Ecclesia in Europa ES 65

El Evangelio: libro para la Europa de hoy y de siempre

65 Al principio del Gran Jubileo del año 2000, al pasar por la Puerta Santa levanté ante la Iglesia y al mundo el libro de los Evangelios. Este gesto, realizado por cada Obispo en las diversas catedrales del mundo, debe indicar el compromiso que la Iglesia tiene hoy y siempre en nuestro Continente.

Iglesia en Europa, ¡entra en el nuevo milenio con el libro de los Evangelios! Que todos los fieles acojan la exhortación conciliar a « la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la “sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús” (
Ph 3,8), “pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” ».(118) Que la Sagrada Biblia siga siendo un tesoro para la Iglesia y para todo cristiano: en el estudio atento de la Palabra encontraremos alimento y fuerza para llevar a cabo cada día nuestra misión.

¡Tomemos este Libro en nuestras manos! Recibámoslo del Señor que lo ofrece continuamente por medio de su Iglesia (cf. Ap 10,8). Devorémoslo (cf. Ap 10,9) para que se convierta en vida de nuestra vida. Gustémoslo hasta el fondo: nos costará, pero nos proporcionará alegría porque es dulce como la miel (cf. Ap 10,9-10). Estaremos así rebosantes de esperanza y capaces de comunicarla a cada hombre y mujer que encontremos en nuestro camino.

(118) Conc. ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, DV 25.


CAPÍTULO IV: CELEBRAR EL EVANGELIO DE LA ESPERANZA

« Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza,

honor, gloria y potencia

por los siglos de los siglos » (Ap 5,13)



Una comunidad orante

66 Se ha de celebrar el Evangelio de la esperanza, anuncio de la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Ante el Cordero del Apocalipsis comienza una liturgia solemne de alabanza y adoración: « Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos » (Ap 5,13). Esta visión, que revela a Dios y el sentido de la historia, tiene lugar « en el día del Señor » (Ap 1,10), el día de la resurrección revivido por la asamblea dominical.

La Iglesia que recibe esta revelación es una comunidad que ora.Orando escucha a su Señor y lo que el Espíritu le dice: ella adora, alaba, da gracias e invoca la llegada del Señor, « ¡Ven, Señor Jesús! » (cf. Ap 22,16-20), afirmando así que sólo de Él espera la salvación.

También a ti, Iglesia de Dios que vives en Europa, se te pide que seas comunidad que ora, celebrando a tu Señor con los Sacramentos, la liturgia y toda la existencia. En la oración descubrirás la presencia vivificante del Señor. Así, enraizando en Él cada una de tus acciones, podrás proponer de nuevo a los europeos el encuentro con Él mismo, esperanza verdadera y la única que puede satisfacer plenamente el anhelo de Dios escondido en las diversas formas de búsqueda religiosa que retoñan en la Europa contemporánea.


I. Descubrir la liturgia


El sentido religioso en la Europa de hoy

67 No obstante las amplias áreas descristianizadas en el Continente europeo, hay signos que ayudan a perfilar el rostro de una Iglesia que, creyendo, anuncia, celebra y sirve a su Señor. En efecto, no faltan ejemplos de cristianos auténticos, que viven momentos de silencio contemplativo, participan fielmente en iniciativas espirituales, viven el Evangelio en su existencia cotidiana y dan testimonio de él en los diversos ámbitos en que se mueven. Se pueden entrever, además, muestras de una « santidad de pueblo », que manifiestan cómo en la Europa actual es posible vivir el Evangelio no sólo en la esfera personal sino también como una auténtica experiencia comunitaria.

68 Junto con muchos ejemplos de fe genuina, hay también en Europa una religiosidad vaga y, a veces, desencaminada. Sus manifestaciones son frecuentemente genéricas y superficiales, en ocasiones incluso contrastantes en las personas mismas de las que proceden. Hay fenómenos claros de fuga hacia el espiritualismo, el sincretismo religioso y esotérico, una búsqueda de acontecimientos extraordinarios a todo coste, hasta llegar a opciones descarriadas, como la adhesión a sectas peligrosas o a experiencias pseudoreligiosas.

