suprascritos.

365 Dz 172 Mas aceptamos y aprobamos también las epístolas todas del bienaventurado papa León, que escribió sobre la religión cristiana, como antes dijimos, siguiendo en todo a la Sede Apostólica y proclamando sus constituciones todas. Y por tanto, espero merecer hallarme en una sola comunión con vosotros, la que predica la Sede Apostólica, en la que está la íntegra, verdadera y perfecta solidez de la religión cristiana; prometiendo que en adelante no he de recitar entre los sagrados misterios los nombres de aquellos que están separados de la comunión de la Iglesia Católica, es decir, que no sienten con la Sede Apostólica. Y si en algo intentare desviarme de mi profesión, por mi propia sentencia me declaro cómplice de los mismos que he condenado. Y esta mi profesión, yo la he firmado de mi mano y la he dirigido a ti, Hormisdas, santo y venerable papa de la ciudad de Roma.

 Del canon, del primado, de los concilios y de los apócrifos (1)

 [De la Carta 125 o Decretal De Scripturis divinis, del año 520]



(1) Th 932; Jf 862; PL 69, 166. Este Decretum de Hormisdae pretende [Th 51] ser una repetición y adaptación del Decreto Damaso-Gelasiano [n. 162 ss]


DS 352
Dz 173 Aparte lo que se contiene en la decretal de Gelasio [162], aquí, después del Concilio de Efeso, se inserta también el primero de Constantinopla; y luego se añade:

 Y si algunos otros concilios han sido hasta ahora celebrados por los Santos Padres, hemos decretado sean guardados y recibidos después de la autoridad de estos cuatro.



 Sobre la autoridad de San Agustín

 [De la Carta Sicut rationi, a Posesor, de 13 de agosto de 520] (2)


(2) ACOec. IV, II 46; CSEL 35, 700; PL 63, 493 A; Jf. 350; Msi VIII 500 A.


366
Dz:173a 5. Qué siga y guarde la Iglesia Romana, es decir, la Iglesia Católica, acerca del libre albedrío y la gracia de Dios, si bien puede copiosamente conocerse por varios libros del bienaventurado Agustín; sin embargo, en los archivos eclesiásticos hay capítulos expresos que, si ahí faltan y los creéis necesarios, os los remitiremos. Aunque quien diligentemente considere los dichos del Apóstol, ha de conocer con evidencia lo que ha de seguir.

 SAN JUAN 1, 523-526

 SAN FELIX III, 526-530


 II CONCILIO DE ORANGE, 529 (en la Galia)

 Confirmado por Bonifacio II (contra los semipelagianos)

 Sobre el pecado original, la gracia, la predestinación (3)'


(3) MGh Legum sectio III, Concilia T. I (Fr. Maassen 1903) 46 ss; Msi VIII 712 B ss; coll. Hfl II 726 ss y H 221 ss. Los cánones 1-8, 13, 19, 31 y n. 199a están citados por BRAQUIARIO (s. VII); De dogm. eccl. 38-49 [PL 83, 1236-1239]. Sobre el origen de los cánones, cf. «Rech. de theol. anc. et méd.» 6 (1934) 120 ss [M. Cappuyns] -- Este Concilio aprobado por Bonifacio II [V 200 a s] alcanzó tanta autoridad en la Iglesia que con razón se tiene por regla infalible de la fe. P. LEJAY, Le rôle théologique de S. Césaire d'Arles (París 1906).


370 Dz:173b Nos ha parecido justo y razonable, según la admonición y autoridad de la Sede Apostólica, que debíamos presentar para que sean por todos observados, y firmar de nuestras manos unos pocos capítulos que nos han sido trasmitidos por la Sede Apostólica (4), que fueron recogidos por los santos Padres de los libros de las Sagradas Escrituras para esta causa principalmente, a fin de enseñar a aquellos que sienten de modo distinto a como deben.


(4) Parecen ser los 174-181; cf. Msi VIII 722 S.


529DzDz

371 Dz 174 [I. Sobre el pecado original.] Can. 1. Si alguno dice que por el pecado de prevaricación de Adán no «fué mudado» todo el hombre, es decir, según el cuerpo y el alma en peor (1), sino que cree que quedando ilesa la libertad del alma, sólo el cuerpo está sujeto a la corrupción, engañado por el error de Pelagio, se opone a la Escritura, que dice: El alma que pecare, ésa morirá (Ez 18,20), y: ¿No sabéis que si os entregáis a uno por esclavos para obedecerle, esclavos sois de aquel a quien os sujetáis? (Rm 6,16). Y: Por quien uno es vencido, para esclavo suyo es destinado (2P 2,19).


