Ecclesia in Medio Oriente ES 58

La familia


58 Institución divina fundada en el matrimonio, tal y como lo ha querido el Creador mismo (cf. Gn 2,18-24 Mt 19,5), la familia está actualmente expuesta a muchos peligros. La familia cristiana, en particular, se ve más que nunca frente a la cuestión de su identidad profunda. En efecto, las características esenciales del matrimonio sacramental –la unidad y la indisolubilidad (cf. Mt 19,6)–, y el modelo cristiano de familia, de la sexualidad y del amor, se ven hoy en día, si no rechazados, al menos incomprendidos por algunos fieles. Acecha la tentación de adoptar modelos contrarios al evangelio, difundidos por una cierta cultura contemporánea diseminada por todo el mundo. El amor conyugal se inserta en la alianza definitiva entre Dios y su pueblo, sellada plenamente en el sacrificio de la cruz. Su carácter de mutua entrega de sí al otro hasta el martirio, se manifiesta en algunas Iglesias orientales, donde cada uno de los contrayentes recibe al otro como «corona» durante la ceremonia nupcial, llamada con razón «oficio de coronación». El amor conyugal no se construye en un momento, sino que es el proyecto paciente de toda una vida. Llamada a vivir cotidianamente el amor en Cristo, la familia cristiana es un instrumento privilegiado de la presencia y la misión de la Iglesia en el mundo. En este sentido, necesita ser acompañada pastoralmente[58]y sostenida en sus problemas y dificultades, sobre todo allí donde las referencias sociales, familiares y religiosas tienden a debilitarse o perderse[59].

[58] Cf. Id., Exhort. ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981): AAS 74 (1982), 81-191; Santa Sede, Carta de los derechos de la familia (22 octubre 1983): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (27 noviembre 1983), 9-10; Juan Pablo II, Carta a las familias (2 febrero 1994): AAS 86 (1994), 868-925; Consejo Pontificio de la Justicia y de la Paz,Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 209-254.
[59] Cf. Propositio 35.


59 Familias cristianas en Oriente Medio, os invito a renovaros siempre con la fuerza de la Palabra de Dios y los sacramentos, para ser aún más iglesia doméstica que educa en la fe y la oración, semillero de vocaciones, escuela natural de las virtudes y los valores éticos, y primera célula viva de la sociedad. Contemplad siempre a la Familia de Nazaret[60], que tuvo el gozo de acoger la vida y expresar su piedad observando la Ley y las prácticas religiosas de su tiempo (cf. Lc 2,22-24 Lc 2,41). Mirad a esta familia, que vivió también la prueba de la pérdida del niño Jesús, el dolor de la persecución, la emigración y el duro trabajo cotidiano (cf. Mt 2,13ss; Lc 2,41ss). Ayudad a vuestros hijos a crecer en sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres (cf. Lc 2,52); enseñadles a confiar en el Padre, a imitar a Cristo y a dejarse guiar por el Espíritu Santo.

[60] Cf. Homilía en la Misa en el Monte del Precipicio, Nazaret (14 mayo 2009): AAS 101 (2009), 478-482.


60 Después de estas reflexiones sobre la común dignidad y la vocación del hombre y la mujer en el matrimonio, pienso especialmente en las mujeres en Oriente Medio. El primer relato de la creación muestra la igualdad ontológica entre el hombre y la mujer (cf. Gn 1,27-29). Esta igualdad quedó dañada a consecuencia del pecado (cf. Gn 3,16 Mt 19,4). Superar este legado, fruto del pecado, es un deber de todo ser humano, hombre o mujer[61]. Quisiera asegurar a todas las mujeres que la Iglesia católica, fiel al designio divino, promueve la dignidad personal de la mujer y su igualdad con los hombres, frente a las más variadas formas de discriminación a las que está sometida por el simple hecho de ser mujer[62]. Estas prácticas dañan la vida de comunión y testimonio. Ofenden gravemente, no sólo a la mujer, sino también y sobre todo a Dios, el Creador. Reconociendo su sensibilidad innata para el amor y la protección de la vida humana, y honorándolas por su aportación específica en la educación, la salud, el trabajo humanitario y la vida apostólica, estimo que las mujeres deben comprometerse y estar más implicadas en la vida pública y eclesial[63]. De este modo, darán su aportación peculiar en la edificación de una sociedad más fraterna y de una Iglesia que se embellece por la verdadera comunión entre los bautizados.

