Ecclesia in Medio Oriente ES 31

Los emigrantes


31 La realidad de Oriente Medio es rica por su diversidad, pero con demasiada frecuencia constrictiva e incluso violenta. Es una realidad que afecta al conjunto de los habitantes de la región y en todos los aspectos de su vida. Situados en una posición muchas veces delicada, los cristianos sienten de manera especial, y a veces con cansancio y escasa esperanza, las consecuencias negativas de estos conflictos e incertidumbres. A menudo se sienten humillados. Saben también por experiencia que son víctimas designadas cuando hay agitaciones. Después de haber participado activamente durante siglos en la construcción de sus respectivas naciones, y contribuido a la formación de su identidad y su prosperidad, numerosos cristianos buscan ambientes más favorables, lugares de paz donde ellos y sus familias puedan vivir con dignidad y seguridad, y espacios de libertad donde puedan expresar su fe sin estar sujetos a tantas restricciones[24]. Esta opción es desgarradora. Afecta gravemente a personas, familias e Iglesias. Mutila a las naciones y contribuye al empobrecimiento humano, cultural y religioso de Oriente Medio. Un Oriente Medio con pocos o sin cristianos ya no es Oriente Medio, pues los cristianos participan con otros creyentes en la identidad tan singular de la región. Los unos son responsables de los otros ante Dios. Por ello es importante que los líderes políticos y religiosos comprendan esta realidad y eviten una política o una estrategia que privilegie una sola comunidad y que tienda hacia un Oriente Medio monocolor, que de ninguna manera reflejaría su rica realidad humana e histórica.

[24] Cf. Mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado 2006 (18 octubre 2005): AAS 97 (2005), 981-983; Mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado 2008 (18 octubre 2007): AAS 99 (2007) 1065-1068; Mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado 2012 (21 septiembre 2011): AAS 103 (2011), 763-766.


32 Los Pastores de las Iglesias orientales católicas sui iuris constatan con preocupación y pena que el número de sus fieles se reduce en sus territorios tradicionalmente patriarcales y, desde hace algún tiempo, se ven obligados a desarrollar una pastoral de la emigración[25]. Estoy seguro de que hacen todo lo posible para exhortar a sus fieles a la esperanza, a permanecer en su país y a no vender sus bienes[26]. Les animo a seguir rodeando de afecto a sus sacerdotes y fieles de la diáspora, invitándolos a mantenerse en estrecho contacto con sus familias y sus Iglesias y, sobre todo, a perseverar fielmente en su fe en Dios, por su identidad religiosa edificada sobre venerables tradiciones espirituales[27]. Al conservar esta pertenencia a Dios y a sus respectivas Iglesias, y cultivando un amor profundo por sus hermanos y hermanas latinos, serán un gran beneficio para el conjunto de la Iglesia católica. Por otra parte, exhorto a los pastores de las circunscripciones eclesiásticas que acogen a los católicos orientales a recibirlos con caridad y estima, como hermanos, así como a favorecer los lazos de comunión entre los emigrantes y sus Iglesias de procedencia, y a darles la oportunidad de celebrar según sus propias tradiciones y desarrollar actividades pastorales y parroquiales allí donde sea posible[28].

[25] Cf. Propositio 11.
[26] Cf. Propositiones 6; 10.
[27] Cf. Propositio 12.
[28] Cf. Propositio 15.


33 La Iglesia latina en Oriente Medio, además de estar sufriendo una sangría de muchos de sus fieles, experimenta otra situación diferente, debiendo afrontar nuevos y numerosos retos pastorales. Sus pastores tienen que gestionar la afluencia masiva y la presencia en los países económicamente fuertes de la región de trabajadores de todo tipo, procedentes de África, el Extremo Oriente y el subcontinente indio. Estas poblaciones, compuestas a menudo de hombres y mujeres solos o de familias enteras, se enfrentan a una doble precariedad. Son extranjeros en la tierra donde trabajan, y muchas veces se encuentran en situaciones de discriminación e injusticia. El extranjero es objeto de la atención de Dios y, por tanto, merece respeto. En el juicio final se tendrá en cuenta cómo ha sido acogido (cf. Mt 25,35 Mt 25,43)[29] .

[29] Cf. Propositio 14.


