Ecclesia in Europa ES


EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL


ECCLESIA IN EUROPA

DEL SANTO PADRE


JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS

A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS

A LOS CONSAGRADOS Y CONSAGRADAS

Y A TODOS LOS FIELES LAICOS

SOBRE JESUCRISTO VIVO EN SU IGLESIA Y

FUENTE DE ESPERANZA PARA EUROPA

INTRODUCCIÓN


Un gozoso anuncio para Europa

1 La Iglesia en Europa ha acompañado con sentimientos de cercanía a sus Obispos reunidos por segunda vez en Sínodo, mientras estaban dedicados a meditar en Jesucristo vivo en su Iglesia y fuente de esperanza para Europa.

Es un tema que también yo, recordando con mis hermanos Obispos las palabras de la Primera Carta de san Pedro, deseo proclamar a todos los cristianos de Europa al comienzo del tercer milenio. « No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza » (
1P 3,14-15).(1)

Esta exhortación ha tenido eco continuamente durante el Gran Jubileo del año dos mil, con el cual el Sínodo, celebrado inmediatamente antes, ha estado en estrecha relación, como una puerta abierta hacia él.(2) El Jubileo ha sido « un canto de alabanza único e ininterrumpido a la Trinidad », un auténtico « camino de reconciliación » y un « signo de la genuina esperanza para quienes miran a Cristo y a su Iglesia ».(3) Al dejarnos en herencia la alegría del encuentro vivificante con Cristo, que « es el mismo, ayer, hoy y siempre » (cf. He 13,8), nos ha presentado al Señor Jesús como único e indefectible fundamento de la verdadera esperanza.

(1) Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 1:L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
(2) Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, nn. 90-91: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., pp. 17-18.
(3) Bula Incarnationis mysterium (29 noviembre 1998), 3-4: AAS 91 (1999), 132.133.


Un segundo Sínodo para Europa

2 La profundización en el tema de la esperanza fue desde el principio el objetivo principal de la II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos. Era el último de la serie de Sínodos de carácter continental celebrados como preparación para el Gran Jubileo del año dos mil (4) y tenía como objetivo analizar la situación de la Iglesia en Europa y ofrecer indicaciones para promover un nuevo anuncio del Evangelio, como subrayé en la convocatoria que anuncié públicamente el 23 de junio de 1996, al final de la Eucaristía celebrada en el Estadio Olímpico de Berlín. (5)

La Asamblea sinodal no podía dejar de referirse, evaluar y desarrollar lo que se había puesto de relieve en el Sínodo anterior dedicado a Europa y celebrado en 1991, apenas después de la caída del muro, sobre el tema « Para ser testigos de Cristo que nos ha liberado ». Aquella primera Asamblea puso de relieve la urgencia y la necesidad de la « nueva evangelización », consciente de que « Europa, hoy, no debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje de Jesucristo ».(6)

Transcurridos nueve años, se ha considerado, con toda su fuerza estimulante, que « la Iglesia tiene la tarea urgente de aportar, de nuevo, a los hombres de Europa el anuncio liberador del Evangelio ».(7) El tema elegido para la nueva Asamblea sinodal reiteró el mismo reto, esta vez desde la perspectiva de la esperanza. Se trataba, pues, de proclamar esta exhortación a la esperanza a una Europa que parecía haberla perdido.(8)

(4) Cf. Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 38: AAS 87 (1995), 30.
(5) Cf. Angelus, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 5 julio 1996, p. 9.
(6) I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 2: Ench. Vat. 13, n. 619.
(7) Ibíd., 3: l.c., n. 621.
(8) Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 3: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., p. 3.


