Ecclesia in Europa ES 95

Servir al Evangelio de la vida

95 El envejecimiento y la disminución de la población que se advierte en muchos Países de Europa es motivo de preocupación; en efecto, la disminución de los nacimientos es síntoma de escasa serenidad ante el propio futuro; manifiesta claramente una falta de esperanza y es signo de la « cultura de la muerte » que invade la sociedad actual.(155)

Junto con la disminución de la natalidad, se han de recordar otros signos que contribuyen a delinear el eclipse del valor de la vida y a desencadenar una especie de conspiración contra ella. Entre ellos se ha de mencionar con tristeza, ante todo, la difusión del aborto, recurriendo incluso a productos químico-farmacéuticos que permiten efectuarlo sin tener que acudir al médico y eludir cualquier forma de responsabilidad social; ello es favorecido por la existencia en muchos Estados del Continente de legislaciones permisivas de un acto que es siempre un « crimen nefando »(156) y un grave desorden moral. Tampoco se pueden olvidar los atentados perpetrados por la « intervención sobre los embriones humanos que, aun buscando fines en sí mismos legítimos, comportan inevitablemente su destrucción », o mediante el uso incorrecto de técnicas diagnósticas prenatales puestas al servicio no de terapias a veces posibles sino « de una mentalidad eugenésica, que acepta el aborto selectivo ».(157)

Se ha de citar también la tendencia, detectada en algunas partes de Europa, a creer que se puede permitir poner conscientemente punto final a la propia vida o a la de otro ser humano: de aquí la difusión de la eutanasia, encubierta o abiertamente practicada, para la cual no faltan peticiones y tristes ejemplos de legalización.

(155) Cf. Propositio 32.
(156) Conc. ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
GS 51.
(157) Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), EV 63: AAS 87 (1995), 473.


96 Ante este estado de cosas, es necesario « servir al Evangelio de la vida » incluso mediante una « movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida ».(158) Éste es un gran reto que se debe afrontar con responsabilidad, convencidos de que « el futuro de la civilización europea depende en gran parte de la decidida defensa y promoción de los valores de la vida, núcleo de su patrimonio cultural »; (159) se trata, pues, de devolver a Europa su verdadera dignidad, que consiste en ser un lugar donde cada persona ve afirmada su incomparable dignidad.

Hago mías, pues, estas palabras de los Padres sinodales: « El Sínodo de los Obispos europeos anima a las comunidades cristianas a ser evangelizadoras de la vida. Anima a los matrimonios y familias cristianas a ayudarse mutuamente a ser fieles a su misión de colaboradores de Dios en la procreación y educación de nuevas criaturas; aprecia todo intento de reaccionar al egoísmo en el ámbito de la transmisión de la vida, fomentado por falsos modelos de seguridad y felicidad; pide a los Estados y a la Unión Europea que actúen políticas clarividentes que promuevan las condiciones concretas de vivienda, trabajo y servicios sociales, idóneas para favorecer la constitución de la familia, la realización de la vocación a la maternidad y a la paternidad, y, además, aseguren a la Europa de hoy el recurso más precioso: los europeos del mañana ».(160)

(158) Ibíd.,
EV 95, l.c., 509.
(159) Discurso al nuevo Embajador de Noruega ante la Santa Sede (25 marzo 1995):Insegnamenti XVIII/1 (1995), 857.
(160) Propositio 32.


Construir una ciudad digna del hombre

97 La caridad diligente nos apremia a anticipar el Reino futuro. Por eso mismo colabora en la promoción de los auténticos valores que son la base de una civilización digna del hombre. En efecto, como recuerda el Concilio Vaticano II, « los cristianos, en su peregrinación hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba; esto no disminuye nada, sino que más bien aumenta, la importancia de su tarea de trabajar juntamente con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano ».(161) La espera de los cielos nuevos y de la tierra nueva, en vez de alejarnos de la historia, intensifica la solicitud por la realidad presente, donde ya ahora crece una novedad, que es germen y figura del mundo que vendrá.