34 Explotadas y sin poder defenderse, con contrato de trabajo más o menos limitado o legal, estas personas son a veces víctimas de transgresiones de las leyes locales y las convenciones internacionales. Por otra parte, sufren fuertes presiones y graves restricciones religiosas. Necesitan una delicada atención de sus pastores. Animo a todos los fieles católicos y a todos los sacerdotes, cualquiera que sea su Iglesia de pertenencia, a la comunión sincera y a la cooperación pastoral con el obispo del lugar y, a éste, a una comprensión paterna respecto a los fieles orientales. Mediante el trabajo conjunto y, sobre todo, hablando con una sola voz, todos podrán vivir y celebrar su fe en esta situación particular, enriqueciéndose con la diversidad de las tradiciones espirituales, siempre manteniéndose en contacto con las comunidades cristianas de origen. Invito también a los gobiernos de los países que reciben a estas personas recién llegadas a respetar y defender sus derechos, a permitirles la libre expresión de su fe, favoreciendo la libertad religiosa y la edificación de lugares de culto. La libertad religiosa «podría ser objeto de diálogo entre los cristianos y los musulmanes, diálogo cuya urgencia y utilidad ha sido ratificada por los padres sinodales»[30].

[30] Homilía en la Misa de clausura de la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio (24 octubre 2010): AAS 102 (2010), 815.


35 Mientras algunos católicos nativos de Oriente Medio que, por necesidad, hastío o desesperación, toman la dramática decisión de abandonar la tierra de sus antepasados, de sus familias y de su comunidad de fe, otros, por el contrario, llenos de esperanza, optan por permanecer en su país y en su comunidad. Les animo a consolidar esta hermosa fidelidad y a continuar firmes en la fe. Otros católicos, en fin, tomando una decisión tan desgarradora como la de los cristianos de Oriente Medio que emigran, huyendo de la precariedad y con la esperanza de tener un porvenir mejor, escogen países de la región para trabajar y vivir.


36 Como Pastor de la Iglesia universal, me dirijo aquí a todos los fieles católicos de la región, a los nativos y a los recién llegados, cuya proporción se ha aproximado en los últimos años, porque para Dios, no hay más que un solo pueblo y, para los creyentes, una sola fe. Esforzaos por vivir respetuosamente unidos y en comunión fraterna unos con otros, en el amor y la estima mutua, para testimoniar de manera convincente vuestra fe en la muerte y resurrección de Cristo. Dios escuchará vuestra oración, bendecirá vuestro comportamiento y os dará su Espíritu para hacer frente a la carga de cada día. Porque «donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2Co 3,17). San Pedro escribió a los creyentes que vivían situaciones similares unas palabras que os repito de buen grado como exhortación: «¿Quién os va a tratar mal si vuestro empeño es el bien? [...] No les tengáis miedo ni os amedrentéis. Más bien, glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza» (1P 3,13-15).



SEGUNDA PARTE

«El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma»

(Ac 4,32)

37 La dimensión visible de la comunidad cristiana naciente es descrita por las cualidades inmateriales que muestran la koinonia eclesial: un solo corazón y una sola alma, manifestando así el sentido profundo del testimonio. Es reflejo de una interioridad personal y comunitaria. Dejándose moldear en el interior por la gracia divina, toda Iglesia particular puede reencontrar la belleza de la primera comunidad de los creyentes, cimentada en una fe animada por la caridad, que caracteriza a los discípulos de Cristo ante los ojos de los hombres (cf. Jn 13,35). La koinonia da consistencia y coherencia al testimonio, y requiere una conversión permanente. Ésta perfecciona la comunión y consolida a su vez el testimonio. «Sin comunión no puede haber testimonio: el gran testimonio es precisamente la vida de comunión»[31]. La comunión es un don que debe ser plenamente aceptado por todos y una realidad que se ha de construir sin cesar. En este sentido, invito a todos los miembros de las Iglesias en Oriente Medio a reavivar la comunión, cada uno según su vocación, con humildad y con oración, para llegar a la unidad por la que oró Jesús (cf. Jn 17,21).

[31] Cf. Homilía en la apertura de la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio (10 octubre 2010): AAS 102 (2010), 805.