El deseo difuso de alimento espiritual ha de ser acogido con comprensión y purificado. Al hombre que se percata, aunque sea confusamente, de no poder vivir sólo de pan, la Iglesia ha de presentarle de modo convincente la respuesta de Jesús al tentador: « No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios » (
Mt 4,4).


Una Iglesia que celebra

69 En el contexto de la sociedad actual, cerrada con frecuencia a la trascendencia, sofocada por comportamientos consumistas, presa fácil de antiguas y nuevas idolatrías y, al mismo tiempo, sedienta de algo que vaya más allá de lo inmediato, a la Iglesia en Europa le espera una tarea laboriosa y apasionante a la vez. Consiste en descubrir el sentido del « misterio »; en renovar las celebraciones litúrgicas para que sean signos más elocuentes de la presencia de Cristo, el Señor; en proporcionar nuevos espacios para el silencio, la oración y la contemplación; en volver a los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, como fuente de libertad y de nueva esperanza.

Por eso te dirijo a ti, Iglesia que vives en Europa, una invitación apremiante: sé una Iglesia que ora, alaba a Dios, reconoce su absoluta supremacía y lo exalta con fe gozosa. Descubre el sentido del misterio: vívelo con humilde gratitud; da testimonio de él con alegría sincera y contagiosa. Celebra la salvación de Cristo: acógela como don que te convierte en sacramento suyo y haz de tu vida un verdadero culto espiritual agradable a Dios (cf.
Rm 12,1).


Sentido del misterio

70 Algunos síntomas revelan un decaimiento del sentido del misterio en las celebraciones litúrgicas, que deberían precisamente acercarnos a él. Por tanto, es urgente que en la Iglesia se reavive el auténtico sentido de la liturgia. Ésta, como han recordado los Padres sinodales,(119) es instrumento de santificación, celebración de la fe de la Iglesia y medio de transmisión de la fe. Con la Sagrada Escritura y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, es fuente viva de auténtica y sólida espiritualidad. Con ella, como subraya certeramente también la tradición de las venerables Iglesias de Oriente, los fieles entran en comunión con la Santísima Trinidad, experimentando su participación en la naturaleza divina como don de la gracia. La liturgia se convierte así en anticipación de la bienaventuranza final y participación de la gloria celestial.

(119) Cf. Propositio 14.


71 En las celebraciones hay que poner como centro a Jesús para dejarnos iluminar y guiar por Él. En ellas podemos encontrar una de las respuestas más rotundas que nuestras Comunidades han de dar a una religiosidad ambigua e inconsistente. La liturgia de la Iglesia no tiene como objeto calmar los deseos y los temores del hombre, sino escuchar y acoger a Jesús que vive, honra y alaba al Padre, para alabarlo y honrarlo con Él. Las celebraciones eclesiales proclaman que nuestra esperanza nos viene de Dios por medio de Jesús, nuestro Señor.

Se trata de vivir la liturgia como acción de la Trinidad. El Padre es quien actúa por nosotros en los misterios celebrados; Él es quien nos habla, nos perdona, nos escucha, nos da su Espíritu; a Él nos dirigimos, lo escuchamos, alabamos e invocamos. Jesús es quien actúa para nuestra santificación, haciéndonos partícipes de su misterio. El Espíritu Santo es el que interviene con su gracia y nos convierte en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Se debe vivir la liturgia como anuncio y anticipación de la gloria futura, término último de nuestra esperanza. Como enseña el Concilio, « en la liturgia terrena pregustamos y participamos en la Liturgia celeste que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como peregrinos [...], hasta que se manifieste Él, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con Él en la gloria ».(120)

(120) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia,
SC 8.


Formación litúrgica

72 Aunque se ha avanzado mucho después del Concilio Ecuménico Vaticano II en vivir el auténtico sentido de la liturgia, todavía queda mucho por hacer. Es necesaria una renovación continua y una constante formación de todos: ordenados, consagrados y laicos.