Animados por estas certezas de fe, esforcémonos en construir una ciudad digna del hombre.Aunque no sea posible establecer en la historia un orden social perfecto, sabemos sin embargo que cada esfuerzo sincero por construir un mundo mejor cuenta con la bendición de Dios, y que cada semilla de justicia y amor plantado en el tiempo presente florece para la eternidad.

(161) Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
GS 57.


98 La Doctrina Social de la Iglesia tiene una función inspiradora en la construcción de una ciudad digna del hombre. En efecto, con ella la Iglesia plantea al Continente europeo la cuestión de la calidad moral de su civilización. Tiene origen, por una parte, en el encuentro del mensaje bíblico con la razón y, por otra, con los problemas y las situaciones que afectan a la vida del hombre y la sociedad. Con el conjunto de los principios que ofrece, dicha doctrina contribuye a poner bases sólidas para una convivencia en la justicia, la verdad, la libertad y la solidaridad. Orientada a defender y promover la dignidad de la persona, fundamento no sólo de la vida económica y política, sino también de la justicia social y de la paz, se muestra capaz de dar soporte a los pilares maestros del futuro del Continente.(162) En esta misma doctrina se encuentran las bases para poder defender la estructura moral de la libertad, de manera que se proteja la cultura y la sociedad europea tanto de la utopía totalitaria de una « justicia sin libertad », como de una « libertad sin verdad », que comporta un falso concepto de « tolerancia », precursoras ambas de errores y horrores para la humanidad, como muestra tristemente la historia reciente de Europa misma.(163)

(162) Cf. Propositio 28; I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos,Declaración final (13 diciembre 1991), 2: Ench. Vat. 10, nn. 659-669.
(163) Cf. Propositio 23.


99 La Doctrina Social de la Iglesia, por su relación intrínseca con la dignidad de la persona, está formulada para ser entendida también por los que no pertenecen a la comunidad de los creyentes. Es urgente, pues, difundir su conocimiento y estudio, superando la ignorancia que se tiene de ella incluso entre los cristianos. Lo exige la nueva Europa en vías de construcción, necesitada de personas educadas según estos valores y dispuestas a trabajar con ahínco en la realización del bien común. Es necesaria la presencia de laicos cristianos que, en las diversas responsabilidades de la vida civil, de la economía, la cultura, la salud, la educación y la política, trabajen para infundir en ellas los valores del Reino.(164)

(164)Cf. Propositio 28.


Hacia una cultura de la acogida

100 Entre los retos que tiene hoy el servicio al Evangelio de la esperanza se debe incluir el creciente fenómeno de la inmigración, que llama en causa la capacidad de la Iglesia para acoger a toda persona, cualquiera que sea su pueblo o nación de pertenencia. Estimula también a toda la sociedad europea y sus instituciones a buscar un orden justo y modos de convivencia respetuosos de todos y de la legalidad, en un proceso de posible integración.

Teniendo en cuenta el estado de miseria, de subdesarrollo o también de insuficiente libertad, que por desgracia caracteriza aún a diversos Países y son algunas de las causas que impulsan a muchos a dejar su propia tierra, es preciso un compromiso valiente por parte de todos pararealizar un orden económico internacional más justo, capaz de promover el auténtico desarrollo de todos los pueblos y de todos los Países.

101 Ante el fenómeno de la inmigración, se plantea en Europa la cuestión de su capacidad para encontrar formas de acogida y hospitalidad inteligentes. Lo exige la visión « universal » del bien común: hace falta ampliar las perspectivas hasta abarcar las exigencias de toda la familia humana. El fenómeno mismo de la globalización reclama apertura y participación, si no quiere ser origen de exclusión y marginación sino más bien de participación solidaria de todos en la producción e intercambio de bienes.