(1) S. AUGUST., De nupt. et concup. II, 34, 57 [PL 44, 471]


372 Dz 175 Can. 2. Si alguno afirma que a Adán solo dañó su prevaricación, pero no también a su descendencia, o que sólo pasó a todo el género humano por un solo hombre la muerte que ciertamente es pena del pecado, pero no también el pecado, que es la muerte del alma, atribuirá a Dios injusticia, contradiciendo al Apóstol que dice: Por un solo hombre, el pecado entró en el mundo y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la muerte, por cuanto todos habían pecado (Rm 5,12) (2).



(2) Cf. S. AUGUST., C. duas epist. Pelag. 4, 4-7 [PL 44, 611-614]


373 Dz 176 [II. Sobre la gracia.] Can. 3. Si alguno dice que la gracia de Dios puede conferirse por invocación humana, y no que la misma gracia hace que sea invocado por nosotros, contradice al profeta Isaías o al Apóstol, que dice lo mismo: He sido encontrado por los que no me buscaban; manifiestamente aparecí a quienes por mí no preguntaban (Rm 10,20; cf. Is 65,1).

374 Dz 177 Can. 4. Si alguno porfía que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo Espíritu Santo que por Salomón dice: Es Preparada la voluntad por el Señor (Pr 8,35: LXX), y al Apóstol que saludablemente predica: Dios es el que obra en nosotros el querer y el acabar, según su beneplácito (Ph 2,13).

375 Dz 178 Can. 5. Si alguno dice que está naturalmente en nosotros lo mismo el aumento que el inicio de la fe y hasta el afecto de credulidad por el que creemos en Aquel que justifica al impío y que llegamos a la regeneración del sagrada bautismo, no por don de la gracia -- es decir, por inspiración del Espíritu Santo, que corrige nuestra voluntad de la infidelidad a la fe, de la impiedad a la piedad --, se muestra enemigo de los dogmas apostólicos, como quiera que el bienaventurado Pablo dice: Confiamos que quien empezó en vosotros la obra buena, la acabará hasta el día de Cristo Jesús (Ph 1,6); y aquello: A vosotros se os ha concedido por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que por El padezcáis (Ph 1,29); y: De gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, puesto que es don de Dios (Ep 2,8). Porque quienes dicen que la fe, por la que creemos en Dios es natural, definen en cierto modo que son fieles todos aquellos que son ajenos a la Iglesia de Dios (1).



(1) Cf. S. AUGUST., De praedest. Sanct. [PL 44, 959-992]


376 Dz 179 Can 6. Si alguno dice que se nos confiere divinamente misericordia cuando sin la gracia de Dios creemos, queremos, deseamos, nos esforzamos, trabajamos, oramos, vigilamos, estudiamos, pedimos, buscamos, llamamos, y no confiesa que por la infusión e inspiración del Espíritu Santo se da en nosotros que creamos y queramos o que podamos hacer, como se debe, todas estas cosas; y condiciona la ayuda de la gracia a la humildad y obediencia humanas y no consiente en que es don de la gracia misma que seamos obedientes y humildes, resiste al Apóstol que dice .Qué tienes que no lo hayas recibido? (1Co 4,7); y: Por la gracia de Dios soy lo que soy (1Co 15,10) (2).


(2) Cf. S. AUG., De dono pers. 23, 64, y PROSP. DE AQUIT., Contra Coll 2, 6 [PL 45, 1032 Y 1804 resp.]


377 Dz 180 Can. 7. Si alguno afirma que por la fuerza de la naturaleza se puede pensar, como conviene, o elegir algún bien que toca a la salud de la vida eterna, o consentir a la saludable. es decir, evangélica predicación, sin la iluminación o inspiración del Espíritu Santo, que da a todos suavidad en el consentir y creer a la verdad, es engañado de espíritu herético, por no entender la voz de Dios que dice en el Evangelio: Sin mí nada podéis hacer (Jn 15,5) y aquello del Apóstol: No que seamos capaces de pensar nada por nosotros como de nosotros, sino que nuestra suficiencia viene de Dios (2Co 3,5) (3).