[61] Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Mulieris dignitatem (15 agosto 1988), MD 10: AAS 80 (1988), 1676-1677.
[62] Cf. Id., Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), CL 49: AAS 81 (1989), 486-487.
[63] Cf. Id., Exhort. ap. postsinodal Una nueva esperanza para el Líbano (10 mayo 1997), n. 50: AAS 89 (1997), 354-355; Mensaje final (22 octubre 2010), 4,4; Propositio 27.


61 Además, en el caso de controversias jurídicas, que lamentablemente pueden oponer al hombre y a la mujer, especialmente en cuestiones de orden matrimonial, la voz de la mujer debe ser escuchada y tomada en consideración con respeto, al igual que la del hombre, para que cesen ciertas injusticias. En este sentido, se ha de fomentar una aplicación más sana y justa del derecho de la Iglesia. La justicia de la Iglesia debe ser ejemplar en todos sus grados y en todos los campos de su competencia. Es absolutamente necesario velar para que los conflictos jurídicos relacionados con cuestiones matrimoniales no conduzcan a la apostasía. Por lo demás, los cristianos de la región deben tener la posibilidad de aplicar en el campo matrimonial, como en otros campos, su derecho propio sin restricciones.

Los jóvenes y los niños


62 Saludo con paternal solicitud a todos los niños y jóvenes de la Iglesia en Oriente Medio. Pienso en los jóvenes que buscan un sentido humano y cristiano duradero de su vida, sin olvidar a aquellos cuya juventud coincide con un alejamiento progresivo de la Iglesia, que se traduce en el abandono de la práctica religiosa.


63 Queridos jóvenes, os invito a cultivar de forma continua la amistad verdadera con Jesús (cf. Jn 15,13-15) por medio del poder de la oración. Cuanto más sólida sea, más os servirá de faro y os protegerá de los extravíos de la juventud (cf. Ps 25,7). La oración personal se hará más fuerte acudiendo regularmente a los sacramentos, que permiten un verdadero encuentro con Dios y con los hermanos en la Iglesia. No tengáis miedo ni reparo en testimoniar la amistad con Jesús en el ámbito familiar y público. Pero hacedlo respetando a los otros creyentes, judíos y musulmanes, con quienes compartís la creencia en Dios, creador del cielo y de la tierra, así como grandes ideales humanos y espirituales. No tengáis miedo ni vergüenza de ser cristianos. La relación con Jesús os hará disponibles para colaborar sin reservas con vuestros conciudadanos, con independencia de su afiliación religiosa, para construir el futuro de vuestro país sobre la dignidad humana, fuente y fundamento de la libertad, la igualdad y la paz en la justicia. Al amar a Cristo y a su Iglesia, podréis discernir sabiamente en la modernidad los valores útiles para vuestra plena realización y los males que envenenan lentamente vuestra vida. Tratad de no dejaos seducir por el materialismo y por ciertas redes sociales cuyo uso indiscriminado podría mutilar la verdadera naturaleza de las relaciones humanas. La Iglesia en Oriente Medio cuenta mucho con vuestra oración, vuestro entusiasmo, creatividad y habilidad, así como con vuestro pleno compromiso de servir a Cristo, a la Iglesia y a la sociedad, en especial a los otros jóvenes de vuestra edad[64]. No dudéis en sumaros a toda iniciativa que os ayude a fortalecer la fe y a responder a la llamada específica que el Señor os haga. Y tampoco dudéis en seguir la llamada de Cristo a optar por la vida sacerdotal, religiosa o misionera.

[64] Cf. Propositio 36.


64 ¿He de recordaros, queridos niños, a los que me dirijo ahora, que en vuestro camino con el Señor debéis honrar en especial a vuestros padres (cf. Ex 20,12 Dt 5,16)? Ellos son vuestros educadores en la fe. Dios os ha confiado a ellos como un don inaudito para el mundo, con el fin de que ellos cuiden de vuestra salud, de vuestra educación humana y cristiana, y de vuestra formación intelectual. Y, por su parte, los padres, los educadores y formadores, las instituciones públicas, tienen el deber de respetar el derecho de los niños desde el momento de la concepción[65]. En cuanto a vosotros, queridos niños, aprended desde ahora la obediencia a Dios, siendo obedientes a vuestros padres, como el Niño Jesús (cf. Lc 2,51). Aprended también a vivir cristianamente en la familia, en la escuela, y en todas partes. El Señor no os olvida (cf. Is 49,15). Él está siempre a vuestro lado, y quiere que caminéis con él con sabiduría, valor y amabilidad (cf. Tb 6,2). Bendecid al Señor Dios en todo momento, pedidle que os guíe y lleve a buen término vuestras sendas y proyectos; recordad siempre sus mandamientos y no dejéis que se borren de vuestro corazón (cf. Tb 4,19).

