Ecclesia in Medio Oriente ES 92

La catequesis y la formación cristiana


92 San Pedro recuerda en su primera carta: «Debéis estar siempre dispuestos para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto» (1P 3,15-16). Los bautizados han recibido el don de la fe. Ella inspira toda su vida y los lleva a dar razón con delicadeza y respeto de las personas, pero también con franqueza y valentía (cf. Ac 4,29ss). También han de ser iniciados de manera adecuada en la celebración de los santos misterios, introducidos en el conocimiento de la doctrina revelada e invitados a la coherencia de vida y del obrar cotidiano. Esta formación de los fieles se asegura ante todo por la catequesis, cuando sea posible en una fraterna colaboración entre las distintas Iglesias.


93 La liturgia, y en primer lugar la celebración de la Eucaristía, es una escuela de fe que conduce al testimonio. La Palabra de Dios anunciada de manera adecuada debe llevar a los fieles a descubrir su presencia y su eficacia en su vida y en la de los hombres de hoy. ElCatecismo de la Iglesia Católica es una base necesaria. Como ya he indicado, se debe alentar su lectura y su enseñanza, como también una iniciación concreta a la Doctrina social de la Iglesia, expresada de modo especial en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, así como en los grandes documentos del Magisterio pontificio[85]. La realidad de la vida eclesial en Oriente Medio y la ayuda mutua en la diaconía de la caridad permiten que esta formación tenga una dimensión ecuménica, según la especificidad de los lugares y de acuerdo con las autoridades eclesiales respectivas.

[85] Cf. Propositio 30.


94 Por otra parte, el compromiso de los cristianos en la Iglesia y en las instituciones civiles se reforzará mediante una sólida formación espiritual. Parece necesario facilitar a los fieles, sobre todo a aquellos que viven en las tradiciones orientales y a causa de la historia de sus Iglesias, el acceso a los tesoros de los Padres de la Iglesia y de los maestros espirituales. Invito a los Sínodos y a los demás organismos episcopales a reflexionar seriamente en la realización progresiva de este anhelo y en la actualización necesaria de la enseñanza patrística, que completará la formación bíblica. Esto implica en primer lugar que los sacerdotes, los consagrados y los seminaristas o novicios aprovechen estos tesoros para profundizar su vida personal de fe, para que después puedan compartirlos con seguridad. Las enseñanzas de los maestros espirituales de Oriente y de Occidente, y las de los santos y santas, ayudarán a quienes buscan verdaderamente a Dios.



CONCLUSIÓN



95 «No temas, pequeño rebaño» (Lc 12,32). Con estas palabras de Cristo, quisiera alentar a todos los pastores y fieles cristianos de Oriente Medio a mantener viva con valentía la llama del amor divino en la Iglesia y en sus ambientes de vida y de actividades. De este modo conservarán íntegras la esencia y la misión de la Iglesia, tal como Cristo las ha querido. Y, también así, las particularidades legítimas e históricas enriquecerán la comunión entre los bautizados, con el Padre y con su Hijo Jesucristo, cuya sangre purifica todo pecado (cf. 1Jn 1,3 1Jn 1,6-7). Al alba del cristianismo, san Pedro, apóstol de Jesucristo, escribió su Primera carta a algunas comunidades creyentes de Asia Menor en dificultad. En los comienzos de este nuevo milenio, ha sido oportuno que se reuniesen en Sínodo, junto al Sucesor de Pedro, los pastores y los fieles de Oriente Medio, y también de otros lugares, para rezar y reflexionar juntos. La exigencia apostólica y la complejidad del momento invitan a la oración y al dinamismo pastoral. La urgencia de la hora presente y la injusticia de tantas situaciones dramáticas, releyendo la Primera carta de san Pedro, llaman a unirse para testimoniar juntos a Cristo muerto y resucitado. Este estar juntos, esta comunión querida por nuestro Señor y Dios, es más necesaria que nunca. Dejemos de lado todo lo que parece ser causa de insatisfacción, aunque sea legítimo, para concentrarnos con un solo corazón en lo único necesario: unir en el Hijo único a todos los hombres y todo el universo (cf. Rm 8,29 Ep 1,5 Ep 1,10).