Todos han de colaborar en el crecimiento de una cultura madura de la acogida que, teniendo en cuenta la igual dignidad de cada persona y la obligada solidaridad con los más débiles, exige que se reconozca a todo migrante los derechos fundamentales. A las autoridades públicas corresponde la responsabilidad de ejercer el control de los flujos migratorios considerando las exigencias del bien común. La acogida debe realizarse siempre respetando las leyes y, por tanto, armonizarse, cuando fuere necesario, con la firme represión de los abusos.

102 También es necesario tratar de individuar posibles formas de auténtica integración de los inmigrados acogidos legítimamente en el tejido social y cultural de las diversas naciones europeas.

Esto exige que no se ceda a la indiferencia sobre los valores humanos universales y que se salvaguarde el propio patrimonio cultural de cada nación. Una convivencia pacífica y un intercambio de la propia riqueza interior harán posible la edificación de una Europa que sepa ser casa común, en la que cada uno sea acogido, nadie se vea discriminado y todos sean tratados, y vivan responsablemente, como miembros de una sola gran familia.

103 Por su parte, la Iglesia está llamada a « continuar su actividad, creando y mejorando cada vez más sus servicios de acogida y su atención pastoral con los inmigrados y refugiados »,(165) para que se respeten su dignidad y libertad, y se favorezca su integración.

En particular, no se debe olvidar una atención pastoral específica a la integración de los inmigrantes católicos, respetando su cultura y la peculiaridad de su tradición religiosa. Para ello se han de favorecer contactos entre las Iglesias de origen de los inmigrados y las que los acogen, con el fin de estudiar formas de ayuda que pueden prever también la presencia entre los inmigrados de presbíteros, consagrados y agentes de pastoral, adecuadamente formados, procedentes de sus países.

El servicio al Evangelio exige, además, que la Iglesia, defendiendo la causa de los oprimidos y excluidos, pida a las autoridades políticas de los diversos Estados y a los responsables de las Instituciones europeas que reconozcan la condición de refugiados a los que huyen del propio país de origen por estar en peligro su vida, y favorezcan el retorno a su patria; y que se creen, además, la condiciones necesarias para que se respete la dignidad de todos los inmigrados y se defiendan sus derechos fundamentales.(166)

(165) Propositio 34.
(166) Cf. Congregación para los Obispos, Instr. Nemo est (22 agosto 1969), 16: AAS 61 (1969), 621-622; Código de Derecho Canónico, can.
CIC 294 CIC 518; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. CIO 280 § 1.


III. ¡Optemos por la caridad!

104 La llamada a vivir la caridad activa, dirigida por los Padres sinodales a todos los cristianos del Continente europeo,(167) es una síntesis lograda de un auténtico servicio al Evangelio de la esperanza. Ahora te la propongo a ti, Iglesia de Cristo que vives en Europa. Que las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias de los europeos de hoy, sobre todo de los pobres y de los que sufren, sean tus alegrías y esperanzas, tus tristezas y angustias, y que nada de lo genuinamente humano deje de tener eco en tu corazón. Observa a Europa y su rumbo con la simpatía de quien aprecia todo elemento positivo, pero que, al mismo tiempo, no cierra los ojos ante lo que es incoherente con el Evangelio y lo denuncia con energía.

(167) Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 5:L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.


105 Iglesia en Europa, acoge cotidianamente con renovado frescor el don de la caridad que Dios te ofrece y de la que te hace capaz. Aprende el contenido y la dimensión del amor. Que seas la Iglesia de las bienaventuranzas, siempre en conformidad con Cristo (cf. Mt 5,1-12).

Que, libre de obstáculos y dependencias, seas pobre y amiga de los más pobres, acogedora de cada persona y atenta a toda forma, antigua o nueva, de pobreza.

Purificada constantemente por la bondad del Padre, reconoce en la actitud de Jesús, que ha defendido siempre la verdad mostrándose al mismo tiempo misericordioso con los pecadores, la norma suprema de tu actividad.