38 El concepto de Iglesia «católica» contempla la comunión entre lo universal y lo particular. Hay una relación de «mutua interioridad» entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares, que identifica y concretiza la catolicidad de la Iglesia. La presencia «del todo en la parte» pone la parte en tensión hacia la universalidad, tensión que se manifiesta, por un lado, en el impulso misionero de cada una de las Iglesias y, por otro, en el aprecio sincero de la bondad de las «otras partes», que incluye el actuar en sintonía y en sinergia con ellas. La Iglesia universal es una realidad antecedente a las Iglesias particulares, que nacen en y por la Iglesia universal[32]. Esta verdad refleja fielmente la doctrina católica y, en particular, la del Concilio Vaticano II[33]. Ella nos introduce en la comprensión de la dimensión «jerárquica» de la comunión eclesial, y permite que la rica y legítima diversidad de las Iglesias particulares se articule siempre en la unidad, como lugar donde los dones particulares se convierten en una auténtica riqueza para la universalidad de la Iglesia. Una renovada y vivida toma de conciencia de estos puntos fundamentales de la eclesiología permitirá redescubrir la especificidad y la riqueza de la identidad «católica» en la tierra de Oriente.

[32] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, a los Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (28 mayo 1992), 9: AAS 85 (1993), 843-844; sobre todo el primer parágrafo, donde se dice: «“La Iglesia universal no puede ser concebida como la suma de las Iglesias particulares ni como una federación de Iglesias particulares”. No es el resultado de la comunión de las Iglesias, sino que, en su esencial misterio, es una realidad ontológica y temporalmente previa a cada concreta Iglesia particular».
[33] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
LG 23.


Los patriarcas


39 «Padres y Guías» de las Iglesias sui iuris, los patriarcas son los signos visibles de referencia y los custodios vigilantes de la comunión. Por su identidad y su misión propia, son hombres de comunión que velan por la grey según Dios (cf. 1P 5,1-4), y los servidores de la unidad de eclesial. Ejercen un ministerio que actúa por medio de la caridad, vivida realmente en todos los campos: entre los patriarcas mismos, entre el patriarca y los obispos, los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles laicos bajo su jurisdicción.


40 Los patriarcas, cuya unión indefectible con el Obispo de Roma hunde sus raíces en laecclesiastica communio, que han solicitado al Sumo Pontífice y recibido tras su elección canónica, hacen tangible por ese particular vínculo la universalidad y la unidad de la Iglesia[34]. Se preocuparán de todos los discípulos de Jesucristo que viven en el territorio patriarcal. Como signo de comunión para el testimonio, sabrán fortalecer la unidad y la solidaridad en el seno del Consejo de los Patriarcas católicos de Oriente y de los diversos sínodos patriarcales, privilegiando en ellos el acuerdo en cuestiones de gran importancia para la Iglesia, con vistas a una acción colegial y unitaria. Para la credibilidad de su testimonio, el patriarca perseguirá la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la perseverancia y la mansedumbre (cf. 1Tm 6,11), buscando de todo corazón un estilo de vida sobrio, a imagen de Cristo, desprendido de todo para hacernos ricos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). Asimismo, se esforzará en promover entre las circunscripciones eclesiásticas una solidaridad real en una sana gestión del personal y de los bienes eclesiásticos. Esto es lo que corresponde a sus deberes[35]. A imitación de Jesús, que recorría los pueblos y aldeas en cumplimiento de su misión (cf. Mt 9,35), los patriarcas realizarán con celo la visita pastoral a sus circunscripciones eclesiásticas[36]. No lo hará sólo por ejercer su derecho y su deber de vigilar, sino también para testimoniar concretamente su caridad fraterna y paterna para con los obispos, sacerdotes y fieles laicos, sobre todo con los pobres, los enfermos y los marginados, así como con los que sufren espiritualmente.

[34] Cf. Código de los cánones de las Iglesias orientales, cann. CIO 76,1-2; CIO 92,1-2.
[35] Cf. ibíd., can. CIO 97.
[36] Cf. ibíd., can. CIO 83,1.


Los obispos


41 En virtud de su ordenación, el obispo queda instituido a la vez como miembro del Colegio episcopal y como pastor de una comunidad local mediante su ministerio de enseñar, santificar y gobernar. Con los patriarcas, los obispos son los signos visibles de la unidad en la diversidad de la Iglesia, como Cuerpo cuya cabeza es Cristo (cf. Ep 4,12-15). Ellos son los primeros elegidos gratuitamente y los enviados a todas las naciones para hacer discípulos, enseñándoles a observar todo lo prescrito por el Resucitado (cf. Mt 28,19-20)[37]. Es, pues, de vital importancia que escuchen y conserven en su corazón la Palabra de Dios. Han de anunciarla con valentía, y defender con firmeza la integridad y la unidad de la fe en situaciones difíciles, que por desgracia no faltan en Oriente Medio.