[65] Cf. Propositio 27.

65 Deseo insistir de nuevo en la formación de los niños y jóvenes, que tiene especial importancia. La familia cristiana es el lugar natural para el desarrollo de la fe de los niños y los jóvenes, su primera escuela de catequesis. En estos tiempos turbulentos, educar a un niño o a un joven es difícil. Esta insustituible tarea se hace más complicada aún debido a las particulares circunstancias religiosas y sociopolíticas de la región. Por ello quiero asegurar a los padres mi apoyo y mis oraciones. Es importante que el niño crezca en una familia unida, que vive su fe con sencillez y convicción. Y que los niños y jóvenes vean a sus padres rezar. Que los acompañen a la iglesia y que vean y comprendan que sus padres aman a Dios y desean conocerlo mejor. Y es igualmente importante que el niño y el joven vean la caridad de sus padres para con aquellos que tienen realmente necesidad. Así, comprenderán que es bueno y bello amar a Dios, les gustará estar en la iglesia y se sentirán orgullosos, pues habrán captado en su interior y experimentado quién es la verdadera roca sobre la cual construir su vida (cf. Mt 7,24-27 Lc 6,48). A los niños y jóvenes que no tienen esta oportunidad, les deseo que encuentren en su camino auténticos testigos que les ayuden a encontrar a Cristo y a descubrir la alegría de ser sus seguidores.



TERCERA PARTE

«Nosotros predicamos a Cristo crucificado…: que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios»

(1Co 1,23-24)

66 El testimonio cristiano, primera forma de la misión, es parte de la vocación original de la Iglesia, que se desarrolla en fidelidad al mandato recibido del Señor Jesús: «Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta el confín de la tierra» (Ac 1,8). Cuando proclama a Cristo crucificado y resucitado (cf. Ac 2,23-24), la Iglesia se convierte cada vez más en lo que ya es por naturaleza y vocación: sacramento de comunión y reconciliación con Dios y entre los hombres[66] Comunión y testimonio de Cristo son, por tanto, dos aspectos de una misma realidad, pues ambos beben de la misma fuente, la santísima Trinidad, y se apoyan sobre los mismos fundamentos: la Palabra de Dios y los sacramentos.

[66] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, LG 1.


67 Estos dos aspectos alimentan y dan autenticidad a los demás actos del culto divino así como a las prácticas de piedad popular. La consolidación de la vida espiritual acrecienta la caridad y lleva naturalmente al testimonio. El cristiano es ante todo un testigo. Y el testimonio no sólo requiere una formación cristiana adecuada para hacer inteligibles las verdades de fe, sino también la coherencia de una vida conforme a esa misma fe, para poder responder a las exigencias de nuestros contemporáneos.

La palabra de Dios, alma y fuente de la comunión y del testimonio


68 «Y perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles» (Ac 2,42). Con esta afirmación, san Lucas hace de la primera comunidad el prototipo de la Iglesia apostólica, es decir, fundada sobre los Apóstoles elegidos por Cristo y sobre sus enseñanzas. La misión principal de la Iglesia, recibida de Cristo mismo, es la de custodiar intacto el depósito de la fe apostólica (cf. 1Tm 6,20), fundamento de su unidad, proclamando esta fe al mundo entero. La enseñanza de los Apóstoles ha explicitado la relación de la Iglesia con las Escrituras de la primera Alianza, que llegan a su cumplimiento en la persona de Jesucristo (cf. Lc 24,44-53).


69 La meditación del misterio de la Iglesia como comunión y testimonio a la luz de las Escrituras, este gran «libro de la Alianza» entre Dios y su pueblo (cf. Ex 24,7), lleva al conocimiento de Dios, «luz en mi sendero» (Ps 119,105), para que mi pie no tropiece (cf. Ps 121,3).[67] Que los fieles, herederos de esta Alianza, busquen siempre la verdad en toda la Escritura inspirada por Dios (cf. 2Tm 3,16-17). Esta no es un objeto de curiosidad histórica, sino la «obra del Espíritu Santo, en la cual podemos escuchar la voz misma del Señor y conocer su presencia en la historia»[68], en nuestra historia humana.