En Jesús, en cuyo nacimiento se anunció la paz (cf. Lc 2,14); en Él, que con su muerte ha abatido toda enemistad (cf. Ep 2,14) y nos ha dado la paz verdadera (cf. Jn 14,27), hazte artífice de paz, invitando a tus hijos a que dejen purificar su corazón de cualquier hostilidad, egoísmo y partidismo, favoreciendo en toda circunstancia el diálogo y el respeto recíproco.

En Jesús, justicia de Dios, nunca te canses de denunciar toda forma de injusticia. Viviendo en el mundo con los valores del Reino venidero, serás Iglesia de la caridad, darás tu contribución indispensable para edificar en Europa una civilización cada vez más digna del hombre.



CAPÍTULO VI: EL EVANGELIO DE LA ESPERANZA PARA UNA NUEVA EUROPA

« Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén,

que bajaba del cielo » (Ap 21,2)



El Resucitado está siempre con nosotros

106 El Evangelio de la esperanza que resuena en el Apocalipsis abre el corazón a lacontemplación de la novedad realizada por Dios: « Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva – porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya » (Ap 21,1). Dios mismo la proclama con una palabra que explica la visión apenas descrita: « Mira que hago un mundo nuevo » (Ap 21,5).

La novedad de Dios – plenamente comprensible sobre el fondo de las cosas viejas, llenas de lágrimas, luto, lamentos, preocupación y muerte (cf. Ap 21,4) – consiste en salir de la condición de pecado y sus consecuencias en que se encuentra la humanidad; es el nuevo cielo y la nueva tierra, la nueva Jerusalén, en contraposición a un cielo y una tierra viejos, a un orden de cosas anticuado y a una Jerusalén decrépita, atormentada por sus rivalidades.

Para la construcción de la ciudad del hombre no es indiferente la imagen de la nueva Jerusalén que baja « del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo » (Ap 21,2), y que se refiere directamente al misterio de la Iglesia. Es una imagen que habla de unarealidad escatológica: va más allá de todo lo que el hombre puede hacer; es un don de Dios que se cumplirá en los últimos tiempos. Pero no es una utopía: es una realidad ya presente.Lo indica el verbo en presente usado por Dios –« Mira que hago un mundo nuevo » (Ap 21,5)–, el cual precisa aun: « Hecho está » (Ap 21,6). En efecto, Dios ya está actuando para renovar el mundo; la Pascua de Jesús es ya la novedad de Dios. Ella hace nacer la Iglesia, anima su existencia y renueva y transforma la historia.

107 Esta novedad empieza a tomar forma ante todo en la comunidad cristiana, que ya ahora « es la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3), en cuyo seno Dios ya actúa, renovando la vida de los que se someten al soplo del Espíritu. Para el mundo la Iglesia es signo e instrumento del Reino que se hace presente ante todo en los corazones. Un reflejo de esta misma novedad se manifiesta también en cada forma de convivencia humana animada por el Evangelio. Se trata de una novedad que interpela a la sociedad en cada momento de la historia y en cada lugar de la tierra, y particularmente a la sociedad europea, que desde hace tantos siglos escucha el Evangelio del Reino inaugurado por Jesús.


I. La vocación espiritual de Europa


Europa promotora de los valores universales

108 La historia del Continente europeo se caracteriza por el influjo vivificante del Evangelio. « Si dirigimos la mirada a los siglos pasados, no podemos por menos de dar gracias al Señor porque el Cristianismo ha sido en nuestro Continente un factor primario de unidad entre los pueblos y las culturas, y de promoción integral del hombre y de sus derechos ».(168)