[37] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores gregis (16 octubre 2003), : AAS 96 (2004), 859-860.


42 Para promover la vida de comunión y diakonía, es importante que los obispos se esfuercen siempre por su propia renovación personal. Esta atención del corazón pasa «ante todo por la vida de oración, de abnegación, de sacrificio y de escucha; después por la vida ejemplar de apóstoles y pastores, hecha de sencillez y humildad; y, finalmente, por su deseo constante de defender la verdad, la justicia, la moral y la causa de los débiles»[38]. Además, la tan deseada renovación de las comunidades pasa por el cuidado paternal que tengan por todos los bautizados, y en especial por sus colaboradores inmediatos, los presbíteros[39].

[38] Id, Exhort. ap. postsinodal Una esperanza nueva para el Líbano (10 mayo 1997), 60:AAS 89 (1997), 364.
[39] Cf. Propositio 22.


43 El primer fundamento de la comunión intereclesial es la comunión en el seno de cada iglesia local, que se alimenta siempre de la Palabra de Dios y de los sacramentos, así como de las diversas formas de oración. Por tanto, invito a los obispos a manifestar su solicitud por todos los fieles de su jurisdicción, sin discriminaciones por su condición, nacionalidad o proveniencia eclesial. Que apacienten el rebaño de Dios confiado a ellos, velando por él «no como déspotas con quienes os ha tocado en suerte, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño» (1P 5,3). Que presten una atención especial a quienes no son constantes en la práctica religiosa y a los que, por diversas razones, la han abandonado[40]. Se cuidarán también de ser la presencia amorosa de Cristo entre los que no profesan la fe cristiana. Así promoverán la unidad entre los cristianos mismos y la solidaridad entre todos los hombres, creados a imagen de Dios (cf. Gn 1,27), pues todo viene del Padre, que es hacia quien nos dirigimos (cf. 1Co 8,6).

[40] Cf. Código de los cánones de las Iglesias orientales, can. CIO 192,1.


44 Corresponde a los obispos asegurar una gestión sana, honesta y transparente de los bienes temporales de la Iglesia, de acuerdo con el Código de los cánones de las Iglesias orientaleso el Código de Derecho Canónico de la Iglesia latina. Los Padres sinodales han creído necesario que se haga una auditoría seria de las finanzas y de los bienes, poniendo cuidado en evitar la confusión entre los bienes personales y los de la Iglesia[41]. El apóstol Pablo dice que el siervo de Dios es un administrador de los misterios de Dios. Ahora bien, «lo que se busca en los administradores es que sean fieles» (1Co 4,2). El administrador gestiona bienes que no le pertenecen y que, según el apóstol, están destinados a un fin superior: los misterios de Dios (cf. Mt 19,28-30 1P 4,10). Esta gestión fiel y desinteresada, tan deseada por los monjes fundadores –verdaderas columnas de muchas Iglesias orientales– debe servir prioritariamente para la evangelización y la caridad. Los obispos se preocuparán de asegurar a sus presbíteros, sus primeros colaboradores, una adecuada subsistencia, para que no se pierdan en la búsqueda de lo temporal, y puedan consagrarse dignamente a las cosas de Dios y a su misión pastoral. Por lo demás, quien ayuda a un pobre gana el cielo. Santiago insiste en el respeto que se debe al pobre, en su grandeza y su verdadero puesto en la comunidad (cf. Jc 1,9-11 Jc 2,1-9). Por eso es necesario que la gestión de los bienes se convierta en un lugar de anuncio eficaz del mensaje liberador de Jesús: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad y, a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19). El mayordomo fiel es aquel que se ha dado cuenta de que sólo el Señor es la perla fina (cf. Mt 13,45-46), y que sólo él es el verdadero tesoro (cf. Mt 6,19-21 Mt 13,44). Que los obispos lo manifiesten de manera ejemplar a los sacerdotes, seminaristas y fieles. Por otra parte, la enajenación de bienes de la Iglesia debe atenerse estrictamente a las normas canónicas y a las disposiciones pontificias en vigor.

[41] Cf. Propositio 7.