[67] Cf. Exhort. ap. postsinodal Verbum Domini (30 septiembre 2010), 24: AAS 102 (2010), 704.
[68] Ibíd., 19: AAS 102 (2010), 701.


70 Las escuelas exegéticas de Alejandría, Antioquía, Edesa o Nisibis, contribuyeron en gran medida a la inteligencia y a la formulación dogmática del misterio cristiano en los siglos IV y V.[69] Toda la Iglesia les está agradecida. Los partidarios de diversas corrientes de interpretación de los textos coincidían sobre algunos principios tradicionales en exégesis, comúnmente admitidos por las Iglesias de Oriente y Occidente. El más importante es el creer que Jesucristo encarna la unidad intrínseca de los dos Testamentos y, por consiguiente, la unidad del designio salvífico de Dios en la historia (cf. Mt 5,17). Los discípulos comenzaron a comprender esta unidad sólo a partir de la Resurrección, cuando Jesús fue glorificado (cf. Jn 12,16). A continuación viene la fidelidad a una lectura tipológica de la Biblia, de acuerdo con la cual algunos hechos del Antiguo Testamento son una prefiguración (tipo y figura) de las realidades de la Nueva Alianza en Jesucristo, clave de lectura de toda la Biblia (cf. 1Co 15,22 1Co 15,45-47 He 8,6-7). Los textos litúrgicos y espirituales de la Iglesia testimonian la permanencia de estos dos principios de interpretación que estructuran la celebración eclesial de la Palabra de Dios e inspiran el testimonio cristiano. En este sentido, el Concilio Vaticano II precisó ulteriormente que, para descubrir el sentido exacto de los textos sagrados, hay que prestar atención al contenido y a la unidad de toda la Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe[70]. En la perspectiva de un acercamiento eclesial a la Biblia, será de gran ayuda una lectura individual y en grupo de la Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini.

[69] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, UR 14.
[70] Cf. Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, DV 12.


71 La presencia cristiana en los países bíblicos de Oriente Medio va mucho más allá de una pertenencia sociológica o de un simple logro económico y cultural. La presencia cristiana tomará un nuevo impulso si recupera la savia de los orígenes, siguiendo a los primeros discípulos elegidos por Jesús para ser sus compañeros y para enviarlos a predicar (cf. Mc 3,14). Para que la Palabra de Dios sea el alma y el fundamento de la vida cristiana, la difusión de la Biblia en las familias favorecerá la lectura y la meditación cotidiana de la Palabra de Dios (lectio divina). Así se pone en práctica de manera apropiada una auténtica pastoral bíblica.


72 Los medios de comunicación modernos pueden ser un instrumento apto para el anuncio de la Palabra, y favorecer su lectura y meditación. Con una explicación sencilla y accesible de la Biblia, se contribuirá a despejar muchos prejuicios o ideas erróneas sobre ella, de las cuales provienen controversias inútiles y humillantes[71]. En este sentido, sería oportuno que incluyera las distinciones necesarias entre inspiración y revelación, puesto que la ambigüedad de estos dos conceptos en el espíritu de muchos falsea su modo de entender los textos sagrados, lo que no deja de tener consecuencias para el futuro del diálogo interreligioso. Estos medios pueden ayudar también a la difusión del magisterio de la Iglesia.

[71] Cf. Propositio 2.


73 Para alcanzar estos objetivos, conviene sostener los medios de comunicación ya existentes y favorecer el desarrollo de nuevas estructuras apropiadas. La formación de un personal especializado en este sector neurálgico, no sólo desde el punto de vista técnico, sino también doctrinal y ético, es una urgencia cada vez mayor, de modo especial con vistas a la evangelización.


74 Pero, independientemente del puesto que se les asigne, el uso de los medios de comunicación social no podrá sustituir a la meditación de la Palabra de Dios, su interiorización y su aplicación para responder a las cuestiones de los fieles. Nacerá así en ellos una familiaridad con las Escrituras, una búsqueda y una profundización de la espiritualidad, y un compromiso en el apostolado y en la misión[72]. Teniendo en cuenta las condiciones pastorales de cada país de la región, se podría proclamar eventualmente un Año bíblico, seguido, si se considera oportuno, de una Semana anual de la Biblia[73].