La verdadera renovación, más que recurrir a actuaciones arbitrarias, consiste en desarrollar cada vez mejor la conciencia del sentido del misterio, de modo que las liturgias sean momentos de comunión con el misterio grande y santo de la Trinidad. Celebrando los actos sagrados como relación con Dios y acogida de sus dones, como expresión de auténtica vida espiritual, la Iglesia en Europa podrá alimentar verdaderamente su esperanza y ofrecerla a quien la ha perdido.

73 Para ello se necesita un gran esfuerzo de formación. Ésta se orienta a favorecer la comprensión del verdadero sentido de las celebraciones de la Iglesia y requiere, además, una adecuada instrucción sobre los ritos, una auténtica espiritualidad y una educación a vivirla en plenitud.(121) Por tanto, se ha de promover más una autentica « mistagogía litúrgica », con laparticipación activa de todos los fieles, cada uno según sus propios cometidos, en las acciones sagradas, especialmente en la Eucaristía.

(121) Cf. Propositio 14; II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.


II. Celebrar los Sacramentos

74 Se debe dar gran relieve a la celebración de los Sacramentos, como acciones de Cristo y de la Iglesia orientadas a dar culto a Dios, a la santificación de los hombres y la edificación de la Comunidad eclesial. Reconociendo que Cristo mismo actúa en ellos por medio del Espíritu Santo, los Sacramentos se deben celebrar con el máximo esmero y poniendo las condiciones apropiadas. Las Iglesias particulares del Continente han de poner sumo interés en reforzar su pastoral de los Sacramentos, para que se reconozca su verdad profunda. Los Padres sinodales han destacado esta exigencia para contrarrestar dos peligros: por un lado, algunos ambientes eclesiales parecen haber perdido el auténtico sentido del sacramento y podrían banalizar los misterios celebrados; por otro, muchos bautizados, por costumbre y tradición, siguen recurriendo a los Sacramentos en momentos significativos de su existencia, pero sin vivir conforme a las normas de la Iglesia.(122)

(122) Cf. Propositio 14, 2a.


La Eucaristía

75 La Eucaristía, supremo don de Cristo a la Iglesia, hace presente sacramentalmente el sacrificio de Cristo para nuestra salvación: « La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua ».(123) La Iglesia, en su peregrinación, acude a ella, « fuente y cima de toda la vida cristiana »,(124) encontrando la fuente de toda esperanza. En efecto, la Eucaristía « da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas ».(125)

Todos estamos invitados a confesar la fe en la Eucaristía, « prenda de la gloria futura », convencidos de que la comunión con Cristo, vivida ahora como peregrinos en la existencia terrena, anticipa el encuentro supremo del día en que « seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es » (
1Jn 3,2). La Eucaristía es « gustar la eternidad en el tiempo », presencia divina y comunión con ella; memorial de la Pascua de Cristo, es por naturaleza portadora de la gracia en la historia humana. Abre al futuro de Dios; siendo comunión con Cristo, con su cuerpo y su sangre, es participación en la vida eterna de Dios.(126)

(123) Conc. ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, PO 5.
(124) Conc. ecum. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, LG 11.
(125) Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), EE 20: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 18 abril 2003, p. 9.
(126) Cf. Catequesis en la Audiencia general (25 octubre 2000), 2: Insegnamenti XXIII/2 (2000), 697.


La reconciliación

76 Junto con la Eucaristía, el sacramento de la Reconciliación debe tener también un papel fundamental en la recuperación de la esperanza: « En efecto, la experiencia personal del perdón de Dios para cada uno de nosotros es fundamento esencial de toda esperanza respecto a nuestro futuro ».(127) Una de las causas del abatimiento que acecha a muchos jóvenes de hoy debe buscarse en la incapacidad de reconocerse pecadores y dejarse perdonar, una incapacidad debida frecuentemente a la soledad de quien, viviendo como si Dios no existiera, no tiene a nadie a quien pedir perdón. El que, por el contrario, se reconoce pecador y se encomienda a la misericordia del Padre celestial, experimenta la alegría de una verdadera liberación y puede vivir sin encerrarse en su propia miseria.(128) Recibe así la gracia de un nuevo comienzo y encuentra motivos para esperar.