La experiencia del Sínodo

3 La Asamblea sinodal, celebrada del 1 al 23 de octubre de 1999, ha sido una preciosa oportunidad de encuentro, escucha y confrontación: se ha profundizado en el conocimiento mutuo entre Obispos de diversas partes de Europa y con el Sucesor de Pedro y, todos juntos, hemos podido edificarnos recíprocamente, sobre todo gracias a los testimonios de aquellos que han soportado duras y prolongadas persecuciones a causa de la fe bajo los regímenes totalitarios pasados.(9) Hemos vivido una vez más momentos de comunión en la fe y en la caridad, animados por el deseo de realizar un fraterno « intercambio de dones » y enriquecidos mutuamente con las diversas experiencias de cada uno.(10)

De todo ello ha surgido el deseo de acoger la llamada que el Espíritu dirige a las Iglesias en Europa para que se comprometan ante los nuevos desafíos.(11) Con una mirada llena de amor, los participantes en el encuentro sinodal han examinado sin reparos la realidad actual del Continente, constatando en ella luces y sombras. Se ha llegado a la clara convicción de que la situación está marcada por graves incertidumbres en el campo cultural, antropológico, ético y espiritual. Asimismo, se ha ido afirmando con nitidez una creciente voluntad de ahondar e interpretar esta situación, con el fin de descubrir las tareas que le esperan a la Iglesia: se han propuesto « orientaciones útiles para que el rostro Cristo sea cada vez más visible a través de un anuncio más eficaz, corroborado por un testimonio coherente ».(12)

(9) Cf. Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 1: AAS 92 (2000), 177.
(10) Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje a todos los fieles y ciudadano europeos, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
(11) Cf. Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, (23 octubre 1999), 4: AAS 92 (2000), 179.
(12) Ibíd.


4 Al vivir la experiencia sinodal con discernimiento evangélico, ha madurado cada vez más laconciencia de la unidad que, sin negar las diferencias derivadas de las vicisitudes históricas, aglutina las diversas partes de Europa. Una unidad que, hundiendo sus raíces en la común inspiración cristiana, sabe articular las diferentes tradiciones culturales y exige un camino constante de conocimiento mutuo, tanto en lo social como en lo eclesial, que esté abierto a compartir mejor los valores de cada uno.

En el transcurso del Sínodo, paulatinamente se ha ido notando un gran impulso hacia la esperanza. Aun aceptando los análisis sobre la complejidad que caracteriza el Continente, los Padres sinodales se han percatado de que, tal vez, lo más crucial, en el Este como en el Oeste, es su creciente necesidad de esperanza que pueda dar sentido a la vida y a la historia, y permita caminar juntos. Todas las reflexiones del Sínodo se han orientado a dar respuesta a esta necesidad, partiendo del misterio de Cristo y del misterio trinitario.El Sínodo ha presentado de nuevo la figura de Jesús, que vive en su Iglesia y es revelador del Dios Amor, que es comunión de las tres Personas divinas.


El Apocalipsis como icono

5 Con la presente Exhortación postsinodal, me complace compartir con la Iglesia en Europa los frutos de esta II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos. Quiero satisfacer así el deseo manifestado al final de la reunión sinodal, cuando los Pastores me han entregado el texto de sus reflexiones, junto con la petición de ofrecer a la Iglesia peregrina en Europa un documento sobre el mismo tema del Sínodo.(13)

« El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias » (
Ap 2,7). Al anunciar a Europa el Evangelio de la esperanza, sigo como guía el libro del Apocalipsis, « revelación profética » que desvela a la comunidad creyente el sentido escondido y profundo de los acontecimientos (cf. Ap 1,1). El Apocalipsis nos pone ante una palabra dirigida a las comunidades cristianas para que sepan interpretar y vivir su inserción en la historia, con sus interrogantes y sus penas, a la luz de la victoria definitiva del Cordero inmolado y resucitado. Al mismo tiempo, nos hallamos ante una palabra que compromete a vivir abandonando la insistente tentación de construir la ciudad de los hombres prescindiendo de Dios o contra Él. En efecto, si esto llegara a suceder, sería la convivencia humana misma la que, antes o después, experimentaría una derrota irremediable.

El Apocalipsis trata de alentar a los creyentes: más allá de toda apariencia, y aunque no vean aún los resultados, la victoria de Cristo ya se ha realizado y es definitiva. Esto es una orientación para afrontar los acontecimientos humanos con una actitud de fundamental confianza, que surge de la fe en el Resucitado, presente y activo en la historia.

(13) Cf. Propositio 1.