No se puede dudar de que la fe cristiana es parte, de manera radical y determinante, de los fundamentos de la cultura europea. En efecto, el cristianismo ha dado forma a Europa, acuñando en ella algunos valores fundamentales. La modernidad europea misma, que ha dado al mundo el ideal democrático y los derechos humanos, toma los propios valores de su herencia cristiana. Más que como lugar geográfico, se la puede considerar como « un concepto predominantemente cultural e histórico, que caracteriza una realidad nacida como Continente gracias también a la fuerza aglutinante del cristianismo, que ha sabido integrar a pueblos y culturas diferentes, y que está íntimamente vinculado a toda la cultura europea ».(169)

La Europa de hoy, en cambio, en el momento mismo en que refuerza y amplía su propia unión económica y política, parece sufrir una profunda crisis de valores. Aunque dispone de mayores medios, da la impresión de carecer de impulso para construir un proyecto común y dar nuevamente razones de esperanza a sus ciudadanos.

(168) Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 5: AAS 92 (2000), 179.
(169) Propositio 39.


El nuevo rostro de Europa

109 En el proceso de transformación que está viviendo, Europa está llamada, ante todo, a reencontrar su verdadera identidad. En efecto, aunque se haya formado como una realidad muy diversificada, ha de construir un modelo nuevo de unidad en la diversidad, comunidad de naciones reconciliada, abierta a los otros continentes e implicada en el proceso actual de globalización.

Para dar nuevo impulso a la propia historia, tiene que « reconocer y recuperar con fidelidad creativa los valores fundamentales que el cristianismo ha contribuido de manera determinante a adquirir y que pueden sintetizarse en la afirmación de la dignidad trascendente de la persona humana, del valor de la razón, de la libertad, de la democracia, del Estado de Derecho y de la distinción entre política y religión ».(170)

(170) Ibíd.


110 La Unión Europea sigue ampliándose. En ella están llamados a participar a corto o largo plazo todos los pueblos que comparten su misma herencia fundamental. Es de esperar que dicha expansión se haga de manera respetuosa con todos, valorando sus peculiaridades históricas y culturales, sus identidades nacionales y la riqueza de las aportaciones que vengan de los nuevos miembros, poniendo en práctica más consistentemente los principios de subsidiariedad y solidaridad.(171) En el proceso de integración del Continente, es de importancia capital tener en cuenta que la unión no tendrá solidez si queda reducida sólo a la dimensión geográfica y económica, pues ha de consistir ante todo en una concordia sobre los valores, que se exprese en el derecho y en la vida.

(171) Cf. ibíd.; Propositio 28.


Promover la solidaridad y la paz en el mundo

111 Decir “Europa” debe querer decir “apertura”. Lo exige su propia historia, a pesar de no estar exenta de experiencias y signos opuestos: « En realidad, Europa no es un territorio cerrado o aislado; se ha construido yendo, más allá de los mares, al encuentro de otros pueblos, otras culturas y otras civilizaciones ».(172) Por eso debe ser un Continente abierto y acogedor, que siga realizando en la actual globalización no sólo formas de cooperación económica, sino también social y cultural.

Hay una exigencia a la cual el Continente debe responder positivamente para que su rostro sea verdaderamente nuevo: « Europa no puede encerrarse en sí misma. No puede ni debe desinteresarse del resto del mundo; por el contrario, debe ser plenamente consciente de que otros países y otros continentes esperan de ella iniciativas audaces, para ofrecer a los pueblos más pobres los medios para su desarrollo y su organización social, y para construir un mundo más justo y más fraterno ».(173) Para realizar adecuadamente esto será necesario « una reorientación de la cooperación internacional, con vistas a una nueva cultura de la solidaridad.Pensada como germen de paz, la cooperación no puede reducirse a la ayuda y a la asistencia, menos aún buscando las ventajas del rendimiento de los recursos puestos a disposición. Por el contrario, la cooperación debe expresar un compromiso concreto y tangible de solidaridad, de modo que convierta a los pobres en protagonistas de su desarrollo y permita al mayor número posible de personas fomentar, dentro de las circunstancias económicas y políticas concretas en las que viven, la creatividad propia del ser humano, de la que depende también la riqueza de las naciones ».(174)

(172) Carta a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa (16 octubre 2000), 7: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 27 octubre 2000, p. 2.
(173) Ibíd.
(174) Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del año 2000 (8 diciembre 1999), 17: AAS92 (2000), 367-368.