Es necesario, pues, que se revitalice en la Iglesia en Europa el sacramento de la Reconciliación. Se recuerda, sin embargo, que la forma del Sacramento es la confesión personal de los pecados seguida de la absolución individual. Este encuentro entre el penitente y el sacerdote ha de ser favorecido en cualquiera de las formas previstas por el rito del Sacramento. Ante la pérdida tan extendida del sentido del pecado y la creciente mentalidad caracterizada por el relativismo y el subjetivismo en campo moral, es preciso que en cada comunidad eclesial se imparta una seria formación de las conciencias.(129) Los Padres Sinodales ha insistido en que se reconozca claramente la verdad del pecado personal y la necesidad del perdón personal de Dios mediante el ministerio del sacerdote. Las absoluciones colectivas no son un modo alternativo de administrar el sacramento de la Reconciliación.(130)

(127) Propositio 16.
(128) Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.
(129) Cf. Propositio 16.
(130) Cf. Motu proprio Misericordia Dei (7 abril 2002), 4: AAS 94 (2002), 456-457.


77 Me dirijo a los sacerdotes, exhortándolos a ofrecer generosamente la propia disponibilidad para oír las confesiones y a que ellos mismos den ejemplo, acudiendo con regularidad al sacramento de la Penitencia. Les recomiendo que procuren estar al día en el campo de la teología moral, de modo que sepan afrontar con competencia los problemas planteados recientemente a la moral personal y social. Presten una especial atención, además, a las condiciones concretas de vida en que se encuentran los fieles y les ayuden pacientemente a descubrir las exigencias de la ley moral cristiana, ayudándolos a vivir el Sacramento como un gozoso encuentro con la misericordia del Padre celestial.(131)

(131) Cf. Propositio 16; Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 2002 (17 marzo 2002), 4: AAS 94 (2002), 435-436.


Oración y vida

78 Junto con la celebración Eucarística, hace falta promover también otras formas de oración comunitaria,(132) ayudando a descubrir la relación entre ésta y la oración litúrgica. En particular, manteniendo viva la tradición de la Iglesia latina, se han de promover las diversas manifestaciones del culto eucarístico fuera de la Misa: adoración personal, exposición y procesión, que se han de concebir como expresión de fe en la presencia real y permanente del Señor en el Sacramento del altar.(133) Se ha de educar a ver una conexión similar con el misterio eucarístico en la celebración, personal o comunitaria, de la Liturgia de las Horas, cuyo valor para los fieles laicos ha sido puesto también de relieve por el Concilio Vaticano II.(134) Se exhorte a las familias a dedicar algún tiempo a la oración en común, de tal modo que interpreten a la luz del Evangelio toda la vida matrimonial y familiar. Así, partiendo de quienes se ponen a la escucha de la Palabra de Dios, se formará una liturgia doméstica que marcará cada momento de la familia.(135)

Toda forma de oración comunitaria presupone la oración individual. Entre la persona y Dios se establece un coloquio franco que se expresa en la alabanza, el agradecimiento, la súplica al Padre por Jesucristo y en el Espíritu Santo. Nunca se descuide la oración personal, que es como el aire que respira el cristiano. Y se eduque también a descubrir la relación entre ésta última y la oración litúrgica.

(132) Cf. Propositio 14c.
(133) Cf. ibíd.
(134) Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia,
SC 100.
(135) Cf. Propositio 14c; Propositio 20.