Los sacerdotes, los diáconos y los seminaristas


45 La ordenación sacerdotal configura al sacerdote con Cristo y le convierte en un estrecho colaborador del patriarca y del obispo, participando de su triple munus[42]. Precisamente por eso, es un servidor de la comunión; y el cumplimiento de esta tarea requiere una relación constante con Cristo y su celo en la caridad y en las obras de misericordia para con todos. Así podrá irradiar la santidad, a la que todos los bautizados están llamados. Educará al Pueblo de Dios a construir la civilización del amor evangélico y la unidad. Para eso, renovará y fortalecerá la vida de los fieles mediante la transmisión sabia de la Palabra de Dios, de la Tradición y de la doctrina de la Iglesia, así como por los sacramentos[43]. Las tradiciones orientales han tenido la intuición de la dirección espiritual. Que los sacerdotes, los diáconos y los consagrados la practiquen ellos mismos y abran con ella a los fieles los caminos de la eternidad.

[42] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y la vida de los presbíteros,
PO 4-6.
[43] Cf. Mensaje final (22 octubre 2010), 4, 3.


46 El testimonio de comunión exige, además, una formación teológica y una sólida espiritualidad, que requiere una renovación intelectual y espiritual permanente. Corresponde a los obispos proporcionar a los sacerdotes y a los diáconos los medios necesarios que les permitan profundizar en su vida de fe, para el bien de los fieles, dándoles «la comida a su tiempo» (Ps 145,15). Por su parte, los fieles esperan de ellos el ejemplo de una conducta intachable (cf. Ph 2,14-16).


47 Os invito, queridos sacerdotes, a redescubrir cada día el sentido ontológico del orden sagrado, que haga vivir el sacerdocio como una fuente de santificación para los bautizados, y para la promoción de todos los hombres. «Pastoread el rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo [...], no por sórdida ganancia, sino con entrega generosa» (1P 5,2). Os invito a apreciar también la vida en equipo –donde sea posible–, no obstante las dificultades que comporta (cf. 1P 4,8-10), pues eso os ayudará a comprender y vivir mejor la comunión sacerdotal y pastoral, en el ámbito local y universal. Queridos diáconos, en comunión con vuestro obispo y los sacerdotes, servid al Pueblo de Dios según vuestro propio ministerio en las tareas específicas que se os confíen.


48 El celibato sacerdotal es un don inestimable de Dios a su Iglesia, que conviene recibir con gratitud, tanto en Oriente como en Occidente, pues representa un signo profético siempre actual. Recordamos, además, el ministerio de los sacerdotes casados, que son un elemento antiguo de las tradiciones orientales. Quisiera dirigir también mi aliento a estos presbíteros que, con sus familias, están llamados a la santidad en el ejercicio fiel de su ministerio y en sus condiciones de vida a veces difíciles. Reitero a todos que la belleza de vuestra vida sacerdotal[44] suscitará sin duda nuevas vocaciones, que tendréis la responsabilidad de atender.

[44] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y la vida de los presbíteros,
PO 11.


49 La vocación del joven Samuel (cf. 1S 3,1-19) nos enseña que los seres humanos necesitan guías expertos para ayudarles a discernir la voluntad del Señor y responder generosamente a su llamada. En este sentido, el florecimiento de las vocaciones debe ser favorecido por una pastoral apropiada. Y ésta ha de estar apoyada por la oración en la familia, las parroquias, los movimientos eclesiales y en el seno de los centros educativos. Quienes responden a la llamada del Señor necesitan crecer en lugares de formación específica y estar acompañados por formadores idóneos y ejemplares. Estos los educarán en la oración, la comunión, el testimonio y la conciencia misionera. Se abordarán con programas adecuados los aspectos de la vida humana, espiritual, intelectual y pastoral, teniendo en cuenta con perspicacia la diversidad del medio, los antecedentes, las pertenencias culturales y eclesiales[45].

[45] Cf. Congregación para la Educación Católica, Ratio fundamentalis Institutionis sacerdotalis (19 marzo 1985), 5-10.