[72] Cf. ibíd.
[73] Cf. Propositio 3.


La liturgia y la vida sacramental


75 A lo largo de toda la historia, la liturgia ha sido para los fieles de Oriente Medio un elemento esencial de unidad espiritual y de comunión. En efecto, la liturgia refleja de modo privilegiado la tradición de los Apóstoles, continuada y desarrollada en las tradiciones particulares de las Iglesias de Oriente y Occidente. Una renovación de los textos y celebraciones litúrgicas, allí donde fuera necesaria, permitiría a los fieles asimilar mejor la tradición y la riqueza bíblica y patrística, teológica y espiritual[74] de las liturgias, en la experiencia del misterio al que introducen. Una empresa semejante se debe llevar a cabo, en la medida de lo posible, colaborando con las Iglesias que no están en plena comunión, pero que también son depositarias de las mismas tradiciones litúrgicas. La deseada renovación litúrgica debe estar fundada sobre la Palabra de Dios, la tradición propia de cada Iglesia y las nuevas aportaciones teológicas y antropológicas cristianas. Dará fruto si los cristianos adquieren la convicción de que la vida sacramental los introduce profundamente en la vida nueva en Cristo (cf. Rm 6,1-6 2Co 5,17), fuente de comunión y testimonio.

[74] Cf. Propositio 39.


76 Existe un vínculo vital entre la liturgia, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, que funda la unidad del episcopado y de la Iglesia universal, y el ministerio de Pedro, que mantiene esta unidad. La liturgia expresa esta realidad, especialmente en la celebración eucarística, que se hace en unión no sólo con el obispo, sino ante todo con el Papa, con el orden episcopal, con el clero y con todo el Pueblo de Dios.


77 Por el sacramento del bautismo, conferido en el nombre de la Santísima Trinidad, entramos en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y somos configurados con Cristo para llevar una vida nueva (cf. Rm 6,11-14 Col 2,12), una vida de fe y de conversión (cf. Mc 16,15-16 Ac 2,38). El bautismo nos incorpora también al Cuerpo de Cristo, la Iglesia, germen y anticipación de la humanidad reconciliada en Cristo (cf. 2Co 5,19). En comunión con Dios, los bautizados están llamados a vivir aquí y ahora en comunión fraterna entre sí, desarrollando una solidaridad real con los demás miembros de la familia humana, sin discriminaciones basadas en motivos de raza y religión, por ejemplo. En este contexto, hay que vigilar para que la preparación sacramental de los jóvenes y los adultos se lleve a cabo con la mayor profundidad y durante un periodo que no sea demasiado breve.


78 La Iglesia católica considera el bautismo válidamente conferido como «el vínculo sacramental de unidad entre todos los que con él se han regenerado»[75]. Que no tarde en llegar el día en que veamos un acuerdo ecuménico entre la Iglesia católica y las Iglesias con las que mantiene un diálogo teológico sobre el reconocimiento mutuo del bautismo, con vistas a restaurar después la plena comunión en la fe apostólica. De ello depende en parte la credibilidad del mensaje y del testimonio cristiano en Oriente Medio.

[75] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo,
UR 22.


79 La Eucaristía, con la cual la Iglesia celebra el gran misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo para la salvación de muchos, funda la comunión eclesial y la lleva a su plenitud. San Pablo ha erigido esto admirablemente en un principio eclesiológico con estas palabras: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1Co 10,17). La Iglesia de Cristo, sufriendo en su misión el drama de las divisiones y separaciones, y no deseando que sus miembros se reúnan para su propia condenación (cf. 1Co 11,17-34), espera ardientemente que se acerque el día en que todos los cristianos puedan finalmente comulgar juntos de un mismo pan en la unidad de un solo cuerpo.