CAPÍTULO I: JESUCRISTO ES NUESTRA ESPERANZA

« No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive » (Ap 1,17-18)





El Resucitado está siempre con nosotros

6 En la época del autor del Apocalipsis, tiempo de persecución, tribulación y desconcierto para la Iglesia (cf. Ap 1,9), en la visión se proclama una palabra de esperanza: « No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades » (Ap 1,17-18). Estamos ante el Evangelio, « la Buena nueva », que es Jesucristo mismo. Él es el Primero y el Último: en Él comienza, tiene sentido, orientación y cumplimiento toda la historia; en Él y con Él, en su muerte y resurrección, ya se ha dicho todo. Es el que vive: murió, pero ahora vive para siempre. Él es el Cordero que está de pie en medio del trono de Dios (cf. Ap 5,6): es inmolado, porque ha derramado su sangre por nosotros en el madero de la cruz; está en pie, porque ha vuelto para siempre a la vida y nos ha mostrado la omnipotencia infinita del amor del Padre. Tiene firme en sus manos las siete estrellas (cf. Ap 1,16), es decir, la Iglesia de Dios perseguida, en lucha contra el mal y contra el pecado, pero que tiene igualmente derecho a sentirse alegre y victoriosa, porque está en manos de Quien ya ha vencido el mal. Camina entre los siete candeleros de oro (Ap 2,1): está presente y actúa en su Iglesia en oración. Él es también el que« va a venir » (cf. Ap 1,4) por medio de la misión y la acción de la Iglesia a lo largo de la historia humana; viene al final de los tiempos, como segador escatológico, para dar cumplimento a todas las cosas (cf. Ap 14,15-16 Ap 22,20).



I. Retos y signos de esperanza para la Iglesia en Europa


El oscurecimiento de la esperanza

7 Esta palabra se dirige hoy también a las Iglesias en Europa, afectadas a menudo por un oscurecimiento de la esperanza. En efecto, la época que estamos viviendo, con sus propios retos, resulta en cierto modo desconcertante. Tantos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros, sin esperanza, y muchos cristianos están sumidos en este estado de ánimo. Hay numerosos signos preocupantes que, al principio del tercer milenio, perturban el horizonte del Continente europeo que, « aun teniendo cuantiosos signos de fe y testimonio, y en un clima de convivencia indudablemente más libre y más unida, siente todo el desgaste que la historia, antigua y reciente, ha producido en las fibras más profundas de sus pueblos, engendrando a menudo desilusión ».(14)

Entre los muchos aspectos indicados con ocasión del Sínodo,(15) quisiera recordar la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos europeos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia. Por eso no han de sorprender demasiado los intentos de dar a Europa una identidad que excluye su herencia religiosa y, en particular, su arraigada alma cristiana, fundando los derechos de los pueblos que la conforman sin injertarlos en el tronco vivificado por la savia del cristianismo.

En el Continente europeo no faltan ciertamente símbolos prestigiosos de la presencia cristiana, pero éstos, con el lento y progresivo avance del laicismo, corren el riesgo de convertirse en mero vestigio del pasado. Muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado; en muchos ambientes públicos es más fácil declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada.

(14) II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 2:L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., pp. 2-3.
(15) Cf. ibíd., nn. 12-13.16-19, l.c., pp. 4-6; Idem, Relatio ante disceptationem, I:L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, pp. 19-20; Idem,Relatio post disceptationem, II, A: L'Osservatore Romano, 11-12 octubre 1999, p. 10.


8 Esta pérdida de la memoria cristiana va unida a un cierto miedo en afrontar el futuro.La imagen del porvenir que se propone resulta a menudo vaga e incierta. Del futuro se tiene más temor que deseo. Lo demuestran, entre otros signos preocupantes, el vacío interior que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la vida. Como manifestaciones y frutos de esta angustia existencial pueden mencionarse, en particular, el dramático descenso de la natalidad, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la resistencia, cuando no el rechazo, a tomar decisiones definitivas de vida incluso en el matrimonio.