50 Queridos seminaristas, así como el junco no puede crecer sin agua (cf. Jb 8,11), tampoco vosotros podréis ser verdaderos artesanos de comunión y auténticos testigos de la fe sin un enraizamiento profundo en Jesucristo, sin una conversión continua a su palabra, sin un amor por su Iglesia y sin una caridad desinteresada por el prójimo. Estáis llamados a vivir y perfeccionar hoy en día la comunión, con vistas a un testimonio valiente y sin ambigüedades. La firmeza de la fe del Pueblo de Dios dependerá también de la calidad de vuestro testimonio. Os invito a abriros más a la diversidad cultural de vuestras Iglesias, por ejemplo, aprendiendo otras lenguas y culturas diferentes a las vuestras, con vistas a vuestra futura misión. Estad también abiertos a la diversidad eclesial, ecuménica, y al diálogo interreligioso. Os ayudará mucho un estudio atento de mi Carta dirigida a los seminaristas[46].

[46] Cf. Carta a los seminaristas (18 octubre 2010): AAS 102 (2010), 793-798.


La vida consagrada


51 El monacato, en sus diversas formas, ha nacido en Oriente Medio y es el origen de algunas de las iglesias de allí[47]. Que los monjes y monjas, que consagran su vida a la oración, santificando las horas del día y de la noche, encomendando en sus plegarias las preocupaciones y necesidades de la Iglesia y la humanidad, recuerden permanentemente a todos la importancia de la oración en la vida de la Iglesia y de todo creyente. Que los monasterios sean también lugares donde los fieles puedan dejarse guiar en la iniciación a la oración.

[47] Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Orientale Lumen (2 mayo 1995): AAS 87 (1995), 745-774.


52 La vida consagrada, contemplativa y apostólica, es una profundización de la consagración bautismal. En efecto, los monjes y monjas buscan seguir a Cristo de manera más radical mediante la profesión de los consejos evangélicos de obediencia, castidad y pobreza[48]. La entrega sin reservas de sí mismos al Señor, y su amor desinteresado por todos los hombres, dan testimonio de Dios y son verdaderos signos de su amor por el mundo. Vivida como un don precioso del Espíritu Santo, la vida consagrada es un apoyo irremplazable para la vida y la pastoral de la Iglesia[49]. En este sentido, las comunidades religiosas serán signos proféticos de la comunión en sus iglesias y en el mundo entero en la medida en que estén realmente fundadas en la Palabra de Dios, la comunión fraterna y el testimonio de la diaconía (cf. Ac 2,42). En la vida cenobítica, la comunidad o el monasterio tienen por vocación el ser lugar privilegiado de la unión con Dios y la comunión con el prójimo. Es el lugar donde la persona consagrada aprende a caminar siempre desde Cristo[50], para ser fiel a su misión con la oración y el recogimiento, y ser para todos los fieles un signo de la vida eterna, que ya ha comenzado aquí (cf. 1P 4,7).

[48] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, LG 44; Id., Decr.Perfectae caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, PC 5; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata (25 marzo 1996), VC 14 VC 30: AAS 88 (1996), 387-388; 403-404.
[49] Cf. Propositio 26.
[50] Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, Instruc. Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio (19 mayo 2002): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (26-28 junio 2002), 5-14.


53 Os invito a vosotros, que habéis sido llamados a la sequela Christi en la vida religiosa en Oriente Medio, a que os dejéis seducir siempre por la Palabra de Dios, como el profeta Jeremías, y la guardéis en vuestro corazón como un fuego ardiente (cf. Jr 20,7-9). Ella es la razón de ser, el fundamento y la referencia última y objetiva de vuestra consagración. La Palabra de Dios es verdad. Al obedecerla, santificáis vuestras almas para amaros sinceramente como hermanos y hermanas (cf. 1P 1,22). Cualquiera que sea el estado canónico de vuestro Instituto religioso, mostraos disponibles para colaborar en espíritu de comunión con el obispo en la actividad pastoral y misionera. La vida religiosa es una adhesión personal a Cristo, Cabeza del Cuerpo (cf. Col 1,18 Ep 4,15), y refleja el vínculo indisoluble entre Cristo y su Iglesia. En este sentido, apoyad a las familias en su vocación cristiana y alentad a las parroquias para que se abran a las diversas vocaciones sacerdotales y religiosas. Esto contribuye a fortalecer la vida de comunión para el testimonio en el seno de la Iglesia particular[51]. No dejéis de responder a los interrogantes de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, indicándoles la senda y el sentido profundo de la existencia humana.

[51] Cf. Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y Congregación para los Obispos, Criterios sobre las relaciones entre Obispos y Religiosos en la Iglesia, Mutuae relationes (14 mayo 1978), 52-65: AAS 70 (1978), 500-505. Sobre el papel de los monjes en las Iglesias orientales católicas, cf. Código de los cánones de las Iglesias orientales, cann., 410-572.