112 Además, Europa debe convertirse en parte activa en la promoción y realización de una globalización “en la” solidaridad. A ésta, como una condición, se debe añadir una especie deglobalización “de la” solidaridad y de sus correspondientes valores de equidad, justicia y libertad, con la firme convicción de que el mercado tiene que ser « controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad ».(175)

La Europa que nos ha legado la historia ha experimentado, sobre todo en el último siglo, la imposición de ideologías totalitarias y de nacionalismos exasperados que, ofuscando la esperanza de los hombres y los pueblos del Continente, han alimentado conflictos dentro de las naciones y entre las naciones mismas, hasta llegar a la tragedia inmensa de las dos guerras mundiales.(176) Las beligerancias étnicas más recientes, que han ensangrentado de nuevo el Continente europeo, han mostrado también a todos lo frágil que es la paz, la necesidad de un compromiso activo por parte de todos y que sólo puede garantizarse abriendo nuevas perspectivas de contactos, de perdón y reconciliación entre las personas, los pueblos y las naciones.

Ante este estado de cosas, Europa, con todos sus habitantes, ha de comprometerse incansablemente a construir la paz dentro de sus fronteras y en el mundo entero. A este respeto, se debe recordar, « de una parte, que las diferencias nacionales han de ser mantenidas y cultivadas como fundamento de la solidaridad europea y, de otra, que la propia identidad nacional no se realiza si no es en apertura con los demás pueblos y por la solidaridad con ellos ».(177)

(175) Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991),
CA 35: AAS 83 (1991), 837.
(176)Cf. Propositio 39.
(177) II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 85: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Supl., pp. 17; cf. Propositio 39.


II. La construcción europea


El papel de las Instituciones europeas

113 En el proceso de diseñar el nuevo rostro del Continente, en muchos aspectos resulta determinante el papel de las instituciones internacionales, vinculadas y operativas principalmente en territorio europeo, que han contribuido a marcar el curso de la historia sin embarcarse en operaciones de carácter militar. A este propósito deseo mencionar ante todo la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, que se ocupa de mantener la paz y la estabilidad, inclusive a través de la protección y promoción de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, y se ocupa también de la cooperación económica y ambiental.

Está luego el Consejo de Europa, del que forman parte los Estados que han suscrito la Convención Europea para la salvaguardia de los derechos humanos fundamentales de 1950 y la Carta social de 1961. Anexa a éste se encuentra el Tribunal europeo de los derechos del hombre. Ambas Instituciones se proponen, mediante la cooperación política, social, jurídica y cultural, así como con la promoción de los derechos humanos y la democracia, la realización de la Europa de la libertad y de la solidaridad. Finalmente, la Unión Europea, con su Parlamento, el Consejo de Ministros y la Comisión, propone un modelo de integración que se va perfeccionando con vistas a la adopción, en su día, de una Constitución fundamental común. Dicho organismo tiene el objetivo de realizar una mayor unidad política, económica y monetaria entre los Estados miembros, tanto los actuales como los que entrarán a formar parte. En su diversidad y desde la identidad específica de cada una de ellas, las Instituciones europeas mencionadas promueven la unidad del Continente y, más profundamente aún, están al servicio del hombre.(178)

(178) Cf. Discurso a la Oficina de la Presidencia del Parlamento Europeo (5 abril 1979):Insegnamenti, II/1 (1979), 796-799.