79 Se ha de dedicar también una atención especial a la piedad popular.(136) Muy extendida por las diversas regiones de Europa mediante las cofradías, procesiones y peregrinaciones a numerosos santuarios, enriquece el itinerario del año litúrgico, inspirando usos y costumbres familiares y sociales. Todas estas formas deben ser consideradas cuidadosamente mediante una pastoral de promoción y renovación, que les ayude a desarrollar todo lo que es expresión auténtica de la sabiduría del Pueblo de Dios. Lo es ciertamente el Santo Rosario. En este año dedicado al mismo, me complace recomendar su rezo, porque « el Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización ».(137)

En el campo de la piedad popular hay que vigilar constantemente los aspectos ambiguos de algunas de sus manifestaciones, preservándolas de desviaciones secularistas, consumismos desconsiderados o también de riesgos de superstición, para mantenerlas dentro de formas auténticas y juiciosas. Se ha de llevar a cabo una pedagogía apropiada, explicando cómo la piedad popular se ha vivir siempre en armonía con la liturgia de la Iglesia y vinculada con los Sacramentos.

(136) Cf. Propositio 20.
(137) Carta ap. Rosarium Virginis Mariae (10 octubre 2002),
RVM 3: AAS 95 (2003), 7.


80 No se debe olvidar que el « culto espiritual agradable a Dios » (cf. Rm 12,1) se realiza ante todo en la existencia cotidiana, vivida en la caridad por la entrega libre y generosa de uno mismo incluso en momentos de aparente impotencia. Así, la vida está animada por una esperanza inquebrantable, porque sólo se apoya en la certeza del poder de Dios y la victoria de Cristo: es una vida rebosante de consolaciones de Dios, con las cuales hemos de consolar, por nuestra parte, a cuantos encontramos en nuestro camino (cf. 2Co 1,4).


El día del Señor

81 El día del Señor es un momento paradigmático y sumamente evocador en la celebración del Evangelio de la esperanza.

En el contexto actual, diversas circunstancias hacen difícil que los cristianos vivan plenamente el domingo como día del encuentro con el Señor. No es raro que se reduzca a un simple « fin de semana », a un tiempo de mera evasión. Hace falta, pues, una acción pastoral articulada en el ámbito educativo, espiritual y social, que ayude a vivir su sentido genuino.

82 Renuevo, por tanto, la invitación a recuperar el sentido más profundo del día del Señor,(138) para que sea santificado con la participación en la Eucaristía y con un descanso lleno de fraternidad y regocijo cristiano. Que se celebre como centro de todo el culto, preanuncio incesante de la vida sin fin, que reanima la esperanza y alienta en el camino. Por eso no se ha de tener miedo a defenderlo contra toda insidia y a esforzarse por salvaguardarlo en la organización del trabajo, de modo que sea un día para el hombre y ventajoso para toda la sociedad. En efecto, si se priva al domingo de su sentido originario y no es posible darle un espacio adecuado para la oración, el descanso, la comunión y la alegría, puede suceder que « el hombre quede cerrado en un horizonte tan restringido que no le permite ya ver el “cielo”. Entonces, aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de “hacer fiesta” ».(139) Y sin la dimensión de la fiesta, la esperanza no encontraría un hogar donde vivir.

(138) Propositio 14.
(139) Carta ap. Dies Domini (31 mayo 1998), 4: AAS 90 (1998), 716.


CAPÍTULO V: SERVIR AL EVANGELIO DE LA ESPERANZA

« Conozco tu conducta: tu caridad, tu fe,

tu espíritu de servicio, tu paciencia » (Ap 21,2)





La vía del amor

83 La palabra que el Espíritu dice a las Iglesias contiene un juicio sobre su vida. Éste se refiere a hechos y comportamientos. « Conozco tu conducta » es la introducción que, como un estribillo y con pocas variantes, aparece en las cartas dirigidas a las siete Iglesias. Cuando las obras resultan positivas, son fruto de la laboriosidad y la constancia, del saber resistir las dificultades, la tribulación y la pobreza; lo son también de la fidelidad en las persecuciones, de la caridad, la fe y el servicio. En este sentido, pueden ser entendidas como la descripción de una Iglesia que, además de anunciar y celebrar la salvación que le viene del Señor, la “vive” en lo concreto.