Se está dando una difusa fragmentación de la existencia; prevalece una sensación de soledad; se multiplican las divisiones y las contraposiciones. Entre otros síntomas de este estado de cosas, la situación europea actual experimenta el grave fenómeno de las crisis familiares y el deterioro del concepto mismo de familia, la persistencia y los rebrotes de conflictos étnicos, el resurgir de algunas actitudes racistas, las mismas tensiones interreligiosas, el egocentrismo que encierra en sí mismos a las personas y los grupos, el crecimiento de una indiferencia ética general y una búsqueda obsesiva de los propios intereses y privilegios. Para muchos, la globalización que se está produciendo, en vez de llevar a una mayor unidad del género humano, amenaza con seguir una lógica que margina a los más débiles y aumenta el número de los pobres de la tierra.

Junto con la difusión del individualismo, se nota un decaimiento creciente de la solidaridadinterpersonal: mientras las instituciones asistenciales realizan un trabajo benemérito, se observa una falta del sentido de solidaridad, de manera que muchas personas, aunque no carezcan de las cosas materiales necesarias, se sienten más solas, abandonadas a su suerte, sin lazos de apoyo afectivo.

9 En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al hombre como « el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del hombre », por lo que, « no es extraño que en este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de la existencia diaria ».(16) La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera.

En esta perspectiva surgen los intentos, repetidos también últimamente, de presentar la cultura europea prescindiendo de la aportación del cristianismo, que ha marcado su desarrollo histórico y su difusión universal. Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento de los derechos inalienables de cada uno. Los signos de la falta de esperanza se manifiestan a veces en las formas preocupantes de lo que se puede llamar una « cultura de muerte ».(17)

(16) II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, I, 1, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 19.
(17) Cf. Propositio 5a.


La imborrable nostalgia de la esperanza

10 Pero, como han subrayado los Padres sinodales, « el hombre no puede vivir sin esperanza:su vida, condenada a la insignificancia, se convertiría en insoportable ».(18) Frecuentemente, quien tiene necesidad de esperanza piensa poder saciarla con realidades efímeras y frágiles. De este modo la esperanza, reducida al ámbito intramundano cerrado a la trascendencia, se contenta, por ejemplo, con el paraíso prometido por la ciencia y la técnica, con las diversas formas de mesianismo, con la felicidad de tipo hedonista, lograda a través del consumismo o aquella ilusoria y artificial de las sustancias estupefacientes, con ciertas modalidades del milenarismo, con el atractivo de las filosofías orientales, con la búsqueda de formas esotéricas de espiritualidad o con las diferentes corrientes de New Age.(19)

Sin embargo, todo esto se demuestra sumamente ilusorio e incapaz de satisfacer la sed de felicidad que el corazón del hombre continúa sintiendo dentro de sí. De este modo permanecen y se agudizan los signos preocupantes de la falta de esperanza, que a veces se manifiesta también bajo formas de agresividad y violencia.(20)

(18) II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 1:L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
(19) Cf. Propositio 5a.; Consejo Pontificio de la Cultura y Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Gesù Cristo portatore dell'acqua viva. Una riflessione cristiana sul New Age, Ciudad del Vaticano, 2003.
(20) Cf. Propositio 5a.


Signos de esperanza

11 Ningún ser humano puede vivir sin perspectivas de futuro. Mucho menos la Iglesia, que vive de la esperanza del Reino que viene y que ya está presente en este mundo. Sería injusto no reconocer los signos de la influencia del Evangelio de Cristo en la vida de la sociedad. Los Padres sinodales los han especificado y subrayado.

Entre estos signos se ha de mencionar la recuperación de la libertad de la Iglesia en Europa del Este, con las nuevas posibilidades de actividad pastoral que se han abierto para ella; el que la Iglesia se concentre en su misión espiritual y en su compromiso de vivir la primacía de la evangelización incluso en sus relaciones con la realidad social y política; la creciente toma de conciencia de la misión propia de todos los bautizados, con la variedad y complementariedad de sus dones y tareas; la mayor presencia de la mujer en las estructuras y en los diversos ámbitos de la comunidad cristiana.