114 Junto con los Padres Sinodales, pido a las Instituciones europeas y a cada uno de los Estados de Europa(179) que reconozcan que un buen ordenamiento de la sociedad debe basarse en auténticos valores éticos y civiles, compartidos lo más posible por los ciudadanos, haciendo notar que dichos valores son patrimonio, en primer lugar, de los diversos cuerpos sociales. Es importante que las Instituciones y cada uno de los Estados reconozcan que, entre estos cuerpos sociales, están también las Iglesias, las Comunidades eclesiales y las demás organizaciones religiosas. Con mayor razón aún, cuando ya existen antes de la fundación de las naciones europeas, éstas no se pueden reducir a meras entidades privadas, sino que actúan con un peso institucional específico que merece ser tomado en seria consideración. En el desarrollo de sus tareas, las instituciones estatales y europeas han de actuar conscientes de que sus ordenamientos jurídicos serán plenamente respetuosos de la democracia en la medida en que prevean formas de « sana cooperación » (180) con las Iglesias y las organizaciones religiosas.

A luz de lo que acabo de resaltar, deseo dirigirme una vez más a los redactores del tratado constitucional europeo para que figure en él una referencia al patrimonio religioso y, especialmente, cristiano de Europa. Respetando plenamente el carácter laico de las Instituciones, espero que se reconozcan, sobre todo, tres elementos complementarios: el derecho de las Iglesias y de las comunidades religiosas a organizarse libremente, en conformidad con los propios estatutos y convicciones; el respeto de la identidad específica de las Confesiones religiosas y la previsión de un diálogo reglamentado entre la Unión Europea y las Confesiones mismas; el respeto del estatuto jurídico del que ya gozan las Iglesias y las instituciones religiosas en virtud de las legislaciones de los Estados miembros de la Unión.(181)

(179) Cf. Propositio 37.
(180) Conc. ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
GS 76.
(181) Cf. Discurso al Cuerpo diplomático ante la Santa Sede (13 enero 2003), 5:L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 17 enero 2003, p. 3.


115 Las Instituciones europeas tienen como objetivo declarado la tutela de los derechos de la persona humana. Con este cometido contribuyen a construir la Europa de los valores y del derecho. Los Padres sinodales han interpelado a los responsables europeos diciendo: « Alzad la voz cuando se violen los derechos humanos de los individuos, de las minorías y de los pueblos, comenzando por el derecho a la libertad religiosa; reservad la mayor atención a todo lo que concierne a la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural, y la familiafundada en el matrimonio: éstas son las bases sobre las que se apoya la casa común europea; [...] afrontad, según la justicia y la equidad, y con sentido de gran solidaridad, el fenómeno creciente de las migraciones, convirtiéndolas en un nuevo recurso para el futuro europeo; esforzaos para que a los jóvenes se les garantice un futuro verdaderamente humano con el trabajo, la cultura, la educación en los valores morales y espirituales ».(182)

(182) II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 6:L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.


La Iglesia para la nueva Europa

116 Europa necesita una dimensión religiosa. Para ser “nueva”, análogamente a lo se dice de la “ciudad nueva” del Apocalipsis (cf. Ap 21,2), tiene que dejarse tocar por la mano de Dios. En efecto, la esperanza de construir un mundo más justo y más digno del hombre, no puede prescindir de la convicción de que nada valdrían los esfuerzos humanos si no fueran acompañados por la ayuda divina, porque « si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles » (Ps 127,1 [126], 1). Para que Europa pueda edificarse sobre bases sólidas, necesita apuntalarse sobre los valores auténticos, que tienen su fundamento en la ley moral universal, inscrita en el corazón de todo hombre. « Los cristianos no sólo pueden unirse a todos los hombres de buena voluntad para trabajar en la construcción de este gran proyecto, sino que, más aún, están invitados a ser su alma, mostrando el verdadero sentido de la organización de la ciudad terrena ».(183)

La Iglesia católica, una y universal, aunque presente en la multiplicidad de las Iglesias particulares, puede ofrecer una contribución única a la edificación de una Europa abierta al mundo. En efecto, en la Iglesia católica se da un modelo de unidad esencial en la diversidad de las expresiones culturales, la conciencia de pertenecer a una comunidad universal que hunde sus raíces, pero no se agota, en las comunidades locales, el sentido de lo que une, más allá de lo que diferencia.(184)

(183) Carta a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa (16 octubre 2000), 4: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 27 octubre 2000, p. 2.
(184)Cf. I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 10: Ench. Vat. 13, n. 669.