80 En la celebración de la Eucaristía, la Iglesia experimenta cotidianamente también la comunión de sus miembros con vistas al testimonio diario en la sociedad, que es una dimensión esencial de la esperanza cristiana. Así, la Iglesia toma conciencia de la unidad intrínseca de la esperanza escatológica y del compromiso en el mundo cuando hace memoria de toda la economía de la salvación: desde la encarnación hasta la parusía. Esta noción se podría profundizar más en una época en que la dimensión escatológica de la fe se ha debilitado, y en la que el sentido cristiano de la historia, como camino hacia su cumplimiento en Dios, se desvanece en favor de proyectos limitados únicamente al horizonte humano. Peregrinos en camino hacia Dios, siguiendo a innumerables ermitaños y monjes, buscadores del Absoluto, los cristianos que viven en Oriente Medio sabrán encontrar en la Eucaristía la fuerza y la luz necesarias para testimoniar el evangelio, a menudo contra corriente y a pesar de innumerables limitaciones. Se apoyarán en la intercesión de los justos, santos, mártires y confesores, y de todos los que han agradado al Señor, como se canta en nuestras liturgias de Oriente y Occidente.


81 El sacramento del perdón y de la reconciliación, del que junto con los Padres sinodales deseo una renovación en su comprensión y en su práctica entre los fieles, es una invitación a la conversión del corazón[76]. En efecto, Cristo pide claramente: Cuando vayas a «presentar tu ofrenda sobre el altar…, vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,23-24). La conversión sacramental es un don que requiere ser mejor acogido y practicado. El sacramento del perdón y de la reconciliación perdona ciertamente los pecados, pero también cura. Recibirlo con mayor frecuencia favorece la formación de la conciencia y la reconciliación, ayudando a superar los diferentes miedos y a luchar contra la violencia. Pues sólo Dios da la paz auténtica (cf. Jn 14,27). En este sentido, exhorto a los pastores, así como a los fieles que están a su cuidado, a purificar incesantemente la memoria individual y colectiva, liberando de prejuicios los espíritus a través de la aceptación mutua y la colaboración con las personas de buena voluntad. Exhorto también a promover toda iniciativa de paz y reconciliación, incluso en medio de las persecuciones, para ser de verdad discípulos de Cristo según el espíritu de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12). Es necesario que la «buena conducta» de los cristianos (cf. 1P 3,16) se convierta por su ejemplaridad en levadura en la masa humana (cf. Lc 13,20-21), pues se funda en Cristo, que invita a la perfección (cf. Mt 5,48 Jc 1,4 1P 1,16).

[76] Cf. Propositio 37.


La oración y las peregrinaciones


82 La Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio ha subrayado con vigor la necesidad de la oración en la vida de la Iglesia, para dejarse transformar por su Señor y para que cada fiel permita que Cristo viva en él (cf. Ga 2,20). En efecto, como el mismo Jesús nos muestra retirándose a orar en los momentos decisivos de su vida, la eficacia de la misión evangelizadora, y por tanto del testimonio, tiene su fuente en la oración. Con su oración personal y comunitaria, el creyente, abriéndose a la acción del Espíritu de Dios, hace penetrar en el mundo la riqueza del amor y la luz de la esperanza que hay en él (cf. Rm 5,5). Que el deseo de rezar crezca entre los pastores del Pueblo de Dios y entre los fieles, para que la contemplación del rostro de Cristo inspire cada vez más su testimonio y su acción. Jesús recomendó a sus discípulos orar sin cesar y sin desfallecer (cf. Lc 18,1). Las situaciones humanas dolorosas causadas por el egoísmo, la iniquidad o la voluntad de poder, pueden provocar cansancio y desánimo. Por eso, Jesús recomienda la oración continua. Ella es la verdadera «tienda del encuentro» (cf. Ex 40,34), el lugar privilegiado de la comunión con Dios y con los hombres. Recordemos el significado del nombre del Niño cuyo nacimiento fue anunciado por Isaías y que trae la salvación: Emmanuel, «Dios con nosotros» (cf. Is 7,14 Mt 1,23). Jesús es nuestro Emmanuel, verdadero Dios con nosotros. Invoquémoslo con fervor.


83 Oriente Medio, tierra de la revelación bíblica, ha sido desde muy pronto una meta privilegiada de peregrinación para muchos cristianos, venidos de todo el mundo para fortalecer su fe y vivir una experiencia profundamente espiritual. Se trataba entonces de un gesto penitencial que respondía a una auténtica sed de Dios. La peregrinación bíblica actual debe volver a esta intuición inicial. Inspirada en la penitencia para la conversión y en la búsqueda de Dios, y poniendo sus pasos sobre los pasos terrenos de Cristo y de los apóstoles, la peregrinación a los lugares santos y apostólicos, vivida con fe y hondura, puede ser una auténtica sequela Christi. En un segundo momento, permite también que los fieles se impregnen más de la riqueza visual de la historia bíblica, que les recordará los grandes momentos de la economía de la salvación. Conviene igualmente que se asocie la peregrinación bíblica a la peregrinación a los santuarios de los mártires y los santos, en los que la Iglesia venera a Cristo, fuente de su martirio y de su santidad.