(3) Cf. S. AUGUST., De gratia Christi 25, 26 -- 26, 27 [PL 44, 373 s]


378 Dz 181 Can. 8. Si alguno porfía que pueden venir a la gracia del bautismo unos por misericordia, otros en cambio por el libre albedrío que consta estar viciado en todos los que han nacido de la prevaricación del primer hombre, se muestra ajeno a la recta fe. Porque ése no afirma que el libre albedrío de todos quedó debilitado por el pecado del primer hombre o, ciertamente, piensa que quedó herido de modo que algunos, no obstante, pueden sin la revelación de Dios conquistar por sí mismos el misterio de la eterna salvación. Cuán contrario sea ello, el Señor mismo lo prueba, al atestiguar que no algunos, sino ninguno puede venir a El, sino aquel a quien el Padre atrajere (Jn 6,44); así como al bienaventurado Pedro le dice: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Joná, porque ni la carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16,17); y el Apóstol: Nadie puede decir Señor a Jesús, sino en el Espíritu Santo (1Co 12,3) (4).


(4) Cf. S. PROSP. AQUITAN., Contra Coll. 5, 13; 19, 55 (sexta definición) [PL 45, 1806 s; 1829].


379 Dz 182 Can. 9. «Sobre la ayuda de Dios. Don divino es el que pensemos rectamente y que contengamos nuestros pies de la falsedad y la injusticia; porque cuantas veces bien obramos, Dios, para que obremos, obra en nosotros y con nosotros» (5).



(5) S. PROSP. AQUITAN., Sent. ex Aug. delibatae, 22 [PL 45, 1861]


380 Dz 183 Can. 10. Sobre la ayuda de Dios. La ayuda de Dios ha de ser implorada siempre aun por los renacidos y sanados, para que puedan llegar a buen fin o perseverar en la buena obra (1).




(1) Cf. S. PROSP. AQUITAN., Contra Coll, 11, 31-36 [PL 45, 1815 SS]


381 Dz 184 Can. 11. «Sobre la obligación de los votos. Nadie haría rectamente ningún voto al Señor, si no hubiera recibido del mismo lo que ha ofrecido en voto» (2), según se lee: Y lo que de tu mano hemos recibido, eso te damos (1Ch 29,14).


(2) Cf. S. PROSP., Sent. ex Aug. delibatae, 54 [PL 45, 1864], y S. AUG., De civit. Dei 17, 4, 7 [PL 41, 530]


382 Dz 185 Can. 12. «Cuáles nos ama Dios. Tales nos ama Dios cuales hemos de ser por don suyo, no cuales somos por merecimiento nuestro» (3).


(3) S. PROSP., Sent. ex Aug. delibatae, 56 [PL 45 1864].


383 Dz 186 Can. 13. De la reparación del libre albedrío. El albedrío de la voluntad, debilitado en el primer hombre, no puede repararse sino por la gracia del bautismo; lo perdido no puede ser devuelto, sino por el que pudo darlo. De ahí que la verdad misma diga: Sí el Hijo os liberare, entonces seréis verdaderamente libres (Jn 8,36) (4).


(4) S. PROSP., Sent. ex Aug. delibatae, 152; S. AUG., De civ. Dei, 44, 11, 1 [PL 45, 1871 s; 41, 418 resp.].


384 Dz 187 Can. 14. «Ningún miserable se ve libre de miseria alguna, sino el que es prevenido de la misericordia de Dios» (5) como dice el salmista: Prontamente se nos anticipe, Señor, tu misericordia (Ps 78,8) y aquello: Dios mío, su misericordia me prevendrá (Ps 58,11).


(5) S. PROSP., Ibid., 211 (Ml 45,84).


385 Dz 188 Can. 15. «Adán se mudó de aquello que Dios le formó, pero se mudó en peor por su iniquidad; el fiel se muda de lo que obró la iniquidad, pero se muda en mejor por la gracia de Dios. Aquel cambio, pues, fué del prevaricador primero; éste, según el salmista, es cambio de la diestra del Excelso (Ps 76,11) (6).


(6) Ibid, 225; S. AUG., Enar. in ps., 1, 2 [PL 45, 1878; 36, 841]




386 Dz 189 Can. 16. «Nadie se gloríe de lo que parece tener, como si no lo hubiera recibido, o piense que lo recibió porque la letra por fuera apareció para ser leída o sonó para ser oída. Porque, como dice el Apóstol: Si por medio de la ley es la justicia, luego de balde murió Cristo (Ga 2,21); subiendo a lo alto, cautivó la cautividad, dio dones a los hombres (Ep 4,8; cf. Ps 67,19). De ahí tiene, todo el que tiene; y quienquiera niega tener de ahí, o es que verdaderamente no tiene, o lo que tiene, se le quita (Mt 25,29)» (7).