Para servir al Evangelio de la esperanza, la Iglesia que vive en Europa está llamada también a seguir el camino del amor. Es un camino que pasa a través de la caridad evangelizadora, el esfuerzo multiforme en el servicio y la opción por una generosidad sin pausas ni límites.


I. El servicio de la caridad


En la comunión y en la solidaridad

84 Para todo ser humano, la caridad que se recibe y se da es la experiencia originaria de la cual nace la esperanza. « El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente ».(140)

El reto para la Iglesia en la Europa de hoy consiste, por tanto, en ayudar al hombre contemporáneo a experimentar el amor de Dios Padre y de Cristo en el Espíritu Santo, mediante el testimonio de la caridad, que tiene en sí misma una intrínseca fuerza evangelizadora.

En esto consiste en definitiva el « Evangelio », la buena noticia para todos los hombres: « Dios nos ha amado primero » (cf.
1Jn 4,10 1Jn 4,19); Jesús nos ha amado hasta el final (cf. Jn 13,1). Gracias al don del Espíritu, se ofrece a los creyentes la caridad de Dios, haciéndoles partícipes de su misma capacidad de amar: la caridad apremia en el corazón de cada discípulo y de toda la Iglesia (cf. 2Co 5,14). Precisamente porque se recibe de Dios, la caridad se convierte en mandamiento para el hombre (cf. Jn 13,34).

Vivir en la caridad es, pues, un gozoso anuncio para todos, haciendo visible el amor de Dios, que no abandona a nadie. En definitiva, significa dar al hombre desorientado razones verdaderas para seguir esperando.

(140) Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), RH 10: AAS 71 (1979), 274.


85 Es vocación de la Iglesia, como « signo creíble, aunque siempre inadecuado del amor vivido, hacer que los hombres y mujeres se encuentren con el amor de Dios y de Cristo, que viene a su encuentro ».(141) La Iglesia, « signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano »,(142) da testimonio del amor cuando las personas, las familias y las comunidades viven intensamente el Evangelio de la caridad. En otras palabras, nuestras comunidades eclesiales están llamadas a ser verdaderas escuelas prácticas de comunión.

Por su propia naturaleza, el testimonio de la caridad ha de extenderse más allá de los confines de la comunidad eclesial, para llegar a cada ser humano, de modo que el amor por todos los hombres fomente auténtica solidaridad en toda la vida social.Cuando la Iglesia sirve a la caridad, hace crecer al mismo tiempo la « cultura de la solidaridad », contribuyendo así a dar nueva vida a los valores universales de la convivencia humana.

En esta perspectiva es menester revalorizar el sentido auténtico del voluntariado cristiano.Naciendo de la fe y siendo alimentado continuamente por ella, debe saber conjugar capacidad profesional y amor auténtico, impulsando a quienes lo practican a « elevar los sentimientos de simple filantropía a la altura de la caridad de Cristo; a reconquistar cada día, entre fatigas y cansancios, la conciencia de la dignidad de cada hombre; a salir al encuentro de las necesidades de las personas iniciando -si es preciso- nuevos caminos allí donde más urgentes son las necesidades y más escasas las atenciones y el apoyo ».(143)

(141) II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 72: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Supl., pp. 15.
(142) Conc. ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
LG 1.
(143) Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), EV 90: AAS 87 (1995), 503.


II. Servir al hombre en la sociedad


Dar esperanza a los pobres

86 Se pide a toda la Iglesia que dé nueva esperanza a los pobres. Para ella, acogerlos y servirlos significa acoger y servir a Cristo (cf. Mt 25,40). El amor preferencial a los pobreses una dimensión necesaria del ser cristiano y del servicio al Evangelio. Amarlos y mostrarles que son los predilectos de Dios, significa reconocer que las personas valen por sí mismas, cualesquiera que sean sus condiciones económicas, culturales o sociales en que se encuentren, ayudándolas a valorar sus propias capacidades.

87 Es preciso también dejarse interpelar por el fenómeno del desempleo, que es una grave plaga social en muchas naciones de Europa. A esto se añaden, además, los problemas relacionados con los crecientes flujos migratorios. Se pide a la Iglesia hacer presente que el trabajo es un bien del cual toda la sociedad debe hacerse cargo.