117 En las relaciones con los poderes públicos, la Iglesia no pide volver a formas de Estado confesional. Al mismo tiempo, deplora todo tipo de laicismo ideológico o separación hostil entre las instituciones civiles y las confesiones religiosas.

Por su parte, en la lógica de una sana colaboración entre comunidad eclesial y sociedad política, la Iglesia católica está convencida de poder dar una contribución singular al proyecto de unificación, ofreciendo a las instituciones europeas, en continuidad con su tradición y en coherencia con las indicaciones de su doctrina social, la aportación de comunidades creyentes que tratan de llevar a cabo el compromiso de humanizar la sociedad a partir del Evangelio, vivido bajo el signo de la esperanza. Con esta óptica, es necesaria una presencia de cristianos, adecuadamente formados y competentes, en las diversas instancias e Instituciones europeas, para contribuir, respetando los procedimientos democráticos correctos y mediante la confrontación de las propuestas, a delinear una convivencia europea cada vez más respetuosa de cada hombre y cada mujer y, por tanto, conforme al bien común.

118 La Europa que se va construyendo como “unión”, impulsa también a los cristianos hacia la unidad, para ser verdaderos testigos de esperanza. En este contexto, se debe continuar y desarrollar el intercambio de dones que en la última década ha tenido significativas manifestaciones. Realizado entre comunidades con historias y tradiciones diferentes, lleva a estrechar vínculos más duraderos entre las Iglesias en los diversos países y a su enriquecimiento mutuo mediante encuentros, confrontaciones y ayudas recíprocas. En particular, se debe valorar la contribución aportada por la tradición cultural y espiritual de las Iglesias Católicas Orientales.(185)

Un papel importante para el crecimiento de esta unidad puede ser desarrollado por losorganismos continentales de comunión eclesial, que esperan tener un mayor desarrollo.(186) Entre éstos se ha de dar un puesto significativo al Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas, el cual ha de proveer, en el ámbito del Continente, « a la promoción de una comunión cada vez más intensa entre las diócesis y las Conferencias Episcopales Nacionales, al incremento de la colaboración ecuménica entre los cristianos, a la superación de los obstáculos que constituyen una amenaza para el futuro de la paz y del progreso de los pueblos, y a la consolidación de la colegialidad afectiva y efectiva y de la “communio” jerárquica ».(187) Se ha de reconocer también el servicio de la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea que, siguiendo el proceso de consolidación y ampliación de la Unión Europea, favorece la información mutua y coordina las iniciativas pastorales de las Iglesias europeas implicadas.

(185)Cf. Propositio 22.
(186)Cf. ibíd.
(187) Discurso a los Presidentes de las Conferencias Episcopales Europeas (16 abril 1993), 5: AAS 86 (1994), 229.


119 La consolidación de la unión en el seno del Continente europeo estimula a los cristianos a cooperar en el proceso de integración y reconciliación mediante un diálogo teológico, espiritual, ético y social.(188) En efecto, en la Europa « que está en camino hacia la unidad política ¿podemos admitir que precisamente la Iglesia de Cristo sea un factor de desunión y de discordia? ¿No sería éste uno de los mayores escándalos de nuestro tiempo? ».(189)

(188) Cf. Propositio 39d.
(189) Homilía durante la celebración ecuménica con ocasión del Sínodo para Europa (7 diciembre 1991), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 13 diciembre 1991, p. 18.



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