Una comunidad de pueblos

12 Considerando Europa como comunidad civil, no faltan signos que dan lugar a la esperanza: en ellos, aun entre las contradicciones de la historia, podemos percibir con una mirada de fe la presencia del Espíritu de Dios que renueva la faz de la tierra. Los Padres sinodales los han descrito así al final de sus trabajos: « Comprobamos con alegría la crecienteapertura recíproca de los pueblos, la reconciliación entre naciones durante largo tiempo hostiles y enemigas, la ampliación progresiva del proceso unitario a los países del Este europeo. Reconocimientos, colaboraciones e intercambios de todo tipo se están llevando a cabo, de forma que, poco a poco, se está creando una cultura, más aún, una conciencia europea, que esperamos pueda suscitar, especialmente entre los jóvenes, un sentimiento de fraternidad y la voluntad de participación. Registramos como positivo el hecho de que todo este proceso se realiza según métodos democráticos, de manera pacífica y con un espíritu de libertad, que respeta y valora las legítimas diversidades, suscitando y sosteniendo el proceso de unificación de Europa. Acogemos con satisfacción lo que se ha hecho para precisar las condiciones y las modalidades del respeto de los derechos humanos.Por último, en el contexto de la legítima y necesaria unidad económica y política de Europa, mientras registramos los signos de la esperanza que ofrece la consideración dada al derecho y a la calidad de la vida, deseamos vivamente que, con fidelidad creativa a la tradición humanista y cristiana de nuestro continente, se garantice la supremacía de los valores éticos y espirituales ».(21)

(21) II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 6:L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.


Los mártires y los testigos de la fe

13 Pero quiero llamar la atención particularmente sobre algunos signos surgidos en el ámbito específicamente eclesial. Ante todo, con los Padres sinodales, quiero proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana que ha habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre.

Estos testigos, especialmente los que han afrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo; al pertenecer a diversas confesiones cristianas, brillan asimismo como signo de esperanza para el camino ecuménico, por la certeza de que su sangre es « también linfa de unidad para la Iglesia ».(22)

Más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza: « En efecto, los mártires anuncian este Evangelio y lo testimonian con su vida hasta la efusión de su sangre, porque están seguros de no poder vivir sin Cristo y están dispuestos a morir por Él, convencidos de que Jesús es el Dios y el Salvador del hombre y que, por tanto, sólo en Él encuentra el hombre la plenitud verdadera de la vida. De este modo, según la exhortación del apóstol Pedro, se muestran preparados para dar razón de su esperanza (cf.
1P 3,15). Los mártires, además, celebran el “Evangelio de la esperanza”, porque el ofrecimiento de su vida es la manifestación más radical y más grande del sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que constituye el verdadero culto espiritual (cf. Rm 12,1), origen, alma y cumbre de toda celebración cristiana. Ellos, por fin, sirven al “Evangelio de la esperanza”, porque con su martirio expresan en sumo grado el amor y el servicio al hombre, en cuanto demuestran que la obediencia a la ley evangélica genera una vida moral y una convivencia social que honra y promueve la dignidad y la libertad de cada persona ».(23)

(22) Angelus (25 agosto 1996), 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 30 agosto 1996, p. 1; cf. Propositio 9.
(23) II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 88: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., p. 17.


La santidad de muchos

14 Fruto de la conversión realizada por el Evangelio es la santidad de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. No sólo de los que así han sido proclamados oficialmente por la Iglesia, sino también de los que, con sencillez y en la existencia cotidiana, han dado testimonio de su fidelidad a Cristo. ¿Cómo no pensar en los innumerables hijos de la Iglesia que, a lo largo de la historia del Continente europeo, han vivido una santidad generosa y auténtica de forma oculta en la vida familiar, profesional y social? « Todos ellos, como “piedras vivas”, unidas a Cristo “piedra angular”, han construido Europa como edificio espiritual y moral, dejando a la posteridad la herencia más preciosa. Nuestro Señor Jesucristo lo había prometido: “El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y las hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12). Los santos son la prueba viva del cumplimiento de esta promesa, y nos animan a creer que ello es posible también en los momentos más difíciles de la historia ».(24)

(24) Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 4: AAS 92 (2000), 179.