84 Ciertamente, la Iglesia vive en la espera vigilante y confiada de la llegada final del Esposo (cf. Mt 25,1-13). Recuerda, siguiendo a su Maestro, que la verdadera adoración es en espíritu y verdad, y no está limitada a un lugar santo, por importante que sea en la conciencia de los creyentes por su simbolismo y religiosidad (cf. Jn 4,21 Jn 4,23). La Iglesia, y en ella todo bautizado, siente sin embargo la necesidad legítima de un retorno a las fuentes. En los lugares donde se produjeron los acontecimientos de la salvación, todo peregrino podrá comprometerse en un camino de conversión a su Señor y encontrar un nuevo impulso. Deseo que los fieles de Oriente Medio puedan hacerse ellos mismos peregrinos en estos lugares santificados por el Señor y tener acceso libre sin restricción a los mismos. Por otra parte, las peregrinaciones a estos lugares ayudarán a los cristianos no orientales a descubrir la riqueza litúrgica y espiritual de las Iglesias orientales. Contribuirán asimismo a sostener y animar las comunidades cristianas a permanecer fiel y valerosamente en estas tierras benditas.

La evangelización y la caridad: misión de la Iglesia


85 La transmisión de la fe cristiana es una misión esencial para la Iglesia. Para poder responder mejor a los desafíos del mundo actual, invito a todos los fieles de la Iglesia a una nueva evangelización. Para que ésta dé sus frutos, debe permanecer fiel a la fe en Jesucristo. «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Co 9,16), exclamaba san Pablo. En la inestable situación actual, esta nueva evangelización quiere lograr que los fieles tomen conciencia de que su testimonio de vida[77] da fuerza a su palabra cuando se atreven a hablar de Dios abierta y valientemente para anunciar la Buena Nueva de la salvación. También toda la Iglesia católica presente en Oriente Medio está invitada, con la Iglesia universal, a comprometerse en esta evangelización, teniendo en cuenta con discernimiento el contexto cultural y social actual, sabiendo reconocer sus expectativas y sus límites. Es, ante todo, una llamada a dejarse evangelizar de nuevo para reencontrarse con Cristo, una llamada que se dirige a toda comunidad eclesial y a cada uno de sus miembros. Pues, como recordaba el Papa Pablo VI: «El que ha sido evangelizado evangeliza a su vez. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia»[78].

[77] Cf. Exhort. ap. postsinodal Verbum Domini (30 septiembre 2010), 97: AAS 102 (2010), 767-768.
[78] Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), EN 24: AAS 68 (1976), 21.


86 Profundizar en el sentido teológico y pastoral de esta evangelización es una tarea importante para «compartir el don inestimable que Dios ha querido darnos, haciéndonos partícipes de su propia vida»[79]. Dicha reflexión deberá abrirse a las dos dimensiones, la ecuménica y la interreligiosa, inherentes a la vocación y a la misión propia de la Iglesia católica en Oriente Medio.

[79] Carta ap. en forma de Motu proprio, Ubicumque et semper (21 septiembre 2010): AAS102 (2010), 791.


87 Desde hace bastantes años, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades están presentes en Oriente Medio. Son un don del Espíritu a nuestra época. No se debe apagar el Espíritu (cf. 1Th 5,19); sin embargo, corresponde a cada uno y a cada comunidad poner su carisma al servicio del bien común (cf. 1Co 12,7). La Iglesia católica en Oriente Medio se alegra del testimonio de fe y de comunión fraterna de estas comunidades, donde se reúnen cristianos de varias Iglesias, sin confusión ni proselitismo. Animo a los miembros de estos movimientos y comunidades a ser artífices de comunión y testigos de la paz que viene de Dios, en unión con el obispo del lugar y según sus directrices pastorales, teniendo en cuenta la historia, la liturgia, la espiritualidad y la cultura de la Iglesia local[80]. Así demostrarán su adhesión generosa y su deseo de servir a la Iglesia particular y a la Iglesia universal. Por último, su buena integración manifestará la comunión en la diversidad y ayudará a la nueva evangelización.

[80] Cf. Propositio 17.