96 Cristo confió a Pedro la misión específica de apacentar sus ovejas (cf. Jn 21,15-17) y sobre él edificó su Iglesia (cf. Mt 16,18). Como Sucesor de Pedro, no olvido las tribulaciones y los sufrimientos de los fieles de Cristo y, sobre todo, de quienes viven en Oriente Medio. El Papa está unido espiritualmente a ellos de modo particular. Por eso, en nombre de Dios, pido a los responsables políticos y religiosos de estas sociedades no sólo que alivien esos sufrimientos, sino que eliminen las causas que los producen. Les pido que hagan todo lo posible para que por fin reine la paz.


97 El Papa nunca olvida que la Iglesia –la ciudad santa, la Jerusalén celestial–, de la que Cristo es la piedra angular (cf. 1P 2,4 1P 2,7) y del que él mismo ha recibido la misión de cuidar en esta tierra, está construida sobre cimientos hechos de diferentes piedras preciosas de muchos colores (cf. Ap 21,14 Ap 21,19-20). Las venerables Iglesias orientales y la Iglesia de rito latino son esas joyas espléndidas, que se postran en adoración ante «el río de agua de vida, reluciente como el cristal, que brota del trono de Dios y del Cordero» (Ap 22,1).


98 Para permitir a los hombres ver el rostro de Dios y su nombre escrito en sus frentes (cf. Ap 22,4) por la bendición de Dios, invito a todos los fieles católicos a dejarse guiar por el Espíritu de Dios para consolidar más la comunión entre ellos, y a vivir en una fraternidad sencilla y gozosa. Sé que ciertas circunstancias pueden llevar a veces a ceder a componendas que amenazan con romper la comunión humana y cristiana. Por desgracia, se llega a eso con demasiada frecuencia, y esta tibieza disgusta a Dios (cf. Ap 3,15-19). La luz de Cristo (cf. Jn 12,46) quiere llegar a todos los rincones de la tierra y del hombre, incluso a los más sombríos (cf. 1P 2,9). Para ser lámpara portadora de la única Luz (cf. Lc 11,33-36) y poder dar testimonio por doquier (cf. Mc 16,15-18), hay que elegir el camino que conduce a la vida (cf. Mt 7,14), dejando atrás las obras estériles de las tinieblas (cf. Ep 5,9-14) y rechazándolas con determinación (cf. Rm 13,12ss).


99 Que la fraternidad de los cristianos, por su testimonio, se convierta en levadura en la masa humana (cf. Mt 13,33). Que los cristianos de Oriente Medio, católicos y otros, den con valentía en unidad este testimonio nada fácil, pero apasionante a causa de Cristo, a fin de recibir la corona de la vida (cf. Ap 2,10). El conjunto de la comunidad cristiana los anima y los sostiene. Que la prueba que viven algunos de nuestros hermanos y hermanas (cf. Ps 66,10 Is 48,10 1P 1,7), fortalezca la fidelidad y la fe de todos. «A vosotros, gracia y paz abundantes… Paz a todos vosotros, los que vivís en Cristo» (1P 1,2b 1P 5,14b).


100 El corazón de María, Théotokos y Madre de la Iglesia, fue traspasado (cf. Lc 2,34-35) a causa de la «contradicción» que ha traído su divino Hijo, es decir, por la oposición y la hostilidad a la misión de luz que Cristo afrontó, y que la Iglesia, su Cuerpo místico, sigue viviendo. María, a la que toda la Iglesia venera con ternura, tanto en Oriente como en Occidente, nos asistirá maternalmente. María, la Toda Santa, que caminó entre nosotros, sabrá presentar nuevamente nuestras necesidades a su divino Hijo. Ella nos ofrece a su Hijo. Escuchémosla, porque nos abre a la esperanza: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).

Beirut, Líbano, 14 de septiembre de 2012, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, octavo año de mi Pontificado.

BENEDICTUS PP. XVI








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