La parroquia y los movimientos eclesiales

15 El Evangelio sigue dando sus frutos en las comunidades parroquiales, en las personas consagradas, en las asociaciones de laicos, en los grupos de oración y apostolado, en muchas comunidades juveniles, así como también a través de la presencia y difusión de nuevos movimientos y realidades eclesiales. En efecto, el mismo Espíritu sabe suscitar en cada uno de ellos una renovada entrega al Evangelio, disponibilidad generosa al servicio, vida cristiana caracterizada por el radicalismo evangélico y el impulso misionero.

Todavía hoy en Europa, tanto en los Países postcomunistas como en Occidente, la parroquia, si bien necesita una renovación constante,(25) sigue conservando y ejerciendo su misión indispensable y de gran actualidad en el ámbito pastoral y eclesial. Es capaz de ofrecer a los fieles un espacio para el ejercicio efectivo de la vida cristiana y es lugar también de auténtica humanización y socialización, tanto en un contexto de dispersión y anonimato, propio de las grandes ciudades modernas, como en zonas rurales con escasa población.(26)

(25) Cf. Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988),
CL 26: AAS 81 (1989), 439.
(26)Cf. Propositio 21.


16 Al mismo tiempo, mientras expreso junto con los Padres sinodales mi gran estima por la presencia y la acción de muchas asociaciones y organizaciones apostólicas y, en particular, de la Acción Católica, deseo hacer notar la contribución específica que, en comunión con las otras realidades eclesiales y nunca de manera aislada, pueden ofrecer los nuevos movimientos y las nuevas comunidades eclesiales. En efecto, éstos últimos « ayudan a los cristianos a vivir más radicalmente según el Evangelio; son cuna de diversas vocaciones y generan nuevas formas de consagración; promueven sobre todo la vocación de los laicos y la llevan a manifestarse en los diversos ámbitos de la vida; favorecen la santidad del pueblo; pueden ser anuncio y exhortación para quienes, de otra manera, no se encontrarían con la Iglesia; con frecuencia apoyan el camino ecuménico y abren cauces para el diálogo interreligioso; son un antídoto contra la difusión de las sectas; son una gran ayuda para difundir vivacidad y alegría en la Iglesia ».(27)

(27) Ibíd.


El camino ecuménico

17 Damos gracias a Dios por el destacado y alentador signo de esperanza que son los progresos logrados por el camino ecuménico siguiendo las directrices de la verdad, la caridad y la reconciliación.

Es uno de los grandes dones del Espíritu Santo a un Continente como el europeo, que dio origen a las graves divisiones entre los cristianos en el segundo milenio y que todavía sufre mucho por sus consecuencias.

Recuerdo con emoción algunos momentos muy intensos experimentados durante los trabajos sinodales y la convicción unánime, expresada también por los Delegados Fraternos, de que este camino – no obstante los problemas aún pendientes y los nuevos que van surgiendo – no se debe interrumpir, sino que ha de continuar con renovado ardor, con más profunda determinación y con la humilde disponibilidad de todos al perdón recíproco. Me complace hacer mías algunas expresiones de los Padres sinodales, puesto que « el progreso en el diálogo ecuménico, que tiene su fundamento más profundo en el Verbo mismo de Dios, representa un signo de gran esperanza para la Iglesia de hoy. En efecto, el crecimiento de la unidad entre los cristianos enriquece mutuamente a todos ».(28) Hace falta « fijarse con alegría en los progresos conseguidos hasta ahora en el diálogo, sea con los hermanos de las Iglesias ortodoxas, sea con los de las comunidades eclesiales procedentes de la Reforma, reconociendo en ellos un signo de la acción del Espíritu, por la cual se ha de alabar y dar gracias a Dios ».(29)

(28) Propositio 9.
(29) Ibíd.