54 Quisiera añadir una consideración adicional que va más allá de los consagrados y se dirige al conjunto de los miembros de las Iglesias orientales católicas. Se refiere a los consejos evangélicos, que caracterizan particularmente la vida monástica, a sabiendas de que esta misma vida religiosa ha sido determinante en el origen de numerosas Iglesias sui iuris, y sigue siéndolo en su vida actual. Me parece que se debería reflexionar con detenimiento y atención sobre los consejos evangélicos, obediencia, castidad y pobreza, para redescubrir hoy su belleza, la fuerza de su testimonio y su dimensión pastoral. No se puede regenerar interiormente a los fieles, a la comunidad creyente y a toda la Iglesia, si no hay un retorno decidido e inequívoco, cada uno según su vocación, al quaerere Deum, a la búsqueda de Dios, que ayuda a definir y vivir en verdad la relación con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Ciertamente, esto concierne a las Iglesias sui iuris, pero también a la Iglesia latina.

Los laicos


55 Los laicos son plenamente miembros del Cuerpo de Cristo por el bautismo, y están asociados a la misión de la Iglesia universal[52]. Su participación en la vida y las actividades internas de la Iglesia es la fuente espiritual permanente que les permite ir más allá de los confines de las estructuras eclesiásticas. Como apóstoles en el mundo, ellos convierten en acción concreta el Evangelio, la enseñanza y la doctrina social de la Iglesia[53]. En efecto, «los cristianos, ciudadanos de pleno derecho, pueden y deben dar su contribución con el espíritu de las bienaventuranzas, convirtiéndose así en constructores de paz y en apóstoles de reconciliación para el bien de toda la sociedad»[54].

[52] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
LG 30-38; Id., Decr.Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988): AAS 81 (1989), 393-521.
[53] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Una esperanza nueva para el Líbano (10 mayo 1997), 45.103: AAS 89 (1997), 350-352. 400; Propositio 24.
[54] Homilía en la Misa de clausura de la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio (24 octubre 2010): AAS 102 (2010), 814.


56 Como el ámbito de lo temporal es vuestro propio terreno[55], os animo, queridos fieles laicos, a fortalecer los lazos de hermandad y colaboración con las personas de buena voluntad en la búsqueda del bien común, de la sana gestión de los bienes públicos, de la libertad religiosa y del respeto de la dignidad de cada persona. Aun cuando la misión de la Iglesia se hace difícil en los ambientes donde el anuncio explícito del evangelio encuentra obstáculos o no es posible, que «vuestra conducta entre los gentiles sea buena, para que [...], fijándose en vuestras buenas obras, den gloria a Dios el día de su venida» (1P 2,12). Preocuparos de dar razón de vuestra fe (cf. 1P 3,15) mediante la coherencia de vuestra vida y vuestro obrar cotidiano[56]. Para que vuestro testimonio dé realmente fruto (cf. Mt 7,16 Mt 7,20), os exhorto a superar las divisiones y cualquier interpretación subjetivista de la vida cristiana. Poned cuidado en no separarla – con sus valores y exigencias – de la vida familiar o en la sociedad, en el trabajo, en la política y la cultura, pues todos los diferentes ámbitos de la vida del laico entran en el designio de Dios[57]. Os invito a ser audaces por amor a Cristo, seguros de que ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución os podrán separar de él (cf. Rm 8,35).

[55] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, LG 31.
[56] Cf. Propositio 30.
[57] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre1988), CL 57-63: AAS 81 (1989), 506-518.


57 En Oriente Medio, los laicos están acostumbrados a tener relaciones fraternas y asiduas con fieles católicos de diferentes Iglesias patriarcales o latina, y a asistir a sus lugares de culto, especialmente si no hay otra alternativa. A esta admirable realidad, que demuestra una comunión auténticamente vivida, se añade el hecho de que las diversas jurisdicciones eclesiales se superponen de modo fecundo en el mismo territorio. En este punto particular, la Iglesia en Oriente Medio es un ejemplo para otras Iglesias particulares del resto del mundo. Así, Oriente Medio es de alguna manera un laboratorio que hace ya presente hoy el porvenir de la situación eclesial. Este ejemplo, que requiere ser perfeccionado y purificado continuamente, abarca también la experiencia adquirida localmente en el campo ecuménico.


Ecclesia in Medio Oriente ES 31