88 Cada una de las Iglesias católicas presentes en Oriente Medio, herederas de un impulso apostólico que ha llevado la Buena Nueva a tierras lejanas, están invitadas también a renovar su espíritu misionero por la formación y el envío de hombres y mujeres orgullosos de su fe en Cristo, muerto y resucitado, y capaces de anunciar con valor el Evangelio, tanto en su región como en los territorios de la diáspora, o incluso en otros países del mundo[81]. El Año de la Fe, que se sitúa en el contexto de la nueva evangelización, si se vive con una convicción intensa, será un excelente estímulo para promover una evangelización interna de las Iglesias de la región, y para consolidar el testimonio cristiano. Dar a conocer al Hijo de Dios muerto y resucitado, el único Salvador de todos, es un deber constitutivo de la Iglesia y una responsabilidad imperativa para todo bautizado. Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). Frente a esta misión urgente y exigente, y en un contexto multicultural y religiosamente plural, la Iglesia goza de la asistencia del Espíritu Santo, don del Señor resucitado, que sigue sosteniendo a los suyos, y del tesoro de las grandes tradiciones espirituales que ayudan a buscar a Dios. Animo a las circunscripciones eclesiásticas, a los Institutos religiosos y a los movimientos a desarrollar un auténtico espíritu misionero, que será para ellos prenda de renovación espiritual. Para esta misión, la Iglesia católica en Oriente Medio puede contar con el apoyo de la Iglesia universal.

[81] Cf. Propositio 34.


89 La Iglesia católica en Oriente Medio trabaja desde hace mucho tiempo a través de una red de instituciones educativas, sociales y caritativas. Hace suya la exhortación de Jesús: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Acompaña el anuncio del evangelio con obras de caridad, de acuerdo con la naturaleza misma de la caridad cristiana, respondiendo a las necesidades inmediatas de todos, cualquiera que sea su religión, independientemente de partidos e ideologías, con la única finalidad de vivir en la tierra el amor de Dios por los seres humanos[82]. A través del testimonio de la caridad, la Iglesia aporta su contribución a la vida de la sociedad y desea contribuir a la paz que la región necesita.

[82] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), : AAS 98 (2006), 243-245.


90 Jesucristo se acerca a los más débiles. La Iglesia, guiada por su ejemplo, trabaja en el servicio de acogida de los niños en las guarderías y orfanatos, en el de los pobres, de las personas discapacitadas, de los enfermos y de toda persona necesitada para que se integre cada vez más en la comunidad humana. La Iglesia cree en la dignidad inalienable de toda persona humana y adora a Dios, creador y padre, sirviendo a sus criaturas tanto en sus necesidades materiales como espirituales. Es por Jesús, Dios y hombre verdadero, por quien la Iglesia realiza su ministerio de consolación que sólo busca reflejar la caridad de Dios por la humanidad. Quisiera manifestar aquí mi admiración y mi agradecimiento a todas las personas que consagran su vida a este noble ideal, y asegurarles la bendición de Dios.


91 Los centros educativos, las escuelas, los institutos superiores y las universidades católicas de Oriente Medio son numerosos. Los religiosos, las religiosas y los laicos que trabajan en ellos realizan una labor impresionante que aprecio y animo. Sin hacer proselitismo, esas instituciones educativas católicas acogen a alumnos o estudiantes de otras Iglesias y de otras religiones[83]. Siendo inestimables instrumentos de cultura para formar a los jóvenes en el conocimiento, demuestran de manera palpable que en Oriente Medio es posible vivir en el respeto y la colaboración, mediante una educación en la tolerancia y una búsqueda continua de calidad humana. Asimismo, están atentas a las culturas locales, que desean promover subrayando los elementos positivos que contienen. Una gran solidaridad entre los padres, los estudiantes, las universidades y las eparquías y diócesis, sostenida por la ayuda de cajas de mutualidad, permitirá garantizar a todos el acceso a la educación, sobre todo a aquellos que no tienen los recursos necesarios. La Iglesia pide también a los distintos responsables políticos que sostengan a estas instituciones que, por su actividad, contribuyen real y eficazmente al bien común, a la construcción y al futuro de las distintas naciones[84].

[83] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 diciembre 2007), 12, nota 49, que trata del proselitismo: AAS 100 (2008), 502.
[84] Cf. Propositio 32.



Ecclesia in Medio Oriente ES 58