Reiterando los criterios éticos que han de regir el mercado y la economía, respetando escrupulosamente el puesto central del hombre, la Iglesia no dejará de intentar el diálogo con las personas responsables, tanto en el ámbito político, como sindical y empresarial.(144) Este diálogo debe orientarse a la edificación de una Europa entendida como comunidad de gentes y pueblos, comunidad solidaria en la esperanza, no sometida exclusivamente a las leyes del mercado, sino decididamente preocupada por salvaguardar también la dignidad del hombre en las relaciones económicas y sociales.

(144) Cf. Propositio 33.


88 Se ha de promover también convenientemente la pastoral de los enfermos. Teniendo en cuenta que la enfermedad es una situación que plantea cuestiones esenciales sobre el sentido de la vida, el cuidado de los enfermos ha de ser una de las prioridades « en una sociedad de la prosperidad y la eficiencia, en una cultura caracterizada por la idolatría del cuerpo, por la supresión del sufrimiento y el dolor y por el mito de la eterna juventud ».(145) Para ello se ha de promover, por un lado, una adecuada presencia pastoral en los diversos lugares del dolor, por ejemplo, mediante la dedicación de los capellanes de hospitales, los miembros de asociaciones de voluntariado, las instituciones sanitarias eclesiásticas, y, por otro, el apoyo a las familias de los enfermos. Hará falta además estar al lado del personal médico y auxiliar con medios pastorales adecuados, para apoyarlo en su delicada vocación al servicio de los enfermos. En efecto, los agentes sanitarios prestan cada día en su actividad un noble servicio a la vida. A ellos se les pide que den también a los pacientes una ayuda espiritual especial, que supone el calor de un autentico contacto humano.

(145) Propositio 35.


89 Finalmente, no se ha de olvidar que a veces se hace un uso indebido de los bienes de la tierra. En efecto, al descuidar su misión de cultivar y cuidar la tierra con sabiduría y amor (cf. Gn 2,15), el hombre ha devastado en muchas zonas bosques y llanuras, contaminado las aguas, hecho irrespirable el aire, alterado los sistemas hidrogeológicos y atmosféricos y desertificado grandes superficies.

También en este caso, servir al Evangelio de la esperanza quiere decir empeñarse de un modo nuevo en un correcto uso de los bienes de la tierra,(146) llamando la atención para que, además de tutelar los ambientes naturales, se defienda la calidad de la vida de las personas y se prepare a las generaciones futuras un entorno más conforme con el proyecto del Creador.

(146) Cf. Propositio 36.


La verdad sobre el matrimonio y la familia

90 La Iglesia en Europa, en todos sus estamentos, ha de proponer con fidelidad la verdad sobre el matrimonio y la familia.(147) Es una necesidad que siente de manera apremiante, porque sabe que dicha tarea le compete por la misión evangelizadora que su Esposo y Señor le ha confiado y que hoy se plantea con especial urgencia. En efecto, son muchos los factores culturales, sociales y políticos que contribuyen a provocar una crisis cada vez más evidente de la familia. Comprometen en buena medida la verdad y dignidad de la persona humana y ponen en tela de juicio, desvirtuándola, la idea misma de familia. El valor de la indisolubilidad matrimonial se tergiversa cada vez más; se reclaman formas de reconocimiento legal de las convivencias de hecho, equiparándolas al matrimonio legítimo; no faltan proyectos para aceptar modelos de pareja en los que la diferencia sexual no se considera esencial.

En este contexto, se pide a la Iglesia que anuncie con renovado vigor lo que el Evangelio dice sobre el matrimonio y la familia, para comprender su sentido y su valor en el designio salvador de Dios. En particular, es preciso reafirmar dichas instituciones como provenientes de la voluntad de Dios. Hay que descubrir la verdad de la familia como íntima comunión de vida y amor,(148) abierta a la procreación de nuevas personas, así como su dignidad de « iglesia doméstica » y su participación en la misión de la Iglesia y en la vida de la sociedad.