II. Volver a Cristo, fuente de toda esperanza


Confesar nuestra fe

18 En la Asamblea sinodal se ha consolidado la certeza, clara y apasionada, de que la Iglesia ha de ofrecer a Europa el bien más precioso y que nadie más puede darle: la fe en Jesucristo, fuente de la esperanza que no defrauda,(30) don que está en el origen de la unidad espiritual y cultural de los pueblos europeos, y que todavía hoy y en el futuro puede ser una aportación esencial a su desarrollo e integración. Sí, después de veinte siglos, la Iglesia se presenta al principio del tercer milenio con el mismo anuncio de siempre, que es su único tesoro: Jesucristo es el Señor; en Él, y en ningún otro, podemos salvarnos (cf. Ac 4,12). La fuente de la esperanza, para Europa y el mundo entero, es Cristo, y « la Iglesia es el canal a través del cual pasa y se difunde la ola de gracia que fluye del Corazón traspasado del Redentor ».(31)

En base a esta confesión de fe brota de nuestro corazón y de nuestros labios « una alegreconfesión de esperanza: ¡tú, Señor, resucitado y vivo, eres la esperanza siempre nueva de la Iglesia y de la humanidad; tú eres la única y verdadera esperanza del hombre y de la historia; tú eres entre nosotros “la esperanza de la gloria” (Col 1,27) ya en esta vida y también más allá de la muerte! En ti y contigo podemos alcanzar la verdad, nuestra existencia tiene un sentido, la comunión es posible, la diversidad puede transformarse en riqueza, la fuerza del Reino ya está actuando en la historia y contribuye a la edificación de la ciudad del hombre, la caridad da valor perenne a los esfuerzos de la humanidad, el dolor puede hacerse salvífico, la vida vencerá a la muerte y lo creado participará de la gloria de los hijos de Dios ».(32)

(30) Cf. Propositio 4, 1.
(31) Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 2: AAS 92 (2000), 178.
(32) II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 2:L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.


Jesucristo nuestra esperanza

19 Jesucristo, el Verbo eterno de Dios que está en el seno del Padre desde siempre (cf. Jn 1,18), es nuestra esperanza porque nos ha amado hasta el punto de asumir en todo nuestra naturaleza humana, excepto el pecado, participando de nuestra vida para salvarnos. La confesión de esta verdad está en el corazón mismo de nuestra fe. La pérdida de la verdad sobre Jesucristo, o su incomprensión, impiden ahondar en el misterio mismo del amor de Dios y de la comunión trinitaria.(33)

Jesucristo es nuestra esperanza porque revela el misterio de la Trinidad. Éste es el centro de la fe cristiana, que puede ofrecer todavía una gran aportación, como lo ha hecho hasta ahora, a la edificación de estructuras que, inspirándose en los grandes valores evangélicos o confrontándose con ellos, promuevan la vida, la historia y la cultura de los diversos pueblos del Continente.

Múltiples son las raíces ideales que han contribuido con su savia al reconocimiento del valor de la persona y de su dignidad inalienable, del carácter sagrado de la vida humana y el papel central de la familia, de la importancia de la educación y la libertad de opinión, de palabra, de religión, así como también a la tutela legal de los individuos y los grupos, a la promoción de la solidaridad y el bien común, al reconocimiento de la dignidad del trabajo. Tales raíces han favorecido que el poder político esté sujeto a la ley y al respeto de los derechos de la persona y de los pueblos. A este propósito se han de recordar el espíritu de la Grecia antigua y de la romanidad, las aportaciones de los pueblos celtas, germanos, eslavos, ugrofineses, de la cultura hebrea y del mundo islámico. Sin embargo, se ha de reconocer que estas influencias han encontrado históricamente en la tradición judeocristiana una fuerza capaz de armonizarlas, consolidarlas y promoverlas. Se trata de un hecho que no se puede ignorar; por el contrario, en el proceso de construcción de la « casa común europea », debe reconocerse que este edificio ha de apoyarse también sobre valores que encuentran en la tradición cristiana su plena manifestación. Tener esto en cuenta beneficia a todos.

La Iglesia « no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional » de Europa y coherentemente, por tanto, quiere respetar la legítima autonomía del orden civil.(34) Sin embargo, tiene la misión de avivar en los cristianos de Europa la fe en la Trinidad, sabiendo que esta fe es precursora de auténtica esperanza para el Continente.