(7) Ibid. Sent. 259; S. AUG., De spiritu et litt. 29, 50 [PL 45, 1880; 44, 231].


387 Dz 190 Can. 17. «Sobre la fortaleza cristiana. La fortaleza de los gentiles la hace la mundana codicia; mas la fortaleza de los cristianos viene de la caridad de Dios que se ha derramado en nuestros corazones, no por el albedrío de la voluntad, que es nuestro, sino por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5)» (8).


(8) Ibid. 295; S. AUG., Opus impf. c. Iul., 1, 83 [PL 45, 1884; 45 1104]


388 Dz 191 Can. 18. «Que por ningún merecimiento se previene a la gracia. Se debe recompensa a las buenas obras, si se hacen; pero la gracia, que no se debe, precede para que se hagan» (1).


(1) Ibid. 297; S. AUG., Op. impf. c. Iul., 1, 133 [PL 45, 1885; 45, 1133]


389 Dz 192 Can. 19. «Que nadie se salva, sino por la misericordia de Dios. La naturaleza humana, aun cuando hubiera permanecido en aquella integridad en que fué creada, en modo alguno se hubiera ella conservado a sí misma, si su Creador no la ayudara; de ahí que, si sin la gracia de Dios, no hubiera podido guardar la salud que recibió, ¿cómo podrá, sin la gracia de Dios, reparar la que perdió?»(2).


(2) Ibid. 308; S. AUG., Epist. 186, 11, 37 [PL 45, 1186; 33, 830].


390 Dz 193 Can. 20. «Que el hombre no puede nada, bueno sin Dios. Muchos bienes hace Dios en el hombre, que no hace el hombre; ningún bien, empero, hace el hombre que no otorgue Dios que lo haga el hombre» (3).


(3) Ibid. 312; S. AUGUST., Contra duas epist. Pelag. 2, 8, 21 [PL 145, 1886; 44 586]


391 Dz 194 Can. 21. «De la naturaleza y de la gracia. A la manera como a quienes queriendo justificarse en la ley, cayeron también de la gracia, con toda. verdad les dice el Apóstol: Si la justicia viene de la ley, luego en vano ha muerto Cristo (Ga 2,21); así a aquellos que piensan que es naturaleza la gracia que recomienda y percibe la fe de Cristo, con toda verdad se les dice: Si por medio de la naturaleza es la justicia, luego en vano ha muerto Cristo. Porque ya estaba aquí la ley y no justificaba; ya estaba aquí también la naturaleza, y tampoco justificaba. Por tanto, Cristo no ha muerto en vano, sino para que la ley fuera cumplida por Aquel que dijo: No he venido a destruir la ley, sino a darle cumplimiento (Mt 5,17); y la naturaleza, perdida por Adán, fuera reparada por Aquel que dijo haber venido a buscar y salvar lo que se había perdido» (Lc 19,10) (4).


(4) Ibid. 315; S. AUG., De grat. et libero arbitr. 13, 25 [PL 45, 1878; 44, 896].


392 Dz 195 Can. 22. «De lo que es propio de los hombres. Nadie tiene de suyo, sino mentira y pecado. Y si alguno tiene alguna verdad y justicia, viene de aquella fuente de que debemos estar sedientos en este desierto, a fin de que, rociados, como si dijéramos, por algunas gotas de ella, no desfallezcamos en el camino» (5).


(5) Ibid. 323; S. AUG., In Ioh. tract. 5, 1 [PL 45, 1887; 35, 1414]


393 Dz 196 Can. 23. «De la voluntad de Dios y del hombre. Los hombres hacen su voluntad y no la de Dios, cuando hacen lo que a Dios desagrada; mas cuando hacen lo que, quieren para servir a la divina voluntad, aun cuando voluntariamente hagan lo que hacen; la voluntad, sin embargo, es de Aquel por quien se prepara y se manda lo que quieren» (6).


(6) Ibid. 338; S. AUG., In Ioh. tract. 19, 19 [PL 45, 1889; 35, 1555].