(147) Cf. Propositio 31.
(148) Cf. Conc. ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
GS 48.


91 Según los Padres sinodales, se ha de reconocer que muchas familias, en la existencia cotidiana vivida en el amor, son testigos visibles de la presencia de Jesús, que las acompaña y sustenta con el don de su Espíritu. Para apoyarlas en este camino, se debe profundizar la teología y la espiritualidad del matrimonio y de la familia; proclamar con firmeza e integridad, manifestándolo con ejemplos convincentes, la verdad y la belleza de la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, entendido como unión estable y abierta al don de la vida; promover en todas las comunidades eclesiales una adecuada y orgánica pastoral familiar. Asimismo, hay que ofrecer con solicitud materna por parte de la Iglesia una ayuda a los que se encuentran en situaciones difíciles, como por ejemplo, las madres solteras, personas separadas, divorciadas o hijos abandonados. En todo caso, conviene suscitar, acompañar y sostener el justo protagonismo de las familias, individualmente o asociadas, en la Iglesia y en la sociedad, y esforzarse para que los Estados y la Unión Europea misma promuevan auténticas y adecuadas políticas familiares.(149)

(149) Cf. Propositio 31.


92 Se ha de prestar una atención particular a que los jóvenes y los novios reciban unaeducación al amor, mediante programas específicos de preparación al sacramento del Matrimonio, que les ayuden a llegar a su celebración viviendo en castidad. En su labor educativa, la Iglesia mostrará su solicitud acompañando a los recién casados después de la celebración del matrimonio.

93 Finalmente, la Iglesia ha de acercarse también, con bondad materna, a las situaciones matrimoniales en las que fácilmente puede decaer la esperanza. En particular, « ante tantas familias rotas, la Iglesia no se siente llamada a expresar un juicio severo e indiferente, sino más bien a iluminar los diversos dramas humanos con la luz de la palabra de Dios, acompañada por el testimonio de su misericordia. Con este espíritu, la pastoral familiar trata de aliviar también las situaciones de los creyentes que se han divorciado y vuelto a casar civilmente. No están excluidos de la comunidad; al contrario, están invitados a participar en su vida, recorriendo un camino de crecimiento en el espíritu de las exigencias evangélicas. La Iglesia, sin ocultarles la verdad del desorden moral objetivo en el que se hallan y de las consecuencias que derivan de él para la práctica sacramental, quiere mostrarles toda su cercanía materna ».(150)

(150) Discurso en el tercer encuentro mundial de las Familias con ocasión de su Jubileo (14 octubre 2000), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 octubre 2000, p. 6.


94 Si para servir al Evangelio de la esperanza es necesario prestar una atención adecuada y prioritaria a la familia, es igualmente indudable que las familias mismas tienen que realizar una tarea insustituible respecto al Evangelio de la esperanza. Por eso, con confianza y afecto a todas las familias cristianas que viven en Europa, les renuevo la invitación: « ¡Familias, sed lo que sois! ». Vosotras sois la representación viva de la caridad de Dios: en efecto, tenéis la « misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa ».(151)

Sois el « santuario de la vida [...]: el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano ».(152)

Sois el fundamento de la sociedad, en cuanto lugar primordial de la « humanización » de la persona y de la convivencia civil,(153) modelo para instaurar relaciones sociales vividas en el amor y la solidaridad.

¡Sed vosotras mismas testimonio creíble del Evangelio de la esperanza! Porque sois « gaudium et spes ».(154)

(151) Exhort. ap. Familiaris consortio, sobre la misión de la familia en el mundo actual (22 noviembre 1981),
FC 17: AAS 74 (1982), 99-100.
(152) Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), CA 39: AAS 83 (1991), 842.
(153) Cf. Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), CL 40: AAS 81 (1989), 469.
(154) Cf. Discurso en el Primer Encuentro Mundial con las Familias (8 octubre 1994), 7: AAS87 (1995), 587.



Ecclesia in Europa ES 65