Muchos de los grandes paradigmas de referencia antes indicados, que son la base de la civilización europea, hunden sus raíces últimas en la fe trinitaria. Ésta contiene un extraordinario potencial espiritual, cultural y ético, capaz, entre otras cosas, de iluminar algunas grandes cuestiones que hoy se debaten en Europa, como la disgregación social y la pérdida de una referencia que dé sentido a la vida y a la historia. De ello se desprende la necesidad de una renovada meditación teológica, espiritual y pastoral sobre el misterio trinitario.(35)

(33) Cf. Propositio 4, 2.
(34) Cf. Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), CA 47: AAS 83 (1991), 852.
(35) Cf. Propositio 4, 1.


20 Las Iglesias particulares en Europa no son meras entidades u organizaciones privadas. En realidad, actúan con una dimensión institucional específica que merece ser valorada jurídicamente, en el pleno respeto del justo ordenamiento civil. Al reflexionar sobre sí mismas, las comunidades cristianas han de reconocerse como un don con el que Dios enriquece a los pueblos que viven en el Continente. Éste es el anuncio gozoso que han de llevar a todas las personas. Profundizando su propia dimensión misionera, deben dar constantemente testimonio de que Jesucristo « es el único mediador y portador de salvación para la humanidad entera:sólo en Él la humanidad, la historia y el cosmos encuentran su sentido positivo definitivamente y se realizan totalmente; Él tiene en sí mismo, en sus hechos y en su persona, las razones definitivas de la salvación; no sólo es un mediador de salvación, sino la fuente misma de la salvación ».(36)

En el contexto del pluralismo ético y religioso actual que caracteriza cada vez más a Europa, es necesario, pues, confesar y proponer la verdad de Cristo como único Mediador entre Dios y los hombres y único Redentor del mundo. Por tanto –como he hecho al final de la asamblea sinodal–, con toda la Iglesia, invito a mis hermanos y hermanas en la fe a abrirse constantemente con confianza a Cristo y a dejarse renovar por Él, anunciando con el vigor de la paz y el amor a todas las personas de buena voluntad, que quien encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella (cf.
Jn 14,6 Ps 16,11 [15]). Por el tenor de vida y el testimonio de la palabra de los cristianos, los habitantes de Europa podrán descubrir que Cristo es el futuro del hombre. En efecto, en la fe de la Iglesia « no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que debamos salvarnos » (Ac 4,12).(37)

(36) II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 30: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Suppl., p. 8.
(37) Cf. Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 3: AAS 92 (2000), 178; Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus (6 agosto 2000), 13: AAS 92 (2000), 754.


21 Para los creyentes, Jesucristo es la esperanza de toda persona porque da la vida eterna. Él es « la Palabra de vida » (1Jn 1,1), venido al mundo para que los hombres « tengan la vida y la tengan en abundancia » (Jn 10,10). Así nos enseña cómo el verdadero sentido de la vida del hombre no queda encerrado en el horizonte mundano, sino que se abre a la eternidad. La misión de cada Iglesia particular en Europa es tener en cuenta la sed de verdad de toda persona y la necesidad de valores auténticos que animen a los pueblos del Continente. Ha de proponer con renovada energía la novedad que la anima. Se trata de emprender una articulada acción cultural y misionera, enseñando con obras y argumentos convincentes cómo la nueva Europa necesita descubrir sus propias raíces últimas. En este contexto, los que se inspiran en los valores evangélicos tienen un papel esencial que desempeñar, relacionado con el sólido fundamento sobre el cual se ha de edificar una convivencia más humana y más pacífica porque es respetuosa de todos y de cada uno.

Es preciso que las Iglesias particulares en Europa sepan devolver a la esperanza su dimensión escatológica originaria.(38) En efecto, la verdadera esperanza cristiana es teologal y escatológica, fundada en el Resucitado, que vendrá de nuevo como Redentor y Juez, y que nos llama a la resurrección y al premio eterno.

(38) Cf. Propositio 5.



Ecclesia in Europa ES