394 Dz 197 Can. 24. «De los sarmientos de la vid. De tal modo están los sarmientos en la vid que a la vid nada le dan, sino que de ella reciben de qué vivir; porque de tal modo está la vid en los sarmientos que les suministra el alimento vital, pero no lo toma de ellos. Y, por esto, tanto el tener en sí a Cristo permanente como el permanecer en Cristo, son cosas que aprovechan ambas a los discípulos, no a Cristo. Porque cortado el sarmiento, puede brotar otro de la raíz viva; mas el que ha sido cortado, no puede vivir sin la raíz (cf. Jn 15,5 ss)» (1).


(1) S. PROSP., Sent. ex Aug. delibatae 366; S. AUG., In Ioh. tract. 81, 1, [PL 45, 1893; 35, 1841].


395 Dz 198 Can 25. «Del amor con que amamos a Dios. Amar a Dios es en absoluto un don de Dios. El mismo, que, sin ser amado, ama, nos otorgó que le amásemos. Desagradándole fuimos amados, para que se diera en nosotros con que le agradáramos. En efecto, el Espíritu del Padre y del Hijo, a quien con el Padre y el Hijo amamos, derrama en nuestros corazones la caridad» (Rm 5,5) (2).



(2) Ibid. 370; S. AUG., In Ioh. tract. 102, 5 [PL 45, 1894; 35, 1898]


396 Dz 199 Y así, conforme a las sentencias de las Santas Escrituras arriba escritas o las definiciones de los antiguos Padres, debemos por bondad de Dios predicar y creer que por el pecado del primer hombre, de tal manera quedó inclinado y debilitado el libre albedrío que, en adelante, nadie puede amar a Dios, como se debe, o creer en Dios u obrar por Dios lo que es bueno, sino aquel a quien previniere la gracia de la divina misericordia. De ahí que aun aquella preclara fe que el Apóstol Pablo (He 11) proclama en alabanza del justo Abel, de Noé, Abraham, Isaac y Jacob, y de toda la muchedumbre de los antiguos santos, creemos que les fué conferida no por el bien de la naturaleza que primero fué dado en Adán, sino por la gracia de Dios. Esta. misma gracia, aun después del advenimiento del Señor, a todos los que desean bautizarse sabemos y creemos juntamente que no se les confiere por su libre albedrío, sino por la largueza de Cristo, conforme a lo que muchas veces hemos dicho ya y lo predica el Apóstol Pablo: A vosotros se os ha dado, por Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por El (Ph 1,29); y aquello: Dios que empezó en vosotros la obra buena, la acabará hasta el día de nuestro Señor (Ph 1,6); y lo otro: De gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no de vosotros: porque don es de Dios (Ep 2,8); y lo que de sí mismo dice el Apóstol: He alcanzado misericordia para ser fiel (1Co 7,25 1Tm 1,13); no dijo: «porque era», sino «para ser». Y aquello: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? (1Co 4,7). Y aquello: Toda dádiva buena y todo don perfecto, de arriba es, y baja del Padre de las luces (Jc 1,17). Y aquello: Nadie tiene nada, si no le fuere dado de arriba (Jn 3,27). Innumerables son los testimonios que podrían alegarse de las Sagradas Escrituras para probar la gracia; pero se han omitido por amor a la brevedad, porque realmente a quien los pocos no bastan, no aprovecharán los muchos.

397 Dz 200 [III. De la predestinación.] También creemos según la fe católica que, después de recibida por el bautismo la gracia, todos los bautizados pueden y deben, con el auxilio y cooperación de Cristo, con tal que quieran fielmente trabajar, cumplir lo que pertenece a la salud del alma. Que algunos, empero, hayan sido predestinados por el poder divino para el mal, no sólo no lo creemos, sino que si hubiere quienes tamaño mal se atrevan a creer, con toda detestación pronunciamos anatema contra ellos. También profesamos y creemos saludablemente que en toda obra buena, no empezamos nosotros y luego somos ayudados por la misericordia de Dios, sino que El nos inspira primero -- sin que preceda merecimiento bueno alguno de nuestra parte -- la fe y el amor a El, para que busquemos fielmente el sacramento del bautismo, y para que después del bautismo, con ayuda suya, podamos cumplir lo que a El agrada. De ahí que ha de creerse de toda evidencia que aquella tan maravillosa fe del ladrón a quien el Señor llamó a la patria del paraíso (Lc 23,43), y la del centurión Cornelio, a quien fué enviado un ángel (Ac 10,3) y la de Zaqueo, que mereció hospedar al Señor mismo (Lc 19,6), no les vino de la naturaleza, sino que fué don de la liberalidad divina.


 BONIFACIO II, 530-532

 Confirmación del II Concilio de Orange (1)

[De la Carta Per filium nostrum, a Cesáreo de Arlés, de 25 de enero de 531]


(1) PL, 65, 31 ss [45, 1790 s]; Jf 881; Msi VIII 735 ss; Bar(Th) ad 529 n. 1 ss (9, 375 ss); Hfl II 737.


398 Dz:200a 1...No hemos diferido dar respuesta católica a tu pregunta que concebiste con laudable solicitud de la fe. Indicas, en efecto, que algunos obispos de las Galias, si bien conceden que los demás bienes provienen de la gracia de Dios, quieren que sólo la fe, por la que creemos en Cristo, pertenezca a la naturaleza y no a la gracia; y que permaneció en el libre albedrío de los hombres desde Adán -- cosa que es crimen sólo decirla -- no que se confiere también ahora a cada uno por largueza de la misericordia divina. Para eliminar toda ambigüedad nos pides que -- confirmemos con la autoridad de la Sede Apostólica vuestra confesión, por la que al contrario vosotros definís que la recta fe en Cristo y el comienzo de toda buena voluntad, conforme a la verdad católica, es inspirado en el alma de cada uno por la gracia de Dios previniente.

399 Dz:200b 2. Mas como quiera que acerca de este asunto han disertado muchos Padres y más que nadie el obispo Agustín, de feliz memoria, y nuestros mayores los obispos de la Sede Apostólica, con tan amplia y probada razón que a nadie debía en adelante serle dudoso que también la fe nos viene de la gracia; hemos creído que no es menester muy larga respuesta; sobre todo cuando, según las sentencias que alegas del Apóstol: He conseguido misericordia para ser fiel (1Co 7,25), y en otra parte: A vosotros se os ha dado, por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que padezcáis por El (Ph 1,29), aparece evidentemente que la fe, por la que creemos en Cristo, así como también todos los bienes, nos vienen a cada uno de los hombres, por don de la gracia celeste, no por poder de la naturaleza humana. Lo cual nos alegramos que también tu Fraternidad lo haya sentido según la fe católica, en la conferencia habida con algunos obispos de las Galias; en el punto, decimos, en que con unánime asentimiento, como nos indicas, definieron que la fe por la que creemos en Cristo, se nos confiere por la gracia previniente de la divinidad, añadiendo además que no hay absolutamente bien alguno según Dios que pueda nadie querer, empezar o acabar sin la gracia de Dios, pues dice el Salvador mismo: Sin mí nada podéis hacer (Jn 15,5). Porque cierto y católico es que en todos los bienes, cuya cabeza es la fe, cuando no queremos aún nosotros, la misericordia divina nos previene para que perseveremos en la fe, como dice David profeta: Dios mío, tu misericordia me prevendrá (Ps 58,11). Y otra vez: Mi misericordia con El está (Ps 88,25); y en otra parte: Su misericordia me sigue (Ps 22,6). Igualmente también el bienaventurado Pablo dice: O, ¿quién le dio a El primero, y se le retribuirá? Porque de El, por E1 y en El son todas las cosas (Rm 11,35 s).

400 De ahí que en gran manera nos maravillamos de aquellos que hasta punto tal están aún gravados por las reliquias del vetusto error, que creen que se viene a Cristo no por beneficio de Dios, sino de la naturaleza, y dicen que, antes que Cristo, es autor de nuestra fe el bien de la naturaleza misma, el cual sabemos quedó depravado por el pecado de Adán, y no entienden que están gritando contra la sentencia del Señor que dice: Nadie viene a mí, si no le fuere dado por mi Padre (Jn 6,44). Y no menos se oponen al bienaventurado Pablo que grita a los Hebreos: Corramos al combate que tenemos delante, mirando al autor y consumador de nuestra fe, Jesucristo (He 2,1 s). Siendo esto así, no podemos hallar qué es lo que atribuyen a la voluntad humana para creer en Cristo sin la gracia de Dios, siendo Cristo autor y consumador de la fe.

 3. Por lo cual, saludándoos con el debido afecto, aprobamos vuestra confesión suprascrita como conforme a las reglas católicas de los Padres.



Denzinger 349